Professional Documents
Culture Documents
Julio Acerete, Las Más Bellas Cóleras de Mirbeau Bajo El Cielo de Normandía
Julio Acerete, Las Más Bellas Cóleras de Mirbeau Bajo El Cielo de Normandía
Julio Acerete, Las Más Bellas Cóleras de Mirbeau Bajo El Cielo de Normandía
En el siglo XVIII, los más grandes literatos franceses eran también los
más destacados ideólogos, pero esta concordancia dejaría de producirse durante
el siglo siguiente : la influencia política de la Revolución francesa hizo que los
hombres cultos de aquel tiempo fuesen antes que nada pensadores y, sobre todo
oradores y polemistas. A esta tradición francesa del intelectual — escritor o no
— como polemista es a la que pertenece Octave Mirbeau. El polemista es
esencialmente un individualista, como subraya el enunciado kantiano de que el
uso polémico de la razón es la defensa de las expresiones subjetivas en contra de
toda clase de negaciones dogmáticas. La negación de la negación es, en este
sentido, la base de un cierto radicalismo por el que se define no una posición
intransigente contra tal o cual cosa, sino más bien la actitud de someter a
revisión, o de negar, todo lo que sea una afirmación constituida.
Jules Lemaître dijo del autor del Diario de una camarera que poseía «
una gran imaginación trágicoburlesca para expresarse bajo la forma de las
más bellas cóleras ». En efecto, el estilo de Mirbeau denota mucho más un
sentimiento que una actitud. Obsérvese, por ejemplo, la textura de una frase
como la siguiente : « Un burgués ha muerto. Ignoramos su nombre, pero ¿qué
importa ? ¡ Conocemos su alma ! Señores, era un venerable burgués, obeso,
rubicundo y que se sentía feliz... ¡ Su vientre era la envidia de los pobres ! » Es
la forma de expresión casi incivil, propia de un orgullo muy seguro de sí mismo,
pero que, a la vez, no puede ocultar una especie de vaga generosidad. La misma
impresión se tiene al leer un texto tan insólito como la célebre « Oda al cólera »,
en la que Mirbeau daba la bienvenida a la peste que acababa de presentarse en
París. El autor suplica a la peste que, puesta a eliminar gente; elimine a
determinadas personas, cuyos nombres cita y explica, además, las causas por las
que él creía que no debían seguir vivas. La vehemencia es el denominador
común de las « bellas cóleras » de Mirbeau, tanto cuando escribe Sebastien
Roch, su novela contra los jesuitas, como cuando se muestra acérrimo defensor
de Dreyfus, cuando deja de ser anarquista a causa del asesinato de Carnot o
cuando escribe sus personales críticas sobre arte... De hecho se explica muy bien
que Mirbeau fuese una de las más características y relevantes personalidades del
mundo periodístico y literario de París en los años de tránsito del siglo XIX al
XX. Georges Bataille, al citar el caso clínico de un joven francés de treinta años
que, el 11 de diciembre de 1923, se automutiló su dedo índice izquierdo en el
bulevar Ménilmontant, precisa que dicho joven, « además de su oficio de
diseñador de bordados, ejercía en sus horas libres el de pintor ; de él se sabía
también que había leído ensayos del crítico de arte Mirbeau y que entre sus
inquietudes figuraban temas como los de la mística hindú y la filosofía de
Nietzsche ».
Estos detalles, entre muchos otros, nos hacen pensar que Diario de una
camarera es una novela fechada políticamente con una gran precisión, lo cual
no es obstáculo para que, al mismo tiempo, sea algunas cosas más. Su tono
general no es, en realidad, el de una narración ideológica, por así decirlo, sino
más bien el de una « bella y encolerizada » sátira de costumbres..., cuando no
el de una « distanciada y panorámica » descripción de la burguesía. Un
determinado pesimismo corrosivo, la atrocidad naturalista y el marcado trazo
satírico con que Mirbeau nos presenta su Diario, no nos permite limitarnos a la
simple perceptiva del « drama de ideas ». El cuadro que nos describe es
demasiado lúcido, y los retratos de sus personajes demasiado perfilados incluso
dentro de un deliberado esquematismo psicológico, cómo para que el lector no
cobre una cierta impresión de universalidad. Ciertamente que ni a Rabelais ni
a Brecht les « sentaría demasiado bien » este desenfadado relato de las
peripecias de una muchacha de servicio, pero también cabe pensar que, al
menos parcialmente, es muy posible que no renegaran de él ninguno de los dos.
JULIO C. ACERETE