El Valor de Educar Cap II

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CapituLo 2 Los contenidos de la ensefianza Como hemos visto, el aprendizaje a través de la comunicacién con los semejantes y de la transmi- sién deliberada de pautas, técnicas, valores y re- cuerdos es proceso necesario para llegar a adquirir Ja plena estatura humana. Para ser hombre no bas- ta con nacer, sino que hay también que aprender. La genética nos predispone a llegar a ser humanos pero sélo por medio de la educacién y la corivi- vencia social conseguimos efectivamente serlo. Ni siquiera en todos los animales basta con la mera herencia biolégica para conseguir un ejemplar cua- jado de la especie (algunos mami{feros superiores y ciertos insectos sociales se transmiten unos a otros conocimientos por la via de la imitacién, cuyas di- ferencias con la ensefianza propiamente dicha he- mos sefialado en el capitulo anterior), pero en el caso del género humano ese proceso formativo.no hereditario es totalmente necesario. Quizd no re- sulte inevitable contraponer abruptamente el pro- grama genético al aprendizaje social, lo que here- damos por la biologia y lo que nos transmiten nuestros semejantes: algunos etdlogos como Eibl- Eibesfeldt aseguran que estamos genéticamente programados para adquirir destrezas que sdlo pue- EL VALOR DE EDUCAR £2 den ensefiarnos los demés, lo que establecerfa una complementariedad intrinseca entre herencia bio- légica y herencia cultural. Lo primero que la educacién transmite a cada ‘uno de los seres pensantes es que no somos tinicos, que nuestra condicién implica el intercambio signi- ficativo con otros parientes simbélicos que confir- man y posibilitan nuestra condicién. Lo segundo, ciertamente no menos relevante, es que no somos los iniciadores de nuestro linaje, que aparecemos en un mundo donde ya esta vigente Ja huella humana de mil modos y existe una tradicién de técnicas, mi- tos y ritos de la que vamos a formar parte y en la que vamos también a formarnos. Para el ser huma- _ no, éstos son los dos descubrimientos originarios “que le abren a su vida propia: la sociedad y el tiem- =<. po..En el medio social sus capacidades y aptitudes biolégicas cuajaran en humanidad efectiva, que : s6lo puede venirnos de los semejantes; pero tam- bién aprender4 que esos semejantes no estan todos de hecho presentes, que muchos ya murieron y que © sin embargo sus descubrimientos o sus luchas si- guen contando para él como lecciones vitales, lo “mismo que otros atin no han nacido aunque ya le corresponde a él tenerlos en cuenta para mantener o renovar el orden de las cosas. El tiempo es nuestro invento mas caracteristico, més determinante y también mas intimidatorio: que todos los modelos simbédlicos segtin los cuales organizan su vida los hombres en cualquier cultu- ra sean indefectiblemente temporales, que no haya comunidad que no sepa del pasado y que no se proyecte hacia el futuro es quiz el rasgo menos animalesco que hay en nosotros. Un filésofo espa- fol exiliado en México, José Gaos, escribié un libro LOS CONTENIDOS DE LA ENSERANZA 39 titulado Dos exclusivas del hombre: la mano -y-el. tiempo. La funcion de la mano, pese a toda su,ca- pacidad técnica liberada por el abandono de la marcha cuadripeda, me parece menos relevante que la del tiempo. La panor4mica temporal es. el contrapeso de nuestra conciencia de la muerte ine- xorable, que nos afsla aterradoramente entre todos los seres vivos. Los animales no necesitan el tiem- po, porque no saben que van a morir; nosotros a través del tiempo ampliamos los margenes de una existencia que conocemos efimera y precedemos nuestro presente de mitos que lo hipotecan o enfa- tizan y de un mas alld —terreno o ultraterreno, tanto da— que nos consuela. Por via de la educacién no nacemos al mundo sino al tiempo: nos vemos cargados de simbolos y famas pretéritas, de amenazas y esperanzas veni- deras siempre populosas, entre las que se escurri- r apenas el agobiado presente personal. Es tenta- dor pero inexacto decir que los objetos inanimados © los animales permanecen en un eterno presente, Quien no tiene tiempo tampoco puede tener pre- sente. Por eso algunos adversarios del tiempo, que han intentado zafarse retéricamente de él —de otro modo es imposible— considerandolo no Ja compensacién sino la cifra misma de la muerte, chazan también la obligacién del presente: Qué es el presente? Es algo relativo al pasado y al futuro. Es una cosa que existe en virtud de que existen otras cosas. Yo quiero sélo la realidad, las cosas sin presente. : ‘No quiero incluir el tiempo en mi haber. 240 EL VALOR DE EDUCAR “quiero pensar en ellas como cosas. $22 no quiero separarlas de si mismas, tratdndolas ‘o, -de presentes. (FERNANDO PEssoA, «Alberto Caeiro») .“. Sin embargo, pese a estas rebeliones poéticas, 2. gel.tiempo es nuestro campo de juego. Como esta- yblece un estudioso de temas educativos, Juan Del- val, «el manejo del tiempo es la fuente de nuestra grandeza y el origen de nuestras miserias, y es un ‘componente esencial de nuestros modelos menta- les». La ensefianza esta ligada intrinsecamente al “tiempo, como transfusién deliberada y socialmen- te necesaria de una memoria colectivamente ela- ; “borada, de una imaginaci6n creadora compartida. “No hay aprendizaje que no implique conciencia temporal y que no responda directa o indirecta- mente a ella, aunque los perfiles culturales de esa conciencia —cfclica, lineal, trascendente o inma- ' “nente, de maximo o mfnimo alcance cronolégi- * O...— sean enormemente variados. “use Y el tiempo también confiere la calificacion més necesaria a los educadores, como sefialamos en el capitulo anterior: lo primero para educar a “sotros es haber vivido antes que ellos, es decir, no el.simple haber vivido en general —es posible y frecuente que un joven ensefie cosas a alguien de mayor edad—, sino haber vivido antes el conoci- miento que desea transmitirse. Por lo comtin los adultos y los viejos poseen este requisito frente a los muy pequefios, sobre todo en las sociedades mas apoyadas en la memoria oral que en la escri- tura, pero la sabiduria tiene su propia forma de LOS CONTENIDOS DE LA ENSENANZA 41 temporalidad y la experiencia crea un pasado de descubrimientos que siempre podemos transmitir a quien no lo comparte, aunque sea alguien en la’ cronologia biolégica anterior a nosotros. De aqui que todos los hombres seamos capaces de ensefiar algo a nuestros semejantes e incluso que sea ine- vitable que antes o después, aunque de minimo rango, todos hayamos sido maestros en alguna ocasién. La funcién de la ensefianza estd tan esencial- mente enraizada en la condici6n humana que re- sulta obligado admitir que cualquiera puede ense- far, lo cual por cierto suele sulfurar a los pedantes de la pedagogia que se consideran al ofrlo destitui- dos en la especialidad docente que creen mono- polizar. Los nifios, por ejemplo, son los mejores maestros de otros nifios en cosas nada triviales, como el aprendizaje de diversos juegos. Hay algo mis patéticamente superfluo que los esfuerzos de algunos adultos por ensefiar a los nifios a jugar.a Jas canicas, al escondite o con soldaditos como si Jos compajieros de juegos no les bastaran para esos menesteres docentes? Los mayores se empefian en lograr que jueguen como ellos jugaban, mientras que los nifios mas espabilados muestran a los otros cémo van a. jugar ellos de ahora en adelante, con- servando pero también sutilmente alterando la tra- dicion cultural del juego. Se ensefian los nifios entre si, los jovenes adies- tran en la actualidad a sus padres en el uso de so- fisticados aparatos, los ancianos inician a sus me- nores en el secreto de artesanias que la prisa mo- derna va olvidando pero también aprenden a su vez de sus nietos habitos y destrezas insospechadas que pueden hacer mas cémodas sus vidas. En el te-

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