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Intencionalidad, Significado y Representación en La Encrucijada de Las Ciencias Del Conocimiento Fuentes
Intencionalidad, Significado y Representación en La Encrucijada de Las Ciencias Del Conocimiento Fuentes
Sciences]
On: 19 April 2015, At: 23:55
Publisher: Routledge
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Estudios de Psicología:
Studies in Psychology
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Intencionalidad, significado
y representación en
la encrucijada de las
“ciencias” del conocimiento
a
Juan Bautista Fuentes
a
Universidad Complutense de Madrid
Published online: 23 Jan 2014.
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Intencionalidad, significado y
representación en la encrucijada de las
“ciencias” del conocimiento
JUAN BAUTISTA FUENTES
Universidad Complutense de Madrid
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Resumen
Este trabajo pretende llevar a cabo una discusión crítica de los conceptos de “intencionalidad”, “significado”
y “representación” a través de la consideración del conjunto polémico formado por las principales alternativas
que en la actualidad están en juego sobre estos tópicos, y por tanto procurando hacerse cargo de la unidad polé-
mica de sentido del debate actual sobre dichas cuestiones. Para ello, se propone una caracterización fenoménico-
operatoria y constructivista de aquellos tres conceptos en los ámbitos zoológico y antropológico que pueda servir
como crítica de las siguientes alternativas: (a) la concepción dualista-representacionaldel conocimiento, (b) el
fisicalismo positivista, (c) el relativismo sociologista de corte pragmatista y (d) el proyecto de naturalización de
la epistemología en clave evolucionista.
Palabras clave: Intencionalidad, significado, representación, fenoménico, operaciones, constructi-
vismo, dualismo representacional, fisicalismo, relativismo sociologista, pragmatismo, epistemolo-
gía naturalizada, zoológico, antropológico.
Correspondencia con el autor: Sec. Dptal. de Psicología Básica-II (Procesos Cognitivos). Facultad de Filosofía (Edif.
B). Universidad Complutense. Ciudad Universitaria s/n. 28040 Madrid. Tf. y Fax: 91-394.60.18.Correo elec-
trónico: jbfuent@filos.ucm.es
Original recibido: Noviembre, 2002. Aceptado: Diciembre, 2002.
© 2003 by Fundación Infancia y Aprendizaje, ISSN: 0210-9395 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), 33-90
34 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90
0. Presentación
La revista Estudios de Psicología ha tenido a bien hacerme, a través de su direc-
tor, una amable invitación para que lleve a cabo una discusión crítica de los con-
ceptos de “significado” y “representación” con la vista puesta especialmente en el
conjunto polémico formado por las principales alternativas que en la actualidad
están en juego sobre estos tópicos, esto es, procurando recoger y hacerme cargo,
en lo posible, de la unidad polémica de sentido del debate actual sobre dichas cues-
tiones, y de hacerlo así en el contexto de los números monográficos que esta
Revista ha dedicado al debate sobre las mismas.
Por mi parte, en efecto, supongo que criticar es esencialmente discernir, y que
discernir implica ante todo clasificar y comparar puntos de vista polémicamente
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y relativa que ésta sea, respecto de propiedades fisicalistas remotas: siquiera sean,
en efecto, las propiedades remotas en cuanto que re-movidas, o re-movibles, por los
movimientos del organismo, movimientos que de este modo abren el margen mínimo de
variabilidad de estimulación proximal como para que de este modo pueda “fijarse” o “esta-
bilizarse” o “enfocarse” alguna mínima “constancia perceptiva”, con relativa indepen-
dencia por tanto, por mínima que ésta sea, con respecto a aquella variabilidad de
estimulación proximal –y, de hecho, ya Weber comprobó que los sujetos sólo
adquieren y ganan finura perceptivo-discriminativa cuando pueden efectuar
movimientos del brazo a la hora de estimar subjetivamente la pesantez.
Quiere esto decir entonces algo tan decisivo como lo siguiente: que en los
organismos cognoscentes la percepción es indisociable del movimiento (de la actividad
motora), tanto como éste es indisociable de aquella. Es decir, que los organismos per-
ceptivos perciben en la medida misma en que mediante sus movimientos pue-
den variar o modificar, y por tanto re-mover, por mínimamente que sea, las esti-
mulaciones (fisicalistas) proximales mismas que por lo demás no dejan en todo
momento de incidir sobre sus receptores, de forma que precisamente puedan
lograr “fijar” o “enfocar” alguna estabilización o constancia perceptiva, por míni-
ma que ella sea, respecto de propiedades fisicalistas remotas –en cuanto que pre-
cisamente re-movidas por los movimientos. Y esto desde luego, como decíamos,
con un alcance general para toda actividad sensorial, es decir, no sólo, desde luego, en
el caso eminente de los exteroceptores en cuanto que “tele-ceptores” (o recep-
tores justamente de lo distante), sino también, e incluso, para los casos límite en
los que pueden consistir las actividades sensoriales de los propioceptores y aun de
los interoceptores –las sensaciones, placenteras o dolorosas, cuya fuente de esti-
mulación es intraorgánica, que también pueden modificarse en su cualidad sub-
jetiva mediante determinados movimientos del organismo. Lo cual asimismo
significa que no hay “meras sensaciones” o “sensaciones puras”, esto es, sensaciones que
no sean ya percepciones, o sea, que no supongan alguna forma, por elemental que
ella fuere, de configuración perceptiva (de carácter gestáltico), justamente el carácter
configurado (o gestáltico) que se corresponde con el carácter remoto de las pro-
piedades físicas que son percibidas.
Esta decisiva indisociabilidad entre la actividad motora y la perceptiva nos
pone en condiciones de advertir (i) tanto que toda configuración perceptiva sólo
se logra o alcanza en el curso del movimiento, (ii) como que precisamente dicho
movimiento ya es conductual en la medida misma en que se ejecuta o ejercita cog-
noscitivamente orientado entre medias de las configuraciones perceptivas que a
su vez sólo a través suyo se logran. Y es dicha indisociabilidad entre conducta y cono-
cimiento en el sentido indicado la que hace estallar la bi-partición característica
del dualismo representacional, según la cual la conducta sería vista como meros
movimientos fisicalistas que caerían del lado del presunto mundo físico en sí re-
presentado mientras que el conocimiento caería del lado del no menos presunto
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ca” de dichas distancias físicas, “la presencia de lo que está distante respecto del
cuerpo del organismo, y precisamente en cuanto que permanece distante” deberá
suponer una ventaja adaptativa sin duda crítica. Y en esto consiste justamente el
conocimiento como función biológica, o sea, el vínculo observacional o cognos-
citivo establecido con los alrededores geográficos: en la presencia de lo remoto (a los
propios movimientos corpóreos de desplazamiento local) en cuanto que yace o permanece
remoto . Una “presencia” ésta, sin duda, que deberá poder ser proporcional a la
capacidad morfológica y funcional de desplazamiento local motor del organis-
mo, en el sentido de que éste deberá poder ser capaz de recorrer las distancias y
de apoderarse de los objetos remotos que precisamente pueden estar “presentes”
mientras siguen yaciendo a distancia durante el recorrido, de forma que dicho
recorrido, y aun apoderamiento, se encuentre cognoscitivamente orientado.
A su vez, la única manera de entender, de un modo no metafísico (en este con-
texto: mentalista), dicha “presencia” de lo remoto en cuanto que permanece
remoto es mediante la idea de “co-presencia a distancia” (de lo que permanece
físicamente distante): “co-presencia a distancia”, en efecto, entre los diversos sec-
tores o regiones físicos del medio físicamente distantes entre sí, y siempre respec-
to de los movimientos del organismo en cuanto que a su vez éstos, o sea, sus
diversas partes físicas, asimismo físicamente distantes, han de adoptar asimismo
la textura de dichas “co-presencias a distancia”.
Obsérvese que la idea de “co-presencia a distancia” no significa “acción a dis-
tancia”, puesto que dicha “acción” deberá seguirse dando, y en todo momento,
por “contigüidad espacial”; pero sí significa, y precisamente a efectos cognosciti-
vos o perceptivos, “evacuación” de dicha “contigüidad espacial” que por lo
demás en todo momento, como digo, deberá seguir dándose.
Sólo de este modo, en efecto, podemos definir y caracterizar, con la pulcritud
lógica necesaria como para no caer en los embrollos metafísicos (mentalistas) a la
postre intransitables por indecidibles, la diferencia y las relaciones entre los pla-
nos fenoménico y fisicalista que buscamos precisar. Pues por un lado, en efecto,
el plano fenoménico viene dado precisamente por la textura de co-presencias a
distancia a cuya escala se dan, indisociablemente acompasados, tanto la conducta
como el conocimiento: un organismo conductual y/o cognoscente, en efecto, eje-
cuta sus movimientos corpóreos de un modo conductual en la medida misma en
que dichos movimientos se dan en un ámbito de co-presencias a distancia, y por
ello mismo en el seno de figuras ambientales percibidas; y ello tanto como dichas
figuras van a su vez alcanzándose y transformándose sólo mediante el ejercicio de
dichos movimientos (a su vez co-presentes, como hemos dicho). Así pues, no
debemos hablar de “conducta” para referirnos indistintamente a cualesquiera
acciones o reacciones corpóreas del organismo, sino solamente cuando sus movi-
mientos se ejecuten en un ámbito de co-presencias a distancia y posean ellos mis-
mos dicha textura copresente. A su vez, y por otro lado, el plano fisicalista se nos
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que sujetos ambos orgánicos, las que deben engranar mutuamente en el seno del
ambiente fenoménico-conductual común a ambos (al menos por lo que respecta
a determinados sectores configuracionales perceptivos suyos) en cuanto que
inmediatamente observable para ambos tipos de sujetos orgánicos. A su vez, este
carácter “inmediatamente observable” del ambiente fenoménico común a ambos
tipos de sujetos orgánicos no quiere decir que las observaciones (conductuales) de
cada uno de ellos no deban tener lugar de un modo constructivo, y que por tanto
el propio engranaje entre ambos tipos de observaciones no deba ser construido, o
si se quiere inter-construido, y en particular por los propios agentes científicos.
El concepto de lo “inmediatamente observable”, en cuanto que incide en el
carácter fenoménico del ambiente, no quiere decir, desde luego, sino todo lo con-
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1.4. La confluencia entre los conceptos gestálticos de “figura y fondo” y del “carácter
“reversible” de las Gestalten y el concepto funcionalista de “acomodación selectiva”
Quiero ahora poner de manifiesto de nuevo la profunda afinidad conceptual
existente entre dos tipos de conceptos puestos asimismo en juego por las tradi-
ciones de la escuela clásica de la Gestalt y del inicial funcionalismo biopsicológi-
co norteamericano, en cuanto que dichos conceptos apuntan a ofrecernos la clave
del carácter aprendible y constructivo de la conducta. Me refiero, por un lado, a
esas dos características destacadas por la escuela de la Gestalt relativas a la dispo-
sición en “figura y fondo” con que se presentarían las Gestalten y al carácter
“ambiguo” o “reversible” de las mismas, y por otro lado al fundamental concepto
de “acomodación selectiva” de la tradición funcionalista.
Para ello, he de comenzar por destacar la íntima solidaridad conceptual que
cabe detectar entre los conceptos gestálticos de “figura y fondo” y del carácter
“reversible” o “ambiguo” de las Gestalten, una solidaridad ésta que se advierte
cuando reparamos en el carácter obligadamente dinámico que los “campos gestál-
ticos” tienen para la concepción gestáltica del psiquismo. Pues así como, según
veíamos, la concepción “estructural” o “formal” de las Gestalten no excluye, sino
que se acompasa, con una concepción “funcional”, asimismo aquella concepción
va ligada en esta escuela a una concepción eminentemente “dinámica” de los
“campos gestálticos”, esto es, a una concepción que entiende a las Gestalten
como susceptibles de “ensamblarse” o “articularse” entre sí, en el continuo de la
actividad conductual, según ensamblajes dinámicos de los que resultan o a partir de los
que pueden generarse nuevas Gestalten —cada una de ellas con su conjugación res-
pectiva entre sus partes y relaciones formales y sus ingredientes materiales. Segu-
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 49
ramente ni siquiera sería necesario mencionar a este respecto que fue Koffka, en
su tratado sistemático de 1935 sobre la psicología de la Gestalt, escrito ya en los
Estados Unidos con la voluntad de dar a conocer de un modo compendiado y sis-
tematizado el pensamiento de la escuela, el que más explícita y sistemáticamente
caracterizó a los campos gestálticos como campos dinámicos y conductuales en cuanto que
dados precisamente en un plano fenoménico; o que, por mencionar otro ejemplo rele-
vante, la “psicología topológica” de Lewin, elaborada sin duda en la estela de la
escuela de la Gestalt, no sólo es “topológica”, esto es, gestáltico-regional, sino
asimismo “vectorial”, o sea, sistemática y explícitamente dinámica12.
Pues bien, es dentro de dicha concepción dinámica donde cobran todo su sen-
tido los principios, experimentales y conceptuales, de la ley de la “figura y el
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sólo podremos entenderla a su vez como teniendo lugar en el curso del ejercicio ope-
ratorio en cuanto que dado siempre en un “presente conductual”, y por ello como
continuamente ocasionada por las propias transformaciones operatorias en curso
en cada caso. Ello requiere entender dicho “presente conductual” desde un concep-
to de tiempo conductual, o sea, fenoménico-operatorio, y no fisicalista. No se trata, cier-
tamente, de un tiempo fisicalista, es decir, de un tiempo entendido como sucesión
de desplazamientos de partes de un espacio físico relacionadas por contigüidad espacial (a
alguna determinada escala fisicalista: como puede ser, por ejemplo, la construida
mediante un reloj mecánico), sino de un tiempo fenoménico-operatorio, es decir,
de un tiempo “pautado” por las secuencias o transiciones de transformación operatoria de
las propias figuras fenoménicas. De este modo, es sólo dentro de dicho tiempo con-
ductual como podemos entender ahora al “presente conductual” como el “vínculo
mismo de continuidad operatoria” inmanente a cada “unidad de transformación operato-
ria” en cada caso considerada, y ello de tal suerte que la “activación del recuerdo”
en cada caso, o dentro de cada “unidad de transformación operatoria”, viene pre-
cisamente a coincidir con aquel “llegar a hacerse operatoriamente presente algo
que está ausente”. Es decir, que si llegar a “percibir” –una posibilidad de trasfor-
mación operatoria– implica sin duda “recordar”, esto es así en la medida misma
en que “recordar” no es sino estar llegando a “percibir” en cuanto que “recono-
ciendo” lo percibido.
Por lo demás, importa destacar, a tenor de lo dicho, la importante relación
que es preciso advertir entre la intención y el “deseo” o el componente desidera-
tivo o apetitivo de la conducta. Como hemos visto, cada transformación operato-
ria determinada de una situación viene diferencialmente seleccionada entre otras
posibles por efecto del logro (apetitivo o evitativo) de alguna determinada expe-
riencia hedónica. Quiere ello decir, pues, que dicha experiencia hedónica estará
siempre intencionalmente presente (como “in-existencia” o “ausencia” que “se
está haciendo presente”) en toda pauta conductual, en cuanto que selector de una
determinada transformación frente a otras posibles, de modo que es justamente
dicho tipo de presencia o inexistencia intencional en lo que consiste el compo-
nente desiderativo o apetitivo de toda conducta. Un componente desiderativo
éste que a su vez adopta una textura, en el curso de la conducta, nada simple,
sino ciertamente compleja, puesto que cada momento funcionalmente distin-
guible de una transformación operatoria que “tiende” a su consumación deside-
rativa elicita reacciones pavlovianas condicionadas dotadas de una función “emo-
cional”, es decir, de una función psicológicamente “preparatoria” –y en esta
medida, por tanto, asimismo intencional– del eventual tramo conductual (pre-
dominantemente) consumatorio o hedónico, y que por tanto “refuerza” condi-
cionadamente cada uno de aquellos momentos de la transformación operatoria
(predominantemente) exploratorios o resolutorios. De aquí, por cierto, que la
adquisición o el aprendizaje de los “reflejos condicionados” pavlovianos no deba
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entenderse en modo alguno como un proceso independiente, sino necesariamen-
te intercalado en el curso de la conducta operatoria de transformación (de la
“conducta operante”), puesto que la capacidad funcional para que los diversos
momentos o claves de una transformación operatoria puedan elicitar (pavlovia-
namente) reacciones reflejas condicionadas sólo han podido adquirirse cuando, y
en la medida en que, dichas claves han ido siendo logradas operatoriamente
(operantemente) y por ello seleccionadas por aquellas consecuencias hedónicas
que por ello y a su vez pueden reforzar pavlovianamente dichas claves19.
Ahora bien, que el componente desiderativo (con su ingrediente emocional)
cumpla este importante función intencional no quiere decir, desde luego, que la
función intencional se reduzca a ese componente desiderativo suyo, puesto que
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al campo biológico como un campo que de algún modo excluyera, o bien que
meramente redujera a términos no psicológicos, al que sin embargo constituye su
insoslayable e irreductible “momento” psicológico.
Desde el momento, en efecto, en que, por así decirlo, disociemos o desquicie-
mos dicha dualidad conjugada, intentando tratar a cualesquiera de sus dos
“momentos” indisociablemente conjugados como formalmente separados, esta-
remos forzosamente tratando de un modo metafísico –o sea, sustancializando o
hipostasiando abstractamente– a cada uno de estos dos “aspectos” o “momen-
tos”. En este sentido, la madeja de equívocos conceptuales que vienen operando
persistentemente tanto en la psicología –en cuanto que pretende alzarse con un
campo propio– como en la biología –en cuanto que, correlativamente, pretende
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válvula de entrada del vapor de una máquina, en cuanto que presunto “piloto”
agente de dicha autorregulación23–.
Ahora bien, en el caso de estas nuevas tecnologías, la novedad específica con-
siste sin duda en la construcción matemática de “programas” que, instalados en
la ferretería de la máquina (eléctrica, o electromagnética, o electrónica o microe-
lectrónica, según los pasos sucesivamente dados por estas tecnologías), controlen
la autorregulación del sistema maquinal, y eventualmente el posible cuerpo
mecánico acoplado a dicho sistema. Son justamente, pues, estos “programas
matemáticos” los que, en cuanto que controlan el automatismo del sistema
maquinal, parecen ofrecer el quicio sobre el que hacer pivotar la analogía con la
“mente” de los organismos vivientes como instancia de autorregulación de sus
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conductas.
De este modo, el modelo computacional parece reunir todas las ventajas para
culminar cabalmente no ya sólo el proyecto de la psicología como una ciencia
con un campo propio, sino, más aún, y al menos en la versión fuerte de la “metá-
fora”, de la psico-biología (del conocimiento y de la conducta) como ciencia con
un campo unificado propio. En cuanto que se trata, en efecto, como vemos, de
un modelo de mente que, en cuanto que instalada en el cerebro, regula la con-
ducta del cuerpo orgánico, toda la unidad bio-psicológica cognoscitiva y con-
ductual del organismo viviente parece recogida y sistematizada, y además desde
un punto de vista de entrada abierta y específicamente psicológico (mental, o si
se quiere mentalista). De este modo, parece posible, en efecto (i) levantar una
efectiva teoría explicativa que (ii) recoja o recorra toda la unidad psicobiológica
cognoscitiva y conductual del cuerpo viviente, en cuanto que teoría sobre la
mente y sobre el cerebro explicativa de la conducta del cuerpo, que (iii) lo haga
además en una clave específica y abiertamente psicológica en cuanto que abierta-
mente mental (o mentalista) y que (iv) fuera además indiscutiblemente científi-
ca, y no ya sólo de un modo meramente metodológico, sino también temático, es
decir, asumiendo un compromiso realista, y aun si se quiere materialista, en
cuanto que modelizada dicha teoría a partir de máquinas computadoras tan rea-
les y efectivas como las construidas por nuestras tecnologías.
Sin embargo, la crítica que de dicho modelo debe hacerse radica en lo siguien-
te. De entrada, es preciso advertir que, en todo caso, el único tipo de máquinas
computadoras que podrían ser tomadas como posibles candidatos a la menciona-
da analogía deberían ser, no ya las que ya McCulloch tipificó como “meramente
homeostáticas”, es decir, aquellas cuyo bucle retroactivo se contiene dentro de las
fronteras del sistema, sino más bien aquellas otras en las que, según el propio
McCulloch, “el circuito retroactivo pasa por regiones externas al sistema”24, o
sea, que alcanza a sus alrededores remotos o lejanos, como sin duda es el caso de
los sistemas móviles dirigidos con respecto a sistemas remotos que a su vez tam-
bién pueden estar en movimiento (como ocurre por ejemplo con la tecnología de
los misiles autorregulados), puesto que sólo en este caso puede que haya alguna
analogía con los organismos vivientes conductuales cuya conducta, como hemos
visto, se relaciona siempre con estratos remotos de su medio.
Ahora bien, resulta que también en este caso la analogía no pasa de ser mera-
mente genérica (genérico-abstracta, o genérico-indiferenciada), y no ya específica,
como quisiera, puesto que no apresa la “diferencia (biopsicológica) específica” que
precisamente debería incorporar. Pues ocurre que también la programación
matemática de los cuerpos mecánicos móviles que autorregulan sus movimien-
tos respecto de objetos lejanos (que a su vez pueden ser móviles) no puede dejar
de seguir estando hecha sino mediante circuitos, o sistemas de circuitos, algorít-
micos, esto es, mediante circuitos cuyos “nudos”, no obstante la complejidad
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 63
matemática del circuito, deberán estar sometidos a una lógica binaria (0,1), como
lo requiere su instalación en una ferretería (desde las más toscamente mecánicas a
las microelectrónicas) en donde el “impulso” debe “pasar o no pasar” en cada
“nudo” a través del “interruptor”. Y aquí es fundamental advertir que dicha
lógica algorítmico-binaria es justamente la que requiere y la que se corresponde
con la necesidad de estratificar y sectorializar los alrededores remotos –en “estra-
tos” de proximidad y lejanía, y en “sectores” para cada estrato– en términos de
unidades espaciales contiguas ligadas por nexos de contigüidad espacial. Es decir, que el
ambiente geográfico con el que interactúa una máquina de este tipo debe estar
formalmente factorizado en términos de unidades y nexos espaciales contiguos (o sea, fisica-
listas), como condición formal misma de su posibilidad de programación algorítmica, de
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modo que los cálculos que puedan realizar dichos programas –relativos a las
diversas relaciones posicionales susceptibles de darse en cada momento entre el
cuerpo móvil programado y otros cuerpos remotos– no podrán sino consistir en
“extrapolaciones estadísticas o probabilísticas” relativas a las diversas relaciones
espaciales-contiguas entre las partes de los diversos sectores y estratos en los que
se ha factorizado el ambiente geográfico.
Pero esto es justamente aquello que ya tiene sorteado de antemano la conducta de
un organismo viviente en cuanto que ésta se regula, como hemos visto, por rela-
ciones de “constancia cognoscitiva (perceptiva)”, las cuales constancias sólo son
posibles en un medio fenoménico de “co-presencias a distancia”. Un organismo
viviente, en efecto, no conoce, ni se comporta a la manera como el automatismo
algorítmicamente programado de un máquina computacional (auto)regula su
“funcionamiento” o el de algún posible cuerpo mecánico a ella acoplado. Y no lo
hace así porque, como sabemos, un organismo sólo conoce y se comporta cuando,
dado un medio físicamente remoto, puede establecer y modificar constancias co-
presentes a distancia por el ejercicio de sus movimientos somáticos asimismo
efectuados en dicho medio co-presente a distancia, situación ésta que resulta com-
pletamente eclipsada tanto en aquel automatismo algorítmico como en el “funcio-
namiento” maquinal corpóreo que este puede (auto)regular.
Más aún, si podemos hablar de “funcionamiento” o de “actividad” para refe-
rirnos a las “prestaciones” de una máquina (a sus “performances”) es sólo en la
medida en que una máquina es una fabricación artefactual (etiológicamente
humana) cuyas “partes formalmente artefactuales” están “dispuestas entre sí” según
unas “relaciones mutuas de aplicación” que están formalmente intercaladas y son for-
malmente continuas con las efectivas operaciones (humanas) de su fabricación y uso,
de modo que sólo en esta medida desempeñan “prestaciones” respecto de dichas
operaciones (humanas) y por ello decimos que “funcionan”. Si, considerando
exclusivamente los cursos de causalidad fisicalista (eficiente) contenidos en la
máquina, hacemos abstracción de dichas prestaciones respecto de las genuinas ope-
raciones (humanas), entonces carece completamente de sentido atribuir “funcio-
namiento” a cualquier máquina. Y esto vale desde luego para cualesquiera máqui-
nas, o sea, tanto para las máquinas preindustriales aún no automáticas, como
para las industriales automáticas, como también y precisamente para ese subgru-
po de las máquinas industriales automáticas en el que consisten las máquinas
computacionales, o sea, esas máquinas cuyo “funcionamiento” automático está
programado algorítmicamente –por los hombres, precisamente– , pues también
ahora dicho “funcionamiento” sólo tiene sentido como “prestación” respecto de
las operaciones humanas (que lo fabrican y usan), de suerte que si hacemos abs-
tracción de dicha prestación entonces carece de sentido toda atribución de “fun-
cionamiento” a dichas máquinas –tanto a su ferretería como a su programación,
como al proceso fisicalista desencadenado por su programación en su ferretería o
64 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90
ver, creo que puede sostenerse que no tiene justificación generalizar –ni siquiera
analógicamente– la idea de “conducta zoológica” hasta abarcar a la actividad
operatoria dada en el contexto antropológico. Esto es lo que pasamos a ver ahora
en la Segunda Parte del presente trabajo.
estructura, puede representarla y por ello mismo hacer posible su construcción y prosecución.
que ambas básicamente comparten. En este sentido, resulta sin duda a mi juicio
sumamente significativo y esclarecedor el trabajo de F. Gabucio presente en este
monográfico (Gabucio, 2002) orientado a perfilar una idea de argumentación
que, en cuanto que vinculada a una teoría de la “relevancia”, sea capaz de sortear
tanto toda concepción formalista o abstracta de la argumentación que entendiera
ésta al margen de los efectivos procesos prácticos comunicacionales como toda
concepción que diluyera la mínima relevancia que sin duda ha de concederse a
toda argumentación en una suerte de pragmatismo comunicacionalmente opaco.
Por fin, y antes de terminar este epígrafe, no quisiera dejar de apuntar al nota-
ble interés que a mi juicio tiene el trabajo de C. Rodríguez y C. Moro presente
en este monográfico (Rodríguez y Moro, 2002), en cuanto que destinado a poner
de manifiesto de qué modo el aprendizaje del uso constructivo y “simbólico”
(semiótico) aún no lingüístico de los objetos (por parte de los niños durante el
período sensorio-motor) viene moldeado por usos sociales adultos “convenciona-
les” asimismo “simbólicos” (semióticos) no lingüísticos. Seguramente dicho
aprendizaje constituye, como las autoras apuntan, una condición básica en el
proceso de desarrollo ontogenético del propio lenguaje en el niño; pero me pare-
ce que sería de primera importancia advertir que los usos simbólicos sociales
adultos que las autoras denominan “convencionales”, también y precisamente
los extralingüísticos, poseen ya una estructura (funcional) gramatical, respecto
de la cual participa isomórficamente la estructura (funcional) los usos lingüísti-
cos, razón por la cual precisamente se podría comenzar a entender de qué modo
aquel aprendizaje “sensorio-motor” todavía prelingüístico y por tanto pregrama-
tical constituye precisamente el proceso de transición hacia una adquisición ya
plenamente lingüístico-gramatical, pero también y por ello extralingüística y
asimismo gramatical.
Sólo, por el contrario, cuando entendemos que son los vínculos gramaticales
supraindividuales (tanto lingüísticos y extralingüísticos) que sostienen o acogen
las operaciones de los individuos aquellos que constituyen la propia formalidad
individual operatoria de los mismos, podremos entonces entender no sólo el
carácter genuina e íntegramente social de dichos individuos, sino asimismo, y
por ello, el carácter efectivamente construido tanto de la realidad social (extralin-
güística), de la que dichos individuos participan, como de las representaciones
lingüísticas, no menos sociales, de las que asimismo participan, que soportan
intercaladas la construcción de dicha realidad.
rior a la “forma del significado” (o del “contenido”), la cual, por su parte, y corre-
lativamente, es preciso entender entonces de un modo mentalista, o sea, como si
los significados (lingüísticos) consistiesen originariamente en “contenidos (imá-
genes o pensamientos) mentales” lingüísticamente codificados –“mentalismo”
éste que, en efecto, estaba ya constitutivamente presente en la raíz de la lingüís-
tica estructural, en la propia distinción de Saussure entre el “significante” y el
“significado” como la “cara externa” y la “cara interna” del “signo”, entendida
dicha presunta “cara interna” como un contenido mental correlativo a la “cara
externa” consistente en los sonidos32.
Pero nuestra concepción de la significación semántica como participación iso-
morfa intercalada de la estructura gramatical del lenguaje en la estructura no
menos gramatical de la vida socio-cultural misma extralingüistica nos permite:
(i) en primer lugar, entender a la articulación gramatical o morfosintáctica del
lenguaje (de cada lenguaje positivo), no ya –como es preceptivo en la “ortodoxia”
lingüística– como la “forma” gramatical de un “contenido” o “significado”
supuestamente mental, sino como la “forma” gramatical misma de la materia arti-
culatorio-operatoria (sonora) de cada lenguaje positivo, forma ésta que si posee en efec-
to “significado” (semántico), (ii) no es porque dicho “significado” quede recluido origi-
nariamente en ninguna suerte de representació n mental, sino porque él reside en la
estructura o forma misma de las “cosas” o “realidades” socio-culturales extralingüísticas
en la medida en que aquella forma lingüística (gramatical) participa en la forma
(no menos gramatical) de la vida misma socio-cultural extralingüistica. Pero
entonces (iii) es preciso advertir que el pretendido campo de inmanencia de la lingüís-
tica queda sin duda desbordado por su costado semántico, es decir, por la participación
misma isomorfa (intercalada) de la forma gramatical de cada lenguaje en la
forma gramatical de su vida socio-cultural extralingüistica, participación ésta en
la que justamente consiste la función de “significar” (semánticamente) como una
función formalmente indisociable o indesprendible de todo lenguaje.
En este sentido, debe repararse en que la concepción del significado (semánti-
co) aquí propuesta pretende suturar la posible fisura que asimismo podría abrirse
entre “significados” y “conceptos”, sutura ésta que me parece que sólo puede
lograrse entendiendo a los “conceptos” como la estructura misma (construida) de
la realidad socio-cultural objetiva extralingüística, en la cual estructura la del
lenguaje participaría isomórficamente. Sólo de este modo me parece que pode-
mos asimismo sortear todo posible nuevo desplazamiento de dicha fisura, como
la que se daría en efecto entre unas hipotéticas “concepciones” (supuestamente
subjetivo-individuales) y los “conceptos” (sociales), como creo que todavía ocurre
en el trabajo de A. Gomila presente en este monográfico (Gomila, 2002), puesto
que las “concepciones” no serían otra cosa más que los mismos significados, o
sea, la mencionada función de participación isomorfa de los lenguajes en la vida
social extralingüística a escala gramatical.
78 Estudios de Psicología, 2003, 24 (1), pp. 33-90
supuesto de las “estructuras profundas” (y ésta era, por lo demás, como se sabrá,
la concepción de las trasformaciones sintácticas que sostuvo desde el principio el
propio maestro de Chomsky, Zellig Harris, frente a su discípulo).
Es, en resolución, el pretendido núcleo de inmanencia formal de la lingüística
generativa, en cuanto que concebido como un sujeto psico-lógico innatamente
dotado de unas presuntas estructuras básicas lógico-gramaticales universalmente
distribuidas en la mente de todos los hombres, el que inexorablemente bloquea
toda comprensión de la función semántica de las lenguas naturales positivas y
efectivas en sus círculos sociales positivos; a la vez que es la recuperación de dicha
función semántica efectiva la que desactiva como puramente intencional, y a la
postre enteramente metafísico, dicho pretendido núcleo de inmanencia.
Se diría, por fin, que Chomsky, seguramente movido por una voluntad ideoló-
gica de “universalismo antropológico”, ha malentendido dicho universalismo al
localizarlo de un modo inespecífico o irrelevante y por ello a la postre ineficaz o
trivial. Pues, a lo sumo, esas condiciones universalmente distribuidas en todos los
hombres que harían a éstos capaces para “el lenguaje” no pueden ser otras que sus
estrictas condiciones disposicionales morfo(neuro)fisiológicas (no ya “mentales”) como grupo
biológico (por ejemplo, como especie biológica); pero dichas condiciones disposi-
cionales, como tales (o sea, en cuanto que estrictamente morfofisiológicas), no
pueden ser entendidas de otro modo más que como capacidad o potencia, sin duda
materialmente necesaria, pero en todo caso por sí misma insuficiente y por ello lógica-
mente inespecífica respecto de la realidad formal del “campo antropológico en acto”.
Es preciso, pues, considerar, “en acto” y “formalmente” a dicha potencia o capacidad;
pero entonces se ha de reconocer que su “puesta en acto”, que es siempre una pues-
ta en acto operatoria y constructiva, queda ya íntegra y formalmente subsumida y constitui-
da en el seno de cada cultura antropológica positiva y de cada lenguaje natural positivo que
sólo puede tener lugar y sentido dentro de su cultura. Sólo de este modo es posible com-
prender que una característica como “el lenguaje”, cuando se lo considera no de
un modo universal-distributivo y por ello meramente potencial (morfofisológico),
sino formalmente y en acto dentro de las culturas antropológicas efectivas, pueda
suponer, en vez de un principio inmediato de vinculación universal (“de la humanidad”),
un principio profundísimo de disociación o desconexión, al menos de entrada, entre los
propios grupos humanos positivos (justamente el principio tan sabiamente recogido
por el mito de la torre de Babel). De aquí, en efecto, la irrelevancia e ineficacia de
una consideración universal-distributiva y meramente potencial del lenguaje
como es la practicada a la postre por Chomsky.
Lo cual no quiere decir, a su vez, y por cierto, que no sea posible ensayar
una cierta idea de “universalidad antropológica”, si bien de un modo cierta-
mente distinto al practicado por la escuela chomskyana –que es precisamen-
te el modo que estamos intentando ejercitar en este trabajo. Se trata en efec-
to de adoptar, al objeto de pensar dicha universalidad, el formato, no de las
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 81
“clases distributivas”, sino de las “clases atributivas”, de modo que sea posi-
ble concebir, dentro de dicha formato atributivo, ciertas características “tras-
cendentales” a su propia constitución35. De este modo, en efecto, el “campo
antropológico” se nos muestra como una “totalidad atributiva” “en curso” (o
haciéndose), esto es, como una totalidad cuyo principio de unidad, lejos de ser
el de la distribución homogénea y acabada de ciertas notas suyas a través de
todos los miembros de la totalidad (como es el caso de las totalidades distri-
butivas), lo hacemos residir en la concatenación en curso, que puede ser armóni-
ca pero también conflictiva, entre sus diversas determinaciones particulares hetero-
géneas: tan diversas y heterogéneas como resultan ser, en efecto, cada una de
las distintas culturas antropológicas positivas (con sus correspondientes len-
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guajes naturales), que se nos muestran sin embargo no por ello definitiva-
mente aisladas, sino, al menos dado ya el proceso histórico, concatenándose
entre sí, y por relaciones que pueden ser tanto armónicas como conflictivas
–formando parte de dichos conflictos la necesidad de traducción mutua
entre las lenguas–. Pues bien, sólo ahora in medias res, esto es, entre medias de
dicho proceso de concatenación –él mismo “histórico”, y por tanto “no acabado”, sino
“haciéndose”–, es como se nos puedan mostrar ciertas características o condiciones
constitutivamente recurrentes, y sólo en este sentido trascendentales , a dicho proceso
(él mismo histórico) de concatenación. Estas, y sólo éstas, serían las características
“universales”, en cuanto que “atributivas-trascendentales” y “en curso”
(“históricas”), reconocibles en el campo antropológico a través de sus deter-
minaciones formales y en acto. Y es desde dicha concepción como estamos
ensayando aquí nuestra idea del “campo antropológico”, y en particular la
idea de la participación isomorfa intercalada a escala gramatical de los len-
guajes positivos en sus culturas positivas como una característica en efecto
trascendental al campo antropológico, o sea, constitutivamente recurrente a
cada una de sus diversas culturas.
semánticas, serán las desempeñadas por las lenguas naturales en virtud de su par-
ticipación isomorfa intercalada a escala gramatical con sus situaciones socio-cul-
turales extralingúisticas envolventes.
Pues bien: en el contexto de la crítica al cognitivismo computacional es preci-
so también hacer ciertas observaciones críticas sobre el trabajo inscrito en la órbi-
ta del denominado “conexionismo”. En principio, la tarea de elaborar y simular
modelos de hipotéticas redes y circuitos neurales puede ir desde luego ligada a la
efectiva investigación neurofisiológica relativa a las formas de organización fun-
cional de los correlatos neurofisiológicos de la actividad conductual y cognosciti-
va (y también lingüística), como una importante tarea auxiliar cuyas hipótesis en
todo caso no podrán dejar de ser contrastadas por los conocimientos experimen-
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2.8. Una nota final sobre la condición problemática del proyecto de una Psicología
humana: carácter equívoco de la institución (disciplinar) psicológica
Por último, no debo terminar el presente ensayo dejando de apuntar siquiera
a una cuestión por lo demás sumamente compleja y delicada –que tiene que ver
con el corazón mismo de lo que ha sido caracterizado como el “problema del psi-
cologismo”–, pero cuya consideración, siquiera mínima, viene en todo caso exi-
gida por las coordenadas que aquí han sido ensayadas37.
La cuestión es que si, como hemos visto, la propia formalidad individual opera-
toria de los individuos antropológicos viene siempre refundida a una escala
supraindividual en cuanto que gramatical (lingüística y extralingüística) en el sen-
tido aquí apuntado, entonces deja de presentársenos como algo obvio, sino que más
bien se nos torna problemático, la viabilidad misma de una “Psicología” humana, es
decir, del campo de un saber que a la vez que fuera “humano” por su contenido temático
debiera a su vez mantener el punto de vista formalmente psicológico en cuanto que punto
de vista de algún modo siquiera análogo al fraguado en el contexto biopsicológico
en torno a la individualidad formal somático-operatoria de los organismos bio-eco-
lógicos. Pues los individuos operatorios antropológicos podrán figurar como el
momento o el componente sin duda pragmático, pero de unos campos cognoscitivos ya for-
malmente supraindividuales (en cuanto que gramaticales o “semiológicos”), o sea, de
unos saberes “culturales” o “sociológicos”, pero no ya psicológicos, a la manera
como, por ejemplo, es el “habla” misma de una “lengua” la que figurará como el
momento pragmático del código de dicha lengua. Y ésta es la razón por lo que
resulta, como decimos, precisamente problemática la capacidad de las categorías
psicológicas, en cuanto hemos de suponerlas necesariamente fraguadas o talladas
en el contexto biopsicológico, para aprehender los momentos pragmáticos mismos
de dichos campos supraindividuales gramaticales o semiológicos.
Pues bien: la idea que a este respecto sugiero es que el campo de la “psicología
humana” no se organiza en torno a ninguna clase de subjetividad operatoria cuya
individualidad formal fuese análoga a la individualidad formal somático-opera-
toria tallada en el campo biopsicológico, sino que se organiza, como el resto de
los campos de los saberes sociales o culturales antropológicos (de las llamadas
ciencias “sociales” o “humanas”) en torno a configuraciones socio-culturales “objetivas”
o “supraindividuales” (en cuanto que gramaticales o semiológicas) –que sin duda
incluyen sus componentes pragmáticos–, si bien en torno a unas muy determinadas
configuraciones de este tipo a su vez históricamente determinadas. Unas configuracio-
nes éstas, en efecto, cuya clave más significativa me parece que podemos encon-
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 87
trarla en la “dinámica estructural” contemplada por la “metapsicología” freudiana, si
bien reconstruida o reinterpretada dicha dinámica de modo que podamos enten-
derla como sociohistóricamente generada, y no generada de un modo endógenamen-
te psicológico como ocurre en la mencionada metapsicología.
En la metapsicología freudiana, en efecto, es el “conflicto” originario, en últi-
mo término constitutivo e irresoluble, entre el deseo de raíz somática y las posi-
bles configuraciones socio-culturales de sus objetos, es decir, la “represión”, el
que genera una dinámica estructural (una “topografía” y una “dinámica”, dota-
das de una determinada “economía”, según Freud) de “satisfacciones” sólo mera-
mente “sustitutivas” a la vez que mutuamente “alternativas” que viene a consti-
tuir el desarrollo de la biografía psico-social misma de cada individuo. Así pues,
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Notas
1
La idea general de ciencia de la que parto en principio es la elaborada por la “teoría del cierre categorial” de Gustavo Bueno. A
este respecto puede consultarse en: G. Bueno, 1992 y 1995. Por lo demás, el análisis concreto que aquí voy a desarrollar del
campo bio(psico)lógico ya no tiene por qué coincidir con las concepciones de Bueno al respecto.
2
Una análisis más elaborado del lugar y del funcionamiento de los aparatos en las construcciones de las ciencias estrictas (fisicalis-
tas) puede encontrarse en: J. B. Fuentes, 2001 (b).
3
Puede consultarse, en efecto, a este respecto, por ejemplo en: R. Turró, 1917.
4
Una muy significativa discusión, que puede considerarse ya clásica, del nivel adecuado de análisis de la conducta en términos de
“relaciones a distancia” entre los “focos distales” entre los cuales tiene lugar el “logro conductual”, fue la desarrollada por E.
Brunswik en diversos lugares de su obra –por ejemplo, en Brunswik, 1934 y 1938, y en Tolman y Brunswik, 1935–, y muy
especialmente en su trabajo más maduro de 1952 El marco conceptual de la psicología. A su vez, una discusión crítica de la preten-
sión de este autor por ajustar su caracterización “distal” de los logros conductuales dentro del marco del positivismo (o del con-
ductismo) metodológico fisicalista puede encontrarse en la “Introducción” con la que presenté mi traducción y edición crítica en
español del mencionado trabajo de Brunswik de 1952 (ver en: J. B. Fuentes, 1989).
5
Por ejemplo, en: Merleau-Ponty, 1945.
6
Ver a este respecto en: J. B. Fuentes, 2001(b).
7
En este sentido, si bien podemos reconocer, como decíamos, que Merleau-Ponty, y otros autores en su estela –como por ejemplo
Gurwitsch (Gurwitsch, 1957) –, detectaron críticamente con acierto el denominado por ellos “prejuicio del mundo”, también
hemos de advertir que en este tipo de autores actúa, dada su concepción todavía “puramente fenomenológica” (a la postre, su meta-
física fenomenologista), un “pre-juicio relativo al prejuicio del mundo”, dado que el hecho de que el mundo físico objetivo no deba
ser en efecto pre-supuesto no quiere decir que no pueda ser efectivamente construido del modo como hemos indicado aquí.
8
Mediante la expresión “escuela clásica de la Gestalt” nos referimos, en principio tomadas global o indistintamente, a las aportacio-
nes de Wertheimer, Köhler y Koffka, y muy especialmente mientras estos tres autores permanecieron trabajando juntos en Berlín.
9
Ya Angell, en efecto, en su trabajo de 1906 en cierto modo fundacional del movimiento funcionalista –como se sabe, su
lectura presidencial en la A.P.A. del mismo año–, al caracterizar la primera de las tres notas que según él definirían a la
perspectiva “funcionalista” frente a la “estructuralista” (tal y como ésta había sido a su vez previamente formulada por Tit-
chener en 1898 en respuesta al trabajo previo de Dewey de 1896), es decir, al destacar la necesidad de entender a la
conciencia más bien como una actividad o como un proceso en vez de como un estado o un contenido, dibuja lo que pode-
mos considerar como el núcleo de la idea de “funcionamiento vicario” al señalar que así como una misma función fisioló-
gica puede ser desempeñada por diferentes estructuras, de un modo semejante una misma función psíquica puede ser ejer-
cida por “ideas” que sin embargo difieren en su “contenido” (como se sabe, los otros dos aspectos que según Angell carac-
terizarían a la perspectiva funcionalista frente a la estructuralista serían la concepción de la utilidad adaptativa de la
conciencia y la consideración precisamente conjunta, psicofisiológica, de la conciencia con la fisiología dentro de la unidad
biológica adaptativa). A su vez, muchos de los primeros teóricos del conductismo clásico, como Weiss (1925), Hunter
(1932), Holt (1915) Hobhouse (1926) o Meyer (1921), todos ellos notablemente influidos por la perspectiva funcionalis-
ta, destacaron asimismo de diversos modos la idea de “funcionamiento vicario” como una característica esencial de la con-
ducta, siendo el propio Hunter (1932) quien formulara la expresión misma de “funcionamiento vicario”. Una discusión
histórica y conceptual de esta aportación de la tradición funcionalista y del primer conductismo puede encontrarse en
Brunswik, 1952.
10
Se ha de precisar que el plano en el que en efecto conceptualmente convergen la idea funcionalista de “funcionamiento vicario” y
la idea gestaltista del carácter intersustituible de los ingredientes materiales respecto de las partes y relaciones formales de una
Gestalt es el plano conductual, o sea, el que Brunswik caracterizara como plano de la “macromediación vicaria” frente al plano
fisiológico de la “micromediación vicaria”, en donde también puede tener lugar una equifuncionalidad de acciones fisiológicas
diversas respecto de un mismo logro funcional, si bien no dada ya dicha equifuncionalidad a una escala cognoscitiva o conduc-
tual. Al respecto, ver en: Brunswik, 1952.
Intencionalidad,significado y representación en la encrucijada de las “ciencias” del conocimiento / J. B. Fuentes 89
11
A este respecto es, por ejemplo, muy significativa la clásica distinción establecida por Koffka entre el “ambiente geográfico” y el
“ambiente conductual” –en Koffka (1935).
12
Ver, por ejemplo, a este respecto su trabajo clásico de 1936 Principles of Topological Psychology.
13
El concepto de “acomodación selectiva”, o de “variación selectiva de la respuesta al estímulo”, está ya formulado en el trabajo
anteriormente mencionado de Angell de 1906 al caracterizar la utilidad adaptativa de la conciencia, y forma parte desde luego
esencialmente de toda la tradición funcionalista.
14
Ver en: J. Dewey, 1896. A este respecto, una análisis del significado y alcance de la caracterización de la conducta realizada por
Dewey en el mencionado trabajo puede encontrarse en: J. B. Fuentes y E. Quiroga, 2001.
15
Ver en: W. James, 1890. Un análisis del significado y alcance de la caracterización de la “corriente de conciencia” de James puede
encontrarse en: E. Quiroga, 1996.
16
Ver, de nuevo, en: W. James, 1890.
17
F. Brentano, 1874.
18
Ver, de nuevo, en: W. James, 1890.
19
Una reformulación de las relaciones entre los condicionamientos respondiente y operante en el sentido de ver al primero como un
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efecto funcional del segundo puede encontarse en: J. B. Fuentes y E. Quiroga, 2001.
20
Seguramente el análisis más elaborado y detallado de la hipótesis gestaltista del isomorfismo –inicialmente propuesta, como se
sabe, por Wertheimer y asumida ulteriormente por Koffka y Köhler– es el que realizara Köhler en su trabajo clásico de 1920 Die
physischen Gestalten in Ruhe und im Statiönarem Zustand: eine naturphilosophische Untersuchung. Una revisión compendiada de esta
cuestión puede encontrarse, entre otros textos de la escuela, por ejemplo, en Koffka, 1935.
21
Una crítica más detenida de la viabilidad científica de la biología, en cuanto que incluye a la conducta, puede encontrarse en: J.
B. Fuentes, 2001 (b).
22
Análisis mucho más detenidos sobre las diferencias y relaciones entre las diversas escuelas conductistas en su relación con el esta-
tuto disciplinar de la psicología pueden encontrarse en: J. B. Fuentes, 1992 y 2001 (a).
23
N. Wiener, 1948.
24
Como ya advirtiera, por ejemplo, Brunswik en su trabajo ya mencionado de 1952.
25
Una construcción más elaborada de la idea de “campo antropológico” y de las características suyas que en los epígrafes siguientes
(2.1, 2.2 y 2.3) aquí voy a esbozar, y sobre todo de las diversas modulaciones o fases de su desarrollo histórico, puede encontrarse
en: J. B. Fuentes, 2001 (b).
26
La idea (ontológica y gnoseológica) de “anamórfosis” ha sido formulada y usada en los más diversos lugares de su obra filosófica
por G. Bueno. Una definición general de dicha idea puede encontrarse por ejemplo en el Glosario de Términos de Bueno, Hidal-
go e Iglesias, 1989.
27
Una exposición canónica de la doble articulación lingüística puede encontrarse en: A, Martinet, 1957.
28
L. Wittgenstein, 1922. En todo caso, Wittgenstein entiende el isomorfismo estructural entre el lenguaje y los hechos reducido
al plano de los “enunciados atómicos” y de los “hechos atómicos” (de la lógica de Russell), mientras que aquí estoy proponiendo
entender dicho isomorfismo con carácter general para cada lenguaje con respecto a su círculo socio-cultural envolvente. Por lo
demás, mientras que para Wittgenstein el supuesto del “isomorfismo” es algo inefable –en cuanto que ni es un hecho (atómico)
ni puede por tanto ser lingüísticamente representado (por ningún enunciado atómico)–, por mi parte aquí intento dar razón
(constructivo-operatoria) de la clave de dicho isomorfismo.
29
Un análisis más detenido de cómo la producción, y las formas del desarrollo de las fuerzas productivas, desbordan la categoría
biológica evolucionista de la “selección natural” –también cuando ésta es entendida desde la idea de “selección orgánica”–, puede
encontrarse en: J. B. Fuentes, 2001(b).
30
Los conceptos de “fines”, planes” y “programas”, tal y como en principio aquí los recojo, fueron propuestos por G. Bueno en su
trabajo de 1982 Psicoanalistas y epicúreos. Ensayo de introducción del concepto antropológico de “heterías soteriológicas”. Por lo demás, cabe
hacer notar la significativa correspondencia entre dichos conceptos y las funciones “expresiva”, “apelativa” y “representativa” del
lenguaje de Bühler respectivamente –al respecto ver en: K. Bühler, 1934.
31
En relación con la distinción entre “forma” y “sustancia” de la “expresión”, y “forma” y “sustancia” del “contenido”, puede verse
en: Hjelmslev, 1959 y 1973.
32
Ver, en efecto, en: Saussure, 1916.
33
Ver, de nuevo, en: Saussure, 1916.
34
Ver en: J. J. Katz y J. J. Fodor, 1963, y J. J. Katz y P. M. Postal, 1964.
35
La distinción entre “totalidades distributivas” y “totalidades atributivas” ha sido usada por G. Bueno sistemáticamente a lo largo
de todo su trabajo filosófico. Una definición general de ambos tipos de totalidades puede encontrarse por ejemplo en el Glosario
de Términos de Bueno et. al., 1989.
36
J. A. Fodor, 1975.
37
Un estudio más elaborado de la cuestión que en este último epígrafe me limito meramente a apuntar de un modo muy esquemá-
tico puede encontrarse en: J. F. Fuentes, 2002.
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