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La participación real es una práctica compleja, un proceso que supera la mera y formal
representatividad de las democracias tradicionales. Es justamente en la participación
efectiva donde los sujetos modifican su relación con el entorno, al construir colectivamente
las competencias y capacidades para lograr cambios en su medio. El objetivo debe ser la
democratización de las relaciones y la inclusión crítica, esto significa pensar en distribuir el
poder (animándose a discutirlo) y co-laborar. Permitir que los jóvenes y adolescentes
puedan participar en la toma de decisiones sobre la formulación de proyectos favorece el
desarrollo de la autonomía y la responsabilidad en su proceso de aprendizaje. Esto alude al
actor principal e introduce la categoría conceptual de PROTAGONISMO, la cual refiere a la
posibilidad de los jóvenes de dejar de ser beneficiarios de las acciones y estrategias
desarrolladas por las instituciones u organizaciones y apropiarse de su propia historia
personal y colectiva, reconociéndose en un contexto social y comunitario, trabajando junto
con otros para transformar la realidad. Sin embargo, hay que tener presente que todos los
procesos de construcción suelen ser lentos y en un primer momento suelen estar
promovidos externamente a partir del apoyo de los adultos. En este sentido, consideramos
que el hecho de que el adulto -desde la autoridad y responsabilidad que le competen- sea
referente, no afecta la posibilidad de participación de los jóvenes, en tanto encamine sus
acciones hacia la gestión compartida y la progresiva autonomía de los integrantes del
grupo. Se trata de que adultos y jóvenes trabajen conjuntamente, pero con grados de
responsabilidad diferenciados. Los adultos actúan mediante el reconocimiento del aporte
juvenil a la sociedad, la aceptación positiva del joven y brindando oportunidades reales de
participación efectiva en procesos de protagonismo creciente. Como menciona Débora
Kantor: “Implica asumir que ellos/as pueden pensar y actuar en términos de procesos,
alternativas, conflictos, elaboración de planes y desarrollo de acciones, y por lo tanto,
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intervenir en la gestión de proyectos que los identifican como destinatarios.”2 Por lo tanto,
los espacios participativos tienen que ser asumidos por convicción, pues de lo contrario,
estarán lejos de asumirse como espacios valiosos, convocantes y/o verdaderamente
participativos.
En este tipo de participación, se observa que cuando los grupos se organizan toman el
modelo conocido de concentración del poder:
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través de proyectos formulados por los propios estudiantes, estarían destinadas a realizar
actividades de distinta índole: culturales, recreativas, deportivas, académicas, de salud, de
comunicación, etc. dependiendo de los intereses y/o necesidades de los diversos grupos.
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ámbito particular del aula, dónde “se deberán desarrollar acciones que sitúen las prácticas
de enseñanza en un encuentro con el conocimiento; que generen espacios participativos
reales fundados en la distribución democrática del conocimiento.” En este sentido, la
participación se convierte en un estilo de vida institucional (comunicacional, vincular, etc.) y
el ámbito específico del aula, se expresa en las prácticas de enseñanza que favorecen la
interacción sujeto –conocimiento (acceso y democratización) en el desarrollo curricular.
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