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Estudios de Psicología:
Studies in Psychology
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Intencionalidad, significado
y representación en
la encrucijada de las
“ciencias” del conocimiento
a
Juan Bautista Fuentes
a
Universidad Complutense de Madrid
Published online: 23 Jan 2014.

To cite this article: Juan Bautista Fuentes (2003) Intencionalidad, significado y


representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento, Estudios de
Psicología: Studies in Psychology, 24:1, 33-90

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Intencionalidad, significado y
representación en la encrucijada de las
“ciencias” del conocimiento
JUAN BAUTISTA FUENTES
Universidad Complutense de Madrid
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Resumen
Este trabajo pretende llevar a cabo una discusión crítica de los conceptos de “intencionalidad”, “significado”
y “representación” a través de la consideración del conjunto polémico formado por las principales alternativas
que en la actualidad están en juego sobre estos tópicos, y por tanto procurando hacerse cargo de la unidad polé-
mica de sentido del debate actual sobre dichas cuestiones. Para ello, se propone una caracterización fenoménico-
operatoria y constructivista de aquellos tres conceptos en los ámbitos zoológico y antropológico que pueda servir
como crítica de las siguientes alternativas: (a) la concepción dualista-representacionaldel conocimiento, (b) el
fisicalismo positivista, (c) el relativismo sociologista de corte pragmatista y (d) el proyecto de naturalización de
la epistemología en clave evolucionista.
Palabras clave: Intencionalidad, significado, representación, fenoménico, operaciones, constructi-
vismo, dualismo representacional, fisicalismo, relativismo sociologista, pragmatismo, epistemolo-
gía naturalizada, zoológico, antropológico.

Intentionality, meaning, and


representation at the crossroad of
cognitive “sciences”
Abstract
This work seeks to carry out a critical discussion of the concepts of “intentionality”, “meaning” and “repre-
sentation” by pondering on the polemical whole, made up of the main alternatives currently being considered
about these topics, and thereupon trying to understand the polemical unity of sense in the ongoing debate about
such issues. In order to do so, a constructivist and a phenomenon-operation-basedcharacterization of the former
three concepts is proposed within the zoological and anthropological spheres. The aim is that it may serve as a
critique of the following alternatives: (a) a representational dualist conception of cognisance, (b) a positivist
physicalism, (c) a pragmatic sociologistical relativism, and (d) a naturalized epistemology project from an evo-
lutionary perspective.
Keywords: Intentionality, meaning, representation, phenomenic, operations, constructivism, dua-
lism, representational, physicalism, sociologistical relativism, pragmatism, naturalized epistemo-
logy, zoological, anthropological.

Correspondencia con el autor: Sec. Dptal. de Psicología Básica-II (Procesos Cognitivos). Facultad de Filosofía (Edif.
B). Universidad Complutense. Ciudad Universitaria s/n. 28040 Madrid. Tf. y Fax: 91-394.60.18.Correo elec-
trónico: jbfuent@filos.ucm.es
Original recibido: Noviembre, 2002. Aceptado: Diciembre, 2002.

© 2003 by Fundación Infancia y Aprendizaje, ISSN: 0210-9395 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), 33-90
34 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

0. Presentación
La revista Estudios de Psicología ha tenido a bien hacerme, a través de su direc-
tor, una amable invitación para que lleve a cabo una discusión crítica de los con-
ceptos de “significado” y “representación” con la vista puesta especialmente en el
conjunto polémico formado por las principales alternativas que en la actualidad
están en juego sobre estos tópicos, esto es, procurando recoger y hacerme cargo,
en lo posible, de la unidad polémica de sentido del debate actual sobre dichas cues-
tiones, y de hacerlo así en el contexto de los números monográficos que esta
Revista ha dedicado al debate sobre las mismas.
Por mi parte, en efecto, supongo que criticar es esencialmente discernir, y que
discernir implica ante todo clasificar y comparar puntos de vista polémicamente
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puestos. Ahora bien, ningún ensayo de discernimiento puede estar hecho, a su


vez, desde fuera del sistema polémico formado por el conjunto de las alternativas
que se pretenden discernir o criticar, sino que por el contrario debe formar parte,
siquiera de algún modo, de dicho sistema, como una alternativa más, aun cuan-
do esta alternativa pueda, y aun se diría que deba, pretender en lo posible alzarse
argumentalmente como el punto de vista capaz de reconstruir críticamente el
conjunto de alternativas criticadas. Por esta razón, yo al menos no puedo ensayar
la crítica que se me solicita si no es exponiendo por mi parte mi propio punto de
vista, esto es, ofreciendo aquí una construcción de mi propia concepción sobre
las mencionadas ideas, de forma que, no siendo ajena dicha construcción al siste-
ma polémico formado por las alternativas que pretende criticar, pueda por ello
mostrar su capacidad argumental para llevar a cabo la clasificació n y la recons-
trucción críticas que pretende. Sólo de este modo me parece que el trabajo que
sigue podrá básicamente satisfacer el requisito principal que de él se espera, y a la
vez hacerlo, como creo que no puede ser de otro modo, desde algún determinado
punto de vista mínimamente elaborado.
Ahora bien, contando con la necesidad de exponer y construir mi propio
punto de vista a través de la consideración de sistema polémico formado por las
principales alternativas vigentes tal y como éstas pueden ser percibidas y estima-
das por dicha construcción, todavía cabría llevar a cabo esta tarea en el contexto
del presente monográfico, según creo, de dos maneras diferentes. O bien limi-
tándome a realizar dicha discusión crítica “en general”, o sea, tomando a las que
mi construcción pueda estimar como las principales alternativas polémicas sólo
en cuanto que alternativas “lógicas” disponibles, o bien entrando además a con-
siderar y discutir el contenido concreto de cada uno de los trabajos que, junto
con el mío, forman parte de este monográfico. Pues bien: contando, como digo,
con la necesidad de construir mi propio punto de vista en el sentido indicado, y
dada la indudable complejidad argumental concreta de cada uno de dichos tra-
bajos, la segunda opción me obligaba a realizar uno cuya extensión desbordaba
inevitablemente los límites exigibles a un artículo como el presente, al menos si
es que no quería incurrir en la descortesía de no tratar con el mínimo de justicia
que sin duda requieren, por su complejidad argumental concreta, cada uno de
los mencionados trabajos. Así pues, he optado por la primera posibilidad, sin
duda más limitada en cuanto que circunscrita a mi propio punto de vista y a la
vez más “general” en el sentido indicado, lo que no quiere decir, o al menos eso
es lo que espero, que el lector no pueda reconocer contenidos fundamentales de
los diversos trabajos que componen este monográfico en el sistema de alternati-
vas que aquí construyo, y ello en la medida en que, como quisiera, dicho sistema
llegue a ser mínimamente representativo del debate efectivamente vigente sobre
los mencionados tópicos, del cual debate constituye sin duda una muestra signi-
ficativa el conjunto de los trabajos diversos que figuran en el presente monográ-
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 35
fico. A lo sumo, iré mencionando, al compás del desarrollo de mi construcción,
ciertos contenidos de algunos de los susodichos trabajos, tomados dichos conte-
nidos más bien globalmente, en la medida en pueda considerarlos como mues-
tras representativas de diversos aspectos de las distintas alternativas que aquí voy
a intentar reconstruir críticamente.
Pues bien: expuesto, de momento, de un modo meramente esquemático y
preliminar, el sistema de alternativas que voy a intentar ordenar y reconstruir
críticamente podría esbozarse como sigue: Seguramente la primera y principal
alternativa que en torno a estas cuestiones, así como en general en torno al “pro-
blema del conocimiento”, se nos abre –al menos a partir del horizonte de la
modernidad– es la que consiste en la oposición entre una concepción “dualista
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representacional” y una concepción “fenoménica” y “operatoria” del conocimien-


to. Las concepciones de factura dualista-representacional se encuentran cierta-
mente presentes en la mayoría de las alternativas doctrinales vigentes (de hecho,
en su casi práctica totalidad), aun cuando dicho dualismo acarree, a mi juicio,
por las razones que veremos, una cadena de paradojas y aporías insoslayables que
considero que sólo pueden ser sorteadas de raíz adoptando un punto de vista
netamente fenoménico y operatorio. Ahora bien, como también veremos, la con-
cepción dualista-representacional no sólo puede aliarse, de un lado, con el “fisica-
lismo” (“metodológico” o “temático”) –como veremos que ocurre en el caso de
los diversos conductismos y en el del cognitivismo computacional–, dando lugar
a una suerte de “realismo positivista” epistemológico ingenuo o acrítico, sino
que también es susceptible de aliarse, de otro lado, con las perspectivas de factu-
ra “pragmática” que por su parte pretenden alzarse frente a dicho realismo posi-
tivista, esta vez más bien bajo la forma de un “sociologismo mentalista” que da
pie a toda clase de “relativismos sociologistas”. Así pues, como intentaré demos-
trar, el único modo de desactivar esta doble posible alianza del dualismo repre-
sentacional será adoptar un punto de vista radicalmente fenoménico y operatorio
del conocimiento, puesto que sólo dicho punto de vista puede desenvolverse
como un genuino “constructivismo”, o sea, un “constructivismo operatorio”
capaz de desprenderse de todo realismo ingenuo o positivista así como de todo
pragmatismo meramente relativista.
Ahora bien, una concepción constructivista y operatorio-fenoménica del cono-
cimiento puede cursar todavía aliada bien con la perspectiva del proyecto de “natu-
ralizar” la epistemología en clave “evolucionista”, o bien con un punto que vista
alternativo que, sin perjuicio de reconocer la génesis biológica de las formas antro-
pológicas del conocimiento, recuse sin embargo la comunidad estructural entre
dichas formas y las formas biológicas del mismo. Es esta segunda alternativa la que
voy a ensayar aquí como crítica de todo proyecto de “naturalización evolucionista”
de la “epistemología”, y en particular como crítica de dicho proyecto cuando él
pretende, aliado con una concepción constructivista, abrirse paso justamente como
una vía intermedia adecuada entre las alternativas positivista y pragmatista.
Así pues, al objeto de ensayar la reconstrucción crítica que acabo de esbozar,
en este trabajo voy a proceder como sigue. En primer lugar, y debiendo mover-
nos de entrada en el contexto zoológico, voy a construir una idea fenoménico-
operatoria y constructivista de la conducta y el conocimiento, así como de los
conceptos de “intencionalidad”, “significado” y “representación” pertinentes en
dicho contexto, que nos permita desvelar los que considero los límites de la con-
cepción dualista representacional de estos tópicos y de las diversas concepciones
fiscalistas y positivistas de los mismos que pueden derivarse de dicha concep-
ción. Y en segundo lugar ensayaré la construcción de la modulación específica, a
mi juicio no reductible al contexto zoológico, que considero que debe adoptar
36 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

una concepción fenoménico-operatoria y constructivista del conocimiento en el


contexto antropológico, así como de los conceptos de “intencionalidad”, “signifi-
cado” y “representación” pertinentes en dicho contexto, al objeto de poder asi-
mismo desvelar las que estimo como las principales insuficiencias de la concep-
ción dualista representacional en este ámbito, así como de las diversas alianzas
que cabe detectar entre dicha concepción con el fisicalismo positivista por un
lado y con el relativismo sociologista pragmatista por otro.

1. “Intencionalidad”, “significado” y “representación” en el contexto de


la conducta zoológica
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1. El origen de las “cuestiones psicológicas” en el seno de la fisiología experimental:


Estatuto y alcance de las correlaciones psico-físicas y el significado crucial de las
constancias perceptivas
Al objeto de ir al núcleo de la cuestión que aquí quiero afrontar, he de comen-
zar por considerar el modo como las “cuestiones psicológicas” se presentan como
un contenido temático insoslayable en el desarrollo de la fisiología experimental,
así como el sentido y alcance que dicha presencia tiene cuando contrastamos pre-
cisamente el caso de la fisiología con el de las ciencias fisicalistas estrictas.
Pues suponemos, en efecto, de entrada, partiendo de una concepción cons-
tructivista y operatoria de las propias ciencias, que las construcciones cognosciti-
vas de las mismas tienen lugar genética o etiológicamente a partir de la experiencia
operatoria de sus agentes (humanos), a la vez que dichas experiencias operatorias
han de quedar de algún modo estructuralmente segregadas o neutralizadas en sus
resultados en cuanto que objetivos, esto es, en las construcciones relativas a las
propiedades y relaciones fisicalistas de los contenidos de sus campos temáticos1.
Y entendemos, a su vez, que dicha segregación o neutralización estructural de las
imprescindibles experiencias operatorias genéticas no puede tener lugar de cual-
quier modo, sino precisamente a partir de la construcción interpuesta de un
determinado tipo de aparatos, los cuales no deben ser vistos meramente de un
modo instrumental, como meros “medios” o “instrumentos” de medida fisicalis-
ta, sino antes bien como contextos determinantes en donde, dado su funciona-
miento automático, se hace formalmente posible la construcción de las verdades
objetivas de las ciencias relativas a las propiedades y relaciones fisicalistas de su
campos temáticos –de suerte que sólo por esto pueden funcionar a su vez como
“instrumentos de medida fisicalista”. Dichos aparatos por ello, y sin perjuicio de
los automatismos que formalmente incorporan, deben ser susceptibles a su vez
de un control experimental que habrá de incluir una (nueva) clase de operaciones
y observaciones realizadas por agentes o sujetos orgánicos (los científicos) relati-
vas a dichos aparatos, y muy especialmente relativas a los diversos tipos de “pan-
tallas de escala métrica puntuada” que dichos aparatos formalmente incorporan y
ensamblan con el resto de su funcionamiento (automático). De este modo, la
propia independencia estructural de las propiedades y relaciones objetivas fisica-
listas construidas por las ciencias con respecto a las operaciones y observaciones
de los científicos requiere de la presencia de aquel tipo específico de observacio-
nes operatorias de control experimental-artefactual sin las cuales ni siquiera sería
posible construir dicha segregación o independencia. Pero, en todo caso, es gra-
cias a dicha construcción formalmente artefactual como las efectivas ciencias pue-
den construir sus resultados objetivos y fisicalistas –objetivos en cuanto que fisi-
calistas– que segregan estructuralmente la experiencia operatoria que ha debido
estar genéticamente presente en la construcción2.
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 37
Así pues, en las genuinas ciencias fisicalistas –objetivas en cuanto que fisica-
listas– la experiencia operatoria (de los agentes científicos) debe sin duda estar
presente sólo por lo toca a su “costado genético o etiológico constructivo”, no ya por lo
que respecta a su “costado temático”, del cual han de quedar estructuralmente
segregadas, del modo como hemos apuntado, aquellas experiencias operatorias
genéticas constructivas.
Muy diferente es sin embargo el caso ya de la propia fisiología, y en general de
toda la biología que trate con organismos cognoscitivos y conductuales, pues
aquí las “cuestiones psicológicas”, es decir, las relativas a las experiencias opera-
torias mismas de los propios organismos conductuales sujetos a estudio, se pre-
sentan como ineludible contenido formalmente temático del campo de dicha ciencia,
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desde el momento en efecto en que no puede dejar de constatarse que dichos


organismos se vinculan cognoscitivamente con los “alrededores” de su medio entorno
vital físico como un momento insoslayable de su funcionamiento adaptativo
viviente global o integral. Y ésta es sin duda la razón por la que fue la propia
fisiología la que, con entera anterioridad (temporal y lógica) a la aparición de
todo proyecto de formación de “la Psicología” como pretendida ciencia con un
campo propio, debió comenzar a trabajar experimentalmente con las “correlacio-
nes psicofísicas” como un contenido formalmente interno de su propio campo, es
decir, la que debió comenzar a averiguar el tipo y el sentido de las relaciones
entre los logros cognoscitivos que los organismos pueden alcanzar respecto de
determinados sectores o regiones de su medio entorno vital físico y los valores
fisicalistas de dicho medio que podían ser cognoscitivamente alcanzados.
Para alcanzar a construir dichas co-relaciones era preciso, pues, que los agen-
tes científicos procedieran, de un lado, (i) a construir experimentalmente aque-
llos valores fisicalistas del medio entorno que cupiese apreciar que el organismo
puede alcanzar cognoscitivamente, para lo cual sin duda deberían disponer,
como para la construcción en general de todo contenido fisicalista según hemos
visto, de los aparatos capaces de construir y medir dichos valores fisicalistas, a la
vez que, y por otro lado, (ii) deberían no dejar de contar, asimismo de un modo
constructivo y experimental, con las observaciones o percepciones del organismo
estudiado, así como con las suyas propias en cuanto que éstas, pudiendo engranar
de algún modo con aquellas, pudieran establecerlas o reconocerlas, de forma que
(iii) pudieran establecerse o construirse las oportunas co-relaciones psico-físicas
entre ambos “costados” de la construcción.
Pues bien: para alcanzar una comprensión adecuada del significado y alcance de
la investigación psico-física es menester atenernos no ya, o no ya sólo, a las primeras
correlaciones descubiertas por Weber y ulteriormente generalizadas por Fechner,
sino también, y sobre todo, a los ulteriores hallazgos experimentales, cada vez más
reiterados y generalizados, realizados ya primero por Fechner y luego continuados
por una tradición psico-física crucial, a saber, la que sigue con Hering, pasa por la
escuela de Gotinga de G. E. Müller mediante sus discípulos Jaensch, Katz y
Rubin, continúa a través de las diversas “psicologías del acto” y muy especialmente
en el laboratorio de Stumpf, y acaba cristalizando en la escuela de la Gestalt. Nos
referimos ciertamente al hallazgo de las “constancias perceptivas”.
Los primeros descubrimientos (en cierto modo laterales o accidentales) de
Weber, tal y como fueron ulteriormente generalizados por Fechner, pueden sin
duda esquematizarse como sigue: Las diferencias en la cualidades subjetivamente
observables respecto de determinados valores o propiedades fisicalistas cambiantes
de los objetos podían (i) concebirse como “diferencias mínimas perceptibles”
(d.m.p.) y (ii) a su vez ordenarse en una serie numérica ordinal, y (iii) de este modo
comprobarse experimentalmente que (dentro de ciertos parámetros y umbrales
38 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

fisicalistas) dichas “d.m.p.” correlacionaban con la razón o proporción entre el


incremento de una magnitud fisicalista (relativa al objeto físico sometido a estima-
ción perceptiva) y la magnitud físicalista “base” o “estándar” en cada correlación.
Ahora bien, la cuestión es que al menos en el caso de los primeras correlaciones
descubiertas por Weber, la fuente fisicalista de la estimulación puede coincidir –aun
cuando, como ahora veremos, es preciso que no en todo momento coincida– con
la efectiva estimulación fisicalista proximal que actúa por contacto físico con los tejidos
receptores (por ejemplo, en la estimación subjetiva de la “pesantez” en correlación
con las propiedades fisicalistas de “peso” de los objetos que pueden estar en con-
tacto con la musculatura manual). Bajo semejantes condiciones (parámetros)
experimentales, o sea, en cuanto que las fuentes fisicalistas de estimulación pueden
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coincidir con las efectivas estimulaciones fisicalistas proximales, se restringe signi-


ficativamente –aunque no se segrega por completo– el margen para el hallazgo y
tratamiento adecuado de las “constancias perceptivas”, un margen éste que sin
embargo vamos recuperando según vamos trabajando, como de hecho fue hacien-
do la tradición antes mencionada, con regiones y propiedades fisicalistas de con-
traste (con las cualidades perceptivas subjetivamente observadas respecto de
dichas regiones) que, en cuanto que fuentes fisicalistas de estimulación, ya no coin-
ciden (en ningún momento) con las efectivas estimulaciones fisicalistas proxima-
les, sino que figuran como fuentes fisicalistas remotas o lejanas con respecto al cuer-
po del organismo y por tanto con respecto a las efectivas estimulaciones fisicalistas
proximales del organismo que de aquellas fuentes provienen.
Pues resulta, en efecto, de todo punto esencial distinguir entre las “fuentes fisi-
calistas de estimulación” y la efectiva “estimulación fisicalista” que, sin duda, no
puede actuar de otro modo mas que proximalmente, esto es, por contacto físico con
algún receptor orgánico: en rigor, no hay, en efecto, otra clase de estímulos más
que los “estímulos fisicalistas proximales”, esto es, los patrones energéticos fisicalis-
tas (físicos, mecánicos, eléctricos, términos, químicos...) que inciden por contacto
físico sobre algún receptor. De ahí precisamente que se deba distinguir el caso en
el que las fuentes fisicalistas de estimulación puedan coincidir con los efectivos estí-
mulos fisicalistas proximales y el caso en el que dichas fuentes deban no coincidir,
en cuanto que permanecen remotas, con dichos estímulos fisicalistas proximales.
Sólo en este segundo caso se hace posible la vida psíquica, esto es, la vinculación cognos-
citiva del organismo con los alrededores ambientales remotos en cuanto que per-
manecen remotos, mientras que en el primer caso quedan inevitablemente anegadas las
condiciones para dicha vinculación psíquica o cognoscitiva.
Se comprende, entonces, en efecto, que fuera sólo trabajando con fuentes fisi-
calistas remotas de estimulación (fisicalista proximal), como valores fisicalistas
de contraste con las percepciones subjetivas relativas precisamente a dichas fuen-
tes fisicalistas remotas, como pudieron irse descubriendo y tratando experimen-
talmente las constancias preceptivas. Esto es –por exponerlo de la manera más
general y esquemática–, ese decisivo hallazgo según el cual se comprobaba que:
(i) las cualidades subjetivamente observadas relativas a los objetos físicos distantes
–por ejemplo, el tamaño o la forma observados de un objeto– correlacionan, en alto
grado y predominantemente, si bien nunca de manera perfecta, precisamente con las
propiedades fisicalistas construidas y sujetas a medida (por el experimentador) de los
objetos remotos –el tamaño o la forma física medidos–, y (ii) por tanto con (relativa)
independencia, o haciendo (relativamente) abstracción, de la variabilidad de esti-
mulación proximal fisicalista que incide sobre el receptor –por ejemplo, el tama-
ño o la forma física de la imagen retiniana–.
Una mirada atenta a las características de las constancias perceptivas nos per-
mite apresar, por así decirlo, el “secreto” del núcleo mismo de la vida psíquica, o
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 39
sea, de la vinculación cognoscitiva de los organismos con su entorno. Pues apre-
samos dicho secreto, en efecto, cuando entendemos toda posible actividad sensorial
mediante el principio de las constancias perceptivas, incluyendo también, por
tanto, aquellos posibles casos (límite) en donde, como por ejemplo vimos que ocu-
rría en algunas de primeras correlaciones psicofísicas de Weber, las fuentes (fisi-
calistas) de estimulación pueden coincidir –aunque ya decíamos que no necesa-
riamente en todo momento– con las propias estimulaciones (fisicalistas) proxi-
males (como en el caso, por ejemplo, del cuerpo pesado en contacto con la mano
del observador que estima o “sopesa” subjetivamente su “pesantez”). También
estos casos, y en cuanto que todavía quepa hablar de sensación de alguna cuali-
dad percibida, deberá seguirse dando alguna constancia perceptiva, por mínima
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y relativa que ésta sea, respecto de propiedades fisicalistas remotas: siquiera sean,
en efecto, las propiedades remotas en cuanto que re-movidas, o re-movibles, por los
movimientos del organismo, movimientos que de este modo abren el margen mínimo de
variabilidad de estimulación proximal como para que de este modo pueda “fijarse” o “esta-
bilizarse” o “enfocarse” alguna mínima “constancia perceptiva”, con relativa indepen-
dencia por tanto, por mínima que ésta sea, con respecto a aquella variabilidad de
estimulación proximal –y, de hecho, ya Weber comprobó que los sujetos sólo
adquieren y ganan finura perceptivo-discriminativa cuando pueden efectuar
movimientos del brazo a la hora de estimar subjetivamente la pesantez.
Quiere esto decir entonces algo tan decisivo como lo siguiente: que en los
organismos cognoscentes la percepción es indisociable del movimiento (de la actividad
motora), tanto como éste es indisociable de aquella. Es decir, que los organismos per-
ceptivos perciben en la medida misma en que mediante sus movimientos pue-
den variar o modificar, y por tanto re-mover, por mínimamente que sea, las esti-
mulaciones (fisicalistas) proximales mismas que por lo demás no dejan en todo
momento de incidir sobre sus receptores, de forma que precisamente puedan
lograr “fijar” o “enfocar” alguna estabilización o constancia perceptiva, por míni-
ma que ella sea, respecto de propiedades fisicalistas remotas –en cuanto que pre-
cisamente re-movidas por los movimientos. Y esto desde luego, como decíamos,
con un alcance general para toda actividad sensorial, es decir, no sólo, desde luego, en
el caso eminente de los exteroceptores en cuanto que “tele-ceptores” (o recep-
tores justamente de lo distante), sino también, e incluso, para los casos límite en
los que pueden consistir las actividades sensoriales de los propioceptores y aun de
los interoceptores –las sensaciones, placenteras o dolorosas, cuya fuente de esti-
mulación es intraorgánica, que también pueden modificarse en su cualidad sub-
jetiva mediante determinados movimientos del organismo. Lo cual asimismo
significa que no hay “meras sensaciones” o “sensaciones puras”, esto es, sensaciones que
no sean ya percepciones, o sea, que no supongan alguna forma, por elemental que
ella fuere, de configuración perceptiva (de carácter gestáltico), justamente el carácter
configurado (o gestáltico) que se corresponde con el carácter remoto de las pro-
piedades físicas que son percibidas.
Esta decisiva indisociabilidad entre la actividad motora y la perceptiva nos
pone en condiciones de advertir (i) tanto que toda configuración perceptiva sólo
se logra o alcanza en el curso del movimiento, (ii) como que precisamente dicho
movimiento ya es conductual en la medida misma en que se ejecuta o ejercita cog-
noscitivamente orientado entre medias de las configuraciones perceptivas que a
su vez sólo a través suyo se logran. Y es dicha indisociabilidad entre conducta y cono-
cimiento en el sentido indicado la que hace estallar la bi-partición característica
del dualismo representacional, según la cual la conducta sería vista como meros
movimientos fisicalistas que caerían del lado del presunto mundo físico en sí re-
presentado mientras que el conocimiento caería del lado del no menos presunto
40 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

ámbito de la re-presentación en cuanto que yuxtapuesto a aquel presunto


mundo representado. Puesto que la conducta, sin dejar de poder darse desde
luego mediante la ejecución de movimientos orgánicos, y por tanto también físi-
cos, sólo adquiere su carácter conductual cuando se considera a dichos movi-
mientos como ejecutados entre medias de las configuraciones perceptivas que a
su vez sólo a través de dicha conducta se logran o alcanzan.
Unas configuraciones y unos movimientos conductuales acompasados éstos
que, sin dejar de darse íntegramente en el mismo y único mundo donde a su vez
pueden ser construidas (por los agentes científicos) propiedades y relaciones fisi-
calistas –justamente las que tienen que ver con las condiciones de sostén y de
canalización morfofisiológicas y ecológicas de la propia conducta y de la percep-
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ción–, no por eso se reducen a dichas propiedades y relaciones fisicalistas, puesto


que se mantienen a su propia escala, que es precisamente fenoménica, la escala
fenoménica desde la cual el organismo puede variar y reconstruir perceptivo-
conductualmente sus propias condiciones fisicalistas de sostén y canalizació n
morfofisiológicas y ecológicas a las que ha de adaptarse.
Ahora bien, para poder alcanzar una comprensión cabal de la diferencia irre-
ductible, a la vez que de la insoslayable relación entre dichos planos fenoménico y
fisicalista, diferencias y relaciones éstas en las que lo que se juega es la unidad vital
de funcionamiento bio-psico-lógico del organismo, que constituye justamente la
cuestión crucial del campo biológico en cuanto que campo bio(psico)lógico, es
preciso retrotraernos a la construcción de una teoría lo suficientemente compren-
siva y general de los orígenes y de las funciones del conocimiento (y/o de la con-
ducta) en la vida orgánica, una teoría que, en efecto, nos parece que se puede cons-
truir haciendo converger el hallazgo psico-físico fundamental de las constancias
perceptivas con la teoría del origen trófico del conocimiento en su momento ela-
borada por el fisiólogo español Ramón Turró. Veamos cómo.

1.2. El origen trófico del conocimiento: La idea de “co-presencia a distancia” como


definidora de la escala fenoménica de la conducta y el conocimiento biológicos y la
singular dualidad conjugada entre los planos fisicalista y fenoménico en el campo
bio(psico)lógico
Quiero, en efecto, comenzar por destacar que, de acuerdo con la teoría del ori-
gen trófico del conocimiento de Ramón Turró3, la distinción fundamental que
debe establecerse en el reino de la vida por lo que toca a la morfología y la fun-
ción tróficas entre los organismos autótrofos y los heterótrofos resulta ser crítica a
la hora de comprender el origen de las funciones cognoscitivas y/o conductuales
como unas funciones características precisamente de –al menos parte de– los
organismos heterótrofos.
Por lo que toca, en efecto, a los organismos autótrofos, la cuestión es que
éstos, en cuanto que son capaces de realizar sus funciones tróficas y por tanto
metabólicas por fotonsíntesis entre las sustancias inorgánicas que actúan –al
menos, con la suficiente frecuencia– por contacto físico con la superficie de sus cuer-
pos –las moléculas, en efecto, de oxígeno e hidrógeno de la atmósfera, y las de
nitrógeno y carbono del subsuelo, las cuales son capaces de sintetizar en las
correspondientes macromoléculas de proteínas capaces de nutrirles y de asegurar
su metabolismo–, no necesitan de la morfología ni de la función del movimiento
local, ni tampoco de sistemas digestivos para realizar sus funciones tróficas.
Los organismos heterótrofos, sin embargo, en cuanto que necesitan ingerir sus-
tancias ellas mismas orgánicas (vegetales, animales, o ambas) para cumplir sus
funciones tróficas, sustancias que no yacen por lo general y/o con la suficiente
frecuencia en contacto con sus cuerpos, sino que por el contrario se encuentran
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 41
remotas respecto de dichos cuerpos, necesitan para cumplir sus funciones tróficas
del desarrollo al menos de estos dos tipos de sistemas y funciones, a saber: (i) no
sólo de sistemas digestivos de ingestión y digestión de tales sustancias, y de expul-
sión de los residuos no nutritivos, sino también (ii) de órganos motores de desplaza-
miento local en el medio capaces de permitirles el recorrido de las distancias físicas
que los separan de las sustancias vivientes nutritivas y el apoderamiento de ellas al
objeto de poder ingerirlas –y más aún cuando dichas sustancias son a su vez
móviles, o sea, asimismo organismos animales o heterótrofos–. Bajo semejantes
condiciones bio-ecológicas de presión adaptativa, para aquellos organismos hete-
rótrofos cuyos ambientes físicos se caractericen por una determinada “lejanía” de
sus fuentes de alimentación, así como por una determinada “complejidad geográfi-
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ca” de dichas distancias físicas, “la presencia de lo que está distante respecto del
cuerpo del organismo, y precisamente en cuanto que permanece distante” deberá
suponer una ventaja adaptativa sin duda crítica. Y en esto consiste justamente el
conocimiento como función biológica, o sea, el vínculo observacional o cognos-
citivo establecido con los alrededores geográficos: en la presencia de lo remoto (a los
propios movimientos corpóreos de desplazamiento local) en cuanto que yace o permanece
remoto . Una “presencia” ésta, sin duda, que deberá poder ser proporcional a la
capacidad morfológica y funcional de desplazamiento local motor del organis-
mo, en el sentido de que éste deberá poder ser capaz de recorrer las distancias y
de apoderarse de los objetos remotos que precisamente pueden estar “presentes”
mientras siguen yaciendo a distancia durante el recorrido, de forma que dicho
recorrido, y aun apoderamiento, se encuentre cognoscitivamente orientado.
A su vez, la única manera de entender, de un modo no metafísico (en este con-
texto: mentalista), dicha “presencia” de lo remoto en cuanto que permanece
remoto es mediante la idea de “co-presencia a distancia” (de lo que permanece
físicamente distante): “co-presencia a distancia”, en efecto, entre los diversos sec-
tores o regiones físicos del medio físicamente distantes entre sí, y siempre respec-
to de los movimientos del organismo en cuanto que a su vez éstos, o sea, sus
diversas partes físicas, asimismo físicamente distantes, han de adoptar asimismo
la textura de dichas “co-presencias a distancia”.
Obsérvese que la idea de “co-presencia a distancia” no significa “acción a dis-
tancia”, puesto que dicha “acción” deberá seguirse dando, y en todo momento,
por “contigüidad espacial”; pero sí significa, y precisamente a efectos cognosciti-
vos o perceptivos, “evacuación” de dicha “contigüidad espacial” que por lo
demás en todo momento, como digo, deberá seguir dándose.
Sólo de este modo, en efecto, podemos definir y caracterizar, con la pulcritud
lógica necesaria como para no caer en los embrollos metafísicos (mentalistas) a la
postre intransitables por indecidibles, la diferencia y las relaciones entre los pla-
nos fenoménico y fisicalista que buscamos precisar. Pues por un lado, en efecto,
el plano fenoménico viene dado precisamente por la textura de co-presencias a
distancia a cuya escala se dan, indisociablemente acompasados, tanto la conducta
como el conocimiento: un organismo conductual y/o cognoscente, en efecto, eje-
cuta sus movimientos corpóreos de un modo conductual en la medida misma en
que dichos movimientos se dan en un ámbito de co-presencias a distancia, y por
ello mismo en el seno de figuras ambientales percibidas; y ello tanto como dichas
figuras van a su vez alcanzándose y transformándose sólo mediante el ejercicio de
dichos movimientos (a su vez co-presentes, como hemos dicho). Así pues, no
debemos hablar de “conducta” para referirnos indistintamente a cualesquiera
acciones o reacciones corpóreas del organismo, sino solamente cuando sus movi-
mientos se ejecuten en un ámbito de co-presencias a distancia y posean ellos mis-
mos dicha textura copresente. A su vez, y por otro lado, el plano fisicalista se nos
42 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

dibuja en el contexto de las relaciones de “contigüidad espacial” , como relacio-


nes que definen justamente la acción “por contacto” físico (fisicalista), esas rela-
ciones que, como decíamos, hemos de entenderlas actuando en la vida orgánica
ininterrumpidamente. Se trata, en efecto, de las relaciones que caracterizan for-
malmente a las condiciones disposicionales de sostén y de canalización morfofi-
siológicas de la conducta (y/o el conocimiento), así como a sus condiciones de
adaptación físico-ecológica a la que el organismo puja por adaptarse mediante su
propia actividad conductual4.
Y a este respecto es obligado hacer ciertas precisiones de primera importancia,
que afectan, en general, al corazón mismo de los problemas epistemológicos y por
ello ontológicos, y que adquieren una relevancia crítica muy especial justamente
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en el contexto de la bio(psico)logía. El contexto o el plano fisicalista, precisamente


en cuanto que contexto que caracteriza formalmente al “mundo físico objetivo”
–y objetivo en cuanto que físico– no debe ser entendido como algo pre-supuesto (en
el sentido del “prejuicio del mundo” críticamente detectado, y con acierto, por
Merleau-Ponty5), sino precisamente como construido, y construido (por los agentes
científicos) desde dentro del campo formal de inmanencia de cada ciencia física
efectiva (temáticamente fisicalista) a sus diversas escalas categoriales –atómica,
molecular, química, mecánica... etcétera–. Una construcción ésta que, como
vimos, desplegada genéticamente mediante las experiencias operatorias propias
de cada ciencia –que deberán moverse asimismo, como cualesquiera otras opera-
ciones, en el plano fenoménico de las figuras co-presentes a distancia–, necesita
sin embargo, y precisamente, para poder llevarse a cabo, de la construcción de
determinados aparatos sin los cuales no es posible construir el “mundo físico” –en
cada una de sus regiones categoriales científicas–: justamente aquellos aparatos
que, según decíamos, a la vez que contienen determinados automatismos en vir-
tud de los cuales pueden construirse contenidos fisicalistas, llevan acoplados a
dichos automatismos diversas clases de “pantallas métricas puntuadas” que per-
miten la lectura y el control experimental de dichos automatismos y por ello de
sus contenidos fisicalistas, una lectura y control éstos que a su vez no pueden dejar
de seguir siendo fenoménicos –aunque se trate ciertamente de unos fenómenos
singulares, tales que es sólo en su respecto formalmente artefactual como forman
parte interna y formal del campo de cada ciencia 6. Así pues, si podemos hablar
con sentido de un “mundo físico objetivo” no es desde luego desde ninguna pre-
suposición (dualista representacional) relativa a dicho mundo, sino justamente a
partir de las efectivas construcciones fisicalistas objetivas internas al campo de
inmanencia de cada ciencia física (temáticamente fisicalista)7.
Pues bien, por lo que respecta al campo de la bio(psico)logía, la cuestión de las
relaciones entre los planos fenoménico y fisicalista adquiere sin duda aquí un emi-
nente alcance crítico. Pues en este contexto hemos sin duda de reconocer que el
estrato fisicalista caracteriza, como decíamos, a las condiciones disposicionales
morfofisiológicas y ecofísicas de adaptación de los organismos; ahora bien, se trata
de unas condiciones que, siéndolo de la conducta, en cuanto que condiciones
suyas fisicalistas de sostén y/o de canalización y de adaptación ecológica, son a su
vez activamente alteradas y reconstruidas por la propia conducta fenoménica (por su pro-
pio “uso conductual”) en la vida adaptativa del organismo. A este respecto, enton-
ces, es fundamental apreciar que (i) dichos contenidos fisicalistas, en cuanto que
formalmente fisicalistas, son construidos no ya por el propio organismo que figura
como contenido temático del campo, sino sólo y precisamente por los agentes científi-
cos que construyen o conocen el campo, y ello sin prejuicio de que (ii) debamos a
su vez reconocer, y como un contenido crítico de dicho campo, que es el organis-
mo el que comportándose fenoménicamente puede variar y reconstruir sus pro-
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 43
pias condiciones fisicalistas, morfofisiológicas y ecológicas, o sea, esas condiciones
que, no él, pero sí nosotros, podemos y debemos conocer (construir). No debe-
mos, en efecto, atribuir a los organismos bio(psico)lógicos, y precisamente en
cuanto que formalmente bio(psico)lógicos u orgánicos, las capacidades de construcción
del “mundo fisicalista objetivo” que sin embargo hemos de reconocer a los agen-
tes científicos que construyen el campo en el que figuran dichos organismos. Así,
por ejemplo, no deberemos atribuir a la conducta de comer de un organismo, en
cuanto que la contemplamos desde el punto de vista de su ejercicio fenoménico, el
objetivo o la meta de aportarse determinadas sustancias químicas nutritivas (fisi-
calistas) –pongamos: hidratos de carbono, proteínas, o vitaminas–, objetivo éste
que el organismo ni conoce ni puede conocer, sino que deberemos entenderla solamen-
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te en función de la satisfacción de un deseo (fenoménico), y ello sin perjuicio, a su


vez, de que debamos ser “nosotros” (los agentes científicos) quienes podamos y
debamos conocer la función fisicalista objetiva (fisiológica) que se cumple a través
de la experiencia subjetiva fenoménica de satisfacción. Y todo ello, a su vez, como
decíamos, sin que deba dejar de formar parte del campo en cuestión el (re)conoci-
miento por “nuestra parte” de que es precisamente mediante el ejercicio fenomé-
nico de su conducta como el organismo altera y reconstruye esas condiciones fisi-
calistas suyas que él ni conoce ni puede conocer, pero nosotros sí. Por poner otro
ejemplo: en el caso de los experimentos psicofísicos –pongamos: en algunos de los
primeros hallazgos de Weber relativos a la correlación entre “peso” y “pesantez”–
no es precisamente el sujeto experimental en cuanto que sujeto formalmente
orgánico quien puede conocer la cantidad física (fisicalista) de “peso” que sin
embargo estima o sopesa subjetivamente como “pesantez”, ni tampoco, por cier-
to, el propio experimentador en cuanto que sujeto asimismo orgánico, sino sólo
éste, pero formalmente a través de aparatos tales como pesos o balanzas –y a su vez
a través de la lectura (asimismo fenoménica) de las escalas métricas puntuadas que
llevan acoplados tales aparatos–.
Así pues, la clave y la complejidad del campo bio-psico-lógico reside en esta
necesidad suya de construir la singular dualidad conjugada entre los planos fisi-
calista y fenoménico en el sentido indicado, esto es: debiéndose (i) construir, por
parte de los agentes científicos, unas condiciones biofísicas (fisicalistas) de adap-
tación que (ii) son activamente modificadas y reconstruidas mediante el ejercicio
(fenoménico) de la conducta, y de suerte que (iii) ni dichas condiciones ni su
modificación por medio de la conducta, en cuanto que formalmente fisicalistas,
son orgánicamente accesibles a las conductas fenoménicas del organismo sujeto
de estudio, aun cuando sí han de serlo, pero tampoco orgánicamente, sino arte-
factualmente, para el campo científico en cuestión (para sus agentes científicos).
De aquí, en efecto, la necesidad crítica de contar con una concepción adecuada
tanto de la dualidad irreductible como de la conjugación obligada entre ambos
planos (fenoménico y fisicalista), concepción ésta que nos parece que sólo es posi-
ble cuando se entiende a dichos planos en los términos aquí propuestos de rela-
ciones de “contigüidad espacial” y de relaciones de “co-presencia a distancia”.
Pues dichos conceptos están en efecto “tallados” de manera que sin reducirse
mutuamente, puedan a su vez conjugarse. Así ocurre ciertamente en la medida
en que ambos conceptos constituyen dos modulaciones de la “idea de espacio”
que, en vez de operar, como ocurre con el paradigma (por antonomasia, cartesia-
no) de la concepción dualista representacional, por yuxtaposición incomunicable
entre la idea (sustancialista o metafísica) de una “res extensa” y la idea (no menos
sustancialista o metafísica) de otra “res” definida por la simple negación abstracta
de la primera como “res in-extensa”, opera sin embargo de modo que los dos tipos
de relaciones por ellas contempladas –las de “contigüidad espacial” y las de “co-
44 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

presencia a distancia”– puedan considerarse como mutuamente infiltradas o interca-


ladas sin reducirse por ello mutuamente. Es decir, en cuanto que (i) las relaciones de
“co-presencia a distancia” se conciben por “evacuación” o “privación” (no ya por
mera negación abstracta) de las relaciones de contigüidad espacial en la medida
en que se las considera a su vez ya infiltradas en, y por ello posibilitadas por,
dichas relaciones de contigüidad espacial –en cuanto que, en efecto, las co-pre-
sencias a distancia sólo pueden darse entre partes físicamente distantes y por ello
“rellenables” por contigüidad espacial–; y ello tanto como, a su vez, (ii) entende-
mos que las relaciones de “contigüidad espacial” sólo pueden ser construidas
mediante “segregación”, por neutralización mutua, de unas relaciones de co-pre-
sencia a distancia que por su parte hemos podido llegar a reconocer como posibi-
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litadas, en cuanto que infiltradas, por dichas relaciones de contigüidad espacial.


Expresado en términos más intuitivos: en cuanto que podemos reconocer que
las figuras ecológicas percibidas, como co-presencias a distancia, lo son del medio
ambiente físico mismo, o sea, no dejan de ser el medio físico mismo, pero en cuanto que
susceptible de presentarse (a los movimientos orgánicos) en disposición flexible en
cuanto que co-presencias a distancia entre lo que se encuentra físicamente dis-
tante, una disposición flexible ésta que precisamente hace posible el juego conductual
de alterarlo y reconstruirlo mediante los movimientos conductuales –los cuales,
a su vez, y “llegado el caso”, es decir, dado un determinado desarrollo histórico
de las técnicas productivas etiológicamente antropológicas, podrán construir,
sólo mediante determinados aparatos, y no ya de un modo formalmente orgáni-
co, aquellas relaciones fisicalistas de contigüidad espacial en las que cabe re-
conocer que ha quedado segregadas, por neutralización mutua, las co-presencias
fenoménicas que en principio comparten todos los organismos conductuales.
De ahí, a su vez, que sólo una concepción fenoménica de la conducta y del
conocimiento pueda ser lógicamente solidaria de una concepción genuinamente
constructivista de los mismos. Pues sólo la “disposición flexible” de las co-presen-
cias a distancia mediante la que se hace fenoménicamente accesible ese medio que
podemos llegar a reconocer (artefactualmente) como medio físico (fisicalista) hace
posible o “abre el juego” para la variación o alteración constructiva mediante la
conducta de las figuras co-presentes entre las que ella se mueve –y “llegado el
caso”, como decíamos, para la construcción artefactual misma del “mundo físico”
y, por tanto, como un estrato suyo, del “medio físico ecológico” de los organismos.
Así pues, y en resolución, esta doble condición, a saber: (i) el carácter indisocia-
blemente acompasado de la conducta y el conocimiento orgánicos en cuanto que
dados ambos en el plano fenoménico, y, (ii) la dualidad irreductible, a la vez que
conjugable, entre los planos fenoménico y fisicalista en cuanto que constituye el
juego mismo de la unidad vital del funcionamiento orgánico, nos ponen en con-
diciones, respectivamente, en primer lugar, (i) de poder sortear de raíz y remontar el
dualismo representacional a la hora de entender a la conducta y al conocimiento,
pero también, y en segundo lugar, (ii) de no poder dejar de reconocer la dualidad conju-
gada en la que efectivamente se resuelve la unidad vital del funcionamiento orgá-
nico, una dualidad conjugada ésta en la que sin duda reside la singularidad onto-
lógica de los organismos vivientes conductuales y que por ello constituye el
“nudo” mismo del campo de la biología en cuanto que campo bio-psico-lógico.
Pues bien: de acuerdo con la concepción fenoménica de la conducta aquí
expuesta, y sin perder de vista su dualidad conjugada con sus condiciones fisica-
listas morfofisiológicas y ecológicas, quiero traer a colación ahora ciertas caracte-
rísticas definitorias y críticas de la conducta que sólo se nos muestran con nitidez
conceptual cuando consideramos ésta a su nivel formalmente fenoménico, y que
en todo caso fueron ya advertidas y exploradas de distintos modos por algunas
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 45
escuelas clásicas de pensamiento psicológico tan relevantes como la escuela (clá-
sica) de la Gestalt y la tradición del funcionalismo bio-psico-lógico norteameri-
cano de las primeras décadas del siglo XX. Veamos.

1.3. La confluencia entre el concepto gestaltista de “trasposición” y el concepto


funcionalista de “funcionamiento vicario” como características definitorias de la conducta
a su nivel formalmente fenoménico
Comenzaré, en efecto, por poner de manifiesto la profunda afinidad conceptual
que me parece que cabe apreciar entre el concepto de “funcionamiento vicario”,
tal y como fue manejado por la tradición del funcionalismo biopsicológico nortea-
mericano, y el concepto de “trasposición” sobre el que en buena medida giró la
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experimentación y la concepción psicológicas de la escuela clásica de la Gestalt.


Para ello, he de comenzar por considerar, siquiera muy esquemáticamente, el
núcleo conceptual mismo de la concepción gestáltica de la vida psíquica. Como
es sabido, para la escuela (clásica) de la Gestalt8 la vida psíquica se ofrece como
un continuo de configuraciones significativas segmentadas cada una de las cuales
tiene las propiedades de una “Gestalt” (“configuración”, “forma”, “estructura”),
esto es, una “totalidad internamente estructurada” según las “relaciones formales”
entre sus “partes formales”, en cuanto dichas partes se dibujan o definen a la escala
de las relaciones formales entre ellas. Lo cual quiere decir que, respecto de cada
totalidad formal de referencia deberá haber, además de las partes formales defini-
das en función de sus relaciones formales, asimismo “partes” o “ingredientes” “mate-
riales” que resulten mutuamente intersustituibles respecto de las relaciones forma-
les sin que por ello se pierda, sino que siga manteniéndose, la figura formal del
todo. De aquí que, en efecto, los experimentos sobre la “trasposición” vengan a
constituir, según propongo, el paradigma o ejemplar experimental canónico de
la idea misma de Gestalt, en cuanto que en dichos experimentos, en su diversas
modalidades, lo que se “mantiene”, “reitera” o “persiste” a lo largo de las sucesi-
vas pruebas es justamente la estructura formal de una Gestalt, en cuanto que jus-
tamente definida por las relaciones formales entre sus partes formales, y por
tanto “abstracción hecha” de sus diversos, alternativos y mutuamente intersusti-
tubles (respecto de dicha estructura formal), ingredientes o partes materiales.
De este modo, la idea de Gestalt, en cuanto que idea de “totalidad”, no sólo
no excluye, sino que necesariamente incluye, la idea de “partes”, y no sólo de par-
tes (y relaciones) “formales”, sino asimismo de partes o ingredientes “materia-
les”, en cuanto que, como digo, respecto de cada totalidad formal, definida en
función de las relaciones formales entre sus partes formales, es preciso contar con
una diversidad de partes o ingredientes materiales cuya diversidad resulta “abs-
traible” o “mutuamente intersustituible” respecto de dichas relaciones formales
que definen la totalidad formal de referencia.
Así pues, la escuela de la Gestalt supo llevar a cabo un genuino análisis, con-
ceptual y experimental, holotótico (de los todos y las partes), mediante la apuntada
con-jugación, respecto de cada contexto formal de referencia, de las funciones de
partes y relaciones formales y de partes materiales, análisis éste mediante el cual
desarrolló, conceptual y experimentalmente, con la mayor pulcritud lógica, la
idea de “cualidades de formas” (o de “carácter-de-objeto”) de las cualidades subjetiva-
mente conocidas que ya había destacado la escuela austríaca de Graz precisamente
en la estela de la decisiva idea de intencionalidad de Brentano. Pues esta idea de
intencionalidad venía a significar, en efecto, antes que nada precisamente esto:
que un acto psíquico es intencional en la medida que siempre queda no (auto)conte-
nido en sí mismo, sino desbordado por su referencia a sus contenidos en cuanto que “obje-
tos”, dados éstos con un cierto “orden propio” –que desborda intencionalmente el
46 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

acto en que se dan. Y es justamente este “carácter (o cualidad) de objetos”, junto


con este “orden propio” de los mismos, el que la escuela de la Gestalt supo tratar,
conceptual y experimentalmente, con toda pulcritud lógica, mediante el ejemplar
canónico de la “trasposición”, en el cual ejercitó la mencionada conjugación entre
las funciones de partes y relaciones formales y de partes materiales respecto de
cada totalidad formal de referencia como el “orden propio” de los objetos o confi-
guraciones significativas en los que cada Gestalt consiste.
Pues bien, no es difícil advertir que dentro de la tradición del funcionalismo
biopsicológico norteamericano está presente, y como una pieza clave de su carac-
terización de la conducta, un concepto de naturaleza y función muy semejante a
aquel que yace bajo los experimentos canónicos de la trasposición, a saber, el con-
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cepto de “funcionamiento vicario” 9. Se trata, en efecto, expuesta aquí en su senti-


do más general, de la idea según la cual, con respecto a un logro conductual es posi-
ble siempre reconocer una pluralidad y diversidad de rutas o vías de ejecución que
resultan equi-funcionales, esto es, funcionalmente intersustituibles respecto de dicho
logro, de suerte que es mediante la reiteración o persistencia, en diversos ensayos
o pruebas, de dicha equifuncionalidad como podemos definir o identificar el
logro (común) “abstracción hecha” de sus diversas vías o medios de ejecución.
Se trata, entonces, en efecto, según propongo, de poner en correspondencia a
los “logros” conductuales funcionales (del funcionalismo) y las “totalidades for-
males” o Gestalten, (de la Gestalt), percatándonos de que la “equifuncionalidad”
de los diversos “medios” con respecto a su “fin” o logro funcional del funcionalis-
mo viene a coincidir precisamente con el carácter de “mutua intersustituibili-
dad” de las “partes materiales” respecto de las “partes y relaciones formales” que
hemos visto que contiene necesariamente la idea (gestaltista) ejemplar de “tras-
posición”10.
Y ni siquiera esta profunda afinidad entre ambas concepciones puede ser rebaja-
da o desdibujada aun cuando quepa reconocer que la tradición funcionalista pudo
poner un mayor énfasis en el aspecto “funcional” o de logro, mientras que la escuela
de la Gestalt pudo poner el acento más bien en el aspecto “formal” o “estructural”
de las configuraciones, pues la cuestión es justamente que ambos aspectos, el fun-
cional y el formal, se encuentran indisociablemente acompasados en el preciso sentido
de que sólo es posible el “funcionamiento vicario”, o sea, la intersustituibilidad
mutua funcional de una diversidad de medios con respecto a su logro conductual,
cuando este logro se entiende a su vez como una Gestalt, o sea, como una configu-
ración significativa definida como una totalidad formal en función de las relaciones
formales (o formal-funcionales, podremos decir ahora) entre sus partes formales.
De este modo, puede decirse que tan “funcional” fue, siquiera en el ejercicio, la
concepción acaso más explícitamente formal de la vida psíquica de la escuela de la
Gestalt, como “formal” no pudo dejar de ser, en el ejercicio a menos, la concepción
acaso más explícitamente funcional de la escuela funcionalista.
Pero esto sólo tiene sentido y es posible en cuanto que la actividad conductual
viene dada en el seno de un ambiente fenoménico, o sea, en el seno de un “medio
estético” dado como un (posible) “juego” de “disposiciones flexibles” hechas
posibles justamente bajo la forma de las “co-presencias a distancia”, pues sólo, en
efecto, las co-presencias a distancia permiten llegar a “lograr” o “estabilizar” con-
ductualmente las efectivas “configuraciones significativas” (cognoscitivas)
mediante la “con-jugación” mencionada entre las “partes” (dicho estructural-
mente) o “medios” (dicho funcionalmente) “materiales” y las “partes y relaciones
formales” (dicho estructuralmente), o “formales-funcionales” (dicho a la vez
estructural y funcionalmente) respecto de cada “totalidad formal” (o “formal-
funcional”) de referencia, como una totalidad, en efecto, sólo a cuya escala “for-
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 47
mal-funcional” es posible aquella con-jugación como medio de lograrla. Sólo,
pues, un ambiente fenoménico, en cuanto que co-presente, hace posible un trato
conductual “abstracto” del mismo, y por ello justamente cognoscitivo, o sea, pre-
cisamente ese trato que hemos de considerar como efectivamente “abstracto” en
la medida en que puede con-jugar, respecto de cada totalidad formal de referen-
cia, sus partes materiales con sus partes y relaciones formales de modo que preci-
samente “hace abstracción”, en cada caso o para cada contexto formal de referen-
cia, de dichas partes materiales, en cuanto que conjugadas como “medios” con su
“logros” formales respecto de los que quedan abstraídos.
Y es esta posibilidad de un trato conductual abstracto o cognoscitivo del
medio, abierto por el ambiente fenoménico en cuanto que co-presente, la que
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resulta desde luego enteramente anegada en el contexto fisicalista de las relacio-


nes de contigüidad espacial, es decir, en el contexto (ya sabemos que construido
artefactualmente por los agentes científicos) de las relaciones fisicalistas morfofi-
siológicas y físicoecológicas, en el que hemos de contar tanto con las relaciones
de efectiva estimulación física y por ello proximal, así como con las relaciones, no
menos fisicalistas, y a su vez dadas a su propia escala (morfoneurofisiológica), de
integración y reacción neurofisiológicas (aferente y eferente) de dicha estimula-
ción. En este contexto, desde luego, dado su carácter espacial contiguo o fisicalis-
ta, no hay lugar (justamente, “lugar fenoménico”) para aquel trato conductual
abstracto o cognoscitivo del medio que sólo resulta viable entre medias de las co-
presencias fenoménicas. (Otra cosa es, como ya hemos apuntado, que si en otro res-
pecto podemos reconocer la posibilidad de construcción de “configuraciones” fisi-
calistas, como las de los campos de las ciencias temáticamente fisicalistas –y en
este sentido como los propios conceptos fisiológicos fisicalistas–, dichas cons-
trucciones sólo serán posibles dentro del campo de inmanencia formal de cada
ciencia efectiva por la mediación formal de determinados aparatos etiológica-
mente antropológicos, pero no en cuanto que orgánicamente accesibles a los
sujetos orgánicos que estudia el campo biológico, ni siquiera a los agentes cientí-
ficos mismos –de cualesquiera ciencias, incluida la biología– en cuanto que se
consideran éstos como formalmente orgánicos).
Es preciso, pues, advertir, que la singular dualidad conjugada entre los planos
fenoménico y fisicalista del campo de la bio-psico-logía incluye, correlativamen-
te a ambos planos o momentos conjugados, dos sentidos o aspectos distintos del
concepto mismo de “medio ambiente”, a saber, un medio ambiente en sentido
físico o fisicalista, constituido por el conjunto y la serie de estratos físicos (espa-
ciales contiguos) que no dejan de incidir proximalmente sobre el organismo –y
que es lo que más bien connota el concepto de “milieu”–, y un ambiente fenomé-
nico y/o conductual que, supuesta como condición suya la remoción física res-
pecto de los movimientos del organismo, viene constituido por las figuras cog-
noscitivas fenoménicas alcanzables por la conducta –situación ésta más bien con-
notada por el concepto de “umwelt”, en cuanto que este concepto implica, o al
menos incluye, a los “alrededores remotos” en cuanto que fenoménicamente pre-
sentes–11. La singular complejidad del concepto mismo de medio “bio-ecológi-
co” radica entonces en que dicho concepto incluye formalmente la dualidad con-
jugada entre estos dos irreductibles aspectos suyos.
Quiere ello decir que la conducta se da en el seno de un ambiente que, en
cuanto que fenoménico, es precisamente el ambiente directa o inmediatamente
observable, y no sólo por el organismo conductual objeto de estudio, sino también
por los agentes que lo estudian en cuanto que agentes asimismo orgánicos, de
suerte que son las observaciones operatorias o conductuales tanto de los sujetos
orgánicos estudiados como de los propios agentes que los estudian, en cuanto
48 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

que sujetos ambos orgánicos, las que deben engranar mutuamente en el seno del
ambiente fenoménico-conductual común a ambos (al menos por lo que respecta
a determinados sectores configuracionales perceptivos suyos) en cuanto que
inmediatamente observable para ambos tipos de sujetos orgánicos. A su vez, este
carácter “inmediatamente observable” del ambiente fenoménico común a ambos
tipos de sujetos orgánicos no quiere decir que las observaciones (conductuales) de
cada uno de ellos no deban tener lugar de un modo constructivo, y que por tanto
el propio engranaje entre ambos tipos de observaciones no deba ser construido, o
si se quiere inter-construido, y en particular por los propios agentes científicos.
El concepto de lo “inmediatamente observable”, en cuanto que incide en el
carácter fenoménico del ambiente, no quiere decir, desde luego, sino todo lo con-
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trario, que dicho ambiente inmediatamente observable no sea, y precisamente en


cuanto que inmediatamente observable, susceptible de construcción.
Antes bien, como ya hemos visto, si la idea de construcción quiere decir algo
efectivo y viable en el contexto orgánico o biológico, es sólo en la medida en que
se la entiende como efectiva construcción conductual u operatoria inmediata o directa-
mente efectuada con y entre medias del medio ambiente, una construcción conduc-
tual inmediata ésta que por tanto sólo se hace accesible en el seno de un ambiente fenomé-
nico o inmediatamente observable. Así pues, lo “inmediatamente observable” es sin
duda algo “dado inmediatamente”, pero no ya en cuanto que “dado-en-si” o “dado-
como-terminado”, sino más bien en cuanto que “dado-como-susceptible de ser operatoria o
conductualmente alterado, variado o construido” –“susceptibilidad” ésta que justamen-
te reside en la “disposición flexible” para ser operado y construido que exhiben las
configuraciones fenoménicas en cuanto que co-presentes a distancia.
Lo cual nos lleva por último a establecer ciertas precisiones que considero asi-
mismo importantes respecto del juego constructivo con el medio que los orga-
nismos pueden llevar a cabo mediante su conducta.

1.4. La confluencia entre los conceptos gestálticos de “figura y fondo” y del “carácter
“reversible” de las Gestalten y el concepto funcionalista de “acomodación selectiva”
Quiero ahora poner de manifiesto de nuevo la profunda afinidad conceptual
existente entre dos tipos de conceptos puestos asimismo en juego por las tradi-
ciones de la escuela clásica de la Gestalt y del inicial funcionalismo biopsicológi-
co norteamericano, en cuanto que dichos conceptos apuntan a ofrecernos la clave
del carácter aprendible y constructivo de la conducta. Me refiero, por un lado, a
esas dos características destacadas por la escuela de la Gestalt relativas a la dispo-
sición en “figura y fondo” con que se presentarían las Gestalten y al carácter
“ambiguo” o “reversible” de las mismas, y por otro lado al fundamental concepto
de “acomodación selectiva” de la tradición funcionalista.
Para ello, he de comenzar por destacar la íntima solidaridad conceptual que
cabe detectar entre los conceptos gestálticos de “figura y fondo” y del carácter
“reversible” o “ambiguo” de las Gestalten, una solidaridad ésta que se advierte
cuando reparamos en el carácter obligadamente dinámico que los “campos gestál-
ticos” tienen para la concepción gestáltica del psiquismo. Pues así como, según
veíamos, la concepción “estructural” o “formal” de las Gestalten no excluye, sino
que se acompasa, con una concepción “funcional”, asimismo aquella concepción
va ligada en esta escuela a una concepción eminentemente “dinámica” de los
“campos gestálticos”, esto es, a una concepción que entiende a las Gestalten
como susceptibles de “ensamblarse” o “articularse” entre sí, en el continuo de la
actividad conductual, según ensamblajes dinámicos de los que resultan o a partir de los
que pueden generarse nuevas Gestalten —cada una de ellas con su conjugación res-
pectiva entre sus partes y relaciones formales y sus ingredientes materiales. Segu-
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 49
ramente ni siquiera sería necesario mencionar a este respecto que fue Koffka, en
su tratado sistemático de 1935 sobre la psicología de la Gestalt, escrito ya en los
Estados Unidos con la voluntad de dar a conocer de un modo compendiado y sis-
tematizado el pensamiento de la escuela, el que más explícita y sistemáticamente
caracterizó a los campos gestálticos como campos dinámicos y conductuales en cuanto que
dados precisamente en un plano fenoménico; o que, por mencionar otro ejemplo rele-
vante, la “psicología topológica” de Lewin, elaborada sin duda en la estela de la
escuela de la Gestalt, no sólo es “topológica”, esto es, gestáltico-regional, sino
asimismo “vectorial”, o sea, sistemática y explícitamente dinámica12.
Pues bien, es dentro de dicha concepción dinámica donde cobran todo su sen-
tido los principios, experimentales y conceptuales, de la ley de la “figura y el
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fondo” y de la ley de la “ambigüedad” o “reversibilidad” de las Gestalten, así


como, según decía, su íntima vinculación conceptual. Pues podemos, en efecto,
entender que si cada Gestalt se presenta como una “figura” que destaca sobre un
“fondo”, esto es así en la medida en que dicho fondo no sería sino el contexto opera-
torio de posibilidades de transformación gestáltica que puede ser operatoriamente lograda a
partir de la figura inicial. De ahí, justamente, y a su vez, que las Gestalten se pre-
senten dotadas de ambigüedad o reversibilidad gestáltica, en cuanto que cada
Gestalt, presente como “figura”, no se encuentra definitivamente clausurada,
cerrada o “terminada” (no obstante su relativa “buena figura” o “cierre gestálti-
co”), sino precisamente “abierta” o “expuesta” a esa pluralidad de transformacio-
nes operatorias a partir suyo que es lo que constituye su “fondo” o contexto ope-
ratorio de posibilidad.
Podemos ahora comprender el sentido de esa “disposición flexible” que decía-
mos que muestra el medio ambiente en cuanto que fenoménico, pues semejante
“disposición” no es sino la relación misma de transformación operatoria entre
alguna figura presente y su contexto o fondo de posibilidades operatorias de
transformación, de suerte que toda figura presente debe presentarse entonces
justamente como reversible, esto es, abierta a sus diversas posibilidades de trans-
formación operatoria. Como poco más adelante veremos, es justamente dicha
“relación de transformación operatoria” –entre cada figura presente y su contexto
operatorio de posibilidades de transformación– en lo que consiste exactamente la
“intencionalidad”, que precisamente confiere “significación” a cada figura pre-
sente por respecto a determinadas posibilidades suyas de transformación en cada
caso vigentes o seleccionadas frente a otras posibles alternativas no vigentes o
desechadas. Y sin duda que dicha flexibilidad operatoria no es posible sino en un
contexto fenoménico de co-presencias a distancia, quedando segregada o anega-
da en el seno de las relaciones fisicalistas de contigüidad espacial. Como venimos
diciendo, el medio ambiente fenoménico no deja de ser el medio físico mismo,
pero en cuanto que flexiblemente dispuesto para ser operatoriamente transfor-
mado en virtud de las co-presencias a distancia entre lo que se encuentra física-
mente distante. Anegadas dichas co-presencias, queda por lo mismo anegada
toda flexibilidad operatoria, y por ello segregada toda posibilidad de comportar-
se u operar.
Así pues, la escuela de la Gestalt mantuvo una concepción característicamen-
te dinámica del campo psicológico, y ello en la medida en que seguramente fue,
a mi juicio, de entre todas las escuelas psicológicas, la que con mayor pulcritud
conceptual y de un modo más explícito supo advertir y conceptuar el carácter
fenoménico del campo psicológico (y en este sentido creo que ni siquiera sería
necesario decir que la concepción que aquí estoy proponiendo de la conducta se
nutre principal y esencialmente de dicha tradición). Mas precisamente por ello,
de dicha concepción fenoménico-dinámica hemos de decir, no ya sólo que sea
50 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

susceptible de aliarse o de converger con una concepción constructivista y apren-


dible de la conducta, sino más bien que es precisamente la concepción que, debi-
do a su factura explícitamente fenoménica, nos permite apresar la clave del carác-
ter constructivista y aprendible que sin duda la conducta tiene.
De este modo, es desde la perspectiva fenoménica misma de la escuela de la
Gestalt como podemos apreciar la significativa afinidad entre la concepción
dinámica del campo psicológico de dicha escuela y aquel concepto mediante el
que el funcionalismo norteamericano buscó caracterizar desde un principio a la
conducta como actividad específicamente “novedosa” o “aprendible”, y por ello
constructiva, esto es, el concepto de “acomodación selectiva”. Como se sabe, en
efecto, la perspectiva funcionalista quería serlo, ante todo, en el sentido de desta-
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car que si los organismos tenían actividad psíquica (“consciencia” o “experien-


cia” del medio), esto sólo podría ser así en la medida en que dicha “experiencia”
hubiera de resultar biológicamente “funcional”, esto es, desempeñar algún
cometido o papel adaptativo biológico específico o diferencial en la vida del
organismo. Y dicho papel fue visto, en efecto, en la estela del concepto de “hábi-
to” de Darwin (y Ll. Morgan), como capacidad de “acomodación selectiva”, o de
“respuesta selectiva al estímulo”, esto es, como la capacidad de reaccionar de manera
adaptativa ante situaciones “nuevas” o no contenidas en las reacciones previas del
organismo13. Con ello se estaba abriendo paso sin duda la idea psicológica crítica
de “aprendizaje” –que luego el conductismo iba a explotar a su manera, es decir,
bajo el prejuicio fisicalista aliado, explícita o implícitamente, con el prejuicio
mentalista representacional–, esto es, la idea de una capacidad orgánica para
modificar las pautas de conducta de acuerdo con la posible novedad o variación
de las vicisitudes ambientales con las que precisamente podría encontrarse la
experiencia conductual del organismo.
Así pues, la idea misma de una “acomodación selectiva” a la “novedad” o a la
“variación”, como capacidad adaptativa específicamente psicológica del organis-
mo, sólo tenía sentido, de hecho, en la perspectiva funcionalista, al nivel o en el
plano de la experiencia en cuanto que acompasada con la conducta, es decir, en cuanto
que susceptible de darse en el curso de la experiencia conductual de las vicisitudes
ambientales con las que organismo podría enfrentarse, de forma que dicha varia-
ción sólo pudiese ser afrontada y modificada activamente por medio de la con-
ducta que actuaba asimismo en el seno de dichas vicisitudes susceptibles de
experiencia. Sólo de este modo, en efecto, la conducta podía llevar a cabo aquella
“acomodación selectiva a la novedad”, o sea, podía ella misma variar o modificar
“selectivamente” las variaciones ambientales mismas, y con ello re-construirlas,
y reintegrarlas circularmente al acerbo conductual del organismo.
Semejante concepción indisociablemente acompasada de la conducta y la
experiencia suponía, pues, que el análisis funcionalista se movía, de hecho, en un
plano formalmente fenoménico (o fenoménico-funcional). Ciertamente, aun cuando
en la escuela de la Gestalt la concepción fenoménica del campo psicológico fuese
elaborada de un modo académicamente más explícito, formalizado y autocon-
sistente –dada, sin duda, su estrecha vinculación académica con la tradición
fenomenológica instaurada por Brentano, a través sobre todo de la obra de
Stumpf y de la escuela de Graz–, no por eso hemos de dejar de advertir que la
inicial tradición del funcionalismo norteamericano se mueve en todo momento,
si quiera ejercitivamente, aun cuando fuese de un modo académicamente más
informal y menos consistente, en el seno de un análisis asimismo fenoménico, o
fenoménico-funcional, de la conducta. Y ello no sólo en el ejercicio de su trabajo
experimental –en el desarrollo de las variables y relaciones funcionales estudia-
das en las cajas-problema, desde los trabajos de Angell y Carr hasta Thorndike–,
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 51
sino también de un modo explícito en los análisis meramente conceptuales, pero
canónicos, que pudieron llevar a cabo un J. Dewey, en su análisis crítico del
“concepto de arco reflejo” , o un W. James, en su descripción de la “corriente de
conciencia”. Así, en efecto, la muy sutil crítica de Dewey al concepto elementa-
lista y compositivo del “reflejo” –en realidad, de cualquier efectiva pauta de con-
ducta instrumental u operante– no puede dejar de ser vista sino como una crítica
del supuesto fisicalista (espacial-contiguo) que sin duda subyace a dicha concep-
ción elementalista y compositiva, y ello en cuanto que dicha crítica sólo puede
desarrollar su propia concepción de la “relación circular” entre las “interdepen-
dencias funcionales” entre los diversos “momentos” del “continuo conductual”
desde un punto de vista no sólo obligadamente fenoménico, sino además, y por
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lo mismo, netamente “fenoménico-gestáltico” de dicho proceso, puesto que sólo


y precisamente desde dicho punto de vista fenoménico-gestáltico es posible
entender el proceso conductual en los términos de dichos “momentos” “funcio-
nalmente interdependientes” de un modo “circular” del “continuo
conductual”14. Por su parte, el análisis clásico de James relativo a las cinco carac-
terísticas definidoras de la “corriente de conciencia” (como se sabe: “personal”,
“cambiante”, “continua”, “referida a objetos distintos de ella misma” y “selecti-
va”) constituye un análisis canónico que sólo es posible llevar a cabo desde un
punto de vista asimismo fenoménico y gestáltico, y que pierde todo sentido
desde el punto de vista fisicalista (pero también mentalista) 15.
Lo que propongo, por tanto, es la necesidad de entender el concepto funciona-
lista nuclear de “acomodación selectiva”, mediante el que esta tradición buscó
apresar el carácter específicamente aprendible y constructivo de la conducta en
cuanto que indisociablemente acompasada con la experiencia, precisamente en
los términos fenoménico-gestálticos mediante los que la escuela de la Gestalt
pudo dar curso a su concepción característica de la dinámica conductual, esto es,
como hemos visto, mediante los conceptos de disposición en figura y fondo de
las Gestalten y de reversibilidad gestáltica. De este modo, en efecto, la variación
o modificación selectiva que la conducta efectúa circularmente de las propias
variaciones ambientales con las se encuentra debe ser entendida como aquella
transformación conductual efectuada desde alguna “figura” presente con respec-
to a su contexto o “fondo” de posibilidades alternativas conductuales de transfor-
mación, en virtud del cual contexto cada figura, como veíamos, debe presentarse
según una disposición “reversible” (o “flexible”). A este respecto, me permito
simplemente recordar que el concepto de “franja” de James, como fondo de las
posibles “transiciones” a partir de cada “estado sustantivo” respecto de otros
posibles nuevos estados “sustantivos”, viene a ejercer de una manera ejemplar
esta convergencia entre el análisis funcionalista y el fenoménico-gestáltico que
aquí estoy defendiendo, como una convergencia que desde luego y a su vez sólo
puede entenderse en clave fenoménico-gestáltica16.
En todo caso, es preciso señalar que la tradición funcionalista aportó sin duda
un componente decisivo, que había quedado en cierto modo indefinido en la
escuela clásica de la Gestalt, como es la obligada referencia al logro de alguna
situación de experiencia hedónica (placentera o dolorosa) como momento funcio-
nalmente “terminal” o de “clausura” de cada pauta o ciclo conductual en cuanto
que “selector” de aquella variación conductual que hubiera resultado hedónica-
mente exitosa frente a otras posibles modificaciones conductuales alternativas, es
decir, la referencia a lo que en la ulterior tradición conductista se llamaría “refor-
zadores”. Y sin duda que en cuanto que experiencias efectivas, las experiencias
hedónicas deben seguir siendo entendidas como situaciones fenoménicas, no
como contenidos o procesos fisicalistas —no es reductible, como dijimos, la
52 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

“satisfacción” del apetito a la “nutrición” del organismo, sin perjuicio de estar


ambas funcionalmente conjugadas—, y por tanto como dadas en un ambiente
fenoménico, aun cuando en este caso sea fenoménico-somático (relativas al pro-
pio cuerpo fenoménico), y por ello dotadas de alguna forma, siquiera mínima, de
co-presencia y por lo mismo de configuración gestáltica, por elemental que sea,
de las cualidades sensoriales experienciadas, como pone de manifiesto el hecho
de que dichas cualidades sean susceptibles de modificarse por efecto de determi-
nados movimientos corpóreos que, en cuanto que logran dichas modificaciones,
siguen siendo conductuales. Y es precisamente por esto por lo que dichas expe-
riencias hedónicas, aun actuando como momentos funcionales de clausura, cierre
o “término” de cada ciclo conductual en el sentido dicho, tampoco deben consi-
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derarse en sí mismas como terminadas o acabadas, sino asimismo abiertas o expuestas


a su modificación selectiva conductual, o sea, asimismo aprendibles y/o recons-
truibles –en cuanto que “modificación selectiva de las preferencias apetitivas”–.
Así pues, ningún “momento funcional” de la conducta, ni los predominante-
mente cognoscitivos (exploratorios y/o resolutorios) ni los predominantemente
apetitivos (consumatorios) debe considerarse terminado o acabado, precisamente
por su carácter fenoménico-funcional, de suerte que también la función de clau-
sura de cada ciclo conductual desempeñada por los momentos consumatorios
debe considerarse sólo relativa en cuanto que asimismo expuesta a su modifica-
ción selectiva o preferencial.
Pues bien: creo que las anteriores precisiones nos han puesto en condiciones
de poder construir ahora, con un mínimo de pulcritud lógica, los conceptos de
“intencionalidad”, “significado” y “representación” en el ámbito de la conducta
zoológica.

1.5. La “intencionalidad”, el “significado” y la “representación” como propiedades


semióticas y pragmáticas inherentes a la conducta zoológica
Como hemos visto, cada pauta o ciclo conductual consiste en el ejercicio de
alguna posible trasformación conductual u operatoria, realizada con o a partir de
alguna situación o configuración presente, y relativa a algún contexto (operato-
rio) de posibilidades de transformación mutuamente alternativas, de modo que,
en cada caso, la transformación que se está ensayando viene diferencialmente
seleccionada, frente a las otras alternativas posibles, en función de alguna expe-
riencia hedónica (de logro apetitivo o evitativo, según el carácter placentero o
doloroso respectivamente de dicha experiencia) que asimismo se está ensayando.
Pues bien, si en la frase anterior sustituimos la expresión “ensayando” por la
expresión “intentando” , tenemos sin duda la clave lo que sea la “intencionalidad”,
o la relación de “referencia intencional”, como una propiedad constitutiva e
inmanente (como dijera Tolman) al ejercicio de toda conducta.
Pues, en efecto, la “relación de referencia intencional” no es sino la relación
misma de transformación operatoria efectuada a partir de alguna configuración
presente y respecto de su contexto operatorio de posibilidades de trasformación, en
cuanto que consideramos dicha relación de transformación ejecutándose operato-
riamente, y por tanto “haciendo presente”, por el ejercicio operatorio mismo, aque-
llo que está “ausente” –y ello tanto, desde luego, respecto de los momentos predo-
minantemente cognoscitivos o exploratorio/resolutorios, como también respecto
de los momentos predominantemente consumatorios de la pauta conductual.
Sólo de este modo, podemos, en efecto, asumir y reconstruir en términos
estrictamente operatorios o conductuales, como es preciso, el imprescindible
concepto de “intencionalidad” de Brentano, y despojarle por tanto de todo posi-
ble residuo mentalista/representacional 17. Pues no diremos ya exactamente,
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 53
como Brentano, para definir la “presencia intencional” que dicha “presencia” es
la “in-existencia intencional del objeto a la conciencia”, pero sí que es la “in-exis-
tencia intencional de algún posible resultado de una transformación (operatoria)
respecto de la clave o situación de partida a partir de la cual se está efectuando (ope-
ratoriamente) la trasformación”. De este modo, la “presencia” o “in-existencia”
intencional lo es siempre de algún posible resultado respecto de alguna situación de
partida o clave suya en cuanto que efectuándose la transformación operatoria-
mente, no ya en cuanto que tomáramos dicha presencia como dada a alguna
conciencia entendida como una suerte de “receptáculo” previo, puesto que la
conciencia misma no es sino la propia transformación operatoria en cuanto que
está haciéndose. La “conciencia” o la “experiencia” no es, en efecto, ninguna suer-
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te de “receptáculo” re-presentacional previo, sino que es siempre conciencia o expe-


riencia somático-operatoria, esto es, es la propia corporalidad operatoria (operatorio-
fenoménica), y por tanto la propia subjetividad corpórea, en cuanto que transfor-
mando unas cosas en otras, o sea, “en acción”.
A su vez, obsérvese que estamos usando en todo momento, adrede, formas ver-
bales en gerundio, o en presente continuo, para caracterizar la intencionalidad.
Esto es fundamental para discernir el imprescindible carácter continuo de la función
operatoria mediante el cual se efectúan las transformaciones, o sea, se hace justa-
mente “presente” aquello que está “ausente”. Sólo de este modo podemos hacer-
nos ciertamente con la imprescindible idea de Brentano de que la “presencia
intencional” sea, efectivamente, una “in-existencia intencional”, o sea, y justa-
mente, como decíamos, un “estar haciéndose presente”, por medio de la función
continua operatoria, lo que está “ausente” (o “in-existente”). Me permito, de
nuevo, a este respecto recordar que una vez más fue William James quien nos
ofreció, en su caracterización de la “corriente de conciencia” –y precisamente en
cuanto que dicha conciencia se caracteriza de entrada de un modo “intencional”,
en cuanto que supone siempre una referencia a algo distinto de sí misma–, un
análisis canónico del carácter indisociablemente acompasado de la “continuidad”
de la conciencia con las “diferencias” entre sus “estados sustantivos”, precisamente
mediante el concepto de “transición”18. En este sentido, me parece que la deficien-
cia fundamental del análisis de la intencionalidad (y de la explicación intencional)
realizado por C. Riba en su trabajo presente en este monográfico (Riba, 2002)
reside en que dicho análisis disloca los dos momentos funcionales (“presencia-
ausencia”) del continuo operatorio intencional al segmentar la secuencia intencio-
nal en una (supuesta) primera fase en la que la relación entre la situación inicial
percibida y la reacción que le sigue debería entenderse en términos “causales”
(“porque”) y una (no menos supuesta) segunda fase en la que la actividad subsi-
guiente debiera sin embargo entenderse en términos “funcionales” o “teleológi-
cos” (“para”), seguramente debido a que se está asumiendo la dualidad (represen-
tacional) yuxtapuesta entre una concepción causal-fisicalista para la primera fase y
una concepción (siquiera implícitamente) mentalista para la segunda. Se diría que
de esta suerte se está asumiendo y reproduciendo del modo más craso la antino-
mia metafísica entre el “determinismo de la naturaleza” y el “idealismo de la
libertad”. Pero sólo cuando adoptamos un punto de vista genuinamente fenomé-
nico de las operaciones es cuando podemos sortear de raíz semejante dualidad
antinómica yuxtapuesta (metafísica). A su vez, el hecho de asumir asimismo la
dualidad entre el plano de la “acción” intencional y el de la “representación” de las
intenciones no deja de ser igualmente un efecto de dicha dualidad yuxtapuesta.
Sin duda, este carácter funcionalmente continuo de la referencia intencional
nos hace traer a colación el concepto de “memoria”, como un concepto sin el cual
no se puede ciertamente dar un paso en el análisis de la intencionalidad y, más en
54 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

general, en la caracterización de la conducta. Pues, en efecto, la presencia inten-


cional de alguna posible transformación operatoria respecto de alguna clave suya
implica la memoria de dicha posible transformación, así como de la situación
hedónica en función de la cual quedó seleccionada diferencialmente dicha trans-
formación frente a otras posibles. Ello supone, desde luego, la “activación del
recuerdo” respecto de experiencias pretéritas de transformaciones exitosas selec-
cionadas frente a otras posibles por efecto asimismo de experiencias hedónicas
pretéritas. La referencia intencional implica, pues, y aun podría decirse que con-
siste en, la “activación del recuerdo” que vincula aquellas experiencias de transfor-
mación, así como éstas con las experiencias hedónicas en función de las que dicha
transformación quedó seleccionada. Ahora bien, dicha “activación del recuerdo”
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sólo podremos entenderla a su vez como teniendo lugar en el curso del ejercicio ope-
ratorio en cuanto que dado siempre en un “presente conductual”, y por ello como
continuamente ocasionada por las propias transformaciones operatorias en curso
en cada caso. Ello requiere entender dicho “presente conductual” desde un concep-
to de tiempo conductual, o sea, fenoménico-operatorio, y no fisicalista. No se trata, cier-
tamente, de un tiempo fisicalista, es decir, de un tiempo entendido como sucesión
de desplazamientos de partes de un espacio físico relacionadas por contigüidad espacial (a
alguna determinada escala fisicalista: como puede ser, por ejemplo, la construida
mediante un reloj mecánico), sino de un tiempo fenoménico-operatorio, es decir,
de un tiempo “pautado” por las secuencias o transiciones de transformación operatoria de
las propias figuras fenoménicas. De este modo, es sólo dentro de dicho tiempo con-
ductual como podemos entender ahora al “presente conductual” como el “vínculo
mismo de continuidad operatoria” inmanente a cada “unidad de transformación operato-
ria” en cada caso considerada, y ello de tal suerte que la “activación del recuerdo”
en cada caso, o dentro de cada “unidad de transformación operatoria”, viene pre-
cisamente a coincidir con aquel “llegar a hacerse operatoriamente presente algo
que está ausente”. Es decir, que si llegar a “percibir” –una posibilidad de trasfor-
mación operatoria– implica sin duda “recordar”, esto es así en la medida misma
en que “recordar” no es sino estar llegando a “percibir” en cuanto que “recono-
ciendo” lo percibido.
Por lo demás, importa destacar, a tenor de lo dicho, la importante relación
que es preciso advertir entre la intención y el “deseo” o el componente desidera-
tivo o apetitivo de la conducta. Como hemos visto, cada transformación operato-
ria determinada de una situación viene diferencialmente seleccionada entre otras
posibles por efecto del logro (apetitivo o evitativo) de alguna determinada expe-
riencia hedónica. Quiere ello decir, pues, que dicha experiencia hedónica estará
siempre intencionalmente presente (como “in-existencia” o “ausencia” que “se
está haciendo presente”) en toda pauta conductual, en cuanto que selector de una
determinada transformación frente a otras posibles, de modo que es justamente
dicho tipo de presencia o inexistencia intencional en lo que consiste el compo-
nente desiderativo o apetitivo de toda conducta. Un componente desiderativo
éste que a su vez adopta una textura, en el curso de la conducta, nada simple,
sino ciertamente compleja, puesto que cada momento funcionalmente distin-
guible de una transformación operatoria que “tiende” a su consumación deside-
rativa elicita reacciones pavlovianas condicionadas dotadas de una función “emo-
cional”, es decir, de una función psicológicamente “preparatoria” –y en esta
medida, por tanto, asimismo intencional– del eventual tramo conductual (pre-
dominantemente) consumatorio o hedónico, y que por tanto “refuerza” condi-
cionadamente cada uno de aquellos momentos de la transformación operatoria
(predominantemente) exploratorios o resolutorios. De aquí, por cierto, que la
adquisición o el aprendizaje de los “reflejos condicionados” pavlovianos no deba
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 55
entenderse en modo alguno como un proceso independiente, sino necesariamen-
te intercalado en el curso de la conducta operatoria de transformación (de la
“conducta operante”), puesto que la capacidad funcional para que los diversos
momentos o claves de una transformación operatoria puedan elicitar (pavlovia-
namente) reacciones reflejas condicionadas sólo han podido adquirirse cuando, y
en la medida en que, dichas claves han ido siendo logradas operatoriamente
(operantemente) y por ello seleccionadas por aquellas consecuencias hedónicas
que por ello y a su vez pueden reforzar pavlovianamente dichas claves19.
Ahora bien, que el componente desiderativo (con su ingrediente emocional)
cumpla este importante función intencional no quiere decir, desde luego, que la
función intencional se reduzca a ese componente desiderativo suyo, puesto que
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dicha función abarca y se da asimismo entre los diversos momentos de la trans-


formación operatoria predominantemente cognoscitiva (exploratorio/resoluto-
ria). La función de referencia intencional, en resolución, vincula intencionalmen-
te los diversos momentos de una determinada transformación operatoria, y a
éstos con aquella situación hedónica en función de la cual ha quedado selecciona-
da precisamente aquella misma vinculación frente a otras posibles vinculaciones
(intencionales) alternativas.
Desde dicho concepto de intencionalidad podemos entender ahora con algu-
na claridad en qué puedan consistir el “significado” y la “representación” en la
conducta (zoológica).
Si, como hemos visto, toda pauta conductual consiste en alguna determinada
transformación operatoria entre alguna situación inicialmente dada y alguna
otra situación lograda o alcanzada a partir de ella (en cuanto que transformación
hedónicamente seleccionada frente a otras posibles), podremos entender ahora
que cada situación “inicial” es sin duda “significativa” en función de aquello que
con ella o a partir de ella pueda ser hecho, o sea, en función de su transformación
lograble, o del resultado alcanzable de dicha trasformación. Así pues, una “cosa”
significa aquello que con ella o a partir de ella en cada caso pueda hacerse; y éste es exac-
tamente el preciso sentido el que las situaciones se presentan como efectivas
“configuraciones significativas” o dotadas de significado. El “mundo” de cosas
accesibles a la conducta es sin duda un “mundo” de “significaciones”, es decir, no
ya de cosas “dadas-en-sí”, sino precisamente de cosas “dadas-en-cuanto-que-sus-
ceptibles” de ser transformadas, o de poderse alcanzar otras cosas a partir suyo.
En la medida, a su vez, en que cada significación debe estar hedónicamente
seleccionada frente a otras significaciones posibles, es preciso advertir, de nuevo,
el doble estrato acompasado, a la vez que no reductible, de la relación de signifi-
cación. Por un lado, en efecto, en cuanto que cada significación es una determi-
nada relación de transformación entre alguna situación inicial y alguna otra posi-
ble situación lograble a partir suyo, dicha relación determinada (predominante-
mente cognoscitiva) no se reduce desde luego a la situación hedónica en función
de la cual en todo caso ha debido quedar seleccionada frente a otras posibles sig-
nificaciones. Mas, a su vez, el “arco funcional” de cada una de estas significacio-
nes no puede dejar de incluir ciertamente las situaciones hedónicas en función de
las cuales, como decimos, cada una de ellas ha debido quedar seleccionada frente
a otras posibles.
Dicho concepto de significación nos permite entonces entender en qué senti-
do sin duda puede, y debe, ser reconocida la presencia de “re-presentaciones” en la
conducta zoológica. No ya, desde luego, como supuestas representaciones men-
talmente encapsuladas o internas de un no menos supuesto y yuxtapuesto
mundo físico externo en sí; pero sí, desde luego, como la relación misma signifi-
cativa o intencional, o sea, aquella relación en virtud de la cual cada situación
56 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

configuracional remite intencionalmente o significa otra posible situación alcan-


zable a partir suya, y en este medida sin duda “está (o mejor, funciona) en lugar
suyo”. La relación de representación es, pues, sencillamente, la relación misma
intencional o significativa en cuanto que advertimos en ella la función de “estar
(funcionalmente) alguna situación en lugar de otra” (alcanzable a partir suyo).
Quiere ello decir, pues, que la función de representación es exactamente aque-
lla que de siempre ha sido considerada, ejercitivamente siquiera, en el trabajo
experimental, bajo el concepto de “estimulo discriminativo” –tanto en situaciones
operantes como respondientes–. Pues el llamado, en efecto, “estímulo discrimi-
nativo”, y precisamente en cuanto que “discriminativo”, no tiene en absoluto nada
de “estímulo”, si es que todo estímulo efectivo, como hemos visto, ha de ser fisica-
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lista y proximal, pero precisamente sí cumple o desempeña (de hecho, en todo


posible trabajo experimental, no obstante la posible e ingenua autoconcepción
fisicalista que quiere entenderlo como “estímulo”) la función de “clave” u “oca-
sión”, es decir, para utilizar la expresión más apropiada (la que por cierto ya utili-
zara Pavlov, no obstante su autoconcepción asimismo fisicalista), la función de
“señal”. La función, en efecto, en virtud de la cual cada situación se presenta
como “ocasión”, “clave” o “señal” para, con ella o a partir de ella, poder hacer
algo, o sea, poder transformarla en alguna otra situación.
No es en modo alguno inapropiado, en consecuencia, sino obligado, recono-
cer a los organismos conductuales precisamente como “intérpretes” (operatorios)
de “señales”. Como “intérpretes”, en efecto, en cuanto que toda situación fenomé-
nica se ofrece, no ya como “cosa-dada-en sí”, sino justamente como “señal a
interpretar”, es decir, como situación susceptible de ser operatoriamente trans-
formada en diversas direcciones alternativas posibles, alguna de las cuales deberá
ser seleccionada o elegida (“descifrada”) en cada caso –en función a la postre de la
situación hedónica lograble. De aquí, en efecto, la íntima solidaridad conceptual
entre el concepto de “señal a interpretar” y el concepto gestáltico de “reversibili-
dad” o “ambigüedad gestáltica” de las figuras que a su vez se presentan según la
disposición en “figura y fondo”: toda figura es una señal a interpretar en cuanto
que operatoriamente flexible o reversible respecto de su contexto o fondo de
posibilidades de transformación.
Pues bien: a tenor de lo dicho es fundamental reconocer que sólo una concep-
ción fenoménico-operatoria de la intencionalidad (y por tanto de la significación
y de la representación o señalización) nos permite sortear de raíz y superar cual-
quier forma de concepción dualista representacional de dichos conceptos, tanto
en su costado fisicalista como en el mentalista representacional. La idea misma
de intencionalidad, en efecto, requiere formalmente de un ambiente fenoménico
co-presente como para poder ejercitarse o desplegarse la relación de referencia
intencional. De este modo, en un contexto que fuera efectivamente fisicalista, las
relaciones de contigüidad espacial que formalmente lo caracterizan hacen entera-
mente inviable toda posibilidad de despliegue de la relación de referencia inten-
cional; pero asimismo resulta incomprensible, por lo mismo, toda supuesta
representación mental encapsulada de unas intenciones que a su vez deben supo-
nerse, en cuanto que representadas, como susceptibles de darse correlativamente
en un plano fisicalista, o sea, como susceptibles de ser “puestas en acción”, una
vez representadas, en dicho plano fisicalista en el que como decimos resultan
enteramente inviables.
La idea de intencionalidad resulta de ser de este modo un lugar privilegiado
para deshacer toda concepción sustancialista (o metafísica) mentalista de la
“mente”, puesto que la única concepción de la “mente”, o mejor, de lo mental,
que aquella idea hace posible es la que entiende lo mental como la operación
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 57
misma (somática) de “mentar” o “mencionar”, o sea, como la referencia intencional
misma en el sentido operatorio (o conductual) y fenoménico que aquí hemos
propuesto.
Por lo demás, dicho concepto de “representación” en cuanto que “señaliza-
ción” nos permite entender no sólo la conducta individual, sino también la conduc-
ta comunicativa que sin duda también tiene lugar en el contexto zoológico –de
muy diversas maneras, y en contextos tanto inter-específicos como intra-específi-
cos–, y en ambos casos como situaciones estrictamente semióticas en cuanto que
consistentes en relaciones de señalización, y desde luego pragmáticas en cuanto que
ejecutadas por individuos o sujetos operatorios. En el caso de la conducta individual,
cada pauta conductual puede sin duda ser entendida como una serie de relacio-
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nes de señalización entre situaciones consecutivamente señalizadoras y señaliza-


das en cuanto que dichas relaciones son operatoriamente ejecutadas por el
mismo organismo. En el caso de la conducta comunicativa interindividual, el
ciclo comunicativo puede ser entendido como la relación (inter)conductual entre
diversos organismos en donde las diversas series de relaciones de señalización
(entre situaciones señalizadoras y señalizadas) ejecutadas por cada uno de los
diversos organismos en juego se engranan o se intercalan mutuamente, de modo
que al menos algún segmento de las relaciones de señalización de cada serie cum-
plen asimismo funciones de señalización en el seno de la otra o las otras series.
Así pues, como vemos, la “acción comunicativa” “inter-individual” es una
situación enteramente reconocible ya en contextos zoológicos, y como una situa-
ción además estrictamente “semiótica” y “pragmática”. De aquí que, como
luego veremos, este tipo de conceptos –“comunicación”, “inter-individualidad”,
“semiótica” y “pragmática”– , en cuanto que conceptos ya zoológicos, pueden
resultar, si no se los reconstruye adecuadamente a una escala específicamente antropo-
lógica, enteramente genérico-indiferenciados, y por ello ineficaces, en el momen-
to de apresar precisamente las características específicas de dicha escala antropo-
lógica.
Pero antes de pasar a abordar en la segunda parte de este trabajo este proble-
ma crucial, no quiero terminar mi consideración de la conducta zoológica sin
apuntar siquiera a una cuestión que considero de notable importancia, como es
la de entender la función que la presencia persistente del dualismo representacio-
nal y del prejuicio fisicalista a él asociado cumplen tanto en el seno de la biología
como de la psicología.

1.6. La función del “pre-juicio fisicalista”, en cuanto que asociado al “dualismo


representacional”, en Biología y en Psicología. El caso de la psicología cognitiva
computacional
La cuestión es, en efecto, que precisamente cuando adoptamos una concep-
ción fenoménica-operatoria de la vida psíquica es cuando, lejos de mostrársenos
como algo obvio, se nos torna antes bien como algo problemático la viabilidad
misma del proyecto de la hacer de la Psicología un saber propio o autónomo, o sea, un
saber con un campo de inmanencia formalmente propio, pues es dicha concep-
ción del psiquismo, y precisamente en cuanto que fenoménico-operatoria, la que
pide remitir éste a su contexto biológico como su campo de inmanencia propio,
es decir, la que exige, como veíamos, asumir y tratar formalmente con la duali-
dad irreductible a la vez que conjugada entre el momento fenoménico-operatorio o
psíquico de la relación adaptativa integral del organismo con el medio y sus con-
diciones fisicalistas de sostén y canalización, morfofisiológicas y físico-ecológi-
cas. Pero también y por lo mismo, es aquella concepción la que asimismo nos lleva a
poner en cuestión la pretensión, de algún modo siempre correlativa, de entender
58 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

al campo biológico como un campo que de algún modo excluyera, o bien que
meramente redujera a términos no psicológicos, al que sin embargo constituye su
insoslayable e irreductible “momento” psicológico.
Desde el momento, en efecto, en que, por así decirlo, disociemos o desquicie-
mos dicha dualidad conjugada, intentando tratar a cualesquiera de sus dos
“momentos” indisociablemente conjugados como formalmente separados, esta-
remos forzosamente tratando de un modo metafísico –o sea, sustancializando o
hipostasiando abstractamente– a cada uno de estos dos “aspectos” o “momen-
tos”. En este sentido, la madeja de equívocos conceptuales que vienen operando
persistentemente tanto en la psicología –en cuanto que pretende alzarse con un
campo propio– como en la biología –en cuanto que, correlativamente, pretende
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excluir o reducir a su momento psicológico– hunde siempre sus raíces, de uno u


otro modo, en semejante operación de disociación o de “abstracción metafísica”,
una operación ésta a la que precisamente el dualismo representacional viene a dotar siem-
pre, con distintas modulaciones, de su supuesto conceptual de fondo más característico.
Por lo que respecta, de entrada, a la biología, en efecto, dicho supuesto o bien
(i) permite percibir, en su versión más cruda (diríamos, directamente cartesiana),
al campo biológico como un campo cuyo contenido temático fuese íntegra o
exclusivamente fisicalista, mediante el expediente de repartir los “costados” fisi-
calista y mentalista de dicho supuesto como cayendo respectivamente del lado
“biológico” y del “psicológico”, lo cual aseguraría por principio desde luego la
legitimidad metodológica científica del campo biológico en cuanto que íntegramente y
exclusivamente fisicalista; o bien (ii) permite incluir la vida psíquica dentro del
campo biológico, pero de tal modo que, precisamente por concebirla de un
modo mentalista representacional, se le pueda aplicar el expediente del “reduccio-
nismo fisicalista”, bien sea, a su vez, (a) por la vía de un “reduccionismo fisicalista
temático” (u ontológico), según el cual aquella vida psíquica no sería a la postre más
que una suerte de epifenómeno (una mera apariencia) en realidad reductible al
funcionamiento neurofisiológico, o bien (b) por la vía de un “reduccionismo fisica-
lista metodológico” que entiende que, si dejar de existir dicha vida psíquica, mas
precisamente en cuanto que se la concibe como un mero co-relato (representacio-
nal) yuxtapuesto en paralelo al funcionamiento neurofisiológico, el único modo
científico de acceder a ella sería en términos de sus co-relativas manifestaciones
neurofisiológicas, las cuales se suele (mal)entender como fisicalistas simplemente
en cuanto que “accesibles a la observación”, a diferencia de aquella vida psíquica
que se supone “inobservable” en cuanto que se la supone encapsulada representa-
cionalmente.
Pero aquí hemos visto, sin embargo, que es precisamente en el plano de lo
“inmediatamente observable” donde se da la vida psíquica o la conducta, y que
los contenidos fisicalistas, también los morfofisiológicos y ecológicos del campo
biológico, lejos de ser orgánicamente observables, han de resultar siempre de
alguna construcción artefactual. De este modo, resulta que sólo una concepción
fenoménico-operatoria (o conductual) de la vida psíquica (i) no sólo es la única
que no admite reducción alguna de la conducta a sus condiciones fisicalistas
(morfofisiológicas y eco-físicas), y que por tanto no admite ninguna suerte de
“reduccionismo fisicalista”, ni “temático” ni “metodológico”, sino que (ii) asi-
mismo es la única que, en cuanto que no reduccionista, pide o exige su conjuga-
ción con dicho plano fisicalista como el corazón mismo del campo unificado bio-
lógico en cuanto que campo bio-psico-lógico.
Ahora bien, la cuestión es que hasta tal punto resulta ser crítica la conjugación
entre ambos planos dentro del campo bio-psico-lógico en cuanto que campo uni-
ficado y por ello único campo en el que la conducta puede y debe ser interna y for-
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 59
malmente tratada, que nos parece que dicha conjugación afecta y compromete, a su
vez, a la viabilidad científica misma de dicho campo.
Como hemos visto, en efecto, debido a la textura fenoménico-operatoria de la
conducta, ninguno de los momentos o situaciones que cada pauta conductual
transita y alcanza o construye, ni en sus tramos predominantemente cognosciti-
vos ni siquiera en los predominantemente consumatorios, puede considerarse
formalmente “terminado” o “cerrado”, en cuanto que es siempre susceptible de
ser re-construido fenoménico-operatoriamente. De este modo, ninguna pauta
conductual resultará estar definitiva y formalmente cerrada o terminada, en
cuanto que se encuentra siempre expuesta o abierta a su eventual reconstrucción
fenoménico-operatoria dentro del continuo conductual. Pero entonces, y precisa-
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mente en la medida en que reconocemos que la conducta efectivamente altera o


modifica y reconstruye sus propias condiciones fisicalistas de sostén y canaliza-
ción –tanto morfofisológicas como ecológicas–, o sea, en la medida en que
hemos de reconocer que dichas condiciones son funcionalmente posteriores (y no
anteriores) a su propio “uso conductual”, lo que resulta entonces enteramente discu-
tible es hasta qué punto el campo bio(psico)lógico puede precisamente “de-termi-
nar” “términos” y “relaciones” fisicalistas capaces de re-construir o explicar formalmente
las propias conductas que reconocemos que los modifican “in-terminablemente”.
La conducta, en efecto, altera y reconstruye fenoménicamente sus propias
condiciones fisicalistas, tanto las ecológicas como las morfosiológicas. Las condi-
ciones ecológicas, sin duda, en cuanto que mediante las variaciones conductuales
quedan modificadas las propias variaciones ambientales a las que la conducta se
enfrenta, y de este modo transformadas (fenoménicamente) las propias condicio-
nes físicas (fisicalistas) de presión selectiva a las que el sostén morfofisiológico de
la conducta ha de adaptarse. Y asimismo ocurre con dichas condiciones de sostén
y de canalización morfofisiológica de la conducta. Éstas han de ser entendidas,
sin duda, como ya decíamos, como condiciones disposicionales constitucionales
(o hereditarias), y en esta medida ya “dadas”, pero, y ésta es la cuestión, tampoco
“dadas como terminadas”, en cuanto que su desarrollo y maduración ontogenéticas
dependerá asimismo del “uso conductual” de las mismas que el organismo haga,
un uso conductual éste que, a modo de “punta de lanza” de la adaptación integral
del organismo al medio, se diría que hiende sus propios patrones conductuales
adquiridos o aprendidos en la propia organización (neuro)fisiológica de la morfo-
logía orgánica, modificando por ello el desarrollo de dicha organización fisiológi-
ca según el propio desarrollo conductual. Y éste era, por cierto, el profundo sen-
tido que tenía la hipótesis de los gestaltistas clásicos relativa a un “isomorfismo”
(topológico, no ya topográfico) entre el campo conductual y el neurofisiológico.
Lo decisivo, en efecto, de la hipótesis gestaltista clásica del isomofismo es que
invierte las relaciones de modelización conceptual entre la actividad psíquica y los pro-
cesos neurofisiológicos, de modo que en vez de tomar (como pide el “sentido
común” dualista representacional) a estos últimos, en cuanto que supuestamente
“discretos” y “moleculares”, como modelo conceptual del psiquismo –lo que da
pie a todo género de reduccionismos fisicalistas, temáticos o metodológicos–,
toma por el contrario a la actividad psíquica, entendida como “molar” en cuanto
que “gestáltica”, precisamente como el modelo conceptual mismo de las formas de
organización del funcionamiento neurofisiológico (precisamente “central” y
“cerebral”). De este modo, no obstante el carácter anatómicamente “discreto” y
“molecular” de las unidades celulares nerviosas (neuronales) y de sus nexos y
redes de conexión (“conexionistas”), es su forma misma de organización funcional
neurológica la que puede ser vista como guardando relaciones de isomorfismo (en
realidad, y a mi juicio, “topo-mórfico”, más que propiamente topológico) con los
60 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

patrones gestálticos conductuales, y por tanto susceptible de ser funcionalmente


modificada y reorganizada según la “punta de lanza” adaptativa constituida por
dichos patrones conductuales20.
Pero si esto es así, lo que se nos torna entonces enteramente problemático,
frente a las apariencias, es la posibilidad misma de “explicar científicamente”,
esto es, de “reconstruir” según “factores” fisicalistas (o sea, según términos y rela-
ciones formalmente fisicalistas) una conducta fenoménica que precisamente
modifica (fenoménicamente) dichos presuntos “factores reconstructivos” fisica-
listas suyos, no ya desde luego absolutamente, pero sí in-definidamente. Como
decíamos, las propias condiciones fisicalistas de la conducta fenoménica resultan
ser funcionalmente posteriores, y no anteriores a su uso conductual, de suerte que no se
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ve de qué modo dichas condiciones pueden construirse como “factores recons-


tructivos” de la misma, que es precisamente lo que debería poder lograrse si es
que nos estuviésemos moviendo dentro de un campo efectivamente científico, es
decir, una construcción capaz de “factorizar reconstructivamente” su “campo de
fenómenos” –que en este caso incluyen la conducta– mediante “términos” y
“relaciones” formalmente fisicalistas21.
Ahora bien, si esto es así, ¿qué decir entonces del proyecto de hacer de la Psi-
cología un saber con un campo propio, y dotado además, en cuanto que campo
propio, de un formato metodológico científico, o al menos análogo o afín al de
las efectivas ciencias (fisicalistas)?
Mi propuesta a este respecto es, de nuevo, que ha sido el “prejuicio fisicalista”
el que, asimismo vinculado siempre de un modo más o menos explícito al
supuesto del dualismo representacional, ha venido precisamente a ofrecer una
cobertura (epistemológica) al proyecto de concebir a la psicología no sólo como
un presunto saber con un campo propio, sino asimismo como dotado de un pre-
sunto formato científico en función del supuesto carácter fisicalista de su supues-
to campo propio.
Y en este sentido es preciso hacer mención, de entrada, sin duda, del caso de
los diversos conductismos, como una forma de (auto)concepción de dicho pro-
yecto se diría que ya “clásica” en la historia de la psicología, pero también, y
sobre todo –dado además el presente contexto de nuestra crítica–, a la psicología
cognitiva de factura computacional, tan extendida académicamente como “rele-
vo institucional” de los conductismos, como la forma reciente precisamente más
característica de consumación de aquel expediente de legitimación o de cobertu-
ra fisicalista de dicho proyecto.
Por lo que respecta, en efecto, a los conductismos, aquí el prejuicio fisicalista
era el resultado de asumir –más o menos implícita o explícitamente sobre el
supuesto del dualismo representacional– que la conducta, en cuanto que obser-
vable, era un proceso fisicalista, de modo que dicha asunción venía a legitimar el
supuesto carácter metodológico-científico en cuanto que fisicalista del trato
experimental de la misma desprendido de su contexto biológico: bien fuera en
cuanto que se asumía (como en el caso de Watson o de Skinner) que el trato
experimental exclusivo o desprendido de la conducta era ya de suyo o por sí
mismo una tarea científica debido al supuesto carácter fisicalista de la misma;
bien fuera en la dirección de pretender asegurar, por vía operacional, el anclaje
presuntamente fisicalista de unas teorías mentalistas presuntamente explicativas
de la conducta (como el caso de Tolman); o bien fuera cuando se pretendía asegu-
rar (como en el caso de Hull), por vía lógico-deductiva, el anclaje empírico de
unas presuntas teorías neurofisológicas explicativas de la conducta —versión ésta
que resulta ser, por un lado, “conductista” en su sentido metodológico, pero que
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 61
a su vez se inscribe, por otro lado, más bien dentro del proyecto de reducción
fisiológica de la conducta al campo biológico22.
Ahora bien, en el caso de cognitivismo computacional, se diría que el prejui-
cio fisicalista se despliega y culmina en cuanto que pretende abarcar, mediante el
compromiso realista (ontológico) y no meramente metodológico contenido en su
modelo computacional mismo, a la totalidad de la unidad viviente psico-bioló-
gica cognoscitiva y conductual del organismo. En este caso, en efecto, es el
modelo computacional el que permite asumir, de entrada, el más inequívoco y
explícito dualismo representacional entre una presunta mente representacional
(extraconductual) y una no menos presunta conducta corporal fisicalista, a la vez
que da pie para asumir un compromiso realista (ontológico) sobre la relación (de
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“transducción”) entre ambos planos en cuanto que modelizada a partir de la ins-


talación de un programa automático en la ferretería de una máquina computa-
cional (y/o de algún cuerpo mecánico acoplado), lo que implica a la postre el más
crudo fisicalismo ontológico (maquinal) en la visión de dicha relación, en cuanto
que es la unidad psico-biológica cognoscitiva y conductual del organismo la que
acaba siendo percibida como la unidad de (auto)regulación del cuerpo de una
máquina por su programación automática.
Resultante, en efecto, ante todo, como es sabido, del desarrollo, a partir de la
segunda guerra mundial, de las tecnologías informática y cibernética y de la
ingeniería de las telecomunicaciones, la operación básica del cognitivismo com-
putacional consiste fundamentalmente en esto: en tomar ciertos contenidos
esenciales de estas tecnologías para (i) proponer un modelo de “mente” que, a la
manera del “programa” (o “software”) de un ordenador o máquina computacio-
nal, (ii) pueda considerarse “instalada” en el cerebro, a la manera como dicha pro-
grama es sin duda instalable en la “ferretería” (o “hardware”) de la máquina com-
putadora, y (iii) pueda por ello regular la conducta del cuerpo viviente a la mane-
ra como dicha máquina computadora programada puede eventualmente
acoplarse a un “cuerpo mecánico” –por ejemplo, un robot– y regular sus interac-
ciones con los alrededores de dicho cuerpo. Así pues, la denominada “metáfora
del ordenador” es sin duda el quicio fundamental sobre el que pivota el nuevo
proyecto cognitivista computacional. Una metáfora que a su vez ha sido entendi-
da, como se sabe, bien en su sentido “fuerte” –como metáfora que valdría tanto
para el “software” respecto de la “mente”, como para el “hardware” respecto del
“cerebro”–, o bien sólo en un sentido “débil” –como alcanzado sólo a la relación
entre el “software” y la “mente”–, pero que en todo caso debe entenderse como un
estricto modelo analógico sin el cual pierde todo sentido el nuevo proyecto cogniti-
vista computacional.
A su vez, como se sabe, el núcleo conceptual de esta analogía lo constituye el
concepto cibernético de “retroalimentación”. En principio, dicho concepto se
refiere, como es sabido, a todo proceso o actividad de un sistema cuyas fuentes o
condiciones iniciales se (auto)regulan, al menos en parte, por los resultados o
efectos a los que dicho proceso conduce. En este sentido, el concepto de retroali-
mentación es desde luego en principio semejante o genérico no sólo con respecto
al concepto de “función adaptativa” tal como de hecho siempre se ha usado este
concepto tanto en fisiología como en el trabajo psicológico –semejante, por
ejemplo, a la idea de conducta “instrumental” u “operante” de la tradición fun-
cionalista y ulteriormente conductista– , sino asimismo con respecto al concepto
de “auto-regulación” de las máquinas automáticas industriales pre-informáticas
y/o pre-cibernéticas –el mismo Wiener, como se sabe, compuso el nombre de
“cibernética” tomando como referencia una situación tecnológica tan crudamen-
te mecánica como es el dispositivo centrífugo que regula automáticamente la
62 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

válvula de entrada del vapor de una máquina, en cuanto que presunto “piloto”
agente de dicha autorregulación23–.
Ahora bien, en el caso de estas nuevas tecnologías, la novedad específica con-
siste sin duda en la construcción matemática de “programas” que, instalados en
la ferretería de la máquina (eléctrica, o electromagnética, o electrónica o microe-
lectrónica, según los pasos sucesivamente dados por estas tecnologías), controlen
la autorregulación del sistema maquinal, y eventualmente el posible cuerpo
mecánico acoplado a dicho sistema. Son justamente, pues, estos “programas
matemáticos” los que, en cuanto que controlan el automatismo del sistema
maquinal, parecen ofrecer el quicio sobre el que hacer pivotar la analogía con la
“mente” de los organismos vivientes como instancia de autorregulación de sus
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conductas.
De este modo, el modelo computacional parece reunir todas las ventajas para
culminar cabalmente no ya sólo el proyecto de la psicología como una ciencia
con un campo propio, sino, más aún, y al menos en la versión fuerte de la “metá-
fora”, de la psico-biología (del conocimiento y de la conducta) como ciencia con
un campo unificado propio. En cuanto que se trata, en efecto, como vemos, de
un modelo de mente que, en cuanto que instalada en el cerebro, regula la con-
ducta del cuerpo orgánico, toda la unidad bio-psicológica cognoscitiva y con-
ductual del organismo viviente parece recogida y sistematizada, y además desde
un punto de vista de entrada abierta y específicamente psicológico (mental, o si
se quiere mentalista). De este modo, parece posible, en efecto (i) levantar una
efectiva teoría explicativa que (ii) recoja o recorra toda la unidad psicobiológica
cognoscitiva y conductual del cuerpo viviente, en cuanto que teoría sobre la
mente y sobre el cerebro explicativa de la conducta del cuerpo, que (iii) lo haga
además en una clave específica y abiertamente psicológica en cuanto que abierta-
mente mental (o mentalista) y que (iv) fuera además indiscutiblemente científi-
ca, y no ya sólo de un modo meramente metodológico, sino también temático, es
decir, asumiendo un compromiso realista, y aun si se quiere materialista, en
cuanto que modelizada dicha teoría a partir de máquinas computadoras tan rea-
les y efectivas como las construidas por nuestras tecnologías.
Sin embargo, la crítica que de dicho modelo debe hacerse radica en lo siguien-
te. De entrada, es preciso advertir que, en todo caso, el único tipo de máquinas
computadoras que podrían ser tomadas como posibles candidatos a la menciona-
da analogía deberían ser, no ya las que ya McCulloch tipificó como “meramente
homeostáticas”, es decir, aquellas cuyo bucle retroactivo se contiene dentro de las
fronteras del sistema, sino más bien aquellas otras en las que, según el propio
McCulloch, “el circuito retroactivo pasa por regiones externas al sistema”24, o
sea, que alcanza a sus alrededores remotos o lejanos, como sin duda es el caso de
los sistemas móviles dirigidos con respecto a sistemas remotos que a su vez tam-
bién pueden estar en movimiento (como ocurre por ejemplo con la tecnología de
los misiles autorregulados), puesto que sólo en este caso puede que haya alguna
analogía con los organismos vivientes conductuales cuya conducta, como hemos
visto, se relaciona siempre con estratos remotos de su medio.
Ahora bien, resulta que también en este caso la analogía no pasa de ser mera-
mente genérica (genérico-abstracta, o genérico-indiferenciada), y no ya específica,
como quisiera, puesto que no apresa la “diferencia (biopsicológica) específica” que
precisamente debería incorporar. Pues ocurre que también la programación
matemática de los cuerpos mecánicos móviles que autorregulan sus movimien-
tos respecto de objetos lejanos (que a su vez pueden ser móviles) no puede dejar
de seguir estando hecha sino mediante circuitos, o sistemas de circuitos, algorít-
micos, esto es, mediante circuitos cuyos “nudos”, no obstante la complejidad
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 63
matemática del circuito, deberán estar sometidos a una lógica binaria (0,1), como
lo requiere su instalación en una ferretería (desde las más toscamente mecánicas a
las microelectrónicas) en donde el “impulso” debe “pasar o no pasar” en cada
“nudo” a través del “interruptor”. Y aquí es fundamental advertir que dicha
lógica algorítmico-binaria es justamente la que requiere y la que se corresponde
con la necesidad de estratificar y sectorializar los alrededores remotos –en “estra-
tos” de proximidad y lejanía, y en “sectores” para cada estrato– en términos de
unidades espaciales contiguas ligadas por nexos de contigüidad espacial. Es decir, que el
ambiente geográfico con el que interactúa una máquina de este tipo debe estar
formalmente factorizado en términos de unidades y nexos espaciales contiguos (o sea, fisica-
listas), como condición formal misma de su posibilidad de programación algorítmica, de
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modo que los cálculos que puedan realizar dichos programas –relativos a las
diversas relaciones posicionales susceptibles de darse en cada momento entre el
cuerpo móvil programado y otros cuerpos remotos– no podrán sino consistir en
“extrapolaciones estadísticas o probabilísticas” relativas a las diversas relaciones
espaciales-contiguas entre las partes de los diversos sectores y estratos en los que
se ha factorizado el ambiente geográfico.
Pero esto es justamente aquello que ya tiene sorteado de antemano la conducta de
un organismo viviente en cuanto que ésta se regula, como hemos visto, por rela-
ciones de “constancia cognoscitiva (perceptiva)”, las cuales constancias sólo son
posibles en un medio fenoménico de “co-presencias a distancia”. Un organismo
viviente, en efecto, no conoce, ni se comporta a la manera como el automatismo
algorítmicamente programado de un máquina computacional (auto)regula su
“funcionamiento” o el de algún posible cuerpo mecánico a ella acoplado. Y no lo
hace así porque, como sabemos, un organismo sólo conoce y se comporta cuando,
dado un medio físicamente remoto, puede establecer y modificar constancias co-
presentes a distancia por el ejercicio de sus movimientos somáticos asimismo
efectuados en dicho medio co-presente a distancia, situación ésta que resulta com-
pletamente eclipsada tanto en aquel automatismo algorítmico como en el “funcio-
namiento” maquinal corpóreo que este puede (auto)regular.
Más aún, si podemos hablar de “funcionamiento” o de “actividad” para refe-
rirnos a las “prestaciones” de una máquina (a sus “performances”) es sólo en la
medida en que una máquina es una fabricación artefactual (etiológicamente
humana) cuyas “partes formalmente artefactuales” están “dispuestas entre sí” según
unas “relaciones mutuas de aplicación” que están formalmente intercaladas y son for-
malmente continuas con las efectivas operaciones (humanas) de su fabricación y uso,
de modo que sólo en esta medida desempeñan “prestaciones” respecto de dichas
operaciones (humanas) y por ello decimos que “funcionan”. Si, considerando
exclusivamente los cursos de causalidad fisicalista (eficiente) contenidos en la
máquina, hacemos abstracción de dichas prestaciones respecto de las genuinas ope-
raciones (humanas), entonces carece completamente de sentido atribuir “funcio-
namiento” a cualquier máquina. Y esto vale desde luego para cualesquiera máqui-
nas, o sea, tanto para las máquinas preindustriales aún no automáticas, como
para las industriales automáticas, como también y precisamente para ese subgru-
po de las máquinas industriales automáticas en el que consisten las máquinas
computacionales, o sea, esas máquinas cuyo “funcionamiento” automático está
programado algorítmicamente –por los hombres, precisamente– , pues también
ahora dicho “funcionamiento” sólo tiene sentido como “prestación” respecto de
las operaciones humanas (que lo fabrican y usan), de suerte que si hacemos abs-
tracción de dicha prestación entonces carece de sentido toda atribución de “fun-
cionamiento” a dichas máquinas –tanto a su ferretería como a su programación,
como al proceso fisicalista desencadenado por su programación en su ferretería o
64 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

en algún cuerpo mecánico eventualmente acoplado a la misma–. Pero es precisa-


mente haciendo abstracción de dicha prestación como el cognitivismo computacional
quiere tomar a semejantes máquinas como modelo del efectivo funcionamiento de
las operaciones orgánicas vivientes, incurriendo de este modo en un equívoco lógico
ciertamente gratuito. En este sentido, la crítica que acabo de hacer del “funciona-
miento” de las máquinas en general y de las computacionales en particular es sin
duda enteramente semejante a la que asimismo realizan T. R. Fernández et. al. en
su trabajo presente en este monográfico (Fernández, Sánchez, Aivar y Loredo,
2003) desde un punto de vista asimismo funcional, operatorio y constructivista.
Con todo, el trabajo de estos autores carece de un explícito planteamiento de las
diferencias y relaciones entre los planos fenoménico y fisicalista, sin el cual plan-
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teamiento me parece que no es posible formular siquiera en toda su complejidad


epistemológica y ontológica el núcleo mismo del problema bio-psico-lógico. Por
lo demás, las semejanzas iniciales entre mi planteamiento y el de estos autores
por lo que toca a nuestro común punto de partida funcional, operatorio y cons-
tructivista en el ámbito zoológico, desaparecen, como luego señalaré, cuando se
trata de abordar la actividad dada en el contexto antropológico.
El modelo computacional, entonces, no obstante su indudable éxito socioló-
gico en la vida académica de nuestros días, resulta ser enteramente artificial e
irrelevante por lo que toca a sus pretensiones mismas de modelizar la actividad
conductual y cognoscitiva orgánica viviente. En particular, dicho modelo resulta
completamente ciego para apresar las relaciones de intencionalidad, de significa-
do y de representación o señalización que, como hemos visto, sólo pueden darse
en el seno de un medio dotado de la “flexibilidad co-presente operatoria” de la
que carece por completo tanto la “programación algorítmica” como el “proceso
fisicalista corpóreo-maquinal” por dicha programación desencadenada cuando
los consideramos precisamente haciendo abstracción de sus prestaciones, o sea,
de la que carece tanto la presunta “mente representacional” como el no menos
presunto “cuerpo conductual” que se pretenden modelizar respectivamente por
aquellos dos costados del modelo. Más adelante veremos lo que puede dar de sí
semejante modelo cuando quiere aplicarse para modelizar el lenguaje humano y
con ello la forma que adopta la intencionalidad, el significado y la representación
en el seno del mismo.
El cognitivismo computacional, en resolución, ha llevado al límite y culmi-
nado el prejuicio fisicalista ya presente en la tradición conductista, y de esta
manera ha acabado por cegar de un modo consumado toda posible comprensión
de la conducta y el conocimiento orgánicos. El único modo, en consecuencia, de
superar, a la hora de comprender la conducta y el conocimiento, tanto al fisicalis-
mo conductista como al fisicalismo ontológico consumado del cognitivismo
computacional es desactivar por la raíz el supuesto del dualismo representacional
que siempre subyace, más o menos explícitamente, a cualesquiera formas de fisi-
calismo, cosa ésta que nos parece que sólo puede hacerse mediante la concepción
fenoménica y operatoria de la conducta y del conocimiento que a tal efecto aquí
hemos propuesto. Sólo semejante concepción puede apresar el carácter construc-
tivista de la conducta y del conocimiento, y de este modo desactivar igualmente
la concepción realista ingenua o acrítica, esto es, positivista, del conocimiento
que viene siempre aliada al prejuicio fisicalista en cuanto que éste hunde su raí-
ces precisamente en el dualismo representacional. El conocimiento, como hemos
visto, no es ninguna suerte de presunta re-presentación mental de un no menos
presunto mundo fisicalista dado-en-sí, sino que es siempre una construcción
operatoria de fenómenos, y esto tanto desde luego en general por lo que respecta
a la vida orgánica (que figura como contenido temático del campo biopsicológi-
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 65
co), como también por lo que respecta a las propias ciencias (etiológicamente
humanas) capaces de construir artefactualmente (no de presuponer), a partir de
sus respectivos campos de fenómenos, las propiedades y relaciones fisicalistas que
podemos reconocer como pertenecientes al “mundo físico objetivo” “formalmen-
te inmanente a cada campo científico o categorial” –también aquellas que figu-
ran como “condiciones morfofisiológicas y ecológicas de su propio uso conduc-
tual” en el campo biopsicológico, en cuyo caso ya hemos visto que es la propia
cientificidad de dicho campo la que queda desbordada por la presencia formal en
el mismo precisamente de dicho “uso conductual”.
Ahora bien, hasta el presente me he limitado, adrede, a considerar exclusiva-
mente la conducta zoológica, y ello en la medida en que, como ahora vamos a
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ver, creo que puede sostenerse que no tiene justificación generalizar –ni siquiera
analógicamente– la idea de “conducta zoológica” hasta abarcar a la actividad
operatoria dada en el contexto antropológico. Esto es lo que pasamos a ver ahora
en la Segunda Parte del presente trabajo.

2. “Intencionalidad”, “significado” y “representación” en el contexto


específicamente antropológico
2.1. La formación del “campo antropológico”. Carácter trascendental de la idea de
“morfosintaxis” respecto del campo antropológico 25
Suponemos, en efecto, que la formación de lo que denominaré el “campo
antropológico” puede entenderse como una determinación de los procesos (onto-
lógicos) de “anamórfosis”, esto es, de aquellos procesos de transformación por refun-
dición de una pluralidad de cursos genéticos heterogéneos de cuya convergencia resulta
una estructura cualitativamente nueva, o sea, formalmente irreductible a cada uno de
dichos cursos genéticos tomados por separado, así como a la mera suma abstracta de todos
ellos26.
En el caso de la formación del campo antropológico, dichos cursos genéticos
deben ser identificados, según propongo, en principio, con el proceso biológico
evolutivo de la hominización –que nos es dado conocer por la etopaleontología
homínida– , esto es, con el proceso de formación evolutiva de los diversos rasgos
característicos de las morfologías orgánicas (fundamentalmente, de las especies y
géneros de la familia homínida), en cuanto que dichos rasgos ya incluyen desde
luego determinadas conductas mediante las que tiene lugar la adaptación selec-
tiva al medio y la consiguiente evolución de dichas morfologías.
Ahora bien, la cuestión es que el campo antropológico sólo comenzará a cris-
talizar formalmente, según asimismo propongo, cuando estas operaciones o conduc-
tas, en principio zoológico-conductuales, comiencen a quedar refundidas a la
escala que imponen precisamente los primeros objetos o enseres fabricados –de los
que nos da cuenta, no ya la paleontología, sino la arqueología prehistórica. Y pro-
pongo, en efecto, cifrar en los objetos o enseres fabricados o producidos el núcleo
(generador y recurrente) de la estructura y el funcionamiento específicos del campo
antropológico (enteramente de acuerdo por lo demás con la concepción de los
propios prehistoriadores cuando éstos definen o recortan diferencialmente su
campo con respecto al de la “historia natural”) en la medida en que sólo a partir
del entramado formal que comienza a fraguar entre dichos objetos comienza a
hacerse posible un nuevo tipo específico de operaciones (empleadas en su fabricación y
uso sociales), consistentes en un nuevo tipo específico de relaciones sociales ya no reduc-
tibles a las relaciones sociales que sin duda se dan en diversas especies zoológicas,
como son precisamente las “relaciones sociales de producción” en cuanto que recu-
66 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

rrentemente constitutivas –y en este sentido “trascendentales”– de la estructura y el


funcionamiento específicos del campo antropológico.
Las ideas de “sociedad” y de “cultura”, en efecto, no son todavía ideas específi-
camente antropológicas, sino zoológico-genéricas. En muchas especies animales
nos es dado sin duda conocer la presencia de “relaciones sociales”, es decir, de
ciertas interdependencias entre pautas o tareas conductuales diferentes y relati-
vamente especializadas, de las cuales interdependencias depende la vida del
grupo, así como la presencia de un aprendizaje y una trasmisión sociales transge-
neracionales no hereditarios (y en este sentido “culturales”) de dichas pautas con-
ductuales. Éste es el contexto en el que tiene lugar la “acción comunicativa inte-
rindividual” en la, como decíamos, se intercalan mutuamente entre diversos
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individuos relaciones conductuales de señalización. Ahora bien, sólo cuando


comienza a presentarse y a generalizarse la producción de objetos comienzan a
fraguar ese tipo específico de relaciones sociales que son las formalmente sostenidas
y canalizadas por el entramado formal constituido por dichos objetos, es decir, las
relaciones sociales de producción que hemos de entender no sólo, desde luego,
como las relaciones contraídas en la producción, sino asimismo como las relacio-
nes dadas en el uso social de dichos objetos producidos.
Nos es preciso, por tanto, hacernos con alguna idea mínimamente elaborada
de la forma o estructura de dicho entramado de objetos habida cuenta del papel
decisivo que le otorgamos como sostén y canalizador formal del nuevo tipo de
relaciones sociales que suponemos que caracterizan específicamente al campo
antropológico. Y lo que a tal efecto propongo es que es posible generalizar y rea-
plicar el concepto, en principio de orden lingüístico o gramatical, de morfosintaxis
para caracterizar la estructura de dichas “relaciones sociales de producción”, de
suerte que los efectivos lenguajes naturales de palabras se nos presenten, a su vez,
como una subclase especial de la clase más general constituida por las “relaciones
morfosintácticas” en cuanto que las relaciones más generales y características
(trascendentales) del campo antropológico. Como sabemos, en efecto, por la lin-
güística estructural, los lenguajes humanos naturales consisten en sistemas
(sonoros) articulados según dos tipos o niveles distintos de articulación, a su vez
conjugados, la denominada “primera articulación”, que es la “morfosintáctica”, y
la denominada “segunda articulación”, que es la “fonológica” 27. Desde el punto
de vista de la articulación fonológica, los lenguajes se nos presentan como cade-
nas articuladas de sonidos cuyos elementos articulatorios mínimos (o partes for-
males mínimas) serían los fonemas, esto es, los distintos “golpes de voz” suscepti-
bles de ser emitidos por la musculatura bucal y supralaríngea humana y discri-
minados auditivamente. A su vez, dichos fonemas se articulan entre sí dentro de
cada lenguaje natural positivo funcionando sólo a través del juego articulatorio
de la articulación morfosintáctica, cuyas unidades o partes formales son, como se
sabe, los monemas, los cuales se distinguen a su vez, en morfemas y lexemas. Mien-
tras que los lexemas son las raíces léxicas de las que se componen las palabras, los
morfemas consisten en aquellas formas de (in) flexión (de partes de los lexemas
mismos, o independientes de ellos) que son susceptibles de un campo (algebraico) de
variación en donde cada una de sus variaciones posibles tienen lugar en función de las
interdependencias sintácticas de dichas variaciones con las variaciones de otros morfemas
correlacionados.
Pues bien, lo que propongo es generalizar y reaplicar, como decía, la idea de
dichas formas sintácticas de interdependencia entre las variaciones de las flexiones morfe-
máticas, que es básicamente en lo que consisten las morfosintaxis lingüísticas,
para caracterizar, también y precisamente, a las “relaciones sociales de produc-
ción”. Lo cual podrá hacerse, en efecto, cuando consideramos a los entramados
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 67
formados por (sub)grupos de distintos objetos como una estructura compuesta por
una pluralidad de “posiciones (o lugares) operatorios” diversos, de modo que respecto de
dichas posiciones resulten mutuamente intercambiables y rotables una pluralidad numérica
de distintos sujetos operatorios, y ello precisamente en la medida en que dichas posicio-
nes se encuentren vinculadas por determinadas interdependencias. En virtud de la inter-
cambiabilidad y rotación mutuas los individuos operatorios respecto de dichas
posiciones podemos considerar a éstas como (proporcionalmente) análogas a las
flexiones morfemáticas (de los lenguajes), y a su vez las interdependencias entre
dichas posiciones, en función de las que cuales son posibles aquellas intercam-
biabilidad y rotación, serían asimismo (proporcionalmente) análogas a las rela-
ciones sintácticas entre las flexiones morfemáticas (de los lenguajes).
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De este modo, podremos considerar a cada grupo o trama socio-productiva-


mente integrada de objetos funcionando como un segmento (analógicamente) gra-
matical, en cuanto que consiste en una pluralidad de posiciones o tareas operato-
rias (analógicamente morfemáticas) en función de cuyas interdependencias socia-
les (analógicamente sintácticas) se hace posible la intersustitución y (creciente)
rotación mutuas de los sujetos operatorios con respecto a aquellas posiciones o
tareas. Y podremos percibir, en general, una sociedad o círculo socio-productivo
antropológico –una vez que estos círculos lleguen a cristalizar, suponemos que a
la altura del neolítico– , como una gramática global objetiva, esto es, como una dis-
tribución co-operatoria global (sintáctico-social) entre todas sus diversas tareas y
subareas (morfemático-culturales), tanto las contraídas en la producción como
las desempeñadas en el uso social de los objetos producidos.
Por lo demás, la idea de campo antropológico que aquí estamos construyen-
do puede y debe poder engranar una concepción de su formación –de la forma-
ción de su “núcleo” inicial socio-productivo de objetos por refundición a partir
de sus cursos biológico-evolucionistas previos– con una concepción de su trans-
formación o de su desarrollo a partir de dicho “núcleo” inicial, precisamente en
cuanto que dicho núcleo es no sólo generador, sino asimismo constitutivamente
recurrente, y en este sentido trascendental, de la dialéctica de las relaciones sociales
de producción en las que justamente él mismo inicialmente consiste. Una dia-
léctica ésta que será, por tanto, asimismo trascendental, es decir, constitutiva-
mente recurrente a todas y cada una de las configuraciones socio-productivas
positivas que vayan formándose (y transformándose) por efecto mismo de su
propio desenvolvimiento.

2.2. La función significativa específicamente semántica de los lenguajes y el lugar de


dicha función en el contexto socio-cultural global
La anterior idea analógica de morfosintaxis nos permite comenzar a compren-
der de un modo mínimamente adecuado la función significativa de los lenguajes
(de palabras), esto es, la razón por la que los lenguajes representan, y no ya de cual-
quier modo (semiótico-genérico), sino de un modo específico, esto es, específica-
mente semántico, las “cosas”. Si cada lenguaje natural o positivo puede representar
en efecto las “cosas” (esto es, las realidades de su círculo socio-cultural antropoló-
gico positivo), esto es así en la medida en que –como ya nos dijera por cierto el
Wittgenstein del Tractatus28– comparte con ellas su forma misma de representación,
puesto que esas “cosas”, que son sin duda una realidad extra-lingüística, no por
ello son algo ajeno o extraño al lenguaje, puesto que están talladas a la misma
escala del lenguaje en cuanto que construidas o producidas según una estructura que
resulta ser precisamente isomorfa con la estructura misma construida del lenguaje
que por ello mismo puede representarlas. Así pues, significar o representar
semánticamente, que es lo que hacen los lenguajes antropológicos (de palabras),
68 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

no es sino participar isomórficamente la estructura de la instancia representante (lingüís-


tica) en la estructura de las realidades (extralingüísticas) representadas socio-productivas o
socio-culturales envolventes, participación ésta en la que propiamente consiste la
representación.
A su vez, el privilegio que sin duda podemos reconocerle al lenguaje, por
comparación con las realidades que él representa, reside en su carácter “intraso-
mático” (ya con anterioridad a los lenguajes escritos y asimismo con posteriori-
dad a ellos), es decir, en su cualidad de consistir en cadenas articuladas de sonidos
ejecutados mediante la musculatura buco-supralaríngea, lo cual permite a los
individuos “portar”, mediante la estructura (fonológica y morfosintáctica) de sus
proferencias sonoras, la forma misma (morfosintáctica) de las cosas por ellos pro-
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ducidas, sin necesidad de estar simultáneamente actuando u operando con ellas


con el resto de su morfología somática operatoria.
Y si, a su vez, hemos de considerar sin duda imprescindible esta función signifi-
cativa o representacional del lenguaje, precisamente en el contexto de las relacio-
nes sociales de producción, esto es así en la medida en que es el lenguaje, y sólo el
lenguaje, el que, como soporte intercalado entre las actividades productivas y las
relaciones sociales que éstas conllevan, hace posible el levantamiento, el sostenimiento y
la prosecución de dicha producción y de la vida social que acarrea. Lo cual es debi-
do a una característica crucial de la actividad productiva, que desborda enteramen-
te cualquier situación operatoria zoológica previa, y que hemos de cifrar en lo
siguiente: En el hecho de que inicialmente la producción –y ulteriormente (o
recurrentemente) la vida social que los objetos culturales producidos acarrea–,
implica que dos o más subgrupos humanos ocupados en posiciones o tareas (ope-
ratorias) susceptibles de estar copresentes a las operaciones y percepciones de cada
uno de estos subgrupos deban a su vez tener de algún modo presente, y contar con ello
como condición formal de la prosecución de dichas tareas y de su interdependencia,
alguna tercera tarea o posición (operatoria) desempeñada por algún otro posible sub-
grupo, la cual sin embargo no puede estar, por razones geográfico-físicas, presente a
las operaciones y percepciones de ambos grupos. Bajo semejante condición, el
único modo disponible de llegar a hacer co-presente a ambos grupos de partida
las tareas de este tercer grupo será desde luego re-presentándolas, y representándo-
las sin duda a través de operaciones somáticas a su vez susceptibles de ser percibidas
mutuamente por ambos grupos, lo cual precisamente se hará posible mediante las
proferencias sonoras del lenguaje, las cuales podrán representar aquellas “terce-
ras” situaciones (lógico-algebraicas) no accesibles a las percepciones y operacio-
nes de los grupos que las profieren y perciben (escuchan) mutuamente sólo en la
medida en que por su estructura formal (morfosintántica) compartan la estructura (asi-
mismo morfosintáctica) de la situación socio-productiva o socio-cultural global.
De aquí, en efecto, el carácter imprescindible y el significado crítico de la “tercera
persona” (de los pronombres personales y de los tiempos verbales en tercera perso-
na, así como de los deícticos de “tercera posición o lugar” –“aquello”, frente a
“esto” o “eso”; “allí”, frente a “aquí” o “ahí”–) en todo posible lenguaje real de
palabras específicamente antropológico.
Es, pues, esta situación socio-productiva o socio-cultural global, en cuanto
que formalmente compuesta por semejante estructura lógico-algebraica tri-posi-
cional (tri-personal), aquella que sólo puede ser construida –levantada, sostenida
y proseguida–, y precisamente como tal estructura extra-lingüística, por la
mediación, como su soporte intercalado, de su propia re-presentación lingüísti-
ca, en cuanto que ésta, según vemos, a la vez que consiste en operaciones somáti-
cas (sonoras) susceptibles de estar co-presentes a las percepciones (auditivas) de
cualesquiera pares de grupos de dicha estructura tri-posicional, es no obstante
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 69
capaz, debido a su estructura formal (morfosintáctica), de participar isomórfica-
mente en la estructura (morfosintáctica) de la situación socio-cultural global tri-
posicional, y en esta medida poder representarla para cualesquiera pares de gru-
pos suyos posibles co-presentes, y por ello mismo sostenerla y proseguirla como
tal estructura extralingüística.
Así, pues, toda concepción adecuada del conocimiento específicamente antro-
pológico no puede dejar de apreciar que para construir y proseguir la estructura
del “mundo humano” en su estrato mismo extralingüístico –del mundo de los
entramados de objetos culturales producidos y de las relaciones sociales que su
producción y su uso hacen posible– es necesaria la mediación de su propia representa-
ción lingüística, la cual, en cuanto que participación isomorfa intercalada en dicha
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estructura, puede representarla y por ello mismo hacer posible su construcción y prosecución.

2.3. Carácter formalmente extrasomático de la cultura objetiva antropológica y


formalmente supra-individual (o supra-subjetivo) de las relaciones sociales
antropológicas
La idea de morfosintaxis que estamos construyendo nos permite asimismo
entender el carácter formalmente extrasomático del entramado de objetos o enseres
de la cultura antropológica “objetiva”, y en esta medida el carácter mismo for-
malmente “ob-jetivo” de dichos objetos o enseres producidos. Dicho carácter extra-
somático no ha de ser entendido como una mera obviedad empírica espacial, esto
es, en el sentido en que también son extrasomáticas, por respecto de los cuerpos
de los organismos zoológicos, todas aquellas realidades de su medio entorno
(incluyendo otros organismos de la misma o de distinta especie) con las que
aquellos organismos mantienen relaciones tanto fisicalistas como conductuales.
La razón del carácter formalmente extrasomático de los objetos producidos resi-
de formal y específicamente en otra cosa, a saber: en la necesidad de que dichos
objetos (en cuanto que entramados) deban ser conservados o almacenados, debido a
que ellos llevan impresa en la propia morfología de su entramado (morfosintáctico), su
propia norma de construcción y uso sociales, de modo que su conservación o almacena-
miento actúa como condición de la recurrencia de dicha norma de construcción y uso
sociales. Una condición y una recurrencia que deben ser no sólo transindividuales
(respecto de cada generación), sino también transgeneracionales , es decir, que
deben trascender a las diversas generaciones biológicas (sin perjuicio del posible
deterioro de la materia física con la que estén fabricados), de suerte que cada
nueva generación de individuos pueda incorporase a, o instalarse en, los usos o rela-
ciones sociales soportados y puestos en acción por la morfología de la trama de
dichos objetos culturales. Así pues, en la medida en que dichos objetos cultura-
les llevan impresa en su trama su propia norma de construcción y uso sociales, en
virtud de dichos entramados ellos consisten en una objetividad formal normativa,
sin perjuicio de su positividad existencial efectiva.
Repárese, a este respecto, en efecto, en que el término “objeto” (“ob-jectum”)
implica la idea de “posición” (“yectum”), a la vez que la idea de “enfrentamiento” en el
sentido de “estar puesto enfrente” (“ob”): un “ob-jeto” sería en efecto una “posición
frente a”, o sea, un “o(b)puesto”. Ahora bien, no hemos de entender al objeto, en
cuanto que “posición frente a”, como algo que estuviese o-puesto globalmente al
sujeto (entendido éste a su vez como un su(b)-puesto), sino que es preciso enten-
der dicha estructura de o-posición como la estructura misma en la que los objetos,
en cuanto que entramados, consisten, es decir, como venimos diciendo, como esa
estructura o entramado de mutuas o-posiciones (o dis-posiciones) que pueden darse entre las
diversas posiciones, las cuales dis-posiciones soportan formalmente las interdependencias
sociales que hacen posible. Por lo mismo, el sujeto no deberá entenderse globalmen-
70 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

te como un sub-puesto frente al cual se o-pusiera globalmente el objeto, sino


como una operatoriedad somática que sólo puede actuar a través, o entre medias, y
por tanto con posterioridad a, a la estructura de o-posiciones en la que consiste una
trama de objetos (en cuanto que intersustituible y rotable respecto de dichas
posiciones, según decíamos), de modo que es preciso entender dicha operatorie-
dad como formalmente incorporada, prendida, o sujetada por dicha estructura objeti-
va.
Lo cual quiere decir que los términos que soportan formalmente las relaciones sociales
en el campo antropológico no son, de entrada, los individuos somáticos operato-
rios, sino las diversas posiciones mutuamente dis-puestas u o-puestas de las tramas de obje-
tos producidos, y sólo a través suyo los individuos operatorios. Por ello, las relaciones
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sociales específicamente antropológicas no quedan apresadas, como con tanta


frecuencia se entiende, mediante el concepto de lo “inter-individual”, concepto
éste todavía meramente genérico-zoológico, sino mediante el concepto de lo
“supra-individual” (o “supra-subjetivo” ): las relaciones sociales específicamente
antropológicas son, en efecto, formalmente supraindividuales o suprasubjetivas
en la medida misma en que, como decimos, los términos que formalmente las
soportan no son de entrada los individuos, sino las diversas posiciones opuestas
de las tramas de objetos producidos, y sólo a través suyo los individuos. Lo cual
vale, naturalmente, tanto para la gramática (o morfosintaxis) de las tramas de
objetos extralingúisticos como para la gramática (o morfosintaxis) de los propios
lenguajes de palabras que representan aquellas tramas de objetos extralingüísti-
cos.
Lo cual implica a su vez que, sin perjuicio del carácter sin duda existencialmente
individual de los cuerpos orgánicos operatorios de los individuos del campo
antropológico, no por ello sus operaciones (tanto cognoscitivas como apetitivas)
han de considerarse como dadas a la escala de dicha individualidad existencial,
sino que por el contrario han de entenderse como formalmente supraindividuales, en
cuanto que refundidas a la escala objetiva en cuanto que supraindividual de las formas
normativas (gramaticales o morfosintácticas) que las constituyen –tanto en sus
estratos lingüísticos como extralingüísticos. De este modo, es la propia indivi-
dualidad formal de las operaciones de cada sujeto operatorio antropológico la que
sólo se alcanza o cristaliza en el seno de la estructura supraindividual (gramatical) en
la que siempre actúa, bajo la forma siempre en cada caso de alguna determinada
“relación posicional respecto de otras posiciones (de dicha estructura)”. Mas por ello dicha
individualidad formal operatoria no es reductible a, ni conmensurable con, la
individualidad existencial de cada somaticidad orgánica; antes bien, es dicha
individualidad existencial orgánica la que, por lo que respecta a sus operaciones
(cognoscitivas y apetitivas), queda refundida e instalada a una escala supraindivi-
dual (gramatical), sólo dentro de la cual pueden alcanzar dichas operaciones indi-
vidualidad formal en el sentido indicado.
De aquí, por cierto que sea preciso asimismo rechazar toda concepción instru-
mentalista de la cultura antropológica objetiva, o sea, la concepción que entiende
a los objetos o enseres culturales producidos como si fuesen una prolongación ins-
trumental de los propios órganos somáticos, o de su uso conductual, destinada a
cumplir funciones adaptativas biofísicas a la manera, o en continuidad con, las fun-
ciones adaptativas que en el contexto zoológico sin duda cumplen los órganos
somáticos mediados por su uso conductual. Lo que dicha concepción no capta es
que la adaptación biofísica, que sin duda deberá seguir dándose, es formalmente
posterior a la cultura objetiva y que por tanto queda ya reabsorbida a su propia esca-
la y por ello internamente metabolizada por su propia estructura y funcionamiento
objetivos que consisten precisamente en las “relaciones sociales de producción”.
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 71
De este modo, será dicha forma objetiva de organizar socialmente la producción
aquella que irá metabolizando internamente la adaptación biofísica de los indivi-
duos orgánicos de cada círculo socio-cultural antropológico, y lo irá haciendo
según ritmos y formas propios que consistirán en las diversas formas sociales de
organizar los diversos desarrollos de las fuerzas productivas que en cada caso
pueda ir adoptando, según su desarrollo histórico, cada sociedad de referencia.
A este respecto, es preciso entonces señalar que seguramente la insuficiencia
radical de toda pretensión por “naturalizar” la epistemología en clave “evolucio-
nista”, y más en general por entender a las formas socio-culturales antropológica-
mente específicas como si éstas se mantuviesen, además de en (su indudable)
continuidad genética evolucionista, en “continuidad estructural” (o formal) con
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las conductas biológicas, reside en asumir, más o menos implícita o explícita-


mente, semejante concepción instrumentalista de la cultura antropológica obje-
tiva, es decir, en no advertir que el concepto específicamente antropológico de
“producción” –junto con sus formas y ritmos propios ligados al desarrollo (histó-
rico) de las fuerzas productivas– implica una forma específica de “construcción”
no genérico-indiferenciadamente reductible al concepto zoológico (genérico) de
conducta constructiva, y ello también, desde luego, cuando se pretende hace
valer dicho reduccionismo adoptando una concepción operatoria (no mentalista
ni fisicalista) de la actividad constructiva29. Y aquí reside, según lo entiendo, la
principal diferencia entre mi concepción de la actividad antropológica y la pers-
pectiva adoptada por T. R. Fernández et al. en su trabajo en este monográfico
(Fernández et al., 2003), perspectiva que me parece que se limita a generalizar a
la actividad antropológica la concepción funcional, constructivista y operatoria
de la actividad conductual fraguada en el contexto zoológico. El motivo de fondo
fundamental de mi planteamiento busca precisamente suturar la posible brecha
que pudiera abrirse entre la estructura (funcional) de los objetos o enseres extra-
lingüísticos de la cultura antropológica objetiva y la estructura (funcional) de los
lenguajes humanos de palabras, brecha ésta que me parece que inevitablemente
se nos abre cuando nos limitamos a adoptar la perspectiva de una “epistemología
genética generalizada” en clave evolucionista –bien sea en la estela de Baldwin o
de Piaget.
Por fin, y antes de terminar la construcción ensayada en los últimos tres epí-
grafes relativa a las características del conocimiento y de la acción dados en el
“campo antropológico”, no quisiera dejar de señalar la afinidad de fondo que creo
advertir entre mi planteamiento y el realizado por J. P. Bronckart en su trabajo
asimismo presente en este monográfico (Bronckart, 2002) al menos en un aspec-
to esencial, a saber: el relativo a la necesidad de reconocer que el conocimiento y
la acción humanas no son estructuralmente reductibles al conocimiento y a la
conducta zoológicas (y ello sin perjuicio de su continuidad genético-evolucionis-
ta), dada precisamente la codificación lingüística (que tiene lugar mediante las len-
guas naturales) en cuanto que constitutiva o determinante de dicho conocimiento
–y no meramente como “mediadora” de una supuesta actividad cognoscitiva
previa o pura–. Con todo, me parece que todavía cabe apreciar la presencia de un
cierto mentalismo representacional en los planteamientos de Bronckart, segura-
mente de raíz saussuriana (como más adelante haré notar), que creo que sólo
puede remontarse definitivamente cuando se adopta, como aquí se ha hecho, una
concepción estrictamente fenoménico-operatoria y constructivista tanto de la
propia actividad lingüística como de la realidad socio-cultural extralingüística,
así como una concepción gramatical tanto de la estructura (funcional) de cada
lenguaje como de la estructura (funcional) de cada mundo socio-cultural extra-
lingüístico respectivo, y por ello una concepción de la función significativa
72 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

misma (semántica) de las lenguas naturales como participación isomorfa interca-


lada en sus mundos socio-culturales respectivos a escala gramatical.

2.4. Semiótica y pragmática en el contexto específicamente antropológico: La


“intencionalidad”, el “significado” y la “representación” específicamente antropológicos
La construcción precedente nos pone en condiciones de apresar con alguna
claridad la modulación específica que han de adoptar las relaciones “semióticas”
y “pragmáticas” en el contexto antropológico. En semejante contexto, en efecto,
las relaciones semióticas y pragmáticas, en cuanto que relaciones que pueden sin
duda considerarse en principio globalmente como relaciones triádicas entre “sig-
nos”, “objetos” y “sujetos”, adquieren un tipo de complejidad estructural y fun-
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cional enteramente característico o específico, que ya no resulta en modo alguno


reductible o conmensurable con las relaciones semióticas y pragmáticas recono-
cibles en el contexto zoológico. Desde la concepción aquí ensayada, en efecto, si
los “signos” (lingüísticos) –o sea, las diversas “cadenas sintagmáticas lingüísti-
cas” de cada lenguaje natural– pueden representar semánticamente a los “obje-
tos” (extralingüísticos) –o sea, a las diversas relaciones socioculturales extralin-
güísticas de cada sociedad–, y por ello actuar como el necesario soporte intercala-
do de la construcción y prosecución de dichos “objetos”, esto es así en la medida
en que, según hemos propuesto, “signos” y “objetos” guardan, por su estructura,
unas relaciones de participación isomorfa, o de analogía proporcionada, precisa-
mente a escala gramatical.
Pues bien: por lo que respecta al estrato de los “objetos” (extralingüísticos),
esto es, a las relaciones socio-culturales entre diversos grupos y/o subgrupos
humanos (y sólo a través suyo de los individuos), éstas deberán ser vistas como
diversas clases de interdependencias sociales mutuas (analógicamente sintácti-
cas) entre dichos grupos hechas posibles por los emplazamientos culturales obje-
tivos (analógicamente morfemáticos) de los mismos, unas interdependencias
éstas cuyo juego articulatorio (análogo al de la “articulación” lingüística gramati-
cal) creemos que puede ser apresada, en sus términos más generales, mediante los
conceptos de “fines”, “planes” y “programas”30. Si entendemos, en efecto, a los “pro-
gramas” como los contenidos normativizados que vinculan a unos grupos con
otros, podremos entender de qué modo estos programas se desglosan a la vez que se
articulan en estos dos principales componentes funcionales suyos, a saber, los
“fines” y los “planes”. Los “fines” serían aquellos mismos contenidos programáti-
cos, pero en cuanto que se los considera referidos al grupo que los sostiene o los
programa (y sólo a través suyo a los individuos), y a los “planes” serían asimismo
dichos contenidos, pero en cuanto que se refieren a los grupos respecto de los que
se programan (y sólo a través suyo a sus individuos), de suerte que la vinculación
social entre grupos es tal que los propios “fines” de cada grupo no pueden programarse ni eje-
cutarse si no es precisamente contando con, y afectando a, como “planes” suyos, a los “fines”
mismos de otros grupos.
De este modo, podremos sin duda decir que ya se dan, en el estrato mismo
extralingüístico, relaciones semiótico-pragmáticas (comunicacionales) entre los
diversos grupos y subgrupos humanos (y a través suyo entre los individuos de
cada grupo), precisamente en cuanto que relaciones entre los fines y los planes de cada
grupo respecto de otro u otros grupos, en cuanto que, como decíamos, los propios fines de
cada grupo deben de algún modo incluir o considerar, como planes suyos, a los fines mismos
de otro u otros grupos –una consideración o inclusión ésta que, desde luego, no tiene
porqué ser siempre “armónica”, puesto que también puede ser “conflictiva”–. Se
trata, por tanto, de una relación que hemos de considerar como efectivamente
semiótica en cuanto que relación significativa, o de presencia intencional, de los fines de
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 73
los otros grupos en cuanto que incorporados (armónica o conflictivamente) a los planes pro-
pios con respecto de los propios fines. La relación “significativa” o “intencional”, en
efecto, se da entre los planes de cada grupo respecto de otros grupos, en cuanto
que incluyen o se hacen cargo de algún modo (armónico o conflictivo) de los
fines de estos otros grupos, y (o respecto de) los propios fines del grupo inicial de
referencia. Así pues, podremos decir que dichas relaciones intencionales (entre
los fines y los planes de cada grupo respecto de los fines de otros grupos) consti-
tuyen relaciones dialógicas (armónicas o conflictivas), cuyos contenidos progra-
máticos son siempre formalmente supraindividuales, y por tanto en modo algu-
no reductibles a las relaciones de señalización intra-conductual (individual) o
inter-conductual (meramente interindividual) reconocibles en el contexto zooló-
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gico. Y se trata, sin duda, asimismo de relaciones pragmáticas, en cuanto que


incorporan ciertamente a los individuos o sujetos operatorios (de unos grupos en
relación con otros grupos), si bien, se trata, como decíamos, de unos sujetos ope-
ratorios cuya individualidad formal operatoria sólo cristaliza o fragua a la escala
de los contenidos formalmente supraindividuales de los programas entre los que
circulan, en cuanto que emplazada siempre dicha operatoriedad en alguna posi-
ción que guarda relaciones supraindividuales (gramaticales) con otras posiciones
o emplazamientos. Lo cual no quiere decir, a su vez, que no quepa reconocer,
junto con los dialogismos (inter-grupales supraindividales), la presencia de auto-
logismos (formalmente (intra)individuales), los cuales en todo caso seguirán dán-
dose asimismo emplazados en posiciones y relaciones (gramaticales) supraindivi-
duales. Pues dichos autologismos, en efecto, no deberán verse como unas relacio-
nes que, en cuanto que re-flexivas, un sujeto operatorio antropológico pudiera
mantener originariamente consigo mismo, sino más bien como unas relaciones
que, si en efecto llegan a ser en cierto modo formalmente re-flexivas, en cuanto que
concatenaciones recurrentes normativizadas de estados operatorios suyos diferen-
tes, esto deberá ocurrir en la medida en que cada sujeto operatorio circula entre medias
de la pluralidad diversa misma (supraindividual) constitutiva de las relaciones entre fines
y planes inter-grupales en la consiste su vida social, de modo que es dicha “pluralidad
diversa constitutiva” la que precisamente determina –de un modo por tanto
devenido y no originario– la necesidad de dichas relaciones reflexivas como para
poder ser mantenida y proseguida.
Ahora bien, es dicha vida social extralingüística, y por tanto las relaciones
semiótico-pragmáticas (dialógicas y autológicas normativizadas) características
en las que básicamente consiste, aquella que, como decíamos, necesita, para ser
levantada y proseguida, de la mediación, como su soporte intercalado, de su pro-
pia representación lingüística hecha a su vez posible en la medida en que ésta
comparte su estructura con la estructura de aquella vida social a una escala gra-
matical. Según esto, es preciso, de entrada, no confundir la función de “represen-
tación (o significación) lingüística”, en cuanto que función específicamente
semántica que tiene lugar en virtud de aquella participación isomorfa a escala gra-
matical, con las funciones semiótico-pragmáticas extralingüisticas (dialógicas y
autológicas) de la vida social, a las cuales sin embargo, y en todo caso, aquella
función soporta y hace posible en virtud de su participación isomorfa gramatical
con ellas. De aquí que, a su vez, y en segundo lugar, sea preciso advertir en la
estructura y el funcionamiento de los lenguajes naturales de palabras, como figu-
ras funcionales fundamentales suyas, aquellas que, resultando proporcionalmen-
te análogas a los dialogismos y los autologismos sociales extralingüísticos, pue-
dan por ello actuar como su soporte intercalado y hacerlos viables en la vida
social. En este sentido, podemos cifrar, según propongo, dichas figuras lingüísti-
cas básicamente en estas dos: en primer lugar, la argumentación en cuanto que impli-
74 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

ca siempre de algún modo la controversia, precisamente como análogo lingüístico de


los dialogismos sociales extralingüisticos capaz de soportarlos intercaladamente;
y asimismo en segundo lugar el razonamiento en cuanto que figura lógico-grama-
tical capaz de sostener al individuo formal operatorio en el curso de dichas con-
troversias, como análogo y soporte lingüístico de los autologismos extralingüis-
ticos. De este modo, la “controversia” y el “razonamiento” constituyen sin duda
figuras funcionales asimismo semiótico-pragmáticas (comunicacionales), dadas
ya en el estrato lingüístico de la acción humana, y por ello capaces de funcionar
como obligado soporte intercalado de las funciones semiótico-pragmáticas
(comunicacionales) extralingüisticas (los dialogismos y los autologismos) en vir-
tud de su participación isomorfa con éstas a la escala gramatical que suponemos
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que ambas básicamente comparten. En este sentido, resulta sin duda a mi juicio
sumamente significativo y esclarecedor el trabajo de F. Gabucio presente en este
monográfico (Gabucio, 2002) orientado a perfilar una idea de argumentación
que, en cuanto que vinculada a una teoría de la “relevancia”, sea capaz de sortear
tanto toda concepción formalista o abstracta de la argumentación que entendiera
ésta al margen de los efectivos procesos prácticos comunicacionales como toda
concepción que diluyera la mínima relevancia que sin duda ha de concederse a
toda argumentación en una suerte de pragmatismo comunicacionalmente opaco.
Por fin, y antes de terminar este epígrafe, no quisiera dejar de apuntar al nota-
ble interés que a mi juicio tiene el trabajo de C. Rodríguez y C. Moro presente
en este monográfico (Rodríguez y Moro, 2002), en cuanto que destinado a poner
de manifiesto de qué modo el aprendizaje del uso constructivo y “simbólico”
(semiótico) aún no lingüístico de los objetos (por parte de los niños durante el
período sensorio-motor) viene moldeado por usos sociales adultos “convenciona-
les” asimismo “simbólicos” (semióticos) no lingüísticos. Seguramente dicho
aprendizaje constituye, como las autoras apuntan, una condición básica en el
proceso de desarrollo ontogenético del propio lenguaje en el niño; pero me pare-
ce que sería de primera importancia advertir que los usos simbólicos sociales
adultos que las autoras denominan “convencionales”, también y precisamente
los extralingüísticos, poseen ya una estructura (funcional) gramatical, respecto
de la cual participa isomórficamente la estructura (funcional) los usos lingüísti-
cos, razón por la cual precisamente se podría comenzar a entender de qué modo
aquel aprendizaje “sensorio-motor” todavía prelingüístico y por tanto pregrama-
tical constituye precisamente el proceso de transición hacia una adquisición ya
plenamente lingüístico-gramatical, pero también y por ello extralingüística y
asimismo gramatical.

2.5. Insuficiencias de los sociologimos relativistas de corte pragmatista en cuanto que


asociados al dualismo representacional
Por lo demás, debe observarse que en nuestra consideración del campo antro-
pológico en general no hemos abandonado en ningún momento nuestra concep-
ción constructivista y operatoria (fenoménica), esta vez del conocimiento y de la
acción humanas, y ello tanto por lo que respecta al estrato lingüístico como al
extralingüistico de dicha acción –de las figuras funcionales semiótico-pragmáti-
cas reconocibles dentro de cada uno de dichos estratos–, así como por lo que toca
a la función semántica de representación, y por ello de soporte intercalado, de las
figuras del primer estrato con respecto a las del segundo. Sólo de este modo es
posible desactivar el supuesto, tenazmente presente en tantas concepciones asi-
mismo aliadas al dualismo representacional si bien esta vez en el contexto antro-
pológico-social, según el cual la “realidad” (supuestamente social) y su (no
menos supuesta) “construcción” son entendidas a la postre como dos “totalidades
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 75
enterizas” mutuamente yuxtapuestas, de modo que no es posible salir nunca de
la aporía que resulta de pensar ambos planos a fin de cuentas como mutuamente
incomunicados: ni se entiende, en efecto, en qué medida es la supuesta realidad
social la que resulta construida, ni se entiende por lo mismo en qué medida
dicha no menos supuesta construcción lo es efectivamente de la realidad social,
porque ambos planos, el de la (supuesta) realidad social y el su (supuesta) cons-
trucción, están de entrada entendidos, como decíamos, como totalidades enteri-
zas mutuamente yuxtapuestas y por tanto a la postre incomunicables. Desde
nuestra concepción, sin embargo, es la realidad social misma en su estrato ya
extralingüistico la que resulta efectivamente construida en cuanto que operatoriamente
construida –a raíz de la producción de objetos culturales–, y ello de tal modo que, si
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es preciso contar con la representación lingüística, asimismo operatoriamente cons-


truida, de dicha realidad, como su obligado soporte intercalado para levantar y
proseguir su construcción, ello es así en la medida en que, dada ya la estructura
de suyo gramatical de dicha construcción, es posible representarla lingüística-
mente en la medida en que esta representación participa isomórficamente en la
estructura de aquella realidad a una escala precisamente gramatical.
A su vez, y en íntima relación con lo anterior, está la concepción aquí pro-
puesta de los individuos operatorios como unos sujetos cuya individualidad for-
mal operatoria (tanto lingüística como extralingüistica) sólo fragua a la escala de
las relaciones de emplazamiento gramatical (lingüístico y extralingüistico), y
por tanto supraindividual, de su acción operatoria. Sólo de este modo es posible
asimismo desactivar el concepto de “sujeto” no menos tenazmente incorporado
en tantas concepciones asociadas al dualismo representacional en el contexto
antropológico-social, a saber, ese concepto cuyo modelo por antonomasia podría-
mos cifrar en el ego cartesiano, o sea, el concepto de un sujeto cuya individualidad
formal se concibe asimismo como una totalidad enteriza supuestamente constitui-
da de un modo previo o aislado de otros sujetos, de suerte que el colectivo de los
sujetos (la sociedad) sólo puede ser pensado a la postre como una suerte de mero
agregado sumativo de dichos individuos que se suponen de entrada formalmente
aislados.
De este modo, no sólo, como decíamos, la (presunta) realidad social y su (no
menos presunta) construcción se entienden de entrada como mutuamente inco-
municadas –de suerte que no podremos entender su “comunicación” sino sólo
mediante “hipótesis de yuxtaposición” meramente ad hoc–, sino que asimismo es
dicha presunta construcción la que se entiende ahora como encapsulada en aque-
llos egos cartesianos mutuamente aislados –de suerte que nos vemos de nuevo
obligados a acudir, para entender su vinculación social, a meras “hipótesis de
yuxtaposición” ad hoc–. Se trata, pues, de un “pseudoconstructivismo social” canaliza-
do a través de un “sociologismo mentalista” (de tipo “encapsulado-representacio-
nal”), que precisamente da lugar, por su propia inviabilidad teórico-constructi-
va, a toda suerte de relativismos sociológicos pragmatistas tan gratuitos a la postre
como teórico-constructivamente inviables. En este sentido, me parece que el tra-
bajo de G. Pérez Campos presente en este monográfico (Pérez Campos, 2002),
no se desprende de semejante pseudoconstructivismo social aliado al sociologis-
mo mentalista, y por ello a un relativismo sociológico pragmatista en último tér-
mino indecidible; pues la “teoría de las representaciones sociales” a la que se
apela –pero también la idea de “significaciones imaginario sociales” de Castoria-
dis– reproduce inevitablemente la yuxtaposición a la postre incomunicable entre
una presunta realidad social y una no menos presunta representación suya, así
como entre los individuos que se pretenden vincular socialmente y la sociedad
misma que pretende vincularlos.
76 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

Sólo, por el contrario, cuando entendemos que son los vínculos gramaticales
supraindividuales (tanto lingüísticos y extralingüísticos) que sostienen o acogen
las operaciones de los individuos aquellos que constituyen la propia formalidad
individual operatoria de los mismos, podremos entonces entender no sólo el
carácter genuina e íntegramente social de dichos individuos, sino asimismo, y
por ello, el carácter efectivamente construido tanto de la realidad social (extralin-
güística), de la que dichos individuos participan, como de las representaciones
lingüísticas, no menos sociales, de las que asimismo participan, que soportan
intercaladas la construcción de dicha realidad.

2.6. La aporía de la lingüística –estructuralista y generativa–: el desbordamiento


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semántico de su (presunto) campo propio de inmanencia


Pues bien: la concepción aquí sostenida de la función semántica de significar
nos conduce a poner en cuestión las condiciones mismas de posibilidad de la lin-
güística en cuanto que disciplina que pudiese poseer un campo formal de inma-
nencia propio que estuviese por tanto formalmente recortado de cualesquiera
realidades extralingüísticas envolventes. Y ello tanto ciertamente por lo que res-
pecta a las orientaciones “estructuralistas” de la lingüística de estirpe saussuria-
na, tanto en su rama americana o distribucionista (bloomfieldiana) como en sus
diversas ramas europeas, como también por lo respecta a la orientación “genera-
tiva” (chomskiana) de la misma.
Por lo que respecta a su orientación “estructuralista”, dicho supuesto de
inmanencia puede ser cifrado básicamente en lo siguiente: en la pretensión de
analizar el “código” (“cifra” o “sistema”) de la “lengua”, en cuanto que estructura
formal interna de los “mensajes” (o “decursos”) comunicaciones positivos a la
que habría de atenerse el campo de la lingüística, como si dicho código pudiese
ser formalmente recortado, por un lado, por el costado de la “segunda articulación
fonológica” (de Martinet), en cuanto que ésta se entiende como la “forma de la
expresión” (o del “significante”) en el sentido de Hjelmslev, y, por otro lado, por
el costado de “la primera articulación morfosintáctica” (asimismo de Martinet), en
cuanto que entendida como la “forma del contenido” (o del “significado”) de
nuevo en el sentido de Hjelmslev; de suerte que tanto la “fonética” por un lado
como la “semántica” por otro quedasen excluidas por fuera del campo formal de
inmanencia de la lingüística, en cuanto que concebidas como “sustancia (o mate-
ria) de la expresión (o significante)” y “sustancia (o materia) del contenido (o sig-
nificado)”, en el sentido de Hjelmslev, respectivamente 31.
No negamos, desde luego, que la fonética, en cuanto que su campo se circuns-
cribe al de las condiciones somáticas morfofisiológicas de las operaciones (buco-
supralaríngeas) y percepciones (auditivas) humanas implicadas en las proferen-
cias lingüísticas, sea formalmente exterior al campo de la lingüística, cosa que
sin duda no ocurre ya con la fonología, en cuanto que ésta trata con los “valores
distintivos” de los fonemas dentro del “juego (formal) articulatorio” de cada len-
gua natural efectiva –dentro, en efecto, de la “segunda articulación” de cada len-
gua, que a su vez se da “con-jugada” con la “primera articulación”. Entendemos,
de este modo, en efecto, que el campo (a su vez formal) de la fonética cumpla
funciones de “materia” (o “sustancia”, según Hjelmslev) respecto del “campo
formal” de la lingüística, y en particular respecto de la “forma” (Hjelmslev) de su
“segunda articulación fonológica”, viniendo por tanto a desempeñar funciones si
se quiere auxiliares respecto de dicho campo formal lingüístico. En este sentido,
desde luego, el campo formal de la lingüística quedaría ciertamente recortado,
frente a la fonética, por el costado de la fonología. Ahora bien, lo que cuestiona-
mos es que por el costado de la (primera) articulación morfosintáctica, la lingüís-
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 77
tica pueda quedar recortada, y precisamente frente a la semántica, del modo
como la “ortodoxia” lingüística justamente lo pretende al objeto de asegurarse
un campo de inmanencia propio, esto es, entendiendo a dicha articulación mor-
fosintáctica –paradigmáticamente, a partir de la distinción de Hjemlslev entre
“forma” y “sustancia” de la “expresión” y del “contenido”– como la “forma del
contenido” (o del “significado”), en cuanto que opuesta a la “semántica” que ha
de quedar entonces concebida como la “sustancia del contenido”. Como si el
campo de las referencias semánticas, en efecto, en cuanto que se supone relativo a
las “realidades extralingüisticas”, o bien al “conjunto de los conocimientos
humanos”, se hubiese de entender en todo caso como un campo no codificado ya
lingüísticamente, y en esta medida como una mera “materia” (o “sustancia”) exte-
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rior a la “forma del significado” (o del “contenido”), la cual, por su parte, y corre-
lativamente, es preciso entender entonces de un modo mentalista, o sea, como si
los significados (lingüísticos) consistiesen originariamente en “contenidos (imá-
genes o pensamientos) mentales” lingüísticamente codificados –“mentalismo”
éste que, en efecto, estaba ya constitutivamente presente en la raíz de la lingüís-
tica estructural, en la propia distinción de Saussure entre el “significante” y el
“significado” como la “cara externa” y la “cara interna” del “signo”, entendida
dicha presunta “cara interna” como un contenido mental correlativo a la “cara
externa” consistente en los sonidos32.
Pero nuestra concepción de la significación semántica como participación iso-
morfa intercalada de la estructura gramatical del lenguaje en la estructura no
menos gramatical de la vida socio-cultural misma extralingüistica nos permite:
(i) en primer lugar, entender a la articulación gramatical o morfosintáctica del
lenguaje (de cada lenguaje positivo), no ya –como es preceptivo en la “ortodoxia”
lingüística– como la “forma” gramatical de un “contenido” o “significado”
supuestamente mental, sino como la “forma” gramatical misma de la materia arti-
culatorio-operatoria (sonora) de cada lenguaje positivo, forma ésta que si posee en efec-
to “significado” (semántico), (ii) no es porque dicho “significado” quede recluido origi-
nariamente en ninguna suerte de representació n mental, sino porque él reside en la
estructura o forma misma de las “cosas” o “realidades” socio-culturales extralingüísticas
en la medida en que aquella forma lingüística (gramatical) participa en la forma
(no menos gramatical) de la vida misma socio-cultural extralingüistica. Pero
entonces (iii) es preciso advertir que el pretendido campo de inmanencia de la lingüís-
tica queda sin duda desbordado por su costado semántico, es decir, por la participación
misma isomorfa (intercalada) de la forma gramatical de cada lenguaje en la
forma gramatical de su vida socio-cultural extralingüistica, participación ésta en
la que justamente consiste la función de “significar” (semánticamente) como una
función formalmente indisociable o indesprendible de todo lenguaje.
En este sentido, debe repararse en que la concepción del significado (semánti-
co) aquí propuesta pretende suturar la posible fisura que asimismo podría abrirse
entre “significados” y “conceptos”, sutura ésta que me parece que sólo puede
lograrse entendiendo a los “conceptos” como la estructura misma (construida) de
la realidad socio-cultural objetiva extralingüística, en la cual estructura la del
lenguaje participaría isomórficamente. Sólo de este modo me parece que pode-
mos asimismo sortear todo posible nuevo desplazamiento de dicha fisura, como
la que se daría en efecto entre unas hipotéticas “concepciones” (supuestamente
subjetivo-individuales) y los “conceptos” (sociales), como creo que todavía ocurre
en el trabajo de A. Gomila presente en este monográfico (Gomila, 2002), puesto
que las “concepciones” no serían otra cosa más que los mismos significados, o
sea, la mencionada función de participación isomorfa de los lenguajes en la vida
social extralingüística a escala gramatical.
78 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

Pues bien: desbordado semánticamente de este modo el presunto campo de


inmanencia de la lingüística, dicho campo nos pone entonces en presencia de
algo sin duda muy próximo al campo de la “semiología” inicialmente esbozada
asimismo por Saussure33. Ahora bien, se trata de entender a su vez dicho campo
“semiológico” según criterios no ya meramente sociológicos genéricos, o sea,
inespecíficos desde el punto de vista precisamente lingüístico (o gramatical),
sino justamente como un campo que, incluyendo sin duda contenidos socio-cul-
turales extralingüisticos, viene en todo caso íntegramente “codificado” según un
“código” del que participa isomórficamente el propio código lingüístico. O sea, y en
resolución, se trata de entender al campo “semiológico” como el campo mismo
“específicamente antropológico” (lingüístico y extralingüístico) tal y como aquí
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lo venimos considerando, es decir, como un campo cuya especificidad es preciso


cifrar en la participación isomorfa intercalada entre sus estratos lingüístico y
extralingüístico a escala precisamente gramatical.
Se comprenden entonces, por cierto, las dificultades inherentes a la pretensión
de concebir el campo de la “semiótica” como un campo unificado, tanto si dicha
pretensión se entiende desde la perspectiva, intencionalmente más global, de
Peirce, como si se entiende desde la perspectiva, más reducida en extensión, de la
semiología de Saussure. Pues la cuestión es, en efecto, que el campo pretendida-
mente unificado de la semiótica se nos muestra como inexorablemente fragmen-
tado en dos subcampos, el zoológico y el antropológico, mutuamente inconmen-
surables e irreductibles, a la vez que el campo semiótico antropológico, en cuan-
to que campo semiológico, sin dejar de incluir, como decíamos, un estrato
extralingúistico, no por ello dicho estrato debe dejar de seguir siendo visto como
codificado de un modo isomórfico con el estrato lingüístico de dicho campo. En
este sentido, podríamos comenzar a comprender, y a reinterpretar, las dificulta-
des con las que inevitablemente se encuentra y de las que a su manera se hace
cargo el trabajo de W. Castañares presente en este monográfico (Castañares,
2002) a la hora de acotar los perfiles de una “historia de la semiótica” y de contar
con un concepto mínimamente inequívoco de “representación”.
Ahora bien, si la lingüística de corte “estructuralista” pretende hacer cristali-
zar un campo de inmanencia propio en torno al “código” de la “lengua” en el
sentido indicado, la lingüística generativa chomskyana intentará hacer lo propio,
pero esta vez en torno a un “núcleo de cristalización” ciertamente diferente, a
saber, el de un supuesto sujeto psico-lógico presuntamente dotado de una
“estructura profunda” lógico-gramatical universalmente distribuida de un modo
innato entre todos los hombres, a partir de la cual sería posible generar transfor-
macionalmente las diversas y virtualmente ilimitadas secuencias oracionales
“superficiales” de las diversas lenguas positivas efectivas.
Ahora bien, si del campo de la lingüística estructural podremos decir que es, al
menos, efectivo, aun cuando desprovisto de la inmanencia formal propia que pre-
tende en cuanto que semánticamente desbordado por las estructuras socio-cultu-
rales extralingüisticas en las que participa intercalado isomórficamente, del pre-
sunto campo de la lingüística generativa nos parece que es preciso decir que ni
siquiera sería un campo efectivo, sino puramente intencional o ficticio, y no ya tanto por lo
que toca al alcance “técnico” gramatical de las “reglas de transformación” sintácti-
cas por dicha lingüística elaboradas, pero sí en cuanto que se conciba dicho campo desde
su supuesto de base relativo a aquella presunta estructura profunda lógico-gramatical
universalmente distribuida de un modo innato en la mente de cada hombre. Es
dicho supuesto el que obliga, en efecto, a entender a la sintaxis –a las reglas de
trasformación generativa entre aquella supuesta estructura profunda y las secuen-
cias oracionales efectivas de las lenguas naturales, las cuales han de concebirse, por
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 79
oposición correlativa con dicha estructura profunda, como “estructuras superficia-
les”– como poseyendo un radio de acción autónomo o encapsulado precisamente con res-
pecto de toda posible interpretación semántica del significado de las estructuras concebidas
como superficiales. El “radio de acción de la sintaxis” es en efecto entendido, en su
propia formalidad sintáctica transformacional y generativa, como lógicamente
aislado o preservado de toda posible interpretación semántica que pudiera otor-
garse a las secuencias concebidas como superficiales, de modo que dicha interpre-
tación no podrá ser efectuada a la postre sino mediante meras hipótesis ad hoc de
yuxtaposición con respecto a dichas transformaciones sintácticas. Y éste fue el
caso, en efecto, de la teoría semántica que Fodor, Katz y Postal ensayaron en sus
trabajos de 1963 y 196434, de acuerdo con los supuestos originales contenidos en
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Estructuras sintácticas de 1957 de Chomsky, y que fue prácticamente aceptada en


su totalidad por este autor en su Aspectos de la teoría de la sintaxis de 1965. Debien-
do partir, en efecto, de la asunción básica, ya presente en Estructuras sintácticas –y
luego consolidada en Aspectos…– según la cual (i) las transformaciones sintácticas
deben preservar intacto el supuesto significado originariamente contenido en las
estructuras oracionales de “base” o “nucleares” (“profundas”), de modo que (ii)
dichas transformaciones no puedan generar ellas mismas cambio alguno en aquel
supuesto significado originario, estos autores se ven llevados a postular, para llevar
a cabo alguna suerte de interpretación semántica de los significados de las secuen-
cias oracionales “superficiales” de los lenguajes efectivos, la necesidad de un “dic-
cionario”, enteramente hipotético y utópico, que debiera contar con todas las uni-
dades léxicas posibles de cada lengua natural una vez efectuadas ya las transforma-
ciones, y que debiese estar acompañado de unas no menos hipotéticas “reglas de
proyección” que debieran establecer el “puente” entre el significado de dichas uni-
dades léxicas efectivas y el supuesto significado originario del léxico de las oracio-
nes básicas mediante la hipótesis, de nuevo enteramente ad hoc, de que el signifi-
cado de cada constituyente compuesto de la oración se obtiene como una “función
composicional” de los significados de las partes, presuntamente originarias, de
aquel constituyente. De este modo, dicha teoría semántica no puede sino funcio-
nar yuxtapuesta, o “en paralelo” (como ya lo adelantara el propio Chomsky en el
capítulo noveno de su libro inicial, capítulo titulado precisamente Sintaxis y
Semántica), a las transformaciones sintácticas, las cuales siguen gozando, en su for-
malidad sintáctica, de autonomía y/o de anterioridad lógica con respecto a la
semántica. De otro modo: que la semántica (así como, por cierto, también las
reglas morfonológicas de conversión –de los morfemas presuntamente básicos en
secuencias de fonemas efectivos–) tienen un alcance sólo interpretativo yuxtapuesto,
pero no generativo, en el conjunto de la gramática chomskiana, la cual sigue preser-
vando dicha función generativa sólo a las transformaciones sintácticas.
De aquí el interés que sin duda tiene la revisión ulterior de la gramática
chomskiana en la dirección de lo que se ha denominado “semántica generativa”.
Ahora bien, el alcance de dicha “semántica generativa” no debería interpretarse a
su vez de modo que se limitase a reproducir la dualidad circular yuxtapuesta entre
“sintaxis” y semántica” que constituye el marco mismo de fondo del proyecto
chomskiano, sólo que invirtiendo ahora el papel determinante de la semántica frente a la
sintaxis, es decir, como si, en vez de tomar a la sintaxis, en cuanto que lógicamen-
te anterior y aislada de la semántica, como el marco o fundamento de esta últi-
ma, tomásemos ahora a la semántica, en cuanto que previa y aislada de la sinta-
xis, como el marco o fundamento de la sintaxis. Se trata, antes bien, de entender
a las propias transformaciones sintácticas y a su función generativa como mutua-
mente acompasadas con sus funciones semánticas, lo cual creemos que sólo puede
hacerse si regresamos, de nuevo, a la idea de que dichas transformaciones partici-
80 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

pan isomórficamente intercaladas en las trasformaciones mismas socio-culturales


extralingüisticas de su círculo social positivo envolvente. Sólo entonces es cuando puede
quedar enteramente desactivado el supuesto de fondo relativo a unas presuntas
“estructuras básicas” lógico-gramaticales universalmente distribuidas de modo
innato en la mente de todos los hombres, y por ello mismo la correlativa concep-
tuación de las secuencias oracionales efectivas de las lenguas positivas como
“estructuras superficiales”: pues las trasformaciones sintácticas se dan entre dis-
tintas secuencias oracionales todas ellas positivas y efectivas (sin perjuicio de la
mayor o menor “superficialidad” o “profundidad”, siempre co-relativa, de las
mismas en cada caso), de modo que ya no podremos conceptuar a dichas secuen-
cias como “superficiales” desde el momento en que ha quedado desactivado el
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supuesto de las “estructuras profundas” (y ésta era, por lo demás, como se sabrá,
la concepción de las trasformaciones sintácticas que sostuvo desde el principio el
propio maestro de Chomsky, Zellig Harris, frente a su discípulo).
Es, en resolución, el pretendido núcleo de inmanencia formal de la lingüística
generativa, en cuanto que concebido como un sujeto psico-lógico innatamente
dotado de unas presuntas estructuras básicas lógico-gramaticales universalmente
distribuidas en la mente de todos los hombres, el que inexorablemente bloquea
toda comprensión de la función semántica de las lenguas naturales positivas y
efectivas en sus círculos sociales positivos; a la vez que es la recuperación de dicha
función semántica efectiva la que desactiva como puramente intencional, y a la
postre enteramente metafísico, dicho pretendido núcleo de inmanencia.
Se diría, por fin, que Chomsky, seguramente movido por una voluntad ideoló-
gica de “universalismo antropológico”, ha malentendido dicho universalismo al
localizarlo de un modo inespecífico o irrelevante y por ello a la postre ineficaz o
trivial. Pues, a lo sumo, esas condiciones universalmente distribuidas en todos los
hombres que harían a éstos capaces para “el lenguaje” no pueden ser otras que sus
estrictas condiciones disposicionales morfo(neuro)fisiológicas (no ya “mentales”) como grupo
biológico (por ejemplo, como especie biológica); pero dichas condiciones disposi-
cionales, como tales (o sea, en cuanto que estrictamente morfofisiológicas), no
pueden ser entendidas de otro modo más que como capacidad o potencia, sin duda
materialmente necesaria, pero en todo caso por sí misma insuficiente y por ello lógica-
mente inespecífica respecto de la realidad formal del “campo antropológico en acto”.
Es preciso, pues, considerar, “en acto” y “formalmente” a dicha potencia o capacidad;
pero entonces se ha de reconocer que su “puesta en acto”, que es siempre una pues-
ta en acto operatoria y constructiva, queda ya íntegra y formalmente subsumida y constitui-
da en el seno de cada cultura antropológica positiva y de cada lenguaje natural positivo que
sólo puede tener lugar y sentido dentro de su cultura. Sólo de este modo es posible com-
prender que una característica como “el lenguaje”, cuando se lo considera no de
un modo universal-distributivo y por ello meramente potencial (morfofisológico),
sino formalmente y en acto dentro de las culturas antropológicas efectivas, pueda
suponer, en vez de un principio inmediato de vinculación universal (“de la humanidad”),
un principio profundísimo de disociación o desconexión, al menos de entrada, entre los
propios grupos humanos positivos (justamente el principio tan sabiamente recogido
por el mito de la torre de Babel). De aquí, en efecto, la irrelevancia e ineficacia de
una consideración universal-distributiva y meramente potencial del lenguaje
como es la practicada a la postre por Chomsky.
Lo cual no quiere decir, a su vez, y por cierto, que no sea posible ensayar
una cierta idea de “universalidad antropológica”, si bien de un modo cierta-
mente distinto al practicado por la escuela chomskyana –que es precisamen-
te el modo que estamos intentando ejercitar en este trabajo. Se trata en efec-
to de adoptar, al objeto de pensar dicha universalidad, el formato, no de las
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 81
“clases distributivas”, sino de las “clases atributivas”, de modo que sea posi-
ble concebir, dentro de dicha formato atributivo, ciertas características “tras-
cendentales” a su propia constitución35. De este modo, en efecto, el “campo
antropológico” se nos muestra como una “totalidad atributiva” “en curso” (o
haciéndose), esto es, como una totalidad cuyo principio de unidad, lejos de ser
el de la distribución homogénea y acabada de ciertas notas suyas a través de
todos los miembros de la totalidad (como es el caso de las totalidades distri-
butivas), lo hacemos residir en la concatenación en curso, que puede ser armóni-
ca pero también conflictiva, entre sus diversas determinaciones particulares hetero-
géneas: tan diversas y heterogéneas como resultan ser, en efecto, cada una de
las distintas culturas antropológicas positivas (con sus correspondientes len-
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guajes naturales), que se nos muestran sin embargo no por ello definitiva-
mente aisladas, sino, al menos dado ya el proceso histórico, concatenándose
entre sí, y por relaciones que pueden ser tanto armónicas como conflictivas
–formando parte de dichos conflictos la necesidad de traducción mutua
entre las lenguas–. Pues bien, sólo ahora in medias res, esto es, entre medias de
dicho proceso de concatenación –él mismo “histórico”, y por tanto “no acabado”, sino
“haciéndose”–, es como se nos puedan mostrar ciertas características o condiciones
constitutivamente recurrentes, y sólo en este sentido trascendentales , a dicho proceso
(él mismo histórico) de concatenación. Estas, y sólo éstas, serían las características
“universales”, en cuanto que “atributivas-trascendentales” y “en curso”
(“históricas”), reconocibles en el campo antropológico a través de sus deter-
minaciones formales y en acto. Y es desde dicha concepción como estamos
ensayando aquí nuestra idea del “campo antropológico”, y en particular la
idea de la participación isomorfa intercalada a escala gramatical de los len-
guajes positivos en sus culturas positivas como una característica en efecto
trascendental al campo antropológico, o sea, constitutivamente recurrente a
cada una de sus diversas culturas.

2.7. La aporía de la psicolingüistica cognitiva computacional de estirpe chomskyana; de


sus intentos de superación mediante los “modelos de situación” y/o la concepción
“corpórea” del significado, y del conexionismo computacional
Pues bien: me parece que los mencionados límites –semánticos– de la gramá-
tica chomskiana se han de reproducir inevitablemente en el proyecto psico-lin-
güístico que resulta paradigmáticamente de hacer converger aquella concepción
chomskyana de un presunto sujeto psicológico supuestamente dotado de una
“estructuras profundas” lógico-gramaticales universalmente distribuidas de
modo innato en la mente de todos los hombres con la concepción cognitiva com-
putacional que asume la analogía (la “metáfora”) entre la “mente” (en este caso
humana) en cuanto que supuestamente “instalada” en el cerebro y los programas
algorítmicos de hecho instalables en las máquinas computadoras, de modo que
aquellas “estructuras profundas” pueden verse ahora como un reflejo inmediato
de una suerte de supuesto “lenguaje del pensamiento” universal computable que
resultase universalmente responsable, por la vía de su generación transformativa
psicológica –psico-lingüística– de cualesquiera lenguas naturales efectivas (36).
De este modo, en efecto, el mencionado universalismo antropológico chomskia-
no adquiriría, al parecer, un formato y un soporte rigurosamente científicos
–tanto metodológica como temáticamente– bajo la forma de su versión cogniti-
va computacional, o sea, bajo la concepción por un lado abiertamente mentalista
y por otro fisicalista-computacional de aquel presunto “lenguaje del pensamien-
to” universalmente distribuido en la mente humana y psico-lingüisticamente
generador de todas las posibles lenguas naturales.
82 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

Ahora bien, así como, según dijimos, el pretendido núcleo de inmanencia de


la gramática chomskyana –las presuntas estructuras profundas lógico-gramati-
cales innatas– bloqueaba la comprensión de las efectivas funciones semánticas de
las lenguas naturales, cuya recuperación desactivaba como puramente intencio-
nal dicho presunto núcleo de inmanencia, también ahora será preciso señalar que
el principal problema, o la anomalía estructural, con la que indefectiblemente
habrá de encontrarse la concepción cognitivo computacional de dicho “lenguaje
del pensamiento” será la del engranaje del mismo con las efectivas lenguas natu-
rales, y, más en particular con el aprendizaje y uso efectivos de dichas lenguas.
A este respecto, es preciso advertir que la concepción cognitiva computacio-
nal, ya en general –es decir, comenzando por incluir también a la conducta zoo-
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lógica–, se ve obligada a adoptar lo que entiendo que es preciso considerar como


una pseudoconcepción del aprendizaje, en cuanto que hace depender éste de lo
que asimismo hemos de estimar como una pseudoconcepción de la memoria, o
sea, de una suerte de hipotética memoria algorítmico-maquinal o computacional
de cuya programación previa dependiera el proceso mismo del aprendizaje:
como si las posibles variaciones conductuales dadas en función de las posibles
variaciones ambientales de un organismo viviente debiesen venir, ellas mismas,
algorítmico-maquinalmente pre-programadas (computadas), como sin duda ha
de ser el caso de las variaciones de los movimientos de un cuerpo mecánico aco-
plado a una máquina computacional respecto de las variaciones de un ambiente
geográfico que ha debido ser (como vimos en el epígrafe 1.6. de este trabajo) fisi-
calistamente factorizado para poder ser algorítmico-maquinalmente programa-
do o computado –mediante extrapolaciones estadísticas. Pero es justamente
dicho presunto “aprendizaje”, dependiente de dicha no menos presunta “memo-
ria” computacional, los que un organismo viviente efectivo tiene ya, como decía-
mos, sorteados de antemano, en la medida en que su efectiva conducta aprendi-
ble, y la memoria con dicha conducta acompasada, tienen lugar formalmente no
en un medio geográfico fisicalista, sino en un medio fenoménico de co-presen-
cias a distancia. La efectiva conducta aprendible, y su memoria acompasada,
dependen sin duda de condiciones disposicionales morfo(neuro)fisiológicas, pero
no de unas condiciones que pudiéramos (analógicamente) entender como sus-
ceptibles de estar innatamente dotadas de una preprogramación memorística
computacional, puesto que la organización funcional misma (neurofisiológica)
de dichas condiciones se desarrolla o varía en función de las propias variaciones
conductuales efectivas en cuanto que éstas a su vez no dependen de ninguna clase
de preprogramación memorística computacional.
En el caso de las lenguas naturales humanas efectivas, la anomalía estructural
de la que no podrá librarse la hipótesis de un “lenguaje del pensamiento” (analó-
gicamente) algorítimico-maquinal o computacional será, como decíamos, el del
engranaje de dicho presunto “lenguaje” con el aprendizaje y uso efectivo (socio-
culturales y específicamente antropológicos) de cada lengua natural positiva. Una
“anomalía” ésta que obligará indefectible y característicamente a adoptar diversas
hipótesis todas ellas ad hoc y de yuxtaposición, como son efectivamente las relati-
vas a los “puentes” o “interfaces” entre la presunta estructura lógica de aquel len-
guaje del pensamiento universal y las gramáticas de las lenguas efectivas, unos
“puentes” éstos, que, en efecto, en su misma estructura indefectiblemente repro-
ducirán la yuxtaposición misma que sin embargo pretenden suturar –como ocu-
rre precisa y paradigmáticamente con la semántica fodoriana yuxtapuesta a la sin-
taxis chomskyana–. En este sentido, me parece que el trabajo de J. E. García
Albea y J. M. Igoa presente en este monográfico (García-Albea e Igoa, 2002) no
puede dejar de reproducir el regreso al infinito que, bien por el costado del “len-
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 83
guaje del pensamiento” o bien por el costado de las lenguas naturales, se abre ine-
xorablemente al intentar establecer alguna clase de correspondencia entre ambos
planos, como parece inevitable cuando se parte del modelo psicolingüístico com-
putacional y “simbólico-representacional” del que estos autores en efecto parten.
Y algo semejante asimismo ocurrirá cuando sean las lenguas naturales mismas
aquellas cuya correspondencia o “toma de tierra” quiera asegurarse con los denomi-
nados “modelos de situación” de tipo “sensorio-motor”, siempre que dicha corres-
pondencia siga siendo entendida desde el marco del dualismo representacional y
del realismo positivista acrítico (fisicalista) asociado a dicho dualismo: también
ahora los diversos “puentes” o “interfaces” conjeturados reproducirán siempre en su
estructura misma la yuxtaposición que pretender suturar. Los (diversos) “modelos
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de situación”, en efecto, a veces asociados a la idea de “corporeidad del significado”,


pretenden ciertamente en principio remontar la fisura entre la concepción “simbó-
lico-representacional” y computacional del significado por un lado y las efectivas
lenguas naturales junto con las experiencias extralingüísticas que se supone que
serían las referencias de dichos lenguajes por otro. Ahora bien, me parece que
dichos modelos acaban asimismo por reproducir el mismo tipo de fisura, si bien
ahora entre el lenguaje y la experiencia extralingüística, y ello tanto cuando se
entiende que el significado de las “representaciones proposicionales” sería activado
de “arriba-abajo” por el lector sobre la base de su conocimiento del mundo, como
cuando se entiende que dichas representaciones estarían más próximas a la expe-
riencia situacional sensorio-motora y por ello menos dependientes de la estructura
gramatical del texto, pues en ambos casos se reproduce en efecto, bien sea en la
dirección de “arriba-abajo” o bien en la “abajo-arriba”, la yuxtaposición incomuni-
cable o la fisura entre la estructura gramatical del texto y la estructura de la expe-
riencia extralingüística que creo que sólo es posible suturar mediante la idea aquí
propuesta de la participación isomorfa intercalada a escala gramatical entre ambos
tipos de estructuras. En este sentido, me parece que el trabajo de M. de Vega pre-
sente en este monográfico (de Vega, 2002), en la medida en que adopta la perspec-
tiva de los modelos de situación asociados a la idea de “corporeidad del significado”
no logra salvar, sino que reproduce, la fisura insalvable entre dicho supuesto signi-
ficado corpóreo y situacional, en cuanto que entendido de un modo positivista fisi-
calista, y la estructura gramatical de los textos, en cuanto que entendida como
yuxtapuesta a aquel supuesto significado.
El único modo, entonces, de sortear el regreso al infinito que por un costado u
otro siempre acarrea el intento de establecer correspondencias, bien entre los
modelos de situación y las lenguas naturales, o bien entre éstas y el presunto len-
guaje del pensamiento, es adoptar la idea aquí propuesta de una participación
isomorfa intercalada de la estructura de cada lenguaje natural en la estructura
socio-cultual extralingüística envolvente a escala gramatical. Naturalmente,
dicha idea, por su estructura, hace innecesarios todos los hipotéticos “puentes”
entre cada lengua y cada “situación”, y a vez desactiva como enteramente irreal
toda hipótesis relativa al lenguaje del pensamiento.
De aquí que el supuesto mismo del carácter “simbólico” y “representacional”
(o “intencional”) de los (supuestos) “símbolos” de dicho lenguaje del pensamien-
to resulte ser una mera petición de principio, o un mero añadido conceptual-
mente inerte, que pretende otorgar carácter o función simbólico-representacio-
nal a un supuesto “lenguaje mental” que, en cuanto que modelizado sobre su
modelo computacional (algorítmico-maquinal), y precisamente abstracción
hecha de sus prestaciones prácticas, carece completamente de todo carácter sim-
bólico y de todo carácter intencional o representacional. Las únicas funciones
simbólico-representacionales efectivas, es decir, efectiva y específicamente
84 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

semánticas, serán las desempeñadas por las lenguas naturales en virtud de su par-
ticipación isomorfa intercalada a escala gramatical con sus situaciones socio-cul-
turales extralingúisticas envolventes.
Pues bien: en el contexto de la crítica al cognitivismo computacional es preci-
so también hacer ciertas observaciones críticas sobre el trabajo inscrito en la órbi-
ta del denominado “conexionismo”. En principio, la tarea de elaborar y simular
modelos de hipotéticas redes y circuitos neurales puede ir desde luego ligada a la
efectiva investigación neurofisiológica relativa a las formas de organización fun-
cional de los correlatos neurofisiológicos de la actividad conductual y cognosciti-
va (y también lingüística), como una importante tarea auxiliar cuyas hipótesis en
todo caso no podrán dejar de ser contrastadas por los conocimientos experimen-
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tales relativos al efectivo funcionamiento neural. Ahora bien, ya dentro de dicho


sector –neurológico– del campo de la investigación bio(psico)lógica, es preciso
advertir y criticar la presencia (muy característica) de ciertas concepciones de
fondo adscritas al dualismo representacional y al realismo fisicalista ingenuo a
éste asociado. Así ocurre, en efecto, cuando la actividad neural es conceptuada,
con una intención reduccionista, como si fuese la “base” de la conducta o del
conocimiento, es decir, como si dicha “base” permitiese una explicación por fac-
torización reductiva fisicalista de la conducta o del conocimiento, cuando es el
caso, antes bien, que dicha “base” neural resulta ser funcionalmente posterior, y
por ello funcionalmente dependiente, de la propia conducta y/o el conocimiento
(de su propio “uso” conductual), al menos tanto como dicha conducta depende
de dicha base, pero no ya precisamente en cuanto que presunta factorización
reductiva fisicalista suya, sino sólo en cuanto que condiciones suyas disposiciona-
les morfoneurológicas cuyo funcionamiento es, como digo, funcionalmente
dependiente y posterior de dicha actividad conductual. De este modo, la expre-
sión misma “bases neurológicas” de la conducta y/o del conocimiento –y no diga-
mos la expresión “bases biológicas”, como si la conducta o conocimiento (zoológi-
cos) no fuesen ellos mismos tan “biológicos” como sus propias “bases”–, resulta
ser mucho más acrítica y equívoca de lo que acaso pudiera de entrada parecer,
precisamente en la medida en que lo que suele estar en el trasfondo de dichas
expresiones es una pretensión reduccionista fisicalista que no se acompasa de
ningún modo con lo que nos es dado de hecho empíricamente conocer. De
hecho, en efecto, la imagen que la efectiva investigación neurofisiológica no ha
dejado nunca de ofrecernos sobre las formas de organización funcional de la acti-
vidad neurológica involucrada en la conducta –ya desde los “patrones de estereo-
tipo dinámico” pavlovianos hasta las investigaciones más recientes, como pue-
den ser por ejemplo las de Ebbeson, Calvin o Edelman– es cada vez más una
imagen característicamente plástico-zonal y dinámica, y en este sentido entera-
mente acorde con la “vieja” hipótesis del gestaltismo clásico relativa a un
isomorfismo (topológico) entre la actividad conductual y el funcionamiento neu-
ral (central), una hipótesis ésta en la que, como dijimos, lo decisivo era que preci-
samente invertía las relaciones de modelización entre la conducta y la actividad
neurológica asumidas por el “sentido común” dualista representacional en el
sentido de que percibía a la actividad conductual como “modelando” la propia
forma de organización funcional de la actividad neurológica en dicha actividad
conductual involucrada. De lo que se trata, me permitiría decir, es de sustituir
todos los “viejos” conductismos, siempre orientados a legitimar el presunto
campo propio de la psicología en cuanto que desprendida de la biología, y por
eso mismo siempre más o menos metodológicos en cuanto que adscritos al pre-
juicio fisicalista, por un genuino “conductismo biológico” (y por tanto ontológico regio-
nal), que resultaría estar, acaso sorprendentemente para algunos, muy próximo a
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 85
la clásica concepción –bio(psico)lógica– aristotélica del “alma”, es decir, expresa-
do en nuestros términos actuales, a una concepción de la conducta, en cuanto
que fenoménica y operatoria, como la “punta de lanza”, y en este sentido de
algún modo como la “esencia” o “forma” misma, del funcionamiento de todo el
cuerpo.
Pues bien: lo que el conexionismo paradigmático hace es ofrecer una concep-
ción específicamente computacional o algorítmico-maquinal del (presunto) fun-
cionamiento neural –si es que, en efecto, dicha concepción paradigmática asume
(para decirlo en los términos de uno de sus representantes más característicos)
que “los modelos conexionistas son redes grandes de elementos simples que
computan en paralelo, cada uno de los cuales proporciona un valor de activación
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que se computa a partir de los elementos colindantes en la red por medio de


alguna fórmula numérica simple” (Smolensky, 1989). De este modo, el conexio-
nismo paradigmático viene a reproducir, a la vez que a ofrecer una clave o cifra espe-
cíficamente computacional al supuesto reduccionista mismo ya presente como decía-
mos muchas veces en la efectiva investigación neurofisiológica (sea ésta “cone-
xionista” o no). Mas por ello mismo la investigación conexionista paradigmática
quedará sumida, me parece, en la siguiente paradoja, a saber: que en la medida
misma en que sus construcciones sean efectivamente acordes con sus supuestos
computacionales, esto es, sean efectivas construcciones algorítmico-estadísticas
maquinales, éstas resultarán ser crecientemente irrelevantes o artificiales con res-
pecto al efectivo conocimiento del funcionamiento neurológico real involucrado
en la actividad conductual, artificiosidad ésta que sólo desaparecerá en la medida
en que las hipótesis conexionistas se desprendan precisamente de su factura efec-
tivamente computacional.
Con todo, es muy posible que una fuente real de alimentación de la efectiva
investigación conexionista paradigmática resida en el desarrollo de ciertas tecno-
logías, como es el caso por ejemplo de la traducción automática (algorítmico-
maquinal) entre lenguas naturales. Ahora bien, si es posible, hasta cierto punto,
una traducción automática de este tipo entre lenguas naturales, ello deberá ser
así sin duda en la medida en que las gramáticas de estas lenguas sean hasta cierto
punto, o en cierto estrato suyo, susceptibles de ser computadas en términos de
los algoritmos estadísticos maquinales que hacen posible la traducción. No obs-
tante, la cuestión es que si estas traducciones nos son “útiles”, como “prestacio-
nes”, ello es así en la medida en que dichas traducciones deben seguir siendo “leí-
das” por individuos operatorios reales y desde las lenguas naturales efectivas, sin
los cuales individuos y lenguas carecería de sentido la prestación desempeñada
por la “traducción”. De este modo, no parece que, abstracción hecha de semejan-
te prestación, el estrato en el que las gramáticas naturales sea susceptible de ser
computado pueda ser tomado como modelo conceptual del funcionamiento
cerebral real involucrado en la integridad de la actividad lingüística natural.
Y éste sería precisamente el caso, según creo, del modelo neuronal de procesa-
miento (automático) del lenguaje denominado ANNLP, propuesto por J. M.
Sopena et al. en su trabajo presente en este monográfico (Sopena, Ramos, López-
Moliner y Gilboy, 2002). Según estos autores, este modelo habría logrado una
materialización tecnológica (“ingenieril”) informática computacionalmente muy
eficaz en el procesamiento de textos reales, incluso mejor que cualquier otro pro-
grama conocido. Con todo, y sin perjuicio de ello, me parece que dicho modelo,
en cuanto que modelo conexionista, seguiría sin ser “psicológicamente plausible”,
como pretende, debido a los supuestos del dualismo representacional, del realis-
mo fisicalista ingenuo y del reduccionismo ficalista en los que queda inevitable-
mente preso. El modelo asume sin duda el dualismo representacional en cuanto
86 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

que entiende que cada significado o clase semántica se codifica y almacena, es


decir, se “representa”, en una neurona (o grupo de neuronas), a la vez que asume
un realismo fisicalista ingenuo desde el momento en que concibe los (supuestos)
significados representados neuronalmente como unidades de significado elemen-
tales o con sentido propio en sí mismas, que a su vez se corresponderían con
supuestas realidades externas igualmente elementales. Semejante modo dualista
representacional y atomista de entender el conocimiento evacua del mismo desde
luego su inexorable carácter fenoménico-operatorio y construido, y si a pesar de
ello dicho modelo es todavía capaz de arrojar alguna luz sobre los hallazgos empí-
ricos contradictorios del efecto de priming, ello es así en la medida en que todavía
retiene un enfoque semántico del lenguaje, sin el cual el priming no podría enten-
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derse en cuanto que fenómeno efectivamente lingüístico. Y el modelo asume asi-


mismo ciertamente el reduccionismo fisicalista que supone que las “cogniciones”,
tal y como han sido entendidas, serían (reductivamente) explicables en los térmi-
nos neurofisiológicos fisicalistas que el propio modelo contempla.

2.8. Una nota final sobre la condición problemática del proyecto de una Psicología
humana: carácter equívoco de la institución (disciplinar) psicológica
Por último, no debo terminar el presente ensayo dejando de apuntar siquiera
a una cuestión por lo demás sumamente compleja y delicada –que tiene que ver
con el corazón mismo de lo que ha sido caracterizado como el “problema del psi-
cologismo”–, pero cuya consideración, siquiera mínima, viene en todo caso exi-
gida por las coordenadas que aquí han sido ensayadas37.
La cuestión es que si, como hemos visto, la propia formalidad individual opera-
toria de los individuos antropológicos viene siempre refundida a una escala
supraindividual en cuanto que gramatical (lingüística y extralingüística) en el sen-
tido aquí apuntado, entonces deja de presentársenos como algo obvio, sino que más
bien se nos torna problemático, la viabilidad misma de una “Psicología” humana, es
decir, del campo de un saber que a la vez que fuera “humano” por su contenido temático
debiera a su vez mantener el punto de vista formalmente psicológico en cuanto que punto
de vista de algún modo siquiera análogo al fraguado en el contexto biopsicológico
en torno a la individualidad formal somático-operatoria de los organismos bio-eco-
lógicos. Pues los individuos operatorios antropológicos podrán figurar como el
momento o el componente sin duda pragmático, pero de unos campos cognoscitivos ya for-
malmente supraindividuales (en cuanto que gramaticales o “semiológicos”), o sea, de
unos saberes “culturales” o “sociológicos”, pero no ya psicológicos, a la manera
como, por ejemplo, es el “habla” misma de una “lengua” la que figurará como el
momento pragmático del código de dicha lengua. Y ésta es la razón por lo que
resulta, como decimos, precisamente problemática la capacidad de las categorías
psicológicas, en cuanto hemos de suponerlas necesariamente fraguadas o talladas
en el contexto biopsicológico, para aprehender los momentos pragmáticos mismos
de dichos campos supraindividuales gramaticales o semiológicos.
Pues bien: la idea que a este respecto sugiero es que el campo de la “psicología
humana” no se organiza en torno a ninguna clase de subjetividad operatoria cuya
individualidad formal fuese análoga a la individualidad formal somático-opera-
toria tallada en el campo biopsicológico, sino que se organiza, como el resto de
los campos de los saberes sociales o culturales antropológicos (de las llamadas
ciencias “sociales” o “humanas”) en torno a configuraciones socio-culturales “objetivas”
o “supraindividuales” (en cuanto que gramaticales o semiológicas) –que sin duda
incluyen sus componentes pragmáticos–, si bien en torno a unas muy determinadas
configuraciones de este tipo a su vez históricamente determinadas. Unas configuracio-
nes éstas, en efecto, cuya clave más significativa me parece que podemos encon-
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 87
trarla en la “dinámica estructural” contemplada por la “metapsicología” freudiana, si
bien reconstruida o reinterpretada dicha dinámica de modo que podamos enten-
derla como sociohistóricamente generada, y no generada de un modo endógenamen-
te psicológico como ocurre en la mencionada metapsicología.
En la metapsicología freudiana, en efecto, es el “conflicto” originario, en últi-
mo término constitutivo e irresoluble, entre el deseo de raíz somática y las posi-
bles configuraciones socio-culturales de sus objetos, es decir, la “represión”, el
que genera una dinámica estructural (una “topografía” y una “dinámica”, dota-
das de una determinada “economía”, según Freud) de “satisfacciones” sólo mera-
mente “sustitutivas” a la vez que mutuamente “alternativas” que viene a consti-
tuir el desarrollo de la biografía psico-social misma de cada individuo. Así pues,
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dicha dinámica estructural está organizada en torno a un “mecanismo funcional”


“recurrente”, a saber, un “mecanismo de defensa” (preventivo, evitativo) que evita recu-
rrentemente enfrentarse a, y resolver, el supuesto conflicto originario (la represión) mediante
la canalización de dicho conflicto bajo la forma de satisfacciones sólo sustitutivas y mutua-
mente alternativas del mismo –en cuyo desarrollo consiste la biografía (psico-
social) del individuo.
Pues bien, me parece que la idea freudiana de un “mecanismo de defensa
recurrente” no es en todo caso gratuita, cosa ésta que precisamente comienza
a hacérsenos positivamente más manifiesta cuando entendemos a dicho
“mecanismo”, en vez de cómo psicoendógenamente generado a partir de un
supuesto conflicto primordial constitutivo e irresoluble entre el deseo de
raíz somática y cualesquiera formas socioculturales de organización de sus
objetos, como funcionando entre medias de un tipo de conflictos socio-histórica-
mente generados, en cuanto que conflictos entre las normas o proyectos de acción de
cada sociedad ya constituida, y en particular dado ya el carácter histórico y polí-
tico de dichas sociedades. Se trata, pues, de conflictos sociales “dialógicos”,
entre los fines y los planes de cada grupo en cuanto que estos planes incluyen
o afectan (conflictivam ente) a los fines de otros grupos, y que hemos de
suponer siempre dotados de un carácter “moral” dado el carácter ya directa o
indirectamente político de sus contenidos. Pues bien, son estos conflictos inter-
normativos dialógicos los que, en el contexto histórico del desarrollo de las
civilizaciones y de sus enfrentamientos mutuos, y en relación a un aspecto de
las relaciones sociales entre los sectores sociopolíticamente dominantes de
las civilizaciones que se encuentran en un momento histórico de pugna vic-
toriosa frente a otras civilizacion es, vendrían precisamente a adoptar una
dinámica estructural que podemos ciertamente reconocer como isomorfa a la
dinámica estructural contemplada por la metapsicología freudiana –aun
cuando enteramente cambiadas ahora, como vemos, los contenidos y las
fuentes generadoras del conflicto–, a saber: la dinámica de una “sustitución
indefinidamente diferida de los conflictos sociales internormativos de partida por
cuasi-resoluciones” de dichos conflictos, unas “cuasi-resoluciones” éstas (“sus-
titutivas” y “mutuamente alternativas”) que en efecto van adoptando histó-
rico-socialmen te la configuración de una creciente “prolifer ación arbórea” de
“diversas alternativas mutuas” de proyectos de acción entre las cuales pueden ir circu-
lando ahora los individuos, de modo que es esta misma diversidad inter-individual
de posible s trayect orias de acción, y sin perjuicio del carácter enteramente
supraindividual (gramatical) de cada una de estas trayectorias, en torno a la
que viene a fraguar la perspectiva o categoría de la (denominada) “psicología” en
cuanto que precisa mente humana. De hecho, suponemos que las (diversas)
“intervenciones” de esta disciplina vienen a intercalarse entre medias de dicha
red proliferativa de trayectorias de acción (“sustitutivas” y “alternativas”) ya
88 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90

históricamente dándose, cumpliendo la función (social específica) de reprodu-


cir ampliadamente su propio crecimiento proliferativo.
Así pues, y en resolución: si, por un lado, hemos puesto en cuestión la posibi-
lidad de un saber psicológico dotado de un campo propio en cuanto que des-
prendido del campo biológico, dado precisamente el imprescindible lugar críti-
co del momento (y del saber) psicológico en el contexto del campo
bio(psico)lógico, y, por otro lado, hemos “localizado” el campo de intervención
de la (denominada) psicología en el contexto humano en aquella proliferación de
rutas de acción sustitutivas y alternativas sociohistóricamente generadas, podre-
mos entonces comenzar a comprender que la necesidad de ofrecer una imagen de la
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“disciplina psicológica” como un saber con un campo “propio y unificado” (precisa-


mente: propio en cuanto que unificado) es más bien una necesidad ideológica, básica-
mente generada a partir del campo de las intervenciones “psicológicas” huma-
nas, ideología ésta destinada a legitimar aquello que sin embargo debe encubrir o defor-
mar, a saber, el carácter, no ya unívoco, pero ni siquiera análogo, sino más bien
“equívoco”, de su campo de intervención con respecto a la perspectiva genuina-
mente psicológica fraguada en todo caso en el seno del campo biológico en cuan-
to que campo indisociablemente bio-psico-lógico.

Notas
1
La idea general de ciencia de la que parto en principio es la elaborada por la “teoría del cierre categorial” de Gustavo Bueno. A
este respecto puede consultarse en: G. Bueno, 1992 y 1995. Por lo demás, el análisis concreto que aquí voy a desarrollar del
campo bio(psico)lógico ya no tiene por qué coincidir con las concepciones de Bueno al respecto.
2
Una análisis más elaborado del lugar y del funcionamiento de los aparatos en las construcciones de las ciencias estrictas (fisicalis-
tas) puede encontrarse en: J. B. Fuentes, 2001 (b).
3
Puede consultarse, en efecto, a este respecto, por ejemplo en: R. Turró, 1917.
4
Una muy significativa discusión, que puede considerarse ya clásica, del nivel adecuado de análisis de la conducta en términos de
“relaciones a distancia” entre los “focos distales” entre los cuales tiene lugar el “logro conductual”, fue la desarrollada por E.
Brunswik en diversos lugares de su obra –por ejemplo, en Brunswik, 1934 y 1938, y en Tolman y Brunswik, 1935–, y muy
especialmente en su trabajo más maduro de 1952 El marco conceptual de la psicología. A su vez, una discusión crítica de la preten-
sión de este autor por ajustar su caracterización “distal” de los logros conductuales dentro del marco del positivismo (o del con-
ductismo) metodológico fisicalista puede encontrarse en la “Introducción” con la que presenté mi traducción y edición crítica en
español del mencionado trabajo de Brunswik de 1952 (ver en: J. B. Fuentes, 1989).
5
Por ejemplo, en: Merleau-Ponty, 1945.
6
Ver a este respecto en: J. B. Fuentes, 2001(b).
7
En este sentido, si bien podemos reconocer, como decíamos, que Merleau-Ponty, y otros autores en su estela –como por ejemplo
Gurwitsch (Gurwitsch, 1957) –, detectaron críticamente con acierto el denominado por ellos “prejuicio del mundo”, también
hemos de advertir que en este tipo de autores actúa, dada su concepción todavía “puramente fenomenológica” (a la postre, su meta-
física fenomenologista), un “pre-juicio relativo al prejuicio del mundo”, dado que el hecho de que el mundo físico objetivo no deba
ser en efecto pre-supuesto no quiere decir que no pueda ser efectivamente construido del modo como hemos indicado aquí.
8
Mediante la expresión “escuela clásica de la Gestalt” nos referimos, en principio tomadas global o indistintamente, a las aportacio-
nes de Wertheimer, Köhler y Koffka, y muy especialmente mientras estos tres autores permanecieron trabajando juntos en Berlín.
9
Ya Angell, en efecto, en su trabajo de 1906 en cierto modo fundacional del movimiento funcionalista –como se sabe, su
lectura presidencial en la A.P.A. del mismo año–, al caracterizar la primera de las tres notas que según él definirían a la
perspectiva “funcionalista” frente a la “estructuralista” (tal y como ésta había sido a su vez previamente formulada por Tit-
chener en 1898 en respuesta al trabajo previo de Dewey de 1896), es decir, al destacar la necesidad de entender a la
conciencia más bien como una actividad o como un proceso en vez de como un estado o un contenido, dibuja lo que pode-
mos considerar como el núcleo de la idea de “funcionamiento vicario” al señalar que así como una misma función fisioló-
gica puede ser desempeñada por diferentes estructuras, de un modo semejante una misma función psíquica puede ser ejer-
cida por “ideas” que sin embargo difieren en su “contenido” (como se sabe, los otros dos aspectos que según Angell carac-
terizarían a la perspectiva funcionalista frente a la estructuralista serían la concepción de la utilidad adaptativa de la
conciencia y la consideración precisamente conjunta, psicofisiológica, de la conciencia con la fisiología dentro de la unidad
biológica adaptativa). A su vez, muchos de los primeros teóricos del conductismo clásico, como Weiss (1925), Hunter
(1932), Holt (1915) Hobhouse (1926) o Meyer (1921), todos ellos notablemente influidos por la perspectiva funcionalis-
ta, destacaron asimismo de diversos modos la idea de “funcionamiento vicario” como una característica esencial de la con-
ducta, siendo el propio Hunter (1932) quien formulara la expresión misma de “funcionamiento vicario”. Una discusión
histórica y conceptual de esta aportación de la tradición funcionalista y del primer conductismo puede encontrarse en
Brunswik, 1952.
10
Se ha de precisar que el plano en el que en efecto conceptualmente convergen la idea funcionalista de “funcionamiento vicario” y
la idea gestaltista del carácter intersustituible de los ingredientes materiales respecto de las partes y relaciones formales de una
Gestalt es el plano conductual, o sea, el que Brunswik caracterizara como plano de la “macromediación vicaria” frente al plano
fisiológico de la “micromediación vicaria”, en donde también puede tener lugar una equifuncionalidad de acciones fisiológicas
diversas respecto de un mismo logro funcional, si bien no dada ya dicha equifuncionalidad a una escala cognoscitiva o conduc-
tual. Al respecto, ver en: Brunswik, 1952.
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 89
11
A este respecto es, por ejemplo, muy significativa la clásica distinción establecida por Koffka entre el “ambiente geográfico” y el
“ambiente conductual” –en Koffka (1935).
12
Ver, por ejemplo, a este respecto su trabajo clásico de 1936 Principles of Topological Psychology.
13
El concepto de “acomodación selectiva”, o de “variación selectiva de la respuesta al estímulo”, está ya formulado en el trabajo
anteriormente mencionado de Angell de 1906 al caracterizar la utilidad adaptativa de la conciencia, y forma parte desde luego
esencialmente de toda la tradición funcionalista.
14
Ver en: J. Dewey, 1896. A este respecto, una análisis del significado y alcance de la caracterización de la conducta realizada por
Dewey en el mencionado trabajo puede encontrarse en: J. B. Fuentes y E. Quiroga, 2001.
15
Ver en: W. James, 1890. Un análisis del significado y alcance de la caracterización de la “corriente de conciencia” de James puede
encontrarse en: E. Quiroga, 1996.
16
Ver, de nuevo, en: W. James, 1890.
17
F. Brentano, 1874.
18
Ver, de nuevo, en: W. James, 1890.
19
Una reformulación de las relaciones entre los condicionamientos respondiente y operante en el sentido de ver al primero como un
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efecto funcional del segundo puede encontarse en: J. B. Fuentes y E. Quiroga, 2001.
20
Seguramente el análisis más elaborado y detallado de la hipótesis gestaltista del isomorfismo –inicialmente propuesta, como se
sabe, por Wertheimer y asumida ulteriormente por Koffka y Köhler– es el que realizara Köhler en su trabajo clásico de 1920 Die
physischen Gestalten in Ruhe und im Statiönarem Zustand: eine naturphilosophische Untersuchung. Una revisión compendiada de esta
cuestión puede encontrarse, entre otros textos de la escuela, por ejemplo, en Koffka, 1935.
21
Una crítica más detenida de la viabilidad científica de la biología, en cuanto que incluye a la conducta, puede encontrarse en: J.
B. Fuentes, 2001 (b).
22
Análisis mucho más detenidos sobre las diferencias y relaciones entre las diversas escuelas conductistas en su relación con el esta-
tuto disciplinar de la psicología pueden encontrarse en: J. B. Fuentes, 1992 y 2001 (a).
23
N. Wiener, 1948.
24
Como ya advirtiera, por ejemplo, Brunswik en su trabajo ya mencionado de 1952.
25
Una construcción más elaborada de la idea de “campo antropológico” y de las características suyas que en los epígrafes siguientes
(2.1, 2.2 y 2.3) aquí voy a esbozar, y sobre todo de las diversas modulaciones o fases de su desarrollo histórico, puede encontrarse
en: J. B. Fuentes, 2001 (b).
26
La idea (ontológica y gnoseológica) de “anamórfosis” ha sido formulada y usada en los más diversos lugares de su obra filosófica
por G. Bueno. Una definición general de dicha idea puede encontrarse por ejemplo en el Glosario de Términos de Bueno, Hidal-
go e Iglesias, 1989.
27
Una exposición canónica de la doble articulación lingüística puede encontrarse en: A, Martinet, 1957.
28
L. Wittgenstein, 1922. En todo caso, Wittgenstein entiende el isomorfismo estructural entre el lenguaje y los hechos reducido
al plano de los “enunciados atómicos” y de los “hechos atómicos” (de la lógica de Russell), mientras que aquí estoy proponiendo
entender dicho isomorfismo con carácter general para cada lenguaje con respecto a su círculo socio-cultural envolvente. Por lo
demás, mientras que para Wittgenstein el supuesto del “isomorfismo” es algo inefable –en cuanto que ni es un hecho (atómico)
ni puede por tanto ser lingüísticamente representado (por ningún enunciado atómico)–, por mi parte aquí intento dar razón
(constructivo-operatoria) de la clave de dicho isomorfismo.
29
Un análisis más detenido de cómo la producción, y las formas del desarrollo de las fuerzas productivas, desbordan la categoría
biológica evolucionista de la “selección natural” –también cuando ésta es entendida desde la idea de “selección orgánica”–, puede
encontrarse en: J. B. Fuentes, 2001(b).
30
Los conceptos de “fines”, planes” y “programas”, tal y como en principio aquí los recojo, fueron propuestos por G. Bueno en su
trabajo de 1982 Psicoanalistas y epicúreos. Ensayo de introducción del concepto antropológico de “heterías soteriológicas”. Por lo demás, cabe
hacer notar la significativa correspondencia entre dichos conceptos y las funciones “expresiva”, “apelativa” y “representativa” del
lenguaje de Bühler respectivamente –al respecto ver en: K. Bühler, 1934.
31
En relación con la distinción entre “forma” y “sustancia” de la “expresión”, y “forma” y “sustancia” del “contenido”, puede verse
en: Hjelmslev, 1959 y 1973.
32
Ver, en efecto, en: Saussure, 1916.
33
Ver, de nuevo, en: Saussure, 1916.
34
Ver en: J. J. Katz y J. J. Fodor, 1963, y J. J. Katz y P. M. Postal, 1964.
35
La distinción entre “totalidades distributivas” y “totalidades atributivas” ha sido usada por G. Bueno sistemáticamente a lo largo
de todo su trabajo filosófico. Una definición general de ambos tipos de totalidades puede encontrarse por ejemplo en el Glosario
de Términos de Bueno et. al., 1989.
36
J. A. Fodor, 1975.
37
Un estudio más elaborado de la cuestión que en este último epígrafe me limito meramente a apuntar de un modo muy esquemá-
tico puede encontrarse en: J. F. Fuentes, 2002.

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