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José Antonio, Salamanca... y Otras Cosas
José Antonio, Salamanca... y Otras Cosas
y otras cosas
Sancho Dávila
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José Antonio, Salamanca... y otras cosas
DEDICATORIA
A cuantos murieron contagiados por la fe que les transmití. A todos aquellos a quienes,
involuntariamente, hice daño.
EL AUTOR
MI REGALO DE BODAS
Sí; es bien sabido. Cuando algo quiera de ti una mujer, acuérdate: "el balcón por el que te
invite a tirarte, procura que no sea de excesiva altura".
ÍNDICE
Prólogo........................................................................................ 3
Capítulo I: Infancia....................................................................... 4
Capítulo II: Adolescencia ............................................................. 7
Capítulo III: Político ..................................................................... 9
Capítulo IV: El Jefe.................................................................... 12
Capítulo V: Mi incorporación...................................................... 16
Capítulo VI: Las dos Españas.................................................... 20
Capítulo VII: Salamanca ............................................................ 27
Capítulo VII: Unificación ............................................................ 34
Final y notas .............................................................................. 41
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José Antonio, Salamanca... y otras cosas
PRÓLOGO
Lo conseguiste, terca. Hasta eludí a veces encontrarme contigo. Lo confieso. Conocía de
antemano tu machacona insistencia. No dejaré pasar más tiempo sin referirme a los días
inciertos que precedieron a la noche triste de Salamanca. Aunque algo tarde, voy a terminar por
satisfacer tu curiosidad femenina. Lo vas a saber. He escrito, sacudiendo la modorra, robando
tiempo al quehacer y al placer. Pero te lo mereces. Me rejuveneces cuando enseñas a mis hijos
esas «fotos» del albergue, alrededor de un fuego del campamento, «con idea clara del deber y
del servicio» en que vuelves contenta de haber encontrado la verdadera hermandad, y hablas de
aquella falda de volantes que hiciste girar garbosamente en la concentración de Sevilla de 1938,
en la gran explanada, próxima «a la ciudad del Sol», mientras seguían luchando nuestros
hermanos con asombroso heroísmo, para que un día se salvaran los abismos que sus padres
abrieron. Me acuerdo, de nuevo aquel octubre en el recién liberado Madrid, ofrendando a Franco
tierras de héroes, extraídas -Día de la Raza-: Sevilla, Santa María de la Cabeza, El Alcázar... y
Alicante, tierra regada por su sangre.
Has traído a mi vida el aire fresco. Un recuerdo imperecedero. Y voy a pagártelo, porque así
lo quieres, con una historia muy triste donde corrió la sangre, hubo persecuciones y muchos
errores, y en la que pocas alegrías cupieron.
¿Recuerdas? Un «pelayo» avanza hasta Franco portando una arqueta. ¡Santa María de la
Cabeza! Ahí lo tienes, Caudillo, le señalo: el hijo del Capitán Cortés.
Ya las banderas
cantan victoria
al paso de la paz.
Y han florecido,
rojas y frescas,
las rosas de mi haz.
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Sin titubeo, ambos, José Antonio y Miguel, en emulación simpática y decidida, se arrojaron al
fondo de la zanja de un salto. Desde abajo brindarían la cortesía de sus sonrisas.
Esta anécdota simple, ese valor, ese arrojo personal, encierra, desde luego, ciega obediencia
al padre y también un claro sentido de la disciplina y de la jerarquía, representada para ellos por
la fraternal y elevada figura de don Miguel Primo de Rivera.
La otra anécdota se refiere a cuando vivieron algunas temporadas en Jerez, en nuestro
hogar de Guadalete, 14, por las causas que paso a contar.
El padre de los Primo de Rivera era hombre incapaz de no reaccionar ante la injusticia.
Cuando recibía una orden que creyera no estaba conforme con su modo de pensar, se revelaba
airadamente contra el Gobierno, bien por escrito o verbalmente. José Antonio tenía una frase
certera. Decía: "Cada vez que mi padre pronuncia un discurso, nos tenemos que mudar de casa".
El Gobierno de aquellos tiempos, consciente de la valía y del prestigio del general, no se
atrevía a sancionarle o ponerlo a las órdenes directas del ministro. Utilizaba un ardid ingenioso: le
trasladaban de punta a punta de la Península o a las islas adyacentes.
El general, corto de medios económicos y con esta familia numerosa: tía Inés, tía Ma. José
Antonio, Miguel, Carmen, Fernando, Pilar y la "tata" Celes (2), inseparable de la familia. Cuando
"aquello" sucedía, a todos los enviaba a nuestra casa jerezana.
De entonces relataré otro sucedido que más bien nos deja malparados a Miguel y a mí, pero
en el cual se vislumbra cómo fue formándose su espíritu. Da la medida de su diferencia natural
con cuantos le rodeábamos y, sobre todo, de su rigor ante los hechos más nimios.
Fernando Primo de Rivera, hermano del que más tarde sería Jefe del Gobierno español, y
que, haciendo honor a su apellido, murió al frente de sus escuadrones de Alcántara en tierras
africanas, dirigió durante una temporada en nuestra niñez nuestras prácticas de equitación.
Practicar la equitación en casa de los Primo de Rivera, de los Dávila, de los Orbaneja, de los
Bohórquez, de los Guerrero, de los López de Carrizosa, de los Domecq y de tantas otras casas
solariegas de Jerez -andaluzas, por tanto, oriundas de labradores, de militares-, no podía ser
simple pasatiempo o un deporte cualquiera. Era, por el contrario, un deber, una elemental
obligación. Había que saber montar a caballo para mantener la dignidad de la raza, de la sangre
y de la estirpe militar y campera. Pues bien, el día en que comenzábamos las primeras pruebas -
estábamos en el campo, y en el campo de Jerez por más señas-, Miguel y yo vestíamos con
cierto desaliño. Predominaba en nosotros la impaciencia de la prueba a que nos sometíamos
sobre otra preocupación cualquiera. No era nuestro atuendo precisamente un modelo de
elegancia. José Antonio, en cambio, entonces como siempre, se presentó impecablemente
vestido. Y su elegancia, como nos moviera a risa, sobre todo a la vista del contraste de nuestra
despreocupación, nosotros, los desharrapados, hicimos un comentario infantil y burlesco. "Yo soy
-recuerdo perfectamente que fue su única respuesta un señor, no un rufián, y por eso visto como
los caballeros; vestid vosotros, si os gusta, como lo hacen los arrieros."
Porque en su pensamiento, "el señorito", según nos dijo más tarde, "es la degeneración del
señor, del hidalgo, que escribió las mejores páginas de nuestra Historia".
Voy a referir, antes de terminar este somero bosquejo de la infancia, un triste sucedido.
En 1916, la feria de Jerez, con su atractivo y su alegría de siempre, había atraído, una vez
más, a infinidad de forasteros de todas las clases y condiciones sociales. Entre el numeroso
grupo de aristócratas llegados de Madrid, Sevilla y otras capitales, se encontraba el capitán
general don Fernando Primo de Rivera y Sobremonte, primer marqués de Estella, a quien
acompañaban su hija doña María, viuda de Cobo de Guzmán; su nieta, Pilar Cobo de Guzmán
Primo de Rivera, y el prometido de ésta, Carlos Silvela.
La caseta que el marqués del Mérito tenía instalada en el real de la feria fue, como todos los
años, centro de reunión de la aristocracia venida a Jerez. Allí se fraguó la idea de organizar una
jira en honor de tan distinguidos huéspedes. Escogida la laguna de Medina como lugar de la
excursión, se llevó a efecto el día 10 de mayo, siguiente a la terminación de la feria.
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Le atraían todas las artes. Tenía afición al dibujo, aunque no lo prodigara. Buen poeta, ya en
su niñez escribió, dirigió y fue actor en La campana de Huesca. A sus hermanos, a sus próximos
parientes y a sus íntimos nos hizo trabajar en ella. Recuerdo uno de sus versos:
« Ya la noche... ¡ Cuánto tarda
en volver el mensajero
que envié con una carta
para el abad del convento!
De fijo que fray Clotardo,
que fue mi sabio maestro... »
Y naturalmente, por humano, José Antonio tuvo defectos.
Es lógico que así sea. Pero sucede que sus grandes virtudes oscurecían sus pequeños
defectos. Por ejemplo, cuando estudiaba, con gran provecho, en la Universidad de Madrid, a las
órdenes de aquel sabio profesor que se llamó don Clemente de Diego, a quien veneraba, si el
tranvía se demoraba en llegar, con sus más íntimos, Rafael Sáenz de Heredia. Manuel Ortega.
Ramón Serrano Súñer y su hermano, iniciaba una carrera con el pecho muy saliente, levantando
los pies, parecido al braceo característico de los caballos españoles. Era "su truco" para no
tropezar. porque sentía torpeza en las piernas. Claro es que, en realidad, no se puede mencionar
como defecto. Mi relato es sólo anécdota sin importancia. En todo intentaba superarse; jugando
al fútbol en la Cárcel Modelo ponía gran pasión. Una vez -yo de portero- metió un gol estupendo.
Celebró la victoria dando más saltos de alegría que Zarra cuando se lo hizo a los ingleses.
En otra ocasión quise darles una lección. Andaba yo divirtiéndome de lo lindo durante la
Exposición Iberoamericana en Sevilla y, como suele decirse, eché "los tejos" a una cubanita de
campeonato. Con ello gané el concurso de chotis en el Andalucía-Palace.
Posiblemente me temo que el éxito se debiera a algunos regalos que la despampanante
millonaria criolla hiciera al jurado y a la orquesta, pues la verdad es que tampoco entre mis
escasas virtudes se encuentra emular al Julián de La Verbena de la Paloma.
Sí fueron éxitos para mí: la cubana en "el bote" y el diploma en el marco. Cuando con éste
llegué a Madrid, los tres hermanos, además de "Polín", hijo de Polo, ayuda de cámara del
general y compañero de nuestros juegos y travesuras, al ver mi presunción, organizaron un
partido de rugby con mi preciado distintivo, convirtiéndolo en precursor Stuka, y toma de tierra en
un lejano tejado.
Cuenta su prima Nieves Sáenz de Heredia que, por aquel tiempo, el general dedicó unas
fotos de sus hijos a su padre. En la de José Antonio escribió: "De este hombre hablará la
Historia".
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de esa nueva intelectualidad que afloraba. Destacaba un reloj, que en frase feliz de Samuel Ros,
"era como un navío, un espejo. Tiempo, singladura e imagen; la propia eternidad de José
Antonio".
Concurrían Rafael Sánchez Mazas, buena pluma, poeta bilbaíno, que más tarde se
convertiría en "el proveedor de la retórica de la Falange"; José María Alfaro, Agustín de Foxá,
Eugenio Montes, Julián Pemartín, Dionisio Ridruejo, Jacinto Miquelarena.
Y el gozo de lo que él titulaba las cenas de Carlomagno celebradas en el Hotel París de la
Puerta del Sol. El menú era objeto de grandes discusiones, y si los temas de historia y de arte
eran frecuentes, tampoco quedaban postergados los temas de amor, tratados con una finura
indiscutible. Fuego de leña en la chimenea; sobre el mantel, tres candelabros, con sus velas
correspondientes, iluminaban el convite.
Pero entre estas honestas expansiones, entre este culto a su espíritu, seguía germinando el
dolor de lo acaecido a su padre. Siete años de sacrificios incruentos, de total entrega a su patria,
de lealtad a su Rey, identificado con el auténtico pueblo de España, con política honesta y
paternal, incomprensiblemente, fueron denominados por algunos, motejados más bien, los "siete
años indignos".
Sin injerencia de los partidos políticos, un grupo de antiguos colaboradores del dictador,
defensores de la institución, formaron la denominada Unión Monárquica Nacional, con tan sólo la
leve adhesión de la monarquía.
Esto puso frenéticas a las izquierdas. Aumentó el número de republicanos, y aunque a José
Antonio le dolía la actitud tenida por el Rey y el Gobierno Berenguer con la Dictadura, entre
cuyos miembros sólo dos no habían colaborado con ella, su elevada idea de servicio le forzó no
sólo a dar su aquiescencia, sino incluso a formar parte del grupo en un puesto destacado. Lo
hizo, después que le asaltaran muchas dudas, tras horas y horas de reflexión y desvelo.
Hablando alto y claro, repitió que aceptaba, por encima de todo; para defender la memoria de su
padre y de todos aquellos que con el General habían colaborado.
En el mes de febrero de 1930, en una conferencia que pronunció en el Ateneo albaceteño
con el título "¿Qué es lo justo?", definió con toda claridad cómo debe entenderse una nueva
doctrina salvadora. Tal fue el éxito, que Jiménez de Asúa, uno de los intelectuales republicanos
más destacados desistió de la conferencia suya, anunciada en el mismo local, bajo el pretexto de
no querer ocupar una tribuna desde la que se había escuchado la voz de un Primo de Rivera.
He aquí, pues, que se encontró repito- de lleno metido en la política. Se presentó a diputado.
Con claridad meridiana lo declaró una vez más "Bien sabe Dios que mi vocación está entre
mis libros, en mi bufete, y que el apartarme de ellos al vértigo de la política me cuesta verdadero
esfuerzo". Siempre, como buen hijo, la sombra de su padre encarnecido: "Pero sería cobarde e
insensible si permaneciera tranquilo mientras que en las Cortes siguen lanzándose públicamente
las peores diatribas contra la sagrada memoria de mi padre".
Y con palabra arrebatadora al servicio de su inteligencia fue captando universitarios, obreros,
las gentes más dispares. Veían en él un nuevo profeta, con verbo, hechura y doctrina diferentes
a los demás, y que tenía, por añadidura, el preciado don de saber escuchar.
Aunque obtuvo un número considerable de votos y de adhesiones, no consiguió el acta. De
nuevo a su bufete, a sus libros, a observar el sombrío porvenir de su Patria.
***
Poco después, Cartagena sería la última tierra española que contemplara Alfonso XIII.
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«Fue misericordia de Dios al llevárselo a las regiones de la paz eterna. Tras un breve
martirio, el descanso. ¡ Eran muchos sus merecimientos para que la divina generosidad no le
ñ ñ ñ ñ ñ ñ ñ ñ ñ ñ ñ ñ ñ ñ
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HERMANDAD
"Todavía no tenemos modelo de cruz ni emblema alguno. Lo que retrasa el adoptarlo es el
deseo de llegar a un acuerdo con las J. O. N. S., pues nos parece que ninguno es tan expresivo
ni tan español como el de las flechas de los Reyes Católicos; pero no queremos adoptarlo antes
de limar todas las asperezas, para que las J. O. N. S. no se consideren mortificadas."
AFECTO
"Sé las dificultades de toda índole que ponen a prueba tu magnífico espíritu, y me preocupa
día y noche el riesgo que puedes correr. Con todo el afecto de primo y camarada, te suplico, y
con toda la autoridad de jefe, te lo ordeno de una manera terminante, que no descuides ni un
segundo la vigilancia de tu seguridad personal. Si no bastara para que atendieses a esta
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indicación el pensar en todas las obligaciones y afectos que te obligan a vivir, habrías de tener en
cuenta la falta que haces a la Falange."
IRONIA
"Recibo tu carta. Vende tus mulas tranquilo y ven el 1 ó el 2. Pero trae todos los datos. Un
abrazo."
POBREZA
"... te envío tres mil pesetas, de momento, para los gastos de preparación del mitin. Si con lo
que logres reunir ahí puedes cubrir el resto de los gastos, me alegraré, pues ya sabes que nunca
nos sobra el dinero. Si te fuera imposible, ve gastando esas tres mil pesetas y avísame cuando
se te acaben. Sé que no regatearás ningún esfuerzo para gravar lo menos posible a la tesorería
nacional.'"
RECUERDO
"El día 21 por la mariana llegaré, Dios mediante, en el exprés para asistir a tu boda y darte un
abrazo.
Ahora, con esta carta, recibirás dos recuerdos nuestros: un reloj que fue de mi padre, y que
todos los hermanos queremos que sea tuyo, y una sencilla caja de uso diario que quiero que
sirva a mi jefe territorial de Andalucía. como memoria de este camarada suyo, en el ajetreo en
que estamos metidos."
DESALIENTO
"... nos tienen fritos. Casi todos los centros, cerrados; casi todos los estatutos, detenidos. Y,
mientras tanto, Salazar Alonso, sonriente cuando va uno a él con protestas."'
TERNURA
"... pero nada podrá contra gentes del espíritu que mostráis los de Sevilla, y a su cabeza, tú,
modelo irreprochable de militantes y jefes."
(Párrafos de algunas cartas de José Antonio dirigidas al autor.)
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CAPÍTULO V. MI INCORPORACION
En cuanto a mí concierne, a principios de 1933 leí en ABC las cartas que mutuamente se
cruzaron entre José Antonio Primo de Rivera y Juan Ignacio Luca de Tena. Como desde niño,
aunque con la debida reflexión, obro por incontenibles impulsos, el parentesco, la amistad con
José Antonio, me forzaban a incorporarme sin demora.
Desde mi Andalucía querida llegué a Madrid. Le abracé, y, textualmente, le dije
-Creo que te has decidido a intervenir en política. Vengo a preguntarte si, a la hora de los
golpes, me permitirás estar a tu lado.
Conmovido, aceptó resueltamente. Me explicó que, después de largas meditaciones, se creía
en el deber de cooperar a la creación de un movimiento de fidelidad irreprochable a las
constantes coyunturas históricas de nuestra patria. Desesperado ya por el sesgo de los
acontecimientos, en esto veía él la única solución para salvar a España como nación
independiente y unida. Agradeció reiteradamente mi ofrecimiento, y sus palabras me llenaron de
emoción y orgullo. En fechas sucesivas tuvimos otras conversaciones. Me proporcionó datos, me
transmitió consignas y me enteró de sus primeras reuniones con jóvenes pensadores. Y con brío,
con fe de iluminado, trazó, a grandes rasgos, un esquema de las principales directrices de sus
nuevos pensamientos, principios y fines a lograr. Me anticipó la aparición de un periódico de
combate y sugirió que sería muy conveniente mi rápido regreso a Sevilla. Allí no contaba con
persona de su confianza, y le urgía comenzar a organizar la propaganda introduciendo en el sur
de España la nueva doctrina salvadora.
Así, días después, me encontré otra vez en Andalucía. Ya estaba del todo ganado a la idea,
deseoso de comenzar la tarea. Y, como es natural, me comuniqué con los más allegados: los
consocios del Aero-Club, los contertulios de El Sport y algunas personas de mi confianza en
menesteres agrícolas. Inmediatamente encontré decidido entusiasmo en Manolo González
Camino, en el capitán de Aviación Modesto Aguilera, en Guillermo Romero Hume, en Francisco
Summers, en Manuel Motero Valle, en Pepe el Algabeño, en el oculista Juan Velarde, y pocos
más. Como es lógico, también pronto empecé a tener momentos de desaliento. Veía que se
agotaba la cantera, sentía inusitada tristeza pensando en lo estéril de mi esfuerzo, pese a las
adhesiones recibidas; recordé que José Antonio me pedía que extendiera mi proselitismo por
todo el sur, y me fui a Jerez, con el fin de reavivar antiguas amistades.
Julián Pemartín, jerezano y de familia jerezana, era amigo mío de la infancia, un amigo
íntimo desde el momento en que nos encontramos de nuevo en Madrid, en la casa de los Primo
de Rivera.
Desde que don Miguel, allá por 1918, se instaló permanentemente en Madrid, fue lo que los
beneficiarios llamábamos "el consulado de Jerez". Todos los domingos concurríamos a la mesa
del marqués de Estella buen número de personas, sobre todo, jóvenes jerezanos que, por sus
estudios, vivían en Madrid. Copiosos almuerzos: sapa, entrada, cocido, pescado, carne en
abundancia. José Antonio los motejó comidas de "heliogábalos", en parte justificadas por el
ayuno semanal que algunos de los agradecidos invitados sufrían en pensiones y casas de
huéspedes donde residían. Era su desquite. Domingos había, no faltaba el plato preferido del
general: la acedía sanluqueña. La acedía -escribo para profanos en la materia- es como un
pequeño lenguado, más fino, que, bien frita, es una delicia para el paladar. Innumerables veces
le abastecí desde Jerez por mandato de mis padres, porque en aquellos tiempos que refiero, al
contrario de hoy, eran los caballeros quienes visitaban el mercado, mientras que no estaba de
"buen ver" que las señoras concurrieran. Uno de los puestos de más atracción era el del
"Agarrao", pescadero famoso, y al que don Miguel tenía en grau estima.
Me interesaba mucho conocer la disposición de Julián hacia el pensamiento político de José
Antonio. Pronto adivinó mis intenciones, no bien comencé el relato de mi último viaje a Madrid.
Cuando le explicaba mis proyectos, me interrumpió
-Al leer las cartas de José Antonio a Juan Ignacio Luca de Tena, le escribí para enviarle mi
felicitación, mi adhesión...
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SEVILLA
Manuel García Miguez : 30 abril 1935.
Antonio Corpas Gutiérrez: 8 agosto 1935.
Eduardo Rivas López: 7 noviembre 1935.
Jerónimo Pérez de la Rosa: 8 noviembre 1935.
Manuel Rodríguez Montero: 2 junio 1936.
Rafael Panadero Martínez: 4 junio 1936.
¡PRESENTES!
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Increpó al director:
-A por usted vendrán mis escuadras, instalarán en el patio un cadalso y le colgarán y tirarán
de sus pies.
Se organizó el tumulto al grito de: " ¡ se llevan al jefe! ".
En todas las galerías enronquecían las voces cantando el Cara al Sol.
Amarradas nuestras muñecas, rodeados de policías armados hasta los dientes, no le faltó a
Miguel una de sus ocurrencias, de su proverbial valor sereno. Llevaba sobre sus hombros una
ligera gabardina; con los codos descubrió los bolsillos de su chaqueta, enseñándome una caja de
puros y una botella de jerez.
-Por si no nos matan -me dice-, estos "tíos" no se lo beben ni se lo fuman...
No puedo menos de sonreír, lo contrario que uno de nuestros guardianes, que nos apercibe.
-Poco me parece que vais a beber y a fumar en adelante.
Con las primeras luces del alba, en compañía de Agustín Aznar, unido más tarde a mi
expedición, llegamos a la cárcel de Vitoria. Allí pudimos enterarnos del lugar de destino de los
dos hermanos Alicante. A Huelva habían conducido a Miguel Primo de Rivera Cobo de Guzmán y
a Luis Aguilar Sanabria.
Vitoria, ciudad hermosa, con cárcel fría, antiguo palacio de los marqueses de Salvatierra, era
por entonces una capital de provincia apacible, tranquila. Con evidente exageración, se decía
que la mayoría del censo de su población lo constituían los curas y los militares. En el Hotel
Frontón se reunían lo mejor de la sociedad y los funcionarios allí destinados, para jugar una
partida o para comentar las novedades que hasta ellos llegaban.
Como es lógico, novedad sonada fue la llegada de dos altos jefes de la Falange a la prisión
provincial.
En la visita diaria de mi esposa, entre otros pormenores, me refería su conocimiento reciente
con un matrimonio, todo amabilidad, que la atendía durante las horas de soledad. Su nombre,
don Camilo Alonso Vega, el que más tarde liberaría a la ciudad y alcanzaría a ser uno de
nuestros más heroicos generales durante la Cruzada.
Una visita del conde de Rodezno y de José María Oriol sirvió para que, por grave
enfermedad de una hermana, gestionaran y consiguieran mi traslado de nuevo, en julio, a la
Cárcel Modelo, de Madrid, no sin que antes Agustín y yo, durante el corto tiempo que nos daban
de comunicación a los escasos falangistas y requetés que nos visitaban, enardeciéramos con el
ejemplo y nuestras consignas. Tan buen resultado nos dió, que a poco media docena larga de
secuaces nos acompañaban entre rejas, con gran indignación contra nosotros por parte de
algunos de los familiares cuando los visitaban.
No voy a enumerar las muchas vicisitudes que pasé para poder llegar de "una España" a
otra. La persecución de García Atadell, jefe de la Brigada del Amanecer, que sufrí, cte., muchos
etcéteras...
En Biarritz, a Juan Ignacio Luca de Tena le pegué un "sablazo" de cuarenta duros. Aún,
jocosamente, a veces me lo recuerda.
Cuando se produjo el Alzamiento Militar, el 18 de julio de 1936, nuestro jefe nacional llevaba
encarcelado en la prisión de Alicante seis semanas. El día anterior dirigió un manifiesto a toda
España.
Los comprometidos en el Movimiento pensaron que podrían liberarlo rápidamente y
trasladarlo a Madrid por vía aérea. En aquellas provincias el Alzamiento no tuvo éxito, a pesar de
que Mola confiaba. Algunos militares de la región comprometidos demostraron una total falta de
decisión. En Valencia sí hubo quienes se sumaron al Alzamiento, pero su número era reducido y,
materialmente, fueron aplastados. Por tanto, la mayor parte de las guarniciones establecidas en
el cinturón de Alicante, prácticamente, quedaron aisladas e inmóviles.
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vestirse con camisas azules. Algunas instituciones financieras les ofrecieron su apoyo, con la
esperanza de que, al contribuir, no serían olvidados el día de la victoria.
Mientras continuaba la avalancha, las exigencias de la lucha en el frente eran tales, que los
jefes no disponían del tiempo que necesitaban para dedicarse a su organización. Resultaba el
peligro de que el Movimiento se convirtiera en una masa amorfa y sin dirección, mandado por
elementos extraños o desbordados por una corriente de elementos sin formación ni amor a los
principios fundamentales.
Llegué a Sevilla. De nuevo abracé a los que yo pensé no ver nunca más. Mantuve contactos.
Conocí caras nuevas. Visité los frentes y volví a Salamanca.
No es extraña la fe y asistencia con que fui recibido por mis íntimos camaradas sevillanos.
Una nueva prueba más tenía que sufrir. Heroicamente, el general don Gonzalo Queipo de Llano
se había hecho dueño de Sevilla el 18 de julio. No lo veía desde un hecho ocurrido a la caída de
la Dictadura, en que, defendiendo la memoria del general Primo de Rivera, tuvimos José Antonio,
Miguel y yo un altercado con él en un local público. Los hechos ocurrieron así: creyendo verse
ofendido el general Queipo che Llano, durante aquella etapa dirigió una carta a su hermano Pepe
-algo mayor que don Miguel-, residente en Madrid, con críticas airadas a la labor del general,
exiliado por entonces en París. Al tener conocimiento de ello, José Antonio fue a pedirle una
explicación pública por su conducta. Nos transmitió a Miguel y a mí el lugar de la cita, con la clara
consigna: "No tomaríamos parte -en caso de haber refriegas¡ no intervenía nadie más". Pero en
el Lión D'Or, de la calle Alcalá, se reunía con un buen grupo de amigos. El encuentro degeneró
en tumulto, saliendo a relucir no sólo los puños, sino los bastones, a los que eran tan adictos los
hombres de aquellos tiempos. Se generalizó la lucha. Miguel y yo, como alféreces provisionales
de Húsares de la Princesa, fuimos conducidos a prisión y despojados de nuestra jerarquía militar,
después de un ruidoso proceso y de que José Antonio dirigiera al entonces general Berenguer,
presidente del Consejo de Ministros, una carta pública explicativa de los hechos.
Días antes, unos estudiantes de la F. U. E. hicieron por el paseo de la Castellana una
pantomina del entierro del ex dictador. Los húsares, tanto compañeros de Pavía como los de
nuestro regimiento, arremetimos a sablazos contra ellos, y alguno, de seguro, fue a '»dar la
cabezada" a la Cibeles. La prensa hostil nos increpó, y al incidente con Queipo de Llano lo
titularon: "De nuevo los Primo de Rivera", haciéndome el honor de incluirme con tan glorioso
apellido. Fuimos deportados, Miguel, a San Sebastián, y yo, a Sevilla, no sin que antes toda la
plana mayor del regimiento, de uniforme, con su coronel al frente, nos hiciera una emocionante
despedida al partir nuestros trenes hacia el lugar del confinamiento.
Pero don Gonzalo no era hombre de rencores. Muy al contrario. Nunca existió el menor roce
entre nosotros, y como más tarde verá el que esto lea, en un momento crucial para mi vida, se
puso resueltamente a mi lado. Buena labor ejercieron en ello también Pedro Parias, José Cuesta
y Modesto Aguilera, colaboradores estrechamente unidos a él y sinceros amigos míos.
Me urgía volver a Salamanca; me aterraba la situación de mi familia en Madrid.
Sentía la necesidad de entrevistarme con Francisco Franco. Vislumbraba el papel relevante
que le aguardaba. Los contactos con él, a mi entender, no habían sido todos los necesarios.
Además, estaba el problema de la salvación de José Antonio. Esto no lo habían descuidado un
momento. Lo intentaron canjear con un general republicano, con el hijo de Largo Caballero. Hubo
gestiones realizadas por el cónsul alemán en Alicante, Von Knobloch, antes de que fuéramos
reconocidos por su país.
Von Knobloch no conocía en persona a José Antonio. Había leído sus escritos. Escuchó a
personas que le merecían entero crédito y decidió que el jefe de la Falange era quien podía
alzarse con el éxito y hacer una verdadera revolución nacional. Por tanto, solicitó a la
Wilhelmstrasse que le autorizase para presionar cerca del gobernador civil de la República en
Alicante. Desde su punto de vista, la oficina de asuntos exteriores alemana no quería
entremezclarse en asunto tan personal como era la liberación de José Antonio Primo de Rivera.
Hasta los mandos nazis, en este asunto, negaron su participación a la Falange. Por tanto, la
petición de Von Knobloch no fue aceptada, pese a las presiones hechas por Pedro Gamero del
Castillo, en entrevista mantenida en un barco de guerra alemán.
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Conocía también anteriores gestiones realizadas por Alfonso XIII, el último rey de España,
cerca de Léon Blum, presidente por aquel entonces del Consejo de Ministros francés. Quizá el
monarca, al que "una camarilla" le hizo perder la confianza en el general, recordaría aquella frase
de su Augusta esposa, cuando marchaba en el exilio, a Carmen y Pilar, en Galapagar : "Si
vuestro padre hubiera vivido, nada de esto pasaría". En mi poder tengo la carta, de persona cuyo
nombre no estoy autorizado a dar, pero que garantizo sin reparo alguno y transcribo a
continuación:
En otra ocasión, Hedilla pidió a Franco los fondos precisos para organizar un viaje que
realizaría a Francia Eugenio Montes. Sin dilación, obtuvo el dinero. Eugenio Montes, en Francia.
Estableció contacto con importantes personalidades españolas y francesas, sin éxito.
Intervinieron, entre otros, el filósofo don José Ortega y Gasset, el ministro francés Yvon Delbos y
la esposa del embajador de Rumania en España. Por parte del Gobierno republicano, la única
figura con quien se estableció contacto fue Indalecio Prieto. Irremediablemente, se presentía que
José Antonio estaba destinado a morir.
Un fugaz paso por Salamanca, unos cambios de impresiones, hicieron decidirme, aún más,
en mi propósito de entrevistarme sin demora con el general Francisco Franco. Marché a Cáceres.
Para que tomase confianza en mi persona, desde el primer momento inicié la conversación
recordándole cuando hacía años, pacificando Marruecos, acompañó a mi tío a Sevilla, residiendo
en casa de mis padres. Le recordé aquel cariñoso llamarle Franquito por parte del general. Me
explicó a qué se debía que lo llamara así. Un día, en Marruecos, ordenó que un oficial voluntario
fuese a salvar de un "blocao" cercado a un reducido grupo de soldados. Mandando a unos
legionarios, lo consiguió, después de vadear un río algo profundo. Enterado de su gesta, lo
mandó llamar para conocer el nombre. A los pocos días se repitió parecida hazaña con igual
éxito, y al pedir que se presentara el capitán y ver que era el mismo de la vez anterior, exclamó :
"i Pero otra vez tú, Franquito ! ".
Se rompió el hielo propio de un primer encuentro. Hablamos largo de la guerra, de la zona
roja, de penalidades sufridas y de la salvación posible de José Antonio. A mi disposición puso
todos los hombres que necesitara de las banderas de Falange, barcazas de desembarco,
mandadas por Manuel Mora, y un barco de guerra; para lo cual ordenó al almirante Moreno que
se pusiera inmediatamente en contacto conmigo en Cádiz. Sevilla se llenó de lo más selecto de
las milicias: desde José Antonio Girón hasta Antoñito Borrero, un incipiente escuadrista con
quince años de edad. Pero el mismo entusiasmo hizo que se hablara de los propósitos con
demasía en corrillos y tertulias, y el plan de desembarco proyectado fue conocido por el enemigo.
Fortalecieron las defensas de la costa, y a la primera intentona que hubiésemos iniciado, el
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primero en sufrir las consecuencias más trágicas hubiera sido nuestro jefe nacional. Tuvimos que
desistir, pero conste para la Historia que Francisco Franco, más tarde, por la gracia de Dios,
Caudillo de España, puso de su parte el mayor empeño, la más decidida voluntad, en salvar la
vida de José Antonio Primo de Rivera.
No cejábamos, todos a una, en salvar su vida por todos los medios posibles. Von Knobloch,
a quien antes me he referido, una vez reconocida la España nacional por Alemania, buscó
refugio en Salamanca. Trajo una información del mayor interés. Antes de su salida de Alicante,
había mantenido conversaciones con una autoridad de aquella capital. La aportación de cuatro
millones y facilitándole la evasión, acompañado de sus familiares, conseguiría la salvación a los
dos hermanos. Transmitimos el mensaje al Cuartel General. Franco, sin demora, nos lo
entregaría; pero en un gesto que enaltecerá siempre a la comunión tradicionalista, por mediación
de José María Arauz de Robles, aportaron la mitad de lo convenido. Parecía como si presintieran
que en el patio de aquella cárcel, días después, se mezclaría la sangre del Rcqueté y de la
Falange. En mi casa de Sevilla, y en poder de mi esposa, durante unos días, estuvo la cantidad
estipulada. Nada. Otra esperanza que se esfumó.
Realidad trágica. Las autoridades de Alicante decidieron que José Antonio tenía que ser
juzgado, condenado. El gobernador civil, Jesús Monzón, comunista, quería, a toda costa,
eliminarlo.
Varias acusaciones se cernían sobre él: preparativos para el Alzamiento, tenencia de armas,
complot con los guardias de la prisión para tratar de evadirse. Se defendió a sí mismo, también lo
hizo a su hermano Miguel y a su cuñada Margarita Larios.
La vista se celebró el 13 de noviembre de 1936, ante un tribunal popular.
A un periodista local, testigo, redactor de El Suceso, debo la única versión escrita que me
llegó. Textualmente, dice
"Ajeno al hervidero de tanta gente heterogénea amontonada en la sala, José Antonio Primo
de Rivera lee durante un paréntesis de descanso del tribunal. Lee y estudia la copia de las
conclusiones definitivas del fiscal. No parpadea. Lee como si se tratara en aquellos pliegos de
una cosa banal que no le afectara. Ni el más ligero rictus. Ni una mueca. Ni el menor gesto altera
su rostro sereno. Lee, lee con avidez, con atención concentrada, sin que el zumbido incesante
del local le distraiga un instante.
"Primo de Rivera oye la cantilena como quien oye llover. No parece que todo aquello, todo
aquello tan espeluznante, roce con él. Mientras lee el fiscal, él lee, escribe, ordena papeles...
Todo sin la menor afectación, sin nerviosismo.
"Margarita Larios está pendiente de la lectura y de los ojos de su esposo, Miguel, que
atiende, perplejo, a la lectura, que debe parecerle eterna.
"José Antonio sólo levanta la cabeza de sus papeles cuando, retirada la acusación contra los
oficiales de prisión, les ve partir libremente, entre el clamor aprobatorio del público.
"Pero sólo dura un leve momento esa actitud, con la que no expresa sorpresa, sino, quizá,
vaga esperanza.
"Inmediantamente comienza a leer reposada, tranquilamente, sus propias conclusiones
definitivas, que el público escucha con intensa atención.
"Margot se lleva su breve pañuelito a los ojos, que se llenan de lágrimas.
''Miguel escucha, pero no mira al fiscal. Sus ojos están pendientes del rostro de su hermano,
en el que escruta ávidamente un gesto alentador o un rasgo de derrumbamiento. Pero José
Antonio sigue siendo una esfinge, que sólo se anima cuando le toca el turno de hablar en su
defensa y en la de los otros dos procesados.
"Su informe es rectilíneo y claro. Gesto, voz y palabra se funden en una obra maestra de
oratoria forense, que el público escucha con recogimiento, atención y evidentes muestras de
interés.
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Gamero del Castillo se había distinguido antes de la guerra en Sevilla como presidente de los
estudiantes católicos. Hombre intelectualmente muy bien formado, nos conocimos al
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José Antonio, Salamanca... y otras cosas
incorporarme de nuevo a la Territorial. Trabajaba en los departamentos técnicos. Con José Luis
Escario y Pedro González Bueno, ambos ingenieros, fue uno de los más partidarios de mi
postura. Insisto en que casi todos los que se titulaban leales a la doctrina "joseantoniana" me
dejaron sólo en mi iniciativa. Es más : un agudo y profundo escritor, valioso colaborador y mentor
de Manuel Hedilla, en semejanza con el "argot" taurino, públicamente me motejó de político de
"escuela sevillana".
Aunque mis desplazamientos a Salamanca cada vez eran más frecuentes, no impedían mi
dedicación a la parte liberada de mi Territorial. Aquello marchaba. La colaboración con los
mandos militares era perfecta. La decidida ayuda a las milicias por parte del Ejército no faltaba en
absoluto. Mi enlace con el general don Gonzalo Queipo de Llano, a través de un hombre tan
eficaz como el entonces teniente coronel José Cuesta Monereo, gran amigo mío, allanaba los
posibles obstáculos.
Con los requetés, dirigidos por Barrado, destacaban en el frente los tercios de Manuel Mora y
Fernando Zamacola. y las banderas bajo la dirección del jefe de Milicias Ignacio Jiménez. que al
morir Martín Arenado lo suplió en el mandato. lsilnismo, los combatientes de Ramón Carranza, y
el nombrado asesor militar, antiguo falangista, el comandante Eduardo Alvarez Rementería.
Un hecho heroico de los muchos se registró a cargo de la segunda bandera de Falange de
Sevilla, en Villanueva de la Cañada, de la provincia de Madrid, mandada por el comandante
Pérez Blázquez. Se enfrentaron contra toda la división de Líster, en la cual figuraban
combatientes distinguidos en otras acciones, como Candón, Iglesias y Modesto. Con resistencia
sobrehumana, ante un enemigo muy superior, a la muerte de su jefe siguieron combatiendo con
heroísmo insuperable, haciendo fracasar la ofensiva arrolladora, y consiguieron dominar la
carretera hacia Brunete, que, de no haberlo conseguido hasta los últimos momentos, en que
llegaron en su auxilio efectivos militares compuestos principalmente por la Legión, hubiera podido
provocar un verdadero cataclismo en nuestras posiciones. Entre las ruinas de Villanueva, de
Quijorna, quedó casi exterminada la bandera. Allí también Marilú y Maribel Larios fueron hechas
prisioneras, negándose a ser evacuadas mientras quedara un solo herido. Retrata aquella gesta
la carta que recibí del entonces coronel jefe de la Legión, don Juan Yagüe:
"Yuncos, 1937.
Sr. D. Sancho Dávila.
Estimado camarada
La bandera de Sevilla ha estado formidable, y a pesar de las bajas sufridas y de estar sin
organizar, hoy se me presentan pidiendo ir en vanguardia a ocupar el pueblo que guarnecían.
Necesita 450 hombres para completar su plantilla y creo debéis hacer un esfuerzo para
mandárselos, porque tiene una historia muy bonita que quedaría cortada si no la reorganizamos.
Te saludo con todo afecto y ¡ arriba España ! "
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José Antonio, Salamanca... y otras cosas
Organizamos el mejor hospital de la retaguardia. Para dirigirlo reclamé del frente a un valioso
colaborador, Manuel Grosso Valcarce, que ya había sufrido su primera herida de guerra. A la
bendición del centro invité al cardenal arzobispo, S. E. R. Ilundain Esteban Eustaquio, ya que otra
de las facetas en mi arduo caminar fue no abandonar un momento la vinculación con los altos
dignatarios de la Iglesia.
Su eminencia reverendísima Ilundain era un hombre excepcional. En la "jerga" -perdón por la
expresión- de los más afines a la Iglesia, llana y sencillamente lo señalaban como "papable".
Tenía fama de excesivamente severo. Mucho lo traté y buenos servicios prestó a través mío
cerca de otros ilustres representantes de la Iglesia. Además de poseer inteligencia y rectitud,
cuando se adhería -como en este caso- lo hacía sin regateos. Dentro de su seriedad
característica poseía no poca ironía. Recuerdo lo que en una ocasión me contó.
En la trastienda de una taberna sevillana se reunían por las tardes, con varios amigotes, tres
sacerdotes de su diócesis. Se discutía lo humano y lo divino y a veces surgían críticas
desfavorables a su alta jerarquía. Los mandó llamar y les reprochó con firmeza su conducta,
haciéndoles ver en el pecado el escándalo en que estaban incurriendo. Al marchar los tres,
desolados, de su despacho ti cruzar el umbral el recordar sus caras le producía verdadero
regocijo- les espetó
-¡Ah! Se me olvidaba. Todo esto lo he conocido por habérmelo referido uno de vosotros tres,
cuyo nombre no puedo revelaros.
Desde la ventana de Palacio, como un colegial travieso, los vería atravesar la plaza
gesticulando airadamente unos contra otros.
En fin, el cardenal arzobispo, entre otras muchas virtudes, cumplía exactamente las
iluminadas palabras de León XIII: "No corresponde a su deber el que los sacerdotes se
entreguen a las pasiones de los partidos, de manera que pueda parecer que ponen más cuidado
en las cosas humanas que en las divinas. Venerables hermanos: sabéis bien cuán pernicioso
error es el de aquellos, si los hay entre vosotros, que no saben distinguir bastante el orden
religioso del orden político y se sirven de la religión para la lucha de los partidos políticos".
No me era posible continuar en la labor proselitista de Andalucía. Estaba comprometido en el
gran empeño de la unificación de ambos partidos.
Con lógica preocupación, el general Queipo de Llano quiso informarse de las gestiones
realizadas y le aclaré sus dudas al hacerle ver que todas ellas iban siendo conocidas por el
Generalísimo a través de Gamero del Castillo y Serrano Súñer, los cuales ni por un momento
habían dejado de estar enlazados.
Por tanto, con Escario y Gamero pasé a Portugal. Nos entrevistamos con don Manuel Fal
Conde. Allí también se encontraba, en misión especial, mi próximo pariente el marqués de
Contadero, que allanó pequeños obstáculos.
En las conversaciones de Lisboa tratamos de obtener, por medio de un acuerdo voluntario, la
unión de las dos fuerzas que se habían revelado como los exponentes más vigorosos del
Alzamiento. Una unión que se estaba forjando, de hecho, en la hermandad de los frentes, que
era necesaria para ganar la guerra y -así lo creía yo firmemente- también para ganar la paz. Por
lo demás, nadie podía desconocer el hecho de que en aquellas fechas el sentir general de la
España nacional reclamaba con fuerza el logro de aquella unión.
La posición que se mantuvo en las conversaciones de Lisboa respondía a dos principios muy
claros: por una parte, Falange, la fuerza nueva, con capacidad de rescatar a todos los españoles
para una gran empresa nacional, habría de mantener la integridad de su ambición revolucionaria
y la plenitud de su estilo. Por otra, la incorporación del tradicionalismo garantizaría el propósito de
establecer en su día una monarquía que, por encima de la caducada etapa liberal, entroncara
con la Monarquía tradicional española y diese estabilidad a la profunda transformación social y
política que la Falange estaba llamada a realizar.
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José Antonio, Salamanca... y otras cosas
Era lógico que las primeras conversaciones tropezasen con no pocas dificultades, pues no
cabe desconocer que se trataba de dos fuerzas cuya unidad profunda se traducía, sin embargo,
en fisonomías no poco diversas.
No obstante, en las conversaciones de Lisboa fue otra la dificultad que se antepuso e impidió
avanzar en el diálogo sobre los demás problemas. Tal dificultad máxima residía en el
requerimiento por parte de Fal Conde de que don Javier de Borbón-Parma ostentase la jefatura
de la fuerza unificada y tuviese el día de mañana una intervención decisiva en el llamamiento a
un rey.
Por nuestra parte, las consideraciones obvias debidas, en primer término, al Generalísimo
Franco, y más tarde, a la única dinastía en la que tenía sentido pensar al orientarse España hacia
una Monarquía, dibujaban una discrepancia insalvable respecto a esta posición de Fal Conde.
Cortadas las conversaciones de Lisboa, no quedó, sin embargo, detenido el propósito,
porque éste tenía vida propia y se imponía a todos.
Días después, el conde de Rodezno -a quien se había mantenido minuciosamente
informado-escribía una importante carta a José Luis Escario. El obstáculo javierista no jugaba en
este caso, pero, en cambio, se subrayaba la lógica preocupación por el mantenimiento de la
fisonomía del tradicionalismo. Sin embargo, la nobilísima carta de Rodezno estaba llena de
expresiones positivas. Pocos días después llegaba a nuestro poder la siguiente carta,
acompañada de la nota que asimismo transcribo
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José Antonio, Salamanca... y otras cosas
2.° Declaración del Ideario, bien por aceptación del tradicionalista, bien por especificación del
mismo, en cuyo caso pueden emplearse en algunos de sus puntos, textos de Falange o de
autores tradicionalistas.
3.º Exclusión de elementos altamente perjudiciales y- selección del personal directivo.
4.° Declaración del principio monárquico como régimen del organismo.
5.° Declaración de que el régimen monárquico tradicional, después, con arreglo al
constitucionalismo hoy en vigor, ha de ser órgano del nuevo Estado para la integración nacional.
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José Antonio, Salamanca... y otras cosas
"Se había mucho hoy del contraste de pareceres. Pero si a disculpa del contraste de
pareceres lo que se busca son los partidos políticos, sepan en absoluto que eso jamás vendrá.
Y no podrán venir porque significaría la destrucción y la desmembración de la Patria; volver
otra vez a la base de partida, perder todo lo conquistado. Implicaría la traición a nuestros muertos
y a nuestros héroes. Por eso la apertura al contraste de pareceres está perfectamente definida y
clara, sin que haga falta ninguna clase de rectificaciones.
Quiero decirlo de manera clara y concluyente para cortar esa campaña de grupos de presión
que están siempre queriendo volver a las andadas.
Nuestro Movimiento tiene un amplio y dilatado futuro. Su futuro está en nuestras manos, está
en vuestra voluntad, en nuestro espíritu de servicio, en la unidad afirmativa del último
referéndum, en conservar la unidad entre los hombres y las tierras de España y hacer con ella a
nuestra Patria cada vez más grande, más fuerte y más libre."
Franco
Sevilla, 28 abril 1967
Copio párrafos del Decreto de Unificación, como asimismo del discurso pronunciado
recientemente por nuestro Caudillo en Sevilla.
Cuarenta y ocho horas antes del Decreto, dos magníficos camaradas encontraron la muerte
en mi dormitorio de la pensión de la calle Pérez Pujol, número 3, en un doloroso hecho.
Resulta difícil transcribir lo sucedido en aquellas trágicas jornadas.
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José Antonio, Salamanca... y otras cosas
Escribo -bien lo sabe Dios- con el corazón transido de dolor recordando a los que murieron, a
los que fueron arrastrados en el torbellino del momento. Desgracia es, en la mayoría de los
casos, que la Historia se escriba con sangre.
Al igual que en las postrimerías de este libro, pido perdón a todos aquellos a quienes
involuntariamente hice daño.
A propósito, en copias de sentencias y documentos ocultaré algunos nombres al lector. Es
preferible. Más tarde, varios murieron en la guerra o posteriormente a la victoria de las armas, y
los que conservan la vida también deben ser silenciados.
Machaconamente insistiré de nuevo. Lo sucedido se debió principalmente a la orfandad
obligada de José Antonio, a la quiebra de la hermandad y a la intromisión entre las filas de
elementos perturbadores con nefastas ambiciones políticas.
El no llegar a acuerdos políticos trascendentales desacreditaba a la Falange, preocupaba al
Cuartel General y amenazaba con que las escisiones llegaran a los frentes de combate ;
mientras, sin lugar a dudas, muchos enemigos se frotaban las manos ante nuestra incapacidad.
A mi manera de ver, dos de los que, según noticias, aún conservaban la vida en la zona
enemiga podrían poner serenidad en el ambiente enardecido: Raimundo Fernández Cuesta y
Miguel Primo de Rivera. Conocía las gestiones favorables que para el canje existían a favor del
primero, pero me llegaron noticias de que el iniciado a favor de Miguel estaba en punto muerto.
Por lógico cariño y necesidad imperiosa de su presencia, acompañado de dos íntimos nuestros,
Enrique Durán y Fidel Lapetra, marchamos al frente del Ebro, para que yo me entrevistara con el
Generalísimo. Me recibió al momento en su puesto de mando, un pequeño pabellón rodeado de
altos álamos. Le expuse mis temores, y sin dilación, a través de la Cruz Roja, ofreció el canje por
persona enemiga en nuestro poder. En Vitoria, su hermana Pilar, familiares e íntimos, lo
estrechábamos algún tiempo después entre nuestros brazos ; pero ya era tarde y la tragedia
derivada de la división interior se había producido.
Recuerdo que, para acentuar mi ruego a su favor, innecesariamente le hice ver a Franco
que, desaparecidos José Antonio y Fernando, con la lealtad de Miguel a su alta jerarquía, de la
que no dudaba, atraería a él aún más la subordinación de los camaradas de la Falange.
Asomados ambos a una pequeña terraza, en mi exaltación, señalando a Enrique y Fidel, que
se encontraban esperándome en el jardín, le dije
-De su lealtad a Vuestra Excelencia, mi General, respondemos con nuestras cabezas los
tres.
Cuando, llenos de gozo y esperanza, regresábamos a Zaragoza, Fidel, al volante,
recordando lo asegurado por mí, se volvió hacia nosotros dos, en jocosa pregunta
-¿Y estáis seguros de que Miguel le será fiel? Más tarde, por su lealtad, su inteligencia y sus
relevantes servicios, recibió cargos, honores y el título nobiliario que, unido al apellido, más
podría congratularle.
Desde Zaragoza regresé urgentemente a Sevilla, una concentración importante de las C. O.
N. S. (Centrales Obreras Nacional-sindicalistas) se iba a celebrar.
Conmemoramos los diez años de la fundación de nuestro primer Sindicato.
Anteriormente al Alzamiento, en el año 1934, la masa obrera sevillana estaba inscrita, en
casi su totalidad, en la Unión Local de Sindicatos, afecta al partido comunista, que acaudillaba
Saturnino Barneto. Se nutría principalmente de las brigadas del muelle y del gremio de
dependientes de bebidas. También, en menor escala, funcionaban la C. N. T. y la U. G. T.
A finales de ese año nuestros minúsculos Sindicatos dieron fe de vida en un modestísimo
local que pudo abrirse en la calle San Miguel gracias a la generosa aportación de la familia
Gutiérrez Tagua. Lo titulamos Sindicato Autónomo de la Unión Hotelera, bajo la presidencia de
uno de nuestros más fieles camaradas sevillanos, Alfonso Lozano Serrano, con la colaboración
entusiasta, entre otros, de Pedro Olivares, José Montero y los hermanos Marcelino y Luis Pardo.
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José Antonio, Salamanca... y otras cosas
La escisión que hicimos en las filas de la Unión Local de Sindicatos nos costó nuestro primer
caído, Antonio Corpas, y, por las consiguientes repercusiones sangrientas que esto trajo,
sufrimos proceso y encarcelamiento.
Fui llamado desde Salamanca a Sevilla por Agustín Aznar para que regresara urgentemente.
Com. partía conmigo la preocupación del momento. Era necesario tomar una decisión. Y a mi
llegada ocurrieron los luctuosos hechos.
Aquella misma noche cuando descansaba en la pensión después de una jornada muy
intensa y emotiva, llamaron a la puerta unos hombres armados. Dos de ellos subieron y se
introdujeron por sorpresa en mi habitación. Al encenderse la luz los reconocí. Antes de que yo
pudiese reaccionar me habían arrebatado la pistola que tenía sobre la mesilla de noche, mientras
me encañonaban y me exigían que los acompañara ante Manuel Hedilla. Les reproché su
conducta, haciéndoles ver en qué forma destemplada estaban actuando, y los riesgos a que se
exponían. Me contestaron: -Cumplimos órdenes. A lo que yo repliqué -Hay órdenes que no
deben cumplirse. Cuando estaba vistiéndome, dos hombres de mi confianza y muy apreciados
por mí, que dormían en una habitación próxima, fueron alertados por la sirviente de la pensión.
Su primera reacción fue ahuyentar a los que se habían quedado abajo, esperando en el zaguán,
arrojándoles una granada de mano. Ellos, en respuesta, hicieron fuego.
Mientras tanto, yo luchaba para desarmar a los que se encontraban conmigo. De pronto se
abrió la puerta violentamente, y el mismo que había arrojado la granada apareció, pistola en
mano. Al ver que yo luchaba con dos hombres armados y me encontraba en grave peligro,
disparó y ocasionó la muerte instantánea de uno de ellos, en tanto que el otro se volvía y hacía
fuego contra él, hiriéndolo gravemente y falleciendo a las pocas horas.
La llegada providencial de unos guardias civiles y agentes de la autoridad terminó con el
suceso sangriento, haciéndose cargo del herido y conduciéndonos a la Prisión Provincial. Varios
del grupo fueron, además, al domicilio de Rafael Garcerán con la intención de detenerlo. Se
cruzaron unos disparos.
He aquí parte de lo que dictó la sentencia del Consejo de Guerra celebrado en Salamanca
"Resultando que en Salamanca el 6 de abril último se reunieron siete componentes de la Junta
Provisional de Mando de Falange Española de las J. O. N. S., y entre ellos los procesados
Manuel Hedilla Larrey, Rafael Garcerán Sánchez y Sancho Dávila Fernández, se formularon en
la reunión contra Hedilla como presidente de dicha Junta numerosos cargos, concretados en el
pliego obrante de esta causa, y terminose con el acuerdo adoptado, con sólo dos votos en contra
-uno de ellos de Hedilla-, de destituir a éste de la presidencia, y que, ausente el señor Primo de
Rivera, rigiera Falange Española de las J. O. N. S. un triunvirato, para el cual el procesado
Sancho Dávila fue uno de los elegidos.
Resultando que despechado Manuel Hedilla Larrey por su destitución decidió mandar
detener a Sancho Dávila Fernández, jefe territorial de Andalucía, y a Rafael Garcerán Sánchez
como principales causantes, enviando a dos hombres de su confianza, a los cuales se agregaron
tres más, presentándose a las dos de la madrugada del 17 de abril en la calle Pérez Pujol,
número 3, domicilio de Sancho Dávila Fernández, el cual contaba allí con algunos amigos, al
parecer como custodia suya, penetrando en la habitación en que dormía Sancho Dávila, y
mientras éste afeaba al jefe del grupo su conducta, dada la amistad que les unía, empezaron a
oírse disparos de arma de fuego y armas de mano entre quienes quedaron en la casa, y
penetrando en la habitación violentamente otro falangista, miembro, sin duda, de la escolta de
Sancho Dávila, al ver la situación que éste tenía de dominado, lo mató de un tiro, disparando a su
vez contra el agresor otro de los asaltantes, causándole lesiones de las que falleció más tarde."
Es público y fehaciente que Manuel Hedilla nunca quiso que corriera la sangre. Lo originó la
tensión del momento, derivada del clima político exarcebado en que estábamos viviendo.
He de señalar que la mañana de los sucesos, ya constituido el triunvirato por Agustín Aznar,
José Moreno y yo, y como secretario Rafael Garcerán, visitamos al Generalísimo para darle
cuenta de nuestra posición, convocando un Consejo Nacional para fecha inmediata.
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José Antonio, Salamanca... y otras cosas
Al día siguiente de los dolorosos hechos Hedilla ratificó la reunión, avisando a todos los
consejeros nacionales disponibles nombrados anteriormente al Alzamiento y a otros cuya
condición de consejeros era discutible.
La orden del día era extensa y declaraba que se alcanzarían puntos concretos sobre la
disolución de la Junta de Mando y elección de un nuevo jefe nacional hasta la llegada de José
Antonio, cuyo fusilamiento se obstinaban en poner en duda algunos. Aclaraba, asimismo, que si
Fernández Cuesta regresaba, de nuevo sería convocado el Consejo para dirigir la cuestión de la
legitimidad de la jefatura.
En un ambiente tenso, doloroso, se reunió el Consejo Nacional. En una habitación inmediata,
puestos sobre la camisa mis cordones de jefe territorial arrebatados en la lucha, como macabro
espectáculo, se encontraba el cadáver del que aquella madrugada murió en mi dormitorio.
Según parece, Hedilla (he de aclarar que este dato es un poco impreciso) se ausentó unos
momentos, dirigiéndose al Cuartel General. Lo cierto es que comunicó a los reunidos que el
Generalísimo pensaba asumir el mando de la Falange tal vez aquella misma noche.
Esto serenó los espíritus, pues de un momento a otro se acrecentaba el peligro de que se
malograra la victoria. Escuetamente: de que perdiérainos la guerra por culpa de la incomprensión
en la retaguardia.
Promulgado el Decreto de Unificación, se cursó a las provincias por José Sáez, con el sello
de la Junta de Mando, el siguiente telegrama
"Ante posibles interpretaciones erróneas Decreto Unificación, no cumplirás otras órdenes que
las recibidas por conducto jerárquico superior."
Manuel Hedilla fue detenido. José Luis Arrese, que había marchado precipitadamente a
Sevilla, fue conducido de nuevo a Salamanca e ingresado en prisión también.
De la primera línea afluían camaradas para enterarse de las últimas noticias, con peligro para
la estabilidad del frente.
José M." Gil Robles, que el 17 de julio de 1936 se pasó a Francia, con fecha 25 de abril de
1937 dirigió a don Luciano de la Calzada la siguiente carta
"Mi querido amigo: expresada nuestra adhesión a la idea de unificación de milicias y partidos,
tan pronto como el Jefe del Estado la exteriorizó en su alocución radiada y reiterada después, al
publicarse el decreto, sólo me resta hoy, al cancelar nuestras actividades políticas, dirigir por tu
conducto unas brevísimas palabras de despedida a los que han sido hasta ayer nuestros
correligionarios.
Nacimos a la política en circunstancias especialmente dolorosas para actuar en un régimen
que no habíamos implantado y para desenvolvernos en un sistema que pugnaba
fundamentalmente con nuestras convicciones. Como en aquellos momentos no había ocpión
posible, iniciamos la durísima labor, con la vista puesta en Dios y en España, y aun con el
presentimiento de que, por la falta de conexión de las fuerzas nacionales, lo que los hombres
denominan un fracaso nos esperaba, con grandes probabilidades, al final de la tarea.
No nos importó tan poco halagadora perspectiva. Convencidos de que la magnífica explosión
del sentimiento nacional que algún día había de surgir no sería posible sin una intensísima
siembra de ideales a través de experiencias tan dolorosas corno indispensables, a ella
dedicamos nuestros mejores esfuerzos.
Hoy, al contemplar con gozo la espléndida cosecha, vemos recompensado con creces el
trabajo.
Para que la unificación de la conciencia nacional sea pronto un hecho, es preciso que Acción
Popular muera. Bendita muerte que ha de contribuir a que crezca vigoroso un germen de nueva
vida.
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José Antonio, Salamanca... y otras cosas
En el nombre sagrado de España ha pedido el Jefe del Estado la unión de todos sus hijos.
Acudid a su llamamiento y secundad su designios sin sentir la amargura del pasado ni dar cabida
en vuestros pechos a la ambición del porvenir.
Al despedirme de vosotros con la emoción más intensa de mi vida, pido a Dios que acepte
nuestro gustoso sacrificio y que ilumine a quienes tienden en sus manos al sagrado depósito del
porvenir de España, para que con vuestra ayuda y la de todos los españoles digno de ese
nombre acierten a elevar a la Patria hasta las más altas cumbres de su grandeza. i Viva España!
José María Gil Robles."
Joaquín Miranda, en el mismo aeródromo hispalense, momentos antes de su marcha a
Salamanca, hizo nombramiento de jefe a favor de José María del Rey Caballero.
Un suceso de trágicas consecuencias y ajeno a lo descrito ocurrió en Sevilla durante nuestra
ausencia. En reyerta por una discusión baladí, y en avanzadas horas de la noche, a la salida de
un ventorro, un falangista dio muerte a un capitán del Ejército. Pedro Gamero del Castillo tuvo
que desplazarse urgentemente y conseguir del Generalísimo su indulto de la pena de muerte.
José Cuesta, Pedro Parias y Modesto Aguilera, que no dudaban de mi buena intención,
convencieron al general Quepo de Llano para que se trasladara urgentemente a Salamanca y
pidiera al Generalísimo mi libertad. Momentos antes, mi esposa le había visitado para interceder
por mí. Cuenta Gonzalo Liñán, jefe que fue de mi escolta, quien la acompañaba, que al salir del
despacho con pesadumbre, llamándole aparte, le dijo el general:
-Pobre, tan joven y ya viuda.
Refiero esto para reflejar en qué peligro estuve durante aquellas horas confusas.
La serenidad del Generalísimo, su fe en mi lealtad y la generosa ayuda del general Queipo
de Llano, alejaron el peligro.
El comandante de la Guardia Civil don Rodrigo Zaragoza fue el juez especial designado.
Desde el primer momento vio claro mi comportamiento.
Un mes duró mi prisión. Fui visitado por Rodezno y Serrano, entre otros. Salí absuelto.
Manuel Hedilla y otros detenidos fueron siendo puestos en libertad sucesivamente de las penas
de prisión a que habían sido condenados. No se me escapan los sufrimientos por que pasó
Hedilla. Los reflejan las cartas cruzadas entre él y Serrano Súñer años más tarde.
Por considerarlo de interés para el lector, paso a transcribir textualmente la que por aquellas
fechas elevé a S. E. el Jefe del Estado y la respuesta con que se dignó contestarme, a través de
don Francisco Franco Salgado Araújo, general secretario
Mi respetable general:
Le supongo informado de la profusión con que estos días están repartiendo las copias de
tres cartas públicas cruzadas entre los señores Hedilla y Serrano con motivo de la alusión que el
libro de éste último hace al atentado de que fui objeto en la madrugada del 17 de abril de 1937 en
mi propio dormitorio de Salamanca.
Como, gracias a Dios, nunca me ha faltado la circunspección, que es lo primero que, entre
otras cosas, hecho de menos en las referidas cartas de los señores Serrano y Hedilla, bien
seguro puede estar S. E. que, a pesar de las múltiples alusiones con que ambos me incitan, yo
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José Antonio, Salamanca... y otras cosas
no he de terciar de ninguna manera en esa polémica epistolar a que han creído conveniente dar
publicidad, porque no creo que de esa controversia se saque ningún provecho para España.
Sin embargo, la carta que el 28 de los corrientes me ha escrito el hermano de otro auténtico
testigo de aquel sangriento suceso -Juan Pérez Velázquez, que aquella noche también resultó
herido en mi defensa y que poco tiempo después cayó por Dios y por España en el frente de
Teruel-me obliga a quebrantar mi resolución de permanecer en silencio; pero sólo lo rompo para
elevarla a S. E. y suplicarle a don Camilo Pérez Velázquez se abstenga en absoluto de dar ni
pedir ninguna explicación sobre este asunto, así como que al igual que yo no le dé publicidad,
como eran sus deseos.
Siempre a las órdenes de S. E."
Mi distinguido amigo:
Su Excelencia el Jefe del Estado me encarga le manifieste que recibió y leyó con sumo gusto
su carta de 2 del actual, quedándole reconocido por las manifestaciones que en ella hace y por la
línea de conducta seguida por usted en el asunto que la motiva.
Reciba el saludo afectuoso de Su Excelencia, y ya sabe puede disponer de su buen amigo y
s. s., q. e. s. m.,
Firmado: Francisco Franco Salgado Araújo.”
La prensa extranjera se hizo eco del incidente mío con Ramón Serrano Súñer.
Con ostensible exageración, así lo publicaba por aquellas fechas un periódico de
Norteamérica
«El Gobierno español confisca el libro Misión en España.
Madrid, 9 marzo.-El Gabinete español, en una reunión bajo la presidencia del Generalísimo
Francisco Franco, ordenó la confiscación del libro Misión en España, por Armando Chávez
Camacho, director del Universal Gráfico, de México, debido a que el contenido del mismo estuvo
a punto de provocar un lance de honor entre el ex ministro de Relaciones Exteriores, Ramón
Serrano Súñer, y Sancho Dávila, consejero nacional del Secretario General de la Falange.
El libro, distribuido aquí por la casa editorial que pertenece, entre otros, al canciller Alberto
Martín Artajo, povocó enérgicas protestas de la Falange, por las manifestaciones aparentemente
despectivas contra esa organización que se atribuyeran a Súñer.
El contenido del capítulo titulado "Serrano Súñer" hizo que Dávila retara a duelo a Súñer,
enviándole como padrinos a Manuel Mora Figueroa y Fidel Lapetra, dos destacados falangistas.
Según esferas de la Falange, Súñer envió a Dávila extensa carta dándole toda clase de
explicaciones, y que el incidente, después de eso se consideraba terminado.
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José Antonio, Salamanca... y otras cosas
En estas cuartillas he ido recogiendo, sin pretensión estilística alguna, pero con un gran
cuidada por la verdad, mis recuerdos de las más importantes horas españolas de que fui testigo.
Con esta llaneza y este escribir como se habla, he querido que las páginas que acabáis de leer
tuviesen ese tono sincero que encontramos en las palabras de cualquiera de los que combatieron
entonces. Sobre aquellos tiempos ha navegado mucha paz, y justamente ahora están ingresando
en la Historia, cuando todavía siguen muy vivos de pasión. Por eso he cuidado mucho que mis
palabras no hieran inútilmente a nadie. La comprensión y aun el afecto han sustituido en mi
corazón, sobradamente, los enfrentamientos que pudo provocar aquella hora de gran tensión
nacional. Este, pues, es un libro de brazos abiertos. El libro de un hombre que en todo instante
defendió aquello que consideró justo y noble. Mantengo el orgullo de mis propósitos, que fueron
siempre la mayor grandeza de mi patria, y el pan y la justicia para todos los españoles.
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José Antonio, Salamanca... y otras cosas
FINAL
Mi dedicatoria requiere unas palabras a ti.
En nuestras Organizaciones Juveniles, para cuya Delegación Nacional fui nombrado a los
pocos meses, me conociste. Allí acrecentaste tu amor a la doctrina y a España.
Cuando dentro de unos días, de mi brazo, como padrino, avancemos hacia el altar,
recordaremos muchas de estas cosas y pediremos en ferviente oración por los que fatalmente
murieron en aquellas jornadas.
Que seas muy feliz, te lo mereces.
Aquí lo tienes. Como tú querías, como yo te prometí, éste es mi regalo de boda.
NOTAS
(1) El mausoleo es obra del malogrado escultor don Enrique Durán Arregui, quien, por
amistad con la familia, no cobró honorario alguno.
(2) La "tata" Celes debió de vivir muchos años. Recuerdo haberla visto, preso yo en la Cárcel
Modelo, visitando "a sus niños", en este caso José Antonio y Miguel.
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José Antonio, Salamanca... y otras cosas
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