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Crónicas Médicas de La Primera Guerra Carlista (1833-1840) - Crónica VII Ejército Carlista
Crónicas Médicas de La Primera Guerra Carlista (1833-1840) - Crónica VII Ejército Carlista
Las cosas eran bien diferentes en la zona carlista. Al iniciarse la guerra no tenían
ninguna infraestructura, ni ejército ni dinero; la buena voluntad y la improvisación eran
las armas sanitarias. Conforme irían pasando los años de la guerra y a fuerza de
necesidad, se irían poniendo los cimientos de una organización sanitaria estimable.
Además las capitales de provincia, donde se ubicaban los hospitales civiles y los
mejores médicos, eran reductos liberales gubernamentales y es difícil que cambiaran de
dominio de un día a otro; sus guarniciones estaban bastante protegidas.
Los heridos carlistas eran atendidos en las casas y caseríos de los pueblos, donde se
conocía que había “caseros carlistas”, a esos lugares llegaban las medicinas y medios
para curas y atenciones. Otro lugar de atención a heridos eran las casa de los curas y
párrocos de pueblos, que como es bien conocido apoyaron mayoritariamente la causa
carlista, rechazando el pensamiento liberal, que proponía entre otras cosas la ley de
desamortización de conventos y bienes de la Iglesia. En ocasiones las casas parroquiales
sirvieron también de escondite de heridos famosos, como le ocurriera al General
Cabrera o al príncipe Prusiano Lichnowski.
En algunas aldeas podía haber varias casas con heridos y pasar lo mismo en aldeas
vecinas, albergando cientos de heridos que podían pasar desapercibidos si se acercaba el
enemigo; eran -hospitales-aldeas-, desperdigados y camuflados, con enfermos menos
graves, que no necesitaban grandes remedios; eso ocurría en la zona de las Amescoas, y
cerca de Vitoria (Narcué, Ulíbarri) y en otros entornos. Era una forma original de
colaboración y surgió de forma espontánea sin haberlo programado con antelación e
hicieron una extraordinaria labor inicial; ante un aviso de tropas enemigas, en pocos
minutos podía convertirse en aldeas normales con casas cerradas y gentes escondidas.
Los recintos de las Iglesia también sirvieron de hospitales improvisados después de
algunas batallas.
Más tarde haría Zumalacárregui la misma proposición al cirujano inglés Burgess, pero
este solo estaba interesado en el ejercicio personal como cirujano y en lo que él pudiera
atender de forma individual y no en planes generales. El cirujano iba de un pueblo a
otro y de un enfermo a otro prestando servicios
Es cierto que la colaboración de los ciudadanos de los pueblo, hizo factible, -los
hospitales dispersos ente aldeas en las casas y caseríos-, pero esos acomodos eran para
un tipo de pacientes con heridas leves o enfermedades comunes, pero no podían
albergar a los grandes lesionados de balas de cañón y horribles amputaciones. Para ellos
se pusieron en marcha los denominados hospitales de campaña o también hospitales de
sangre, centros improvisados, que duraban el tiempo que se combatía en las cercanías, y
que por lo general estaban insuficientemente dotados, una especie de casas de socorro,
atendidos por cirujanos de segunda fila. A esos centros hace referencia Henningsen,
mencionando la gran mortalidad de los mismos, dos tercios de los que ingresaban, en
parte por ser heridas más graves, pero también por la poca habilidad de los cirujanos
reclutados por los carlistas
En Los Arcos existía un hospital de peregrinos, el de Santa Brígida, utilizado por los
liberales como hospital de sangre. Tras la toma del pueblo por Zumalacárregui en
1835, él y don Carlos visitaron, atendieron y se interesaron por los heridos liberales
ingresados, que no salían de su asombro al reconocerlos.
A) El curandero Petriquillo
Durante casi cien años, tres dinastías de curanderos de una misma familia, de apodo
“Petriquillo”, abuelo, padre e hijo, ejercieron de curanderos en la zona del Goierri, al
sur de la Guipúzcoa en la zona límite con Navarra y Álava. Uno de ellos, el segundo de
la dinastía, el padre, pasará a la posteridad, al verse involucrado en la muerte de
Zumalacárregui.
De José Francisco Tellería Uribe, “Petriquillo”, dijo Pérez Galdós, que era menudo,
inquieto, hablador, con cabeza calva y negruzca; Barriola lo veía autoritario y vivo;
Lasa lo imaginaba encima de una mula visitando los pacientes de los pueblos cercanos.
Casó con Josefa Arrieta y tuvo cuatro hijos. Ya mayor y achacoso, debió acudir a Oñate,
a un asunto muy particular. Se alojó en casa de una señora viuda, para solicitar la mano
de su hija para uno de sus vástagos; no encontrando la respuesta esperada. Un desolado
“Petriquillo” volvió a su casa en su mula cariacontecido. En el camino se encontró mal,
sufrió un desvanecimiento y cayó.
Los médicos del Infante don Carlos (Grediaga, Gelos y Boloqui) juzgaron la herida de
poca importancia y no consideraron la posibilidad de extraer la bala, a pesar de que el
cirujano inglés Burgess, opinaba lo contrario.
Zumalacárregui quería a toda costa, ser trasladado a Cegama, y ser atendido por
“Petriquillo”, que era hombre de confianza, amigo personal y había tratado a su familia
en numerosas ocasiones.
“Petriquillo”, que contaba con el apoyo del general y de su cuñado Fray Cirilo, se puso
a actuar de inmediato ante la contrariedad de los médicos que le acompañaban. Curó la
herida a su manera con vinagre y pan mohoso, un par de veces cada día; hizo en casi
Existen algunas contradicciones en los participantes esta última operación. Barriola uno
de los principales biógrafos del curandero, admite la posibilidad de que a pesar de las
discrepancias, intervino el curandero con Gelos y Bolloqui en la extracción de la bala;
la mayoría cree, ya se había apartado de la cabecera del general y retirado a su caserío,
inclusive se tiene la idea que la retirada fue voluntaria al considerar que ya se habían
agotado las posibilidades de salir adelante con el general.
Para concluir contaremos una anécdota o leyenda atribuida a Petriquillo. Según algunos,
el curandero habría ido a Madrid, a examinarse para sacar algún título que le permitiera
ejercer sin contratiempos ni denuncias. Se cuenta que le dieron todos los huesos del
cuerpo humano en desorden y le pidieron que los colocase correctamente e y que
reconstruyera el esqueleto. Después de un rato dijo que no se podía reconstruir porque
faltaba una pequeña falange (falangeta) de uno de los dedos de la mano. Esa anécdota es
muy dudosa que le ocurriera precisamente a Petriquillo y nosotros la hemos escuchado
en otras biografías diferentes. En realidad creemos que no llegó nunca a examinarse.
La realidad fue que enseguida se hizo el amo como cirujano diferente, de gran habilidad
y decisión con ideas muy claras de su oficio. Bastó su rápida amputación de pierna a un
artillero que apareció con la extremidad colgada por unos músculos después de recibir
una bala de cañón y sobretodo después de varias extracciones de bala que realizó en
muy poco tiempo, para ser recibido e integrado con el reconocimiento del ejército.
Un ayudante de campo del general, un tal Martínez, al pasar por una calle estrecha,
recibió cinco balazos entre los dos muslos, que le provocaron fracturas abiertas de las
dos piernas. Los cirujanos españoles le propusieron la amputación de las dos piernas y
Burgess intervino, extrajo las balas, redujo las fracturas, le inmovilizó las piernas; unos
meses después montaba a caballo. La fama del cirujano iba en aumento cada día.
Las envidias empezaron a surgir. Con ocasión de una herida de bala en el vientre del
coronel O´Donnell, que operó y no pudo salvarle la vida, fue fuertemente criticado.
Burgess le practicó la autopsia en presencia de los que le vituperaban y les demostró
que la herida recibida era mortal de necesidad, que tenía destrozado hígado y estómago
y que la bala había lesionado también la columna. Todos tuvieron que callar, no estaban
acostumbrados a esa forma de ejercer la cirugía.
Con ocasión de la herida del propio general, fue ninguneado por los médicos y cirujanos
de don Carlos, que no hicieron caso a su proposición para extraer la bala del general. Su
juventud y sus problemas con el idioma le llevaron a un segundo plano. Mas tarde se
pierde su rastro, seguramente se volvería a su país después de haber practicado en serio
la cirugía y haber adquirido la experiencia que buscaba.
Los más conocidos y citados médicos del estado Mayor Carlista fueron: Vicente
González de Greciaga, un denominado Médico de Toga, con todos los títulos de la
Medicina, pero que no operaba. Se había evadido del bando cristino, nada más empezar
la guerra. Don Carlos le tenía en gran estima y sus opiniones eran tenidas en cuenta.
Impuso su criterio de no operar de entrada la herida de Zumalacárregui.
Teodoro Gelos, apodado “el barbero Gelos” por la sencilla razón que había empezado
como barbero, después poco a poco fue evolucionando y pasó a ser cirujano romancista
y más tarde doctor en Medicina y Cirugía por el Hospital San Carlos de Madrid. El
Pretendiente lo tenía por un sabio y le encargó sucesivamente la responsabilidad de los
heridos, después formó parte de la Junta Provisional de Medicina Carlista e intervino en
la concepción del reglamento de Sanidad Militar Carlista. Gelos era un entusiasta de la
causa carlista, creía en la Justicia Divina, y fomentaba la prepotencia clerical en la corte
del Pretendiente.
Juan Cruz Boloqui, cirujano romancista del batallón de guías, médico–profesor del
Hospital de Irache, acompañaron a Zumalacárregui a Cegama por indicación del
Pretendiente don Carlos y al final intervinieron en la desafortunada operación.
Genaro Durán, médico consultor de los Reales Ejércitos de don Carlos y director del
Hospital de Irache, que desarrollaría una importante labor médica y de enseñanza en el
citado centro.
Hay muy pocos médicos más o cirujanos citados en el contexto, y si aparecen son en
forma despectiva y sin nombre propio, -el cirujano del batallón-. En varios apartados se
habla de su poca preparación y escasez de personal sanitario. El Príncipe Lichnowski se
fía poco y después de recibir una herida en una pierna, se traslada al sur de Francia, para
ser atendidos por médicos franceses.
Los últimos años de la guerra carlista, el Hospital Militar de Irache, cumplía un abanico
importante de actividades, además de la atención a los heridos. Del mismo modo que el
ejército había sufrido una importante trasformación desde la nada, la organización
sanitaria también había evolucionado. El Real Hospital era un centro administrativo y
de enseñanza, albergaba la Consultoría Militar de Medicina, la sede del Cuerpo de
Cirugía, la Comisaría de Guerra de los Reales Ejércitos, la Inspección de otros centros
hospitalarios. Genaro Durán era el Encargado-Director del Hospital y Médico-Consultor
de los Reales Ejércitos de don Carlos.
Otro personaje importante fue Faustino Raimundo Alonso Inspector de los Hospitales
de Navarra y Vascongadas, del que hemos encontrado muchas referencias al
funcionamiento del hospital de Irache.
B- Hospital de Cantavieja
Otro modelo sanitario carlista destacado, fue el organizado por el General Cabrera en la
zona del Maestrazgo, entre Teruel y Castellón, al final de la guerra.
Cantavieja era el centro principal; en esa ciudad amurallada, había un hospital con todos
los adelantos junto a un convento en donde se atendían los casos graves y una casa
grande de apoyo muy cercano al hospital donde se atendía enfermos que necesitaban
menos cuidados.
El general Cabrera era un gran organizador y uno de sus fuertes, a parte de la estrategia
militar, fue el gran desarrollo de la sanidad carlista del Maestrazgo, que ha sido objeto
de estudios y comentarios posteriores muy favorables. La lástima es que cuando
tuvieron que huir precipitadamente de Cantavieja, al final de la Iª Guerra Carlista, los
Barriola I. 1952 La medicina popular en el País Vasco. Biblioteca de amigos del País
San Sebastián.
Del Burgo J La primera guerra carlista. Temas de cultura general 156 Pamplona
Larraz P 2005 La Sanidad Militar en el ejército carlista del norte. Aportes 2, 37-49
Morales Arce JA 1998 La Universidad Carlista de Oñate 1835-1839 Biblid 27, 101-
120
Real Junta Gubernativa Carlista de Guerra. 1838. Archivo General de Navarra. Caja
33.442