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2010 Metrocable Medellin Justicia
2010 Metrocable Medellin Justicia
Laure Leibler
Dr. Alain Musset
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¿Un Transporte hacia la Justicia Espacial?
El caso del Metrocable y de la Comuna Nororiental de Medellín, Colombia.
Laure Leibler
Dr. Alain Musset
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Medellín, con sus laderas verdes y rojas de ladrillo y una política pública inclusiva original, seduce
al que la visita. Segunda ciudad de Colombia, capital industrial, Medellín es la única ciudad del país
en ofrecer un servicio de Metro, y una de las pocas en el mundo a prestar este servicio en los barrios
más pobres de la ciudad. El Metrocable, concebido como un transporte semi-masivo conectado a la
red Metro, es una obra de transporte pionera ya que utiliza un sistema de cable (teleférico) como el
de uso recreativo y turístico para brindar acceso a los barrios desfavorecidos de las partes altas de
Medellín. Este transporte único en el mundo hasta hace poco tiempo, es ligero, barato a
comparación de otras infraestructuras, ingenioso porque aprovecha la topología que hasta entonces
estaba considerada como una barrera, y visualmente y simbólicamente fuerte ya que permite
“volar” encima de los barrios y aprovechar del increíble paisaje de la ciudad. Inaugurando el
Metrocable en 2004 y añadiéndole el Plan Urbanístico Integral para la comuna Nororiental, la
administración de Sergio Fajardo tras la de Luis Pérez Gutiérrez pretendió desarrollar una economía
en sitio y fomentar la democracia. Hoy se ha convertido en el símbolo de Medellín. El Metrocable
linea K y la biblioteca de España ubicada cerca de la estación de retorno son visitadas por miles de
turistas de Colombia y del mundo. La decisión de hacer un transporte en los barrios pobres de la
Comuna Nororiental llama la atención del geógrafo. Traduce a primera vista una política estatal al
nivel local original y voluntarista para haber permitido la inversión de millones de dólares en una
zona de auto construcción. Además se presenta como un proyecto de justicia social para reducir una
deuda social y territorial. Esos ideales expresados en los discursos y en la comunicación alrededor
del proyecto Metrocable los decidimos analizar. ¿En qué medida el Metrocable ha sido un acto de
justicia espacial? Es decir, ¿En qué medida ha sido una política pública de la administración para
reducir desigualdades territoriales? El marco conceptual de la justicia espacial, oriunda de las
reflexiones de geógrafos de los años 70, es actualmente más que nunca al centro de las
preocupaciones no solo de los investigadores en ciencias sociales sino también de algunos Estados
que pretenden brindarla a sus ciudadanos. Este articulo retoma una parte de un trabajo de
investigación sobre la justicia espacial y el transporte en el caso del Metrocable para presentar una
reflexión sobre las diferencias que hay entre el uso del concepto de “justicia” por los geógrafos y
por el Estado. Se trata en un primer lugar de presentar el marco conceptual de la justicia espacial y
su pertinencia para estudiar políticas públicas urbanas como la del Metrocable de Medellín y en un
segundo lugar de sacar del caso del Metrocable, una reflexión crítica sobre las nociones de
“justicia” y “integración” tal como se usan por parte de los dirigentes.
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De la justicia para pensar el transporte público:
Si consideramos la ciudad como un conjunto de recursos producidos por los hombres (Harvey,
1973, p.68), aparece que esos bienes, servicios y potencialidades ofrecidos por la ciudad mediante
infraestructuras accesibles y adecuadas, se reparten de forma irregular en el espacio. En particular
en el caso de los países de América Latina, el geógrafo del EHESS y miembro del grupo de
investigación sobre la justicia espacial (JUGURTA) Alain Musset afirma que: “la escasez de los
recursos públicos [en América Latina] y la debilidad de los Estados, conjugadas con desigualdades
sociales disparatadas y altos niveles de pobreza, no solo desencaderon tratamientos diferenciados de
los territorios, sino que aceleraron la concentración de los recursos públicos en algunos espacios-
clave.” (Musset, 2009, p.62) Algunos espacios benefician de recursos y por lo tanto atraen cuando
otros padecen de una falta de infraestructura. Pero más que a causa de la repartición o la
localización de esos recursos, la desigualdad surge de la accesibilidad a éstos. Los centros se
definen también en términos de accesibilidad, es decir de posibilidad de beneficiar de esta
infraestructura. La localización de las infraestructuras, la decisión del lugar de implementación de
varios servicios en el espacio considerado, las maneras de enterarse de su existencia y el derecho de
poder acceder a aquella son factores que debemos considerar. Sobre todo, la posibilidad física de
acceder al lugar condiciona el acceso al recurso o al servicio ofrecido. Poder beneficiar de los
recursos de la ciudad, en la era de la velocidad y de la tecnología, hace que la accesibilidad más que
la proximidad es un factor decisivo para beneficiar de los bienes públicos de la ciudad. La noción
de distancia hoy está más relacionada con tiempos y costos de movilidad que con distancias
métricas. La diferenciación espacial que opera la ciudad, combinada a factores de discriminación y
de segregación territorial, social, física o imaginarias, induce desigualdades en las posibilidades de
acceder a ciertos recursos. Sea por falta de oferta que permita a algunos tener el beneficio de los
inmensos recursos que ofrece la ciudad o por factores sociales como el genero, la posición en el
núcleo familiar, la situación económica y social o la edad, el acceso a bienes de la ciudad no está
garantizado de igual manera para todos los ciudadanos. Aún si prevalece una política inclusiva,
siempre existe un sentimiento de frustración para los habitantes que no pueden beneficiar de los
recursos que conocen pero que están fuera de su alcance (Bourdin, 2007).
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En ese contexto, el transporte se convierte en un elemento estructural del espacio urbano. Debemos
analizar las dos dimensiones del transporte que es tanto un factor de movilidad y de acceso al nivel
individual como al nivel territorial. Françoise Dureau que trabajó sobre temas de movilidad
cotidiana y residencial en Colombia explica que “la diferenciación socioeconómica individual actúa
sobre todo a través de la discriminación social del espacio” (Levy, Dureau et al. 2002, p.205) Es
decir que la diferenciación del espacio influye en las perspectivas de desarrollo individual y forja
desigualdades. Así que el transporte se debe considerar tanto a la escala social del individuo o del
grupo social como al nivel de los territorios. En América Latina en particular, “coexisten altos
índices de motorización en algunos estratos sociales, para otros individuos varias opciones de
movilidad gracias al transporte público colectivo [...] y una movilidad limitada o peatonal para las
familias de zonas populares, aunque esas no estén en zonas periféricas” (Figueroa, Henry, 1987,
p.7). Con la falta de transporte formal, la población de los asentamientos debe usar un transporte
costoso y de mala calidad. “Así los estratos se ven desfavorecidos al nivel tanto de la accesibilidad
como de los costos de movilidad.” (Figueroa, Henry, 1987, p.63) Como lo constata Françoise
Dureau, “las desigualdades en el sistema de transporte condicionan la accesibilidad a los lugares de
las ciudad para los distintos grupos sociales”. (Levy, Dureau et al. 2002, p.401) De los trabajos de
esos geógrafos especialistas en el transporte en Latino América, se puede deducir que no solo
existen desigualdades en la repartición de los recursos y de los bienes en la ciudad, sino también
una desigualdad en cuanto a la accesibilidad a lugares claves de la ciudad.
El transporte se vuelve así un tema esencial para considerar la justicia espacial ya que constituye un
elemento decisivo en la construcción y la perpetuación de desigualdades entre territorios de la
ciudad o a cualquier nivel que se quiera considerar. La accesibilidad diferenciada y tal vez las
desigualdades espaciales no surgen de la nada y son el producto de una política pública. Sin una
implicación del Estado, sea con la inversión o la construcción de infraestructuras, buena parte de la
población de un territorio o incluso todo un territorio puede quedar sin verdadero acceso a la
ciudad. Con la organización del transporte, el Estado participa en garantizar un “derecho a la
ciudad” (Lefèbvre, 1968, 1973). La administración cumple con su papel de representante del
Estado, gestor del territorio y garante de ciertos derechos del ciudadano mediante su implicación. Si
el Estado no interviene, aumenta el riesgo de que existan habitantes de algunos territorios fuera de
la posibilidad de realizar su ciudadanía.
En concreto, consideramos que tener acceso a los centros de política, de representación, de justicia,
de salud, de empleo, de educación, a los servicios públicos como el agua o la electricidad son un
derecho para el conjunto de los ciudadanos. En la medida en que constituyen la urbanidad en si-
misma, es decir lo que hace la ciudad, el Estado, en un Estado de Derecho, debe garantizar la
accesibilidad a estos recursos, es decir a la ciudad. Aún si el Estado no se siente involucrado en
políticas de salud o de educación o de igualdad frente a la ley, debe asegurar la virtualidad, la
potencialidad, la perspectiva de alcanzar a beneficiar de esos recursos si quiere mantener su
presencia, el control territorial, el orden público y la gestión del territorio. El transporte se vuelve
entonces una manera de garantizar el derecho a la ciudad y asegurar la “integración”, la “inclusión”
de los territorios, brindando a la población un acceso a la ciudad y a sus bienes.
Así, las desigualdades territoriales no resultan tanto de la ubicación de los recursos sino del
tratamiento diferenciado de los espacios considerados. Ante todo son las políticas públicas y las
prácticas en el día a día que diferencian espacios y perpetúan desigualdades. El filósofo John Rawls
cuya reflexión teórica sobre el concepto de justicia sigue siendo una referencia a pesar de las
criticas que ha sufrido, afirmaba que al nivel individual, la diferencia de talentos o de recursos es
“natural” y que, por lo tanto no puede ser considerada como injusta. “Sin embargo lo que sí es justo
o injusto, es la manera con la cual las instituciones tratan estos hechos.” (Rawls, 1987, p. 34) No
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queremos entrar en el debate sobre lo natural o no de las desigualdades. Pero lo que nos parece
fundamental en los trabajos de Rawls, a pesar de que solamente considere la justicia al nivel
individual, es el papel de las instituciones en el manejo, la producción y la formación de
desigualdades e incluso de injusticias.
Frente a las desigualdades espaciales, el Estado, como gestor del territorio y garante de los derechos
del ciudadano, entendido como puissance publique, es decir las administraciones públicas y
los actores institucionales a todas las escalas de poder que están encargados del bien común, puede
decidir intervenir (o no) en el espacio y por lo tanto hacer (o no) acto de justicia. Como Alain
Reynaud al principio de los años ochenta, podemos pensar que “hablar de justicia socio espacial nos
obliga a evocar la planeación del territorio, la intervención del Estado en la vida de una formación
social para modificar más o menos de forma profunda la repartición de los equipamientos y
actividades en el territorio.”(Reynaud, 1981, p.32) Más y más, los gobiernos, en particular al nivel
local, han tomado en cuenta esta perspectiva al momento de planificar y hacer la ciudad. Es el caso
por ejemplo de la Alcaldía de Medellín al momento de hacer el Metrocable y el Proyecto
Urbanístico Integral (PUI).
Así, el concepto de justicia espacial es un marco conceptual tanto para hacer la ciudad como para
pensarla. Es una herramienta que puede ser usada tanto por los geógrafos como por los urbanistas.
El Estado puede escoger de usar sus poderes para reducir las desigualdades entre territorios en el
espacio que maneja, asegurando a los ciudadanos un “derecho a la ciudad”, a beneficiar de sus
recursos y por lo tanto pretender hacer acto de justicia.
Sin embargo, las investigaciones en geografía abordan el tema con una perspectiva distinta al efecto
de anuncio en su utilización política. Muchos partidos de todas las tendencias, desde la extrema
derecha a la extrema izquierda, se reivindican de la “justicia”. Como lo pone de relieve Alain
Musset, “El concepto de justicia pasó a ser una referencia obligatoria ya que permite legitimar (o
criticar) cualquier política de ordenamiento territorial y desarrollo económico” (Musset, 2009,
p.63). Para nosotros, como geógrafos el concepto de justicia espacial nos permite realzar los
estudios de desigualdades con un estudio de esos discursos de justicia o de injusticia, y por lo tanto
de las representaciones. El marco teórico de la justicia espacial no solo permite analizar las
desigualdades sociales y espaciales que conforman territorios en el espacio de la ciudad, sino
también la acción del Estado y la voluntad política por un lado y por otro lado los discursos y las
representaciones. Se puede usar el concepto de justicia espacial en los estudios geográficos a varias
escalas ya que éste fenómeno se encuentra en todos los niveles de poder y de localización.
El concepto de justicia espacial nació de una reflexión sobre la justicia que se desarrolló en paralelo
en Estados Unidos y en Francia en los años 70. El filósofo John Rawls (Rawls, 1972, Rawls, 2001)
lanzó el debate gracias a una reflexión sumamente teórica y abstracta sobre la justicia y el contrato
social. La discusión se llevó en cuanto a la aplicación de tales preceptos de justicia al momento de
pensar a otro nivel que al nivel individual. Las críticas del geógrafo político David Harvey, desde
1973 en el libro Social Justice and the City (Harvey, 1973) plantearon una perspectiva para la
justicia en los estudios críticos. Son sus trabajos y los de Peter Marcuse (Marcuse, 2009) que
adoptaron el concepto a la geografía. Sus aportes sobre la pertinencia del concepto de justicia para
pensar el desarrollo de la ciudad y de los territorios y la planificación dieron paso al movimiento de
la justicia espacial. Mientras tanto, se estuvo desarrollando en Francia una reflexión sobre el
concepto de “derecho a la ciudad” con el trabajo de Henri Lefèbvre (Lefébvre, 1968) y los trabajos
del geógrafo Alain Reynaud sobre la justicia socio espacial (Reynaud, 1981). Estas reflexiones
tomaron un interés especial al final de los años 90 y al principio de este siglo tras la reflexión de Iris
Marion Young sobre los mecanismos de opresión (Young, 1990) y el nuevo paso dado a la
reflexión de las ciudades y de la justicia por Peter Marcuse y David Harvey. Ese en particular,
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volvió sobre un problema esencial cuando se habla de justicia que es la cuestión de la diferencia.
(Harvey, 1999) ¿Como definir la justicia? La justicia espacial, en la actualidad investigada por
grupos en Estados Unidos, en particular en UCLA con Edward Soja, y en Francia, en la
Universidad de Paris Ouest La Défense y en la EHESS, pero también en América Latina, está de
más convirtiendo en un marco conceptual integrador e interdisciplinar. Se usa actualmente para
casos de estudios a todas las escalas, en países diversos y en todos los continentes. De ahí la
pregunta esencial reside en la definición dada de la justicia. Como lo enfatizó Alain Musset “A raíz
de estos precursores, tanto economistas como geógrafos trabajaron sobre la relación entre la justicia
social y el territorio, con el propósito de dibujar la expresión espacial de las desigualdades y
recalcar el sentimiento de injusticia que se desprende de esta situación para los ciudadanos y la
comunidades (sociales o étnicas).” (Musset, 2009, p.62) Pero entre una justicia universal y moral y
una idea de la justicia fragmentada, la justicia no tiene una definición clara y por lo tanto, debemos
preguntarnos si la justicia espacial es solamente el actuar del Estado a favor de un derecho a la
ciudad mediante actos urbanísticos o medidas sociales. ¿Sería la justicia un acto que se puede medir
mediante la acción planificadora de las administraciones? ¿Qué es lo justo al nivel espacial? ¿La
reducción de desigualdades territoriales implica necesariamente reducción de injusticias sociales?
El concepto de justicia espacial implica estudiar los discursos y las reivindicaciones. Tenemos que
estudiar el poder social de la justicia, siendo ésta ante todo un discurso y como tal la expresión de
representaciones (Harvey, 1999). De hecho, generalmente, hablar de justicia es referirse a
sentimientos, a algo que se debe hacer, a un compromiso apasionado. Evoca más la acción que la
reflexión (Reynaud, 1981). Esta pasión pone de relieve la importancia de los reclamos al momento
de hablar de justicia. Lo que distingue la desigualdad de la injusticia es precisamente que haya
alguien para protestar o por lo menos constatar que esta desigualdad no es justa. No se trata de una
evidencia en la medida de que no va de sí mismo la reivindicación. Depende no solo del contexto
político sino también cultural y económico. Se nota frecuentemente que los que menos tienen son
los que también menos sienten necesidades por haber integrado la existencia de esas desigualdades
como algo del orden natural de la vida, con resignación (Harvey, 1973). Por implicar en la
definición el discurso, del que reclama o del Estado que pretende hacer justicia, los investigadores
del movimiento de la “justicia espacial” han escogido la palabra de justicia.
Sin embargo, al decidir que “la “justicia” es un conjunto socialmente constituido de creencias,
discursos e institucionalizaciones expresivo de relaciones sociales y configuraciones de poder
discutidas que tienen que ver con la ordenanza de las prácticas materiales sociales en lugar dado y
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por un tiempo” (Harvey, 1999, p.300), estamos confrontados a una fragmentación de las nociones
de justicias, plurales y diversas que toman una expresión territorial. Esas concepciones
heterogéneas de la justicia, según el que la reivindica, implican para el geógrafo una postura de
cierta forma relativista: “El aspecto relativo de las percepciones individuales y colectivas en
contextos culturales distintos nos invita a cuestionar la universalidad de los criterios socio
económicos sobre los cuales podemos o incluso debemos basar la noción de justicia espacial.”
(Alain Musset, « León/Sutiaba (Nicaragua) : frontière ethnique et justice spatiale », Annales de
Géographie, n° 665-666, 2009, p. 125.) Pero para nosotros, no se trata de saber si una
concepción de la justicia vale más que la otra. No se trata juzgar una política con criterios absolutos,
o individuales, ideales de planificación urbanística. La justicia no trata de juzgar, ni de tomar
partido sino más bien de considerar la justicia como acto y como discurso objeto de interés para las
ciencias sociales. Obviamente es necesario distinguir estos dos niveles de estudio aunque estén
tejidos en un solo acto. El problema de esta postura de distancia hacia los discursos de justicia, su
relatividad y multiplicidad, es la definición de lo injusto. ¿Qué diferencia la desigualdad de la
injusticia? ¿Todas las desigualdades serían injustas?
Si para John Rawls, la injusticia es cualquier desigualdad que se pueda considerar racionalmente
como tal (Rawls, 1972), para el investigador sería complicado decidir eso sin referirse a su marco
conceptual y cultural, distinto a veces de las realidades vividas. Al contrario, poner la reivindicación
al centro de la definición implica el riesgo de dejar el sentimiento a la injusticia solamente a los que
tienen la palabra. Las poblaciones más precarias de los territorios desfavorecidos no tienen
necesariamente la sensación de injusticia, ni el poder de expresarlo. Por eso, decidimos definir la
justicia con una dialéctica de lo injusto, es decir la tensión y la contradicción entre lo que puede ser
visto como una injusticia y lo que está efectivamente visto como una injusticia pero también la
manera como estas desigualdades, percibidas o no, afectan a su turno las perspectivas y las
“esperanzas legitimas” de cada grupo o territorio, formando por lo tanto percepciones diferentes a la
justicia. David Harvey escribió que “Se debe evaluar de forma crítica todas las acepciones de la
justicia en término de posición y ubicación de la reivindicación y del que reivindica”. (Harvey,
1999, p. 363) Tenemos entonces que evaluar el proceso de justicia, la política pública, tomando en
cuenta las posibles contradicciones entre las escalas. Hay que admitir que una injusticia que aparece
claramente para el investigador no sea objeto de quejas y reclamos por parte de los que la sufren.
En nuestro caso de estudio, el Metrocable, política pública de transporte semi-masivo hacia los
barrios populares de las partes altas de Medellín, y el programa de renovación urbana, el Proyecto
Urbanístico Integral (PUI) adjunto, no se trata solo de determinar en que medida el Estado hizo acto
de justicia espacial con esas intervenciones en territorios marginales sino también de mirar si hubo
efectivamente reducción de las desigualdades con el resto de la ciudad. De forma más general se
quiere saber si la “integración” al tejido de la ciudad formal implica una reducción efectiva de las
desigualdades, para quienes y para cuales territorios. Por otra parte, también se requiere analizar el
discurso y las acciones del Estado en nombre de la justicia, las percepciones y los sentimientos de
los supuestamente beneficiarios. ¿Es suficiente qué el Estado garantice un derecho a la ciudad para
hacer acto de justicia espacial? Aún si la administración considera los ideales de justicia social al
momento de hacer las obras, ¿Una obra pensada justa implica impactos justos? Más allá, si ya se
han visto casos de políticas públicas de renovación urbana que se han transformado en expulsión de
los más pobres, debido a la gestión de las externalidades por parte del Estado pero también al uso y
al porvenir de esas infraestructuras a lo largo de años de cambios políticos, a la presión inmobiliaria
o otras especulaciones o intereses económicos (Soja, 2000, p.107), generando otras injusticias,
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¿Cómo se piensa el tríptico justicia, inclusión social y desarrollo económico en el caso del proyecto
Metrocable de Medellín?
Para lograr el análisis tanto al nivel de los discursos y de las representaciones como de los cambios
en el caso de Medellín, tuvimos que acudir a una metodología rigurosa. Enfocándonos en cruzar las
perspectivas y las escalas de los proyectos, decidimos abordar el tema gracias a dos líneas
complementarias. Primero, un trabajo de prensa y de archivos nos permitió reconstituir y tomar en
cuenta tanto el contexto de la concepción y de la realización del proyecto Metrocable-PUI y los
discursos e ideales, las representaciones que motivaron esa inversión espacial y social (Consejo de
Medellín, 2001; Consejo de Medellín, 2004). Durante cuatro meses de estudio de campo, tuvimos la
oportunidad de poder entrevistar a todos los actores institucionales del proyecto con motivo de
entender la percepción que ellos dan y tienen de ese proyecto después de cinco años. Pero la
perspectiva como lo hemos visto no tenía que dejar por fuera una mirada desde abajo hacia arriba.
Andando por la Comuna Nororiental hemos podido hacer una observación participante y activa. Se
adelantó un estudio exploratorio mediante cuestionarios con fines de mirar el Metrocable desde
abajo hacia arriba, medir los cambios y las representaciones. Este aspecto no será nuestro enfoque
en este artículo que más bien se propone analizar precisamente el papel de los ideales de justicia en
la concepción y la realización del proyecto que necesitó sin duda una implicación mayor de la
Alcaldía. Con este propósito tratamos de adelantar una reflexión sobre el derecho a la ciudad y la
justicia social como argumento de planeación y las implicaciones al nivel del gobierno local.
El proyecto Metrocable-PUI se realizó entre 2001 y 2006 en el sector Nororiental de Medellín. Las
comunas Popular y Santa Cruz eran consideradas como el símbolo de los problemas de pobreza y
de violencia de la Medellín de los años 90. En estos barrios construidos por desplazados que han
venido implementándose para huir las olas sucesivas de violencia que azotaba el campo, viven
alrededor de 380 000 personas. Gran parte de la zona no contaba con infraestructuras públicas
básicas y la intervención del Estado a través de la Alcaldía era hasta el proyecto Metrocable
reducida. Marcada por un desempleo hasta tres veces superior al resto de la ciudad, por altos niveles
de homicidios, en particular al principio de este siglo, y una pobreza endémica, los habitantes de
este sector padecían además de una marginalidad y de un estigma. Uno de los grandes problemas
evocados por los habitantes de estas dos comunas que conforman el sector Nororiental de la ciudad,
fue la falta de transporte formal (Ramirez, Londoño, 1985). Por haber sido construidos en las lomas
del cerro Santo Domingo sin planeación, esos barrios no tenían sino vías estrechas, callejones y
escaleras para desplazarse, lo que limitaba mucho la movilidad. Caminata, busetas y transporte
informal, un servicio de más peligroso y costoso a comparación de su calidad, constituían la oferta
para salir del barrio. El sentimiento de injusticia, de estar aislado y dejado en el margen se
cristalizaba alrededor del tema del transporte (Ramirez, Londoño, 1985). Por eso, cuando la
Alcaldía de Luis Pérez Gutiérrez decidió invertir 23 millones de dólares en este sector que estaba en
pleno conflicto urbano, se hizo la primera gran inversión pública en estos territorios. Fue seguido de
un plan de desarrollo integral con el PUI bajo la administración siguiente para promover una
renovación del espacio público y una participación ciudadana. El Metrocable es un caso de estudio
ejemplar de una política de inversión para reducir desigualdades espaciales. Ha sido pensado y
realizado como tal. Por eso, es particularmente pertinente estudiar una política pública hecha en
nombre de la justicia con el marco conceptual de la justicia espacial, tomando cuidado a diferenciar
los dos niveles de actos y discursos. Por lo tanto, decidimos acercarnos al Metrocable con un
estudio de los actores, de sus discursos y de las relaciones entre ellos para determinar en qué
medida se hizo acto de justicia espacial con el Metrocable.
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De la justicia social y del derecho a la ciudad en los proyectos Metrocable-PUI:
Frente a una situación de exclusión y de injusticia, los dos planes proponen una solución por
el espacio y la justicia. Para Sergio Fajardo, “son enormes las deudas sociales que la ciudad
tiene con el territorio y en especial con quienes lo habitan” (Consejo de Medellín, 2004, p.89).
La importancia dada al espacio en las desigualdades nos remite a nuestro marco conceptual.
“Justicia social”, “deudas sociales y territoriales”, “equidad social”, “equidad espacial” son
ideas que abundan en las declaraciones de principios de las administraciones sucesivas. Más
allá, se piensa hacer la ciudad en términos de justicia o de equidad, términos que vuelven de
forma recurrente hasta en las grandes líneas de esos planes para Medellín, para fomentar el
desarrollo de la ciudad. En las palabras de la administración de Luis Pérez Gutiérrez: “Dados
los cambios a los que se enfrenta la ciudad, es necesario trabajar simultáneamente en todos los
frentes y buscar la equidad social como un elemento básico para el desarrollo integral de
Medellín.” (Consejo de Medellín, 2001, p. 64) El gobierno local justifica su intervención con
principio de justicia para defender planes que tienen como meta reducir desigualdades
espaciales. Está equidad o justicia debe permitir el desarrollo de la ciudad y en particular de la
zona Nororiental, a pesar de que el proyecto Metrocable no se menciona casi en los dos textos
legales. Para la Alcaldía, las Comunas de la zona requieren mejor accesibilidad y derecho a
la ciudad.
Si el derecho a la ciudad no aparece tal cual está insinuado en los dos planes de desarrollo.
Incluso la administración de Luis Pérez Gutiérrez evoca la declaración Universal de los
Derechos Humanos para justificar que “todo ciudadano debe gozar del derecho y la
oportunidad de tener acceso en condiciones de igualdad a las funciones públicas de su país”
(Consejo de Medellín, 2001, p.39). Añade “Este plan también reconoce que una adecuada
accesibilidad a los bienes, servicios, sectores y lugares, es un prerrequisito para la
habitabilidad del territorio municipal, la calidad de vida de la población, la competitividad y
el desarrollo.” (Consejo de Medellín, 2001, p.105) El plan que va a impulsar la construcción
del Metrocable, obra de transporte hacia barrios populares estipula claramente hacerlo en
nombre de un derecho a la ciudad. Para nosotros, es la expresión de qué por lo menos se tomó
en cuenta el tema de la justicia social y del derecho a la ciudad al momento de pensar el
Metrocable y la ciudad. El transporte y la renovación del espacio público están presentados
como vector de promoción de derechos de la ciudadanía.
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No se trata solo de un plan de movilidad sino de desarrollo y de “integración” de esos
territorios a la ciudad y a la ciudadanía. Integración, justicia social y derecho a la ciudad
deberán en teoría fomentar un desarrollo para estos barrios y para toda la ciudad. “Una
eficiente movilidad a cualquier escala de su planeación es un excelente dinamizador de
desarrollo en su mismo contexto.” (Consejo de Medellín, 2004, p.89) Se trata de una
“Movilidad local para la integración social y territorial. Fortalecer el sistema de movilidad
local y articularlo a las acciones que se realicen sobre el espacio público, los equipamientos y
en la recuperación de barrios, con el fin de promover la integración social y territorial.”
(Consejo de Medellín, 2004, p.111) El tríptico, integración, justicia o equidad y desarrollo ha
servido de marco conceptual y de justificación al proyecto Metrocable. No se puede negar la
importancia de la justicia pero tampoco olvidar los otros dos puntos que son el desarrollo
económico y además la idea de “recuperación” territorial que viene con una fuerte
connotación de seguridad y control territorial, nada menor en el contexto de Medellín. Este
esquema de pensamiento, es decir fomentar el desarrollo a través de la movilidad y favorecer
un derecho a la ciudad para los individuos mediante una integración territorial, se debe
discutir y lo haremos más adelante. Tenemos primero que mirar si estos principios sólo fueron
de papel o si se aplicaron al momento de construir la obra.
Además, el Metrocable es una obra que implica una intervención territorial y política del
Estado. Si nos referimos a nuestro marco conceptual, la justicia espacial, al momento de
observar el papel del Estado, aparece que la Alcaldía hizo uso pleno de sus deberes como
garante de derechos, de ciudadanía y de gestión y organización territorial. Esos barrios se
construyeron a lo largo de la segunda mitad del siglo XX de más sin planificación ni
intervención del Estado ni en la gestión de los recursos, como el agua, ni en la construcción de
infraestructuras, como las vías o el transporte, ni, hay que admitirlo, al nivel de orden público.
Ya había algunos servicios de educación o de salud pero la presencia de la ciudad formal
estaba reducida. Los trámites de legalización de predios no se habían adelantado. Lo que
concretamente significa que no había un catastro oficial de la zona y de su población. La
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legalización de los predios se hizo en 2001 al momento del principio de la realización del
Metrocable bajo la administración de Luis Pérez Gutiérrez en la zona Nororiental. Así aparece
que el Metrocable en su construcción ha permitido un reconocimiento de la zona, una toma en
consideración de su existencia y de sus dificultades a la vez el reconocimiento de la Alcaldía
en su papel de gestor y de garante de la ciudad.
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puentes dejando por fuera la renovación de vivienda, menor en el proyecto, o el mejoramiento
de la salubridad de la zona (alcantarillado, canalización de quebradas, etc.) Mediante el
espacio público se mejoraría la calidad de vida, la participación ciudadana, la inclusión, en fin
la democracia. Ese ideal que participó plenamente en la construcción del Metrocable pone la
promoción de la ciudad y de la ciudadanía en un solo acto. De esta forma, la Alcaldía
promovió la formación de nuevos líderes, como las mujeres, para la gestión de los asuntos al
nivel barrial y comunal dándoles medidas de intervención mediante el presupuesto
participativo.
Sin embargo, podemos preguntarnos en que medida la capacitación de líderes tiene más que
ver con la recuperación barrial, la integración social y política del barrio que con ideales de
justicia social. Yo creo que se pensó tanto como el uno y el otro, siendo los dos a la vez. Pero
para el geógrafo, ¿No sería problemático reducir a asuntos de control político la justicia
espacial? La Alcaldía ve el uno con el otro, la integración para la justicia para el desarrollo.
Pero nosotros no podemos admitir sin poner entredicho esta línea de pensamiento porque sería
hacer de la justicia espacial solamente una herramienta para justificar las acciones de un
Gobierno. Aparece que el Estado en el caso del Metrocable ha hecho acto de justicia espacial
con su intervención en los territorios para reducir a cualquier costo una desigualdad territorial,
afirmando su voluntad de hacerles justicia. El Metrocable es acto de justicia espacial. Acto no
implica que haya logrado sus metas. Eso necesitaría incluir los impactos y la reducción
efectiva de las desigualdades. Pero ese acto de justicia, hasta en la manera de intervenir,
compra social de predios y no de acuerdo a una evaluación técnica, con la idea que se necesita
un mínimo para vivir de forma digna; con el empleo de las personas en la zona para
desarrollar la economía en sitio durante las fases de construcción; y con la consulta popular y
la formación de líderes, es también un acto de pulso de fuerza para que el Estado recuperara el
territorio que desde varios años ya no controlaba. Es claro que su intervención tomo en cuenta
los principios de justicia, que hubo fuerte voluntad para hacer una obra a quién nadie le
apostaba, pero la Empresa Metro admite haber adelantado esos talleres para beneficiar de una
buena imagen y preservar su inversión. Presentó los talleres como Responsabilidad Social de
la Empresa, al igual que el Metrocable, para una población desfavorecida.
Así, el Metrocable nació como proyecto de responsabilidad social de una empresa, aunque
pública, lo que implica que no es un servicio público en el sentido de políticas públicas y que
fue una herramienta que iba a traer beneficios, sea directos, de abrir la clientela, o indirectos,
como de comunicación y de promoción técnica y de gestión de la Empresa. De hecho el
Metrocable linea K es rentable, está visitado, ha permitido a la Empresa Metro de tener
reconocimiento mundial y además de tener buena imagen en Medellín y con sus habitantes.
¡Es importante para una empresa tan endeudada! No significa que ese éxito totalmente
comprensible fuese la meta del proyecto. Subraya simplemente que hablar de Responsabilidad
Social de Empresa implica pensar como si fuese una empresa privada que hiciera acto de
filantropía y no una Alcaldía que decide hacerlo porque debe garantizar un derecho al
transporte y a los lugares claves de la ciudad.
Pero ¿puede que el Metrocable fuese una síntesis original tanto de la justicia social como de la
Responsabilidad Social de Empresa? Sí. El caso de Medellín es interesante porque propone un
discurso propio que se exhibe y se muestra en actos sociales en los territorios. No sale de la
nada. Renueva un discurso que se ha desarrollado desde el siglo XIX en esa ciudad industrial
y cafetera por parte de las elites. Las grandes familias empresariales se caracterizan por un
fuerte arraigo a la tierra de la región y a sus valores tradicionales, por una influencia de las
teorías del catolicismo social y por haber adelantado políticas paternalistas en sus empresas a
favor de sus obreros o empleados (Restrepo, 2009). Esa tradición de paternalismo industrial
ha seguido vigente en la esfera política ya que los representantes del pueblo suelen ser
miembros de esas familias. Se nota hasta en los textos de planeación en la formulación de las
políticas. Por ejemplo, en el plan de 2001 se puede leer “la mano amiga de la Alcaldía”,
referencia a la mano invisible (Alcaldía de Medellín, 2001, p.4), o en el plan de 2004, “La
cuarta Línea, Medellín Productiva, Competitiva y Solidaria, Hace referencia a la necesidad de
recuperar el espíritu emprendedor y la capacidad de generar riqueza con el trabajo productivo,
que es una impronta cultural de los Antioqueños. Pero en ese importante empeño es necesario
que la solidaridad y la equidad sean la marca de una economía que sea capaz de distribuir sus
beneficios entre el conjunto de su población.” (Consejo de Medellín, 2004, p.6) Así que para
el gobierno local, el Metrocable está en continuación directa de los ideales y de la historia
cultural y política de la ciudad. Lo mismo está en juego con la cultura Metro. La empresa
Metro mediante una campaña de comunicación pretende formar al ciudadano y enseñarle sus
valores, como dueños de una empresa del siglo XIX podían querer brindar una formación a
sus obreros para que vivieran una vida más conforme a la moral. Ese ideal moral se encuentra
con nuevos vestidos en el uso del discurso de justicia social y hasta de derecho a la ciudad.
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Conclusiones:
Nuestra reflexión ha cuidadosamente tratado de evitar mezclar esos dos niveles. Se puede
decir que el proyecto Metrocable y el PUI han sido actos de justicia espacial. Sin embargo, un
estudio de los impactos es necesario para saber si efectivamente se hizo justicia a la comuna
Nororiental, si han disminuido las desigualdades y las injusticias entre territorios. No se puede
pensar que el impacto fue tan uniforme como lo queremos creer ni tan integral como fue
pensado por el Estado (Leibler, 2010). Sin embargo, el impacto mayor sigue siendo el cambio
en las representaciones, en la auto estima y en las imágenes de esta zona al nivel de la ciudad,
de Medellín al nivel nacional y hasta internacional. Ese fenómeno resulta por parte de la
promoción masiva de los ideales de justicia social en el proyecto mediante una comunicación
política intensiva. Por haberse pensado y más que todo promocionado como obra de justicia
social, el Metrocable se ha convertido en el símbolo de una administración local exitosa y en
un modelo de gestión. Los habitantes tienen el sentimiento de haber sido escuchados y
tomados en cuenta. No sólo se valoraron las casas sino también el orgullo de pertenecer a los
barrios de la zona del Metrocable. Una habitante del barrio Popular decía “Ya no nos ven tan
Populareños” insistiendo en la transformación y la reducción del estigma y el sentimiento de
inclusión. Esa expresión es el logro más importante del Metrocable y es producto de los
discursos de justicia.
En fin, podemos concluir que el proyecto Metrocable nos permite repensar el uso del marco
conceptual de la justicia para pensar y hacer la ciudad. Creo que no podemos caer en la
trampa de una correlación muy de moda que consiste en presentar la integración con todas sus
connotaciones de control social y territorial como un equivalente de la justicia social o
espacial como algunas administraciones lo intentan. El geógrafo no puede asumir sin
cuestionar una relación directa entre justicia social e inclusión o integración y desarrollo. Se
trata de poner los discursos en su lugar, como expresión de un poder social y político. El
geógrafo no puede olvidarse de su deber crítico.
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