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Origen de los Símbolos Patrios

MUNICIPALIDAD METROPOLITANA DE LIMA


DIRECCIÓN MUNICIPAL DE EDUCACIÓN Y CULTURA

Lima 2005
Municipalidad Metropolitana de Lima

Luis Castañeda Lossio


Alcalde Metropolitano de Lima

Ángel Pérez Rodas


Gerente Municipal

Lola Franco Guardia


Directora Municipal de Educación y Cultura

©Municipalidad Metropolitana de Lima


Edilibros
Dirección Municipal de Educación y Cultura
División de Bibliotecas y Archivo Histórico

©Origen de los Símbolos Patrios


Autor: Marcos Garfias Dávila

Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin previo permiso de la
editorial y el autor. Todos los derechos reservados.

Coordinación: Sandro Covarrubias Llerena


Jefe de la División de Bibliotecas y Archivo Histórico

Diseño de portada: Cristián Rodríguez Llerena


Cuidado de la Edición: Marcos Garfias Dávila, Gustavo Mendoza Gonzáles.

Palacio Municipal de Lima


Jirón de la Unión 300 Lima
Teléfono (00-511) fax 4267206 3151540
Correo electrónico: dmec@munlima.gob.pe
biblioteca@munlima.gob.pe

4
CONTENIDO

Presentación.................................................................................7

Introducción.................................................................................9

Parte I: El origen de los símbolos patrios 13


1. Bandera y Escudo: antiguos símbolos de guerra
y de comunidad.....................................................................................13
2. Los símbolos patrios, la identificación oficial de las
naciones modernas................................................................................15
3. La independencia americana.................................................................16
4. La guerra por la independencia del Perú...............................................19

Parte II: La Bandera 27


1. San Martín en el Perú...........................................................................27
2. San Martín crea la primera bandera nacional.....................................29
3. Los colores de la bandera.......................................................................30
4. Los colores y la tradición histórica peruana..........................................32
5. El rojo del legado Inca...........................................................................35
6. El rojo y el blanco de la tradición castellana.........................................36
7. La forma de la primera bandera.............................................................37
8. Los patriotas criollos y la primera bandera peruana.............................37
9. La bandera llega a Lima de la mano de las montoneras........................39
10. El ejército libertador ingresa a Lima.....................................................41
11. La jura de la independencia por el Cabildo de Lima..............................43
12. Celebraciones limeñas de la jura de la independencia...........................47
13. El deterioro de la figura del Libertador.................................................47
14. El desvanecimiento de la propuesta monarquista de San Martín........51
15. L segunda bandera peruana..................................................................52
16. La bandera peruana adopta su forma definitiva....................................53

5
Parte III: El Escudo 57
1. El diseño del primer escudo...................................................................57
2. Tradiciones que influenciaron el diseño del primer escudo
Peruano.................................................................................................58
3. El escudo de armas de 1825...................................................................62
4. Los creadores del escudo peruano..........................................................64
5. Algunos cambios en el diseño final del escudo......................................66
6. Breves notas sobre la escarapela............................................................67

Parte IV: El Himno 71


1. La marcha nacional...............................................................................71
2. El certamen de elección de la marcha nacional.....................................75
3. Los versos de la marcha nacional..........................................................76
4. Alcedo, el creador de la partitura musical.............................................79
5. De la Torre Ugarte, el autor de los versos.............................................80
6. El estreno oficial de la marcha nacional................................................86
7. La difusión de la marcha nacional.........................................................87
8. La estrofa ‘Largo tiempo el peruano oprimido...’ .................................89
9. La partitura musical de la versión restaurada de
Claudio Rebagliati.................................................................................91
10. Intentando cambiar la letra del Himno: los fallidos versos
de Chocano.............................................................................................95
11. Declaración de intangibilidad del Himno Nacional, la
Ley 1801 de 1913.................................................................................100
12. La polémica de 1949 y la postura final de José María Argüedas........107

A manera de conclusiones 109


Bibliografía 111

6
Presentación
Rememorar los acontecimientos que determinaron la
creación de los símbolos patrios es evocar uno de los hechos
de mayor trascendencia de nuestra historia, como fue la gesta
por la consecución de la Independencia. En ella se puso de
manifiesto el deseo de los patriotas, hombres y mujeres, que
aunados a su Cabildo lucharon por la obtención de la ansiada
libertad.
Nuestros símbolos nacionales: la Bandera, el Escudo y el
Himno, encierran en sus formas, colores, letra y música, el
mensaje del fin del sistema colonial y el nacimiento de una
nueva patria en la que la libertad, la igualdad y la solidaridad
se imponen a cualquier diferencia y serán las bases sobre las
cuales se construirá el progreso de la nación.
Brindar a los futuros ciudadanos y al publico en general,
una explicación clara y amena de la importancia de
comprender el origen de los símbolos patrios, es el objetivo
trazado por la Dirección Municipal de Educación y Cultura ,
mediante la publicación del libro que ahora les presento.
Confío pues, que la lectura de estas páginas, no sólo
enriquezca nuestro conocimiento sobre los símbolos de la
patria, sus orígenes, su importancia y real significado; sino
también, nos permita comprender mejor la manera en la cual
se gestó nuestro país y los ideales de los hombres que
asumieron dicha tarea.

Luis Castañeda Lossio


Alcalde Metropolitano de Lima

7
8
Introducción

Responder a interrogantes tales como el origen de los


símbolos de la patria, su significado e importancia, han sido
las motivaciones que impulsaron a realizar el presente texto.
Para realizarlo se hace una remembranza de los episodios de
la guerra de Independencia y el ideario patriótico de aquellos
hombres que fundaron en nuestro territorio una sociedad
distinta a la del Virreinato; en la cual blancos criollos,
mestizos, negros e indios, se sintieran libres para marchar
juntos en la búsqueda de objetivos comunes que los
encaminaran al desarrollo.
El viejo concepto de patria que manejaban los
americanos durante la etapa colonial nos remitía a la tierra a
la que pertenecemos y que a su vez nos pertenece por haber
nacido en ella. De acuerdo al historiador Miguel Maticorena,
de esta noción territorial, geográfica y objetiva del siglo XVIII,
se pasó a una idea de nación moral, política, inmaterial, en el
siglo XIX. La patria se convierte entonces en un concepto que
aglutina a la comunidad en torno a un proyecto destinado a la
felicidad de los ciudadanos. Este es el proyecto de la
Revolución Francesa: libertad, igualdad, fraternidad.
Así, a la idea de pertenencia territorial de los
americanos, se suma el discurso anticolonial separatista; y
finalmente se formula un nuevo proyecto de sociedad: la
república democrática, sobre la base de la soberanía del
pueblo. El poder ya no emanaría del Rey, como representante
de Dios, el poder ahora está en manos del pueblo: de los
ciudadanos, capaces de gobernarse así mismos. Fue por eso
que se les denominó patriotas a todos los hombres, ideólogos o

9
soldados, que lucharon por libertar a estas tierras del yugo
colonial monárquico de los españoles.
Los símbolos patrios, creados en plena guerra por la
independencia, formaron parte de aquel ideario pues a través
de ellos se quiso dotar de una identidad particular a la patria
que quería liberarse. El conflicto no sólo se desato en el campo
de batalla, también se gestó en las ideas, con la finalidad de
capturar el apoyo del pueblo. Los símbolos patrios fueron
parte de aquella disputa por los corazones y las mentes de los
peruanos.
El contexto de confrontación entre los ejércitos patriota y
realista (llamado así por su fidelidad al Rey), determinó que
las primeras versiones de la bandera y el escudo patrio fueran
destinadas a identificar a los soldados peruanos en los campos
de batalla, distinguiéndolos tanto de las tropas realistas, como
de los ejércitos de las otras naciones americanas que
participaron en la contienda.
El himno nacional, que en un principio fue denominado
marcha patriótica, si bien fue concebido con el propósito de
estimular la emoción de los soldados peruanos en el frente de
batalla, fue a su vez considerado como el canto de libertad de
la patria y de la condena al dominio español, a sus abusos y a
su opresión.
Conseguida la independencia, las versiones finales de la
bandera y el escudo escaparon de la simple etiqueta de guerra
e intentaron representar a los elementos más característicos de
la patria peruana, aquellos que la identificaban como una
sociedad singular, distinta a la de España y de las otras
naciones americanas. También sirvieron para representar los
elementos comunes a todos los peruanos que, como lazos de
identidad, debían permitir que a pesar de las diferencias y las
10
distancias nos reconozcamos como miembros de una misma
comunidad y por lo tanto como integrantes de una gran
familia.
Era una época en la cual los símbolos visuales (imágenes
y colores), conformaban parte importante de la representación
del orden social. En un mundo donde el grueso de la
población era analfabeto, estos símbolos se convirtieron en
importantes medios de transmisión de la ideología política
que iban delineando el comportamiento del pueblo. Con la
independencia, los símbolos del poder colonial fueron
destruidos y se crearon otros afines a la patria libre.
Si bien es cierto que los creadores de los símbolos patrios
fueron básicamente criollos ilustrados, ya sean militares como
el general José de San Martín, quien diseñó la primera versión
de la bandera; o políticos como José Gregorio Paredes, creador
de nuestro escudo oficial, el aporte de los sectores populares
de la Lima del siglo XIX está presente en la primera estrofa del
Himno Nacional que se sumaría a las otras escritas por José de
la Torre Ugarte.
El reconocimiento de los símbolos patrios por la mayoría
de la población no fue un hecho inmediato, fue un proceso
lento, para lo cual fue necesario montar una serie de aparatos
y estrategias de difusión, una tarea nada fácil para el nuevo
Estado que tenía que enfrentarse a las penurias económicas
que ocasionó la guerra, las costumbres de tres siglos de
régimen colonial y las disputas por el poder entre los caudillos
militares en las primeras décadas republicanas. Todo esto
impidió, por ejemplo, que se estableciera un modelo único y
oficial del himno nacional hasta el siglo XX.
La prensa escrita y los espacios educativos, que no se
restringían a las escuelas sino que se extendían a las
11
parroquias, los teatros y las festividades cívicas, fueron, en un
principio, los principales medios a través de los cuales se
procuró dar a conocer a la población limeña la nueva
simbología nacional. Los nuevos tiempos trajeron también
nuevas estrategias y medios de difusión, como la radio y la
televisión, los cuales han permitido que estos símbolos sean
reconocidos por la mayoría de la población del país, como
elementos representativos de la nación peruana, de sus
instituciones y sus hombres. Son símbolos de comunidad,
símbolos que unen, al menos en las mentes, a las poblaciones
de esta nación diversa.
Aunque este libro ha sido escrito pensando en un público
joven, básicamente para aquellos que cursan la educación
secundaria, quiere servir también de consulta, breve y ágil,
para cualquiera que se interese en el tema. En cierta manera se
asemeja a un manual escolar, sin embargo quiere diferenciarse
de otros que sobre este asunto existen, por dos aspectos: por la
riqueza de la información aquí vertida, sustentada en la
consulta de gran parte de la bibliografía existente sobre el
tema, así como de valiosos documentos históricos y porque
este libro no intenta imponer una visión cerrada, cómoda y
abstracta del sentimiento patrio que rodea a la bandera, el
escudo, el himno y la escarapela, quiere más bien presentar
una postura abierta y compleja, como la sociedad misma, a
partir de la investigación histórica de los orígenes de estos
símbolos, explicando el contexto en el cual aparecieron y las
intenciones de los hombres que las crearon.

Lima, julio de 2005

12
1
El origen de los símbolos patrios

Bandera y escudo: antiguos símbolos de guerra y de


comunidad
En la remota antigüedad un pedazo de tela colgado de
un palo muy visible por su color y por su forma sirvió a los
pueblos en sus empresas guerreras. Este símbolo permitía,
entre otras cosas, distinguir a los diferentes cuerpos de un
ejército e indicaban la formación de su orden de batalla. Desde
entonces este ‘artefacto’ recibió diversos nombres. Se cree que
el vocablo bandera aparece recién en la edad media, cuyo
origen sería branda, palabra germana que se traduce como
signo.
Igualmente, desde la antigüedad, las banderas sirvieron
para representar a distintas agrupaciones étnicas. Vestigios de
cerámica egipcia muestran, por ejemplo, algunos poblados
conformados por chozas de caña, separadas entre sí por medio
de cercas hechas de troncos de árboles, con el propósito de
formar un pequeño circuito de defensa. Encima de las chozas
aparece una bandera flotando al impulso del viento y en ella la
imagen del animal sagrado venerado por la tribu o la familia y
al que los arqueólogos dan el nombre de toteim.
También los israelitas, como se narra en algunos pasajes
de la Biblia, utilizaban esta simbología. Cada una de sus doce
tribus se representaba por una tela de color y por alguna
figura, generalmente la de un animal. Hace unos 2800 años los
13
griegos también comenzaron a usar similares enseñas para
diferenciar a cada una de sus ciudades-estado, así Esparta
tenía como símbolo a Castor y Polux, unos héroes mitológicos;
Atenas, a una lechuza; Tebas optó por la esfinge; Corinto
eligió un lobo con las fauces abiertas y Macedonia la clava de
Hércules.
Los romanos, por su parte, utilizaron un sin número de
banderas y escudos. Cien años antes de Cristo el Cónsul Mario
Caius adoptó el águila que con el tiempo se convirtió en la
única enseña de la legión, el célebre cuerpo de tropa romana
compuesta de caballería e infantería. Asimismo, los
emperadores tenían una especie de bandera denominada lábaro,
este símbolo adquirió gran significación durante el gobierno
de Constantino quien le asignó una guardia especial de 50
hombres. Cuando Constantino derrotó definitivamente a
Majencio en una de las tantas luchas por el poder del Imperio,
en el año 312 de nuestra era, se le agrego al lábaro el
monograma de Cristo compuesto por las letras mayúsculas X
y P entrelazadas, y la cruz griega, que con el tiempo se
convirtió en el estandarte de la Iglesia Católica.
Desde la edad media banderas y escudos se difundieron
con mayor intensidad en gran parte de los territorios europeo,
asiático y africano. Habían los que representaban a los
gobernantes de imperios inmensos, como el de Carlomagno,
hasta los que representaban a pequeños señores feudales de
un condado o una villa. Hacia el año 1300 el cargo de
abanderado se convirtió en uno de los más importantes del
imperio germano. El emperador Luis Bavaro dio la investidura
de este cargo en 1336 al conde Unrico de Wurtenberg, en cuya
ocasión se le dio por vez primera el nombre de bandera de

14
guerra, disponiéndose oficialmente que debería llevarse
delante del general de combate.

Los símbolos patrios, la identificación oficial de las naciones


modernas.
No obstante el antiguo uso de banderas y escudos, su
importancia como símbolos patrios está relacionado con la
Revolución Francesa, que marca el nacimiento político de las
naciones modernas. Francia, al igual que España o Inglaterra,
había tenido banderas y escudos anteriores, dependiendo de la
casa real que la gobernaba, pero estas no representaban a toda
Francia y a todos los franceses, más bien eran las insignias de
sus monarcas. La Iglesia, los militares, los nobles, los
municipios, así como otras corporaciones y gremios, también
tenían sus propios símbolos. No existía un distintivo común a
todos, que les permitiera reconocerse como iguales y como
miembros de una misma comunidad. Sólo después de la
revolución se crearon los símbolos que debían identificar a
toda la Francia. La tricolor1, la bandera nacional, fue una de las
primeras.
Como narra el historiador brasileño Murillo Carvallo, la
tricolor había sido objeto de una intensa disputa en la Francia
postrevolucionaria. Su propio origen fue controvertido.
Algunos decían que había surgido de la unión de los colores
de París, el rojo y el azul, con el blanco, el color real. Algunos
afirmaban que representaban a los tres órdenes: el rojo para la
nobleza, el blanco para el clero, el azul para el tercer estado (el
pueblo). Otros decían que era una creación de Lafayette,
comandante de la Guardia Nacional, que unió el blanco de la

1
Por el azul, blanco y rojo de sus franjas verticales.
15
Guardia al azul y el rojo de las milicias parisienses. La tricolor
fue consagrada en la fiesta de la Federación en 1790, cuando
toda París adoptó sus colores. Precedió a la República y fue
casi un símbolo de conciliación, como lo indica la versión de
que representaba a los tres órdenes. David, el pintor oficial de
la revolución, diseñó el modelo final en 1792, colocando las
franjas en posición vertical y los colores en el orden: blanco-
azul-rojo.
Los símbolos patrios de las naciones tienen, pues, una
historia ligada por lo general a momentos de tenso conflicto,
ya sea para implantar un nuevo régimen político: el de una
república burguesa en reemplazo de la monarquía absolutista,
en el caso de Francia; o como las guerras de liberación del
dominio colonial, como sucedió en América Latina en el siglo
XIX, cuando los patriotas americanos guerrearon contra
España para conseguir su independencia.

La independencia americana
Los movimientos independentistas de América Latina
son propios del siglo XIX y forman parte de un proceso
gestado en la misma España tras ser invadida por las tropas
napoleónicas en 1808. En principio, el vacío de poder creado al
abdicar el rey español Fernando VII al trono a favor de los
invasores franceses determinó la conformación de las
denominadas Juntas de Gobierno, tanto en España como en
América, con el objetivo de organizar la administración y la
resistencia tras la invasión. En América, estas Juntas de
Gobierno para los caso de Venezuela, Colombia, Chile y
Argentina, fueron los núcleos de gestación de la
independencia de estos territorios a partir de 1810.

16
Por otro lado, la lucha de liberación española involucró a
representantes de los territorios americanos, y en ese proceso
se gestó todo un ideario político republicano y liberal, como el
derecho al autogobierno y a la soberanía popular, se fomentó
asimismo el nacionalismo, los cuales fueron acogidos en la
Constitución de Cádiz en 1812. La propia España, anotan
Cueto y Contreras, habría dado las ideas (nacionalismo y
liberalismo), la oportunidad (con las Juntas de Gobierno) e
incluso los líderes (la mayor parte de los caudillos militares
hispanoamericanos se formaron en España en la guerra contra
los franceses, entre ellos San Martín y Bolívar) para la
independencia de sus dominios.
En el debate para la elaboración de la Constitución de
Cádiz, que debería regir a todos los reinos del imperio
Español, se puso en el tapete el carácter de los territorios
americanos y sus habitantes. Los representantes americanos
lograron que estos territorios dejaran de ser consideradas en la
práctica como colonias y fueran asumidos como reinos, tan
igual, por ejemplo, como los reinos peninsulares de Castilla o
de Aragón, y a los criollos americanos como súbitos iguales a
los españoles, con el mismo derecho a ejercer altos cargos de
gobierno en sus patrias. Al liberarse España del yugo francés y
retornar el Rey Fernando VII en 1814, la Constitución de Cádiz
fue desconocida y se volvió al régimen político anterior a 1808.
Esto generó las protestas de los criollos americanos, protestas
que finalmente se tornaron en decididos movimientos
militares independentistas.

La guerra por la independencia del Perú


Si bien en el territorio peruano se habían gestado una
serie de rebeliones indígenas durante todo en el siglo XVIII,
17
entre las que ha destacado la encabezada por Túpac Amaru II
entre 1780 y 1781, sangrientamente reprimida, estas no fueron
concebidas como movimientos separatistas de la España
imperial. Gran parte de ellos respondió a la excesiva
explotación y a los pesados tributos de los cuales eran víctimas
los indios. Estas insurgencias indígenas no obstante estar
marcadas por un profundo odio racial hacia los blancos, no
tuvo el objetivo de constituir en el territorio del virreinato
peruano una nación india libre del yugo español. El tinte racial
que tomo la rebelión tupacamarista determinó además que la
intervención de los criollos en ellas fuese prácticamente nula,
esto, junto con la desarticulación y aislamiento territoriales de
cada uno de eso movimientos determinó su derrota.
En el Perú, los primeros movimientos separatista
surgieron lejos de Lima, en parte como influjo de los
movimientos revolucionarios del Río de la Plata, que se
extendía por las regiones del Alto Perú (la actual Bolivia y
parte del sur peruano). Ese es el caso de la toma de la ciudad
de Tacna por unas tropas rebeldes encabezadas por el general
Francisco Antonio de Zela en 1811, para permitir el ingreso de
las huestes rioplatenses en avance. Una repentina y grave
enfermedad de Zela y la derrota de los ‘argentinos’ quebró
este movimiento insurgente.
Nuevas rebeliones surgieron a partir de las protestas por
la impugnación de la Constitución de Cádiz por el rey de
España, en 1814. Entre estas asonadas rebeldes estaba la de los
hermanos Vicente y José Angulo, Gabriel Bejar y Mateo
Pumacahua, en el Cuzco entre 1814 y 1815. Como narra el
historiador Virgilio Roel, las fuerzas rebeldes lograron
expandirse hasta los territorios de Puno y Arequipa en el sur,
y hacia Huamanga en el oeste. No obstante, al no conseguir

18
mayor apoyo de las elites criollas de las ciudades sureñas, que
más bien se mostraron desconfiadas, ni de los indígenas que
por el contrario terminaron formando parte de las huestes del
virrey, fueron al poco tiempo aplastadas.
Hacia 1820, tanto el virreinato de Río de la Plata, luego
denominado Argentina, como Chile, habían conseguido su
independencia. En el Perú, mientras tanto, a pesar de la
prédica libertaria de algunos criollos, no se había constituido
un sólido liderazgo capaz de organizar la lucha militar contra
el dominio español. Como concuerdan la mayoría de los
historiadores, la elite criolla, conformada por ricos
hacendados, comerciantes y mineros, tanto de Lima como de
las otras regiones y ciudades importantes del Perú, a pesar de
sus desacuerdos con el gobierno colonial, se sentían más
ligados a los españoles —ya sea por la comunidad étnica y
cultural, como por cuestiones de interés puramente
económico— que a los indígenas que conformaban el grueso
de la población, y a los otros sectores populares, conformados
por negros esclavos y una diversidad de castas.

19
20
2

La Bandera

San Martín en el Perú


Muy pocos miembros de la clase dominante criolla
creían firmemente en que la independencia era lo mejor para
el Perú y en concreto para ellos. La mayoría, como sugieren los
historiadores Marcos Cueto y Carlos Contreras, se inclinó a
buscar medidas de conciliación que lograsen la sobrevivencia
de la relación con España sobre la base de una mayor igualdad
entre criollos y peninsulares. Esta posición, junto a la
concentración militar realista en estos territorios, convirtió al
Perú y a Lima, en el bastión del poder español en América.
Para las elites criollas de los recientes estados
independizados de Argentina y Chile, la liberación del Perú
del dominio español era la única vía para asegurar de forma
definitiva sus propias independencias. Los gobiernos de
ambos Estados convencidos de que los peruanos o por
debilidad o por poca voluntad difícilmente iban a luchar por
su independencia, decidieron conformar una expedición
militar con la única misión de liberar al Perú. El comando del
ejército libertador del sur le fue encargado al general argentino
José de San Martín. La expedición estaba compuesta por 4118
hombres, de los cuales 1800 eran chilenos y el resto provenían
de Argentina, en su gran mayoría negros libertos, quienes se
autodenominaban Ejército de los Andes. Esta expedición militar

21
fue financiada por el Estado chileno gobernado entonces por
Bernardo O’Higgins.
No obstante, no era únicamente el interés político el que
movió a los vecinos del sur, también hubieron intereses
materiales. Los argentinos, por ejemplo, pretendían anexarse
el Alto Perú (la futura Bolivia), territorio que por un tiempo
formó parte del virreinato de Río de la Plata y en donde se
ubicaban las todavía ricas minas de Potosí. Los comerciantes y
agricultores chilenos, por su lado, también tenían objetivos
económicos centrados en restablecer la actividad comercial
con el Perú, tan beneficiosa para sus empresas.
San Martín y sus hombres partieron del puerto chileno
de Valparaíso rumbo al Perú el 21 de agosto de 1820 en 16
navíos capitaneados por el almirante inglés Lord Cochrane. De
acuerdo a los documentos revisados por Virgilio Roel, la
travesía se hizo sin mayores novedades, de manera que el 7 de
setiembre la escuadra estaba frente a la bahía de Paracas. A la
mañana siguiente se inició el desembarco de las tropas para
encaminarse inmediatamente a Pisco, puerto que fue ocupado
al atardecer y donde San Martín estableció el primer Cuartel
General
En el primer mes se inicio una serie de negociaciones con
los representantes del gobierno colonial en la villa limeña de
Miraflores a fin de encontrar alguna salida pacífica al conflicto,
por lo cual ambos bandos concordaron un armisticio temporal.
Los representantes del virrey, entre quienes se encontraba el
célebre criollo peruano Hipólito Unanue, ganado luego para la
causa independentista, plantearon que se respetaría la
constitución de Cádiz de 1812, en España pues una nueva
rebelión liberal le había quitado el poder al Rey. Para los
patriotas aquella medida ya no era suficiente pues lo que se

22
buscaba era la Independencia de América. Los representantes
de San Martín propusieron entonces el establecimiento de una
monarquía en el Perú, que si bien sería ejercida por la rama
borbónica reinante en España, sería autónoma de esta. Las
negociaciones no pasaron a más y se dio fin al armisticio el 4
de octubre de 1820. La única salida que quedaba era la guerra.

San Martín crea la primera bandera peruana


Tres días antes de iniciarse las campañas militares, San
Martín, en su calidad de Capitán General y en Jefe del Ejército
Libertador del Perú, estableció, mediante un Decreto dado en
su Cuartel General de Pisco el 21 de Octubre de 1820, la
primera bandera y el primer escudo de armas del Perú. La
creación de estos símbolos respondía, de acuerdo a ese
Decreto, a que era ‘incompatible con la independencia del
Perú la conservación de los símbolos que recuerdan el dilatado
tiempo de su opresión’. Y además, escribe el historiador
Mariano Felipe Paz Soldán, porque era necesario que los
soldados peruanos que se sumaran al Ejército Libertador,
tuvieran una bandera propia, que los distinguiera de los
regimientos chilenos y argentinos.
San Martín dispuso entonces que se adoptara como
bandera del Perú, ‘una seda, o lienzo, de ocho pies de largo y
seis de ancho, dividida en dos líneas diagonales en cuatro
campos, blancos los de los extremos superior e inferior, y
encarnado los laterales’. El escudo de armas, que debía
ubicarse en la parte céntrica de la bandera, ‘debía estar
compuesta por una corona de laurel ovalada, y dentro de ella
un sol, saliendo por detrás de las sierras escarpadas que se
elevan sobre un mar tranquilo. La corona de laurel debía ser
verde, y atada en la parte inferior con una cinta de color de oro
23
el sol con sus rayos; la montaña de un color pardo oscuro, el
mar entre azul y verde’.
El generalísimo, siguiendo el mandato que le fue
conferido por los gobiernos de Argentina y Chile, dispuso que
estos emblemas fueran provisionales, hasta que se estableciera
en el Perú un gobierno por voluntad libre de sus habitantes y
sea este quien decida cuáles serían los símbolos oficiales que
distingan a los peruanos.

Los colores de la bandera


¿Por qué se eligió el blanco y el rojo para definir la
bandera peruana? y ¿cuál es el significado de ambos colores?
En realidad, no existe respuesta certera a estas preguntas. El
propio General San Martín jamás dio razón del por qué eligió
esta combinación cromática para la enseña del Perú. No
obstante, desde el siglo XIX se han ensayado diversos
argumentos sobre el misterio de la elección sanmartiniana del
rojo y el blanco.
La versión más popular es, sin duda, la que refiere que los
colores de la bandera le fueron mostrados a San Martín en el
sueño de una breve siesta al pie de unas palmeras, en una de
las hermosas playas de Pisco, donde estaba acantonado el
ejército patriota. En aquel sueño el Libertador contempló que
los flamencos que surcaban los aires marinos tenían el plumaje
en colores blanco y rojo. Lo cierto es que este argumento fue
una invención romántica del poeta y cuentista Abraham
Valdelomar, recogido en un breve escrito titulado El sueño de
San Martín.

24
El sueño de San Martín
«Allí el mar no tiene tempestades, ni el cielo llora ni los hombres
acosan. Este lugar por lo aislado y apacible es favorito de los flamencos... El
héroe sintió un vago sopor... durmiose y soñó. Vio en su sueño, que hacia el
norte se eleva un gran país ordenado, libre, laborioso y patriota... fueron
poblándose los yermos arenales de edificios, los mares de buques, los
caminos de ejércitos. Muchedumbres inmensas caminaban febrilmente con
un ansia infinita de trabajo, y renovación... y cuando todo el pueblo se
había elevado, cuando el progreso y la libertad estaban dando su fruto vio
extenderse sobre la extensión ilimitada una bandera... Despertó y abrió los
ojos. Efectivamente, una bandada de aves de alas rojas y pechos blancos de
armiño se eleva a un punto cercano... El héroe se puso de pie. El ejército
estaba listo para la marcha... ¿Veis aquella bandada de aves que va hacia el
norte? —Si General, blancas y rojas dice Cochrane —Parecen una bandera
agregó Heras —Sí dijo San Martín. Son una bandera. La bandera de la
libertad que acabamos de sembrar.

Valdelomar fue uno de los escritores peruanos más


célebres de inicios del siglo XX, de él recordamos hermosos
cuentos como El Caballero Carmelo y El vuelo de los cóndores,
ambientados en su tierra natal, Pisco, allí donde San Martín
estableció su primer cuartel general. La popularidad de su
argumento se debe, en gran parte, a la propia celebridad del
escritor, así como a la belleza de la prosa y el cautivante
mensaje que pretendía conectar el pasado fundacional de la
nación con un proyecto a futuro, el de una nación prospera.
No obstante, una explicación más antigua fue elaborada
en la segunda mitad del siglo XIX por Mariano Felipe Paz
Soldán, historiador contemporáneo del célebre tradicionalista
Ricardo Palma. De acuerdo a Paz Soldán, cuando San Martín
definió la bandera que los peruanos debían defender, quiso en

25
los colores que escogió reunir los de las dos naciones que
ayudaban con sus armas a libertar a su hermana; tomó así el
color rojo de la bandera de Chile y el blanco de la Argentina, y
con ellos combinó la bandera peruana.
Sin embargo, el argumento de Paz Soldán fue rebatido
por Jorge Fernández Stoll a mediados del siglo XX, quien a
partir de un estudio de mayor rigurosidad histórica y
utilizando sólidos argumentos del arte de la heráldica, llegó a
la conclusión de que San Martín no apeló a los colores de Chile
y Argentina para componer la bandera peruana. Según
Fernández Stoll la bandera argentina no ofrece para cualquier
combinación cromática más que el color azul, por ser
predominante en ella. Mientras que en la bandera chilena lo
esencial no son los colores que presenta, sino la forma y la
disposición de los elementos que la componen.

Los colores y la tradición histórica peruana


La manera menos arbitraria para intentar explicar la
elección sanmartiniana del blanco y el rojo como colores
nacionales, debe partir con análisis del contexto en el cual el
Libertador hace tal elección, así como su propia personalidad
y su ideología política. Es importante también pensar —como
lo indica Fernández Stoll— que de alguna manera la
aristocracia criolla partidaria del movimiento independentista
influenció en tal elección.
San Martín no fue sólo un militar experimentado
conduciendo un poderoso ejército para desalojar a los
españoles, era además un político culto, educado en la
tradición de la nobleza hispano criolla, por lo tanto conocedor
de la composición heráldica de escudos y banderas. Por otro
lado, desde temprano y tras una análisis serio de la realidad
26
social peruana, de su marcada división étnica y cultural, y del
conocimiento sobre la posición conservadora de un sector
importante de la aristocracia criolla de Lima, el Libertador
llegó a la conclusión de que el tipo de gobierno más
conveniente para el Perú era una Monarquía Constitucional, y
que el nuevo rey peruano podría ser elegido entre algún
Infante de la Casa Real de los Borbones, propuesta que fue
lanzada en una de las conferencias con los representantes
realistas en la villa de Miraflores, en septiembre de 1820.
Por lo tanto, los colores de la bandera del Perú
independiente debían representar cierto vínculo con la casa
monárquica que debía proveerle de un Rey. Pero además,
según Fernández Stoll, debido al alto significado histórico de
estos territorios como asiento del Imperio Incaico, no podía
obviarse de la composición cromática de la bandera al legado
de sus más antiguos gobernantes.

El rojo del legado Inca


La bandera del Perú, escribe Fernández Stoll, es dos
veces roja, porque rojo fue el color de los Incas y rojo fue
también el pendón de Castilla. Los elementos de la doble
tradición —insiste este autor— no fueron jamás perdidos en la
historia de los tiempos coloniales y estuvieron presentes en la
mente de los hombre que crearon la enseña de la patria.
Fernández Stoll sugiere que la señal excelsa de la
dignidad imperial era la maskaipacha: una cinta superpuesta de
color rojo vivo, la cual se llevaba sobre el llauto especie de gorro
formado por un cordón de fina lana que daba vueltas como
una corona en derredor de la cabeza del Inca.

27
El rojo y el blanco de la tradición castellana
El rojo y el blanco fueron durante siglos los colores
distintivos del reino de Castilla. A pesar de la que la bandera
española adoptó como colores oficiales el amarillo y el rojo en
1785, durante el reinado de Carlos III, esta no llegó a
imponerse definitivamente hasta muy entrado el siglo XIX
sobre los cuerpo militares castellanos, quienes en la época de
la emancipación continuaban usando aún las viejas banderas
de Castilla.
Rojas — anota Fernández Stoll— fueron siempre las
banderas con que cruzaron sus pechos los capitanes de los
célebres tercios castellanos en los campos de batalla de
Europa. Rojos y blancos fueron los uniformes de la famosa
Santa Hermandad embrión del ejército regular español de los
días de Isabel y Fernando. La más antigua bandera de Castilla,
que se conserva hasta hoy desde los siglos XV y XVI, trae un
aspa roja sobre campo blanco. Garcilaso nos cuenta que en la
batalla de Chupas, los soldados de Vaca de Castro llevaban
sobre el pecho sendas bandas rojas, mientras que los
almagristas las llevaban blancas.
Dada la postura monarquista de San Martín es posible
pensar que la selección del blanco y el rojo respondía a fin de
cuentas a la idea de representar cierta continuidad con la
tradición monárquica de la sociedad peruana aún después de
lograda la independencia. Esa tradición no se limitada a la
monarquía hispana, se extendía también a la tradición
imperial incaica. En ese sentido, San Martín y los criollos
peruanos conjugaron ambos simbolismos de colores, el
castellano y el incaico, en la bandera peruana.

28
La forma de la primera bandera:
Así como la elección de los colores de la bandera no se
hicieron al azar y por puro gusto y capricho del general San
Martín, tampoco su forma y la disposición de los colores en
ella fueron asuntos arbitrarios. Como lo demuestra Fernández
Stoll, el aspa y la división según líneas diagonales que San
Martín adoptó para la bandera peruana, se consideraban en
España como alusivas a la dinastía real. El aspa es en
Heráldica la Cruz de San Andrés, llamada de Borgoña cuando
aparenta estar formada por dos leños rústicos sin desbastar,
como vemos en el escudo de armas concedido por Carlos V a
la ciudad de Trujillo. La cruz de Borgoña fue la principal
enseña española probablemente desde el siglo XI cuando la
Reina Doña Urraca casó con don Raimundo de Borgoña, de
donde descendieron todos los monarcas españoles, hasta los
reyes católicos en el siglo XV; y nuevamente desde el siglo
XVII por el matrimonio de la reina Doña Juana con Felipe,
Archiduque de Austria, nieto de Carlos el Temerario.
Todo indica entonces que al dividir los campos de la
bandera peruana siguiendo la línea de la cruz de Borgoña, San
Martín tenía como objetivo ligar, en el marco de la heráldica, la
nueva enseña peruana con los antiguos blasones de la dinastía
que deseaba entronizar en el Perú.

Los patriotas criollos y la primera bandera peruana


Los documentos donde se detallan los movimientos del
ejército libertador en territorio peruano permiten sugerir
también que la bandera no fue una creación espontánea e
individual de San Martín, sino que más bien fue una obra
común con los patriotas criollos. De acuerdo a estos
documentos, San Martín se abría abstenido de asignarle una
29
bandera al Perú a pesar de la necesidad militar de esa insignia,
hasta octubre de 1820 cuando el marqués José Miguel de la
Fuente y Messia, representante de los criollos patriotas
afincados en Lima, arribó al cuartel general de Pisco.
Un suceso que demuestra esta espera para crear la
bandera peruana es el que acaeció el 19 de octubre de 1820.
Aquel día San Martín coordinó las operaciones del paso de
parte de la escuadra libertadora frente a El Callao ante la
posibilidad de que el Real Felipe fuese tomado por el batallón
Numancia, que se esperaba se sumase al ejército patriota
gracias al esfuerzo de conspiradores limeños. Mientras la
escuadra libertadora se haría entender izando la bandera de
Chile frente al litoral, el batallón Numancia usaría una
bandera blanca sobre la española en la torre del castillo en caso
de que la llegaran a tomar, y en caso contrario usarían una
bandera azul o blanca en los más elevados cerros de
Chorrillos.
Como se ve San Martín no había dispuesto la creación de
una bandera para los patriotas peruanos a pesar que el
contexto de la posible toma del fuerte español del Real Felipe
en El Callao por parte del batallón Numancia lo acreditaba,
toma que de haberse dado hubiera sido un acontecimiento
militar trascendental en la guerra por la independencia; por
qué entonces no se previo la asignación de una bandera
peruana que flameara en aquella acción. Al parecer la espera
de San Martín durante dos días más para disponer el uso de
una insignia cuya urgencia era evidente desde mucho antes,
explica históricamente que la bandera no podía ser creada por
la sola voluntad del generalísimo, y que en realidad tuvo que
serlo con el concurso de los patriotas peruanos a quienes
representaba José Miguel de la Fuente.

30
Los primeros diseños:

La bandera decretada en Pisco por el general San Martín no ofrecía


muchas facilidades para el diseño. El raro cruzamiento en aspa y la
inserción del medallón central del escudo presentaron complicaciones para
el dibujo y la confección de los estandartes. El primer diseño parece haber
sido confiado a un marino británico con plaza en el navío San Martín de la
escuadra expedicionaria y con altos méritos de topógrafo y pintor: Charles
Charcorthey Wood Taylor, natural de Liverpool de unos 26 años de edad y
a quien debería el Museo del Almirantazgo en Londres el envío directo a
través del Almirante Roos, entonces Cómodo ingles en el Pacífico, del
primer dibujo original de nuestra bandera, que hoy se exhibe allí. Otros
diseños fueron enviados a distintos puntos del territorio, para servir como
emblema a las tropas levantadas contra los españoles. José Fernández
Stoll: Los orígenes de la bandera, Lima, 1953.

La bandera llega a Lima de la mano de las montoneras


Hombres del pueblo de Lima organizados en guerrillas o
montoneras fueron los primeros peruanos que mostraron en
acción la enseña de la patria, en sus numerosas afrentas a las
tropas realistas. De acuerdo a Mariano Paz Soldán, la primera
vez que la insignia nacional se divisó en suelo limeño fue al
amanecer del 11 de diciembre de 1820, cuando esta era llevada
flameando por un contingente de audaces montoneros que
acechaban a la ciudad de los reyes por las faldas del cerro de
San Cristóbal.
La Legión Peruana de la Guardia —el primer ejército
regular del Perú— no fue organizada hasta después de la
entrada de San Martín en Lima, por lo tanto la primera historia
militar de la bandera es honor de los montoneros. Fueron

31
ellos, los que asestaron duros golpes al ejército realista en
Supe, Nievería y Pedreros, en el valle de Lima. Estos también,
bajo la inspiración y el coraje del capitán del ejército patriota
Francisco Vidal, derrotaron en Quilcamachay a Ricafort y al
propio Rodil en Huampaní, dos de lo más temibles oficiales
del bando realista. El general Miller en sus memorias del año
1821 anotaba que: “si el ejército libertador hubiese secundado
los esfuerzos de aquellas bandas de patriotas armados, apenas
puede dudarse que se habría terminado la guerra en pocas
semanas”. Otro destacado oficial patriota, el general Arenales,
afirmaba que la toma de Lima se hizo posible sólo por la
participación de los montoneros.
Nada más cierto, nos refiere Fernández Stoll, pues si la
escuadra libertadora bloqueaba el litoral, las guerrillas
patriotas asediaban estrechamente por tierra la capital. Los
montoneros no sólo provocaron el hambre, que agravó la
insalubridad de los días invernales, sino que privaron a la
ciudad de las grasas de los olivares y de los aceites de Bujama
que servían para el alumbrado, produciendo un verdadero y
dilatado oscurecimiento. Al derrotar a capitanes españoles tan
calificados como Ricafort y Rodil, causándoles perdidas graves
e inocultables, bloqueando gran parte de las comunicaciones
militares de los ejércitos realistas, impidiendo incluso la
iniciación de las negociaciones de Punchauca en la fecha
prefijada, los montoneros, con su pequeña pero eficaz
actividad bélica resultaron ser una de las causas por las cuales
La Serna creyó necesario abandonar Lima, e internarse en la
sierra. El virrey salió de la ciudad el 6 de julio de 1821 y, según
nos cuenta Paz Soldán, el Capitán Francisco Vidal hizo su
entrada en ella a las once del día, con sus aguerridas
montoneras, desfiló por la ciudad y formó su tropa frente al

32
viejo Cabildo. Recién, una semana más tarde, desfiló solemne
y formalmente el ejército expedicionario a tomar cuarteles en
la ciudad.

Los montoneros patriotas


A media legua de la ciudad, pasamos una avanzada patriota, compuesta de
montoneros, cuidando un depósito de caballos y mulas. Eran hombres
agrestes, de apariencia audaz, más bien bajos, pero bien plantados y
atléticos. Estaban desparramados en grupos sobre la hierba, en los campos,
junto con los caballos. Los centinelas que paseaban sobre las murallas al
lado del camino formaban una línea del horizonte las figuras más
pintorescas imaginables. Uno en particular atrajo nuestra atención: llevaba
un alto gorro cónico hecho de un cuero íntegro de carnero, y sobre sus
espaldas una capa blanca de tela frazada que llegaba a las rodillas y colgaba
suelta sobre sus brazos en jarra; su largo sable, algo tirado adelante,
zangoloteaba por los tobillos, en los que tenía atados pedazos de cuero crudo
de caballo, en vez de botas; con esa facha tranqueaba a lo largo del parapeto,
con el mosquete al brazo, el bellísimo ideal de guerrillero. Al oír las pisadas
de nuestros caballos, dio media vuelta y, viendo que éramos oficiales nos
saludo con todo respeto de un soldado disciplinado y al mismo tiempo con
el aire de un hijo libre de los cerros. En cuanto a los demás; eran otros
tantos escitas y nos clavaron las vista con un interés por lo menos igual al
que ellos inspiraban. Basil Hall: “El Perú en 1821”. En: Relaciones de
viajeros, Vol. 1, Colección Documental de la Independencia del Perú ,
Tomo XXVII, Lima, 1971.

El ejército libertador ingresa a Lima


El cerco de Lima por los montoneros y las dificultades
que esto había provocado para el aprovisionamiento de
alimentos y medicinas para el ejército realista, y para la
población en general, determinó finalmente que el virrey La
Serna se retirara con gran parte de sus tropas de la ciudad,
pues esta ya no resultaba estratégica para mantener la
resistencia realista.
33
Virgilio Roel anota en su historia sobre la independencia
del Perú que el Libertador había facilitado la salida de los
realistas de Lima, de una manera tan amistosa que ni siquiera
las fieros montoneros cerraron el paso o atacaron al ejército del
virrey en su ascenso a la sierra.
El mismo día de su retirada La Serna había confirmado
en el mando militar de la plaza de Lima al marqués
Montemira, además le pidió a San Martín que ocupase la
ciudad para evitar que los montoneros lo hicieran antes. Todo
indica que gran parte de las nobles familias criollas y
españolas que habitaban en la capital estaban atemorizadas
ante los desvanes que podían iniciarse con la retirada de las
tropas realistas, así como por el inminente ingreso de los
montoneros, en gran parte indígenas y negros, que ya hacia
tiempo estaban parapetados en las colinas que rodeaban a la
ciudad.

Pedido del marqués Montemira para que San Martín


ordene la retirada de los montoneros
Como reconocerá V.E por el papel que acompaño y me ha dejado el Excmo.
Señor General D. José de la Serna a su partida de esta capital, se halla ella,
sus representantes y yo como su jefe autorizado por todo su vecindario,
habitantes y los de los suburbios, para hacer con V.E. los tratados
necesarios y convenientes para el bien general y particular de todos. Nadie
duda que V.E. cumplirá religiosa y generosamente todo lo que tiene
anunciado y comprometido por sus papeles públicos en orden a la
seguridad personal e individual de las propiedades, bienes y casas de los
vecinos y habitantes, sin distinción ninguna de origen ni castas, pero lo que
más interesa en la actualidad, es que V.E. expida las instantáneas
providencias que exigen la vecindad de los indios y partidas de tropas que
circundan la ciudad, y que en estos momentos de sorpresa podrían causar
muchos desórdenes, si V.E. no ocurre oportunamente a precaverlos, con
este fin y el que V.E. quede cerciorado del estado de las cosas, dirijo a V.E a
D. Eustaquio Barrón, y espero que se sirva contestarme para tranquilidad
34
y satisfacción de este vecindario, tanto sobre lo principal cuanto sobre los
medios de realizarlo, como espera de su carácter público y privado. Dios
guarde a V.E. muchos años —Lima, 6 de Julio de 1821 —El marqués de
Montemira —Al Excmo. Señor D. José de San Martín. Gustavo Pons
Muzzo, Símbolos de la Patria, Colección Documental de la
Independencia del Perú, Tomo X, Lima, 1974.

En un diplomático acto político, San Martín decidió


complacer el pedido de los vecinos de Lima y ordenó, para
calmar sus temores, a los montoneros que se retiraran varias
leguas de la ciudad. Luego de conocida esta orden, el cabildo
limeño se reunió y con asistencia del marqués de Montemira
se acordó enviar una comisión de personalidades de la
aristocracia criolla para que inviten a San Martín a entrar
formalmente con su ejército regular a la ciudad, que en ese
momento estaba siendo protegida, a pedido de los mismos
vecinos, por las tropas inglesas. Esta comisión salió de la
ciudad el 9 de Julio. El general San Martín accedió al pedido, a
condición de que los cabildantes juraran la independencia.
El general Las Heras junto con un destacamento de
caballería del ejército libertador fue el primero en ingresar a la
ciudad de Lima para ocupar posiciones estratégicas en La
Legua. San Martín haría su ingreso a la capital peruana en la
noche del 12 de julio de 1821, haciendo su primera parada en
la residencia del marqués de Montemira, de donde pasó al
palacio virreinal para acuartelarse. Recién dos días después el
grueso del ejército hizo su ingreso.

La jura de la independencia por el Cabildo de Lima


El 14 de Julio de 1821 el general San Martín envió un
oficio a los miembros del cabildo limeño (convertida luego en
35
la Municipalidad) instándoles a jurar la independencia.
Recibido el oficio por Isidro de Abarca, conde de San Isidro,
este convocó a un cabildo abierto para el día siguiente, 15 de
Julio. La reunión que en un principio fue exclusiva para los
vecinos notables de la capital, entre ellos, los regidores
perpetuos, los títulos de Castilla, los miembros de las órdenes
militares, el Cabildo Eclesiástico y los titulares de las familias
consideradas más distinguidas, terminó aperturándose
también para el pueblo en general, el cual se agolpó en las
afueras del edificio, gritando su adhesión a la causa libertaria,
y en su ímpetu derribaron el busto del monarca hispano y
destruyeron el escudo de armas de la casa de Madrid. En
medio de esa algarabía popular, los notables limeños
procedieron a redactar el acta de Independencia y a
reconocerla luego con sus rúbricas, la lista de los firmantes fue
de miles, desde el Conde de San Isidro la principal autoridad
del Cabildo, hasta un sin número de mulatos de la condición
más sencilla.
Se procedió luego a decidir el día de la juramentación
pública de la Independencia por los vecinos de Lima,
escogiéndose el sábado 28 de Julio. Enterado de esto, el
general San Martín envió un modelo de la bandera estandarte
que debía mostrarse en el día de la ceremonia de la proclama
como símbolo de la nación peruana independiente. Pidió
además al cabildo que eligiera entre sus miembros a aquel que
debería portar la enseña en el acto público. En sesión del 19 de
Julio de 1821, el Ayuntamiento eligió al Señor Regidor Conde
la Vega del Ren por considerarle adornado de las
recomendables circunstancias insinuadas.

36
Oficio enviado por San Martín al cabildo, con
indicaciones sobre la bandera nacional
Excelentísimo señor: Debiendo ser el juramento de la Independencia de un
modo correspondiente a este acto augusto, y siendo uno de los medios de
solemnizarlo el presentarle al público el estandarte de la libertad con el que
ha de asegurar sus mas caros intereses y derramar por sostenerlo la última
gota de sangre; remito a V. E. el diseño de la bandera que provisionalmente
he señalado a este Estado, mientras que el gobierno que se establezca
determine el que sea conveniente, para que se saque públicamente por la
carrera acostumbrada con el respectivo acompañamiento, debiendo V.E.
para mayor estima del pueblo, ponerlo en mano de aquel individuo que a
juicio de V.E sea el más bemérito de la patria y más digno por sus servicios
a ella. Gustavo Pons Muzzo, Símbolos de la Patria, Colección
Documental de la Independencia del Perú, Tomo X, Lima, 1974.

Según Virgilio Roel no cuenta que el acto de proclama de


la Independencia tuvo el carácter de una típica celebración
colonial. El acto comenzó cuando en la mañana del 28 de Julio
de 1821 salió del palacio de los virreyes una brillante cabalgata
encabezada por las autoridades de la Universidad de San
Marcos con sus sobresalientes bonetes doctorales, a los que
seguían los altos prelados de la Iglesia y los priores de los
Conventos; enseguida venían en riguroso orden, los altos jefes
del ejército expedicionario, seguidos por los titulados de
Castilla y los poseedores de algún hábito de las ordenes
militares españolas, cerraban este grupo delantero los oidores
de la real Audiencia de Lima y los regidores perpetuos del
Cabildo. El grupo siguiente y principal estaba encabezado por
San Martín, en el mismo lugar que en las ceremonias
coloniales le correspondía al Virrey, flanqueado a la izquierda
por el conde de San Isidro y a la derecha por el marqués de
Montemira. Detrás de ellos marchaba encabezando el estado
37
mayor y los altos comandos del ejército, el conde de la Vega
del Ren, portando la bandera-estandarte del Perú. Cerrando el
cortejo iba un pelotón de húsares, vestidos de gala.
Rodeaban el imponente cortejo los alabarderos del Rey,
con todas las insignias reales de España. Las calles aledañas
estaban ocupadas por la tropa independentista en formación.
En los sitios libres y en las aceras se agolpó la población de la
ciudad. Se estima que el público asistente a la ceremonia
bordeó las 16,000 almas.
La comitiva llegó a un tabladillo que había sido
construido en la plaza mayor o de armas, desde el cual San
Martín pronunció la siguiente oración: ‘Desde este momento el
Perú es libre e independiente, por la voluntad general de los
pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende’. Se
lanzaron, para culminar, algunos multitudinarios vivas a la
patria, a la libertad y a la independencia.
El cortejo se trasladó luego a la plazoleta de la Merced,
posteriormente a la Plaza de Santa Ana en Barrios Altos (la
actual Plaza Italia), y llegó finalmente a la antigua plaza de la
Inquisición, donde la Universidad de San Marcos tenía su sede
principal y donde ahora se ubica el Congreso de la República,
en todas ellas se repitió la ceremonia de proclamación, luego
retorno la comitiva al palacio de gobierno.

Celebraciones limeñas de la jura de la independencia.


Concluida casi al anochecer los actos públicos de
proclama de la Independencia, se encendieron todos los
faroles y teas de la ciudad, mientras que en los amplios salones
del cabildo de desarrollaba una recepción al puro estilo
francés, con la concurrencia de lo más selecto de la sociedad

38
capitalina, en tanto que San Martín, así como sus altos
oficiales, lucían sus mejores galas. El baile cortesano se
prolongó hasta muy entrada la noche.
El 29 de julio la fiesta continuó. Por la mañana el
arzobispo Bartolomé María de Las Heras oficio un Tedeum, así
como también una misa de acción de gracias. Para estos actos
religiosos el mismo séquito del día anterior siguió, de ida y
vuelta, la ruta del palacio de los virreyes a la catedral
metropolitana. Después, los miembros del cabildo se
reunieron para prestar juramento a la Independencia. Por la
noche, con una manera de retribuir las atenciones de la
aristocracia criolla de Lima, San Martín organizó otro baile de
gala en los salones del palacio virreinal.

El deterioro de la figura del Libertador


La autoridad de San Martín como gobernante del Perú
en calidad de Protector General comenzó a ser cuestionada
desde septiembre de 1821 por la intelectualidad criolla adscrita
al credo republicano y por tanto opuesta al proyecto
monarquista del Libertador; así como por los altos mandos
militares del ejército patriota que le criticaban su falta de
decisión para iniciar el ataque frontal a las fuerzas realistas.
Virgilio Roel narra dos episodios que pusieron en
dificultades la autoridad de San Martín sobre los territorios
liberados del Perú. El primero de ellos fue una conspiración de
oficiales del ejército independentista decididos a deponerlo,
conspiración que le fue revelada por un general leal. San
Martín finalmente pacto con sus conspiradores, ofreciéndoles
a todos por medio del Cabildo de Lima inmensas propiedades.
La mayoría de ellos apenas pudieron vender tales obsequios,
se retiraron definitivamente del Perú, quizás desencantados de
39
la obra independentista o quizá, porque aquella recompensa
económica les abría un futuro seguro y no tenían porque
seguir guerreando a costa de perder sus vidas por una patria
que no era la suya.
El otro episodio sucedió en septiembre de 1821, cuando
tropas realistas provenientes de Huancayo compuestas por
cerca de 1,500 efectivos al mando del general Canterac
lograron llegar hasta el fuerte del Real Felipe en el Callao, su
último bastión en Lima, sin ser hostilizados mayormente por
el ejército patriota, aunque si atacados por las partidas de
montoneros. Lo mismo sucedió unos días después cuando
iniciaron su retorno a la sierra central. Ante esa presencia el
almirante Cochrane solicitó a San Martín pusiera bajo su
mando a 2,000 efectivos de los 10,000 que el ejército patriota
tenía acantonados en Lima, con los cuales se comprometía a
destruir a las fuerzas de Canterac, agotadas y desanimadas
por el viaje y el hostigamiento de las montoneras y mermadas
además por cientos de deserciones. La negativa del General
motivo una agria discusión, que terminó con una desafiante
desobediencia de Cochrane y su retirada definitiva del Perú,
luego apropiarse de una carga de barras de oro con las cuales
cubrió el sueldo de sus oficiales y marinos.

El desvanecimiento de la propuesta monarquista de San


Martín
Los cuestionamientos de los ideólogos republicanos y de
los mismos oficiales de su ejército comenzaron a minar la
postura monarquista de San Martín. La agresividad del
ejército realista también la desfavoreció. La actitud del Virrey
La Serna y sus oficiales indicaban que no estaban dispuestos a
asumir ningún tipo de acuerdo, su único objetivo era destruir
40
al ejército patriota. El traslado de la sierra central hacia Lima
de las tropas de Canterac respondía claramente a esos
propósitos.
Estas circunstancias determinaron hacia diciembre de
1821 que San Martín no solamente dudara ya de la viabilidad
de su proyecto monarquista, sino también de la capacidad de
su ejército por lograr la independencia del Perú. Apenas
comenzó 1822, el general Argentino decidió entrevistarse con
Bolivar, quien con sus tropas se encontraba en Guayaquil, con
el objetivo de que este se involucrara en la obra libertaria. Así
por un decreto del 19 de Enero de 1822 nombra al marqués de
Torre Tagle como Supremo Delegado, para que ejerciera el
gobierno en su ausencia. En ese contexto, Torre Tagle decide
dos meses después de su nombramiento cambiar la bandera
peruana en formato de cruz de borgoña, por una más simple
de tres franjas horizontales.
Aunque su entrevista con Bolívar no se efectuó sino seis
meses después, en Julio de 1822, San Martín había cedido en la
práctica el gobierno del Perú a los criollos limeños, un acto
político que se formalizó con la elección de representante para
el del Primer Congreso Constituyente peruano el 1º de mayo
de 1822 y su establecimiento el 29 de setiembre de ese mismo
año. Inmediatamente después San Martín abandonó el Perú.
Uno de los primeros acuerdos del Congreso
Constituyente fue desautorizar a los comisionados García del
Río y Paroissien, enviados a Europa por San Martín a fines de
1821 para que gestionaran la venida de un príncipe para
ocupar el trono del Perú.

41
La segunda bandera peruana
La primera bandera peruana creada por San Martín en
su Cuartel General de Pisco en Octubre de 1820, con la cual se
proclamó la independencia del Perú en Lima el 28 de Julio de
1821 y que fue la enseña tanto de las tropas peruanas del
ejército libertador como la de los montoneros en distintos
enfrentamientos con las huestes realistas, sólo existió hasta el
15 de marzo de 1822. Aquel día, el Supremo Delegado,
Marqués de Torre Tagle, apelando a las dificultades en la
confección de la bandera establecida por el generalísimo
ordenó que esta cambiara en su diseño. La nueva bandera, sin
renunciar a su original combinación cromática, adoptó la
forma de una faja blanca transversal entre dos encarnadas, con
un sol, también encarnado, sobre la faja blanca.
Probablemente el cambio en el diseño de la bicolor, más
allá de los argumentos de Torre Tagle sobre la dificultad en su
confección, respondió al marcado deterioro de la propuesta
sanmartiniana de que el nuevo Estado independiente
asumiera un gobierno monárquico y por tanto carecía ya de
propósito mantener una enseña cuyo modelo estaba
proyectada en su forma a servir de símbolo también para
algún futuro Rey. Una empresa en la cual San Martín
probablemente fue respaldo por un grupo de la aristocracia
criolla peruana que prefería este tipo de salida a un cruento
enfrentamiento, en el cual era previsible que sectores medios y
populares, conformado por indios, negros y mestizos,
agrupadas en las partidas montoneras serían decisivos para la
victoria independentista, abriendo así la posibilidad de
quitarle el monopolio del poder político a los criollos en la
nuevo Estado libre.

42
La bandera peruana adopta su forma definitiva
Paradójicamente la nueva bandera estipulada por Torre
Tagle era muy similar a la bandera española, solamente se
diferenciaban en la faja central, que era amarilla en la enseña
de España y blanca en la peruana. Aquel parecido, en ese
contexto de guerra, resultó un grave peligro, ya que a la
distancia las embarcaciones o tropas de uno u otro bando no
podían identificarse claramente.
Una equivocación de este tipo acaeció en aquellos
mismos meses, como refiere el testimonio del comandante
colombiano Martín Guerrero, en un documento que aparece
en la compilación de Gustavo Pons Muzzo. El testimonio del
comandante refiere: ‘Una columna patriota debía unirse a su
batallón y divisando a lo lejos uno con bandera al parecer
peruana, se acercó la columna y sólo cuando estuvo muy
inmediata conoció el color amarillo muy descolorido, era
española; y esta tropa cayó prisionera’.
Para evitar otra peligrosa confusión, apenas dos meses
después del primer cambio en la forma de la bandera, el
propio Delegado Supremo marqués Torre Tagle dispuso una
nueva reforma de la enseña mediante decreto del 31 de mayo
de 1822, en la cual se disponía que ‘la nueva bandera tendría la
forma de tres listas verticales o perpendiculares, la del centro
blanca, y las de los extremos encarnadas con un sol también
encarnado sobre la lista blanca.
Tres años después el 26 de febrero de 1825, luego de
algunas sesiones secretas de los miembros del Congreso
Constituyente Peruano, se ratificó la forma de la bandera
establecida por Torre Tagle, y se indicó que ‘sería menester
poner en la bandera el escudo de armas que adoptó el
Congreso en la sesión del 24 de febrero de 1825, en lugar del
43
que proviene del decreto provisorio de 1820. El nuevo escudo
también reemplazaría al sol encarnado dispuesto por Torre
Tagle.

Algunos proyectos para reformar la Bandera


Cinco proyectos distintos se presentaron para variar la bandera peruana en
las sesiones secretas del Congreso Constituyente del 23, 24 y 26 de febrero
de 1825: el 1° tenía dos fajas horizontales, la superior blanca y la inferior
amarilla; en la blanca había un gorro de la libertad, rodeado de ocho rosas
que representaban las ocho provincias: Lima, Junín, Arequipa, Ayacucho,
Trujillo, Puno, Cuzco y Tarapacá; el 2° tenía tres fajas horizontales, la
superior e inferior rojas y la del centro dividida en dos, la inmediata al asta,
verde con un sol rodeado de ocho estrellas; y la otra mitad, blanca. El 3°
tenía tres fajas horizontales, la superior e inferior rojas y la del centro
blanca; la faja superior roja tenía un sol blanco rodeado de ocho estrellas, el
4° tenía tres fajas horizontales; la superior o inferior rojas, la del centro
subdividida en dos partes; la del extremo blanca y la inmediata al asta, azul
con escudo de ocho rosas, en cuyo centro había un sol y una flama, el fondo
del escudo era color de oro. El 5° tenía dos fajas horizontales, la superior
roja, con un sol amarillo rodeado de ocho estrellas blancas, y la inferior
blanca (Sesiones del 23 y 24 de Febrero de 1825). Mariano Felipe Paz
Soldán, Historia del Perú Independiente. Primer Periodo, Lima,
1858.

44
3
El Escudo

El diseño del primer escudo


Al general José de San Martín también le debemos
nuestro primer escudo patrio, creado junto con la bandera el
20 de octubre de 1820. Recordemos que de acuerdo al decreto
del Libertador, este debía esta compuesto por una corona de
laurel ovalada, y dentro de ella un sol, saliendo por detrás de
las sierras escarpadas que se elevan sobre un mar tranquilo. La
corona de laurel debía ser verde, y atada en la parte inferior
con una cinta; de color de oro el sol con sus rayos, la montaña
de un color pardo oscuro; el mar entre azul y verde.
Aquel escudo fue modificado levemente cuando San
Martín notificó al cabildo limeño que en la jura de la
independencia el escudo representase las aguas del Rimac y ya
no al mar tranquilo.
Los ornamentos del escudo pretendieron dar la idea de
trópico, propio de las tierras americanas, por lo cual se dibujó
un árbol de plátano sobre el cual reposaba el emblema,
sostenido por un cóndor y una vicuña y adornado por cada
lado con las cuatro banderas de las Provincias Unidas del Río
de la Plata (actual Argentina), de Chile, de Guayaquil y del
Perú, que en diseños posteriores aparecen multiplicados e
indistintos.

45
El almirante inglés Basil Hall, describe a la bandera y el
escudo peruanos en la ceremonia de la Independencia
El 28 de Julio […], se celebraron ceremonias para proclamar y jurar la
independencia del Perú. Las tropas formaron en la plaza mayor, en cuyo
centro se levantaba un alto tablado, desde donde San Martín, acompañado
por el gobernador de la ciudad y alguno de los habitantes principales,
desplazó por primera vez la bandera independiente del Perú, proclamando
al mismo tiempo con voz esforzada: Desde este momento el Perú es libre e
independiente por la voluntad general del pueblo y por la justicia de su
causa que dios defiende. Luego batiendo la bandera exclamó: ¡Viva la
patria! ¡Viva la independencia! ¡Viva la libertad! Palabras que fueron
recogidas y repetidas por la multitud que llenaba la plaza y se hacían salvas
de artillería entre aclamaciones tales como nunca se había oído en Lima. La
nueva bandera peruana representa al sol naciente apareciendo por sobre los
andes, vistos detrás de la ciudad, con el río Rímac bañando su base. Esta
divisa, con un escudo circundado de laurel, ocupa el centro de la bandera,
que se divide diagonalmente en cuatro piezas triangulares: dos rojas y dos
blancas‘’. Basil Hall: “El Perú en 1821”. En: Relaciones de viajeros, Vol.
1, Colección Documental de la Independencia del Perú , Tomo XXVII,
Lima, 1971.

Tradiciones que influenciaron el diseño del primer escudo


peruano
Nuestro primer escudo abunda en similitudes con el
adoptado por los argentinos en 1813. En ambos destacan, a
decir de Alejandro Salinas, una composición sintética de la
geografía espacial mediante la trilogía de los motivos: sol,
andes y mar.
Dada la concepción monárquica de San Martín, es
posible que aquel sol recordara de alguna manera al sol que
aparece en algunos emblemas de Castilla, sin dejar de tener en
cuenta que el astro rey fue a su vez el símbolo de la nobleza
46
incaica. Al parecer San Martín junto con los patriotas criollos
intentaron conjugar en este símbolo a ambas tradiciones, tal y
como ocurrió con los colores y su disposición en la bandera.
Sin embargo, de acuerdo al argentino Guillermo
Jacovella, el motivo del sol presente en la bandera y escudo
argentinos no es el sol radiante, símbolo clásico de la
antigüedad europea, sino el sol flamigeo, el sol incásico.
Bartolomé Mitre, presidente argentino y destacado intelectual
de la segunda mitad del siglo XIX, confirma esta idea en una
carta que le envió a Juan María Gutiérrez, publicada en el
diario La Nación de Buenos Aires el 28 de mayo de 1900. En
ella decía Mitre, que el sol que corona las armas del escudo
argentino ‘era un símbolo genuinamente americano... dado
que sus raíces no sólo se remontan a la iconografía cuzqueña,
sino porque además el autor del diseño de dicho escudo
aprobado en la asamblea constituyente argentina de 1813
habría sido el grabador del Cuzco, don Antonio Isidro de
Castro’.
Esta heráldica vinculada al astro rey —como sugiere
Alejandro Salinas— podría estar directamente inspirada en la
célebre imagen solar antropomórfica que presidía el altar
mayor del templo de Coricancha, según lo prueban diversos
manuscritos e imágenes de la época colonial, entre los que
destacan los textos con láminas de Santa Cruz Pachacuti y la
Nueva Corónica y buen gobierno de Felipe Guaman Poma de
Ayala, muy conocidos por grabadores y pintores sureños de
este periodo.

47
Lima durante la independencia de 1821:
impresiones de un viajero.
La población de Lima llega a las 70,000 almas, compuesta de las siguientes
clases y proporciones: como 25,000 españoles; 2,500 monjes, monjas y clero
secular; 15,000 mulatos; 15,000 esclavos; 7,200 mestizos y 5,000 indios.
Los españoles son ahora casi todos criollos, pues los chapetones (nacidos en
España) han salido del país en su mayoría. Los monjes y religiosas que
tanto abundan disminuirán bajo el nuevo orden de cosas, y no hay duda
que los patriotas ya habrán averiguado la cantidad a que ascienden sus
rentas. Han pasado muchos años desde que el Perú ha importado negros,
pues el número que tienen basta para el cultivo de caña de azúcar, café y
cacao, productos que se les encomienda. En cuanto a las minas, los trabajos
los hacen los indios, que soportan mejor el frío de las sierras que el negro, a
quien casi no se emplea en ellas. Algunas haciendas azucareras cercanas a
Lima, trabajan hasta con quinientos negros. Pero desde la entrada de San
Martín, con su ofrecimiento de liberar a los negros que engrosaran sus
filas, como también de liberar a todos los niños de esa raza que nacieran a
partir de esa fecha, ha disminuido el número de peone negros, y dentro de
algunos años, el negro de pura raza habrá desaparecido. Alexander
Caldcleug: “El Perú en vísperas de la jura de la independencia”. En:
Relaciones de viajeros, Vol. 1, Colección Documental de la
Independencia del Perú , Tomo XXVII, Lima, 1971.

El escudo de armas de 1825


El escudo establecido provisionalmente por San Martín
en 1820, salvo el cambio de las aguas del mar tranquilo por las
aguas del río Rímac para la ceremonia pública de
Juramentación de la Independencia en Lima y a pesar de la
presencia del Sol encarnado establecido por Torre Tagle que
adornó la segunda y tercera versión de la bandera, se mantuvo
vigente hasta el 24 de febrero de 1825, cuando a propuesta del
Presidente del Congreso Constituyente, José Gregorio Paredes,
fue cambiado por uno totalmente distinto.

48
De acuerdo al acta de aquella sesión congresal José
Gregorio Paredes propuso ‘un Escudo de Armas dividido en
tres partes, por una línea perpendicular con los siguientes
geroglifos. En la parte de mano derecha una vicuña mirando al
centro del Escudo, en la de la izquierda el árbol de la cascarilla
y en la parte inferior y más pequeña que las anteriores una
cornucopia derramando monedas, y en términos muy
análogos manifestó la propiedad de las alusiones hacia la
república por significarse con ellas las riquezas del Perú con
los tres Reinos Mineral, Vegetal y Animal’
La ley de creación de este nuevo escudo aprobado por el
Congreso, fue decretada al siguiente, 25 de febrero de 1825,
por el Encargado del Supremo Mando del Perú, Simón
Bolívar. Aquel decreto consignaba los colores
correspondientes a los campos del escudo. El primero azul
celeste, a la derecha, donde va la imagen de la vicuña; el
segundo blanco, a la izquierda, donde esta ubicada la Quina; y
el tercero rojo, en la parte inferior, donde va la Cornucopia.
Algunas referencias documentales de Gustavo Pons
Muzzo indican que el proyecto de Paredes no fue el único,
pero el pleno del Congreso optó finalmente por este. La
elección de estas tres figuras para conformar el escudo de
armas responden, de acuerdo a Fernández Stoll, a que el
Congreso de 1825 estaba compuesto en gran parte por
personajes conocedores de las doctrinas naturistas difundidas
desde las obras de Rousseau y de los Enciclopedistas
franceses, así como por las célebres expediciones científicas de
Von Humboldt. El propio Paredes era médico formado en la
Universidad de San Marcos y el Colegio de Medicina de San
Fernando y catedrático en este último, donde comenzó a
estudiarse con cierto interés estos asuntos.

49
Estos naturalistas imbuidos además en el credo Ilustrado
de tendencia antimonárquica y defensora de la razón humana
sobre los dictados divinos en torno al conocimiento sobre el
hombre y la naturaleza y las posibilidades de su
transformación provechosa, lograron sintetizar en el nuevo
símbolo, por medio de las imágenes de las riquezas naturales,
los elementos que representan a la patria peruana. Idea ya
trazada antes por la Sociedad de Amantes del País y difundida
por el Mercurio Peruano. La identificación de la patria
peruana por medio de estos elementos naturales se relacionó
además a las posibilidades de progreso efectivo por el buen
uso que se les diera, después de todo eran las ‘riquezas
naturales’.

Los creadores del Escudo peruano


José Gregorio Paredes y Ayala, creador intelectual del
nuevo escudo, había nacido el 19 de marzo de 1778. Formado
como médico, logró construirse cierto prestigio profesional y
científico en los últimos años del virreinato, periodo en el que
ocupó el cargo de Bibliotecario de la Universidad de San
Marcos, así como el de Director de la Gaceta de Lima,
publicación oficial del Cabildo de la Ciudad, era además
catedrático de Prima de Medicina en el Colegio de San
Fernando.
Todo sugiere que Paredes formaba parte del grupo de
allegados al célebre Hipólito Unanue, que en tiempos
coloniales se había convertido en el más prestigioso médico
peruano, ocupando entre otros el cargo de Protomédico
General del Perú, cuya función era vigilar el correcto ejercicio
profesional de la medicina. Unanue fundó con el auspicio del
Virrey Abascal el Colegio de Medicina de San Fernando en
50
1812. En 1815 fue integrado a la Cámara de Médicos de los
Reyes de España. Tras el inicio de las guerras de
Independencia, Unanue se convirtió en consejero del Virrey La
Serna y al trasladarse este a la sierra en 1821, fue acogido por
el bando patriota que ingreso a Lima, convirtiéndose
rápidamente en un funcionario y político importante del
nuevo Estado independiente. De alguna manera José Gregorio
Paredes siguió la misma trayectoria. Fue diputado por Lima
en el Congreso Constituyente establecido en 1822, Presidente
de esta institución en los primeros meses de 1825 (tiempo en el
que se establece el nuevo escudo), así como Ministro de
Hacienda entre 1827 y 1828.
Si José Gregorio paredes fue el autor intelectual del
nuevo escudo, el artista que se encargó de diseñar el dibujo
fue Francisco Javier Cortés. Su relación venía de los años en
que ambos eran catedráticos del Colegio San Fernando, Javier
Cortés tenía allí la cátedra de dibujo. Como dibujante fue
integrante de una de las expediciones botánicas de aquella
institución, por tanto poseía una magistral técnica en la
representación de imágenes naturales. A la llegada de San
Martín, el artista se convirtió en dibujante oficial del Estado,
con tablero en la oficina del mismo Protector. De acuerdo a
Fernández Stoll, obras importantes de Cortés fueron los
diseños de nuestras primeras monedas con el lema ‘Libre y
feliz por la unión’.

51
Las imágenes del Escudo
La Vicuña: Sagrada por su finura y por su independencia, es una muestra
de tranquilo valor. De los machos, que entre los animales llevan sus
hembras en tropeles, es el único que no corre más que ellas para salvarse en
los peligros, sino que las hace fugar mientras queda sólo, dando cara a la
muerte. Ni bestia servil, ni animal de doméstico provecho, jamás cautivo, es
el fino y valiente señor de nuestras soledades.

La Quina: Tampoco es cosecha venal. Amarga y severa, erguida y


generosa, es la planta de la utilidad social, su destino no es la riqueza, sino
la vida. Su nobleza queda asociada en la historia, para siempre, a la idea de
hallar en nuestro suelo el remedio de nuestros males; y en la leyenda, el
encanto de la virreina a quien salvó la oscura ciencia de un indio.

La Cornucopia. Nos da el elemento clásico del mito de Amaltea y la


lección de esfuerzo necesario para hacer útiles nuestras riquezas. No hay
como en la leyenda griega, flores que derramar ni frutos que consumir, sino
un rudo menester de transformación. Cada una de sus monedas significa
que en el Perú cada metro de tierra, cada pulgada de camino, cada rueda
que gira, cada hora que pasa, valen oro. Todo esta siempre por hacerse y el
porvenir exige cada vez más organización, la técnica, el trabajo. José
Fernández Stoll: Los orígenes de la bandera, Lima, 1953.

Algunos cambios en el diseño final del escudo


El escudo concebido por José Gregorio Paredes y hecho
imagen por el arte del dibujante Francisco Javier Cortés, fue
ligeramente modificado por el grabador Marcelo Cabello,
célebre por la belleza de las composiciones para imprenta de
algunos libros editados en la colonia, quien le dio la forma con
la cual lo conocemos actualmente. Fernández Stoll anota que
los primeros dibujos que hasta hoy se conservan nos muestran
el blasón partido a derecha e izquierda en dos campos iguales
separados debajo de la mitad por un punto o triángulo
asentado en la base del escudo y en que se halla la cornucopia

52
como suspendida verticalmente del centro del emblema, en
proporciones harto menores que las figuras laterales, siendo
las monedas casi invisibles.
Para Cabello, aquel diseño presentaba serias dificultades
para que en la acuñación de monedas y sellos, la cornucopia y
las monedas derramadas aparecieran con nitidez. Por lo cual
dada su basta experiencia como grabador y a pesar de la
oposición del dibujante Cortes, decidió forjar el escudo
basándose en un diseño que cortaba el ancho del escudo por la
mitad, eliminado la partición en forma de triángulo, para así
diseñar cómodamente la cornucopia como hoy la vemos. No
obstante, las imágenes de los escudos del siglo XIX suelen
presentar a la cornucopia vertiendo las monedas a veces a la
derecha y otras a la izquierda.

Breves notas sobre la escarapela


Este distintivo también fue una invención europea. Las
noticias históricas al respecto señalan que sus orígenes están
en la Francia de Luis XIV, quien como parte del
establecimiento de un nuevo uniforme para su infantería
dispuso que esta tropa llevara en el sombrero plumas de gallo
con los colores que usaban los coroneles que mandaran los
respectivos regimientos, era pues un símbolo de identificación
militar. Con el tiempo, aquel plumaje fue reemplazado por
lazos de colores, los cuales fueron recogidos en forma de rosas
e igualmente colocados en alguna parte visible.
Aunque no se sabe exactamente cuando se impuso la
forma de roseta, al parecer esta ya estaba generalizada al
comenzar el siglo XVIII, cuando en Europa se desató la guerra
de sucesión a los tronos de Francia y España (1700 - 1715), al
morir el monarca español Carlos II, sin dejar heredero. En
53
aquella guerra las tropas francesas y españolas aliadas usaron
escarapelas con los colores blanco y rojo, emblemáticos de sus
ejércitos y de su alianza. Por contraposición adoptaron los
ejércitos aliados de todos los reinos europeos que favorecían la
causa del archiduque Carlos de Austria, los colores rojo, de
España, y el amarillo y azul de la dinastía de los Borbones, a
la que pertenecía el archiduque, quien al vencer, adoptó el
nombre de Felipe V.
Durante la Revolución Francesa este distintivo militar
comenzó a ser usado también por los civiles. El 13 de junio de
1789 el Municipio de París dispuso que sus habitantes llevaran
escarapelas con los colores rojo y azul, los colores de París.
Luis XVI, por indicación de Lafayette unió esta escarapela a la
blanca que él usaba, resultando así la tricolor, que luego fue
adoptada en los colores de la bandera del régimen republicano
de Francia.
En el Perú, el uso de la escarapela con los colores patrios
fue dispuesto por San Martín el 21 de octubre de 1820, en el
mismo decreto que señalaba la creación de la primera bandera
y el primer escudo peruanos. El Decreto ordenaba que todos
los habitantes de las provincias del Perú que estuvieran bajo la
protección del ejército libertador usarán como escarapela
nacional, un bicolor de blanco y encarnado, el primero en la
parte inferior y el segundo en la superior. Esta insignia
entonces no fue usada sólo por los militares, sino también por
los civiles. La escarapela con los colores patrios fue, en cierta
manera, la señal que identificaba a todos aquellos que se
adherían al movimiento independentista.

54
4
El Himno

La marcha nacional
De acuerdo a los testimonios de algunos viajeros
europeos del siglo XIX que estaban de paso por la ciudad de
Lima y las investigaciones del historiador Carlos Raygada,
cuando San Martín hizo su ingreso a la ciudad de Lima en
Julio de 1821, se entonaban ya varios cánticos de sentido
patriótico y raigambre popular, compuestos espontáneamente
por músicos y poetas, en gran parte mestizos y criollos de
estratos medios y pequeña fortuna, dedicados además del arte
de escribir y componer a otros oficios, cuyo ideario patriótico
y republicano era expresado con mayor vehemencia que la
aristocracia criolla.
A ciencia cierta no se sabe cuantos de estos cantos fueron
compuestos, tampoco se sabe el nombre de sus autores. Los
versos completos de uno de esos cantos patrióticos fueron
rescatados del olvido por el Capitán de Caballería José
Hipólito Herrera, en su libro El Álbum de Ayacucho. Colección de
los principales documentos de la guerra de la Independencia del Perú
y de los cantos de victoria y poesías, relativas a ella, publicado en
1862. Este canto, obsérvese, contiene como primera estrofa a la
misma de nuestro actual himno nacional, aunque el coro y las

55
demás estrofas son distintos. Estos fueron los versos de
aquella canción:

CORO

A la faz de la tierra juramos


Sostener con denuedo y valor,
La alta gloria de ser hombres libres,
O morir coronados de honor.

I
Largo tiempo el peruano oprimido
La ominosa cadena arrastro;
Condenado a una cruel servidumbre
Largo tiempo en silencio gimió.
Mas apenas el grito sagrado
Libertad, en sus costas sonó,
La indolencia de esclavos sacude
La humillada cerviz levantó.

II
No es tan grata tras negra borrasca
La presencia brillante del sol,
Como fue la llegada del Héroe,
Que de Maypu en los llanos triunfó.
Por doquier un ruido de alarma
Asustado el tirano escuchó,
Y volar de los libres el campo
Por do quier sus soldados miró.

III
En la tumba del Inca inocente
Esta voz se sintió resonar,
¡Que no more en su seno un tirano
madre ilustre de Manco Capac!
Y los hijos del Sol encendidos
De amor patrio en el fuego sagrado,
O morir entre ruinas envueltos,

56
O cobrar sus derechos juraron.

IV
Todos marchan alegres a unirse
A los bravos del cinco de Abril,
Todos arman la diestra, y sacuden
De sus cuellos el yugo servil
La victoria su marcha precede;
¿Quién su esfuerzo podrá resistir?
Cada ataque es un nuevo trofeo,
Cada choque es un lauro gentil

V
Cual la bella aurora levanta
De entre sombras risueña la faz,
Y a su vista las negras tinieblas
Con presteza se ve disipar;
Al respecto benéfico y grato
De la amada, feliz libertad,
Pávido huye el atroz despotismo,
Y con él la ignorancia se va.

VI
Ved cuan bella hoy al mundo renace
Del Sol la hija con noble esplendor,
En sus sienes diadema de gloria,
Y a sus plantas el yugo español;
No ajará más su suelo opulento
La insolencia de injusto opresor;
La crueldad, la barbarie y perfidia
No alzará su semblante feroz.

VII
Tornará de Saturno el reinado
A la sombra del gran Protector;
De las artes y ciencias la antorcha
Lucirá en esta inmensa región.
Bajarán de la esfera celeste
Igualdad, libertad y la unión,

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Y en la tierra de Febo querida
Fijarán su sagrada mansión.

Ante la existencia de varios de estos cantos patrióticos y


la necesidad de que las tropas peruanas tuvieran una marcha
propia, el general San Martín convocó el 7 de agosto de 1821 a
un concurso de compositores y poetas para establecer de
manera oficial la ‘Marcha Nacional del Perú’. La
denominación de ‘Marcha’ sugería, ante todo, el sentido
guerrero que se esperaba del verso y la composición musical.
De acuerdo a Juan Pérez de Guzmán, ‘los himnos nacionales
fueron desde su origen cantos de guerra y estímulo para la
lucha, ora lo inspirasen los odios contra el extraño, ora el furor
contra los enemigos, ora, en fin, las iras de la revolución’.

Convocatoria a concurso para la composición


de la Marcha Nacional
El entusiasmo patriótico es un manantial inagotable de virtudes. El genio
de la América ha inspirado en los pechos peruanos aquel sagrado fuego; y es
justo y necesario alimentar su llama por cuantos medios sean imaginables.
Entre ellos se presenta como uno de los más poderosos la adopción de una
marcha nacional, por el influjo que la música y la poesía ejercen sobre todas
las almas sensibles.
Al efecto se invita a todos los profesores de bellas letras, a los compositores,
y aficionados que amen a su Patria y se interesen en su prosperidad, para
que dirijan sus producciones firmadas al Ministerio de Estado antes del 18
de setiembre próximo, en cuyo día se decidirá por una comisión de personas
inteligentes cual es la composición que por su letra y música mereciere la
distinción de ser adoptada como Marcha Nacional del Perú. El nombre de
su autor se dará al público para que, al mismo tiempo que sea considerado
por el gobierno, recoja de sus conciudadanos el tributo de gratitud que
justamente es acreedor. Lima, Agosto 7 de 1821.- Hay una rúbrica de
S. E. .- García del Río. Gustavo Pons Muzzo, Símbolos de la Patria,
Colección Documental de la Independencia del Perú, Tomo X, Lima,
1974. 33

58
El certamen de la elección de la marcha nacional
La fecha límite para la presentación de las composiciones
de los concursantes fue el 18 de septiembre de 1821. Las
investigaciones realizadas por Carlos Raygada indican que el
15 de septiembre, tres días antes de cumplirse el plazo, San
Martín decidió prorrogarlo hasta el 28 de ese mismo mes. No
obstante, aquella prórroga no fue tenida en cuenta por los
concursante quienes decidieron presentar sus obras el lunes 17
de septiembre. Aquel día, en el Salón del ciudadano argentino
José de Riglos, ante un auditorio presidido por el Libertador,
fueron ejecutas las siete piezas compuestas para el certamen,
con el respectivo canto de sus versos.
Los seis participante fueron: el músico mayor del
batallón Numancia, los maestros Huapaya, Tena, Filomeno,
fray Cipriano de Aguilar y Bernardo Alcedo, quien presentó
dos composiciones. La ejecución musical fue hecha en el clave,
un instrumento parecido a los pianos de media cola, de
sonoridad suave y penetrante, indispensable para interpretar
la música de los siglos XVI y XVII, pero que en la Lima del XIX
aún seguía vigente.
De acuerdo al exhaustivo estudio de Raygada, el
Protector al no encontrar entre las siete piezas escuchadas una
marcha de su entero gusto, resolvió adoptar, provisoriamente
y de facto, la presentada en último término por Alcedo. La
decisión, sugiere el propio Raygada, se debió al parecer a que
aquel compás ya había sido escuchado anteriormente por San
Martín, por lo tanto en esta segunda audición su belleza
melódica e impulso dinámico le parecieron más convincentes.
Técnicamente, entre los compositores, es usual que una
primera audición no despierte el entusiasmo esperado, una
impresión que en muchos casos mejora en las siguiente

59
audiciones. En música pues, al parecer, la primera impresión
no es la que necesariamente vale.

Los versos de la marcha nacional


Aunque los principales protagonistas del certamen de la
elección de la marcha nacional fueron compositores de música,
el concurso convocado por San Martín comprendía también ‘a
todos los profesores de bellas letras’. No obstante, no existen
noticias de la presencia de estos en el certamen. El propio
Raygada supone que ‘los mismos músicos se encargaron, por
espontánea resolución’, de seleccionar los poemas que mejor
les pareciera a su razón estética y al sentido marcial que quería
dársele a la marcha nacional.
Bernardo Alcedo, en una correspondencia fechada el 8
de junio de 1863, que le envía desde su residencia en Chile a
Juan de Rivera, afincado en El Callao, indica ante las
interrogantes de su amigo sobre ‘el autor de nuestra Canción
Nacional: es decir de los versos [...] que fue un caballero
Iqueño, Dn. Juan José Ugarte, que también compuso los versos
de la Chicha; y llegando estas piezas a mi mano le puse música.
Refiriéndome a la primera, conservo los versos originales de
su misma mano’. Los versos compuesto por Juan José Ugarte
en 1821 (su nombre aparece escrito luego como José de la
Torre Ugarte), a los cuales musicalizó Alcedo para el certamen
del 17 de septiembre, fueron estos:

CORO
¡Somos libres! ¡seámoslo siempre!
Y antes niegue sus luces el Sol,
Que faltemos al voto solemne
Que la patria al eterno elevó.

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I
Ya el estruendo de broncas cadenas,
Que escucharon tres siglos de horror
De los libres, al grito sagrado
Que oyó atónito el mundo, cesó.
Por doquier San Martín inflamado,
¡Libertad! ¡libertad! Pronunció;
Y meciendo su base los Andes,
La enunciaron también a su voz.

II
Con su influjo los pueblos despiertan
Y cual rayo, corrió la opinión,
Desde el istmo, a las tierras del fuego,
Desde el fuego a la helada región.
Todos juran romper el enlace,
Que natura a ambos mundos negó,
Y quebrar ese cetro que España
Reclinaba orgullosa en los dos.

III
Lima cumple ese voto solemne,
Y severa su enojo mostró
Al tirano impotente lanzando,
Que intentaba alargar su opresión.
A su esfuerzo, saltaron los hierros
Y los surcos que en sí reparó
Le atizaron el odio y venganza
Que heredó de su Inca y señor.

IV
Compatriotas, no más verla esclava
Si humillada tres siglos gimió,
Para siempre jurémosla libre
Manteniendo su propio esplendor.
Nuestros brazos hasta hoy desarmados,
Estén siempre cebando el cañón,
Que algún día las playas de Hespería,
Sentirán de su estruendo el terror

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V
Excitemos los celos de España,
Pues presiente con mengua y furor,
Que en concurso de grandes naciones
Nuestra patria entrará en parangón.
En la lista que de estas se forme
Llenaremos primero el renglón,
Que el tirano ambicioso de Iberia
Que la América toda asoló.

VI
En su cima los Andes sostengan
La bandera o pendón bicolor,
Que a los siglos anuncie el esfuerzo
Que ser libre por siempre nos dio.
A sus sombras vivamos tranquilos,
Y al nacer por sus cumbres el sol
Renovemos el gran juramento
Que rendimos al Dios de Jacob.

Como se habrá percibido, en estos versos originales no


aparece la primera estrofa del himno actual que comienza con
el: ‘Largo tiempo el peruano oprimido...; y se presenta además una
quinta estrofa que comienza con: ‘Excitemos los celos de
España...’, que en el canto que rige hoy en día ya no existe. Más
adelante explicaremos las circunstancias de estos cambios que
han ido moldeando al himno del Perú, pues es preciso antes
dar algunas noticias de sus autores.

Alcedo, el creador de la partitura musical


Queda claro que el compositor de la música fue el
maestro José Bernardo Alcedo, músico limeño nacido el 20 de
octubre de 1788. Sus padres, José Isidro Alcedo y Rosa
Retuerdo, de extracción mestiza, se esforzaron por educar
62
buenamente al pequeño Alcedo, quien terminado sus estudios
de primeras letras y dominado el latín, el idioma académico de
la época, inició estudios de música bajo la dirección del fray
Ciprinao Aguilar y fray Pascual Nieves, maestros de las
capillas de los conventos de San Agustín y Santo Domingo.
Su avance en el dominio de la técnica musical se
manifestó en la ejecución de piezas religiosas, Alcedo pues
había optado por vestir el hábito agustino, orden religiosa en
la cual asumió la conducción de los niños coristas. Pero, dada
su extracción social, era también capaz de componer piezas de
gusto popular. Cuando en 1821 San Martín convocó el
concurso para definir la Marcha Nacional del Perú, Alcedo era
ya un experimentado músico y compositor.
Como anotan sus biógrafos, su vida dio un gran cambio
luego de que su partitura musical fuera elegida como
ganadora en el certamen convocado por el Libertador. Alcedo
dejó la vida del convento y pidió ser enrolado al ejército
patriota, siendo incorporado como músico en el batallón nº 4
de las tropas chilenas, con el cual participó en varias acciones
de armas y viajó hasta Santiago. En esta ciudad alcanzó el
grado de subteniente y fue nombrado músico mayor del
ejército entre 1823 y 1828, iniciando luego una exitosa carrera
como profesor de música, asimismo integró la cantoria de la
Catedral y ocupó en esta el cargo de maestro de capilla.
Su estancia en Chile duró cuatro décadas, interrumpidas
apenas por dos cortas visitas a Lima en los años de 1829 y
1841. Decidió retornar definitivamente al Perú en 1864, ya
anciano, cuando el gobierno peruano le propuso dirigir el
Conservatorio que se tenía proyectado crear, pero aquella obra
no se hizo realidad, y en compensación fue designado Director
General de las Bandas del Ejército. En 1869 publicó una obra

63
titulada Filosofía elemental de la música que, para los
especialistas de la época, era un trabajo que armonizaba sus
vastos conocimientos con una ajustada orientación didáctica.
Además de la Marcha Nacional, Alcedo compuso la
música de varios cantos populares como La Chicha, La Pola, La
Cora, también marchas militares inspiradas en la lucha
independentista y dirigida a las tropas como: Canción a la
batalla de Ayacucho y el Himno Guerrero. Sus obras de sentido
religioso son también numerosas. Una de sus últimas
aventuras musicales fue colaborar decididamente con el
maestro Claudio Rebagliati en la restauración de la partitura
original de la Marcha Nacional, trabajo culminado en 1869,
casi cincuenta años después de haber compuesto la versión
original. El maestro Alcedo murió el 28 de diciembre de 1878.

De la Torre Ugarte, el autor de los versos


Los versos de la Marcha Nacional fueron en su origen las
letras de un poema de sentido patriótico. Su autor fue José de
la Torre Ugarte, nacido el 19 de marzo de 1786. Su padre fue el
español José Estanislao de la Torre Ugarte, quien luego de
haber ejercido el cargo de Administrador General del
Virreinato de Santa Fe, en el Ramo de la Lotería, vino al Perú a
fines del siglo XVIII y se radicó en Ica. En este poblado conoció
a Mercedes Alarcón, con la cual contrajo matrimonio, y
tuvieron entre otros vástagos a José.
El joven de la Torre Ugarte se trasladó a Lima a inicios
del siglo XIX, para iniciar sus estudios universitarios en San
Marcos, en una época en la cual existía el internado,
comodidad a la que solían acogerse los estudiantes venidos de
provincia. Se graduó como abogado en 1812 y, al parecer,
obtuvo un empleo en la Audiencia de Lima.
64
Su afición por los versos así como su marcado
patriotismo, se complementaron con su gusto por la expresión
popular. El fruto de esto fue la composición de varios poemas,
de signo popular y patriota al mismo tiempo, uno de ellos fue
la Marcha Nacional del Perú, pero antes había escrito La Chicha,
muy conocida e interpretada con el acompañamiento musical
que compuso el maestros Alcedo en la época en que San
Martín ingresó a Lima, esto indica que ambos creadores tenían
ya algunas obras conjuntas antes de forjar la Marcha Nacional.
La Chicha fue una de esas obras y estos son sus versos.

LA CHICHA

Coro
Patriotas el mate
de chicha llenad
y alegres brindemos
por la libertad

I
Cubra nuestras mesas
el chupe y quesillo,
el ají amarillo
y el celeste ají.
Y a nuestras cabezas
la Chicha se vuele,
la que hacerse suele
de maíz o maní.

II
Esta es más sabrosa
que el vino y la cidra
que nos trajo la hidra
para envenenar.
Es muy espumosa
y yo la prefiero

65
a cuanto el Ibero
pudo codiciar.

III
El Inca usaba
en su regia mesa,
con que ahora no empieza,
que es inmemorial.
Bien puede el que acaba
pedir se renueve
el poto en que bebe
o su caporal.

IV
El sebiche venga,
La guatía en seguida,
que también convida
y escita a beber.
Todo Indio sostenga
con el poto en mano
que a todo tirano
ha de aborrecer.

V
¡Oh licor precioso,
tú licor peruano,
licor sobrehumano,
mitiga mi sed!
¡Oh néctar sabroso
de color del oro,
del indio tesoro,
patriotas bebed!

VI
Sobre la jalea
del ají untada
con mano enlazada
el poto apurad.
Y este brindis sea

66
el signo que damos
a los que engendramos
en la libertad

VII
Al cáliz amargo
De tantos disgustos
sucedan los gustos,
suceda el placer.
De nuestro letargo
a una despertamos
y también logramos
libres por fin ser.

VIII
Gloria eterna demos
al héroe divino
que nuestro destino
cambiado ha por fin.
Su nombre grabemos
en el tronco bruto
del árbol que el fruto
debe a San Martín

Los biógrafos de José de la Torre Ugarte indican que San


Martín, a los pocos meses de la elección de sus versos como la
Marcha Nacional, lo nombró Oficial Mayor de Guerra, cargo
que en aquel entonces constituía una de las más altas
distinciones y que le significó el inicio de una ascendente
carrera pública. El año 1827 fue designado Auditor de Guerra,
luego Oficial Mayor de la Secretaria de la Presidencia y
Contador de los Fondos de Policía. Posteriormente fue
nombrado Juez de Chancay, y en 1830 fue designado Vocal de
la Corte Superior de La Libertad, cumpliendo esta función
falleció en la ciudad de Trujillo el 1º de septiembre de 1831,

67
poco después de haber sido elegido diputado y antes de que
asumiera la función legislativa.

El estreno oficial de la marcha nacional


La Marcha Nacional fue estrenada el 23 de septiembre
de 1821, como parte de las celebraciones por la rendición de
las tropas españolas atrincheradas en el Fuerte del Real Felipe,
el 19 de ese mes. La rendición estaba precedida por la retirada
del ejército de Canterac que en la primera semana de
septiembre había ingresado al Fuerte con el propósito de
alentar a la resistencia realista, un objetivo que no fue
cumplido. La rendición del Fuerte significó la caída del último
bastión español en la capital. Con este hecho, militarmente, al
menos en Lima, ya España estaba vencida.
El Maestro Alcedo preparó esmeradamente la
orquestación de la Marcha en el Teatro Principal de la ciudad
en los días previos al estreno público. La voz elegida para
interpretar los versos fue la cantactriz Rosa Merino, quien
había participado con Alcedo en la puesta en escena de otras
piezas musicales. El día del estreno el Coro de la Marcha fue
cantado por el público que asistió, entre ellos el General San
Martín y los altos oficiales del Ejército Libertador, así como la
aristocracia criolla de Lima y altos funcionarios del
Protectorado. Rosa Merino interpretó las seis estrofas de la
canción original, por lo tanto aquel día la primera estrofa del
Himno actual (‘Largo tiempo el peruano oprimido...’) no fue
cantada.
Según la información brindada por Raygada, la
cantactriz Rosa Merino era por entonces la artista mimada por
el público limeño, al juzgar por las elogiosas referencias que
los periódicos hacían de su voz y de su simpatía. Raygada cita
68
algunas de esas notas periodísticas, como la aparecida en el
diario Los Andes libres dos semanas antes del estreno de la
Marcha Nacional, en la que se refería que: ‘la opera La Isabela
se ejecutó muy bien en la noche del 8 del corriente. La señora
Rosa Merino y el señor Antonio Arbesto, se distinguieron con
preferencia, y no dejaron percibir ningún defecto de los que les
acompañaban’. También transcribe la nota aparecida el 15 de
febrero de 1822 en El Correo Mercantil, Político y Literario, en la
cual se decía que: ‘la señora Merino ejecutó con singular gusto
diez piezas selectas, pero en La Chicha, apenas se oía su voz
por el incesante palmoteo de las circunstancias’.

La difusión de la marcha nacional


Tanto para San Martín y sus oficiales, como para la elite
criolla peruana, la difusión de la Marcha Nacional entre la
población peruana era una estrategia importante dentro de
aquel contexto de guerra. La música y los versos de la Marcha
eran considerados los medios más eficaces para transmitir el
espíritu patriótico en contraste a la dominación española. La
marcha peruana, al igual que varias otras de América Latina,
se caracterizan por su sentido de desafío al poder español y de
enfrentamiento frontal para conseguir la libertad.
Para el ensayista argentino Pérez de Guzmán, ‘ni los
escudos ni las banderas en las guerras de emancipación, ni en
las revoluciones políticas, pueden entrañar los símbolos que
representan las iras y las violencias de toda lucha. La
expresión, no simbólica sino textual de estos sentimientos son
las que inspiran las estrofas de los himnos nacionales, a que el
compás rítmico de la musical contribuye a aumentar la
energía’. Los versos de las marchas nacionales, como ‘ecos de
la pasión del momento’ eran también armas de guerra, pues al
69
calar en los sentimientos de civiles y militares, del pueblo en
general, aseguraban el compromiso y el sacrifico en la lucha.
La difusión comenzó por lo tanto en los propios
regimientos militares, conformándose en ellos bandas de
músicos. Se estableció, además, que era obligatoria su
entonación en toda ceremonia protocolar del gobierno
Protectoral de San Martín, así como también en cualquier
ceremonia pública y al inicio de las funciones teatrales. Luego,
durante el gobierno del Delegado Supremo, marqués Torre
Tagle, se dispuso por decreto del 13 de abril de 1822 que la
Marcha fuera entonada por los escolares de la capital todos los
domingos a las cuatro de la tarde en la Plaza de la
Independencia (Plaza de Armas de Lima). Y en los días de
clases debían cantar al menos tres estrofas en las mañanas
antes de iniciar sus labores, y otras tantas al finalizarlas por las
tardes.
Las consideraciones por las cuales el marqués Torre
Tagle dispuso la obligación de los escolares de cantar la
marcha nacional, son representativas de la importancia que
tenía para la elite política criolla la difusión, desde las
instituciones educativas, del ideario patriótico y republicano
contenidos en la Marcha Nacional. Por lo sugerente de esas
consideraciones, aquí las transcribimos en parte:

Los (gobiernos) que quieren hacer felices y virtuosos a su


pueblos, se esmeran en formar patriotas desde la infancia,
porque el patriotismo es el conjunto de muchas virtudes, y el
germen fecundo de las ventajas que trae su posesión. Por el
contrario los gobiernos débiles y tiránicos, sólo forman esclavos
que se acostumbran a temer, e ignorantes que se inclinan al
vicio, para que no haya quien censure los del mismo gobierno...
La base de las antiguas instituciones (virreinales) era abandonar
al influjo de la superstición y de la ignorancia, la porción más
70
preciosa de la sociedad, ahora se propone el gobierno crear
nuevos sentimientos en los que empezaban a tenerlos, y preparar
el corazón de aquellos que van a ser magistrados y árbitros del
destino de su país. A ese fin, se ocupa del gran pensamiento de
mejorar la educación en todo sentido, siendo el primer paso
infundirles la virtud sublime del patriotismo.

La estrofa ‘Largo tiempo el peruano oprimido...’


Todas las investigaciones históricas realizadas sobre el
Himno Nacional, concluyen que la primera estrofa que
actualmente se entona no formaba parte del poema escrito por
José de la Torre Ugarte, por lo cual tampoco fue cantada por
Rosa Merino en el estreno oficial del 23 de septiembre de 1821.
Los versos de esta estrofa, el único que en la práctica se canta
hoy en día en toda ceremonia cívica, son, como sabe, los
siguientes:

Largo tiempo el peruano oprimido


La ominosa cadena arrastro;
Condenado a una cruel servidumbre
Largo tiempo en silencio gimió.
Mas apenas el grito sagrado
Libertad, en sus costas sonó,
La indolencia de esclavos sacude
La humillada cerviz levantó.

Carlos Raygada llamó apócrifa a esta estrofa por no ser


parte de la letra original de la Torre Ugarte. No obstante, a
fuerza de su continua entonación, probablemente desde los
mismo años de lucha independentista y durante todo el siglo
XIX, los sectores populares la impusieron en la práctica.
Como se vio al inicio de este capítulo, esta estrofa
formaba parte de uno de los cantos populares entonados

71
espontáneamente en los años de lucha independentista, y con
los cuales se le dio la bienvenida al General San Martín a su
ingreso a Lima, en Julio de 1821. A ciencia cierta nadie sabe
quien fue su autor. Tampoco se sabe como es que estos versos
fueron incluidos dentro de la Marcha Nacional escrita por de
la Torre Ugarte y musicalizada por Alcedo.
Durante el siglo XIX varios maestros de música y canto
publicaron, al menos en una docena de obras, la partitura y los
versos del Himno Nacional (fueron ellos los primeros en
adoptar este nombre). Algunos de ellos incluían como primera
estrofa el popular ‘Largo tiempo el peruano oprimido...’, otros,
fieles a la letra original, optaban por considerar como primera
estrofa a la que inicia con ‘Ya el estruendo de broncas cadenas... ’.
Además de estos cuadernillos de música y canto,
restringido a grupos pequeños, una versión del Himno
nacional con la primera estrofa escrita por de la Torre Ugarte:
‘Ya el estruendo de broncas cadenas..., apareció en la voluminosa
obra Hipólito Herrera, el Álbum de Ayacucho , publicado en
1862. No obstante, por sus características, esta obra también
estaba destinada a un restringido grupo de lectores.
Obras de mayor difusión fueron los denominados
Catecismo patriótico y Catecismo cívico, utilizados en las escuelas
elementales de la capital, para la enseñanza de la lectura de los
niños, así como para su educación en valores cívicos y
patrióticos. Una de estas obras fue publicada en 1853 por
Francisco de Paula Vigil para el uso de las escuelas de El
Callao, aquel Catecismo patriótico, incluía entre sus páginas el
himno con cuatro estrofas, siendo la primera: ‘Largo tiempo el
peruano oprimido...’.
Quizá fue a través de estos catecismos que, desde las
escuelas elementales a donde asistían básicamente los niños de
72
los sectores populares, se forjó la práctica de cantar como
primera estrofa del himno nacional el ‘Largo tiempo el peruano
oprimido...’. A través de ellos además se popularizó el nombre
de Himno Nacional que reemplazó al de Marcha Nacional. El
Estado por su parte imprimió miles de estas pequeñas
publicaciones, las cuales eran entregadas en forma gratuita a
los escolares. El himno con esta estrofa, como veremos más
delante, fue finalmente oficializado en 1913, durante el
gobierno de Guillermo Billinghurst y ratificado en 1950 por
sugerencia de José María Arguedas.

La partitura musical de la versión restaurada de Claudio


Rebagliati.
Los versos del himno nacional no fueron los únicos que
sufrieron cambios con el correr del tiempo. También la
partitura fue objeto de algunas modificaciones. Al parecer,
esto se debió a que la partitura original desapareció en los
primeros años republicanos, en medio de las constantes luchas
intestinales por el poder entre los caudillos militares; y a que el
compositor, el maestro Alcedo, había emigrado a Santiago de
Chile, donde se afincó durante décadas.
Durante todo el siglo XIX, tanto músicos peruanos como
extranjeros elaboraron varias versiones de la partitura
basándose en la memoria de oído, casi siempre de manera
arbitraria y caprichosa a sus propios sentidos estéticos. En
1869, cinco años después del retorno definitivo del maestro
Alcedo al Perú, un joven músico de origen italiano, Claudio
Rebagliati, insta al célebre compositor para que reconstruya la
pieza original, y terminar así con la difusión de las tantas
versiones existentes que, a su parecer, habían desfigurado el
espíritu musical del himno patrio. De acuerdo al propio
73
Rebagliati, la respuesta que obtuvo de Alcedo fue: ‘que sentía
el peso de sus años; que su vista debilitaba y su trémulo pulso
le impedían tan pesada tarea’. Ante esas circunstancias anota
el músico italiano:

Solicité entonces su autorización para hacer yo ese


trabajo con la condición de someterlo después a su
aprobación, a lo que el accedió gustoso y confiado... Me
puse, pues, a la obra, comenzando por hacerle cantar a él
mismo la melodía, que yo escribí al mismo tiempo.
Enseguida la armonicé procurando darle interés, vigor,
acentuación adecuada y variedad de ritmos al
acompañamiento, y compuse además una corta
introducción para preparar bien la entrada al espléndido
coro. Mi trabajo, lo digo con satisfacción, mereció la
entusiasta aprobación del ilustre autor, y me autorizó a
publicarlo.

No obstante, hasta comienzo del siglo XX, esta versión


restaurada de Rebagliati con la ayuda y aprobación del propio
Alcedo, sólo era una más de las varias versiones existentes de
la música del himno. Ante eso, en 1900, el propio músico
italiano inicia una cruzada con el objetivo de lograr que el
Estado peruano reconozca su versión restaurada en 1869,
como la partitura musical oficial del himno nacional.
A la cruzada se sumaron otros destacados compositores
de la época, la prensa limeña e influyentes círculos sociales de
la capital. El gobierno, presidido por Eduardo López de
Romaña, optó por conformar una Comisión Especial el 13 de
abril de 1900, que se encargaría de evaluar la solicitud de
Rebagliati. Esta comisión estuvo presidida por el célebre
compositor José Valle Riestra, quien, de acuerdo a algunas
correspondencias publicadas por Gustavo Pons Muzzo, fue

74
uno de los que motivo a Rebagliati a iniciar su cruzada. Todo
sugería que el veredicto de la Comisión sería favorable a los
propósitos del compositor italiano.
Sin embargo surgieron algunos inconvenientes que
demoraron el fallo final. El principal de todos fue la
inexistencia de algún ejemplar de la publicación de 1869 que
contenía la partitura restaurada por Rebagliatí con aprobación
del maestro Alcedo. En agosto de 1900 el anciano músico
Francisco Filomeno, aportó finalmente una cartina de puño y
letras del propio Alcedo que databa de 1836, y que se ajustaba
a la composición restaurada por Rebagliati, que fue decisiva
para el veredicto final de la Comisión nombrada por el
gobierno.
Unos días antes, el 25 de Julio, según informa Carlos
Raygada, ‘lo más nutrido y lo más calificado de la sociedad de
Lima, resolvió, antes que el gobierno, el estreno público del
himno restaurado por Rebagliati, en una velada en homenaje a
la memoria del coronel Bolognesi, y que tenía como propósito
incrementar los fondos destinados a la edificación del
monumento al héroe de Arica’. La función se efectuó en el
teatro Politeama, el más grande de la ciudad.
Finalmente, el 8 de Mayo de 1901, el gobierno, ante el
favorable fallo de Comisión especial presidida por Valle
Riestra, aprobó la restauración del himno peruano elaborado
por el maestro Rebagliati. Como anota Raygada en el primer
tomo de su obra: ‘es a través de la restauración de Rebagliati
que la generación que va con el siglo XX conoce el Himno
Nacional’.

75
El aporte técnico y estilístico de Rebagliati a la
partitura del Himno Nacional
La actitud renovadora de Rebagliati se manifiesta rotundamente y sin
contemplaciones, comenzando por eliminar la retórica Introducción de
Alcedo. Aquellos dieciséis compases eran absolutamente superfluos y
carecían de interés musical. Pero el concepto de Introducción era justo en
Alcedo: el Himno necesitaba unos compases previos a su vibrante entrada.
Rebagliati, autorizado por el ejemplo del autor y luego por él aprobado, se
encarga de imponer ‘una nueva Introducción’ de su propia iniciativa
musical, consistente en sólo dos compases integrados por la repetición de la
nota dominante en toques de trompeta y trombones (o simples octavas de
piano), que ejercen una especialísima sugestión preparatoria y cumplen su
finalidad con extraordinaria eficacia, debido principalmente a su diseño,
que es la célula temática del propio coro, a saber, corchea con punto-
semicorchea-negra. Esta innovación debe considerarse como uno de los más
notables aciertos de Rebagliati, que supo encontrar en el material propio de
Alcedo los elementos necesarios para acentuar el efecto emocionante de la
triunfal entrada del Coro. Carlos Raygada, Historia crítica del Himno
Nacional del Perú, Tomo I, 1954.

Intentando cambiar la letra del himno: Los fallidos versos de


Chocano
Desde el siglo XIX, algunos poetas y escritores peruanos
consideraron a los versos del himno nacional como de poca
calidad poética. El 15 de junio de 1874, un grupo de ellos
capitaneados por Juan B. Cisneros y Eugenio Larrabure y
Unanue, directivos por entonces de una asociación
denominada Club Literario, propusieron que se llevara a cabo
un concurso que convoque a los talentos literarios del país,
para modificar los versos del himno; en atención, según su
criterio ‘a que la letra del himno nacional del Perú, si bien
corresponde por lo patriótico de sus pensamientos a la

76
elevación de su objeto, tiene, bajo el punto de vista de la forma
literaria, notables defectos no difíciles de corregir’. Sin
embargo la prensa capitalina, y principalmente el diario “El
Comercio”, generó una opinión completamente desfavorable a
la iniciativa de estos poetas, por lo cual, poco después tuvieron
que renunciar a sus intenciones.
No obstante, casi tres décadas después, en 1901, el
propio Estado bajo el gobierno del presidente Romaña,
autorizó el cambio de los versos, paradójicamente en la misma
Resolución Suprema del 8 de mayo de 1901 que aprobaba la
restauración musical hecha por Claudio Rebagliati. Aquella
Resolución indicaba en la última parte de su texto lo siguiente:
‘Por cuanto es indispensable variar la parte literaria del himno,
por ser de gusto anticuado y por las inconveniencias que
contiene no propias ya de esta época en que el Perú se
encuentra en paz con todas las naciones: dispone: Convóquese
a un concurso literario, para proveer a esta necesidad’. Los
participantes podían entregar sus versos, firmados con
seudónimos, hasta el 30 de noviembre de 1901; y el fallo final
sería emitido antes del 31 de diciembre de ese mismo año.
Algunos sectores reaccionaron prontamente a esta
iniciativa. El diario “El Comercio” fue nuevamente uno de los
defensores de los versos que se cantaban tradicionalmente.
Pero, a diferencia del siglo XIX, la postura de sus directivos, a
la vez que indicaba su desacuerdo, no pretendía que el Estado
diera marcha atrás, aunque proponía que al menos se
conservara el coro original. En una de sus notas editoriales se
decía:

Corregir el himno es casi desconocer el derecho que los


fundadores de la república tuvieron de proclamarla
independiente y olvidar sus sacrificios y sus triunfos [...]
77
Mala como es la letra del himno nacional no dice sino la
verdad, cuando expresa que el Perú gimió durante tres
siglos en el cautiverio. El romancero español que es la
historia de la dominación árabe en España, puesta en
verso, no representa hoy odiosidad ninguna contra los
moriscos, a pesar de la pintura que de ellos hace,
llamándolos a cada paso feroces, sanguinarios, crueles y
malvados, la musa popular.
¿Borrará España esas expresiones por no resentir a sus
dominadores de siete siglos, ni aun teniendo en miras sus
necesidades políticas del porvenir en África?
Nada: que se corrijan los defectos literarios de la canción
nacional, nos parece muy bien; que el concurso siga sus
trámites, que se ha de hacer, ya está convocado, pero que
se conserve siquiera el Coro como recuerdo glorioso de la
fe y de las victorias de nuestros nobles antepasados. “El
Comercio”, domingo 24 de noviembre de 1901. Citado en Carlos
Raygada, Historia crítica del Himno Nacional del Perú,
Tomo I, 1954.

El 13 de noviembre, el gobierno de López de Romaña,


fiel a su postura, designó como jurados del concurso a Ricardo
Palma, el célebre tradicionalista; Emilio Gutiérrez de
Quintanilla y Andrés Aramburú. La presencia de estas figuras
literarias y principalmente la de Palma, parecía sugerir que la
elite intelectual limeña estaba de acuerdo en que se cambiaran
los versos del Himno. Sin embargo, apenas dos semanas
después renunció Emilio Gutiérrez, quien fue reemplazado
por Alejandro Deustua, destacado maestro sanmarquino,
quien también desistió una semana después, siendo
reemplazado por Guillermo Seoane.
El propio Palma condicionó su participación en el jurado
a que el concurso no incluyera al coro del himno, sino
solamente a las estrofas. Palma en una correspondencia al
Director de Gobierno, Ignacio Gamio, poniendo como ejemplo
78
el fracaso en la nueva denominación de las calles limeñas,
pues la costumbre popular mantenía a pesar de los años las
antiguos nombres, indicaba que ‘Cuatro cuartos de siglo de lo
mismo nos pasaría con un nuevo coro. El pueblo, a guisa de
protesta, gritaría en las fiestas del 28 de Julio: ¡El viejo! ¡El
viejo! ¡El viejo! ¡Fuera el nuevo!’. En algún momento el
tradicionalista llegó a redactar su carta de renuncia al jurado,
no obstante esta no fue aceptada por el gobierno y Palma tuvo
que participar en el fallo final.
Aquel fallo fue dictado el 12 de diciembre de 1901. En el
se decía: ‘El Jurado después de declarar que la letra del
primitivo coro del himno nacional debe conservarse integra,
procedió a la lectura y análisis crítico de las veinte
composiciones sometidas a su fallo, y resolvió acordar el
premio a la firmada IMPRONTU. Abierto el sobre respectivo
resultó ser autor de las estrofas premiadas don José Santos
Chocano’.

Himno Nacional
Versos de José Santos Chocano

CORO

¡Somos libres! ¡seámoslo siempre!


Y antes niegue sus luces el Sol,
Que faltemos al voto solemne
Que la patria al eterno elevó.

Si Bolívar salvó los abismos


San Martín coronó la altitud;
y en la historia de América se unen
como se unen arrojo y virtud.
Por su emblema sagrado la Patria

79
tendrá siempre, en altares de luz
cual si fuesen dos rayos de gloria,
dos espadas formando una cruz

Evoquemos a aquellos que un día


nos legaron eterna lección;
y ensalcemos, no en vanas palabras
sino en hechos, la Paz y la Unión.
¡Trabajemos! Las manos sangrientas
se depuran en esa labor;
¡que la guerra es el filo que corta,
y el trabajo es el nudo de amor!

El trabajo nos ciñe laureles,


si la lucha nos dio libertad.
¡Trabajemos! ¡Abramos la tierra,
como se abre a la luz la verdad;
arranquemos el oro a las minas;
transformemos la selva en hogar;
redimamos el hierro en la industria
y poblemos de naves el mar!

A vivir subyugados sin gloria,


prefiramos morir sin baldón,
que así sólo verán nuestros héroes
satisfecha su noble ambición.
¡Somos libres! Gritaron los pueblos;
y la Patria fue libre a esa voz,
¡como el Orbe salió de la Nada
a una sola palabra de Dios!

Los versos ganadores de Chocano no lograron arraigar


en la tradición popular, a pesar de los esfuerzos del Estado
para su difusión. Nuevamente la costumbre popular, tal y
como había sucedido con la estrofa ‘Largo tiempo el peruano
oprimido...’, se impuso. Después de todo —como anota Pérez
de Guzmán— todos los cantos populares, nacieron

80
espontáneos en medio de la atmósfera moral de un estado
político patológico, y los refinamientos de toda literatura
adelantada jamás, o muy raras ocasiones, han sabido crearlos
de modo que hieran instantáneamente las fibras nerviosas de
las multitudes exaltadas, manteniendo en los espíritus su
virtud para constituirlos en permanentes’.

Declaración de intangibilidad del himno nacional: La ley


1801 de 1913.
Casi un siglo después de haber sido creado el himno
nacional, no existía una versión oficial de sus versos, más aún,
como hemos visto en 1901 el propio Estado convocó a un
concurso para cambiarlos y había difundido en lo posible los
versos de Chocano, el poeta ganador del certamen. La
partitura restaurada del maestro Rebagliati, en cambio, si
había sido reconocida por el gobierno como la fidedigna, aún
así, al parecer, tampoco existía un esquema único de ejecución
de la música, y probablemente el ritmo tuvo que ajustarse a los
nuevos versos escritos por Chocano.
Todo esto motivo al Senador por Ancash, César del Río,
a presentar el 4 de septiembre de 1910 ante la Cámara de
Senadores, un proyecto de ley que declarase como intangibles
la partitura y los versos del himno nacional creados en 1821
por José Bernardo Alcedo y José de la Torre Ugarte. El
principal argumento de este proyecto de ley era: ‘Que el
himno nacional es un monumento histórico levantado a la
Independencia del Perú y que siendo inspirado por la
situación de la época a que se refiere, atravesaba el país, no
puede su letra despertar en la actualidad recelos ni suspicacias
en nación alguna’

81
En un principio, el proyecto de intangibilidad fue
aprobado en octubre de 1910 por una comisión especial del
Senado, que al igual que Cesar del Río, no consideraba
oportuno cambiar los versos del himno pues este ‘expresa el
sentir de nuestros conciudadanos, en la época en que se
produjo y no sería posible sin desvirtuarlo, estar alterando su
letra en relación con las circunstancias, por mucho que se crea
que la nueva letra que se intenta dar, es de más elevado
carácter de la que actualmente tiene, y más en armonía con la
opinión y el pensamiento del pueblo peruano’.
No obstante, el debate en el Pleno duró hasta fines de
1912. La demora se debió en parte, tal y como había ocurrido
en 1901 con la partitura, a la inexistencia manuscrita o impresa
de los versos originales de la Torre Ugarte. El Parlamento
finalmente optó por usar los versos que fueron publicados en
1869 en la obra Filosofía Elemental de la Música, escrita por el
maestro Alcedo. Cuya trascripción les fue remitida por el
entonces director de la Biblioteca Nacional, Manuel González
Prada.
Finalmente, el 25 de octubre de 1912, el proyecto de ley
de intangibilidad de los versos y la partitura del himno
nacional de 1821 fue aprobado por el Congreso. Con esto, se
anulaba el propósito de reconocer como versos del himno los
escritos en 1901 por José Santos Chocano.
Sin embargo, como anota Carlos Raygada, los miembros
de la Comisión de redacción del Senado y de la Cámara de
Diputados, al consignar en el artículo 4to. de la ley la letra del
himno, optaron por incorporar como `primera estrofa los
discutidos versos que comienzan con el ‘Largo tiempo el peruano
oprimido...’, que de acuerdo a la documentación existente no

82
fue escrita por José de la Torre Ugarte. Se eliminó además la
quinta estrofa del poema original, cuyos versos son:

Excitemos los celos de España,


Pues presiente con mengua y furor,
Que en concurso de grandes naciones
Nuestra patria entrará en parangón.
En la lista que de estas se forme
Llenaremos primero el renglón,
Que el tirano ambicioso de Iberia
Que la América toda asoló.

La exclusión, fue ciertamente un atentado al espíritu de


la ley de intangibilidad. Prevaleció pues en el ánimo de los
redactores del Parlamento, la necesidad de fortalecer los lazos
del Perú con España. Lo mismo había sucedido en Argentina,
cuando unos años antes también se había eliminado algunos
versos de su himno que podían tomarse como ofensivos para
los españoles. Ciertas modificaciones acordes con las nuevas
relaciones políticas fueron ejecutadas en su momento en el
propio himno español y en la célebre Marsellesa, el himno
francés.
Los versos que finalmente se oficializaron en 1913,
fueron el resultado de la fuerza de la tradición popular
representado en el cántico del ‘Largo tiempo el peruano
oprimido...’ y el de la política de Estado entorno a sus relaciones
con España, al excluir la quinta estrofa original. Las letras
definitivas del himno son éstas:

CORO
¡Somos libres! ¡Seámoslo siempre!
Y antes niegue sus luces el Sol,
Que faltemos al voto solemne

83
Que la patria al eterno elevó.

Largo tiempo el peruano oprimido


La ominosa cadena arrastro;
Condenado a una cruel servidumbre
Largo tiempo en silencio gimió.
Mas apenas el grito sagrado
Libertad, en sus costas sonó,
La indolencia de esclavos sacude
La humillada cerviz levantó.

Ya el estruendo de broncas cadenas,


Que escucharon tres siglos de horror
De los libres, al grito sagrado
Que oyó atónito el mundo, cesó.
Por doquier San Martín inflamado,
¡Libertad! ¡Libertad! Pronunció;
Y meciendo su base los Andes,
La enunciaron también a su voz.

Con su influjo los pueblos despiertan


Y cual rayo, corrió la opinión,
Desde el istmo, a las tierras del fuego,
Desde el fuego a la helada región.
Todos juran romper el enlace,
Que natura a ambos mundos negó,
Y quebrar ese cetro que España
Reclinaba orgullosa en los dos.

Lima cumple ese voto solemne,


Y severa su enojo mostró
Al tirano impotente lanzando,
Que intentaba alargar su opresión.
A su esfuerzo, saltaron los hierros
Y los surcos que en sí reparó
Le atizaron el odio y venganza
Que heredó de su Inca y señor.

Compatriotas, no más verla esclava

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Si humillada tres siglos gimió,
Para siempre jurémosla libre
Manteniendo su propio esplendor.
Nuestros brazos hasta hoy desarmados,
Estén siempre cebando el cañón,
Que algún día las playas de Hespería,
Sentirán de su estruendo el terror

En su cima los Andes sostengan


La bandera o pendón bicolor,
Que a los siglos anuncie el esfuerzo
Que ser libre por siempre nos dio.
A sus sombras vivamos tranquilo,
Y al nacer por sus cumbres el sol
Renovemos el gran juramento
Que rendimos al Dios de Jacob.

La polémica de 1949 y la postura final de José María


Argüedas
A mediados del siglo XX resurgió la polémica sobre los
versos del himno nacional. Los historiadores Alberto Tauro
del Pino y Carlos Raygada pusieron nuevamente en
cuestionamiento la popular estrofa ‘Largo tiempo el peruano
oprimido...’. Reclamaron además la inclusión de la estrofa que
iniciaba con ‘Excitemos los celos de España...’, eliminada en 1913.
Su principal argumento era que se respetasen los versos
originales escritos en 1821 por José de la Torre Ugarte.
Ambos, como miembros de la Comisión Especial
nombrada por el gobierno del General Odría en septiembre
de 1949, con el objeto de establecer ‘la pauta a que deben
sujetarse las ediciones y ejecuciones del himno nacional, al
existir discrepancias en el texto y la música del mismo en la
Ley 1801, de 1913, que declara su intangibilidad’, opinaron
que la mencionada Ley 1801 había incurrido en flagrante

85
arbitrariedad —contradictoria a su expreso propósito— de
omitir la quinta estrofa original de don José de la Torre Ugarte,
e incurrió en una segunda y más grave al integrar como
primera estrofa a una que nunca fue escrita por el autor del
himno.
Propusieron entonces devolverle al himno sus originales
versos, incluyendo el quinto: ‘Excitemos los celos de España...’, y
eliminando, aunque de forma gradual, el ‘Largo tiempo el
peruano oprimido...’ Sus razones para esto último eran, de
manera textual: a) por no haber sido escrita por el autor de la
letra del himno, b) por su deficiente calidad literaria, que
incluso comprende el absurdo verso que dice ‘Largo tiempo en
silencio gimió’, c) por su carácter depresivo y humillante; d) por
ser innecesaria.
La postura de Tauro del Pino y de Raygada, no obstante,
no fue apoyada por parte de la intelectualidad peruana de
entonces. La crítica más certera a los propósitos de ambos
historiadores provino de la pluma de José María Arguedas,
escritor indigenista, a la sazón Jefe de la Sección Despachos y
Bellas Artes del Ministerio de Educación, desde donde
propuso finalmente que los verso del himno se mantuvieran
tal y como lo declaró la Ley 1801, de 1913, dado que los
planteamientos de Tauro del Pino y Raygada, a pesar de su
documentada investigación, atentaban contra la tradición
popular en la entonación del himno nacional. Transcribimos
aquí parte de los argumentos de Arguedas, que finalmente
fueron los que definieron la postura del gobierno:

La Comisión exige fervientemente, fundándose en razones de


orden exclusivamente formal, que se elimine, de manera
progresiva, los dos primeros cuartetos de las estrofas que
empiezan con las palabras ‘Largo tiempo...’ La Comisión
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demuestra que los indicados cuartetos constituyen un agregado
popular al himno, pues no figuran en la letra original escrita por
Don José de la Torre Ugarte [...] Nuestra opinión es porque se
mantenga la integridad tradicional de la letra tal como fue
consagrada por la Ley 1801, dictada en 1912 [...] Las eruditas
razones que expone la Comisión no pueden tener a nuestro
modestísimo juicio, mayor valor que el que la tradición y el
pueblo, que es el representante vivo de la nación, han dado a la
letra del himno, tal como es entonado hoy, letra que no ha sido
cambiada por ningún autor audaz, sino por la anónima expresión
del pueblo. Lima 25 de Septiembre de 1950. Gustavo Pons Muzzo,
Símbolos de la Patria, Colección Documental de la Independencia del
Perú, Tomo X, Lima, 1974.

A manera de conclusiones
La historia de los símbolos de la patria esta ligada al
proceso fundacional de la nación peruana, que se inicia con la
guerra por la independencia. La bandera, el escudo, la
escarapela y el himno, fueron creados para representar a la
patria liberada del dominio español. Sus creadores,
pretendieron dotar a estos símbolos de los elementos más
característicos del Perú y perennizar al mismo tiempo la gesta
patriótica de liberación. Colores, imágenes, versos y música,
fueron cuidadosamente definidos con esos propósitos.
La creación de los símbolos estuvo en manos de la elite
criolla en el poder. No obstante, el pueblo limeño, por la
incontenible fuerza de la costumbre, impuso la primera estrofa
del himno. Esta primera estrofa representa otro aporte de los
sectores populares a la cultura nacional.
Los símbolos patrios fueron objeto de algunos cambios
en los primeros años republicanos, como producto de las
pugnas políticas de los gobernantes y como resultado del paso

87
del tiempo. El Himno Nacional fue el último de los símbolo en
ser moldeado de forma definitiva, recién al comenzar la
segunda década del siglo XX. No obstante, en los últimos
meses, se ha resucitado el debate sobre el origen de los versos
de la primera estrofa. Aunque se sabe que estos versos no
corresponden a la letra original, ha sido la tradición popular la
que en definitiva la impuso. Recientemente el Tribunal
Constitucional ha emitido una resolución en la cual se indica
que debe incluirse la quinta estrofa de la versión original y
respetar la tradicional: “Largo tiempo…”.

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