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La cultura se hurta Montaje de “trozos escogidos” No deseo incitar al robo de libros: es de su apropiacién de lo que quiero hablar, Y, a manera de introduccién, quiero con- tarles algunos recuerdos de infancia, algunas escenas prima- rias. Tomo como primera la de una jovencita, Nora, a quien co- noci durante una investigacién que mis colegas y yo realiza- mos en barrios urbanos marginados.'! La primera vez que Nora fue a la biblioteca municipal, de nifia, se dijo encantada: “Podré cortar montones de imagenes de los libros”. Pero en seguida debié aprender las duras reglas que impone.el com- partir un espacio ptblico: “Mi hermana me ensehé que no tenta derecho, que esas bibliotecas pertenecian a la municipa- lidad, que no eran nuestras, que no debia deteriorarse el ma- terial... Yo estaba un poquito decepcionada por eso...” Pensdndolo bien, tal vez no haya nada tan natural como el deseo de Nora: la apropiacién de textos impresos es a me- nudo un asunto de recorte, a lo largo de toda Ia vida. Por ello deseo, haciendo contrapunto a esta joven, citar a otros dos lectores. E} primero es Freud, quien en su Interpretacion de los suefios menciona este recuerdo de su primera infancia: Un dia, mi padre se divirtid dejando al cuidado de mi hermana mayor y mio un libro con imagenes en color (descripcién de un viaje por Persia). | Michéle Petit, Chantal Balley, Raymonde Ladefroux, De la bibliothéque aut droit de cité, con la colaboracién de Isabelle Rossignol, Paris, ppl-Centre Gearges Pompidou, Col. Etudes et recherches, 1997. 85 Yo tenia entonces cinco afios, mi hermana no habia cumplido tres, y ¢| recuerdo de la felicidad infinita con la que arrancabamos las hojas de ese libro (hoja por hoja, como si se tratara de una alcachofa) fue casi el Unico hecho relacionado con los libros que recuerdo de aquella época.? Freud relacionaba este recuerdo con su bibliofilia ulterior aunque haciendo una pirueta para evitar extenderse en este despojo. El segundo es Antoine Compagnon, quien en su obra con- sagrada a Ja cita también da a conocer un recuerdo de infan- cia donde se habla de recortar imagenes, pero igualmente de repararlas y pegarlas: Cuando era nifo, tenfa un par de tijeras con las puntas redondas para no cortarme: los nifios son tan torpes cuando atin no aprenden a leer. Tijeras en mano recortaba papel, tela, cualquier cosa, tal vez hasta mi ropa. A veces, si me porto bien, me ofrecen un juego de imagenes para recortar. Son grandes hojas reunidas en un cuadernillo, y en cada una de ellas hay dispuestos, en desorden, barcos, aviones, automéviles, animales, hombres, mujeres y nifios. Todo lo necesario para reprodu- cir el mundo. Yo no sé leer el instructivo pero tengo en la sangre la pa- sion por recortar, por seleccionar y por cgmbinar [...] Pero recortar es, de todos los juegos, el que me saca de mis casillas; aprieto los puntos, doy una patada, me ruedo por el suelo. Pataleo de rabia cuando las cosas no me salen, cuando sé rehtisan a someterse a mi orden, cuando se rebelan a ser representadas en mi recorte, en mi modelo de uni- verso, Rebaso siempre el limite de algunos milimetros, corto las pes- tafias de papel que se doblan sobre los hombros 0 que se deslizan en las ranuras del cuerpo con objeto de hacer que se detenga la ropa sobre la silueta de cartén. Me vuelvo loco, Pero ;c6mo lograrfo si mi 2 Sigmund Freud, L'Interprétation des réves, Pacis, PUF, 1973, p. 155 (ed. en espafiol: La imterpreincién de los suefins, 3 vols. Madrid, Alianza Editorial, Col. El libro de bolsillo, 1966). 86 madre es la tinica que tiene, para sus trabajos de costura, largas tijeras puntiagudas que me permitirian dar la forma recta sin mutilar las del- gadas lengiietas? Es necesario reparar los destrozos, volver a pegar las extremidades que faltan, pero no tengo cinta adhesiva. Hay dos gran- des privilegios de los adultos que envidio: las tijeras de verdad y el pe- gamento de verdad, que pega todo, hasta el mismo fierro.3 Compagnon menciona también esos momentos en los que se aparta de Ja regla y “transviste” el mundo poniendo un yestido femenino sobre un cuerpo masculino, y subraya sus recuerdos con este comentario: “Recortar y pegar son expe- riencias fundamentales del papel, de las cuales lectura y es- critura no son mas que formas derivadas, transitorias, efi- meras”. Siguen cuatrocientas paginas muy eruditas sobre el trabajo de la cita, las cuales me ahorro de leer. Tomo sdlo un pasaje para presentarles la historia de un hombre que causé escdndalo en los afios treinta, un empleado forestal que habia formado su pequena biblioteca personal cortando de cada libro todo aquello que no le agradaba. El explicé sus practi- cas durante una entrevista realizada por una revista literaria: Yo estoy muy activo durante el dia, asi que por Ja noche me gusta des- cansar en mi rincén de libros, Es mi refugio, una guarida, borré todas las huellas de pasos frente a mi puerta, alli me siento en casa. Hay li- bros de todas clases, pero si los abriera usted se levaria una sorpresa. Todos estan incompletos, algunos no tienen cosidas mas de dos 0 tres hojas. Estoy convencido de que es necesario hacer comodamente lo que se hace todos los dias; por lo tanto yo leo con Jas tijeras, usted dis- culpar4, suprimo todo lo que no me agrada. De esta manera tengo lec- turas que no me ofenden jamAs. De los Lobos conservé diez paginas, 3 Antoine Compagnon, La Seconde main ou te travail de ta citation, Paris, Seuil, 1979, pp. 15-46, 87 un poco menos del Viaje al fin de la noche. De Corneille censervé todg el Polyeucto y una parte del Cid. En mi Racine cast no he suprimidg nada. De Baudelaire guardé doscientos versos y de Hugo un poco menos [...) De Proust, la cena con la duquesa de Guermantes.‘ Etcé. tera. El empleado forestal expresa allf crudamente, sefiala Com. pagnon, la pequefia cocina a la cual cada uno de nosotros nos entregamos en la intimidad. RECORTAR Y PEGAR Yo creo que Compagnon da en el blanco. En efecto, ;qué dicen los lectores? ;Esos lectores que conoci en los barrios donde nada esta dado, por ejemplo? Ellos cuentan a menudo histo- rias de fragmentos, de trozos entresacados aqui y alla, al hilo de las obras recorridas. Recuerdan algunas paginas, algunas frases o una imagen que los atraparon y con las cuales han re- compuesto sus maneras de representarse el mundo, o dise- fiado de otra manera a sus propios contornos, Estos fragmen- tos se convirtieron en un recurso pata pensar su experiencia, para darle sentido. A veces incluso una sola frase, que se Hleva en un cuaderno o en la memoria, 0 incluso olvidada, hace el mundo mis inteligible. Una sola frase que choca con aquello que estaba como detenido en la imagen para restituirle vida. Cuando leo, aunque no me consagre a Ja fotocopia de tal 9 cual pagina, aunque no senale ni una frase, aunque no la copie en mi cuaderno, mi lectura desacompleta el texto, cazo furtivamente, como bien lo decia Michel de Certeau:5 me 4Citado por Antoine Compagnon, op. cit., pp. 27-28. 5 Véase Michel de Certeau: “Live, un braconnage”, en L'invention du quotidien 1, Arts de faire, op. cit. (trad. al espanol: La invencién de lo catidiano I, Artes de hacer, op. cit.). 88 apodero de un trozo, lo llevo eri mis pensamientos, lo com- bino con otros fragmentos. Con esos materiales tomados construyo una morada donde habitar, donde -momentanea- mente— no dependo de nadie. Como el empleado forestal del que hablabamos, en seguida borro todas las huellas de pasos frente a mi puerta, y olvido lo esencial de lo que lef: no hago mds que pasar por el texto. Y la lectura es también este olvido. Los lectores me recuerdan a los habitantes de una isla griega donde he pasado muchos veranos, situada a unos ca- bles de distancia de Delos, la isla sagrada de la antigtiedad, donde la diosa Leto dio a luz a Apolo. Al comienzo de la era cristiana, la isla sagrada fue practicamente abandonada. Mas tarde con el correr de los siglos, recibié toda suerte de visi- tantes: piratas que alli se refugiaban, campesinos de mi isla que llevaban a pastar a sus cabras y desvalijaban tranquila- mente las ruinas para construir sus casas: cada uno ponia en su barca lo que necesitaba: un fuste de columna, un Jeén de marmol, grandes estelas adornadas con inscripciones. Casi todos los templos de los dioses antiguos acabaron asi, como dinteles de puertas, alféizares de ventanas, escalinatas, 0 fue- ron transformados en cal. No fue sino hasta el siglo xx cuando comenzaron verdaderamente los intentos para pre- servar el “patrimonio” y poner un poco de orden en todo esto. Todo relato de lector conlleva asi una mencién de los tro- zos que éste ha tomado para edificar su casa, que han permi- tido nuevos usos, nuevas interpretaciones, transposiciones a menudo insdlitas. Pienso, por ejemplo, en las memorias de un escritor franco-austriaco, Georges-Arthur Goldschmidt, publicadas el afio pasado con el titulo de La Traversée des fleuves (La travesta de los ros), que incluyen muchos recuer- dos de infancia y adolescencia relativos a la lectura, en el con- 89 texto de la segunda Guerra Mundial y de los afios que le sj. guieron. Alli nos enteramos por ejemplo de que, en buena parte, este gran letrado y traductor de escritores célebres debe su cultura a unas revistas infantiles. Toda mi “cultura” historica 0 geografica la debo al “;Sabfas que...2” y a los “Rincones del saber” de las diferentes revistas para nifos donde habia que adivinar la longitud de los rios, la altura de las montafias 0 Ja superficie y el ntimero de habitantes de los paises [...] Incapaz de concentrarme por periodos largos, leia por trozos que sin embargo me abrian mundos infinitos...© Una vez més, los trozos. Pero esos trozos no le aportan sola- mente un saber sobre la extensién de los rios, una cultura del Quid, que él podra organizar mas tarde en conjuntos coheren- tes. Pues, tras las revistas infantiles, Goldschmidt leer4 pronto algunos extractos de las Confesiones de Rousseau, descubiertos en un manual de literatura, donde el filésofo evoca las lagri- mas y los deseos de sus dieciséis afios. Cito a Goldschmidt: Fue como un flechazo, como si lo escrito hubiera temado cuerpo, como si alguien hubiera adivinado esas ligeas a través de mi, como si ellas me reconocieran; habia pues alguien més que, en lo més pro- fando de su ser, habia sentido lo mismo, de quien podia adivinarse, a través de su propio cuerpo, cémo habia sido en si mismo, en medio de si mismo. Un entusiasmo se apoderé de mi, un sentimiento triunfante de le- gitimidad que jamds habia tenido. Otros antes que yo, jy vaya quié- nes!, habian conocido las mismas emociones. A partir de entonces todo lo que me rodeaba estaba en el orden natural...” ® Georges-Arthur Goldschmidt, La Traversée des fleuves, Parts, Seuil, 1999, pp, 203-204, 7? Ibidem, p. 204. 90 til El joven Georges-Arthur pronto logré conseguir el volumen completo de las Confesiones, algunas de cuyas paginas fueron engrapadas cuidadosamente por una bibliotecaria Pues no debian caer en las manos de cualquiera... Y se sintié ain mas atrapado por la lectura pues pronto descubrié en el filésofo el mismo “vicio”, el mismo placer inconfesable de dejarse golpear que experimentaba desde hacia afios: Estaba convencido, y avin lo estoy, de que los lugares dentro de mi mismo estaban como Rousseau los habia visto. [...] Yo leia y releia sin cesar esas mismas paginas de las Confesiones, y un extraordinario ali- vio me invadié al leer en otro, de esa manera, lo que estaba mds in- tensa y secretamente en mf. Se hablaba de ello abiertamente en un libro del que incluso nos habian encargado extractos para el examen de bachillerato, En mi interior me sentia entonces transportado por una felicidad sin limites, por un entusiasmo que coloreaba todo y que me consolidaba, me reafirmaba en el seno de mi mismo. El afuera y el adentro se equilibraban. Todo estaba de pronto en el mismo nivel; no tenia mds el sentimiento de caer en un abismo.8 Que el gusto por la lectura no sea este amor “desinteresado” al que se quiere a veces reducirlo, que sea erotizado, que pueda incluso tocar las regiones mas turbias de nuestro ser, las mas inefables, son puntos sobre los que volveremos. Pero desde ahora hago notar que este gusto no se contenta solo con los libros que abordan abiertamente los temas “indig- nos”. Asi, nuevamente en sus memorias, Goldschmidt da cuenta de una desviacion que habria horrorizado a sus que- ridos maestros, cuando relata cémo en sus versiones latinas encontraba materia para nutrir sus fantasias sadomasoquis- tas: “Las primeras versiones latinas que realicé hablaban 8 Ibidem, pp. 205-207. 91 también de los esclavos. En esta €poca se instalaron estos en. suefios que ocuparian un sitio importante en la adolescencia [...} Yo era un esclavo desnudo, expuesto en el mercado e iban a venderme a un amo muy severo [...} ese imaginario perverso me salvé de naufragar en el irreparable dolor de los huérfanos”.9 Ya Freud habia sefialado que las fantasias de fustigacién de sus pacientes iban en busca de nuevos estimulos en obras como La cabafia del tio Tom o en las de la llamada Biblioteca rosa.l0 En algunos casos encontraban la dimensién perversa de esas obras. Y en otros las maniputaban para someterlas al sentido deseado. . AL LADRON! Porque hay una dimensién de apropiacién salvaje, incluso de desviacién o de robo, en ja lectura y, de manera mas amplia, seguin creo, en la apropiacién de Jos bienes culturales. Y muy a menudo los autores se subvierten contra el descaro de los lectores cuando ven lo que hacen con sus textos, que leen como si les estuvieran especificamente dirigidos, como si es- tuvieran escritos a su medida. Siempre sorprende, a veces di- vierte e incluso irrita ver los “pirateos” a que se expone uno cuando escribe. En mi modesta escala, he tenido muchas veces la experiencia, y he escuchado a personas que me “citan” para hacerme decir exactamente lo contrario de lo que quise decir. Si bien he comprendido desde hace mucho tiempo que el lenguaje no sirve para “comunicar” sino para 9 bidem, p. 153. ‘© Sigmund Freud, “Un enfant est battu’, en Névrose, psychose ef perversion, Paris, pur, 1981, p. 230 (ed. en espafiot: Pegan a un nifio, aportacién al conacimiento de las perversiones sexuales, 4a ed., Barcelona, Ballesteros, 1987), 92, crear equivocos surgidos sin cesar, confieso que he llegado a enojarme al ver mis frases sacadas de esa manera del con- texto en el que las he puesto para ser referidas en un con- junto totalmente distinto, y al pensar que eso raya en la des- honestidad. Pero prefiero estar expuesta a tales latrocinios que vivir en un mundo donde los autores podrian tener el derecho de supervisar la recepcién de su obra. O en un mundo donde sdélo algunos exégetas estarian autorizados para ofrecer con autoridad Ja manera correcta de leer, Ahora bien, evidentemente ese gesto de rapto, de desvia- cin, que caracteriza a la lectura, ese poder de lo escrito para plegarse a capricho de cada cual, incluso a las més secretas de sus fantasias, esa cualidad que tienen las palabras de escapar a toda sujecién de los signos, a partir de que cada quien puede hacer pasar por ellas su propio deseo y asociarlas a otras palabras, siempre han asustado. Y no se ha cejado en la voluntad de controlar la recepcién de los textos. Incluso se ha dado muerte a los lectores que se han apar- tado de los caminos debidamente trazados: por ejemplo, a finales del siglo xvi un molinero autodidacto del Friul, Me- nocchio, cuyo proceso hace revivir el historiador Carlo Ginz- burg, fue enviado a la hoguera por la Inquisicién por no haber aprendido a controlar sus lecturas: en lugar del sentido convenido, parecia siempre sacar la leccién de una obra a partir de un detalle, desviaba las metaforas, derivaba.!! Los que pretenden controlar las lecturas de los demas se arrogan de hecho varios monopolios: el de recortar un cor- "Carlo Ginaburg, Le Fromage et les vers. Univers d'un meunier du xv1 siécle, Paris, Flammarion, 1980 (trad, al espafial: Ef queso y los gusanos. El universo de un molinero det sigla xv1, Barcelona, Machnik Editores, 1981). Véase también Jean Hébrard, “Lautodidaxie exemplaire. Comment Valentin Jamerey-Duval apprit-il & lire?’, en Roger Chartier (coord.), Pratiques de la lecture, Paris, Petite Bibliotheque Payot, pp. 29-76. 93 . pus de obras y trozos escogidos e integrarlos en un monu- mento; el del sentido que conviene dar a la lectura de esos trozos escogidos. Por tanto, el primer gesto también es del orden del recorte y el pegado. Preside la construccién del pa- trimonio, del museo, de la biblioteca, de los programas esco- lares. ¥ ello amerita detenernos un poco. Pues si se piensa, es wna curiosa transmutacién aquella por la cual algunas obras que a menudo son fruto de los movimientos mas intimos del corazon de los escritores, de los artistas, de los filésofos, que expresan sus tristezas y sus alegrias, son agregadas unas a otras y convertidas en una suerte de monumento oficial y pomposo. Y donde habia obras singulares y plurales surge asi el Uno. Merleau-Ponty ha escrito al respecto hermosas pagi- nas en su libro La prosa del mundo: En este sentido la funcién del Museo, como la de la Biblioteca, no es tinicamente benefactora; nos proporciona el medio para ver conjun- tamente, como obras, como momentos de un solo esfuerzo, las pro- ducciones que yacian a lo largo del mundo, atascadas en los cultos o las civilizaciones de las cuales pretendian ser el adorno, De este mado, el Museo fundamenta nuestra conciencia de la pintura como pintura. Sin embargo es mejor buscarla en cada pintor que trabaja, porque alli est4 en estado puro mientras que el museo la asocia a emociones de menor calidad. Deberiamos ir al Museo como van los pintores, con la alegria del didlogo, y no como vamos nosotros, los legos, con una re- verencia que, a fin de cuentas, no es de buena calidad, El Museo nos da remordimiento de conciencia, una conciencia de ladrones [segui- mos en los terrenos de] robo}. De vez en cuando nos viene la idea de que estas obras no fueron hechas para acabar entre estos severos muros para el placer de los paseantes del domingo, de los nifos del jueves © de los intelectuales del lunes. !? *? Maurice Merleau-Ponty, La prose dus monde, Paris, Tel-Gallimard, 1992, p. 102. 94 Si, es mejor ir con la alegria del didlogo. Pues a pesar de los fastos del museo, de la austeridad de los programas escolares o de muchas bibliotecas, a veces es posible encontrar el gesto de un pintor, la voz de un poeta, el asombro de un sabio o de un Viajero. Aunque no siempre, sobre todo cuando uno no se siente autorizado a traspasar las puertas de los templos de la cultura debido a su origen social modesto. En este caso uno permanece ante un monumento aunque haya traspasado et umbral, un monumento con el que es dificil establecer una relacién que no sea la de la deferencia, la intimidacién o el yandalismo. O debe luchar con el sentimiento de que ha en- trado con violencia, de que tal vez ha usurpado algo que no Je estaba destinado. PLACERES HURTADOS Algunos historiadores, a propésito de las mujeres del medio obrero que leian en secreto en el siglo xIX 0 a comienzos del xx, hablaban de “tiempo hurtado” o de “placer hurtado”!3 Y todavia en nuestros dias encontramos huellas de eso. Por ejemplo, cuando comencé a trabajar sobre Ja lectura, una co- lega que crecié en un medio de pequeiios comerciantes me conto del “tiempo hurtado” de la lectura durante su infancia. Mientras todo su tiempo “libre” era destinado a las tareas ho- garefias, habia un momento que le gustaba: el de pelar las verduras, pues frente a sf tenia una gran hoja de periddico y podia robarle algunas lineas. Pero cuando se dejaba llevar '3 Véase especialmente Anne-Marie Thiesse, “Organisation des Joisirs des travailleurs et temps dérobés (1830-1930)", en Alain Corbin (coord.), L’Avenement des loisirs, 1850-1960, Paris, Aubier, 1995, y Martyn Lyons, “Les nouveaux lecteurs au xix siécle”, en Guglielmo Cavallo y Roger Chartier (coords.), Histoire de fa lecture dans le monde occidental, Paris, Seuil, 1997 (traduccién al espafiol: Historia de la fectura en ef mundo occidental, Madrid, Taurus, 1998). 95 por la lectura y no se ofa la caida de los residuos, tenia que sufrir una reprimenda. Cuando participé en una investigacién sobre la lectura en el medio rural, igualmente me sorprendieron las prohibicio- nes y los obstaculos que evacaban los lectores. Habia tam. bién la idea de que al leer se hurtaba tiempo a las actividades “atiles’, que era mejor tener las manos ocupadas en otra cosa totalmente distinta. También se le robaba al grupo su pre- sencia. Y se renegaba de la propia condicién, se tomaba un privilegio exclusivo de los pudientes. Mucha gente leia a es- condidas por el miedo al qué diran. Encontré algo similar en los barrios urbanos marginados, Ello a pesar de que hicimos nuestras entrevistas con adoles- centes 0 jévenes adultos que frecuentaban las bibliotecas, a menudo desde su infancia. Sin embargo, recuerdo la dificul- tad que tenian para cruzar cualquier nuevo umbral, que re- activaba las prohibiciones. Pasar de la seccién de nifios a la de adultos, por ejemplo. O arriesgarse a una aventura en nuevos anaqueles. O visitar otra biblioteca distinta de la que frecuentaban siempre. Me acuerdo asi de una joven de ori- gen turco a quien le apasionaba la musica, pero que jamas se habia permitido entrar a un conocido edificio de arquitec- tura muy moderna, donde habia una gran discoteca. Tenia la idea de que no era para ella, de que no sabria como hacer las cosas, que podria dafiar lo que tomara prestado y que eso tendria consecuencias dramaticas. Yo trataba ingenuamente de hacerla volver a la realidad, recordandole que aunque da- fiara un CD eso no le costaria mas que una multa minima: no servia de nada. A menudo, algunos bibliotecarios me han expresado el desproporcionado temor de los padres, en los barrios po- bres, de que sus hijos dafien los libros tomados en préstamo (aunque esos dafios ni siquiera sean sancionados). Alli en- 96 contramos tal vez el eco de una antigua sacralizacién del libro, pero también de una actitud muy ambivalente hacia estos objetos investidos de poder, que asustan cuando no se ha tenido con ellos desde nifio una relacién familiar. Esto muestra hasta qué punto es importante hacer enten- der, en los lugares y en los medios donde leer no es algo dado, que tener acceso a los bienes culturales es un derecho y que a quienes se priva de éste se les roba algo. Pero ello no exige unicamente las palabras correctas. Se trata mas bien de una deconstruccién de miedos que, dia a dia, se realiza con ges- tos sencillos. En lugar de decir a esta joven turca que esa fa- mosa discoteca le pertenecia por el hecho de vivir en esta ciudad, debi haberla acompaiiado, presentado a un discote- cario, escuchado con ella un CD, etcétera. ROBAR UNA IMAGEN, UNA VOZ Muchos usuarios de las bibliotecas tienen miedo de molestar, se sienten indignos. O bien ocultan su miedo bajo los actos de vandalisrno. Pero Gnicamente me refiero a las prohibiciones sociales, a un sentimiento de “indignidad” social. Sin em- bargo éste puede mezclarse con una vergiienza de otro tipo. No es sdlo en los medios pobres donde la curiosidad puede ser considerada como un “feo defecto”, como se dice en mi pais. La curiosidad es siempre abrir una caja, una cémara ce- trada, y penetrar en ella mas o menos clandestinamente. Lo repito: el saber, lo escrito, el arte, estan erotizados: los conflic- tos socioculturales pueden recubrir miedos mds inconscien- tes. Y quisiera llevarlos un poco més lejos. La cultura se hurta; pero jqué robamos exactamente cuando leemos? ;Qué bus- camos con ese frenes{, esa pasion, a pesar de las prohibicio- nes? © mas atin, 3a veces debido a esas prohibiciones? 97 Una imagen, para empezar, puede ser. Algo nos es permi- tido ver por el autor. Al menos esto es lo que dice el psicoa- nalista André Green, para quien el deseo de ver es patente en la lectura: “Leer es asf del orden —digdmoslo sin rodeos— de] voyeurismo”.4 Menciona esos momentos donde el libro en la vitrina se ofrece a la mirada que est4 en busca de placer, esos momentos en que entramos para “echar un ojo” sin ser molestados, en los que el libro, una vez adquirido, es él quien nos ve, si se trata de un libro literario. Pues la escritura no muestra nada: para leer se necesita unir los caracteres para descifrarlos, y unir en si una cadena de representaciones, que es la del lector y no la del texto. El escritor muestra algo que transcribe en caracteres, pero oculta el lugar de donde parten las representaciones. Y la complicidad se establece entre el es- critor y el lector en el plano de los fantasmas inconscientes, El psicoandlisis propone numerosas pistas relativas a este deseo de ver. Yo mencionaré sdlo algunas que remiten a re- giones mis arcaicas de nuestro inconsciente. A la famosa “es- cena primaria’, al deseo de ver a nuestros padres acoplarse. Pero también al deseo de ver el interior del cuerpo materno, si seguimos a Melanie Klein.'!> Ella insistié en el vinculo pre- coz entre la pulsi6n de conocimiento y el sadismo, de gran alcance para el desarrollo psiquico. Y sefialdé que esta pulsién se referia en primer lugar al cuerpo de la madre, pues el nifio desea apropiarse de lo qué hay en su interior. En sus fanta- sias, el pequefio infante no se anda con rodeos: él desea pe- netrar el cuerpo materno, despedazarlo, devorarlo. Pero Klein describié también el mecanismo de reparacién por medio del cual el nifio buscaré restablecer la integridad del 4 André Green, La Déliaison, psychanalyse, anthropologie et literature, op. cit., p. 25. 'S Véase, por ejemplo, Melanie Klein, ‘Les stades précoces du conilit oedipien’ y “Con- tribution & la théorie de inhibition intelectuelle”, en Essais de psychanalyse, Paris, Payot, 1976, 98 cuerpo materno fantasmAticamente destruido, mecanismo que desempefia un importante papel en el trabajo de la su- blimacién.!6 De manera parecida, James Strachey considera: “Leer significa en el inconsciente tomar la ciencia que hay en el interior del cuerpo de la madre”. Y agrega: “El miedo de despellejarla es un factor importante en las inhibiciones de la lectura”.!7 Volvermos a encontrar aqui la apropiacidn, el robo, y esas dos experiencias fundamentales del papel, como decia Com- pagnon, “de las que lectura y escritura no son mas que for- mas derivadas”; recortar y pegar — las dos operaciones esen- ciales hoy en dia de nuestro “tratamiento de los textos”... Pero tal vez hay otra lectura, donde la mirada y el sadismo no son tan apremiantes: aquella donde, mas que una imagen, lo que se roba es una voz. Ustedes se acordarén sin duda de Peter Pan, que cada noche, oculto detras de la ventana, escuchaba a Wendy rela- tar historias a sus hermanos. Hasta que un dia se la lleva al Pais de Nunca jamas para que se convierta en su madre y en la de los Nifios Perdidos. E] lector hace como Peter Pan, y a veces encuentra en los libros el eco de las historias que escu- ché de nifio (se conoce la importancia de las historias leidas en la noche a los nifios, para que éstos se conviertan mas tarde en lectores: en Francia, hay el doble de grandes lectores entre los nifios a quienes su madre les contaba una historia cada dia que entre aquellos a quienes nunca se les contaban historias!8). 18 Véase especialmente “Les situations d’angoisse de enfant et leur reflet dans une oeuvre d’art et dans l’élan créateur’, en Melanie Klein, op. cit., pp. 254-262, "7 James Strachey, “Some unconscious factors in teading’, International Journal of Psy- choanalysis, 1930, vol. XI. 18 Véase Francois de Singly, Les Jeunes et la lecture, op. cit., p. 102. 99 El Jector encuentra tal vez atin mas un eco de esta voz en la medida en que el escritor, al igual que cualquier inventor de historias, también ha escuchado para crear. Pienso por ejemplo en el realizador de cine Pedro Almodévar, gran na- rrador, muy interesado en el relato, que ha dicho muchas veces que de nifio escuchaba, debajo de la mesa, platicar a las mujeres del pueblo: segtin él, el hecho de que “un grupo de mujeres estén discutiendo constituye la base de la ficci6n, el origen de todas las historias [...] Yo he crecido y escrito escu- chando a las mujeres hablar en el patio de mi casa, en el pue- blo”.!9 Lo mismo sucede con el escritor Alfredo Pita, peruano residente en Paris, del que lei una entrevista hace poco. Cito; “Mama Victoria, mi abuela, era maestra de escuela. Cada tarde me contaba historias lejanas. De la Biblia a la explora- cién de los polos, de la trayectoria de los cometas a la mecé- nica de los eclipses. Ella hizo de mi un fabulador, un ‘hace- dor de mentiras’”.20 Pienso también en las bellas paginas que Reinaldo Arenas consagré a su abuela en sus memorias: “Desde el punto de vista de la escritura, apenas hubo in- fluencia literaria en mi infancia; pero desde el punto de vista magico, desde el punto de vista del misterio, que es impres- cindible para toda formacién, mi infancia fue el momento mis literario de toda mi vida. Y eso, se lo debo en gran me- dida a ese personaje mitico que fue mi abuela, quien inte- rrumpia las labores domésticas y tiraba el mazo de lefia en el monte para ponerse a conversar con Dios”?! Los escritores han escuchado a menudo las voces de su madre y de su abuela. Se han escrito docenas de paginas sobre la importancia decisiva, para su destino de escritor, que tuvieron las lecturas que su madre le hizo a Proust 19 Entrevista aparecida en Cahiers du Cinéma, 535, mayo de 1999, p. 38. 2 Télérama, 10 de noviembre de 1999, p. 67. 21 Reinaldo Arenas, Antes que anochezca, Barcelona, Tusquets, 1992, p. 45. 100 cuando éste era nifio. Pero pienso también en escritores fran- ceses contempordneos como Pierre Bergounioux cuando menciona la importancia de su madre en su destino y cuando dice: “Lo esencial se lo debemos a las mujeres. Tal pa- rece que se requiere que una mano femenina tome nuestra mano para que ésta se acerque a las cosas”.22 £1 hacia notar que entre sus amigos escritores sucedia lo mismo: Pierre Mi- chon le habia dicho: “Tal vez yo Je robé su obra a mi madre”. Seguin la psicoanalista Antoinette Fouque “todo gran texto bien escrito esta inspirado por la voz interior, la fuente ma- triz o materna’.?3 Y “la lectura debe liberar, dejar escuchar la voz del texto —que no es la voz del autor— que es su voz ma- triz, que esta en él tal como, en los cuentos, el genio esta en la botella”. Continta, “una voz es el Oriente del texto, su co- mienzo”.24 Lineas magnificas que dejo a la reflexién de ustedes. Habran reparado en que yo también he utilizado numerosas citas y apropiaciones apoderandome de “trozos escogidos” tomados de relatos de lectores o de teorizaciones diversas. Y mi reela- boracién esta lejos de estar terminada. Pero tal vez ustedes vayan a tomarme prestado un fuste de columna o un leén de marmol para edificar su propia casa. (Traduccién de Alberto Cue) 3 Pierre Bergouniowx, Le Bon plaisir, France Culture. 2 Véase especialmente “Textes, femmes et liberté”, Passages, Paris, junio de 1991. 24“La voix retrouvée’, entrevista con Antoinette Fouque, Paris, La Quinzaine littéraire, i de diciembre de 1986. 101

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