Download as pdf
Download as pdf
You are on page 1of 57
Queda hecho el depisito que marca la ley 11.723 © Editorial Losada, S. A. Alsina 1131, Buenos Aires, 1979 Tapa: SILVIO BALDESSARE PRINTED IN ARCENTINA IMPRESO EN LA ARGENTINA Se terminé de imprimir el dia 2 de marzo de 1979 Buenos Aires, Esta primera edieiin consta de tres mil ejemplares Cuando se escriba la historia definitiva de los arios tumultuosos de la década del setenta, los historiadores futuros reconoce- ran sin duda su denda con un hombre, s0- . bre todos los demas, que dio testimonio de . la época que le tocé vivir. Heriberto Kahn fue mas que un testigo, por supuesto. Gand para si un lugar en la historia por su cora- je al hacer prblico el grotesco atentado de José Lopez Rega para aduenarse del poder en la Argentina. Su denuncia de ese episo- dio increible de la historia argentina jugé un papel vital en la caida de Lopez Rega y en su deshonra final: Cuando se analice la valentia de Heriberto Kahn al publicar lo que descubriera acerca de Lopez Rega, a despecho de las amenazas que pesaban so- bre su vida, los historiadores futuros segu- ramente pondrén mayor énfasis ain sobre el trabajo que hiciera durante ese extraiio ___periodo de la vida nacional. Cada una de las palabras que escribié, primero en Con- firmado, lego durante sn gran “tourde for- a de evaluar la década crucial de ta ingentina, en que las instituciones del pais y su patrimonio fueron puestos a prueba y su esencia misma fue desafiada — por reiteradas olas de violencia. Al morir, dejé Heriberto un manuserito inconeluso que abarca el periodo que va - desde los seis meses previos a la muerte de Peron hasta mayo de 1974, justo antes de la hwida de Lopez Rega del pats. Los ami- ges y colegas que conoctan la existencia le este libro estuvieron preocupados desde su muerte acaccida el 23 de setiembre de 1976, por temor a que este manuscrito no fuera entregado a la posteridad. La deci- sidn de publicar este fragmento del libro en que Heriberto trabajo hasta el momento de caer enfermo en mayo de 1976 seré acogida por sus admiradores como una muestra de reconocimiento a su mérito. Fue el perio dista que se destacé entre los de su genera- cién. El libro seré también invalorable para todos aquellos que aprecian la verdad historica. No podria haber mejor medio de honrar a Heriberto que la edicién postuma de este libro inconciuso que constituye, junto con el trabajo publicado durante su carrera 8 que: ijn placa de bronce. Rozerto Cox ae ___IN MEMORIAM Fui testigo de toda la trayectoria de He- _ riberto Kahn como periodista y también, pienso, de los aiios mas importantes de su vida: aquellos en que fue forjando amistad con sus colegas, con militares, con politi- 0S, con escritores, hasta llegar a estable- "cer una comunicacion directa con los hom- bres mas importantes del Estado, de las Puerzas Armadas, de los partidos, _ Ahora, que él ya esta muerto, yo podria _ idealizar impunemente su historia y la his- _toria de nuestra propia amistad. Pero men- tir no seria un homenaje. Podria ser, por el “€ontrario, una forma de matarlo definitiva- “Mente. Si yo dejara un retrato falso, nadie intuiria al Kahn verdadero. Heriberto no existiria en los otros, a través de las pagi- que siguen, si el testimonio previo des- eribiera a una persona que nunea existié. _ Mas vale, entonces, decir la verdad, para jue en esa verdad pueda reconocerse al pe- ista Heriberto Kahn. Kahn era curioso. Miraba a las personas, ify queria eseucharlas y saber mo pensaban. ‘Su increible calidez humana, su capacidad para enterarse de los problemas ajenos, su yara virtud de ver en los otros a projimos —es decir, a proximos— haeian que fuera facil querer a Heriberto. Pero no era facil establecer y mantener Ja amistad con él. Heriberto era en ese sentido, como suele decirse, un hombre complicado. Habia que entenderlo, y él merecia el esfuerzo. Yo soy alto, gordo, expansivo; él era bajo, delgado, locuaz. En algin vericueto de su propia historia deben haber quedado reminiscencias de la infancia, ciertas ideas preconcebidas. A pocas personas vi, en mi vida, que pusieran tanto euidado en no ser arrolladas por otras: ese alerta era, en Kahn una tensa y permanente vigilia. Y la amis- tad con él, asi, tenia su zona de erispacién. ‘A Heriberto podian pedirsele favores importantes, y yo quedé debiéndole unos cuantos. Pero nunea podia pedirle nadie, absolutamente nadie, ese tipo de favores que exteriorizan una amistad asimétriea, una amistad de arriba hacia abajo. Ni por um momento abdicaba Kahn de su estilo, tremendamente positive por una parte, pero que nos parecia a todos algo rigido, por la otra, debido a su perseverancia, a la falta de excepeiones en la regla que habia trazado. "para él —una cottesion propia, cone pa- Ya escuchar 0 ayuda, simplemente, en cual- quier terreno— pero no podia dar cosas in- significantes. Me acordé de él cuando lei que E'l padrino pedia pequenios, mintisculos favores, irrisorias atenciones cuyo tinico fin "era poner a prueba, constantemente, la su- isin de su corte. Pues bien: esos favores sumisos eran los que Heriberto no hacia _jamas y en ese punto no se equivocaba. Te- ‘hia una intuicién muy clara sobre el matiz, tan dificil, que requiere, como diria Paseal, “mds espiriti de fineza que espiritu de geo- “netria. Pero si nunca se equivocaba por "menos, habia ocasiones en que se equivoca- _ ba por mas, y exagerabu. Hubia que contar | con su susceptibilidad en ciertos asuntos, 0 Tenunciar a entenderse con él. Esas exage- _aciones tenian algo de heroico y, cada vez dificil admitirlo entonces. Que la “amistad mas entranable debe ser aceptada con el orgullo de cada una de las partes, con “el aferramiento a la privacidad de cada una de las partes, con los limites que impiden se convierta en un contubernio. Muchas noches tuvimos que trabajar ntos, en la vieja redaccién de la revista “Confirmado, en la calle Cordoba. Yo era 1 subdirector; él, secretario de redaccién. Pero el verdadero vineulo entre todos nos- otros se reconocia poco en las jerarquias: junto a Carlos Mutto, conformabamos un equipo que sentia de la misma manera, vi- via los problemas del pais y del mundo des- de una perspectiva que, en la practiea, era virtualmente idéntica. El cuarto mosquete- ro, en ese grupo de amigos, era Mario Monteverde, periodista de Radio Rivada- via, y ser humano de una extraordinaria calidad, quien solia aportar las informacio- nes de tiltimo momento y los mas inespera- dos matices interpretativos sobre lo que ocurria. Mario también aportaba sus chistes, que consisten generalmente en divertidos jue- gos verbales. Pero reiamos poco, en esos tiempos, y todos nosotros vefamos venir los hechos como quien presiente una catas- trofe. A partir de 1969, tomamos conciencia de los aftos tremendos que eomenzaban en el pais. Todos, de una u otra forma, aprendi mos a tener miedo: a saber que hiciéramos lo que hiciéramos, siempre habria un tribu- nal secreto estudiando si correspondia 0 no. dictar la pena de muerte contra nosotros. Por lo demas, en una manera directa o indi- recta, viviamos amenazados y sin protec- cién. Una organizacion terrorista de origen 14 fascista y retérica ultraizquierdista nos # _ avis6, en determinado momento, que uno ~ de los hombres del staff de Confirmado se- ie ria castigado (por decirlo levemente). Lue- © go vendrian sucesivas amenazas, muchas de las cuales eran, légicamente, “corridas "con la vaina” en un momento de especiales __ tensiones. En otros casos se trataba de in- timidaciones auténticas. Heriberto re “coneretamente, dos avisos mas, que son de ‘mi conocimiento: uno, proveniente de una banda de la extrema derecha, que leg a desplegar en su revista una fotografia de una pagina sefialindolo como “periodista sinarquico”; otro, durante el Operativo Do- __trego, llegado desde los entusiastas mu- chachos que habian sido reseatados para las obras publieas en la provincia de Bue- "nos Aires. Parece que no se conformaban, ~ con las obras piiblicas. & Todos nosotros nos sentiamos jaqueados por alucinados de ambas puntas, que nos resistiamos a diferenciar demasiado, No entendiamos la actitud de algunos amigos " —a veces en pocos dias, ex amigos— que Se transformaban sorpresivamente en ad- ~ miradores, simpatizantes 0 disculpadores de los criminales. Llegé un momento en que, para los hombres de nuestra genera- ~ cidn, no aceptar al terrorismo directo nia ~ sus coberturas politicas pasd a ser una for- 15 ma de sentirse solos y, a medida que fue avanzando la campana electoral de 1972- 1973, “fuera de onda”. La situaci6n nos obligaba a razonar cons- tantemente. Era, por lo demas, lo tnico que podiamos hacer. Viviamos en la frater- nidad del miedo. Eramos hombres desar- mados e indefensos, en un lugar donde ya nadie sabia quién, por qué, cuando y por quiénes seria asesinado. Contra lo que pu- diera suponerse, aunque no todos reaecio- namos exactamente igual, sobrellevamos las cosas con buen estado de énimo y cierto difuso fatalismo. Pocas anéedotas describen mas grifica- mente la situacion que la actitud adoptada por un intimo amigo nuestro, que en 1973 decidié irse del pais ante la irrupeién en el poder del peronismo mongonero y que en 1975 decidié quedarse fuera del pais, ante la irrupeidn en el poder del peronismo anti- montonero. Sera necesario, con seguridad, que pasen muchos afios antes de que pueda tenerse una idea precisa de la voragine de locura vivida en esa época. Nosotros prentendiamos, en tiltima ins- tancia, dar testimonio de la cordura, del esfuerzo por comprender, en un pais donde la sensibilidad mas elemental parecia irse perdiendo dia por dia. No era facil, en esas noches, quedarnos solos, trabajando con 16 § puertus de la revista abiertas al ir y ir de los cadetes o del resto del personal, generabamos anticuerpos, mecanis- is de defensa psicolégica. En ese clima, recuerdo una conversacion si premonitori: Puede ser que tenga miedo —me dijo iberto— pero me falta mucho para es- w en el panico. Quiza una noche, entrando Ja revista, vislumbre la cara de alguien me vigila; estudie por un segundo sus os. Y puede ser que entonces me deje ar por el terror. Todavia no. Pienso, lemas, que en estos momentos no se van “A dedicar a golpear contra nosotros. Mas bien van a golpearse entre ellos, en esta lerra de bandas: el turno nnestro vendra pués. —Quiza legue muestro turno en cual- lier momento —le contesté— pero es po- ble que los terroristas preficran, por aho- , hechos de mayor impacto propagandis- tico. Sin embargo, podemos caer. Nadie Je, a ciencia cierta, cual es la légica en esas is. Pero nadie nos puede garantizar, poco, que no tengamos un accidente o € una buena manana, al despertarnos, no Is sintamos enfermos y comprendamos 1% cia, estadisticamente, no debe ser el riesgo mas probable. —Prefiero que me asesinen, en todo ca- so, a verme consumir de a poco por una enfermedad —contesté Heriberto. No pudo ser. Murio erfermo, mientras muchos de sus amigos, de sus colegas, eran acribillados a balazos. Kahn tenia imaginacién para la muerte ajena. Se identifieaba con las victimas y, sobre todo, con nuestros muertos queridos, con nuestros hermanos en la lucha por la libertad, que se desangraban en todas par- tes. Sollozé asi largamente —por ejem- plo— con los asesinatos de Robert Kennedy (para él, como para mi, una esperanza de renovacion en la democraeia americana) y de Martin Luther King. Los demécratas venian muriendo, las es- peranzas venian siendo fusiladas. Para mi (Kahn era muy joven entonces) el crimen de Dallas habia sido ya un hecho tremendo. En la Argentina, los dos primeros golpes fuertes que soportamos fueron los asesina- tos del general Pedro Eugenio Aramburu y del almirante Hermes Quijada. Aramburu era muy amigo de los dos, y siempre nos habia abierto las puertas de su casa de la calle Montevideo para hablar de politic: El Negro Quijada era uno de los hombres limpios que yo habia conocido y a prin- ren vers iiheten ne Tania io Hondo, en Santiago del Bstero. a julio de 1975, con el asesinato de Ar- wo Mor Roig, para comprender que los demoécratas, desarmados, también iban a rasesinados en la Argentina, Elcrimen se ibia convertido en una de las formas ocul- S de la propaganda politica. No fue el pri- pero fue un acontecimiento clave y emecedor para todos nosotros. Las ci eristicas de Mor Roig agravaban, si asi ede decirse, el caso: estaba retirado de la accion politica, vivia casi en la pobreza go de haber ocupado las posiciones mas yectantes del Estado, Después los muer- 0S Se contaron ya por centenares y todos célculos, todas las consideraciones, fue- variantes del absurdo, esas noches de trabajo y conversa- | en Confirmado, la formalidad de He- 0 casi tendia a tornarse incomprensi- ara los demas. En 1969, no solamente habia comenzado a vivirse el terror en la (rgentina sino que yo, personalmente, 19, atravesaba circunstancias tragicas y no puedo, aun ahora, separar una cosa de la otra, tan agobiante se iba haciendo la rea dad. En tales momentos, Heriberto me en- tego unas horas de amistad que neces ba y que muchos me retaceaban, Nunea bodré olvidar las tremendas conversacio. nes de esos dia En 1975, Heriberto Kahn paso a formar Parte del equipo de Lu Opinion, diario por el que yo habia pasado fugazmente enton. Ces (me ineorporé luego en 1977) pero eon el cual me sentia estrechamente vinculado, 4 traves de la amistad con muchos de sus Componentes, que integraban un equipo Periodistico verdaileramente excepelonal, La Opinién conseguia ser un diario dife- renciado de todos Jos demas, ciertamente ivitative para muchos sectores pero cuyo eso intelectual era indiscutible. Heriber, to, pese a su amistad con el director —que fue, sucesivamente, un poco el maestro de todos nosotros— d en que se enfocaby : Sin embargo, se le respetaba In firma, que tba adquiriendo cada vez mis importancia ~ tenia, al mismo tiempo, una colunna en Carta Politica —y en sus articulos plantea- ba exactamente sus puntos de vista, que encontraban resistencias dentro y fuera del diario, 20 planteos no eran doctrinarios sino jue consistian, especialmente, en deserip- mes inteligentes de los hechos mas ca- antes que se venian sucediendo en el pai _ iCuanto miedo despertaban sus carillas en que a veces aparecia un ministro corrido, ando alrededor de una mesa, en una iros. No entendia al periodismo, a la poli- tica, a la misma religién (jeuantas veces ha- : ios!) sino a través de los hom- Yo podiia teorizar, hacer esquemas y, smo tiempo, postergar la busqueda de jacion, Heriberto —que era, sin du- , un hombre culto— jamas teorizaba y nas se interesaba por li conceptualiza- albstracta. Las paginas que siguen lo entan plenamente, sin subterfugios: la ia que cuenta es una sucesidn de his- $ cuyo enlace secreto estaba en Ja ca- de todos nosotros, y también en la de Heriberto, pero falta en las pala- Betis ds Heriborto evan irredu: . Initil tratar de conveneerlo de que ara alguna actitud real o imaginar e equivocada, Muchas veces Mutto y peleamos con él, porque en las ret- a niones de staff que se realizaban en la re- vista era ineapaz de guardar alguna carta. Lanzaba de inmediato toda la informaci6n que tenia, sin medir demasiado los movi- mientos de piezas del ajedrez humano que en Confiriado, como en todos lados, de- bia considerarse. Nunca llegé a entender ese tipo de co- s. De ahi, quiza, cierta falta de sistema- izacion en su trabajo pero de ahi, tam- bién, su vivacidad, su frescura, su eapaci- dad para asombrar continuamente. La virtud mas importante de Heriber- to —y sobre esto no existen dos opinio- nes~ era su honestidad. Una honestidad inteligente, pero pura. Kahn no podia, di- rectamente, decir algo distinto a lo que pensaba. Era incapaz de una ambigtiedad, de la utilizacion de una doble verdad. Su mismo formalismo lo habia hecho orgulloso: nadie lo obligaria nunca a humillarse en la mentira. Ni en el silencio. Una persona importante, que no tiene fama de antisemita (y puede no serlo) desli- 26, cierta vez, una frase que Heriberto en- tendi6, en ultima instancia, como peyorati- va hacia los judios. En esos casos, Kahn no se podia controlar. El dialogo, casi invero- simil, teniendo en cuenta la diferencia posi- cional entre el simple periodista y el hom- bre poderoso, fue el siguiente: ix: A esta altura de la conversa- |, estimo oportuno —por si no lo advir- hacerle saber que yo soy judio. aeRLocuror: Yo no estoy hablan- contra los judios, sino contra algunos adios muy especificos. De ninguna manera e refiero a los judios en general, ni ala ‘oria de los judios. Muchos de mis ami- Os mas queridos son judios, y no creo en ina de las fabulas antisemitas. Yo, por mi parte, no creo en ab- ito en las fabulas sobre los contactos vos con montoneros y, mucho menos, sus mejores amigos sean montoneros. ‘modo que estamos a mano. SrERLOCUTOR: (Se levanta) Si usted que usted iba a decir. Buenas tardes. “Asi era Kahn. Su coraje, por supuesto, {cil disposicién a las contingencias fisicas: eno era su mundo. Su coraje consist! bre todo, en decir siempre lo que pens en ametrallar con su maquina de eseri- y de la liber- id; en saber que siempre habia gravisimos tigos pendientes para todos los que, ¢0- 23 mo él, perpetraban ideas. Miraba a los ojos de la gente, y se enfrentaba con los hechos. Fue un periodista capaz de mantener du- rante toda su carrera una trayectoria basa- da en los principios, sin retroceder ni una sola vez desde sus puntos de vista. Es necesario entenderse sobre esto tilti- mo. Las opiniones de Kahn no eran, ni po- dian serlo, inmutables. Pero sus cambios jamas tendian a coincidir con el sentido de la oportunidad. No queria al peronismo, pero siempre fue mas duro con quienes es- taban mas fuertes. En 1973, era mas ene- migo de Campora que de Lopez Rega. Esa enemistad fue ostensible durante la prima- vera surrealista que duré entre el 25 de mayo y el 13 de julio. Luego, quiza, fue mas ostensible su enemistad con Lopez Re- ga. Su libro inconeluso, sit corregir, ex casi un borrador. Lo presenta por entero, lo muestra a la comprensién de todos. Roporo P, sabado de enero de 1974, Alberto invit6 a sus siete colegas del Gabi- e a almorzar en su casa. La reunion se longs por varias horas y, naturalmente, ir del edificio de la avenida Santa Fe 0, los ministros declararon a los perio- que se habia tratado de un encuentro ocial en el que se habia hablado de las co- | del pais. realidad, el almuerzo fue dramatico. 10 habia sido otorgar al doctor e Taiana, que ademas de ministro de ducacion era el médico personal del Pre- nte, una oportunidad para informar a pares respecto del estado de salud de jan Peron. Después de la crisis que habia sufrido a i regreso de un rapido viaje al Uruguay, iiizado el lunes 19 de noviembre de 1973, ia constatado en Perdn una grave do- ia cardiaca cuyo desarrollo no podria igarse mas alla de un lapso que in- los siguientes siete u ocho meses. La 27 falta de datos precisos anteriores, explicé Taiana a los perplejos comensales, no per- mitia saber cuando se habia desencadenado el proceso y, por lo tanto, cuantos de esos meses ya se habian consumido. “Pero en el mejor delos casos—eoncluyé diciendo elmé- dico—, el general no pasaré de mediados Mientras los demas ministros se reeupe- raban del plato fuerte que Taiana les aca- baba de servir, Lépez Rega tomé la pala- bra: “El general se encuentra perfectamen- te bien, Los informes médicos son exage- rados. Yo puedo decirlo mejor que nadie, porque cuando el general est mal yo tam- bién me enfermo. Y puedo asegurarles que me siento perfectamente bien”. “Mire Lépez —respondié con su sonrisa ironica Angel Robledo, entonces ministro de Defensa—, déjese de pavadas, porque cuando el general se muera, alli va a estar usted, totalmente sano, levando el fére- tro”. Menos de seis meses después de aquel dia, se realizaron los funerales de Peron, bajo la mirada vigilante de José Lépez Re- ga. Muchos de los hombres que estuvieron cerea del lider justicialista en aquellos me- ses sostienen que el presidente conocia perfectamente no sélo la gravedad de su 28 icia sino, ademas, que el tipo de vida levaba como Jefe del Estado acelera- i indefectiblemente el proceso patolégi- En la primera semana de junio, Peron al Paraguay, haciendo una parte del ayecto en bareo y otra en avidn. Ya en suncién, revisto las tropas que le rendian onores bajo una pertinaz lovizna. Final- hente se sumergid en la multitud que ha- salido a las calles para saludarlo, rom- endo todas las normas de protocolo y, so- re todo, de seguridad. “Cuando vi todo 0 —dice ahora uno de los mas altos fun- ios de la delegacién que lo acompana- pensé que el general habia decidido gar los botines”. Al regreso de ese viaje, Peron mantuvo na extensa reunion con Ricardo Balbin, la @ y acaso la mejor de todas las que vieron. Fue ademas el tinico encuentro ante el cual el entonces presidente tomé otas sobre la mayoria de las correcciones que proponia el lider radical. Una semana tarde, cuando dirigié un mensaje al is, preparatorio de una concentracion We se realizaria en la Plaza de Mayo, el jefe del justicialismo hizo hineapié en casi los los aspectos que le habian sido men- cionados por el titular del radicalismo; en gunos casos hasta llegé a usar frases tex- ales de Balbin. 20 Ese dia, el 12 de junio, Perén se manejo de un modo muy peculiar. Su mensaje, que incluy6 severas criticas a sus propios par- tidarios y enumeré errores que se come- tian en las diversas areas de gobierno, no retaceé elogios a la oposicién. Fue prepara- do sin conocimiento de ninguno de los mi- nistros del gabinete, con la obvia excepcién del de Bienestar Social. En la mafana, el presidente habia reunido al elenco minis- terial y a los secretarios del area presi- dencial para anunciarles que sobre el me- diodia pronuneiaria un discurso pero sin reyelarles su contenido. Varios altos funcio- narios vieron en esa oportunidad a un Pe- ron sensiblemente desmejorado —ama im- presion similar habia trasmitido Balbin a la conduecién de su partido pocos dias an- tes—y ala tarde, después de la manifesta- cin en la Plaza, cuando abandoné la Casa de Gobierno, muchos de ellos pensaron que el presidente se sentia morir. El lider justicialista ya no volvié a apare- cer en piblico. Unos dias después caia en- fermo. Poco antes, su mujer habia partido hacia Europa, donde en Espana, en Italia, en el Vaticano y en la reunion de Ginebra (convoeada por la Organizacion Internacio- nal del Trabajo) recibio su bautismo de fue- go internacional como vieepresidente de la Nacién, con fuertes probabilidades de al- 30 a breve plazo la jefatura del Poder ecutive. La acompafaban, entre otros, s esposas de los tres comandantes gene- de las Fuerzas Armadas y José Lopez Entre los restantes ministros se co- menté entonces que el titular de Bienestar cial habia sido incluido en la delegacién el propio Peron, “para sacarselo de en- ma”. Elagravamiento de la enfermedad lel presidente determiné el regreso antici- ado de su secretario privado, quien for- ul6 en la oportunidad algunas de sus de- slaraciones mas increibles. ‘Una vez instalado nuevamente en la resi- cia de Olivos, Lépez toms de hecho las riendas del gobierno. Hasta ese momento, ministro de Economia, José Gelbard he a funcionado como coordinador del gabi rete, por ser el hombre de mayor confianza Perén en ausencia de su mujer y de su ecretario privado. Pero con la vuelta de fe, el propio Gelbard propuso durante ina reunion plenaria que fuera el titular de fienestar Social quien asumiera la tarea. En aquellos dias dc agonia de Peron, su etario privado ofrecié a quienes com- an con él la mesa en la residencia pre- lencial una version fantastica: seguin uno igos de aquellas palabras, al co- entar la rapida declinacion de la salud del der justicialista, Lopez dijo que “en reali- 81 dad, el general es un faraén que debié ha- berse convertido en momia hace diez anos; en todo este tiempo fui yo quien lo mantuvo vivo, pero mis fuerzas estén tocando a su fin”. Pero eso no fue todo. Ante la ineredu- lidad de sus contertulios, el hombre que de hecho ya estaba ejerciendo el poder en la Argentina, sostuvo que “Isabel no existe: es una creacién mia”. Esta Ultima afirma- cién fue repetida en varias ocasiones: a fines de 1974, Raul Lastiri ofreci6, en su ca- racter de titular de la Camara de Diputa- dos, una comida de agasajo a sus colegas de todas las bancadas. Lopez Rega no sdlo aparecio alli, sino que se instal6 al lado del jefe del bloque radical, doctor Tréccoli, No hubo un didlogo, sino un mondlogo del mi- nistro, quien ofrecié un amplio entendi- miento con la Unién Civiea Radical en to- dos los campos: “Usted digame qué necesita, doctor; nos- otros no le vamos a hacer problema con ningun asunto. Es todo cuestion de enten- derse conmigo; porque usted sabra, doctor, que conmigo todo, pero sin mi, nada, Con. venzase: Isabel no existe; es una creacién mia.” La ultima semana de junio estuvo en. vuelta en rumores y presagios: las versio- nes mataron a Peron por lo menos media docena de veces. Entre tanto, la informa- 32 n oficial se limité a hablar de una afec- | gripal y luego bronquial. Los medios difusin temieron avanzar més alli de ‘noticias proporcionadas por la Secreta- ude Prensa. Nadie dijo que Perén estaba ave. De alguna manera, los seetores poli que sabian —o por lo menos imagina- Ja verdad, intuyeron que, con la des- iricién del presidente, se inauguraria el pais una era de inestabilidad y dese- librio politico. Se volvid a hablar de ga- nete de coalicion, del Consejo de Estado e un primer ministro. En esos mismos s, el New York Times publicé un edito- il sobre la situacién argentina, En uno de parrafos decia: “Una alternativa seria ‘regreso de las Fuerzas Armadas al po; , aun reconociendo que, con ganas, en- sgaron las riendas en 1973, después de e anos de gobierno inefectivo”. viernes 28 regresé al pais, antes de lo ‘sto, la sefiora de Perdn, quien, en las rimeras horas de la tarde del sabado 29 se x0 cargo de la Presidencia. Con esos dos t rgentinos ya no tuvieron dudas bre el inminente desenlace de la enfer- d_presidencial. El domingo, sin em- se dijo que Perén habia mejorado Algunos rumores insistian en que la Muerte se habia producido el mismo vier- Ss por la noche, pero lo cierto era que el 33 presidente habia dado muestras de una dé- bil recuperacion. Alrededor de las diez de la mafana del lunes 1° de julio comenzé en la planta baja del chalet presidencial en Olivos una reu- nin de la que participaron la vicepreside te en ejercicio del Ejecutivo, todos los nistros y los secretarios de la Presidenci: Las deliberaciones comenzaron con un in- forme médico del doctor Alberto Taiana. El ministro de Educacién aseguré que Perén estaba sensiblemente mejor y que en las primeras horas de la manana habia tomado té y conversado con bastante ani- macién con su esposa. “Al venirme para aqui, lo dejé sentado en un sill6n, eon buen 4nimo”, agregs. En realidad, la cama del presidente se habia roto durante la noche anterior. : Luego se pasé al andlisis de otros temas. Pero a los pocos minutos se entreabrié la puerta del salén, y la voz angustiada de una de las mucamas susurré: “Doctor Taiana, venga rapido por favor”. El ministro se le- vant6 y salié presuroso. Todos los demas, incluida la vicepresidente, permanecieron en el lugar de las deliberaciones. Taiana legé al dormitorio presidencial para encontrarse con un cuadro desespe- rante, Perén habia sufrido un paro cardia- co. De inmediato se recurrié al masaje, y 34 co después el corazén del Lider justicialis- ‘volvi6 a latir; sin embargo, los médicos incidieron en que el paro habia sido de- jasiado prolongado come para evitar que produjeran serias e irreparables lesio- es cerebrales. Poco despues, Juan Domin- Perén expiré. Yo estaba durmiendo, esa mafana, euan- me hizo saltar el teléfono. Reconoci la yor de un colega que se limit6 a dispararme ana frase antes de cortar: “Se agravé Pe- ron; tengo que cortar”. Gerca del mediodia, mientras se difundia sucesion de dramaticos boletines médi- , legué a la oficina de un amigo, que thora se desempefia en un alto cargo gu- ernamental. Quedamos conversando has- a que alrededor de la una y media de la arde, todas las emisoras de radio y televi- comenzaron a transmitir en cadena. La sefora Isabel Perén, poco después, inuncié, con voz entrecortada, la muerte de su marido. Unos minutos mas tarde sali- ‘mos a la calle. Era lunes, y el dia estaba pléndido, con las calles repletas de gen- te. Me parecié increible encontrarme en ‘na ciudad de aspecto tan normal, cuan- do todos —partidarios y adversarios del muerio— sabiamos que terminaba de pro- dueirse un episodio que alteraria la historia ‘del iiltimo cuarto de sigio en el pais. 35 Entre las tres y las cuatro de la tarde los comercios entornaron sus puertas y el cen- tro de Buenos Aires comenzé a vaciarse. Nunea antes habia visto semejantes colas en los almacenes y fiambrerias. Poco des- pués fini a la sede del radicalismo, que toda- via estaba en la vieja casona de Tucuman al 1600. Se respiraba alli una extrana atmés- fera: todos intuian que se aproximaban dias dificiles, quiza tragicos; muchos lamenta- ban la muerte de Perén ahora que la rela- cién con Balbin y con los radicales marcha- ba tan bien, pero no todos los hombres y mujeres que alli se reunian en innumera- bles corrillos, habian cicatrizado las heri- das que el peronismo les infligié entre 1946 y 1955. A todo esto, los mas importantes diri- gentes politicos del pais, casi sin excepein, fueron hasta Olivos para presentar sus pé- Sames a la viuda. Cuando Balbin dio su re- cordado abrazo a la senora de Peron, le dijo: “Doctor, el general me hablaba tan- to de usted... Todavia esta mafana lo hizo largamente...” Esa misma tarde, mien- tras estaba reunido en su despacho con los miembros de la Mesa Direetiva, Balbin re- cibid una informacién mas detallada res- pecto de las ultimas referencias que Peron habia efectuado sobre su persona. 36 $ noticias fueron llevadas hasta la Ca- Radical por un amigo comtin del seere- © politico del Comité Nacional, senor mrique Vanoli, y del entonces secretario al y téenico de la Presidencia de la Na- , doctor Gustavo Caraballo. Segiin el to que ese hombre hizo al jefe radical y Vanoli, en las primeras horas de esa mis- manana Peron llamé a su dormitorio a faraballo para ordenarle estudiar la pos ad de que, a su muerte, el poder pas: | directamente a manos de Balbin. El re- erimiento fue impartido en presencia de abel, que guardaba silencio, y de Lopez fega, que protestaba enérgicamente con- Ta idea. “Caraballo sefialé entonces las enormes sultades legales que presentaba seme- inte curso de accién, mientras el ministro Bienestar Social sefalaba que levar a albin al poder era totalmente inconstitu- onal. Peron despaché a Caraballo con la ectiva de estudiar el tema rapidamente. fin embargo, poco después el funcionario jolvid a ser convocado a la habitacién en la mie se encontraba el lider justicialista, onde éste le indicé que abandonara el and- isis del tema. De inmediato, y dirigiéndose Su esposa, el presidente agregd: “Pero, todos modos, munea tomes una decision yportante sin consultar con Balbin”. j | Los dos dirigentes radicales no podian creer lo que eseuchaban. Cuando el visitan- te finalizo su relato, Vanoli le senalé la im- portancia de que el propio Caraballo hicie- ra ptiblico ese episodio que se convertia, de hecho, en el testamento politico de Peron. Pero el secretario legal y téenico sabia qué puntos calzaba Lopez Rega cuando alguien se ganaba su enemistad y habia decidido no abrir la boca sobre el tema, mas alld del pedido que habia formulado a un amigo in- timo para que Balbin conociera la historia. Vanoli relaté esa noche el asunto a algu- nos periodistas, cada uno de los cuales se lev6 la impresién de ser el tinico deposita- rio del secreto; lo que se intenté fue, natu- ralmente, la publicacién del episodio con un gran despliegue. Pero semejante nota no hubiera sido publicada sth la palabra del propio Caraballo, que fue —y quiz sigue siendo— inaccesible. Los funerales convoearon en Buenos Ai- res a muchos dignatarios extranjeros, en- tre ellos los presidentes Stroessner de Pa- raguay, Bordaberry del Uruguay y Banzer de Bolivia. Varios de los ministros que acompanaron a la senora de Perén en esas horas coinciden en sefialar que la entonces flamante Jefe del Estado se manejé en esos dias con una gran dignidad y compostura. 38 Para un puiiado de hombres, sin embar- 9, las ilusiones comenzaron a esfumarse ay rapidamente. El viernes 5 de julio, in recibié una invitacién para concu- dente le habia dicho pocas horas después la muerte de Perén y, sobre todo, con el sodio que le habia sido relatado al lider idical por un amigo del doctor Caraballo. 0 ya dentro de la residencia, Balbin se ontré con José Gelbard, comprendiendo nmediatamente que otras personas parti- fan de la reunidn con Isabel. Gelbard ypoco sabia a qué iba. "En realidad, se trataba de una maniobra perfectamente urdida: habian sido citados, indicacién del motivo de la convocato- todos los miembros del gabinete, los es comandante generales, los presidentes de ambas camaras del Congreso, el titular le la Corte Suprema, los secretarios gene- les de las 62 Organizaciones, de la CGT y dela CGE, el secretario general de la Pre- fidencia y el doctor Ricardo Balbin. La sesién comenzé con unas palabras de isabel en agradecimiento a aquellos de los presentes que habian hecho uso de la pala~ a en los funerales de Perén, especialmen- e a Balbin, que habia pronunciado en la 39 oportunidad el mensaje de mayor repereu- sion de su extensa carrera politica. De inmediato, con rostro tenso, Isabel sostuvo que habian legado hasta ella noti- clas de que algunos de los asistentes a la reunion tenian cargos que hacer contra Jo- sé Lépez Rega. Ademas con un cuidadoso lenguaje eliptico, la Presidente dio a enten- der que las acusaciones se vinculaban con una presunta relacién sexual entre ella y su secretario privado, La viudad de Peron hi- z0 un célido elogio del ministro de Bienes- tar Social, enfatizando su lealtad, su capa- cidad de trabajo y, sobre todo, la enorme confianza que ledispensaba Perén —“quien lo consideraba como a un hijo”, afirmé— para luego solicitar a todos los presentes opinaran sobre el asunto. El primero en tomar la palabra fue el titular de Trabajo, Ricardo Otero, quien no ahorré elogios para Lopez Rega; otro tanto hizo el canciller Alberto Vignes. La mayo- ria de los hombres sentados alrededor de aquella mesa, casi todos los cuales tenian opinion formada sobre Lopez (y no precisa- mente favorable, como lo revelaban en sus conversaciones reservadas) prefirié mant her la neutralidad ante el tema. Los mit tros Antonio Benitez, de Justicia; Benito Llambi, de Interior, y José Gelbard, de Economia, respondieron a la pregunta pre- 40 ial, segin dicen ahora algunos de entonces colegas, “tirando la pelota a mas esta sefalar que Ratil Lastiri, jidente de la Camara de Diputados, ha- 6 con abundancia a su suegro quien, sin yar'go, lo despreciaba. Su colega del Se- , José Antonio Allende, efectué una ly prolongada exposicién profesoral, en que intenté combinar una velada oposi- n al ministro de Bienestar Social con la udencia que exigia su ilusin de perma- er como primero en la linea sucesoria stitucional. El coronel Vicente Damas- que poco tiempo antes habia consegui- aduras penas, una audiencia a solas con erén para quejarse porque Lopez Rega le abia colocado micréfonos en su despacho la Casa de Gobierno con el objeto de abar sus conversaciones, elogié sin em- Zo con generosidad a su presunto ene- . El brigadier Fautario y el general a coincidieron en sehalar que se trata ‘de un tema que no era especifico de las uerzas Armadas y dijeron, por otra par- » que la Presidente podia elegir libremen- fa sus colaboradores. El titular de la Cor- %, doctor Bereaitz, se excusé de opinar. Solamente dos ministros, Angel Robledo, Defensa, y AlbertoTaiana, de Educacion; jalmirante Emilio Eduardo Massera y el 41 doctor Ricardo Balbin, tuvieron el coraje de intentar explicarle a la sehora de Peron la conveniencia de evitar que el secretario privado de su marido tuviera una influencia hegemonica sobre el gobierno. Casi todos ellos admitieron la lealtad de Lopez a la familia Peron, pero al mismo tiempo desta- caron la imperiosa necesidad de preservar inmacalada la imagen presidencial. Hacien- do hincapié en el comienzo de una nueva etapa del gobierno peronista, el lider radi- cal sugirié la conveniencia de quitar del ca- mino a aquellos factores que pudieran re- sultar irritativos. “Si usted considera nece- sario el asesoramiento politico del senor Lopez Rega —finalizé Balbin— puede se- guir contando con él desde las funciones que desempefia como ministro de Bienes- tar Social”. Una vez que los presentes terminaron de ofrecer sus opiniones, Isabel sefialé que “lo que fue bueno para Perén, sera bueno para mi: asi como lo que fue malo para Perén, sera malo para mi”, Con esas palabras to- dos entendieron que la influencia de Lopez permaneceria intacta, y que Héctor Cam- pora y Jorge Antonio, que habian llegado a Buenos Aires para los funerales de Peron, continuaban integrando las filas de los pe- ronistas réprobos. En efecto, la Jefe del Estado al dar por terminada la reunion 2 6 su decision de ratifiear a Lépez Re- n sus distintos cargos. Esa misma no- , la Secretaria de Prensa informé oficial- e de la designacién del ministro de star Social como secretario privado Presidente. Al abandonar la residen- Olivos, Balbin coment malhumora- a Vanoli, quien lo habia acompafado sin ticipar del conclave: “Esto ha sido una mpa”. _pesar de las opiniones de Balbin y de participantes de aquella reunién, en tido de que se traté de una maniobra dadosamente preparada, otros sostie- n que ese dia Isabel estaba dispuesta a enderse de Lépez, si una mayoria ancial de las personas a las cuales habia ‘ocado le hubieran sefialado con firmeza ecesidad de proceder en esa forma. que asi opinan afirman que muchos que otestaban airadamente contra el secreta- privado en herméticas conversaciones , no se animaron a decir lo que pen- in, quiz por apego a sus respectivos gos. Tal vez, entonces, fracasé la mejor junidad de reeneausar al gobierno de fa Estela Martinez. de Peron en una di- ecion que pudiera evitar la penosa agonia go el naufragio del proceso constitu- 43 Algunos de los participantes en la reu- nién no tardaron en pagar un alto precio por sus expresiones contrarias a Lépez Re- ga. El 13 de agosto se produjo finalmente una renovacidn pareial del gabinete, tal co- mo se esperaba desde tiempo atris. Ese dia, Benito Llambi (de quien Isabel habia dicho todavia en vida de su marido que “con engominados no vamos a ningun la- do”) dejé su cargo en el Ministerio del Inte- rior a Alberto Rocamora; Angel Robledo, quien habia acusado a su colega de Bienes- tar Social de pretender permanentemente interferir la labor del ministro de Defensa y de “meterse en cosas que no le impor- tan”, fue reemplazado por Adolfo Savino; Jorge Taiana, cuya posicién se habia hecho cada dia més insostenible tras la renuncia de Campora y que habia perdido por com- pleto el control sobre la situacién universi- taria, dejé el ministerio de Cultura y Edu- cacion a Oscar Ivanissevich. También Emi- lio Abras fue relevado de la Secretaria de Prensa por José Maria Villone. Durante una ausencia circunstancial de Lopez Re- ga, y con la ayuda de Vignes, Abras habia obtenido la aprobacién de Perén para que se enviara al Senado el pliego solicitando acuerdo para su designacién como embaja- dor, ya que deseaba abandonar su cargo ja que suponia una promisoria 44 diplomatica. Lépez se sintié “puen- ado”, ya que deseaba la permanencia de as en Prensa, Pero a partir de ese dia puso en el “index” y comenzé a busearle sustituto. itivamente fuera de dudas quien de- taba el poder real en el pais tras la rte de Perén. Todos los nuevos funcio- ios que fueron designados estaban de a manera yinculados con las preten- ies del ministro de Bienestar Social. Al- 0 Rocamora estaba relacionado con iri, quien lo habia designado seeretario la Camara de Diputados; luego integré -gabinete del gobernador Victorio Cala- 6 —cuyas relaciones con el poder central in todavia intachables— como ministro Gobierno. Adolfo Savino venia de ser embajador en a, gracias a Lopez, y en los corrillos de illeria se comentaban algunas bene- stiones efectuadas en la oportu- d. Villone era hasta entonces un perso- je desconocido, aunque luego se supo historia, sobre la cual volveré otro capitulo. Osear Ivanissevich ya ha- sido ministro durante la primera época mista y se dice que fue despedido por eso deseo de Evita, después de una venencia entre ambos sobre la salud 45 de la segunda esposa de Perén, a quien Ivanissevich trataba como médico. En esta oportunidad, como titular de Educacién, nunea llegaria a ser tomado demasiado en serio por sus colegas del gabinete. Durante las reuniones en la Casa de Gobierno solia interrumpir las exposiciones para efectuar acotaciones relacionadas con otros temas. Los restantes ministros hacian caso omiso de aquellas expresiones con una sonrisa de conmiseracién. Aludiendo a su avanzada edad y su falta de capacidad para compren- der graves problemas del area de su res- ponsabilidad, Casildo Herreras exclamé cierta vez con picara malignidad: “Ivani- ssevich hace rato que est muerto; lo que pasa es que todavia no se enter”. Poco después de la muerte de Perén co- menz6 a desatarse en et pais una ola de violencia que ya no cesaria. Dos organiza- ciones subversivas de extrema izquierda y multitud de bandas armadas que fueron ¢o- nocidas por el nombre generico de Triple A, pero que en realidad estaban vineuladas a distintos sectores del gobierno, asolaron al pais con atentados, secuestros y crime- nes. ‘Apenas dos semanas después de la desa- paricién del lider justicialista se asesiné al ministro del Interior del gobierno del gene- ral Lanusse. Arturo Mor Roig fue ultimado 46 entras almorzaba en una modesta canti- | de una zona industrial. Cerca de alli se ontraba un establecimiento metalirgi- . Cuando Mor Roig abandoné su minis- erio slo pudo hallar un cargo como asesor gal de la empresa de un amigo. El ex mi- tra ganaba alli 350 mil pesos viejos por aes y Su angustia econdmica era tan apre- niante que terminaba de solicitar un cré- ito personal, en un banco privado, por la da suma de 100 mil pesos viejos. En esa situacién de extrema dificultad condmica hallaron sus asesinos a alguien le habia dedicado toda su vida a la politi- Lo destaco con tanto énfasis porque, alld del enorme impacto emocional que enti ante el asesinato injusto y artero de hombre al que habia legado a conocer tomo dirigente, a valorar como pensador y apreciar como ser humano, he pensado iempre, desde ese dia, que la vida y la nuerte de Arturo Mor Roig representan ina reivindicacin de la clase politica ar- gentina, tantas veces vilipendiada injusta- ite y a la que quienes aprovecharon el er para la rapina hicieron tanto mal. En la noche de ese 15 de julio fui hasta el Salon de Pasos Perdidos del Congreso Na- ional, donde se velaban los restos del ex listro, cuyo rostro no tenia ya nada que fer con el hombre a quien yo habia conoei- 47 do. Poco después se desarrollé en el lugar una escena que ya no podré olvidar por muchos motivos. Con las palabras de una impresion todavia fresca la describi en un articulo de La Opinion de este modo: “Poco después de las 2, las adyacencias del Salon de Pasos Perdidos se poblaron de un creciente murmullo. Unos instantes mas tarde aparecid, casi encorvado, toma- do del brazo de su esposa, rodeado por amigos y custodios, Ricardo Balbin. Casi instintivamente se formé un pasillo para facilitar el acceso al lider radical, amigo de Mor Roig por mas de treinta aos. Primero el hijo, después dos hijas del asesinado po- litico se abrazaron con el presidente de la UCR, Luego avanzo decidido hacia el cata- falco sin mirar a nadie.” “Alli lo aguardaba la madre del ex presi- dente de la Camara de Diputados, una an- ciana de 82 anos. La crisis nerviosa que la vencié en esos tensos momentos parecié apabullar a Balbin. Cuando segundos mas tarde retornd un extrano silencio, apenas interrumpido por los sollozos, el jefe radi- cal, apretado por los restantes concurren- tes, hizo un gesto casi imperceptible: sola- mente qued6 tomado de su esposa, y cuando pareeia estar a solas con Mor Roig —quizii recordando los acuerdos y desencuentros que habian poblado esa amistad siempre nsa y leal a lo largo de los afios— lenta- e Balbin se quité los anteojos, eubrié penas su cara, que dejé de ser gris para ra un tono casi morado, y lord en si- io.” 0co después, medios vineulados a Mon- heros, hicieron llegar al jefe del radicalis. un macabro mensaje: Mor Roig no habia asesinado por su condicin de radical, en su cardeter de ex ministro politico gobierno militar. Ahora unos pocos in- antes de la conduecion de la UCR ase- an que desde hace ya tiempo conocen nombres de los matadores de su correli- rio. A partir de los cambios que se efectua- en el gabinete el 13 de agosto, comenzé sarrollarse una extensa etapa caracte- ada por una descomposicién del proceso, ees todavia lenta pero inevitable. Du- ite los meses que siguieron hasta fin de , el tema del primer ministro, del coor- jor del gabinete, del Consejo de Esta- de la reforma constitucional o de la mo- acion de la ley de acefalia, resurgié una ra vez. Con ello quedaba claramente jostrado que, mas allé de sus declara- es formales, los protagonistas de la na politica comprendian la necesidad recurso que quitara el poder real de manos de Isabel y de Lépez Rega. Hy 49 4 Una y otra vez se intenté, durante esa época recomponer, con su viuda, la relacién de didlogo y entendimiento que los sectores politicos habian mantenido con Peron. Pero en cada oportunidad los esfuerzos choeaban con palabras que sonaban bellas a los oidos, pero que eran inevitablemente seguidas por actitudes que degradaban el proces Asi, la violencia crecia sin pausa, sem- brando inseguridad y angustia. En octu- bre, decenas de colegios —sobre todo los privados— decian haber recibido amenazas de muerte a maestros y alumnos si no se suspendian las clases en forma inmediata. Antes, el 23 de julio, se habia producido el episodio de la ocupacién por asalto de los canales de television que hasta entonces estaban en manos privadas. Los operati- vos, con generosa exhibtcidn de armas y escenas de violencia, fueron dirigidos por periodistas que, con el tiempo, serian noto- rias figuras del gobierno de Isabel. Asi, Torge Conti,un mediocre reportero de Ca- nal 11, acaudillé las huestes asaltantes en esa emisora, mientras que Osvaldo Papa- leo, cuyos profundos conocimientos televi- sivos provenian de su actuacién en “Cora- zones solitarios”, hizo otro tanto en Canal 9. Bl asunto de los canales, euyos ex permi- sionarios no pudieron ingresar nuevamente a sus oficinas ni siquiera para retirar sus 50 ctos personales, constituyé un golpe icularmente duro para la politica de ciliacion en que estaba embarcada la \duceién del radicalismo, un partido para cual todo lo relacionado con las liberta- individuales, y por lo tanto con la de msa, tiene categoria de tema capital, "EI 17 de setiembre fue designado como or de la Universidad de Buenos Aires erto Ottalagano. A poco de andar, el ionario peronista, que provenia de las Ss de la mas rabiosa derecha pre-conei- t, demostré al pais que tras la pesadilla ivida por la universidad en manos de una ierda infantilista seguiria para esa po- universidad, ya ¢ antelamiento de los claustros profesorales lucido desde la tristemente célebre he de los bastones largos” (el 29 de io de 1966), toda la cadena de excesos ultrismo de derecha. Ottalagano produjo personajes que no nian nada que ver con la democracia y, entemente, tampoco nada que ver con “peronismo. Tales fueron los casos de i Zardini, el deeano de la Facultad de neias Exactas, para quien toda persona se encontraba politicamente ubicada 2 izquierda —y un admirador de Hitler— automaticamente tildada de comunista. lini no perdié oportunidad de denostar 1 =a a los partidos politicos adquiriendo notorie- dad por las barbaridades que decia. Un caso similar fue el de Horacio Calderon, un hombre vinculado sucesivamente a distin- tos sectores de las juventudes peronistas, que hizo de su cargo como jefe de prensa de la universidad —en el que duré hasta el derrocamiento del gobierno— una trinche- ra antisemita. Pertenecia al grupo ultra- montano que encabeza un eterno eonspira- dor como Walter Beveraggi Allende, al que también adheria fervorosamente Julio Gonzalez, discipulo dilecto de aquél. E18 de octubre se realizé durante largas horas una muy amplia reunién multisecto- rial de la que participaron précticamente todos los partidos politicos. Los reclamos que efectuaron los distintos dirigentes fue- ron practicamente unanimes, y Balbin hizo entonces su famosa figura sobre el “micro- clima” que impide, dijo, la entrada al des- pacho presidencial de “brisas renovadoras”. En esa misma ocasion, Ivanissevich inten- t6 una interrupeidn grosera a una exposi- eién de Oscar Alende cuando éste criticaba la situacion universitaria, pero fue severa- mente puesto en vereda por Isabel, quien ofrecié sus disculpas al jefe del partido In- transigente. También Lopez Rega intento interrumpir y recibié de la Presidente la orden de permanecer en silencio. finalizar la reuni6n, la sefiora de Pe- asegur6 a sus interlocutores que cono- a los problemas y que las observaciones habia escuchado no caerian en saco . Se abrié entonces un nuevo pero bre- Yesquicio para la esperanza de que se ijeran rectificaciones. No las hubo. 1 tramo mas jugoso de aquel conclave ‘desarrollé en uno 0 dos minutos, cuando bel despedia al doctor Balbin. “Ustedes ain cada vez mas en la vereda de enfren- , Y eso no esta bien”, dijo sonriente la fe del Estado. Sin inmutarse, y sonrien- también, el lider de la UCR respon lo sefiora, lo que ocurre es que ustedes nos escuchan; si lo hicieran, se darian nta exacta de donde estamos”. La viuda Peron indicé entonces que “voy a invi- ‘a tomar un café para charlar de estas fas que me interesan mucho”. “Yo tomo , retrucé Balbin con una sonrisa como ablandar lo que era nada mas que una e de circunstancias y para no adoptar \guna iniciativa. Sin embargo, el encuen- entre ambos demoré mas de seis meses, produjo cuando ya todo estaba mucho desquiciado y era, por lo tanto, mu- mas dificil de rescatar. En el mes posterior a la muerte de Pe- , Lopez Rega habia dado pasos de para su consolidacién en el poder. En 33 . uno de esos pasos, el destino se puso de su lado: el 6 de julio murié en un sanatorio, victima de un sincope eardiaco, el entonces secretario general de la CGT, Adelino Ro- mero. Este dirigente era considerado como el lider de la linea moderada dentro del gremialismo, y su desaparicién abrid las puertas para que también en Ia central obrera Lopez Rega diera su zarpazo. Efec- tivamente, asi ocurrié cuando se procedié a la renovacién del Consejo Directivo de la CGT, cuyas anteriores autoridades caduca- ban precisamente en julio. Quizé, Romero pudo haber obtenido Su reeleccién y evitar la hegemonia del sector lopezrreguista, pero su muerte produjo el colapso en las filas moderadas. Segundo Palma, el hom- bre que sucedié a Rogelio Coria al frente del gremio de la construceién, resulté elec- to al frente de la CGT. Entre los puntales con los que el ministro de Bienestar Social contaba en el nuevo elenco figuraba una estrella en rapido ascenso, que provenia del Sindicato del Seguro. Con el correr del tiempo, sin embargo, le ocurrié a Jése Ge- naro Baez lo que a tantos otros de sus co- rreligionarios: el proceso lo fue poniendo en la vereda enfrentada a la del gobierno, pero sin capacidad para terminar eon él; por tltimo, los acontecimientos lo devo- raron. _ Tras este episodio y con la permanente reocupacién por llevar a la victoria —mer- ed al apoyo politico y econémico que ofre- i— en las elecciones internas de lo sindica- 8 a los dirigentes que le parecian mas pro- dives a él, Lopez Rega creyé tenerlo ya casi odo en la mano. En el gabinete habia elimi- ado a los hombres que le estorbaban por diversas razones. El resto del equipo podia sere titil: Otero pertenecia a la linea gremial ue le era afin; Vignes estaba lisa y llana- ntea sus érdenes, y Benitez —que con su bsecretario Pérez Pardo y la joven mujer ste, armaban sin prisa pero sin pausa un | oder Judicial en el que pululaban los co- tos, los ineficientes y los acomoda- jos— era un eterno neutral que siempre estaba junto al ganador. El secretario privado de Isabel tenia to- via dos campos en los que queria avan- las Fuerzas Armadas, donde lo inten- aa partir de mayo de 1975 con el relevo el general Anaya, y el ministerio de Eco- ia. Es que, por distintas razones, Lé- z Rega y Gelbard eran los tinicos hom- es con peso propio en el elenco ministe- al. Desde el 25 de mayo de 1973, y por un wgo tiempo, ambos actuaron como alia- , pero a partir de la muerte de Perén la elacion comenzé a deteriorarse rapida- ente. Tuve el primer indi¢io de ese cam- 54 55 bio a través de los cuidadosos comentarios que Vignes deslizaba cada tanto: cuando el canciller dejé de preocuparse por ocultar sus desavenencias con Economia, supe que Gelbard habia eaido en desgracia en aque- lo que en los medios politicos se denomina- ba “la corte”. Poco después trascendié que Lépez ya habia elegido al hombre que deseaba yer al frente del Palacio de Hacienda; se trataba de su secretario de Seguridad Social, Ce- lestino Rodrigo. Gelbard percibio, natural- mente, la tormenta que se cernia sobre él y, sabedor de careneia de apoyos en el seno del gabinete, procuré ampliar su base de apoyo politico fuera de las filas guberna- mentales. No seria una tarea facil: el fun- dador de la CGE era un hombre poco bien visto en las Fuerzas Armadas; ademas, ha- bia cometido durante largos meses pecado de soberbia, pero shora corria a solicitar ayuda a quienes no habia querido escuchar, Simultaneamente, comenzaron las denun- cias sobre el asunto Aluar en el Congreso, y se formé la comisién bicameral que debia examinar los contratos firmados en tiempos de Lanusse. Por si todo fuera poco, presen- to su renuncia —alegando desavenencia de fondo— el presidente del Banco Central, Alfredo Gémez Morales. Todos entendit ron que este veterano peronista de la vi 56 lipo y retornar en poco tiempo como mi- tro. Gelbard intenté que el radicalismo salvara prometiendo rectificaciones pero radicales se sentian engaiiados: “Se ha isado de mentirnos; ya no tenemos razo- S ni animo para sostenerlo”, me dijo en ellos dias el senador Juan Carlos Pu- se. jurante todas esas semanas, el ministro tuvo largas conversaciones con algu- S periodistas a los que conocia desde mpo atras. Ante ellos Gelbard no se can- de relatar anéedotas de Lépez Rega, lar textualmente de la “fascistizacion gobierno” y del clima de terror que vi- el pais. Finalmente, el 21 de noviembre, equipo econdmico cayé y fue, como se veia, reemplazado por otro, encabezado Gomez Morales. Pero como ese no era jombre que Lopez Rega queria en el car- la guerra de zapa contra el nuevo minis- comenz6 de inmediato, co antes, el 1° de noviembre de 1974, is fue conmovido por el asesinato del de Policia y su esposa. Todo ocurrié indo una carga de dinamita estallé deba- le la embarcacion deportiva en la que el sario inspector Villar y su tinica acom- inte, la esposa, habian partido apenas indos antes, aprovechando el feriado y sess 1 j j un dia espléndido. Todos los eustodios del Jefe policial permanecieron en tierra y los ireulos politicos coincidieron entonees en que el atentado sélo pudo realizarse contan- do con un entregador entre los hombresmas intimamente vinculados a Villar. Si la sub- version habia legado hasta ese punto, el avance de la guerrilla era mucho mas serio delo que la mayor parte de los argentinos es- taba dispuestaa creer. Salvo, claroesta, que se tratara de un atentado promovido por otros grupos y con otros motivos. Con el correr del tiempo alguno de los servicios de inteligencia de las Fuerzas Armadas con- cluyé que esta tiltima hipétesis era también posible. Menos de una semana después, el gobierno decrets el estado de sitio. Simulténeamente, se habia abierto otra fuente de especulaciones: el 7 de diciembre se iba a inaugurar en Lima una reunion de presidentes de los paises bolivarianos y nmartinianos con motivo de celebrarse el squicentenario de la batalla de Ayacu- cho. Todo hacia suponer que la sefiora de Perén concurriria, aprovechando una oca- sion para realzar con su imagen internacio- nal el deterioro interno. La paradoja es que una prueba de ese deterioro se tuyo cuando se conocieron los temores de Isabel y Lopez Rega a dejar el En ese caso el Poder Ejecutivo iba a , el popular cristiano José A. Allende, 14 figura en absoluto confiable a los inte- ites de “la corte”. Se argumentaba que, través de un entendimiento con las Fuer- s Armadas, se evitaria el regreso al pais la sehora de Perén, y sin mayores trau- nas institucionales, la presidencia queda- definitivamente en manos de Allende, hombre aceptado por todos los sectores a quien se le reconoeia estatura intelec- 1 para la jefatura del Estado. _ Varios ministros sostuvieron que se tra- iba de un temor infundado y que en todo 80 podia recurrirse a la maniobra de que Presidente invitara al doctor Allende a egrar su comitiva, a lo cual el legislador nuy dificilmente podria negarse; de ese iodo, la presidencia recueria transitoria- lente en un hombre de absoluta confianza, mo lo era el titular de Diputados, Raul sién de que Allende seria de- ado como uno de los miembros de la itiva presidencial, ante lo cual visité al dor en su despacho del primer piso de Camara alta. Me transmitié la firme im- sion de que él mismo no sabia cual seria ‘desenlace del asunto, pero me asegu- que no aceptaria, con cualquier argu- 59 on qué sorpresa se encontrarian: habian currido ante la insistente invitacion de hombre con quien tenian amistad desde iacia largo tiempo. Hacia la medianoche legé al lugar el al- Mirante Emilio Eduardo Massera, que también figuraba en la lista de invitados. a tardia legada del comandante de la Ar- fa irrité sobremanera al ministro de Bienestar Social, quien lanz6 una frase ‘agresiva hacia el jefe naval en cuanto éste senté a la mesa. Uno de los testigos de lla increible reunién, quien me relaté €! episodio, sostiene que Massera replicé con singular dureza. Lopez, a esa altura de a noche, ya habia rociado la comida con luficiente bebida como para que se le solta- la lengua ain mas de lo habitual. La ria que le habia provocado la tardanza del itular de Marina lo impulsé a despacharse ontra varios de los presentes, A Vignes lo califies de “inttil, viejo car- man”, que no habria legado nunca a a de no haber sido por él; también lo até de “viejo verde, que andas por todos dos pasedndote de la mano de tu aman- @”, ¢ hizo el nombre de una funcionaria de i cancilleria que habia obtenido espectacu- es ascensos desde la legada de Vignes al lacio San Martin. Azorado, y sin saber Ué hacer, el hombre que conducia la diplo- mento, acompafiar a Isabel. Que quedara bien claro que no se animaban a dejar el Ejecutivo en manos de un hombre que no pertenecia a lo que la senora de Perén cali- ficaria meses después como su “pequeno circulo de amigos”. Risuenamente, Allende me dijo aquel dia: “Me ha dado un repenti- no brote de nacionalismo; tan es asi que no estoy dispuesto a abandonar el pais”. Fi- nalmente, en la noche del 27 de noviembre el canciller Vignes anuncié ptblicamente que la Presidente no concurriria a la re- unién de Lima. La Argentina perdié asi una excelente oportunidad de jugar el pa- pel de potencia regional en una conferencia de la que participaban casi exclusivamente paises andinos y de la que Brasil habia que-~ dado excluido. En la noche del 22 de diciembre se des: arrolla en la casa particular de un diploma- tico argentino —que estaba al frente de una de nuestras representaciones pero se encontraba en Buenos Aires con motivo de las fiestas de fin de aflo— una cena que retine entre otros a José Lépez Rega, Rauil Lastiri, Alberto Vignes y a los generales Videla, Viola y Suarez Mason. Los altos jefes militares —que entonces eran-respec- tivamente jefe del Estado Mayor General, secretario del Comando General y Jefe II Inteligencia— Hegaron al lugar sin saber 60 61 maeia argentina, se limité a responder bal- buceante: “Pero Daniel, zqué pasa?” Da- niel era el nombre que Lopez Rega usaba en su logia, y asi solian lamarlo sus mas intimos, empezando por Isabel. A Lastiri, Lépez le pregunts: “Si eres que me alegra que mi hija se haya casado con un viejo como vos, que sin mi no hubie- ras legado a nada”. Finalmente, el todo- poderoso secretario privado de la Presi- dente se dirigié nuevamente a Massera, para reprocharle que “usted nunca se deci de si nos apoya 0 no nos apoya”. El coman- dante de la Armada respondi y sin ahorrar palabras poco acto seguido se levanté de la mesa, saludé a los restantes militares que participaban in- voluntariamente de aquella escena, y ser tiré. En la manana siguiente, la Jefe del Estado recibié el tradicional saludo de los mas altos funcionarios con motivo de las fiestas, pero Lépez no estaba alli y se infor- m6 que trabajaba en Olivos. Lo mas seguro era que a esas horas, el suefo estuviera reparando lo que el aleohol habia dafiado la noche anterior. Pero en realidad, aquel no fue el primero ni el tltimo encontronazo frontal entre Massera y el ministro de Bienestar Social El primer viernes de diciembre, el coman- dante de la Armada invité a comer a su a2 say a sus dos hijos al Hostal del Lago, | Palermo. Mientras la familia Massera se icontraba comiendo, fueron detenidos en entrada del restaurante dos hombres ar- los. El episodio se conocié pocos dias lespués por los diarios, que informaron le se trataba de un intento de asesinato tra el almirante. El 12 de ese mes, el fe naval mantuvo una entrevista con la sidente de la Nacién, a la que solicité le participara de la misma el ministro de jienestar Social. ‘Tras relatar el suceso ocurrido en el res- lurante, Massera hizo saber a Isabel que investigacién efectuada habia permitido tablecer que se habia tratado de hombres ineulados a Lopez Rega. Ante el silencio sidencial, la reaccién del secretario pri- lo no se hizo esperar, y consistié en una cla protesta de inocencia. “Vea sefora rosiguid el comandante como si las pal is de Lopez no hubieran sido pronuncia- yo quiero que usted sepa que si a mi ocurre algo, el Consejo de Almirantes 4 quien fue el culpable”. La respuesta titular de Bienestar Social fue inmedia- Almirante, yo le ofrezco mi custodia, que tenga usted las mas absolutas ga- itias. Vea, Lépez, yo prefiero mi propia eus- 63 todia, que es de marinos, a que me mate la suya, que es de asesinos. El increible diélogo, que se desarrollé ante el mas absoluto silencio de la sefio- ra de Perén, trascendié en algunos me- dios periodisticos mas de un mes después de haber ocurrido. Cuando yo regresé de mis vacaciones de verano, a fines de febre- ro, dos amigos comunes con los cuales yo habia hablado sobre mi interés en conocer al comandante de la Armada me hicieron saber que el almirante estaba totalmente dispuesto. Pocos dias antes de coneretarse esa primera entrevista, por distintos con- duetos escuché la historia de la escena con Lopez Rega. Debo confesar honestamente que no la cre. Tal como me ocurre con, entre muchos otros, los generales Videla.y Viola, quiero ser excesivamente prudente en las alusio- nes directas que formule respecto a Masse- ra, habida cuenta que todos ellos son prota- gonistas del presente, Ni la amistad que ellos me han dispensado me da derecho a perjudicarlos a través de una infidencia, ni quisiera yo aparecer favoreciendo a unos sobre otros. Pero de todos modos diré, si, que esa primera conversacion con el jefe naval me hizo una profunda impresién. Me parecié, por sobre todas las cosas, un hombre con fa in talento politico innato. En un cargo co- el suyo, eso debia necesariamente sig- ar una enorme ventaja, como los meses iguientes se encargarian de confirmar. En aquellos dias —los primeros de mar- za de 1975— ya habia comenzado a practi carse nuevamente en el pais ese gran de- porte nacional que es hablar del golpe. Massera decidié romper el hielo del primer \cuentro con una sola frase, disparada en el momento que nos sentdbamos a conver- sar después de las primeras formalidades: Bueno, supongo que si queremos parar el alpe tendremos que hacer algo rapido”, ‘dijo, exhibiendo su famosa sonrisa que ha de tanta franqueza —y naturalmente confi- dencialidad—, que sobre el final decidi re- atarle la historia que habia legado a mis los, para que él confirmara 0 no su vera- cidad. “Si, si —me dijo riéndose— pero no Entre el 12 de diciembre y el dia de mi entrevista con el almirante Massera habian oeurrido otros hechos de trascendencia. El 8 de enero, la senora de Perén viajo a Cha- padmalal para pasar una temporada de seanso. Unas dos semanas mas tarde, el 65 ambiente politico comenzé a enrarecerse en Buenos Aires, hasta que alrededor del 25 estallé una especulacién en torno a Lé- pez Rega, a quien no se lo habia visto en Mar del Plata en los tiltimos dias. El dia 27, como para llevar la tensién al maximo, Isa- bel abandoné la residencia de Chapadmalal y se trasladé a la Escuela de Suboficiales de Infanteria de Marina en Punta Mogotes. {Presa o refugiada? Esa parecia ser la gran Pregunta, la unica que importaba. La reconstruccién de ese episodio ofrece grandes dificultades, porque distintos pro- tagonistas relatan sobre él diferentes ver- siones. Parece de todos modos descartable la especie que circulé en aquellos di sentido de que, por un error, se habia pro- dueido un tiroteo entre custodios, lo cual hubiera revelado la absoluta,falta de segu- ridad que ofrecia el lugar. En cambio, si parece haber existido una muy seria disputa entre Isabel y su secre- tario privado, de resultas de la cual la se- tora de Perén habria echado a Lopez Rega de su residencia veraniega. El ministro de Bienestar Social viajé entonces, efectiva- mente, al Brasil, con el doble objeto de atender susintereses econdmicosy darse un revitalizador bao de espiritismo a través de la logia Umbanda. Se supo luego que en ocasién de ese 66 je, mas precisamente en Porto Alegre, los ‘custodios de Lopez provocaron un esednda- lo de proporciones, tras el cual el secretario privado de la Presidente debié abandonar “el pais virtualmente a los saltos. Solamente “razones diplomatieas, dada la posicién que Lépez Rega ocupaba en el gobierno argen- ‘tino, evitaron que la noticia se difundiera tanto en nuestra prensa como en la bre _lefia. Lo cierto es que durante la ausencia de “Daniel”, Isabel dispuso, de un momento. para el otro, su traslado a la base naval. La misma estaba ya preparada para recibirla, porque desde tiempo atras se la habia de- signado como residencia alternativa para la viuda de Peron en Mar del Plata. Durante su permanencia en la Escuela de Suboficia- les, Isabel hacia extensas ¢ intensas sesio- nes de gimnasia, durante las cuales nadie podia molestarla; se alimentaba bien, y en " pocos dias logré ponerse lo suficientemente yozagante como para desmentir los rumo- res que hablaban de enfermedades. A su regreso del Brasil, Lopez Rega ha- bria procurado una y otra vez ingresar a la base naval. Pero no tuvo éxito ni siquiera solicitando por las vias habituales una au- diencia presidencial. Entretanto, en Bue- nos Aires, el clima politico era irrespirable, lo que parecia totalmente inaudito para 67 nuestras mejores tradiciones: crisis en Ia tiltima semana de enero. Todos intuian que algo estaba ocurriendo, pero en realidad nadie sabia exactamente qué. La impresion generalizada era que Lépez habia sufrido un duro golpe que, en el mejor de los casos, modificaria su relacién con Isabel, y en el peor, determinaria su alejamiento. En mi afanosa recorrida por contactos militares y politicos de aquellos dias no encontré mas que un conjunto de gente desinformada que, sin embargo, aseguraba que Lépez era hombre muerto. La realidad demostra- ria lo contrario. Por fin, en su cardcter de ministro de Bienestar Social, Lépez logré vencer el cerco que aparentemente le habia levanta- do la Presidente: los secretarios del area de Bienestar Social solicitaron wma audieneia a Isabel para exponerle problemas vincula- dos con la accién de sus respectivos depar- tamentos. Lopez Rega concurrié para acompaiarlos y pudo, esa vez si, ingresar a Ja base naval. En la misma tarde, a ultima hora, se conoeid en la Casa de Gobierno una fotografia en la que posaban sonrientes Isabel, Lopez, Casildo Herreras y Lorenzo Miguel. Al dia siguiente, uno de los mas altos funcionarios de La Opinién mantuvo una de sus escasisimas entrevistas con José 68 ria Villone, el secretario de Prensa. En momento de la conversacién, Villone re- Tato que la fotografia habia sido trucada para que el secretario privado apareciera al Jado de la sefiora de Perén. “Hubo que sa- car una cantidad de gente de entremedio— dijo para asombro de mi colega—; pero wea que trabajo mal hecho! Estén todos “completamente desproporcionados. jMire Ja clase de incapaces con los que hay que manejarse aqui! El viernes 31 de enero mantuve una en- revista con el ministro del Interior, que se prolongé por espacio de una hora y media. “Fue un encuentro de caracteristicas muy peculiares. Yo no conocia al doctor Roca- “mora, y habia obtenido la audiencia por el simple camino de un llamado telefonico ala secretaria privada, con el objeto de efec- tuarle un reportaje. Al ingresar al despa- cho supuse que, como es habitual en estos casos, tendriamos primero una breve con- versacion off the record durante la cual él me contaria cosas bajo el compromiso de no publicar y yo le propondria las reglas de juego para la entrevista Nada de ello ocurrié. Mi grabador fun- ciond practicamente desde el primero hasta el ultimo minuto de mi permanencia en el despacho ministerial. Rocamora contest6 todas las preguntas que le formulé-y, para 69 gran alegria mia, formulé algunos anuncios importantes. Habl6 sobre la necesidad de dictar una nueva ley de acefalia; indicé que se reformaria la Constitucién aunque sin volver a la de 1949 y recomend6 un acuerdo previo sobre el tema entre las grandes fuerzas politicas, para luego someter la re- forma a un plebiscito. El ministro mostro una excelente disposicion hacia los partidos opositores, afirmando que “no debemos ol- vidar que los opositores de hoy pueden ser los aliados de mafiana; y los aliados de hoy, los opositores de mafana”. La frase pare. cia encerrar un acercamiento hacia la UCR Y una critica al desarrollismo, que ya habia comenzado a asumir posiciones que lo ban distanciando del gobierno. Cuando faltaban pocos minutos para fi- nalizar, ingres6 al despacho —sin que por ello se interrumpiera la grabacién— el se- eretario de Prensa, José Maria Villone. El funcionario mantuvo una absoluta pasivi- dad, salvo cuando, ante una pregunta mia sobre el papel politico del gremialismo pe- ronista, Rocamora hizo una velada critica a la CGT sefialando la necesidad de que se mantuviera dentro de ciertos limites, Ese eliptico, pero claro, golpe a los sectores sin- dicales entusiasmé a Villone, quien tomé uno de los brazos del ministro mientras ha- cia un gesto de triunfo y aprobacién. 70 Yo no conocia al secretario de Prensa, ni “yolvi a verlo nunca mas. Pero recuerdo que produjo una profunda sensacién de des- ‘agrado. Su presencia fisica, su estilo y sus modales me recordaron a los personajes de Ta ciudad Chicago de los afios mil novecien- tes veinte. En realidad, el centro de gravedad de la entrevista habia sido conocer la reaccién de “Rocamora ante una medida que el gobierno "habia dado a conocer el 9 de enero. Ese dia se promulgé el decreto 2114 firmado por la sefiora de Perdn el 30 de diciembre de 1974, "por el cual se creaba la Secretaria Privada de la Presidencia de la Naci6n. En buen ro- mance, esto significaba institucionalizar y ampliar los poderes de Lépez Rega como secretario privado. ; En su edicion del 10 de enero, La Opi- nidn resumié asi los siete articulos que eomponian la parte dispositiva del texto, donde se detallaba la estructura y las fun- ciones que corresponderian al nuevo orga- “nismo: “El decreto dispone que sera mision de dicha secretaria otorgar, programar y organizar las audiencias de la sefiora Presi- dente de la Nacién, procediendo a la clasifi- " cacidn, recepcién y tramitacién de los pedi- dos de audiencia y diagramando los mismos eon el orden de prelacién que senala la Pri- mer Magistrado”, a “Para tal fin podra requerir por si la in- formacién necesaria sobre personas, socie- dades u organismos publicos, concretar la coneurreneia de intérpretes, peritos, se- cretarios de Estado y/o ministros del Po- der Ejecutivo, cuya opinion y/o presencia sea requerida por la Jefe del Estado. Se establece también que correspondera a la Secretaria Privada de la Presidencia de la Nacién el requerimiento de fondos reserva. dos y la recepeién de los mismos, otorgan- do y suseribiendo los respectivos instru- mentos de peticin y pago. Ese organismo tendra a su cargo la coordinacién de sus actividades con la Secretaria General de Go- bierno, con la Secretaria T éenica, con la Se- eretaria de Prensa y Difusién, con la Casa Militar, con la Secretaria de Informaciones de Estado y con los demas organismos de la jurisdiccién Presidencia de la Nacién. Tam- bién establecera su congruencia con la se- cretaria personal de la Presidente; confec- cionard la agenda de las actividades piblicas y privadas de la Presidente, y establecer, en coordinacién con la Casa Militar, el gra. do protocolar que corresponda a los dife- rentes hechos y actos presidenciales.” Se trataba en ultima instancia de Jegali- zar los poderes de Lopez Rega, quien se convertia a partir del deereto en el verda- dero “dueiio” de Isabel: manejaba sus en- 2 evistas, sus apariciones y hasta los fon- s reservados de la Presidencia. Se le su- de Gobierno, y aun la Casa Militar y la Se- eretaria de Informaciones de Estado que istros y secretarios de Estado quedaban a Ordenes del todopoderoso secretario vado. El asunto fue, naturalmente, una “investirse de poder no conoefa limites. En la practica, el decreto no le agradaba nada, mes de hecho ya ejercia todas aquellas nciones. ;Para qué entonces irritar a la opinion publica, dentro, fuera y frente al "gobierno con semejante asunto? Visto des- de la perspectiva que proporciona el tiem- ‘po transeurrido, uno se pregunta ahora ‘e6mo se pudo haber crefdo en aquellos dias de fines de enero de 1975 que la estrella de épez Rega se apagaria bruscamente sal- ‘0, claro estd, que las Fuerzas Armadas Wwieran algo que ver con la presencia de la sefiora de Perén en la base naval de Mar del Plata. Pero los militares todavia no es aban listos para ejecutar ninguna accion jue liquidara al minis i ial y, tal como habia ocurrido en otr: oportunidades, también de esta crisis la 3 posicion del secretario privado emergio mas fortalecida que antes. El 9 de febrero se anuncio la interven- cién del Ejército en la lucha contra la sub- version en Tucuman. A pesar de tratarse de una decisién militar de gran importan- cia, la medida se conocia en los circulos po- litieos y periodisticos por lo menos desde diciembre de 1974, cuando algunos de los asesores del teniente general Anaya desli- zaron comentarios al respecto ante un pu- fiado de periodistas. En un primer momen- to, nosotros manejamos esa informacion con una gran cautela pero, hacia fines de enero, desde las propias filas del gobier- no, empez6 a hablarse sobre una inminente decision presidencial de gran trascendencia enrelacion con la lucha contra la subversion. En realidad, el decreto ¢orrespondiente le habia eostado a Anaya no solamente al- guna tarea de persuasion entre los altos mandos, sino ademas dos viajes a Mar del Plata para obtener la firma de la senora de Perén. La ultima visita la efectuo el co- mandante general del Bjército a la Presi- dente en la base naval, donde fue obligado a aguardar un largo rato mientras Isabel terminaba —vestida con la correspondien- te indumentaria deportiva blanca, inclui- das las zapatillas— su sesién matutina de gimnasia, que comprendia también la clasi- 74 ntia perfectamente bien, como notifiean- do al Ejército sobre la falsedad de los ru- mores que circulaban respecto de su defi- eiente estado de salud. El decreto del 9 de febrero fue present: por el gobierno como una gran demo: racion de autoridad de la Presidente, quien ordenaba a las tropas, en su calidad de comandante en jefe de las Fuerzas Ar- adas, entrar en guerra abierta contra la rrilla rural del ERP (que habia hecho Tueumén su principal foco). Sin embar- , uguel paso, que debia eapitalizar el apo- en convertirse en una seria ente de conilicto. Es que, a medida que fue avanzando el les dle marzo, comenzé a tomar impulso la ~ampaiia electoral para los comicios que jones nuevo gobernador y vice, ya 2 los dos miembros del Poder Ejecutivo ovineial habian muerto en diciembre de 1973 en un accidente de aviacion. Una y vez, el general Anaya explicaba a la jiora de Perén la fundamental importan- a de complementar con acciones de go- erno en los campos econémico y social la rea antisubversiva que el Ejército des- i arrollaba en el plano estrictamente militar. Pero, a poco que el gobierno comenzé a preocuparse por la eleecién misionera, mas y mas fondos destinados a la aecién social en Tucuman fueron desviados hacia la cam- pana proselitista en Misiones, donde el mi- nisterio de Bienestar Social no tenia el menor empacho en repartir frazadas, ar- tieulos para el hogar o directamente sobres con dinero. Esos desvios no tardaron en producir irritacion en el Ejéreito que no se preocupé demasiado por disimularla. ‘Todos los viernes a las seis de la tarde, el comandante general o el secretario del Co- mando General mantenian una conversa- cion informal con los periodistas acredita- dos ante el Ejército. La ocasion servi para que los hombres de prensa ventilaran sus dudas y para que las autpridades de la Puerza hicieran saber, por dos vias posibles los comentarios que les merecia la aetuali- dad. Esto se lograba por expresiones que los diarios vertian al dia siguiente atribu- yendoselas a “un vocero del Ejercito” 0 a “una fuente autorizada del Comando Gene- ral”, o a través de reflexiones que, aunque no podian ser publicadas, se difundian rapi- damente en los medios politicos, oficiales y militares por la infalible via de lo que los romanos denominaban la tradicion oral. Uno de esos viernes de marzo, fue el propio Anaya quien bajo a conversar con los periodistas —habitualmente lo hacia el general Viola como secretario del Coman- do—, y todos supieron entonces que el Ejército tenia interés en hacer conocer a través de su maxima jerarquia un punto de vista sobre un tema de actualidad. “Nues- tra accion en Tucuman —dijo el titular de Ta Fuerza— alcanza apenas a eubrir el diez por ciento de lo que hace falta: el noventa por ciento restante tiene que hacerlo el go- bierno a través dle su accién en lo politico, “en lo econdmico y en lo social. Nosotros ‘estamos haciendo nuestra parte pero, la: entablemente, otros no hacen la suya” La expresién encerraba una gran dur ¥ ademas se convirtié en un clasico de la ii ‘trense en materia de lucha an- 1 hasta el final mismo del go- ierno peronista, a punto tal que, con algu- its modificaciones, mas semanticas que de fondo, fue uno de los argumentos prineipa- les para producir finalmente el derroca- lento. En el mes previo a las élecciones én fisiones, el gobierno se vio envuelto por rimera vez en un clima de crisis generali- la que comenz6 a propagar la sensucién le fragilidad que presagiaba la caida. En Wwellos dias lego a Buenos Aires un pe- jodista britanico especializado en temas latinoamericanos, que pertenece a las re- dacciones del Financial Times y del The Observer. Durante mi estadia en Londres, en diciembre de ese mismo aio, visité a Hugh O’Shaugnessy quien me recordé los dias que habia pasado, en marzo, en la ca- pital argentina: “Varios colegas me dijeron entonces —memoré— que no me fuera de la Argentina porque el golpe era cuestion de dias”. Obviamente se trataba de una exageracién, pero yo diria que a partir de ese momento se comenzé a configurar el clima de la caida. Sobre mediados de marzo llovieron sobre el gobierno una serie de declaraciones: Al- varo Alsogaray, Francisco Manrique, el Partido Revolucionario Cristiano, la Comi- sién Permanente de la Conferencia Episco- pal Argentina, el MID, todos alzaron sus voces para advertir al gobierno que estaba poniendo rapidamente al pais al borde del despenadero institucional. Por su caraeter de socio del Frente Justicialista de Libera- cién y por la fama de Frondizi en cuanto a su ubicuidad politica y a sus calidades de augur, el documento del Movimiento de In- tegracion y Desarrollo, emitido el miéreo- les 12, cay6 como una verdadera bomba. “Aquella etapa de expectativas esta ce- rrada hoy —decian Frondizi y Frigerio re- firiéndose al triunfo electoral de marzo de 8 1973—. A la esperanza sucedieron interro- gantes que cada dia se hacen mas severos”, Mas adelante advertian que “si el gobierno | piensa en preservar su legalidad poniendo un parche cada dia, todo parece indicar que no lograra su objetivo”. “El desgaste de una época de transicion particularmente di- ficil deja por delante un margen estrecho "para el error”. Como aludiendo a las expre- siones de Anaya ante los periodistas, el MID. afirmaba que “es muy dificil luchar contra Ja subversién mientras el cuadro econémico y social se deteriora dia a dia”. En medio de una ola de violencia que cre- ' cia sin pausa, el partido Revolucionario Cristiano denuneié “las listas de sentencia- dos a muerte por organizacién terrorista confesadamente oficialista”. | Pero nada de ello detenia a Lopez Rega, “cuyo poder y audacia aumentaban conti- nmuamente. En aquellos dias, el embaj “de los Estados Unidos, Robert Hill recil “una invitacion a una ceremonia que tendria lugar en la Casa de Gobierno, y durante la ¢aal se firmaria un acuerdo entre la Argen- tina y los Estados Unidos sobre la repre- son del tratico de alcaloides. Como la noti- ficacion indicaba que el acto tendria lugar en el Salén Blanco, el diplomatico supuso que se efectuaria en presencia de la Presi- lente de la Nacién, 79 Sin embargo, a su Hegada a la Casa Ro- sada, el sefior Hill pudo comprobar rapida- mente que el sitial de honor era ocupado por el ministro de Bienestar Social, quien suscribiria el convenio en representacién de su pais. Mientras se desarrollaba la cere- ia, Lopez se dirigié al embajador esta- dounidense para relatarle que él habia pa- sado varios afios de su vida en Nueva York. —Yo hablo bastante bien el inglés por- que actué durante dos afos en un restau- rante de Nueva York. —No lo habia sabido, sefior ministro. Se advierte que es usted un hombre multifa- cético. —Es que yo soy un buen cantante. Por eso me contrataron en el restaurante “El Chico”, donde yo cantaba*los grandes te- mas de moda, tanto en inglés como en es- panol. —Me alegra saber que usted conoce mi pais, sefior. —Si; me fue muy bien en aquellos anos Mis interpretaciones tenian un gran éxito. Recuerdo, por ejemplo, que uno de mis grandes sucesos se producia invariable- mente cuando cantaba “Rosemary, I love you”. Todos los asistentes al acto escucharon perplejos aquella conversacion, pero cual 80 "no seria su sorpresa cuando, inmediata- mente después de pronunciada la ultima frase, el secretario privado de la Jefe del Estado comenzé a entonar, sin ocultar su entusiasmo, la cancién aludida, la que de- _ rramé integra sobre su inerédulo anditorio. Pocos minutos mas tarde, ya finalizada la ceremonia, el embajador Hill retorné a la sede de su representacién diplomatiea y congregé a sus mas intimos asesores para " relatarles el increible episodio. “Me senti co- mo un actor de tercera categoria en una comedia musical rosada de la década del treinta”, comenté ese dia, entre molesto y asombrado. El clima, en fin, en el que el pais lego al dia de los comicios en Misiones era cualquier eosa menos propicio. Ya comenzaban a aparecer en el horizonte los mas oscuros nubarrones. Tan es asi, que el 7 de abril se ‘realizé el primer almuerzo semanal de los comandantes generales de las Fuerzas Ar- madas. No es que la realizacién de esos en- cuentros haya tenido en si misma una con- notacion golpista, pero mareé un hito im- portantisimo como sintoma del deterioro de la situacion. Mas de uno de los que parti- ‘ciparon de aquel almuerzo —el general Anaya, el almirante Massera y el brigadier Fautario— sostuvieron que el objetivo era fianzar las relaciones entre las citpulas de al las tres fuerzas, que los tres comandantes pereibieron como no gobernadas por un sentimiento de confianza mutua, sino mas bien por un clima de recelo de cada una por los pasos que daban las otras dos. Y esas sensaciones, cuando existen en las cipulas, se transmiten inevitablemente, tarde o tem- prano, hacia los niveles medios e inferio- res. Pero la necesidad que todos sintieron de afianzar las relaciones interfuerzas de- notaba claramente la intuicién militar de que se avecinaban tiempos en que la uni- dad castrense seria un ingrediente de deci- siva importaneia en el proceso. Con todo, el mejoramiento de las relaciones entre las fuerzas, y finalmente su gran cohesién, tar- «6 en obtenerse. Pero en el camino, las cir- cunstaneias se encargarian de demostrar, en poco tiempo, el acierto.de aquella carga de presagios que sentian los tres coman- dantes. Entretanto, Alberto Rocamora conti- nuaba denodadamente sus esfuerzos por reencauzar el proceso. Aunque originaria- mente, el ministro del Interior hubiera ac- cedido a su cargo gracias a sus vinculacio- nes con Lastiri, la propia dinamiea de los acontecimientos lo fueron poniendo inevi- tablemente en la vereda enfrentada a Lo- pez Rega. Asi, el titular de la cartera poli- tiea se esforz6, una y otra vez, por reflotar Ie estrategia del dialogo y de las coinciden- cias, buscando de explicar a la sefiora de Perén las ventajas que podria obtener de aquel curso de accién y los peligros que la aeechaban alejandose de ella y cayendo en el aislacionismo. Rocamora habia procurado que el fragor de la lucha electoral en Misiones no salpiea- ‘a las grandes lineas que él intentaba hacer prevalecer en el proceso. Por eso le intere- saba evitar que las figuras mas duras del peronismo tuvieran un papel protagénico ‘en la campafa. Una y otra vez habia insis- titlo en la necesidad de que Norma Kenne- ly no fuera a Misiones, donde inevitable- mente se convertiria —como efectivamen- te no tardé en suceder— en piedra de es- eandalo. Pero no pudo impedirlo y, final- jente, en una reunion de gabinete, el mi- istro politico se quejé de los despropositos ine envolvian la actividad de la fundadora je las Mesas de Trabajo quien no sélo habia mdurecido las relaciones con la oposicién As de la cuenta, sino que habia terminado enfrentarse con él obispo, monsenor mmerer, precisamente en un momento que él gobierno procuraba reparar ante Jerarquia Eclesiistica los efectos de la eudo-misa celebrada el 24 de diciembre lel ario anterior en el Altar de la Patria por jsos sacerdotes pertenecientes a una igle- 88 il sia apéstata, vinculada espiritual y mat: rialmente a los intereses de Lopez Reg: Sin embargo, las lamentaciones de Roce mora por las actitudes de la Kennedy sol obtuvieron de Isabel una respuesta carga da de buen humor: “Uy, Dios mio! —ex clamé tras escuchar los reparos del mini= tro— lo unico que nos faltaba, la Pasie naria”. Mientras se recorrian aquellos tramos fi nales, previos al comicio misioners, el titu- lar de la cartera politica logré la realiza- cién, el 2 de abril, de una reunioa de la Presidente con los dirigentes del Frejuli. Varios de sus visitantes aprovecharon que Lopez se retiré de las deliberaciones antes que las mismas finalizaran para denunciar eiinticamente al ministro de Bienestar So- ci: “Estamos preocupados por la imagen generalizada de que algo vuela por encima de Ia autoridad presidencial”, dijo en aque- lla oportunidad el popular cristiano Enri- que de Vedia. Pero todas las quejas no re- cibievon de la viuda de Perén mas que una alusion igualmente eliptica: “A mi no me manda nadie”, fue la frase que Isabel se encargé de dejar eaer durante un tramo del didlogo. Por fin, los resultados de las elecciones exhibieron un fracaso de todos los partidos menores y, sobre todo, de la izquierda pe- ad renista, que se habia presentado por pri- mera vez en forma autonoma. En tanto, el peronismo obtuvo un buen triunfo, pero también el radicalismo se fortalecio. Fue, en sintesis, una victoria del esquema bipar- tidista, de esa relacién tan cargada de am- bigiiedades entre peronistas y radicales. Todos estuvieron contentos: Balbin se afir- mé internamente en visperas de una con- veneion que se presentaba espinosa y Ro- eamora pudo decir que tenia razén cuando sestenfa que el gobierno estaba en condi- ciones de afrontar los riesgos de la demo- eracia. Alentado por aquellos sintomas promiso- ‘rips, el ministro del Interior se dedicé a “preparar, para setiembre de ese mismo aio, eleceiones en Formosa y Santa Cruz, otras dos provincias intervenidas por el poder central, y, para noviembre, comicios para elegir representantes a una conven- cin constituyente que, sonaba Roeamora, deberia trabajar sobre un esquema de re- formas previamente acordado por las gran- des fuerzas politieas. Sobre este marco optimista tuvo lugar el 15 de abril la en- trevista —seria la antetiltima— entre Isabel y Ricardo Balbin. De acuerdo a lo que Lastiri le habia pro- metido a Tréccoli, solo Rocamora fue tes- tizo de aquel encuentro, aunque sobre el 85. | | | final el jefe radical le solicit un par de minutos a solas con la Presidente, El pro- pio ministro supuso entonces que, después de haber planteado ante la sefiora de Pe- r6n una serie de temas econémicos, eduea- cionales e institucionales, vinculados a la violencia y al manejo de la prensa, Balbin habria aprovechado aquellos breves ins- tantes para efectuar su embate contra Lé- pez Rega. Pero el desarrollo de los hechos que aguardaban a sus protagonistas a la vuelta del calendario demostrarian répidamente que el optimismo del bienintencionado Al- berto Rocamora y las ilusiones reetificado- ras del lider de la UCR no eran mas que castillos de naipes. La audacia de Lépez Rega no conocia limites, y las historias y anéedotas que pueden aportarse para abonar con casos coneretos las extravagancias del entonces ministro de Bienestar Social, son poco menos que infinitas. A fines de 1974, Lopez Rega acompané a Isabel a Asuncién, donde se efectuaria una importante ceremonia con motivo de la firma de acuerdos relat vos a la construceién de la presa Yacireta- Apipé. Naturalmente, las concepeiones poco afectas a la prensa de “la corte” no permitieron que los periodistas viajaramos con Ia delegacién oficial, por lo que cada 86 uno Iegé hasta Paraguay por su cuenta. Esa circunstancia me impidi6 ser testigo de tuna historia inereible que, sin embargo, me fue relatada poeo después por uno de los presentes. En el transcurso del vuelo de ida, uno de los jefes militares que cumplian funciones ‘en la Presidencia —y cuyo nombre omito “porque contimia en actividad— y que via- jaba al lado de Lépez, manifest a éste su -extraneza por la ambicin del ministro de haberse hecho promover quince grados en el escalafon policial hasta aleanzar la mé- xima jerarquia como comisario general, lo que poco tiempo antes habia sido dispuesto por un decreto suscripto por Peron, res- pondiendo a un presunto pedido del Cireulo ge Suboficiales Retirados de la reparti- r explicé a Lopez que le costaba comprender ese deseo, teniendo en cuenta que habia llegado al rango de ministro y que se habia convertido, ademas, en el hombre de mayor confianza de la Presiden- te. “Qué mas puede pedirse?”, agregé. “Pero justed no se da cuenta? —pregun- 16 Lopez con aire suficiente—. El Ejército Jo tuvo a San Martin, la Marina a Brown, la Aeronautica a Newbery. La Poli i nea nadie. Quiza a Ramén Faleon, pero e: ya quedé muy atras, Ahora me tiene a mi. aT Sin estas historias de ribetes verdadera- mente fantasticos, costaria comprender al- gunas de las actitudes politicas de Lépez, produeto de su ilimitada sed de poder y de su megalomania, Esas caracteristicas le- varon al ministro a la creacién de organis- mos de choque, destinados a la eliminacién 0 el amedrentamiento de sus enemigos po- liticos. Desde luego, parece muy poco pro- bable que algtin dia pueda saberse con exactitud cémo funcionaban esos grupos y, ademas, a partir de qué momento algunos de ellos adquirieron autonomia y comenza- ron a ejecutar operaciones por su cuenta. A esa categoria de los hechos dudosos pertenecera seguramente el fallido atenta- do del que fue objeto el doctor Balbin en la noche del 17 de noviembre de 1974, Des- pués de participar en unaserie de activida- des partidarias, el jefe del radicalismo via- jaba hacia su casa de La Plata, seguido por el coche de custodia de la Policia, segun lo dispuesto por el gobierno. Balbin dormita- ba cuando su chofer fue notificado, por el sistema de intereomunicadores conocido como walkie-talkie, desde el coche de cus- todia, que un automévil que se encontraba al costado del camino con las luces apagadas se habia puesto en marcha inmediatamente después del paso del convoy del lider de la UCR y lo seguia a corta distaneia. Los po- 88 icias indicaron al chofer de Balbin que au- mentara la velocidad y procurara alejarse, jientras la custodia procuraria cerrar el peso al presunto perseguidor. se hizo. Cuando el automévil policial lujo la marcha, maniobrando para que s desconocidos no pudieran pasar, éstos ataron un tiroteo que se prolongé por arios minutos. Entre tanto, Balbin y su sposa Ilegaban sanos y salvos a su casa de Plata, desconociendo el episodio. Los imos dirigentes radicales, que siempre irigieron sus sospechas hacia el Ministerio le Bienestar Social mas que a alguna de las i$ organizaciones subversivas, ereen aho- saber que poco después del fallido aten- fado habia sido internado en el hospital hurruca, herido de bala, uno de los inte- tes de la guardia de corps de Lopez Rega. Pero eg habitual, a lo largo de la historia, ie los megalémanos y los audaces no co- an el limite de sus propias posibilida- . Por ello, casi siempre, una o varias idacias demas terminan con sus estrellas. igo similar ocurrié con Lopez. El 1° de abril de 1975 presentaron sus ytas credenciales a la sefiora de Perén en Casa de Gobierno los nuevos embajado- de Irak y de Jordania, Como es tradi- mal, acompaharon a ambos diplomaticos 89 escoltas de Granaderos a Caballo. Cumpli- da la ceremonia, los efectivos regresaban 2 la sede del regimiento, en la avenida Luis Maria Campos, de Palermo, flanqueados por un vehiculo en el que viajaban varias per- sonas. En la esquina de la avenida Figue- roa Alcorta y Tagle, el vehiculo menciona- do sufrié un desperfecto, ante lo cual el ofi- cial mas antiguo del grupo, un teniente de apellido Segura, se acered a varios policias que se encontraban en aquella esquina, afectados a la custodia de la embajada de Chile, que se halla a pocos pasos de alli, Segura se dirigié a los agentes soliciténdo- les le indiquen el lugar mas cercano donde hubiera un teléfono desde el cual pedir au- xilio para el vehiculo averiado. Sin perder un minuto, los policias indica- ron al oficial de Granaderos que en el mi- mero 3297 de la avenida Figueroa Aleorta funcionaba una dependencia del ministerio de Bienestar Social, donde sin duda se le facilitaria un teléfono, Ni bien ingresd a aquel edificio, el teniente Segura fue reci- bido efusivamente por un hombre que se mostré especialmente complacido por la presencia de un oficial de Granaderos en el lugar y sefalé que alli trabajaban hombres de la Policia y de las tres Fuerzas Arma- das. Con indisimulado orgullo, la persona en cuestion relat a Segura que en ese lu- 90 gar funcionaba un cuartel de las denomina- Cas Triple A, y aludio al hecho de que, en el fin de semana anterior, “nos levantamos” mas de una docena de victimas. De inme- Giato, el hombre obsequié al oficial varios ejemplares de la revista £1 Puntal —Ia su- ceddnea de Zl Candillo— que, segin decia la publicacion dirigida por Felipe Romeo, tenia su sede en aquel lugar. Por dltimo, Segura fue presentado a una mujer que di- jo, ufana, ser secretaria de Lopez Rega. El teniente efectué el llamado telefénico que lo habia levado hasta aquel lugar, e inmediatamente después se alejé del edificio sin decir palabra. Ni bien regresé a la sede de su regimiento, Segura solicité ver a su jefe, el coronel Jorge Sosa Molina; a quien relat, espantado, el episodio del que habia sido protagonista. La actuacién de Sosa Molina durante to- do aquel periodo merece un parrafo aparte. Su propia tradicién familiar —su tio fue uno de los més notorios generales peronis- tas de la primera época— inicié a este off- cial en una orientacidn peronista y naciona- lista. Cuando lo conoci, en su despacho en la sede de Granaderos, me llamaron la aten- Gin, simultaneamente, su franqueza y su rotable candidez politica. Su nacionalismo acentuado mareaba hasta sus costumbres. Era comin verlo tomar mate, y mientras a1 conversibamos solia poner discos de temas folkléricos en una vieja victrola que estaba al lado de su eseritorio. Tenia una enorme admiracién hacia Perén y crefa firmemente que el gobierno justicialista era rescatable si se obtenia el desalojo de Lopez Rega y sus secuaces del poder. Ademis, crefa en la necesidad de una politica aperturista de en- tendimiento con otros sectores de la vida nacional, en particular con el radicalismo. Cuando Sosa Molina terminé de escu- char, aquel dia de abril, el relato del tenien- te Segura, le ordend que le presentara un. informe escrito sobre lo acontecido, pero que tomara la precaucién de trazar una fir- ma irreconocible. Con ese texto en sus ma- nos, el jefe de Granaderos le agregé unas Iineas propias y, con firma y sello, lo elevé a su inmediato superior, t] entonces Jefe III, Operaciones, del Estado Mayor Gene- ral del Bjército, general José Teéfilo Goy- ret. De ese modo, Segura quedaba protegido y el propio Sosa Molina asumia la respon- sabilidad —y las eventuales consecuencias— dela denuneia. El asunto era particularmente delicado, porque el interlocutor del teniente Segura habia mencionado la presencia de hombres de las tres Fuerzas Armadas en la organiza- cién derechista, aunque sin espeeificar si se trataba de militares en actividad o en situa- 92 | Esp cion de retiro. Era un tema que debia in- vestigarse, por lo cual el general Anaya dis puso el envio de copias del documento a sus colegas, los comandantes generales de la. Armada y la Fuerza Aérea. ‘La denuncia estuvo en tramite en la sede del Ejéreito durante unas dos semanas, hasta que qued6 lista para ser elevada — ‘como correspondia— al ministro de Defen- sa. Antes de partir en viaje a Bolivia para una breve visita, el general Anaya dejo fir- mado el documento y, durante su ausencia, él jefe del Estado Mayor, general Jorge Rafael Videla, lo deposité en manos del se- ior Adolfo Savino. Pocos dias después, el coronel Sosa Moli- na agnardé a la sefiora de Perén a la llega- da de ésta a la Casa de Gobierno. El jefe militar, la Presidente y Lopez Rega, inva- riable acompanante, subieron juntos hasta el despacho presidencial. En el ascensor, Isabel, que lucia de excelente humor, soli- cité al jefe de Granaderos que viajara a para representar al pais en la inau- guracién del monumento a Perén que se efectuaria en Madrid el 25 de mayo. De in- mediato, el secretario privado dijo al alto jefe que deseaba hablarle “un minuto”. Ya en su escritorio, Lopez exhibié la car- peta conteniendo la denuncia que Videla ~ habia dejado en manos de Savino. “;Como 93 me hace una cosa asi?”, pregunt6 afligido. De inmediato, Lopez se sumergié en un ex- tenso mondlogo bafado en lagrimas, du- rante el cual aseguré al jefe militar que él sélo deseaba lo mejor para la Patria y que no comprendia cémo se habia podido sospe- char que él anduviera en semejantes cosas. Sosa Molina lo escuché pacientemente y con su habitual firmeza indicé su sorpresa por el hecho de que la denuncia hubiera terminado en manos del ministro de Bien- estar Social. Luego, el coronel manifesté que nadie habia hecho aseveracion alguna sobre su persona, sino que se habjan trans- cripto aseveraciones de terceros que po- drian haberlo hecho con intenciones de per- judicarlo. “Por eso —dijo Sosa Molina— Me parece que no hay nada mejor para us- ted que investigar a fonde este asunto y terminar con esa gente que difunde histo- rias que seguramente no son ciertas.” Lé- pez dejé pasar la obvia intencién de las pa- labras del jefe de Granaderos y continué s de inocencias, aludiendo, una vez mas, a quienes, decia, le atribuian algtin tipo de relacién intima con la Presi- dente. “Hace anos que no me dedico a esas —aseguré—; yo soy todo es de abril, comenzando una secuen- cia que luego incluiria también por separa- do a los otros dos comandantes generales, 94 la sefiora de Perén recibié en extensa au- diencia al general Anaya. Durante la entre- vista, él titular del Ejército planted a la Presidente diversos temas, entre ellos la necesidad de que el gobierno acompahara con medidas politicas, econdmicas y socia- les, la lucha contra la subversiGn, cuya faz militar estaba en manos del Ejército en Tu- cuman. El comandante también menciond $1 preocupacién por la violencia generada por el extremismo de derecha. : Sobre el final de la conversacién, la sefio- ra de Perén lanzé a Anaya una pregunta decisiva: le requirié su opinién sobre la ae- tuacién del ministro de Defensa. Intuyendo que se trataba de un problema interno del gobierno, 0 mejor dicho de la “corte”, el titular del Ejército prefirié mantenerse neutral, y respondi6 que no le correspondia " opinar sobre un superior. El encuentro se desarrollé un viernes por la mafiana y sor- presivamente, el lunes por la mafiana, Isa~ bel, Lopez Rega y otros altos funcionarios se trasladaron en visita a Faimallé, en Tu- cuman, donde estaba ubicada la sede del “comando de operaciones de la lucha anti- guerrillera en Tucumén. Naturalmente, el pueblo se volcé a las calles para ver a la Presidente y aplaudirla. Pero también se escucharon reiteradamente gritos de “Anaya corazn!”. 95 En el vuelo de regreso, Isabel elogié ca- lurosamente la actuacion del Ejército en Tucuman y la conduccién del general Ana- ya. Luego, la Presidente ordend champa- fia y todos brindaron por el Ejercito. Esa noche, cuando regresé a su despacho en el tercer piso del Comando General, Anaya no oculto su euforia mientras relataba lo sucedido durante el dia a sus dos colabora- dores mas intimos, el jefe del Estado Ma- yor general Videla y el secretario del Co- mando, general Viola. Meses mas tarde, ambos generales confesaron que aquella noche temieron que su comandante hubie- ra sido victima de una trampa y que el entusiasmo de Anaya fuera una muestra de ingenuidad politica. El comandante era el hijo del ya difunto general Laureano Anaya, quien habia sido compafiero y muy amigo de Perén. Yo ha- bia conocido a Leandro Enrique Anaya y a su familia varios afios atras, en tiempos del anterior gobierno militar. El era entonces comandante de la décima brigada de infan- teria con asiento en Palermo y, en tal ea- racter, le habia tocado reprimir a las uni- dades que se habian levantado en Azul y Qlavarria contra Lanusse el 8 de octubre de 1971. Anaya cumplié la tarea, a pesar de sus escasas simpatias por Lanusse, que fueron aumentando con el paso del tiempo. 96 ‘Todavia recuerdo su indignacién el dia en que Lanusse hizo firmar a todos los genera~ Jes en actividad el famoso compromiso que se proponia imponer a las fuerzas politieas Jo que nunea consiguié— conocido con el nombre de “los cinco puntos”. Aquel dia. ‘Anaya me comenté su admiracién por el general Ibérico Saint Jean —hoy goberna~ Gor de Buenos Aires— que fue el tinieo que se negé a suscribir aquel documento, prefi- riendo solicitar su retiro. Anaya no oculta- ba que habria querido hacer lo mismo. Luego fue segundo comandante de Insti- tutos Militares en Campo de Mayo y la asuncién del gobierno peronista lo encontré desempenandose como segundo comandan- te del Primer Cuerpo, en Palermo. Pero la designacion del general Careagno como co- | mandante provoed una gran cantidad de re- tiros en los mas altos niveles del generalato y, al quedar segundo en el esealafon, Ana- ya se convirtié en titular del poderoso T Cuerpo. Tuvimos una conversacién en la primera semana de julio de 1973 y recuerdo ue, ya entonees, yo le planteé los peligros | que podria traer aparejada la figura de Lé- pez Rega, pero no hallé eco porque Anaya estaba visiblemente preocupado por los avances de la izquierda montonera Tstoy convencido de que Anaya nunca pensé que legaria a comandante sino euan- 97 do pereibié que su taciturno ami no habia equivocado el Sores considerado un profesional bueno aunque no sobresaliente; muy afectuoso, simpatico y amigo de las bromas, no era un hombre hacido para la politica. Todos esos rasgos se trasladaron luego a su aecionar al frente Todavia recuerdo aquella calurosa mai na de diciembre de 1913, conc ete rajante presencié la ceremonia de asuneién de Anaya. Me impresioné ver a Careagno un hombre de apariencia inconmovible, no pudiendo ocultar las lagrimas en el momen- to en que, al hacérsele entrega de su band rola de comandante, abandonaba el Ejéret- to, Estoy seguro de que ese acto, degranen- lovido por el desfile de los efectivos en traje le época, debe marear tno de los instantes mas eonmoverdores en la vida del que asu- me y del que deja I ttulridad del Anaya no era peronista, las instituciones —y por eee no— era, virtualmente, ilimitada. El procu- 6 mantener al Eyéreito neutral ante la po- Hi aie re no convertido en ondueta de los dirigentes civi- gamete, su politica Tenet rs toda una garantia para el gobierno jus- icialista. Asi lo entendié Peron, con quien 98 estoy conveneido de que Anaya se sentia comodo y seguro. Pero Isabel y Lopez Rega no tenian luces para comprenderlo y prefi- rieron ceder a la tentacion de poner al fren- te del Ejército a un hombre que trataria de comprometer a la fuerza con el gobierno. Bise dia, sin que ellos lo advirtieran, se ini- cié su caida. ‘Todo comenz6 cuando Savino empez6 a stanciarse de Lopez Rega. Para fines de abril la posicién del ministro de Defensa era tan débil que era comin aguardar su relevo. Efectivamente, Isabel se proponia reemplazarlo, y por eso su pregunta final a ‘Anaya durante la entrevista del viernes 28. En cambio, todo parece indicar que Savino pensaba respaldarse en unas Fuerzas Ar- madas quele fueranadictas, aeaso, para des- plazar a Lopez Rega. Para ello, el primer paso de su plan consistia en remover a Ana- ya y designar en su lugar a un hombre que consideraba incondicional, el entonees jefe del Estado Mayor Conjunto, general Er- nesto Della Croece. Casi inmediatamente después del regre- so de Anaya de su viaje a Bolivia, Savino inicié su ofensiva. Convocd al comandante a su despacho para reprocharle que no lo habria apoyado cuando la Presidente le pidié su opinion sobre Ja actuacion del mi- nistro de Defensa. Anaya replied que no 99 habia habido apoyo ni ; poyo ni falta de apoyo, si simplemente una necsidad de mae Ejersito fiers arrastrado a un problema interno del gobierno, Lo ci gue, después de un dilogo stein, entre dos hombres que se eonocian desde AG ee eee antes de que ambos llegaran a \portantes funciones las t n que ahora oeupa- ban, Savino —aquien habia mantenido lz 2 ‘umbre de otros tiempos de tutears con su aig inde a Arava quele Tab fianza, por lo cual le solici ba que presentara cl pedido de fi jomenmenas la que seria una dramatica Jornada. Anaya solicité una entrevista con la Presidente, Ia que le the conde en a e los ministros de Defensa yde 3 ar social. El comandante de je cite relat ala seiora de Pern one con Savino y le requirié su opinion les eis a vl Sobre la situacionplanteada,Tsabe pane ls rants Y prometié una respuesta ara mis tard, Al abundonar I residencia ee , Anaya ya sabia el final de la his- ibe remres en el Comancdo se reoni con Videla y jola para informarles de lo ocu- ‘id, A parti de ese momento se suse ‘ sas consultas en la sede del Ej sito, Bsa noche, los generates See yor ofrecieron a su comandante resistir 100 elrelevo, lo cual implicaba la posibilidad de Tlegar hasta el derrocamiento del gobierno. En Cordoba, el comandante del IIT Cuer- po, Carlos Delia Larroeca pensaba lo miss no, aunque sin hallar eco entre sus pares de otros Cuerpos. Pero Anaya rechaz6 ca- tagorieamente cualquier posibilidad de esa raturaleza. Entretanto, nadie tenia dudas acerca de quien seria el nuevo comandante. Bs que dumque Savino hubiera imaginado la ma- hiobra para fortalecerse designando a De- lla Crocce, Lopez Rega habia sido mas astu- to. Primero dio la luz verde para que Savi- no relevara a Anaya pero luego, cuando el ininistro de Defensa propuso su candidato, bl secretario privado sugirid que lo mas co rrecto era presentar una terna para que la Presidente, en su cardeter de Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, tomara la Aecision final, De ese modo, Savino no tu- <5 mas remedio que incluir, por razones de antigiiedad, al hombre que Lépez deseaba ver al frente del Ejéreito: Alberto Numa Taplane, en ese momento comandante de} Primer Cuerpo. El tercero en la lista era el general Luis Gémez Centurion, titular del Cuerpo II de Rosario. En la manana del martes 13 de mayo, el ministro de Defensa comunieé a Anaya que Ia Presidente habia decidido efectivamente 101 relevarlo y designar en su Iugar a Numa Laplane. Pocas horas mas tarde, el anuncio se hizo en forma oficial. Casi simultdnea- mente, las oficinas de prensa del Ejército dieron a conocer un filoso radiograma que informaba a los cuadros del retiro de Ana- ya pero, para no dar margen a maniobras oficiales, dejaba perfectamente aclarado que la situaci6n se habia producido a reque- rimiento del ministro de Defens y debido a una peculiar interpretacion de éste sobre conceptos vertides por el comandante sa- liente en su entrevista con la Presidente, celebrada el 28 de abril. Asi, al hacer refe- rencia a una presunta reaccidn del gobierno ante un hecho que se habia desarrollado mas de dos semanas antes, resalté a los ojos de todo el mundo politico y militar que el Ejército no creia que ese fuera el verda- dero motivo, sino que se trataba de un zar- pazo de Lépez para aleanzar su tan ansiada lacer pie en la fuerza. Pero quiso la ironia de la historia que quien era presun- tamente “su” hombre, acompanara decisi- vamente a los demas fuctores de poder en el desalojo de Lépez Rega del gobierno, primero, y del pais, después, Claro que en aquellos dias no era facil comprender que acababa de comenzar el principio del fin para el todopoderoso mi- nistro de Bienestar Social. Todos ereimos 192. entonees que el avance de Léper era ya absotutamente ineontenible. Partiendo de 6 ‘brigadier lapresuneidndequeetbrigadier Fautarion® era hombre de ponérsele ea i: vertirse en un alado, Laplane potziban que la proxima vitima hos pensal 1 viet rata Massera y que, dominando también a Jas Fuerzas Armadas, el pais quedaria ue falmente a mereed de este oseuro persona je rasputinesco. Entretanto, sce pezrreguistas del peronismo ae cone haciendo circular la se ee pee = altos oficiales que hablan acompa ns Peron en su regreso definitiv . i ris debian convertirse en los comandan es Fo sus respectivas fuerzas. Ya habia es do Laplane, decian, ¥ a breve laze el be i Jos Lépez y el e s fe a ‘Padilla estarian al frente de la Fuerza Aérea y de la see dace La preocupacion era ta eae ie Be ymbre con la cautela del doctor ™ mc ae srobacion por el relevo n Been el conideraba como garanti ra el proceso institucional, tanto desde Ft de vista del oficialismo como ce bposicion. El jueves 15, al roponder a asion del almuerzo me a ee ra en extranjera, el lider radical di- : "No participo de la idea de la sustitucion 103 del comandante, porque a través de los re- Presentantes de las Fuerzas Armadas, has- ta este momento, se habian tenido defini- ciones muy claras sobre el esfuerzo que hacian para mantener y consolidar las ins- tituciones”, Las vinculaciones que se le atribuian con Lopez Rega, hicieron de Laplane un perso- naje polémico desde el primer dia de su gestion. De algun modo parecia existir con- Senso tacito en el sentido de que su presen- cia al frente del Ejército significaba, por parte del gobierno, un intento de “peroni- zar” a la institucién castrense, El nuevo comandante procuré desesperadamente abuenar su imagen. “Tenemos que hablar”, le habia dicho Laplane al senador radical Ratil Zarriello en Puerto Belgrano el 17 de Mayo, cuando se encontraron*con motivo de la celebracion del Dia de la Armada. El legislador radical, que habia concurrido a los festejos en su calidad de integrante de la comisién de Defensa de la Camara Alta, organiz6 de inmediato una cena que se efec. tu6 en la noche del viernes 23, y de la que participaron, ademas del titular del Ejérci- to y del organizador del encuentro, el jefe de la bancada de la UCR en el Senado, doe- tor Carlos H. Perette. En esos dias, La- plane asistié a una reunion social en la que conocié casualmente a otro legislador radi- 104 .spués de presentados, y como reve- Be early el flamante Senient ge: neral inquirio al dirigente politico: ge me, doctor, gusted también cree de mi lo icen las revistas?” - Re cet ms ln de celebrarse el Dia del Ejército, el iy Laplane expuso en el Colegio Militar su a sis sobre el profesionalismo integrado, que suponia tna activa partieipacion en el proceso politico en desarrollo. El ie sionalismo integrado se oponia al pro! a nalismo preseindente, que tan celosamente habia predicado su antecesor para prese var a la institucién de los avatares y des- venturas de la politica contingente de Be bierno peronista. Su postulacion de la teo ria integracionista con “las instituciones”, como definian sus eolaboradores,, provoes un mar de polémicas dentro y fuera del Ejército. Muchos jefes y oficiales — ban que Lopez Rega se valia de Laplane y de sus seguidores para provocar un wee so de peronizacion, similar ie ne la fuerza ia sufrido veinte afios atras. eee sieires todo esto ocurria on campo militar, las maquinarias infernal ie que habia montado José Lopez. Rega a nuaban asolando al pais, sembrando el te- rror en todos los medios capaces de sar reaccion opositora, ya sea a través de la 105 amenaza o de la aceién directa. Asi, nume- rosos actores y directores recibieron cartas intimidatorias y otros fueron objeto de atentados. A algunas personas les fue atin mucho peor. El sabado 17 y el domingo 18 de mayo comenzaron a difundirse por los canales de televisién unas peliculas cortas, publicita- rias, en las que se lamaba al pueblo a la lucha activa contra la subversion y se le advertia sobre los peligros que ella aca- rrea. Pero al exhibir al puiblico los presun- tos medios a través de los cuales actia la guerrilla, aparecian en primeros planos no- tas y titulos de los diarios H7 Cronista Co- mercial y La Opinion. Se trataba, obvia- mente, de una nada sutil acusacion de sub- versivos a los dos diarios opositores de cen- tro izquierda que se publicaban entonces en Buenos Aires. Mis atin, aquellos avisos parecian presagiar la clausura de ambos. Tanto los medios implicados como los cireu- los parlamentarios y politicos opositores reaccionaron airadamente. Sin embargo, pocas horas mas tarde, un hecho sangriento y terrible conmoveria alin mas al atribulado mundo periodistico. El viernes 16, poco después del mediodia, cuando se dirigia desde la casa de sus pa- dres —donde habia almorzado— hacia el ministerio de Economia, en cuya sala de 106 periodistas desarrollaba su tarea como re- presentante de La Opinién, fue seeuestra- do Jorge Money, de 29 afos, padre de dos chicos. La busqueda resulto infructuosa hasta que, al caer la tarde del domingo 18, en los tristemente célebres bosques de Ezeiza, aparecié el cadaver. Me he preguntado muchas veces, al rela- tar los detalles de hechos luctuosos, donde esta el limite entre lo morboso y el derecho —o el deber— del priblico a saber. Me repi- to esta pregunta ahora, pero creo que to- dos debemos afrontar el duro momento de escuchar cosas terribles, acaso como un medio eficaz de alertar a nuestras conclen- cias para que la Argentina quede preserva- da en el futuro de la repeticion de tan tre- jas pesadillas. 2: oe ie eso que he decidido deseribir los horribles momentos que debid afrontar Money antes de ser finalmente acribillado a balazos: su cuerpo... 107 POST MORTEM Aqui se corté el relato de Heriberto. Co- mo si fuera un signo, no pudo avanzar en la historia de la agonia y la muerte de Money, uno de sus compatieros de trabajo cuyo ho- rror pudo intuir, seguramente, a través de la descripcidn sobre el estado en que encon- traron su cadaver. La muerte de Money no fue, pero pudo ser, la muerte de Kahn. Todo este relato, este borrador, esté de alguna manera sig- nado por la muerte, el horrors el dolor y el desconcierto. La Argentina esta sembrada con la san- gre de sus martires civiles y militares. Bl espanto, como un torbellino, cayé sobre los Money, los Larrambure, los Mor Roig, los Tbarzabal, los Berisso, los Uzal. Interesa rescatar un trozo de ese tiempo del desprecio. El primer ano posterior a la muerte de Juan Perén es una clave sobre la cual Heriberto Kahn, periodista argentino, libre por encima de la debilidad de su ear- ne, alcanz6 a dar testimonio. 108 ia. Vale la pe- Yale la pena tener memoria. Vale la pe wna conocer la historia verdadera del Via Crucis argentino antes que repetir la paro- dia prefabrieada y pareial con que se quiere confundir al mundo. 109) NOTA BIOGRAFICA Heriberto Kahn nacié en Buenos Aires el 6 de enero de 1946; curs6 sus estudios secundarios en el Colegio Nacional de Buenos Aires, hecho que siempre fue moti- vo de orguilo para él. Desde muy tempra- na edad se destacé por su capacidad para expresarse en forma oral y escrita, ast co- mo por su facilidad en el aprendizaje de idiomas: dominaba perfectamente inglés, francés y alemdn, ademéds del castellano. En 1965 inicio la carrera de abogacia en la Facultad de Derecho y Ciencias Socia- les de la Universidad de Buenos Aires, e3- iudios que complets diez anos después. Contaba 22 cuando comenz6 su actividad periodistica —profesion que fuera siempre su gran pasion y vocacion— en ta revista semanal Confirmado. En un principio re- dactor, llego a ocupar ta prosecretaria de redaccién, siendo su especialidad los te- ‘mas de politica nacional e internacional. Realizé numerosos viajes al exterior, que abarcaron Buropa, Estados Unidos, oo Seam Africa, Medio Oriente y Latinoamérica. Durante los mismos cubrié hechos de re- pereusion mundial y nacional, tales como: la invasion rusa a Checoslovaquia en 1968; la guerra del ejército revolucionario irlan- dés en Irlanda del Norte; la guerra de los Seis Dias desde Nueva York; las elecciones presidenciales americanas en 1972; dos asumbleas generales de las Naciones Uni- das, acompanando a ministros de relacio- ‘nes exteriores argentinos; el viaje al Para- guay de la ex presidente Isabel Martinez de Perén; etc. A su vex entrevists a nume- rosas personalidades politicas, como Hen- ry Kissinger, Franz Joseph Strauss, Si- mon Wizenthal, Pierre Salinger. En 1973 paso a integrar el equipo de re- dactores del diario La Opinién, donde legé a destacarse como columnista politico, tratando fundamentalmente dspectos de lax actwalidad nacional ¢ internacional. A su vez particips en programas radia les de su especialidad en radio Mitre, ra- dio Argentina, radio San Juan; escribié notas como coluninista invitado para el se- manario Carta Politica, el diario El Dia de La Plata, 0 Globo de San Pablo (Brasil), el semanario norteamericano Newsweek, el mensuario mejicano Vision, ete. En 1973 obtuvo la beca “Grant for Young Leaders” que otorga el Departamento de Estado de los Estados Unidos a los jévenes que mas se destacan en sus respectivas profesiones. Cuando su carrera entraba en una etapa de real brillo y éxito, y habia obtenido una de las becas periodisticas mds codiciadas: la “Nieman’s Fellowship” que otorga Ia Universidad de Harvard de los Estados Unidos a los periodistas mas sobresalien- tes del mundo, en junio de 1976, cays gra- vemente enfermo. Hacia algunos meses, sin embargo, que inducido por colegas y amigos, habia co- menzado a escribir un libro acerca de uno de los periodos més oscuros y tormentosos de la vida politica del pats: aquel que com- prendio los funestos meses entre la muerte de Juan Domingo Peron y el derrocamien- to de su sucesora y esposa Isabel Martinez de Perén. Sus amigos entendieron que, aunque incompleto a raiz de su muerte acaecida el 23 de setiembre de 1976, su es- fuerzo y conocimientos, debian ser dados igualmente a publicidad. Heriberto Kahn fallecio a los 30 anos de edad, estaba casado y tenia una hija: Ale- jandra, quien al producirse el deceso de su padre no habia completado ain su sequn- do ano de vida. dlogo, por Roserro Cox Inmemoriam, por RovouroPanvouri Doyfe 27 Post mortem 108

You might also like