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6 Ocio y sociabilidad: la lectura en voz alta en la Europa moderna [*] Enos sigios XVI y XV, en Europa eccidemal, la lectura se con- vierte, para las elites Ietradas, en el acto por exvelencia del ocio énti- mo, secreto, privido, Existen abundantes testigos que describen ese placer de retirarse del mundo, de apartarse de los asuntos de La ciudad, abrigdndose en cl silencie de la seledad. Asi Montaigne, encerrado en su “librerfa’’, lejos de las preocupaciones puiblicas y de la sociabilidad familiar: Aqui est4 mi residencia. Aqui trato de obtener la dominacién pu- ra y de apartar ese rincén nico de la comunidad conyugal, filial y civil. [1] Asf Préspero, quien prefirié el scercto de su despacho a la gloria del gobicmo: ‘Yo, pobre hombre, mi biblioteca era dueado suficiente. [2] Asf también Séneca de ‘Tristin L’Hermite, quien implora al emperador que le deje ir a reunirse con sus libros: * Eslc texto que uliliza algunos de los materiales presentatos en el simposio Forms of Play in the Early Modern Period, Nevasto a cabo en abvil de 1984 en la Universidad de Maryland, en el College Park, fue ultimado en un seminario que ¢icté en la Newberry Library de Chicago en 1985. ‘Agradezco a locos aquellos que-en esta ecasidn me brinlaron sus opiniones y cxttieas, en particular, Barry Wind que me setialé el cuadro de Ludetph de Jongh. Permitidme, despucs de haber servido a un amo tan digno que vaya @ pasar unos dfas al campo, Donde Iejos del murmuro y de las prisas, pueda dedicarme a mis libros dulcemente. [3] ‘Tanto en estos lextos, come en muchos otsos, el comercio de! li _bro ticne los mismos rasgos: s¢ aleja de la ciudad, del poder, de la multitud (la “prisa” dice Séneca, la “urgencia” eSeribe Montaigne). En las representaciones y en las pricticas sociales, el acto de lectura defi- ne una conseiencia nueva de la individualidad y de to privado, cons inaida fuera de la esfera de la autoridad publica y/del poder politico, fuera también de los multiples lazos que constituyen la vida social domestica, Sin embargo, leer en los siglos XVE y XVII no es siempre ni en todos lados un gesto de una intimidad en reclusin. La Lectura pucde también crear un Lazo social, reunir alrededor de un libro, cimentar una relacién de convivencia pero bajo la condicida de no ser ni solita~ rio ni silencioso. En una época donde, por la menos en las clites, generaliza una aptitud a Ja Iectura que no exige ya la oralizacion del texte lefdo para asegurar su comprensién, [4] la lectura en vor alta ya no ¢s una Necesidad para ¢! lector sino una préctica de sociabilidad, en cunstancias y finalidades milliples. Estas son aquellas que este en- sayo quereia identificar, a partir de una primera compilacién de textos ode imagenes, * En primer lugar, la leclura en vor alta hecha per un lector orali- zador para una asambica de auditores reunides a su alrededor, esti di da por algunos textos de ficcién como un modo ordinario de su circ lacién, Como es el caso de La Celestina, esta tragicomedia creada por Femando de Rojas y publicada por primera vez en Burgos en 1499. En la edicion de Toledo de 1500, el “carrector de impresién” agrega in fine un pocma de sictc estrofas, que indica bajo cl thule: Dice el snodo que se ha de tener leyendo esta tragicomedia, como debe leerse el texto, El lector al cual esta dirigido, debe leer en voz alta, y los ‘cumple que sepas hablar entre dientes”), ¥: apantados gnire dientes (' riar el tono (leeré 122, A veces con gozo, esperanra y pasion A veces airado, con gran turbacién), encamando en forma sucesiva todos los persona} (Pregunia y respande por boca de todos Liorado y riendo en tiempo y saz6n.) [5] Al mevilizar asf “mil aries y modos", su lectura caulivard a aquellos que la escuchen: “los dyentes”. AL igual que las comedias la- tinas humanistas, La Celestina fue escrita pari,una lectura oralizada y teatralizada, pero una Iectura a una sela voz, destinada a un auditorie restringido y selecto, Un prologo que aparece en la edicidn de 1507 de Zaragoza (o tal vez, cinco afios antes en una ediciGn sevillana hoy perdida) esboza el lamane y naturaleza de este auditerio, Al hacer alu- sién a los juicios contradictorios Sabre la obra (“unos devian que era prolixa, otros breve, otras agradable, otras escura”), €l autor justifies esta diversidad de opinién relaciondndola con las cireunstancias mis- amas de su lectura: Asf que cuando dicz personas se juntaren a oir esta comedia, en quien quepa esta diferencia de condiciones, como suele acaecer, {quién negaré que haya contienda en cosa que de tantas man s¢ entienda? |G] Diez oyentes reunidos en forma yoluntaria alrededor de un lec- tor: ef libro se encuentra aquf en media de una soeiabilidad Jetrada y amistosa, mundana y cultivada, donde la unidad de fa relacién con el Lexlo, lefdo por uno, escuchade por otres, no borra la pluralidad de. sus posibles comprensiones En el Guijote, Cervantes juega de diversas maneras con el moti- vo de la lectura en voz alta y su corolario, la escucha del texto lefdo, En primer lugar, supone que el libre podrd ser el objeto de tal Lectura, a instancias de la Celestina. Es asf come el capitulo LXVI de la Sepun- da Parte se titula; Que trata de do que vera el que fo leyere, o lo etra el gue to escuchare icer. Lecese a si mismo en una relacién directa con el texto, 0 bien escucharla leer, aprovechando la mediacién de la palabra: éstas son las dos lecturas implicitas que pestula Cervantes para su novela. La segunda aparece varias veces cn escena en el mis- Me texto, Por cjemplo, en cl capftulo XXXII de la Primera Parte, se en- 123 cuentran representadas dos lecturas en voz alta. La primera, corres- ponde a la lectura de los libros de caballerfa que realiza un segador a sus Compafieros reunidos asf como a la familia del hotelero Juan Palo- meque. Este declara en efecto: Porque cuando es tiempo de la siega, se recogen aqui, las fiestas, muchos segadores, y siempre hay algunos que saben leer, et cual coge uno desios libros en las manos y rodedmos dél més de trein- ta y cst4mosle escuchando con tanto gusto, que nos quita mil ca- nas. [7) Reunidos alrededor de Don Cirongilie de Tracia o de Felixmarte de Hircania, 0 de la Historia del Gran Capitdn Gonzalo Herndndez de Cérdoba, los campesinos a la hora del descanso, el hotelero, su hi- ja y Maritomes escuchan leer sin cansarse nunca, cada uno tumiando sus propios pensamientos. “Querria estar oyéndoles noches y dfas”, declara el hotelero, Mas adelante en el capitulo, otro lector propone otra lectura: acosade por Cardenio y Dorotea, el barbero y Sancho, el cura acepla leer La Novela del Curioso Impertinence, un texto “de ocho plicgos escritos de mano” encontrado entre los libros y manus- critos preciosamente guardados en un viejo bal por el hotelero, Des- pués de que cl cura declara: “Pues asf es, esténme todos atentos; que la novela comienza desta manera”, el lector es como invitado a unirse ala pequefia compafifa que eseucha la aventura del “curioso imperti- nente” y a “escuchar” en su lectura silenciosa la palabra lectora. [8] Al utilizar este procedimicnto, que no es propio de ¢l, Cervantes re- crea en la ficcién, para el lector solitario, las circunstancias de una re jaci6n totalmente diferente con cl texto, como si la Lectura en el émbi- to privado no debiera borrar la costumbre del texto compartide en co- min. Representado o postulado como una de sus lecturas implicitas Por Ciertos textos literarios, leer en voz alta (y escuchar leer) es una prictica frecuente de las sociedades del Antiguo Regimen. En clla pueden entremezclarse ocio y amistad. Los recuerdos de un noble nor- tando, Henri de Campion, comprometide en cl partide de las armas, primero como abanderado, luego come teniente en el regimiento de Normand{a, dan testimonio de cllo. Entre 1635 y 1642, estd en el ci¢r- cito, a menudo en el campo. Los libros ocupan sus momentos de des- canso, pero su comercio, muy a menudo, no es solitario: 124. Durante ese descanso, tenfa mis libros que formaban parte de la carga de mi carreta y de los cuales me ocupaba bastante seguido, ya sea solo o, la mayorfa de las veces, acompaiado de mis tres amigos, hombres espirimales y muy cstudiosos. [9] A saber: ol caballero de Sévigné, “hombre de espirim estudiaso, que tenia mucha lectura”, Le Breuil-Marcillac, que habla estudiado hasta los veintiocho afios, pues sus padres lo habian destinado a la iglesia” y d’Almivar, su “amigo intimo”. Entre los cuatro amigos, el libro lei- do, escuchado, discutido, teje un laze social fucrie y duradero: Esos eran los tres hombres con quienes pasaba mis ratos de ocio. Después de haber razonado juntos los temas que se presentaban, sin ninguna discusidn agria ni ganas de lucirse en detrimento unos de otros, 1ino de nasotres lefa en vo2 alla algtin bucn libro, del cual cxaminaébamos los ms bellos pasajes, para aprender a vivir bien y a morir bien, segin la moral, que era nuestro princi- pal tema de estudio, Muchos disfrutaban escuchando nuestras conferencias, que les eran titiles, segtin creo, puesto que nada se decfa que no estuviera relacionado con Ja virud, Desde entonces, nunca encontré una sociedad tan cémoda y tan razonable: ésta dur6 los sictc afios que servi en el regimiento de Normandfa [10] El ticmpo del ocio militar conoce asf diversos modos de Jectura y de relacién con el libro que definen précticas relacionadas y saciabi- lidades encartonadas: la lectura individual alimenta el estudio y lame- ditacion personales, la que se hace cn voz alta Sugiere el comentario, la critica, el debate, y esas conferencias entre amigos, frecuentes e in- formales, pueden atraer a otros oyentes, mudos, instruides por la es- cucha de los textos lefdos o los argumentos intercambiados Seguin Henri de Campion, el libro, con el Juego, cs el pasaliempo corriente de los oficiales de campafia y, como él, Promete acuerdos que no son los de la soledad ni de la multitud. Leido en voz alta, Por uno u otro, significa y refuerza a la vez el compromiso de amistad. Las pequefias sociedades tan “cémodas” y “tazonables” como la descrita por Henri de Campion existen también en la ciudad. Entre los siglos XVI y XVII, se constituyen las diversas formas de sociabilidad intelectual alrededor del texto lefdo en vor alta y del libro hojeado y discutido: aquella del salén, aquella mejor reglamentada de la acade- mia, 0 aquella de la visita inopinada, La Francia del siglo XVI atesti- gua la multiplicacidn de estas “compafifas” letradas reunidas alrede- dor de una palabra Icida. La lectura puede ser crudita, y dar a entender las rmemorias propuestas por cada uno de los micmbros del cendculo docto a su turno (lo mismo sucede en Parfs, antes de 1a fundacién de Ja Academia Francesa cn 1635, en los ¢irculos reunidos alrededor del Padre Mersennc, de Habert de Montmort o de Valentin Conrart), ya sca conferencias destinadas a un piblico numeroso, hecha de oyentes que no todos son posibles autores (como en el Bureau d'Adresse insti: tuido por Théophraste Renaudat). Siendo ficles a la prictica de las academias de fines del siglo XVI (la Academia de poesia y de misica de Baéf y Courville y la Academia del Palacio), estas lecturas hechas ame un auditorio elegido, a menudo cimentado por una complicidad amistosa y erudita, se convertirdn en la forma corriente de las contri- Duciones exigidas de cada uno de sus miembros por las academias p fisinas, y luego provinciales, [11] Escuchar leer es la actividad esen- cial de estas cultas reuniones donde el debate s6lo comienza después de la lectura de un discurso. Ciertamente, es grande la diferencia entre Jas academias oficiales, dotadas de tinulos patentados y de status apre- miantes, y las compafifas mds pequefias y mas libres (aunque se lla- maran a sf mismas “academias”) que les han precedido, como por ejemplo la pintada por Le Nain (Museo del Louvre) donde siete afi- cionados estan reunidos alrededor de los libros y del latid, de Ja musi- ca y de los conocimicntos, 0 Ja lionesa, descrita en el 1700 por el abo- gado Brossette en una carta a su amigo Boileau: El lugar donde las tenemos (nuestras reuniones) es el gabinete de uno de nuestros académicos: allf estamos cn medio de cinco a seis mil yohimenes que componen una biblioteca tan elegida co- mo numerosa. He aguf un socorro muy a la mano y muy agrada- ble para las conferencias eruditas. [12] Sin embargo, de una a otra forma, sigue siendo una misma pré tica, que puede ser definida como la academia en todas sus variacio- nes! la lectura en voz alta y su escucha. Es también el alimento de la vida de salén, como veremos en dos representaciones, La primera es literaria y parddica y ocupa las tres primeras escenas del Acto III de las Femunes Savantes. La lectura en voz alta de los pocmas recientes define aquf (de manera cémica) la sociabilidad letrada. La asamblea es ante toda un auditerio (“Demos rapido audiencia”, declara Philaminte), impaciente por escuchar y co- mentar el soneto y luego el epigrama de Trissotin, y listo luego. para escuchar los “pequefios versos”’ de Vadius, La matriz de la escena esta dada por dos practicas que suponen la lectura en voz. alta: por un lado, las lecturas realizadas por los mismos autores, estigmatizadas por Va- dius, ineonsciemte de su propio ridiculo (El defecto de los autores en sus producciones es liranizar las cofiversaciones, Estar en ¢] Palacio, en las Cortes, en las callejuelas yen las mesas, De sus versos fatigosos lectores infatigables): [13] Por otro lado, las leeturas del salén, como aquella donde Vadius escu- ché cl soneto de Trissotin: {Tiene usted un cierto soneto pequefio sobre la fiebre de la Princesa Uranie? Sf, ayer me Jo leyeron en una companifa. [14] De una compalifa parecida, Jean-Frangois de Troy dio, cincuenta afios mds tarde, una representacién pictérica y seria {coleccién Mar- chioness of Cholmondeley), En un salén rococé, a las tres y media de la tarde segiin el péndulo, cinco mujeres ¥ dos hombres, cémodamen- te instalados en sillones muy bajos, con forma de polirona, escuchar la Iectura que hace uno de ellos, con libro en mano. La compafifa estd apartada del mundo por la puerta cerrada, por el biombo desplegado, ¥ se retine alrededor de 1a palabra lectora. El titulo del cuadro indica cual es el autor que retienc la atencidn de esta forma ¥ alimenta los Pensamicntos de cada uno, en ese instante de lecrura imtermmpida y Sorprendida: se trata de Moliére. En ciertas ocasiones, leer en voz alla para los anfitriones de uno puede considerarse como un presente que realiza el visitante. Laurent Dugas, un liongs notable, presidente de la Corte des Monnaies de la ciudad, da tcstimonio de ello en su orrespondencia, En 1733, M. de Ta Font, un hidalgo de la reina, recibi6 un ejemplar con dedicatoria del nuevo libro de Voltaire. De inmediato va a visitar a sus amigos Dugas: El sefor de la Font legs y me dijo que crefa que a mi me hubiese gustado escuchar la lectura de una nueva obra de Voltaire titulada Le Temple di Gots: y que si me parecta bien, esperariamos a mi hijo que habia partido hacia Brignais por la mafiana y volveria a 127 Ta noche. Llegd media hora més tarde y fue él el Ieetor; Ia Iectura duré una buena hora y media, mi mujer que lego cerca de las siete s6lo escuchs la tres cuartas partes. Laurent Dugas escucha una Segunda lectra del texio, unas dias mas tarde en la Academia Escuché por scgunda vez la lectura de esta obra en la Academia y Jo hice con placer |. ] El abate Tricaut que tenia que hablar uu se extendi6 mucho y tuyimes el tiempo de Ieer Le Temple du Gots, Pero no lefmes las notas que puso el autor a pie de pagina, de las Cuales algunas son muy curiosas. [15] Descoso de compartir su acuerdo, Dugas proyecta una tercera Jectura del libro, en Compara de su amigo Boutu de Saint-Fonds, que vive en Ville-franche-sur-Sadne, a quien dirige su carta, Para ello, le pidi6 al sefior de la Font que le prestara cl libro el dia que Bott visi- tarfa Lyon. Y a este dltimo, declaré Siento qué me gustarfa relecrlo con usted [16] Sin embargo, la lectura en voz alta no siempre se practica entre gente que se conoce y se frecuenta. Con ocasidén de un viaje, ella pue- de establecer un lazo temporal entre compaficros de viaje. El 26 de mayo de 1668, Samucl Pepys regresa de Cambridge a Londres con Tom, su joven servidor: Nos levantamos a las 4; cuando estuvimos listes y comidos, nos Hamaron al coche: salimos alrededor de las 6. Habia un hombre y dos mujeres en un grupo, gente corriente, y una dama sola no muy bella pero sf de exceleme conversacién. Me agradé mucho charlar con ella y le hice Icer en voz alta del libro que estaba Ic- yendo en el coche, que era las Meditaciones del Rey; y el mucha- cho y yo cantamos. [17] La lectura escuchada en forma colectiva (én este casa las medi- laciones y plegarias del rey Carlos Primero antes de su ejecucién) ci- Menta, junto con fa conversacién y el canto, una comunidad effmera, que permanece andnima y toma asi mas agradable la convivencia for- zada del viaje, Las iniciativas sociables de Pepys parecen producir su 128, efecto, pues sefiala: Cenamos todas juntos y nos divertimas. [18] La lectura del viaje. Tambicn la lectura de la taberna. En um cua- dro fechado en 1657, un pintor holandés, Ludolf de Jongh, pone en escena esta lectura (Mittelrheinisches Landesmuseum, Mayence). En un hotel, un hombre, que lleva una trompeta colgada del hombro, lee a ines oyentes: un anciano sentado frente a él lo escucha con atencién, una joven apoyada sobre el respaldo de La silla donde esta instalado el anciano y otro hombre que tiene Ta mirada clavada en el lector. Este, sin duda un pregoncro, lee lo que parece ser una carta. La actitud de Jos tres oyenies, ubsortos en la lectura, inclinados para no perderse na- da de la palabra lefda, como si hicieran un gran esfuerzo para com- prender, indica sin duda que la lectura en voz alta cs hecha cn este ca- $0 por aquél que sabe leer a quienes no saben. El pintor nos leva en- fonees a interrogamos sobre los mamentas y los lugares de estas lec- _turas mediatizadas, donde la palabra de otro es una condicién obliga- Ue pueda instituirse una relacidn con lo escrito. La velada campesina fue aaniénudo considerada como una de los momentos privilegiados de este tipo de, lectura, permitiendo asi a los 8 analfabetos del campo escuchar los libfos populares. Sin ombargo, c3- te diagndéstico parece haber cOnfundido dos précticas muy diferentes la lectura en voz alta, que implica la presencia de lo escrito 0 lo im- preso, y el recitado de cuentos 0 historias conocidos de memoria. Si esta segunda prdctica esta bien catalogada como una de las costum- bres de las veladas, la primera, por el contrario, no lo esta. En los Pro- pos Rustiques de Maistre Léon Ladulfi, Nowl du Fail pone en escena una velada en casa de Robin Chevel, un trabajador: Con gusto después de la cena, con el vientre hinchade come un lambor, saciado como Pataull, con la espalda al fuego, tallando cl cdfiamo o reparando las botas para llevarlas ala moda (puesto que a todas las modas se plegaba el hombre de bien), cantando melo- diosamente, como honestamente sabfa hacerlo, alguna nuewa can- cidn, Jouanne, su mujer, al otro lado que hilaba le respondfa de la misma manera. El resto de la familla, trabajando cada uno en su oficio, algunos arreglando las correas de su mayal, otros haciendo dientes de rastrillo, quemando gavilla para ligar ¢l eje de 1a carre- ta, roto por sobrecarga, 0 fabricando una vara de latiga. Y asf ocu- 129 pados en diversas tareas, el bueno de Robin (despuds de imponer silencio) comenzaba un bello cuento de la época en que los ani- males hablaban (hacia dos horas): cdmo el zormo le robaba pesca- do a los pescadores; ¢6mo hace que las Lavanderas le peguen al Lobo, cuando aprende a i, c6mo el Perro y el Gato iban bien Iejos; de la comeja cuando piende el queso al cantar; de Mélusine; del Lobo Garou (cl coco); de las Hadas y cémo hablaba con ellas familiarmente, y de cuando las veia bailar cerca de la fuente del Serbal, al son de una bella gaita cubierta de cuero rojo. [19] Es evidente que Robin no sabe leer pero cuenta historias y cuen- tos que pertenccen a la tradicién oral. Algunos de ellos, si no todos, ya fueron objeto de una o varias versiones impresas, que Robin bien pudo haber lefdo tanto a su mujer y a su familia en ocasidn de la vela- da, pero que recita de memoria, sin ningiin libro: Si alguno o alguna se dormia de casualidad, como suceden las cosas cuando ¢1 cuenta sus cuentos (de los que algunos fui oyente en varias ocasiones), el Sefior Robin tomaba una agramiza encen- dida en un extremo y soplaba por el otro en la nariz de aquel que dorm{a, haciéndonos gestos con la mano para que no lo despertd- ramos. Entonces deefa: “Tanto que me cosié aprenderlos y me estoy rompiendo la cabeza para que no me escuchen!” [20] Cervantes, en la Primera Parte de Don Quijote, evoca también estos cuentos 0 historias de las veladas (las consejas), conocidos de memoria y contados segtin formas tradicionales. A don Quijote, que le pide que le cuente algiin cuento, Sancho responde: Yo me esforzaré a decir una historia que, sila acierto a contar y no me van a la mano, es la mejor de las historias; y estéme vuestra merced atento, que ya comicnzo, Erase que se era, el bien que vi- niere para todos sea, y el mal, para quien la fucre a buscar... [21] En su relato, Sancho multiplica digresiones y repeticiones, estri- billos y paréntesis, lo que irrita a su sefior Si desa maniera cuentas tu cuento, Sancho —dijo don Quijote—, repiticndo dos veces lo que va diciendo, no acabards en dos dias; dilo seguidamente, y cuéntalo como hombre de cntendimiento, y 130 si no, no digas nada. —De la misma manera que yo lo cucnto — respondié Sancho— se cuentan en mi tierra todas las consejas, y yo no sé contarlo de otra, ni ¢s bien que vuestra merced me pida que haga usos nuevos. (22] A través de la ficvién, Cervantes Caracttriza una cultura de la re- citacidn oral, ala vez fija y libre’ esponténeal y codilicada, apoyada sobre maneras de decir muy disfintas de las thaneras de leer que im- plica el texto escrito. Asf introduge a las prééticas de las veladas don- de el cucnto tiene su lugar pero no, atparecer, la lectura en voz alta. For lo menos, es lo que ensefian los textos eclesidsticos, los esta- vtutos sinodales y ordenanzas episcopales, que condenan las veladas. Estas siempre son descritas como reuniones donde sc canta y baila, donde se trabaja y se juega, donde los muchachos se encuentran con Jas muchachas, pero nunca como lugares de lectura, ya sea en voz alta © silenciosa, 0 con ¢l eserite presente, mediatizado por medio de un Iector que lo oraliza, Es una cultura de la recilacién, del telato o del cuento, donde aquellos que saben leer memorizan los textos leidos pa- ra luego conrarlos, ¥ asi hacerlos parecidos a los transmitidos por la tradicién oral. Como prueba de ello, las Mémoires de Valentin Jame- rey Duval, nacido en 1695 cerca de Tonnerre y que luego de una in- fancia fugaz y vagabunda se convierte en pastor en un pueblo de Lo- rraine a principios del siglo XVIII, Clézantaine cerca de Epinal. Allf aprende a leer y devora las “bibliotecas de la villa’ Hojeaba todos los autores y pronto, gracias a mi memoria y a un. poco de discernimiento, pude relatar las maravillosas proezas de_ Ricardo sin temor, de Roberto el diablo, de Valentin y Orson y de. los cuatro hijos Aimon, [23] que son cuatro novelas de caballeria publicadas por los editores de li- bros populares. Para agradecer a aqucllos que le ensefiaron a leer, Ja- merey Duval les recita, teatralmente, los mejores pasajes de sus re- cientes kecturas: Invitaba a los jévenes de los cuales habia sido disc{pulo a recibir el cambio de sus instrucciones y, montando sobre una tribuna, les recitaba con ese énfasis que caracteriza ademds de la ignorancia, los mejores rasgos de Jean de Paris, de Pierre de Provence y de la maravillosa Mélusine [24] 131 A / otros tres tftulos de la Biblioteca Azul. “Relatar’, “recitar”: cl vocabu- lario indica claramente que no se trata de una lectura en voz alta sino de la recitacién de textes conocidos de memoria y contados como cuentos, Es como si leer en voz alta (que supone Ja presencia del texto lefdo y escuchado) cra una Practica mAs ciudadana que rural, ordinana y (ura a donde to impreso-es-familiar, incluso para a llos que no pueden descifrarlo, pero excepcional en las de los campos ‘donde él libro fuc uh objeto Faro durante mucho tiempo y los segado- res no tienen la misma suerte que aquellos que sc se divierten con las tres obras cclosamente guardadas por Juan Palomeque, el hotelero del Quijote. Aunque no sea una practica ordinaria de la velada comunitaria, Ja lectura en vor alta est4 bien atestiguada cn algunas intimidades [a- miliares. En primer lugar, puede ser la lectura de uno a otro. El sir- viente lee para el amo: como en el caso de Pepys quien a menudo Ie pide a su valet que le lea algun texto, y esto antes incluso de que se vicra afectada su vista. 22 de setiembre, 1660: “A la cama, todavfa no del todo repuesto de la bebida de la noche anterior, Hice que su hermana Ie ensciia- ra al muchacho a acostarme y Io of leer, cosa que hace bastante bien’; [25] 9 de setiembre, 1666, luego del gran incendio que lo eblig6 a abandonar su casa: “Luego de llevar a Sir W. Penn ala cama, hice que Tom le leyera hasta dormirme”, [26] La misma lectura doméstica cl dfa de Navidad de 1668: Luego a casa y a cenar solo con mi csposa quien, pobrecita, per- maneci6 desvestida hasta las diez de la noche, mientras arreglaba y alaba una enagua negra. Yo me quedé junto a ella c hice que el muchacho me Ieyera Ta vida de Julie Cesar y ol libro de mdsica de Des Cartes; este ilume no lo entendi y creo que tampoco lo hizo quien lo escribid, a pesar de ser un hombre muy cult. [27] Pero también se lee entre esposos, cn un acto de reciprocidad conyugal. El 22 de diciembre de 1667, la mujer de Samuel Pepys su- fre una fluxién en la mejilla y debe hacer reposo: Después de cenar, volvi a subir a ver a mi esposa, que todavia 132 _——__ siente gran dolor en el diente y 1a mejilla: y alli [...] pas¢ gran pane de la tarde y la noche Ieyendo y hablando para hacerle com- pafifa, y luego a cenar y ala cama. [28] ‘Tres dias después, el dia de Navidad, es el umno de su mujer pa- ra leer: Toda la tarde en casa, mi esposa me leyé la historia del Viajante del sefior Mompesson, que es una extrafia historia de espiritus, pero que vale la pena leerla. [29] ‘Lectura también de sobrina a tio, como da testimonio de ello Te- resa de Avila Estaba en el camino un hermano de mi padre, muy avisado y de grandes virtudes, viudo [...| su ejereicio eran buenos libros de ro- mance y su hablar era lo mas ordinario de Dios y de la vanidad del mundo: hacfame le leyese, y aunque no era amiga de ellos, mostraba que sf, [301 O lectura entre padre ¢ hijo, como lo cuenta Dugas, el lionés en sus cartas: “Pasaba bastante tiempo con mi hije leyendo del griego y algu- nas odas de Horacio" (22 de julio, 1718); “Ico con mi hijo mayor el Traité des Lois, de Ciceron y de Satluste, con el segundo” (14 de setiembre, 1719), “es la noche que juego al ajedrez con mi hi- jo. Comenzamos leyendo un buen libro, es decir, un libro de dad, durante una media hora (19 de diciembre de 1732). [31] Leer en voz alta para otro 0 con otro cs una practica que puede darse por multiples relaciones: el servicio debido al amo, ¢] inteream- bio conyugal, la obediencia filial, la educacién patemna, Ya sea orde- nada 0 espontanea, la lectura en voz alta es uno de los deberes (y ave- ces, uno de los placcres) relacionados con el lazo doméstico y fami- liar. En todo caso, perpetda una relacién con el libra ofdo que inscribe lo impreso dentro de una cultura de la palabra y sitda Ja lectura, no co- mo un tiempo privilegiado del retiro solitario sino la cxpresién misma de la relacién con otro, en sus diversas formas. Pero 1a lectura doméstica puede también reunir alrededor del li- 133 fiado por los reformadores protestante: G lectura en voz alta del tex- | to biblico es una obligacién del jefe de familia, tal como lo recuerdan hasta el cansancio los escritos de Lutero y los catecismos reformados; también, entre otros, el Kinder-Postilla de Dietrich publicado en Nu- remberg en 1549: A la noche, terminado el trabajo (...] lean (a los ninios y a los em- pleados domésticos) un pasaje o dos de la Biblia y recomiénden- les que los recuerden. [32] A veces, el libro mismo representa en una imagen esa lectura re+ querida. Este es el caso, por ejemplo, de Justus Menius, Ein Kurzer aussziug auss der christlichen Economia, en una edicidn publicada en Regensburg en 1554 (el texto latino data de 1529). Sobre la pagina del tftulo, una vificta muestra a un padre de familia leyendo a toda su fa- su mujer y sus hijos sentados a la derecha y les sirvientcs situa- en un rincén de la habitacién (dos permanecen de pie y una sir- vienta sosti¢ne una Tueca en la mano). Sobre la mesa hay una pesada Biblia, otro libro mas pequefio (tal vez la Economia misma’), un par de gafas, y un reloj de arena. Por cierto que esia lectura paternal y bi- blica no es una practica efectiva de todos los protestantismos, y a me- nudo los visitantes pastorales deploran su ausencia, sin emburgo, exis- ten testimonios de ello en varios sitios. Por ejemplo, en la Suiza del sigho XVI, segiin el testimonio de Félix Platter que recuerda las lectu- ras escuchadas durante su juvennid, ealizadas por su padre Thomas: Mi padre tenfa la costumbre, antes de que fuéramos a la Iglesi de leemos las Santas Escrituras y predicamos a partir de ellas, También, cn ¢l Londres del siglo XVII donde ¢l artesano puritano Nehemiah Wallington, un tomero, retine a su familia el domingo por la mafiana, a partir de las seis, alrededor del texto sagrado y Teva a cabo leciuras espintuales y catequesis doméstica: Se ley6 en una el Levitico 26, del cual dije lo que Dios me puso en Ja mente; luego pas¢ a la catequesis y luego let en vor alta The Garden of Spiritual Flowers, muy til para nuestras almas y ots leyeron algunos salmos. Y luego recé con mi familia, lo que me brinds gran contort. [33] -_ Le mismo sucedfa en Nueva Inglaterra entre los siglos XVII y XVI. [34] Dicha lectura, oral y familiar, constituye una referencia du- rable y un ideal tenaz que atraviesan, por ejemplo, el siglo XVI fran- cés, del cuadro de Greuze, presentado en el Saldn de 1755 y al que Diderot da diversos tfiulos, algunos bfblicos, otros no (Pére qui lit l'Ecriture Sainte @ ses enfants, Paysan qué lit { Ecriture Sainte a sa famille, Paysan qui fait la lecture a ses enfants), en el frontispicio gra- bado en 1778 para el segundo volumen de La Vie de Mon Pére de RE&- tif de la Bretonne. En estas imagenes, religiosamente arraigadas, el ocio se hace instruccién, la palabra ensefiante y, contra las frivolida- des 0 licencias de 1a lectura solitaria, la que s¢ hace en voz alta, a la familia reunida, promete moral y utilidad. Esta primera y reducida recopilacién de algunas representacio- nes (literarias, iconogréficas o autobiogrAficas) de la lectura en voz. al- ta en los dos primeros siglos de la era moderna sélo desea csbozar una posible investigacién. En forma voluntaria, ha dejade de lado tres for- mas de leer oralizado, porque se sinian fuera de los espacios de inti)’ midad y no estan relacionadas con el momento del ociof La primera es conventual, eclesidstica, con las lecturas hechas por el Monje, el sa- __.cordote 0 el pastor, en ocasitin de los oficios religiosos, 1a segunda es judicial y politica al mismo ticmpo, inserita cn el uso antiguo que re- Taciona la ee de putorded de un sbenacnn con su Ee eee transmisién de conocimientos. Por lo tanto, a ie ic las conquistas “de Ta Tectura personal, silenciosa e intima, manejada por lecturas cada vez mds numerosas entre los siglos XV1 y XVII, escuchar leer sigue siendo una prdctica frecuente y corriente en numerosas ocasiones. ‘Una practica cuyo tinico objetivo no es cl de permitir a los anal fabetos qué compartan un poco de la cultura escrita. A menudo, en las repre- sentaciones y en las pricticas, la lectura en voz alta es hecha por aquel que sabe leer a quien sabe Icer, por el mero placer del intercambio, cl beneplacite de la relacién asi establecida. Pasatiempo y diversion, la sociabilidad de las lecturas habladas y escuchadas es como una figura 135 — . I del lazo social. Esta es la razén por fa que leer en yoz alta, para otro u otros, sigue siendo un gesto familiar para los hombres y mujeres del Antiguo Régimen. Y también, la razGn por la que esia forma de leer se converlird, en el siglo XVII, en el signo de las convivialidades per- didas, sentidas, imaginadas, 136 ; f Post-scriptum Largamente obviado por los historiadores de los textos y del li- bro, el tema de la lectura en ¥oz alla ha suscitado nuevos enfoques y discusiones en estos tiltimos aiios. En este post-scriptum quisi€ramos evocarlos para poder situar nuestra propia recopilacion de materiales dentro de euestiones.de mayor envergadura. Nuestra invesligacién se basa sobre tres ideas| La La primera, tomada de Paul Sacnger, considera Ja lectura silenciosa ¥ visual como una Conquista progresiva de la “Tura occidental, como una compelencia especffica poco a poce difun- dida: en los scriptoria mondstices al principio, entre los siglos VII y Xt, en el mundo universitario y escolastico, entre los siglos XI y XI y por tiltimo, entre las aristocracias laicas, a partir de la mitad del siglo ‘XIV. [1] De aqui surge la posterior constatacidn que hace de la lectura necesariamente oralizada la practica cormente de Ja Antigticdad y tam- bi€n, a través de toda la época modema, mma obligaién duradera para los lectores menos letrados. Dicha Jéctura en voz alla (0 baja) no im- plica la presencia de oyentes: se perisé en clla como la condicion ne- cesaria para que el lector pudiera comprender el sentido de! aquello que lefa, Es asf que para la inmensa mayorfa de los lectores antiguos, s6lo la subvocalizacidn del texto Jefdo (su rwminatio, segin decian los latinos) habria permitida la entrada en 1a cultura de lo escrito. (\) Segunda idea: considerar la lectura en voz alta.como la lectura implicita a la que apunta un gran ndmeforde obras’y de géneros litera- tios entre los siglos XVI y XVI, como la comedia humanista 0 sus de- rivados (per ejemplo Le Celestina), la novela de caballeria, o sus pa- rodias (por ejemplo, el Quijote), la pastoral, 1a poesfa lirica, etostera, El lector formado con tales textos no es (0 ne sdlo es) un lector que lee en silencio, por sf mismo, en un comercio fntimo con el libro. El lector inserito en la obra es también un oralizador que lee en voz alta, tal vez para su propio placer, pero mds generalmente para un auditorio que recibe el texto en una escucha. La historia literaria fue durante mucho tiempo insensible a esta figura de la lectura y demasiado incli- 137 a nada a postular que los textos siempre fueron escrilos para lectores que los lefa tal como lo hacen sus erfticos actuales (es decir, siguiendo el texto con la vista y los labios cerrados), Incluso la Rezeptionstheo- rte, a pesar de su atencion declarada hacia el historicismo de la rela- cién con las obras, quedo prisionera de esta manera de ver que hace , de la lectura, en tanto que sta es una practica a la que apuntan los p textos, un invariable transhistérico, ‘{2] Por el contrario, quisiés pestular que los i IS textuales) \propios de cada obra y cada gé- = _ altd en las sociedades del ! mentar las formas de soci, ftiguo Régimen como una manera de ci- jad multiples (conyugal, familiar, amis- nocidas por Phi familiar que, pr elegidas, que pei el agobio de la este sentido, las forma de retiro y comunidad de existéyci as fone s podéres, ya voluntarias, reunidas alr tmuye, al principio en Ingl: un nuevo espacio public ca” por Jiirgen Habe ita, se cons- “fera publica pollti- nea la autoridad del principe, las imtlectual (del salén a Ta academia, del club al café, del estudio a la’sociedad literafia) definen, en electo, un espacio de debate y de critica donde, libremente, sea cual fucre su condicién, las personas privadas pueden hacer uso publico de su ra- On. Por esto, la lectura en voz alta, que tiene un lugar variable, pero siempre importante cn estas reuniones mtndanas y sabias, se sittia en el nacimiento de una nueva definicién de lo paiblico, comprendido co- MO la esfera critica donde la opinién pablica puede constituirse frente a la auloridad del Estado. A este bosquejo, varios trabajos (de los cua- Jes tomé conocimiento luego de. la redaecién de mi articulo) le apor~ 138, tan complementos 0 rectificaciones. Quisiera entonces evocarlos. Una primera discusi6n, fuera de nuestra competencia, trata sobre la validez de la primera constatacién que sirve de base a la tesis de una conquis- ta lenta y progresiva de la lectura silenciosa a expensas de Ja lectura necesariamente oralizada. La pregunta puede formularse de la si- puiente manera: gla lectura sdlo con la vista, sin ruminatio u oraliza- cién, era tan excepcional en la Antigtiedad como lo afirman los traba- jos clasicos, por ejemplo los de Josef Balogh? Estes sostenfan tres ideas; que los textos literarios griegos y latinos fueron escritos para una Iectura en voz alta (hecha delante de un publico, entre amigos 0 para uno mismo); que su lectura silenciosa es muy rara, y sdlo se da si un lector dotado de tal competencia se ve obligado a apartarse de la prdctica ordinaria: que la lectura normal de los textos no literarios (cartas, testamentos, inscripciones, eicétera) es una lectura oralizada puesto que la mayorfa no sabe leer de otra manera. [5] Estas ideas, retomadas por Paul Saenger y Henri-Jean Martin, [6] son muy discutidas en la actualidad. Por un lado, todos Jos ejemplos producidos por Josef Balogh (en particular aquellos, bastante numero- sos, sacados de San Agustin) fueron sometidos a una eritica severa, de Jas cuales se destaca que no se puede probar el cardcter excepcional de la lectura silenciosa en la Antigtiedad. Por otro, sc pudo haber pro- ducido una seric de contra-ejemplos confirmando la normalidad de la lectura en silencio, dada no séle como posible sino también evidente (como las puestas en escena de 1a lecturas silenciosas que aparecen en el Hipélito de Euripides, hacia el afio 856, y en Los Caballeros de Arist6fanes, hacia él afio 115). [7] Por dltimo, la significacién misma de expresiones tales como “vices paginarum” o “pagina loquitur’, tan frecuentes en los textos latinos, que puede ser dada vuelta. Lejos de probar que los textos eran o debian ser leidos en voz alta, constitufan més bien el indicio de Ia “invencién” de Ja lectura en silencio, “tal vez desde fines del siglo V1 a.C.”, piensa Jesper Svenbro, [8] A partir del momento en qué la lectura rompe con la oralidad necesaria y la eseri- lura s¢ convierte en una representacién de la voz se desarrollan, como por compensacién, las metdforas de las “letras parlantes™. {Qué podemos retener de esta discusién? Primero, que la com- petencia y la practica de la lectura en silencio estan mas extendidas cn Ja Antigiiedad griega y romana de lo que se cree, y esto debe levar- nos a matizar la trayectoria trazada por Paul Saenger o a interrogamos sobre los posibles retrocesos de la lectura visual a fines de la Edad Media, cuando en varios lugares no coincide la lengua escrita con la a lengua hablada. Luego, que esta constatacién no invalida aquella de : las compesiciones literarias (los poemas Ifricos, las oraciones fine- bres, incluso las historias) como destinadas normalmente a una lectura publica. El célebre texto de las Confessions (Siber Sextus, Caput TI, a menudo citado para probar el cardcter execpcional de la lectura si- lenciosa puesto que Agustin marca allf su asombro ante la forma de leer de Ambrosio ("Sed cum legebat, oculi ducebantur per paginas et cor intellectum, rimabatur, vox autem et lingua quiescebant™ [9)}, puede probar allf otra interpretaci6n. Aun més que la distancia culiu- ral entre dos lectores con prdclicas contrastadas (Agustin, hijo de una familia pobre y provincial y Ambrosio, hijo de un prefecto de Galia, educado en Roma y obispo de Mil4n, que es residencia imperial), di- ria la sorpresa del primero ante Ja lectura que no es corriente en tanto gue es una lectura solitaria, hecha para uno mismo, fuera de todo pi- blico. Lo excepcional no es la competencia de Ambrosio sino cl uso del libro, privado y personal, sin oyente alguno, La posibilidad de leer en forma tdcita (segin la palabra empleada por Agusif{n) parece scr paralela a las lecturas en yoz alta, para un piiblico, de los textos litera- Tins, De la Edad Media a la época modema, varios de ellos llevan las marcas de su destino a una palabra lectora, o para decirlo mejor, “in- dicios de oralidad”’, tal como los definié Paul Zumthor: Por “indicio de oralidad” enti¢ndo todo aquello que, dentro de un }> texto, nos informa sobre la intervencién de la voz humana en su publicacion: quiero decir, en 1a mutacién por la qué pasa el texto. una o varias veces, del estado virtual a la realidad, y a partir de entonces existe cn la atestacidn de la memoria de un cierto mime- ro de individuos, [10] De estos indicios, el mas manificsto es el uso del par oft/leer 0 escuchar/ver (que cncentramos en latin y en todas las was _vern a> cutas)-para designar dos formas de relacionarse 1 texto. dos for- mas posibles de su actualizacién. En la época d¢l libro copiadd a ma- no, dicha frmula evoca el proceso mismo de [a “edicién” def texto. asegurado por su lectura en voz alta, en la universidad o en corle principesca. [11] En la época del libro impreso, mbaenviad 1a vez ala divisién entre los alfabetos, que son potenciales lectores y los anal fa- betos, que no conocen los textos mas que por intermedio de una escu- cha, y en la préctica perpetuada de la lectura cn sociedad, 140 > be \ * “Sin embargo, en los textos también hay otros “indicios de orali- mos y medidas hechos para la Voz, como lo cra la prosa métrica en nlos —omanios, De aqui, los medos de composicion que dividen los textos y “fragmentan las intrigas de manera tal de hacerlos compatibles con las exigencias propias de las lecturas orales, mayormente discontinuas y _cuyo auditorio puede variar. Asf también, las recomendaciones para la buena lectura, presentes en los tratados de retérica (que debemos comprender tanto como artes de lecr ¥ como artes del discurso) y en las recomendaciones al lector. A modo de ejemplo, las directivas al lector de los Quatre Premiers Livres de la Franciade de Ronsard: Solo te pediré una cosa, lector: y es la de pronunciar bien mis ver- sos y acomodar tu voz. a su pasidn, y no come los leen algunos, como si fucra una misiva o unas cartas reales en lugar de un poe- ma bien pronunciado; también te suplico que cuando veas esta marca ! eleves un poco la voz para dar gracia a lo que leas, [13] Es entonces claro que la lectura en voz alta, como una forma normal de aprehensidn de un texto literario, no se borra con el desa- trollo de Ja cultura de lo impreso, La “oral/aural culture’, seguin la ¢x- presion de Walter Ong [14] no es borrada por la nueva tecnologia de fabricacién del libro y esto, en la medida misma en que aquello que le sirve de base no cs ¢sta u otra forma en particular tomada por el obje- to escrito sino el lazo largamente conservade entre la voz y la literatu- Ta_La historia de las maneras de leer fo avanza al mismo ritmo que la “historia del libro y sus Mptetas ho pueden deducirse de las transfor maciones que afectan ya sea la forma de lo escrito (por ejemplo, en los primeros siglos de nuestra Era ¢l rcemplazo del volumen, el libro en cilindros, por el codex, el libro en cuadernillos), ya sea la técnica de su reproduccién (por cjemplo en cl siglo X¥ la invencién de la im- prenta). Durante mucho tiempo, se pensd que el adyenimiento de la “print culmre” implicaba necesariamente una revolucidn radical de las practicas culturales. La reflexién llevada a la lectura cn voz alta sirve para ponernos cn guardia contra una simplificacién de este tipo, por un lado, sefialando que todos los géneros que, de manera especffica, suponen la oralizacién, por otro, al reunir las situaciones donde leer no es un acto de intimidad individual y silenciosa El inventario realizado por William Nelson le agregé varias obras al nuestro. En particular, Nelson centré su atencién en la lectura 141 dad”, [12] De aqui, Ia persistencia de una prosa constmida sobre ri hecha al rey. [15] Recomendada por los tratados sobre la educacién del principe, se institucionaliza la prdctica, en Francia por lo menos, con Ja cxistencia de un cargo. Rabelais hace alusién directa de cllo en la dedicatoria de la edicién de 1552 del Quart Livre des Faits et Bits Héroéques du bon Pantagruel, dirigido a Odet de Coligny, cardenal de Chatillon y miembro del Consejo privado. Al evocar las acusacio- nes de herejfas en su contra hechas por “algunos canfbales y miséntro- pos”, declara: Allons me dictes que de telles calumnies avoit esté ie défunct roy Francois, d' éterne mémoire, adverty; et curieusement aiant, par ta voix et pronunciation dit plus docte et fidéle Anagnoste de ce royaulme, ouy et entendu lecture distincte d'iceulx livres miens (je le diz, parce que meschantement I’ on m'en a aulcuns supposé Faulx et infames), n avait rouvé passaige aulcun suspect, et avoit eu en horreur guelgue mangeur de serpens, qui fondott mortelle haerésie sus un W mis pour un M par la faulte et négligence des imprimeurs. [16] lo gue nos hace recordar el capftule 22 del Tiers Livre donde Panurge afirmaba: Ila grefvement péché. Son Gne [et non ame] sen va a wente mi- lle panerées de diables. Al utilizar el uérmino griego, encontrado también en Cicerén, anagnoste, Rabelais designa aqui el oficio de,“lector corriente del _Tey” (desempeitado por Jacques Colin, luego Pierre du Chastel bajo Francisco 1, por Octave de Périgny bajo Luis XIV) que implicaba, en- tre otras tareas, leerle al soberano durante los preparalivos para acos- tarse. Da claro testimonio de que estas lecturas no s6lo concemfan las obras poéticas, escritas para ser oralizadas, sino lambién textos en prosa como lo son los “‘hechos y dichos” de Pantagrucl. Lo mismo sucede en Espaiia durante el Siglo de Oro (incluso cuando el oyente de la palabra lectora no es el principe. Segin el rico recuento de Margit Frenk, es obvio que las lecturas en voz alla no ¢s- tin dirigidas sdle por La Celestina o el Quijote. En todos los géneros pocticos (poesfa lirica, romances, villancicos), en todas las formas no- velescas (novelas de caballerfa, novelas pastorales, novelas cortas) y ¢N varios textos que no revelan un repertorio de ficcién se encuentran 142 “indicios de oralidad”, en particular el cmpleo sistemdtico del par oir 0 escuchar) leer 0 ver que no dejan ninguna duda sobre la frecuencia de su lectura a varias personas, uno Icyendo para los demés. [17] Al apodcrarse de los objetos tipogréficos, los pilegos sueltas, que ascgu- Tan una gran circulacién de los textos letrados, al arrastrar al mundo de lo impreso a aquellos que no sabrian descifrarlo personalmente (y que son numerosos en la Espafia del siglo XVI), al permitir asi la me~ morizacién de textos que de inmediato son conocidos de memoria y recitados, las lecturas en voz alta fueron el medio y la condicién para gue s¢ consliluyera y para un gran publico literario y para que sc com- partiera una cultura, incluso en sus formas mds eruditas. En la Espafia del siglo XVI, tal vez mds que en otros lados, la relacién fundamental con los textos es una relacidn de oralizacién y de escucha. Es cntonces dentro de esta multiplicidad de palabras lectoras y de textos leides en voz alta que debemos re-situar la experiencia, nue- va para muchos lectores, de la lectura realizada en forma silenciosa y solitaria. En la Espaiia del Siglo de Oro, segiin la demostracién de B. W. Ife, cs clla quien daria origen a las desconfianzas expresadas con- , ura la novela, y de manera mds general, contra todas las ficciones en prosa. A la inversa de la Iectura’hecha en comdn, por lo tanto acompa- flada, controlada, inscrita eno cotidiano, Ja lectura en silencio es con- siderada como si invistiera totalmente al lector, cautivado o capturado | por lo que lee, al punto dé olvidar la el mundo que es construccién misma del Coloqua pin y Berganza, los dos perros Valladolid, se. propone como un texto qWete€ Peralta, uno de los dos Personajes del Casamiente Engafiosa en el cual se encuentra interca- Jado el Cologuie. Peralta propone ¢n primer lugar a su compafiero Campuzano escuchar el extraordinario didlogo del cual éste habfa si- do testigo: Come vuesa merced —explic6 el Licenciado— no se canse mds en persuadirme que oyé hablar a los perros, de muy buena gana oité ese coloquio, que por ser escrito y notado del buen ingenio 143 del sefior Alférez, [i.e. Campuzano), ya le juzgo por bueng. Pero Campuzano rechaza esta invitacién a hacer una lectura en you alta y prefiere dar a Peralta el manuscrito que ha redactado para que lo lea en silencio: Yo me recuesto —dijo el Alférez— en esta silla, em Lanlo que yuesa merced lee, si quiere, esos sueiios @ disparatcs. [19] Con esta lectura realizada s6lo-con-la vista, que es la de Peralta, y por encima de su hombro, la del lector dela novela y coloquie, sc conquistard mejor la imaginacién, se asegurard mejor la identificacién gon la obra y podra creerse lo increfble (los perros que hablan). Asi sc evidencian las propiedades especificas de Ia lectura oralizada, menos eficaz 0 menos peligrosa, como se quiera, en ¢l sentido que desmien- ten, por su situacién misma, la ilusidn de realidad a la que apuntaba posiblemente el texto, Cuando ésta se borra, mantener una separacién entre el lector y la ficcién exige otros dispositivos, propiamente tex- tuales, De aquf surge, por ejemplo, el juego sutil de la novela picares- ca entre las formas de identificacién del lector con la historia (la na- rracidn autobiografica, la simpatfa con el héroc) y aquellas que deben romper el ¢fecto de 10 real (la intervencién del autor en el texto, cl conceptismo, la solicitacidn directa o implicita del lector). El tema de Ja lectura en voz alta se encuentra en medio de varias historias: la de las obras y de los géneros, la de los modos de circula- cidn de lo escrito, la de las formas de sociabilidad y de intimidad. Re- encontrar las modalidades, los Objetos, la trayect manera de leer, a menudo ocultada para beneficio de aquella que es la nuestra hoy dia, no carece de imponancia para scfalar las variaciones hisiéricas 0 sociales de los usos de los textos que se han convertide en libros, id

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