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Crónica VII

Organización sanitaria del ejército carlista

Hospitales- aldeas y hospitales de sangre. Petriquillo y el cirujano Burgess.


Hospitales de referencia: Irache y Cantavieja

7- 1 Introducción. Caseros carlistas, Hospitales-aldeas, Hospitales de


sangre

Las cosas eran bien diferentes en la zona carlista. Al iniciarse la guerra no tenían
ninguna infraestructura, ni ejército ni dinero; la buena voluntad y la improvisación eran
las armas sanitarias. Conforme irían pasando los años de la guerra y a fuerza de
necesidad, se irían poniendo los cimientos de una organización sanitaria estimable.
Además las capitales de provincia, donde se ubicaban los hospitales civiles y los
mejores médicos, eran reductos liberales gubernamentales y es difícil que cambiaran de
dominio de un día a otro; sus guarniciones estaban bastante protegidas.

Los heridos carlistas eran atendidos en las casas y caseríos de los pueblos, donde se
conocía que había “caseros carlistas”, a esos lugares llegaban las medicinas y medios
para curas y atenciones. Otro lugar de atención a heridos eran las casa de los curas y
párrocos de pueblos, que como es bien conocido apoyaron mayoritariamente la causa
carlista, rechazando el pensamiento liberal, que proponía entre otras cosas la ley de
desamortización de conventos y bienes de la Iglesia. En ocasiones las casas parroquiales
sirvieron también de escondite de heridos famosos, como le ocurriera al General
Cabrera o al príncipe Prusiano Lichnowski.

En algunas aldeas podía haber varias casas con heridos y pasar lo mismo en aldeas
vecinas, albergando cientos de heridos que podían pasar desapercibidos si se acercaba el
enemigo; eran -hospitales-aldeas-, desperdigados y camuflados, con enfermos menos
graves, que no necesitaban grandes remedios; eso ocurría en la zona de las Amescoas, y
cerca de Vitoria (Narcué, Ulíbarri) y en otros entornos. Era una forma original de
colaboración y surgió de forma espontánea sin haberlo programado con antelación e
hicieron una extraordinaria labor inicial; ante un aviso de tropas enemigas, en pocos
minutos podía convertirse en aldeas normales con casas cerradas y gentes escondidas.
Los recintos de las Iglesia también sirvieron de hospitales improvisados después de
algunas batallas.

Un primer intento de organización sanitaria, se conoce a través de una carta de


Zumalacárregui, dirigida al famoso curandero Petriquillo, al comienzo de la guerra. En
ella pide al curandero que deje su pueblo del Goierri y se traslade al valle de las
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Amescoas, donde tenía el general su base de operaciones, para encargarse de las heridas
de sus soldados. No tenemos noticia de la respuesta; el general conocía sobradamente
las habilidades del curandero, para moverse por los pueblos y para aprovisionarse de
camas, colchones, mantas, vendas y otros utensilios, labor que ya había realizado en la
guerra de la Independencia. Era solo una carta, pero con un propósito evidente, empezar
a organizar la atención a heridos.

Más tarde haría Zumalacárregui la misma proposición al cirujano inglés Burgess, pero
este solo estaba interesado en el ejercicio personal como cirujano y en lo que él pudiera
atender de forma individual y no en planes generales. El cirujano iba de un pueblo a
otro y de un enfermo a otro prestando servicios

Pasado el primer año de guerra, empezó un intento mayor de organización; aunque


tropezaron con un grave problema el económico. Cruz Mayor, ministro del pretendiente
don Carlos, tuvo enfrentamientos con Zumalacárregui por estos motivos.

Es cierto que la colaboración de los ciudadanos de los pueblo, hizo factible, -los
hospitales dispersos ente aldeas en las casas y caseríos-, pero esos acomodos eran para
un tipo de pacientes con heridas leves o enfermedades comunes, pero no podían
albergar a los grandes lesionados de balas de cañón y horribles amputaciones. Para ellos
se pusieron en marcha los denominados hospitales de campaña o también hospitales de
sangre, centros improvisados, que duraban el tiempo que se combatía en las cercanías, y
que por lo general estaban insuficientemente dotados, una especie de casas de socorro,
atendidos por cirujanos de segunda fila. A esos centros hace referencia Henningsen,
mencionando la gran mortalidad de los mismos, dos tercios de los que ingresaban, en
parte por ser heridas más graves, pero también por la poca habilidad de los cirujanos
reclutados por los carlistas

Se mencionan entre otros: el de Ituren, en el norte de Navarra, un centro que llegó a


tener muchos enfermos; tristemente famoso por la matanza indiscriminada de Mina, que
lo tomó al asalto; los de Narcue donde murió el capitán voluntario francés Bezard con
dos disparos consecutivos dos días seguidos en la misma pierna; Zugarramurdi que
también disponía de almacén de municiones; los de Zulueta y Elizondo; en Guipúzcoa
el Hospital de Oñate donde fue atendido y murió el comandante Ulíbarri, con una
herida de bala en el brazo y Tolosa (en la casa de Beneficencia); en Álava el de
Amurrio en el camino Vitoria Bilbao y Piérola; en el palacio Urgoiti de Galdacano,
estuvo situado un almacén hospital de los carlistas, y en un primer momento, estuvieron
a punto de trasladar a ese recinto a Zumalacárregi, después de su herida.En la segunda
parte de la guerra el ejército carlista disponía de 800 camas en Irache y Estella, 500 en
Vergara, 300 en Tolosa, 300 en Guernica

En Los Arcos existía un hospital de peregrinos, el de Santa Brígida, utilizado por los
liberales como hospital de sangre. Tras la toma del pueblo por Zumalacárregui en
1835, él y don Carlos visitaron, atendieron y se interesaron por los heridos liberales
ingresados, que no salían de su asombro al reconocerlos.

7-2 Avances en la organización


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Los asuntos monetarios no fueron inconveniente para ir avanzando en organización
conforme avanzaba la guerra. En Julio de 1836 se creó la Junta Provisional de Medicina
y Cirugía, que pusieron en marcha varios hospitales, el de Irache, centro fundamental de
referencia, atención y enseñanza, del que nos ocuparemos más adelante; también estuvo
bien acondicionado en Álava, el Hospital de Piérola, situado en un monasterio; otros
específicos el de Anderaz para enfermos de sarna, centros de convalecencia de soldados
en Cestona, Belascoain y Betelu, pioneros en baños y aguas termales. En esta junta
trabajaron Serafín Martínez, Juan Bautista Larramendi, y Teodoro Gelos.

En 1837 se creó el cuerpo de Sanidad Militar Carlista, el cuerpo de médicos, cirujanos y


farmacéuticos del Ejército del Norte, con un reglamento propio con Gelos y Bartolomé
Obrador como primeros responsables.

En Oñate- Guipuzcoa, corte alternativa de don Calos junto a Estella y Durango,


funcionó durante la guerra, -La Universidad Carlista-, directamente impulsada por El
Pretendiente. Estaba dedicada a Leyes y Teología, también tenía instalada imprenta y
periódico oficial del partido y durante esos años funcionó como Escuela privada de
Medicina. Fueron pasos importantes para aportar facultativos a la causa y a la contienda

En resumen podríamos afirmar, que conscientes de sus carencias médicas, intentaron


los carlistas promover la formación de personal sanitario durante la contienda para
poder subsanar las deficiencias y las escuelas de Irache y Oñate funcionaron a buen
ritmo. Se consiguieron mejoras pero no las suficientes, faltó tiempo.

7-3 Profesionales sanitarios carlistas

A) El curandero Petriquillo

Los curanderos han existido desde el comienzo de la humanidad. En la medicina sin


medios diagnósticos y sin recursos terapéuticos del siglo XVIII y de comienzos del
XIX, los curanderos eran gentes consentidas y apreciadas, que en algunos casos
competían con la medicina tradicional. Eran personas con conocimientos sobre plantas
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medicinales, habían aprendido de sus antepasados el manejo de huesos, torceduras y
fracturas y además tenían buenas dosis de sentido común.

Durante casi cien años, tres dinastías de curanderos de una misma familia, de apodo
“Petriquillo”, abuelo, padre e hijo, ejercieron de curanderos en la zona del Goierri, al
sur de la Guipúzcoa en la zona límite con Navarra y Álava. Uno de ellos, el segundo de
la dinastía, el padre, pasará a la posteridad, al verse involucrado en la muerte de
Zumalacárregui.

El personaje en cuestión era José Francisco Tellería Uribe (1774-1842), el


“Petriquillo” más auténtico, el principal, el más afamado curandero de la época, a quien
la historia ha sentenciado como principal “culpable” de la muerte del caudillo carlista
y cuya actuación profesional con el general, intentaremos analizar.

De José Francisco Tellería Uribe, “Petriquillo”, dijo Pérez Galdós, que era menudo,
inquieto, hablador, con cabeza calva y negruzca; Barriola lo veía autoritario y vivo;
Lasa lo imaginaba encima de una mula visitando los pacientes de los pueblos cercanos.

“Petriquillo” fue curandero, pastor propietario y autoridad; desempeñó durante años el


cargo de Tesorero del Haber y Renta de la Villa y fue Alcalde de su pueblo Cerain-
Guipúzcoa, en dos períodos diferentes entre la Guerra de la Independencia y la Iª Guerra
Carlista.

Había nacido en el caserío Arene. Su padre fue el primer curandero de la dinastía. El


hijo aprendió a arreglar las fracturas de sus ovejas y las de de otros pastores; se
entrenaba manipulando los huesos de los cerdos sacrificados. Tenía una habilidad y
técnica especial para el entablillamiento de los miembros. Conocía las propiedades de
algunas plantas, preparaba ungüentos y pócimas que ayudaba a cicatrizar las heridas. Su
instrumental de trabajo eran sus manos, aplicaba unos vendajes especiales con vendas
anchas y muchas gentes iban a verle para aprender.

En la Guerra de la Independencia contra Napoleón consolidó su prestigio, formó parte


del batallón de Voluntarios de Guipúzcoa al mando de Gaspar de Jáuregui ”el pastor”,
junto a su entonces secretario Tomás Zumalacárregui y se encargó durante varios años
de la salud del regimiento; curó al propio jefe de una herida de bala en la tetilla que
había atravesado a la espalda y al capitán Viscarret de un tiro en el tobillo; colaboró en
el desarrollo de los hospitales de sangre; fue comisionado para la recogida de camas,
mantas y colchones y siempre contó con la confianza y el agradecimiento del batallón.

Su prestigio como sanador fue incuestionable, destacaremos varios eventos. Antes de la


guerra carlista, había sido llamado a la Corte de Fernando VII, para tratar una fractura
mal consolidada de un personaje de la corte; curó al presbítero de Oyarzun de una
complicada fractura de codo que se había hecho jugando al frontón; manipuló y corrigió
los fragmentos mal colocados de una rotura de fémur de un niño. El doctor Pasamén de
San Sebastián informó de las desavenencias que tenía Petriquillo con los médicos, por
el tema de las inutilidades y bajas de los soldados.

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A raíz de una condena por intrusismo de 50 ducados que recibió Petriquillo, los vecinos
llegaron a proponer a las autoridades, que tramitaran en Madrid la concesión de algún
título, para que pudiera ejercer sin problemas; aunque al curandero era un tema que no
le preocupaba demasiado, él trabajaba a su aire, a destajo y cobraba por sus honorarios
el doble que los cirujanos. Actuó como curandero en 17 pueblos diferentes,
especialmente en Guipúzcoa y Vizcaya; se le atribuyeron más de 1000 curaciones.

Conocedor de su valía, al comienzo de la guerra carlista, el propio Zumalacárregui


escribe a “Petriquillo”, para pedirle que se traslade a su cuartel en las Améscoas y
comience a organizar la infraestructura sanitaria de su ejército; misiva que al parecer no
fue contestada en ningún sentido. Herido el general por un tiro en una pierna, reclamará
con insistencia ser atendido por el curandero

Casó con Josefa Arrieta y tuvo cuatro hijos. Ya mayor y achacoso, debió acudir a Oñate,
a un asunto muy particular. Se alojó en casa de una señora viuda, para solicitar la mano
de su hija para uno de sus vástagos; no encontrando la respuesta esperada. Un desolado
“Petriquillo” volvió a su casa en su mula cariacontecido. En el camino se encontró mal,
sufrió un desvanecimiento y cayó.

Fue enterrado en el cementerio antiguo de Oñate. En el libro de difuntos del citado


ayuntamiento consta que falleció el 11 de agosto de 1842, a los 67 años, de muerte por
enfermedad casual. Caída del caballo causada por alguna indisposición. El funeral fue
muy solemne concelebrado por nueve sacerdotes. En la actualidad, en Cerain, un
monumento a su memoria, recuerda su pasado

II - La herida de Zumalacárregui. “El Caudillo de las Améscoas” recibió una herida de


bala en el primer asalto de las tropas carlistas a Bilbao, se trataba de una herida con
pequeño orificio de entrada, quedando la bala alojada en el interior de la pierna derecha,
por debajo de la rodilla y detrás de la tibia, en la masa muscular de la pantorrilla.

Los médicos del Infante don Carlos (Grediaga, Gelos y Boloqui) juzgaron la herida de
poca importancia y no consideraron la posibilidad de extraer la bala, a pesar de que el
cirujano inglés Burgess, opinaba lo contrario.

Zumalacárregui quería a toda costa, ser trasladado a Cegama, y ser atendido por
“Petriquillo”, que era hombre de confianza, amigo personal y había tratado a su familia
en numerosas ocasiones.

“Petriquillo” avisado por emisarios del general acudió a su encuentro en el camino de


Durango a Cegama, tres o cuatro días después de producirse la herida. El general era
trasportado en cama y llevado por sus soldados, que usaban sus fusiles a modo de
parihuelas.

“Petriquillo”, que contaba con el apoyo del general y de su cuñado Fray Cirilo, se puso
a actuar de inmediato ante la contrariedad de los médicos que le acompañaban. Curó la
herida a su manera con vinagre y pan mohoso, un par de veces cada día; hizo en casi

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todas las curas intentos fallidos de sacar la bala; le aplicó frotaciones estimulantes por el
cuerpo con ungüentos suyos especiales y le preparó infusiones de hierbas extrañas.

Ya en Cegama, las cosas empeoraron. “Petriquillo” y los médicos entraron en graves


discusiones. El curandero se retiró de la cabecera del herido a su caserío. Los médicos
(Gelos y Boloqui), perdieron los papeles, presionados hasta por el propio general, se
vieron obligados a actuar y a sacar la bala de una pierna que había empezado a
gangrenarse. El resultado final es conocido.

Existen algunas contradicciones en los participantes esta última operación. Barriola uno
de los principales biógrafos del curandero, admite la posibilidad de que a pesar de las
discrepancias, intervino el curandero con Gelos y Bolloqui en la extracción de la bala;
la mayoría cree, ya se había apartado de la cabecera del general y retirado a su caserío,
inclusive se tiene la idea que la retirada fue voluntaria al considerar que ya se habían
agotado las posibilidades de salir adelante con el general.

El juicio de la historia, hace responsable de la muerte del gran estratega, al curandero


Petriquillo, pero las culpas no están bien clarificadas. El cura Fago (de la camarilla de
Zumalacárregui), afirmaba: -que “Petriquillo” sólo fue un instrumento de la fatalidad-.
Diríamos que su actuación no fue positiva y hasta seguramente perjudicial, pero no
determinante. Tan culpable como él fue el propio general, que seguramente andaba mal
de salud antes de la herida (había perdido peso y apetito, tenía fiebres intermitentes y
pequeñas pérdidas de sangre en la orina). En esas circunstancias se empeñó en una
absurda, incómoda y peligrosa marcha de más de 60 kilómetros.

Para concluir contaremos una anécdota o leyenda atribuida a Petriquillo. Según algunos,
el curandero habría ido a Madrid, a examinarse para sacar algún título que le permitiera
ejercer sin contratiempos ni denuncias. Se cuenta que le dieron todos los huesos del
cuerpo humano en desorden y le pidieron que los colocase correctamente e y que
reconstruyera el esqueleto. Después de un rato dijo que no se podía reconstruir porque
faltaba una pequeña falange (falangeta) de uno de los dedos de la mano. Esa anécdota es
muy dudosa que le ocurriera precisamente a Petriquillo y nosotros la hemos escuchado
en otras biografías diferentes. En realidad creemos que no llegó nunca a examinarse.

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B) Frederick Burgess, el cirujano inglés

A comienzos del año 35, se presentó en el campamento de Zumalacárregui, a la sazón


en el pueblo navarro de Irurzun, un joven cirujano inglés; acudía por su cuenta, sin que
nadie se lo mandara, presentaba unos certificados de estudios firmados por una de las
escuelas quirúrgicas más importantes de Londres, la de Sir Astler Cooper y traía
consigo un instrumental quirúrgico para operaciones, aparentemente mucho más variado
y completo que el de los cirujanos españoles. Burgess formado en la escuela que
preconizaba, que la cirugía no solo era una técnica práctica simple e improvisada, si no
un procedimiento con sus reglas, al servicio de una ciencia superior.

No sabía el idioma y era muy difícil averiguar el motivo de su presencia. Lo más


probable es que quisiera poner en práctica sus conocimientos y que al mismo tiempo
fuera conocedor de las precarias condiciones sanitarias del ejército carlista y la falta de
cirujanos. Zumalacárregui le dio un voto de confianza seguramente forzado por las
circunstancias.

La realidad fue que enseguida se hizo el amo como cirujano diferente, de gran habilidad
y decisión con ideas muy claras de su oficio. Bastó su rápida amputación de pierna a un
artillero que apareció con la extremidad colgada por unos músculos después de recibir
una bala de cañón y sobretodo después de varias extracciones de bala que realizó en
muy poco tiempo, para ser recibido e integrado con el reconocimiento del ejército.

Un ayudante de campo del general, un tal Martínez, al pasar por una calle estrecha,
recibió cinco balazos entre los dos muslos, que le provocaron fracturas abiertas de las
dos piernas. Los cirujanos españoles le propusieron la amputación de las dos piernas y
Burgess intervino, extrajo las balas, redujo las fracturas, le inmovilizó las piernas; unos
meses después montaba a caballo. La fama del cirujano iba en aumento cada día.

Las envidias empezaron a surgir. Con ocasión de una herida de bala en el vientre del
coronel O´Donnell, que operó y no pudo salvarle la vida, fue fuertemente criticado.
Burgess le practicó la autopsia en presencia de los que le vituperaban y les demostró
que la herida recibida era mortal de necesidad, que tenía destrozado hígado y estómago
y que la bala había lesionado también la columna. Todos tuvieron que callar, no estaban
acostumbrados a esa forma de ejercer la cirugía.

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Zumalacárregui le ascendió, le nombró primero asesor del ejército y luego cirujano jefe,
pidiéndole se encargara de organizar la atención de los heridos de guerra, pero Burgess
no entendía el idioma y lo único que hacía es operar a los heridos sin preocuparse de
organizaciones.

Con ocasión de la herida del propio general, fue ninguneado por los médicos y cirujanos
de don Carlos, que no hicieron caso a su proposición para extraer la bala del general. Su
juventud y sus problemas con el idioma le llevaron a un segundo plano. Mas tarde se
pierde su rastro, seguramente se volvería a su país después de haber practicado en serio
la cirugía y haber adquirido la experiencia que buscaba.

C) Otros médicos carlistas

Los más conocidos y citados médicos del estado Mayor Carlista fueron: Vicente
González de Greciaga, un denominado Médico de Toga, con todos los títulos de la
Medicina, pero que no operaba. Se había evadido del bando cristino, nada más empezar
la guerra. Don Carlos le tenía en gran estima y sus opiniones eran tenidas en cuenta.
Impuso su criterio de no operar de entrada la herida de Zumalacárregui.

Teodoro Gelos, apodado “el barbero Gelos” por la sencilla razón que había empezado
como barbero, después poco a poco fue evolucionando y pasó a ser cirujano romancista
y más tarde doctor en Medicina y Cirugía por el Hospital San Carlos de Madrid. El
Pretendiente lo tenía por un sabio y le encargó sucesivamente la responsabilidad de los
heridos, después formó parte de la Junta Provisional de Medicina Carlista e intervino en
la concepción del reglamento de Sanidad Militar Carlista. Gelos era un entusiasta de la
causa carlista, creía en la Justicia Divina, y fomentaba la prepotencia clerical en la corte
del Pretendiente.

Juan Cruz Boloqui, cirujano romancista del batallón de guías, médico–profesor del
Hospital de Irache, acompañaron a Zumalacárregui a Cegama por indicación del
Pretendiente don Carlos y al final intervinieron en la desafortunada operación.

Genaro Durán, médico consultor de los Reales Ejércitos de don Carlos y director del
Hospital de Irache, que desarrollaría una importante labor médica y de enseñanza en el
citado centro.

Bartolomé Obrador Obrador, catedrático de Medicina de Madrid, de Historia Natural


aplicada a la medicina fisiológica y a la Higiene, con sus ramas de Zoología
Mineralogía y Botánica; fue uno de los primeros fundadores de la Sanidad Militar
Carlista

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Juan Sevilla, era un catedrático de Valencia, que tuvo que huir de su hospital, por sus
ideas carlistas y que acabaría siendo una especie de Ministro de Sanidad del Maestrazgo
con Cabrera.

Hay muy pocos médicos más o cirujanos citados en el contexto, y si aparecen son en
forma despectiva y sin nombre propio, -el cirujano del batallón-. En varios apartados se
habla de su poca preparación y escasez de personal sanitario. El Príncipe Lichnowski se
fía poco y después de recibir una herida en una pierna, se traslada al sur de Francia, para
ser atendidos por médicos franceses.

Cuando el prusiano Von Kelsch es herido y reclama un cirujano, el capitán carlista le


comunica que en el ejército no tienen ese servicio y que espere a que termine la batalla,
para curarle él mismo. Ya se ha comentado, el propio Burgess, aparecería voluntario en
el campo carlista por el conocimiento que se tenía de la falta de médicos. Y muy poco
para escoger tendría Zumalacárregui cuando pidió al curandero Petriquillo y después a
Burgess, que se encargaran de organizar la sanidad de sus tropas

7-3 Hospitales principales.

A) El Real Hospital Militar de Irache.

El primer centro para heridos y otras enfermedades a gran escala, se formó en el


Monasterio Santa María La Real de Irache, que ya en la guerra de la Independencia
había realizado funciones de hospital para las tropas de Napoleón. En este Monasterio
en 1835, consolidado el dominio carlista de Estella, se pusieron en funcionamiento 14
salas bien ventiladas, con 500 camas, atendidas por 86 empleados (médicos, cirujanos,
boticarios, asistentes religiosos, personal de limpieza y cocina); atendían a los pacientes:
religiosos capuchinos e Hijas de la Caridad. Las Enfermedades más habituales eran
heridos, tifus y procesos bronquiales.

Don Carlos y Zumalacárregui, siempre fueron sensibles al tema hospitalario. Ambos


acudieron a Irache a recibir al Comisionado ingles lord Elliot para la firma del tratado
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de protección de los prisioneros (se comprometían al canje de los mismos y se
suprimían fusilamientos). El grupo desayunó en el Monasterio, a iniciativa de
Zumalácarregui y le invitaron a un chocolate especial que preparaba una religiosa que
conocía el general

Los últimos años de la guerra carlista, el Hospital Militar de Irache, cumplía un abanico
importante de actividades, además de la atención a los heridos. Del mismo modo que el
ejército había sufrido una importante trasformación desde la nada, la organización
sanitaria también había evolucionado. El Real Hospital era un centro administrativo y
de enseñanza, albergaba la Consultoría Militar de Medicina, la sede del Cuerpo de
Cirugía, la Comisaría de Guerra de los Reales Ejércitos, la Inspección de otros centros
hospitalarios. Genaro Durán era el Encargado-Director del Hospital y Médico-Consultor
de los Reales Ejércitos de don Carlos.

Se impartían algunas enseñanzas de Medicina, Cirugía y Farmacia, se hacían exámenes


siguiendo las normativas vigentes en Pamplona, se otorgaban títulos, que eran
ratificados por la Diputación Foral; aunque conviene aclarar que eran títulos de
convalidación de estudios realizados en otros sitios, principalmente en Pamplona y
Madrid. El citado Genaro Durán era el Presidente de los tribunales y con él compartían
responsabilidades los denominados “comprofesores”: Juan Cruz Boloqui Cirujano
Mayor del Hospital de Irache, Juan Echarren Encargado-Director del Hospital de
Anderaz, Bernardino Salaverri Médico del Hospital de Irache, José Aguinaga Médico
de número de los Reales Ejércitos, Juan Miguel Landa I Ayudante de Farmacia de los
Reales Ejércitos, Antonio Jaso Comisario de Guerra, los Practicantes Casimiro
Marañón, Fermín Goizueta y otros.

En los Archivos Generales de Navarra, se encuentran diversos expedientes de exámenes


de convalidación de estudios, donde los alumnos presentaban sus certificados de trabajo
y un tribunal los analizaba y completaba con algunas pruebas, títulos concedidos entre
1838 y 39, con correspondencia posterior entre el hospital militar y la Diputación. Se
trata de documentos que demuestran con claridad, la intensa actividad administrativa del
Hospital de Irache. Entre los expedientes podríamos citar: los de los Cirujanos
Romancistas Miguel Fernández vecino de Arteta, Eusebio Merino de Geneville-Alava
y Gavino Martínez de Sesma; el título de Licenciado en Medicina de Isidoro Arbeloa; el
diploma de Partera a favor de Josefa Jáuregui, de Iturgoyen; de Practicante de Farmacia
para Fermín Huarte del valle de Ollo y Practicante de Cirugía a Eugenio Llanos. En
todos figuraba el aprobado con todos los votos del tribunal “nemina discrepante”

Otro personaje importante fue Faustino Raimundo Alonso Inspector de los Hospitales
de Navarra y Vascongadas, del que hemos encontrado muchas referencias al
funcionamiento del hospital de Irache.

Al terminar la guerra se marcharon los frailes Benedictinos y el Monasterio se cerró


como consecuencia de la Ley de Desamortización de Mendizábal. El cura párroco de
Ayegui, Manuel García, voluntario de don Carlos, tuerto de un ojo por los avatares de la
guerra, quedó de cuidador del edificio; con una actuación más que meritoria.

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Este hospital no moriría definitivamente con la primera guerra carlista, volvería a
resurgir más tarde y a plenitud. Aunque no es motivo de estudio los tiempos posteriores,
si mencionaremos que en dicho hospital se atendieron a pacientes de ambos bandos

B- Hospital de Cantavieja
Otro modelo sanitario carlista destacado, fue el organizado por el General Cabrera en la
zona del Maestrazgo, entre Teruel y Castellón, al final de la guerra.

Disponía de un Hospital cualificado en el pueblo de Cantavieja, otro de apoyo en


Morella, en estos hospitales, no solo atendían a sus heridos de zona, sino que también
recibían heridos de otros lugares, y muy especialmente de los procedentes de las
expediciones carlistas; era centro de referencia. Las expediciones se caracterizaban por
su movimiento continuo, sin reposar y no podían atender a sus heridos graves, por eso
hacían expediciones de traslados de enfermos.

Cantavieja era el centro principal; en esa ciudad amurallada, había un hospital con todos
los adelantos junto a un convento en donde se atendían los casos graves y una casa
grande de apoyo muy cercano al hospital donde se atendía enfermos que necesitaban
menos cuidados.

Disponían también en la región de Centros de Recuperación y Rehabilitación de heridos


en la zona de Bozueta. Allí los enfermos se terminaban de curar y se les preparaba para
funciones más acordes con su situación; servicios de guías, de vigilancias etc.

La zona sanitaria del Maestrazgo disponía de Botica General de abastecimiento, mando


central por un jefe de boticarios, y boticarios auxiliares en cada uno de los centros. En el
aspecto sanitario lo mismo, existía la persona coordinadora de centros, una especie de
Ministro de Sanidad en la persona del profesor Juan Sevilla, que dictaba órdenes para
todos y directores del resto de los hospitales, con un organigrama de trabajo y un
reglamento unitario.

El general Cabrera era un gran organizador y uno de sus fuertes, a parte de la estrategia
militar, fue el gran desarrollo de la sanidad carlista del Maestrazgo, que ha sido objeto
de estudios y comentarios posteriores muy favorables. La lástima es que cuando
tuvieron que huir precipitadamente de Cantavieja, al final de la Iª Guerra Carlista, los

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últimos soldados, antes de abandonar la población quemaron todos los papeles del
hospital, perdiéndose una información trascendental.

En el capítulo dedicado al general Cabrera, se ampliará la información sobre esta


organización.

C Hospitales de Cataluña, Murcia, Valencia, Rioja.

En Cataluña tuvieron los ejércitos carlistas varios hospitales en funcionamiento. El


principal el de Berga con José Ferrer como cirujano mayor y el de Valldora, donde
murieron 97 heridos en 11meses y entre los fallecidos Ramón Vionnet, su cirujano
mayor, aunque este de muerte natural.

En Murcia y Valencia también tuvieron hospitales de atención a heridos de guerra y


enfermedades de la tropa; entre ellos los de Olivar, Ayodar y Chelva. En Valencia y a
pesar de los rigores de la contienda se fundaría el -Instituto Médico Valenciano-, una
publicación nacida para la defensa y mejora de la profesión. En la Rioja,

El Monasterio de Santo Domingo de Silos, sirvió de hospital a la expedición de


Zaratiegui

No quisiéramos concluir esta información sin un comentario último. Resulta evidente


que tenemos mucha más información sobre la sanidad del ejército liberal y que su
capacidad de adaptación y medios fue mucho mayor. Pero eso no quiere quitar méritos a
la organización carlista, que partiendo de la nada y de la improvisación fue capaz de
conseguir unas cotas de organización muy interesante.

El general Zumalacárregui, anduvo preocupado desde el principio del aspecto sanitario


y recibió un apoyo muy importante de la población; las aldeas- hospitales fueron unas
consecuencias espontáneas de esta colaboración y una forma original y práctica de
atención. El general tuvo dos grandes inconvenientes, creía más en los curanderos que
en los médicos y no tenía medios. En muchos parajes se deja entrever que el equipo de
cirujanos carlistas era muy deficitario, el propio cirujano Burgess comentaría que vino
voluntario a la guerra para” hacer manos”, porque no había cirujanos bien preparados en
el bando carlista. Digamos también que el Hospital de Irache alcanzó en la Iª Guerra
Carlista un desarrollo importante, que muchas veces se ha ignorado o no se ha tenido en
cuenta.

Cabrera desde el principio, se empeñó en montar una infraestructura sanitaria eficaz,


que no tendría nada que envidiar a la del bando liberal.

Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840)


Javier Álvarez Caperochipi
Doctor en Medicina y Cirugía
2009
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Javier Álvarez Caperochipi
Doctor en Medicina y Cirugía
2009

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