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Washington Ante La Cólera Del Pueblo Tunecino
Washington Ante La Cólera Del Pueblo Tunecino
Washington Ante La Cólera Del Pueblo Tunecino
A las grandes potencias no les agradan los acontecimientos políticos que no pueden
controlar y que obstaculizan sus planes. Los acontecimientos que han venido
conmocionando Túnez desde hace un mes no son ajenos a esa regla. Todo lo contrario.
Resulta entonces bastante sorprendente que los grandes medios internacionales de difusión,
fieles aliados del sistema de dominación mundial, se entusiasmen de pronto por la
"revolución de jazmín" y que publiquen investigaciones y reportajes sobre la fortuna de la
familia Ben Ali, a la que anteriormente no prestaban atención a pesar de su escandaloso
tren de vida.
Lo que sucede es que los occidentales están tratando de recuperar terreno en una situación
que se les fue de las manos y en la que ahora quieren insertarse describiéndola según sus
propios deseos.
Primero que todo, es importante recordar que el régimen de Ben Ali gozaba del apoyo de
Estados Unidos y de Israel, de Francia y de Italia.
Considerado por Washington como un Estado de importancia menor, Túnez estaba siendo
más utilizado en materia de seguridad que en el plano económico.
Según informaciones recientes, Italia y Argelia parecen haber estado vinculadas a aquella
toma del poder [1].
Desde su llegada misma al Palacio de la República, Ben Ali establece una Comisión Militar
Conjunta con el Pentágono que se reúne anualmente, en mayo.
Los puertos de Bizerta, Sfax, Susa y Túnez se abren a los navíos de la OTAN y, en 2004, la
República de Túnez se inserta en el "Dialogo mediterráneo" de la alianza atlántica.
La revuelta
En Washington se dan cuenta de que "nuestro agente Ben Ali" ha perdido el control de la
situación. En el Consejo de Seguridad Nacional, Jeffrey Feltman [3] y Colin Kahl [4]
consideran que es hora de deshacerse del dictador ya desgastado y de organizar la sucesión
antes de que la insurrección se convierta en una verdadera revolución, o sea antes de que
ponga en tela de juicio el sistema.
Todo con tal de evitar el debate sobre las razones que llevaron a Washington a poner a Ben
Ali en el poder hace 23 años y a protegerlo mientras se apoderaba de la economía nacional.
La insurrección
En Washington y Tel Aviv, en París y en Roma, sus antiguos amigos le niegan el asilo. Va
a parar a Riyadh (capital de Arabia Saudita), no sin haberse llevado consigo 1,5 toneladas
de oro robado del Tesoro público tunecino.
La expresión "Jasmine Revolution" deja un sabor amargo a los tunecinos más viejos: es
precisamente la que utilizó la CIA durante el golpe de Estado de 1987 que puso a Ben Ali
en el poder.
La prensa occidental -sobre la cual el Imperio ejerce ahora más control que sobre la
tunecina- descubre entonces la fortuna mal habida de la familia Ben Ali, que hasta ahora
había ignorado. Se olvida, sin embargo, del visto bueno que el director del FMI, Dominique
Strauss-Kahn, le había dado a los funcionarios del régimen pocos meses después de los
motines que protagonizó la población hambrienta [8].
También se olvida del último informe de Transparency International que afirmaba que en
Túnez había menos corrupción que en varios Estados de la Unión Europea, como Italia,
Rumania y Grecia [9].
Mientras tanto, se desvanecen los grupos armados del régimen, que habían sembrado el
terror entre los civiles durante los disturbios y los llevaron incluso a organizarse en comités
de autodefensa.
Además de los inamovibles miembros del RCD, se mantienen los dispositivos mediáticos y
varios agentes de la CIA. Por obra y gracia del productor Tarak Ben Ammar (el gran jefe de
Nessma TV), la realizadora Moufida Tlati se convierte en ministra de Cultura. Menos
implicado en el negocio del espectáculo, pero más significativo, Ahmed Nejib Chebbi,
peón de la National Endowment for Democracy (NED), se convierte en ministro de
Desarrollo Regional y el oscuro Slim Amanou, un bloguero conocedor de los métodos del
Albert Einstein Institute, se transforma en ministro de Juventud y Deportes a nombre del
fantasmagórico Partido Pirata, vinculado al autoproclamado grupo Anonymous.
Los tunecinos se sublevan nuevamente, ampliando por su propia cuenta la consigna que se
les había inculcado: "¡RCD, lárgate!". En comunas y empresas, ellos mismos expulsan a los
colaboradores del régimen derrocado. ¿Hacia la revolución?