Professional Documents
Culture Documents
Reconciliacion. Polaridades y Gestalt - Montse Gomez
Reconciliacion. Polaridades y Gestalt - Montse Gomez
Polaridades y Gestalt
Montse Gómez Díaz
ISBN: 978-84-9991-761-0
Independently Published
© Montse Gómez Díaz Ilustración de portada e interiores: Pablo Gómez Boncoraglio
Y muy especialmente al hombre que me tomó de la mano para ir presentándome a cada uno de mis
personajes internos, dándome así la oportunidad de descubrir quién soy. Mi maestro: Antonio Pacheco
Fuentes, Director de mi formación en T.C.I. (Terapia Corporal Integrativa), quién nos dejó el 27 de abril de
2016 para elevar su Alma al infinito.
Mi gratitud y reconocimiento a Javier Rodríguez-Rey, amigo y compañero de proceso. Autor del cuento
“Reencuentro” que tan inteligentemente recoge su experiencia y tan generosamente acepta compartir en
esta publicación.
Mi gratitud y reconocimiento a Pablo Gómez Boncoraglio, amigo y hermano espiritual. Ilustrador de las
imágenes que enriquecen este libro.
Mi gratitud, reconocimiento y cariño a Ferrán Lugo Monforte, amigo y compañero, siempre dispuesto a
iluminar mi alma con su presencia y sabiduría, que introduce este libro con un prólogo escrito desde su
corazón.
Índice
Prólogo 15
Introducción 16
El Puzzle 19
Reencuentro, el cuento de Javier 24
PolaridadSeductor-Seducido: Transparencia 27
Perdonar 41
PolaridadRechazo / Atracción: Aceptación 47
TORA… Historia de “la otra” mujer perdida 59
Esencia de Luz 63
PolaridadVíctima / Agresor: Asertividad 65
El Poder Personal 73
PolaridadSumiso - Opresor / Rebelde: Entrega 82
DIDI, la Marioneta 91
El dolor del vacío 98
Las 4 cabañas 107
Libertad 111
El estanque y la vida 119
Justificación 122
PolaridadMiedo / Osadía: Sensatez 132
PolaridadCazador de dragones / Princesa de cuentos: Madurez 143
El Príncipe no salvado 154
PolaridadDemonio-a / Dios-a: Humanidad 157
PolaridadCliente / Terapeuta: Ser 165
PolaridadSalud / Enfermedad: Sexualidad 173
Reconciliándome 195
PolaridadDepresión / Responsabilidad : Espiritualidad 207
PolaridadGrandeza / Pequeñez: Pertenencia 217
¿Casualidad?... Sincronía 219 Las llaves de Gerine 225
PRÓLOGO
INTRODUCCIÓN
Los remolinos de luz que había parido esa gota también se gestaban a sí
mismos, dando a su vez nuevas espirales luminosas que no cesaban de
multiplicarse.
Cuando lo que veo me gusta es porque lo acepto en mí. Cuando lo que veo me
incomoda es porque lo rechazo en mí. Este es el tema principal en torno al cual
gira mi vida entera.
EL PUZLE
Empiezo a caminar por estos mundos del crecimiento personal, de las terapias,
de los talleres y las formaciones como terapeuta
a los 27 años; en el momento que escribo esto tengo 43.
El día en que me doy cuenta de que necesito ayuda para salir del pozo sin fondo
en el que me siento atrapada, es el día más maravilloso de toda mi existencia. Es
el día que cambia el curso del resto de mi vida.
Además, cuando veo esas piezas “sueltas”, es decir, una por una,
descontextualizadas del conjunto, en muchos casos me parecen “feas”, más que
feas, “horribles”.
Y tengo toda una pelea intentando quitarlas, tirar las que no me gustan, para
quedarme solo con las que parecen menos malas.
Se me olvida que forman parte de un Todo.
Olvido que sin esas piezas este Todo nunca sería completado. Y mucho menos
recuerdo, en ese momento, que vistas dentro del conjunto, no solo no son feas,
sino que son imprescindibles y hermosas.
Gracias a cualquiera de estas piezas todas las demás tienen sentido, mientras que
si me falta una sola de ellas (me guste, o no, por separado) mi paisaje final queda
incompleto y agujereado.
Es más, por cada pieza de la que intento deshacerme queda un agujero que “hay
que llenar con algo”, y ese “algo” jamás conseguiría siquiera imitar la belleza
natural de la pieza original.
Cuando veo cosas que no funcionan en mí, o en mi vida, busco entenderlas, les
doy vueltas y más vueltas, analizo e interpreto, pero todo en mi mente, todo
desde la cabeza. La misma cabeza que trata de “tirar” las piezas “feas”.
En algún momento comprendo que el camino que he elegido no tiene fin. Este es
el momento en que dejo de caminar perdida, en dirección a ninguna parte, para
empezar a hacerlo con un rumbo muy concreto, en dirección al epicentro de mí
misma.
Hoy agradezco a todas y cada una de las personas que me han tendido su mano
(en pasado, en presente y en futuro), para ayudarme en este giro de mis pies.
Terapeutas, profesores, maestros, compañeros, todos ellos con sus aciertos y sus
errores, con su colaboración, hacen posible mi reencuentro con mi propio
corazón, con mi verdad, con lo que soy.
Incluso cuando ese cruce de caminos supone el dolor del desamor, del
sentimiento de traición, de abandono, incluso entonces. Gracias a estas
experiencias aprendo: del dolor del desengaño, a despertar. Este aprendizaje me
permite elegir mi verdad, sentirla y mostrarla tanto como pueda, pues no quiero
dañar a otros, como yo he sido dañada con la falta de transparencia que garantiza
una vida vivida desde los mundos de Morfeo.
Aprendo, gracias a los fracasos sentimentales, que el Amor es algo mucho más
grande que un sueño pasajero por hermoso que se presente.
Aprendo a ser muy cautelosa con la seducción inicial que se da en una relación
donde todo parece perfecto, pues el halago solo alimenta al narcisismo, a la
vanidad y al orgullo, mientras que a largo plazo envenena al corazón y a la
confianza con su mentira.
Hay algunas cosas en las que cada vez tengo más fe, por ejemplo, cada día tengo
más claro que el sentido de mi vida pasa inexorablemente por el
Amor; sea lo que sea que haga con mi vida, si lo hago con Amor el viaje es más
fructífero que si lo hago fría y mecánicamente.
Para mí el Amor es la savia de la vida, la sustancia del alimento que va más allá
de lo superficial y lo aparente.
Cuando quiero a alguien es porque hay algo en esa persona que me interesa,
puede ser algo inmaterial perfectamente. Me puede interesar su simpatía, su
atractivo, su carisma, o cualquier otra virtud que sienta que me complementa.
Incluso me puede interesar su amor, si yo ando carente.
Para Amar necesito una madurez interna que solo puedo alcanzar con el
redescubrimiento de mi puzle, de las partes de mí misma que he negado o
rechazado internamente.
Siendo niña, entendí que había cosas en mí que no estaban bien, que no eran
buenas, aprendí a negarlas y a rechazarlas; mientras me identifiqué con las cosas
que me facilitaban la integración en mi entorno, por ejemplo: no me puedo
enfadar y si puedo ser cariñosa. A partir de esto empiezo a negar mi rabia, mi
enfado, mi desacuerdo (cuando lo he mostrado me he sentido rechazada), y
empiezo a mostrarme cariñosa incluso cuando algo me molesta (necesito
sentirme aceptada, dependo de mis adultos para sobrevivir). De esta manera se
va configurando un aspecto falso en mí. Acabo de crear un personaje que seduce
a los demás desde la sumisión. Para vivir con este personaje necesito olvidar que
hay cosas que me generan enfado; necesito creerme que soy merecedora de
amor; me convenzo a mí misma de que yo soy seductora y sumisa, es decir, me
convenzo de que yo soy mi personaje. Y mi verdad queda sepultada en el olvido.
Cuando soy mayor me siento atropellada por circunstancias para las que no
tengo recursos. Por ejemplo: frente a una agresión no tengo rabia con la que
defenderme o poner límites (y si la tengo da igual porque no tengo permiso
interno para utilizarla, es más, probablemente la ven todos menos yo que he
aprendido a negar que siento esas cosas prohibidas); intento amar y solo consigo
relaciones pasajeras, o relaciones en las que no me siento bien (si estoy negando
que soy quien soy, si no me siento a mí misma, no puedo sentir mi amor;
confundo mi sufrimiento frente a mi necesidad de amor, con el Amor mismo); no
sé cómo es que hago lo que hago: ¿lo hago porque es lo que los demás esperan
de mí?, o al revés ¿lo hago porque no quiero sentir que estoy obedeciendo?, da
igual si lo hago desde la sumisión o desde la rebeldía, el tema es que no tengo
espacio interno para saber qué quiero hacer yo, más allá de lo que quieran los
demás.
Para recuperar lo que es mío (a mí misma) necesito ir al encuentro de mi niña
interna herida (en este ejemplo mi potencial para enfadarme es el que queda
bloqueado en la infancia) y, a partir de ese reencuentro, acoger a esa Montse real,
que lleva tanto tiempo escondida en la oscuridad de mi inconsciente para
devolverle su lugar en mí. Incluso si el mundo entero (el sistema, la sociedad)
me rechazara por ser quien soy en realidad, lo único importante es que yo me
acepte, que yo me integre en mí misma. Al menos si quiero dejar de interpretar
la vida para empezar a vivirla.
Mientras la nave se aprestaba al atraque, un niño, desconocido para todos los allí
presentes, se acercó corriendo al muelle y se instaló allí, de pie, con la mirada
fija en el navío y en la impresionante figura que, desde la borda, oteaba el
horizonte intentando reconocer todo aquello que dejara tanto tiempo atrás.
Cuenta el viejo que el niño guardaba algo en el regazo, aunque no puede
recordar bien qué fuera, ya que el tiempo y la memoria transmutaban el
recuerdo, aunque bien pudiera ser un libro, una flor algo marchita, o cualquier
objeto cotidiano: una pequeña jarra de agua cristalina, quizás un cestillo de
frutas o simplemente un juguete; quizás tampoco importe. Lo cierto es que,
cuando el viajero descendió por la rampa de madera, solo tuvo ojos para ese niño
que tan extrañamente se le parecía.
El niño extendió los brazos y, mientras ignoraba los halagos, los vítores, los
saludos de los dignatarios, él estrechó entre los suyos al infante.
Tampoco puede el anciano explicar con claridad qué sucedió entonces; lo único
cierto, aunque todos los allí presentes lo negarían más tarde, es que el tan
largamente esperado extrajo de los pliegues de su túnica un tosco pífano y salió
del muelle bailando, con el niño en un brazo, y se dirigió hacia los prados
cercanos seguido por toda la chiquillería de la ciudad. Y mientras los poetas, los
escribas y funcionarios, los ricos mercaderes, los sacerdotes y los mandatarios se
dedicaban a contarse unos a otros la historia que sería inscrita en los anales, las
risas, la música, los gritos de gozo, llegaban a sus oídos envidiosos.
Así transcurrió el día hasta que, agotados y felices, mientras el sol caía, los niños
fueron regresando a sus hogares y el viajero, silbando todavía, se dirigió al fin a
su encuentro con Penélope.
POLARIDAD: SEDUCTOR / SEDUCIDO TRANSPARENCIA
Si reconozco mis dos capacidades, sin identificarme con ninguna de ellas, puedo
alcanzar mi transparencia. Esa que me permite mostrarme “realmente”, y pedir
lo que necesito de forma clara y directa, asumiendo el riesgo de ser frustrada y
respetando el derecho del otro a decir No.
En mi Transparencia puedo expresar lo que soy y siento porque para que sea
posible esta actitud es condición mi buen anclaje interior. Si me tengo a mí no
me es imprescindible el otro. Puedo arriesgarme a no gustarle. Puedo, por tanto,
Ser ante él, pues teniéndome no hay un gran agujero que llenar ilusoriamente.
Paso a ser producto cuando quiero algo a cualquier precio, o bien cuando busco
la aprobación, el reconocimiento de alguien. También paso a ser producto
cuando quiero enamorar a alguien. Voy a centrarme ahora en este punto.
Detrás de todo esto solo hay un no me atrevo a SER, sin más, ante ti. Porque
temo no gustarte si me ves tal como soy. Luego quiero gustarte, es decir yo no
me gusto, por eso necesito gustarte a ti, para compensar mi propia inseguridad,
mi propio auto-concepto.
Por otra parte, cuando me dejo seducir, en realidad, estoy en el mismo sitio. En
la falta de autoestima. Por eso necesito que me hagas sentir especial y tantas
otras cosas, para compensar mi autodevaluación y mi propia inseguridad.
Admito que cada vez me permito más ser repelente. Puedo decir las cosas con
más claridad, con más contundencia, con más firmeza. Y aunque sé que esto no a
todo el mundo le gusta, que aquellos que no se permiten este registro, se pueden
indignar frente a la fuerza que supone mostrarse, sinceramente, me sienta bien
hacerlo, esto es para mí lo más importante.
Me libera saber que no necesito gustarle a todo el mundo, es más, que no quiero
hacerlo, pues el precio que eso supone no estoy dispuesta a pagarlo, a mí no me
compensa y tampoco me interesa.
La seducción es una trampa que me sirve, cuando estoy ahí atrapada, para
confirmar que necesito seguir seduciendo para conseguir Amor. Pues cuando
me ven a mí, a lo que soy en verdad (¿alguien repelente?), me acaban
rechazando. Por tanto, necesito dejarme seducir una y otra vez para calmar ese
hambre de Amor con el sucedáneo de unas palabras y unas miradas tan mágicas
como las que me regala el seductor.
Mientras que si me muestro tal cual soy desde el principio, quizá habré
cautivado a un número menor de personas a lo largo de mi vida, pero será
verdad. Me amarán sabiendo a quién están amando, y lejos de rechazarme,
estarán conmigo, me apoyarán y disfrutarán de mi compañía pues la han elegido
libremente, sabiendo lo que elegían. Sin artimañas, sin engaños, sin
embaucamiento y sin sorpresas.
Porque ante mi hambre de amor volveré a seducir, una y otra vez, en un intento
de calmar ese vacío. Si estoy atrapada en el mecanismo de la seducción es
porque no me doy cuenta de que la seducción es un pozo sin fondo, que no nutre
a nadie salvo a mi propia falta de amor hacia mí misma. Además, si estoy
atrapada en el mecanismo de la seducción eso es lo único que necesito: Amarme.
El mecanismo es el mismo dentro que fuera: para Amarme necesito conocerme,
verme y relacionarme con mi verdad interna.
Las mismas cosas del otro, que al inicio me atraían con tanta fuerza, las acabo
rechazando con el paso del tiempo, salvo que haga el proceso de reapropiarme
de ellas dentro de mí. Si consigo aceptarlas en mí, también las aceptaré en el
otro. Solo entonces estaré en disposición de llegar a amar a esa persona, dado
que entonces ya estaré amándome a mí, a mi verdad interna, a lo que soy.
¿No me doy cuenta de que tras esa sonrisa y esa mirada irresistible solo hay un
gran agujero, hambre y dolor, que busca anestesiarse con sucedáneos? ¿No me
doy cuenta de que el problema radica en que no soy capaz de llenarme de las
partes de mí que no veo ni Re-Conozco?
Cada vez que toco el dolor del fracaso sentimental me viene a la memoria uno de
mis maestros, el más sagrado para mí, el hombre que mejor ha sabido
acompañarme en mi descubrimiento de mí misma. Él dice una frase muy
hermosa, como todo cuanto dice; la frase es: donde no hay amor, pon amor, y el
amor germinará.
Todo cuanto este hombre desprende en sus enseñanzas yo lo tomo por la puerta
principal de mi corazón.
Las tierras desmineralizadas precisan trabajo duro para volver a estar vivas.
Sembrar en ellas antes de hacer todo ese proceso, además de agotador es
lamentable, porque las semillas ahí plantadas se pudren, y arrastran al que las
siembra, pudriendo también sus esperanzas, su alegría y su confianza.
Amar sí, por supuesto, pero sin dejar de amarme yo misma, tanto como sea
necesario para poder retirarme en caso necesario, antes de hacerme un daño
irreversible. Y esto es casi una garantía si decido sembrar en la tierra de alguien
que no se ama, que no se mineraliza.
Todo este aprendizaje se lo debo a esos cruces de camino que acaban en
desengaño. Que mientras duran me hacen sentir que se parte mi corazón en mil
pedazos, y que después de un tiempo, me están aportando una sabiduría
emocional que de ninguna otra manera habría obtenido.
Ojalá supiera amar sin expectativas, sin pretensiones, sin esperar ser
correspondida. Sin embargo, soy humana, tengo carencias, necesidades, y a
veces, frecuentemente, estoy perdida. Ojalá no fuera así, pero la realidad no es
ideal, es la que es. Y vivir con la realidad externa, haciéndola compatible con mi
propia realidad interna donde están mis heridas, a veces es sumamente doloroso.
Al no darme cuenta de que ya formo parte del único Todo al que pertenezco de
verdad, necesito sustitutos en los que poder integrarme.
De la misma manera que el sistema (un Todo artificial), usurpa el lugar que
dentro de mí debería ocupar mi Fe y mi certeza respecto a mi Fuente Creadora,
mis personajes usurpan el lugar de mi Ser y esto hace que la seducción usurpe el
lugar del Amor.
Cuando yo en esencia no estoy ocupando mí lugar, éste queda vacío y, por tanto,
disponible para ser fraudulentamente ocupado por mis personajes. Mis
personajes no son reales, y algo que no es real ni tiene amor, ni puede amar, solo
puede interpretarlo. Mis personajes hacen lo que saben hacer: seducir.
Para ver los frutos del amor materializándose en mi vida es fundamental que me
desmarque del propósito de dar la talla que socialmente está bien vista. Esto es
todo un trabajo interior, es difícil, y es posible.
Me programó para unas cuantas cosas: Para conseguir un empleo fijo y tratar de
subir peldaños que me aportaran éxito y beneficios económicos. Para tener una
pareja con la que formar una familia a través de unos hijos que aseguraran la
continuidad del sistema, al fin y al cabo. Para medir mi valía en función de la
aceptación y la aprobación de los demás. Para cumplir una serie de protocolos
establecidos y que en ningún caso he decidido yo, como por ejemplo esconder
mi cuerpo bajo unas ropas, como si mi cuerpo fuera algo de lo que tuviera que
avergonzarme si alguien me lo ve sin más. No solo eso, sino que las ropas han de
ser unas en concreto, que se ajusten a las modas del momento, porque si salgo a
la calle para ir a trabajar con un vestido de cola y volantes todo el mundo me
mirará con la misma cara que si salgo desnuda, como si yo fuera una demente
por romper con lo establecido.
Este sistema es altamente destructivo, hablo del mismo sistema que está
machacando a nuestro planeta, bombardeándolo, contaminándolo, explotándolo
y masacrándolo. No solo la tierra está siendo demolida, sino todos los seres
vivos que habitamos aquí. Los humanos hacemos barbaridades sin escrúpulo ni
conciencia, la barbarie está por todas partes: basta investigar un poco en una
granja o una nave que almacena animales vivos destinados al consumo para
entender lo que intento transmitir. Y sin ir tan lejos, basta investigar un poco en
el interior de mí misma para llegar a la misma conclusión.
Veo que a la especie humana el programa nos enseña a cerrar los ojos, nos
convierte en ciegos: es una de sus funciones. Es esta inconsciencia la que nos
deshumaniza, la que nos transforma en consumidores de mentiras, en cómplices
encubiertos de la destrucción del mundo, en alienígenas dentro de nuestros
cuerpos que se atiborran de medicamentos al más mínimo contratiempo con tal
de no sentirnos a nosotros mismos, con tal de seguir produciendo.
La gran parte del tiempo que dedico a dormir, creyendo estar despierta, está
favoreciendo mi conversión en un robot de carne y hueso. Como robot cumplo
ciegamente con el programa establecido por el sistema. Y obedezco porque he
perdido el contacto con mi compasión, con mi sensibilidad, con mi humanidad.
Me cortaron mis alas de ángel para que no fuera capaz de hacer otra cosa que
seguir el curso de lo que está impuesto. Para que creyera que estoy felizmente
adaptada a un sistema esclavista y mutilador.
Cuando elijo seguir adaptada es porque estoy ahí, sin plantearme nada más que
poca cosa, entonces le estoy dando continuidad, con mi aceptación y mi
adaptación, a este sistema que arrasa con la vida, con la verdadera libertad, con
el instinto y con la naturaleza misma.
Soy consciencia, soy instinto, soy cuerpo, soy emoción, soy mente y soy
espíritu. Soy todo eso y nada más que eso. Igual que tú. No hay motivo de
competencia entre nosotros pues todos somos lo mismo.
Sin embargo, el sistema me dice que para sentir que soy alguien tengo que
competir con todos los demás y superarlos.
Me enseña a valorarme en función de los objetivos que consigo para él, y no en
función de lo que soy en realidad.
Y todo este impedimento de ser y dejar ser a cada cosa lo que es tal como es:
¿Para qué? Para que lo que no cabe quepa dentro de la jaula de los robots
mecánicos.
Pudiendo ser humana, ¿elijo seguir funcionando atornillada y oxidada por un
sistema basado en la ignorancia?
Yo creo sinceramente que este sistema se mantiene solo por una razón; realmente
somos muy pocos los que nos hacemos la pregunta: ¿de verdad queremos esto?
Es muy loco, muy sin sentido y también muy real. ¿De verdad queremos esto?
Le vendo el alma al diablo, sin darme cuenta de que ese pobre diablo tiene su
propia alma hipotecada de la misma forma que yo. ¿Estamos todos atrapados en
la misma red?
Esa Montse que no se enfada nunca le hagas lo que hagas, que jamás dice una
palabra más alta que otra, que de ninguna manera osaría desobedecer, tan
educada, tan sumisa, tan manipulable no soy Yo. Es un mero personaje que
inventé para sobrevivir en este sistema, y es un personaje que hoy pelea por
hacerse con las riendas de mi vida.
Finalmente entiendo que cada uno de ellos son parte del espejo que la vida me
pone delante para que vea mi propio interior reflejado. Hay partes de mí que se
suman a la consciencia, y hay partes de mí que se retuercen entre resistencias.
No seré la primera ni la última en abrir los ojos, lo han hecho antes millones de
personas; los más conocidos: todos los filósofos de la historia de la humanidad
(diplomados o autodidactas, ¿qué más da?).
¿Quién soy en realidad? ¿Qué pasa en la vida cuando me despierto? ¿Qué pasa
ahí fuera, lejos de esta celda habitual?
PERDONAR
Crecer implica soltar la seguridad que aportan otros con su respaldo y su apoyo.
No puedo soltar esto hasta que he elaborado internamente mis propios recursos
para obtener el autoapoyo y el coraje necesarios que me permiten asumir riesgos
y responsabilidades.
Cuando los padres o figuras sustitutas no han sabido o no han podido dar al
infante una maduración adecuada, es decir nutritiva a la vez que liberadora, éste
se queda atrapado en aquellos y no puede crecer.
Crecer también implica poder tomar el regalo y la referencia que los adultos
ponen al alcance del niño. Si este regalo es tóxico o el referente es enfermo, el
niño no puede madurar. Y es tóxico o enfermo cuando es manipulativo, cuando
es “autoritarista”, injusto y limitante.
Manipular a un niño para que siga siendo infantil con 50 años de edad es muy
fácil. Lo difícil es conseguir que la persona con 8 años tenga 8 años, con 20
tenga 20 y con 50 tenga 50. Si a un niño se le pide que cumpla con obligaciones
y responsabilidades propias de un adulto, se le está robando la infancia, por tanto
la tiene pendiente, y esa deuda se le va a manifestar el resto de su vida, porque
no ha tenido el espacio ni el tiempo necesarios para vivir la infancia de una
forma natural que le permita transitar el paso por las etapas, nutrirse de todo
cuanto representan esos años, para cargarse de energía y poder dar, de forma
adecuada, el salto a la etapa siguiente.
Puedo comer una fruta que no está madura, evidentemente, pero al hacerlo estoy
impidiendo que madure algún día, me impido nutrirme con sus propiedades que
están en desarrollo y, al tomarla antes de tiempo, bloqueo.
Hay padres que manipulan a sus hijos cuando tratan de ser exitosos, porque no
soportan el miedo a quedarse solos si ellos labran su porvenir y siguen su camino
en otra dirección que los aleje de su control, de su “posesión”.
Y todo esto ocurre, porque estos “adultos”, han “crecido” con su propio interior
atascado en la infancia y en la dependencia.
Muchos adultos estamos carentes, necesitados de atención y de cuidados y no
dispuestos a responsabilizarnos de nosotros mismos y nuestras necesidades.
Nadie nos enseñó algo diferente. Nuestros propios padres estaban atascados en el
mismo sitio, o similar.
Aceptar mi humanidad es asumir que soy perfecta con las limitaciones que
tengo. Para eso he venido a esta vida y a este mundo. Para tener la oportunidad
de vivir una serie de experiencias que me ayuden a saber de mí, a conocerme, a
completarme en mí misma y a descubrir que “tal como es” todo es
absolutamente maravilloso. El otro también.
Pido perdón por mi inmadurez a todos aquellos a los que salpicó mi forma de
hacer. Ya sé que tengo derecho a equivocarme, ya sé que tengo derecho a
aprender y que todos estamos en la misma misión, por tanto, todos somos
utilizables para el aprendizaje de los demás. Sin embargo, cuando veo el dolor
que puede haber causado mi actitud y mi ignorancia, me duele, y aunque el
perdón empieza y acaba en mí misma, me gusta pedirlo también a aquellos, pues
sé que es un regalo que les permite negociar también consigo mismos, con sus
propios jueces internos que también a mí me juzgan. Pedir perdón es ayudar al
otro a descubrir algo que está más allá de lo que sabe.
Si tengo derecho a usar a los demás para crecer, también lo tengo a pedir perdón
cuando ese uso les lastima. Pedir perdón no debe ser algo que utilizo en
beneficio propio para des-culpabilizarme, sino un regalo que le ofrezco al
dañado al reconocer que me doy cuenta del daño hecho y así le agradezco su
ayuda al participar en mi vida, pues gracias a ésta yo aprendo y puedo hacer un
cambio de actitud.
Tengo la esperanza de que, al pedir perdón, tal vez al otro le ayude a conectar
con lo mejor de sí mismo, quién sabe. Y soy consciente de que “perdón” es una
palabra y nada más que eso. El verdadero perdón es un acto de amor interno, de
cada cual consigo mismo, y es consecuencia de aceptar el error, de asumir, de
apropiarse, de reconocer, de responsabilizarse.
O bien lo puedo ver de otra manera, intentaré llenar ese vacío con algo
sustitutorio que de ninguna forma me sirve, pues nada ni nadie puede sustituirme
en ese agujero que se produce por la falta de mis partes. Si yo me falto a mí
misma, si no me tengo (pues me he rechazado), nada podrá encajar en ese vacío,
salvo mis propias partes. Cualquier otra cosa dará una falsa sensación de
saciedad, momentánea e indigesta, que pronto se desvanecerá.
Una forma de intentar llenar ese vacío es la de enamorarme una y otra vez. ¿Qué
pasa al enamorarme?
Cuando yo las veo en ese espejo que me ofrecen los demás, me siento
tremendamente imantada por ellas, pues realmente las necesito para sentirme
entera. Y me siento imantada desde el rechazo o desde la atracción.
Cuando en otra persona veo algunas de esas cosas que a mí parecen faltarme,
desde este auto-rechazo del que hablo, inmediatamente me siento fascinada por
esa persona, esto es así en el caso de que se trate de alguien sexualmente
compatible conmigo, si soy hetero me fascinarán los hombres que se permiten
eso que yo rechazo en mí, si fuera lesbiana me pasaría igualmente con las
mujeres. Los hombres que me muestran, a través de su espejo, mi propia sombra,
me cautivan. Mientras que en mujeres que me muestran el mismo espejo puedo
sentir automáticamente el mismo rechazo que veo en mí misma.
O puede pasar que no incorpore lo que niego que soy, y de la misma forma en
que lo rechazo en mí, acabe rechazándolo también en él. Aquello que me
enamoró de él es lo mismo que acabaré detestando si me niego a crecer.
En realidad, la media naranja que ando buscando solo está en un lugar; lo que a
mi realmente me completa por dentro, lo que me hace entera, solo está en mi
interior. En tanto no me doy cuenta de esto, puedo llegar a idealizar a ese otro
que me recuerda con su propia actitud quién soy en realidad. La atracción puede
llevarme a idealizar al otro, y esto es muy peligroso, pues el día que descubra
que ese otro no es lo que yo creía (una réplica de mi mitad negada que yo puedo
“tragarme” para sentirme entera) volveré a mi sensación de vacío y error. Y de la
misma manera que había puesto en un pedestal a esa persona con la que tan
saciada parecía sentirme, ahora que descubro que no es mi mitad, mi
complemento, mi alma gemela, mi media naranja, mi parte rechazada, al fin y
al cabo, ahora que sé que no lo es, sino que él es él y yo soy yo, entonces se me
cae del pedestal en que lo había puesto. Me siento engañada: “no eres lo que
parecías”, en realidad sería mejor decir no cumples con las expectativas que yo
me había formado, pensé que contigo dejaría de sentir mi vacío y mi dolor y
no es verdad. Nadie me ha engañado salvo yo misma.
Primero no veía a la persona que tenía delante porque lo había convertido en otra
cosa y lo había elevado por encima de las nubes. Ahora que ha caído tampoco lo
veo, porque lo he cubierto con 50 metros de tierra sobre sí, o lo que es lo mismo,
he volcado toda mi decepción, mi rabia y mi frustración sobre esa persona por
no encarnar aquel ideal que yo quería que fuera. En esta posición no puedo ver
las cosas buenas que tiene esa persona, y si las veo da igual porque no me
interesan. Cuando cae alguien del pedestal de mi idealización lo único que me
interesa es mi decepción: no es lo que yo quería que fuera.
Después, cuando compruebo mi error, que esa persona no es como yo quería que
fuera, que esa persona no es mi mitad y por tanto no me completa desde dentro,
la culpo por haber hecho yo ese desplazamiento, en un acto egoísta de intentar
completarme.
Al revés pasa lo mismo, cuando el otro comprueba que no puede llenar su vacío
a través mío, le dé lo que le dé yo, empieza a despreciarme, por ejemplo:
empieza a gritarme, a insultarme, a faltarme al respeto, a tratarme como si yo
fuera lo peor de este mundo, (mientras yo lo permito claro está) y todo porque se
ha equivocado él.
Me siento atraída por ti: ¡cuidado!, esta misma atracción puede acabar
despertando el más profundo rechazo si mi atención se despista y me olvido del
mecanismo que trata de ponerse en acción.
¿Enamorarme? NO. Salvo que utilice esta “excusa” para rescatar en mí lo que tu
tan generosamente me muestras.
¿Amar? SÍ, sin la más mínima duda.
La madurez en mis relaciones de amor pasa por la madurez interna suya y mía;
si he encontrado en mí lo que me falta, lo que algún día rechacé y escondí, si lo
he vuelto a incorporar, ya no persigo un espejismo, ya no necesito completarme
con otro, porque si he encontrado la mitad de mí misma en mí misma, ya no voy
a la pata coja esperando una pierna de otra persona que haga las funciones de mi
propia pierna invalidada.
Esto es lo me ocurre por ser romántica. He construido mi carácter con los hilos
del desamor, del sentimiento de abandono y de traición. Jamás conocí a mi padre
y jamás disfruté de mi madre. Arrastro desde mi primera infancia una herida
mortal en mi corazón y a diferencia de otros caracteres, no evito ese dolor, es
decir, soy muy consciente de esa carencia, de esa necesidad desatendida.
Necesito aprender a buscar en mi interior, que no es tarea fácil.
En realidad, es igual de triste en ambos casos. Qué más da, romántica sufridora,
que conquistador superficial. Todos nos buscamos a nosotros mismos y no nos
encontramos porque buscamos a través de los demás y no en nuestro interior.
Basta pararme a buscar internamente y acoger, dentro de mí, todo ese amor que
no sé dónde poner ahí fuera, a quién dárselo. Aplicarlo a mi propia herida
original, la del rechazo, la del abandono que fue externo y que yo hice mío, al
dirigirlo hacia mis partes negadas. Y toda esta locura llega a su fin.
Al final, soy quien soy, soy como soy, no puedo y tampoco quiero renunciar a mi
naturaleza.
No quiero inventarme ser otra persona, distinta a quien soy, para cumplir con las
expectativas de alguien. Soy perfecta tal como soy, lo único que necesito es
volver a ser entera, nada más.
Una vez conseguido esto, ya sin ese vacío devorador, entonces sí puedo
seleccionar a la persona con la que me voy a relacionar para no hacerme, ni
hacerle, daño. Poder decir adiós si descubro que me he equivocado, y poder vivir
sola si es necesario, sin que se me vaya la vida en el intento.
Por difícil que parezca, mi vida solo se llena de sentido amando. El mayor
desafío, el mayor acto de amor es el de aprender a aceptarme como soy, aprender
a cuidarme de mi propia neura y a no hacer mías las neuras y prejuicios del
entorno.
Soy una persona emocionalmente muy intensa, justo por eso sé cuánto daño me
producen las heridas del fracaso, del engaño o de la traición. También sé cuánto
he aprendido de todas estas experiencias y cuánto agradezco hoy haber tenido la
capacidad de convertirlas en desafíos para salir nutrida. Mi aprendizaje me lleva
a tomar una decisión: no quiero volver a engañarme o a traicionarme. Elijo el
respeto y la fidelidad hacia mí. Lo que no encaje en mi decisión, definitivamente
no lo quiero en mi vida.
No necesito seguir peleándome con lo que soy, lo único que necesito es
aceptarme, quererme y mostrarme al mundo siendo quien soy y no quien los
demás quieren que sea.
TORA… Historia de “la otra” mujer perdida
Tora fue la otra, pero solo por un rato… en realidad, hubo una “otra” que
también la desplazó a ella, igual que hiciera Tora con “otras ellas”, tantas veces
como sus caprichos lo exigieran.
Cada vez que conseguía derretir con sus encantos a la presa de sus antojos, se
sentía una diva triunfadora, inflada como un globo, flotando entre las olas de su
vanidad y de su orgullo.
Y cada vez que otra la desplazaba a ella, Tora sentía que se ahogaba literalmente
en las mismas aguas de su vanidad y orgullo, esta vez seriamente lastimados.
Así, con el corazón congelado y atrapada por completo en los ideales irreales de
su pensamiento iluso, ahora caminaba sola, por una calle despoblada, huyendo
de su última aventura-tragedia, y en busca de una nueva oportunidad para volver
a pelear en la guerra de sus sentimientos.
Como si cada conquista nueva fuera una nueva ocasión de conquistar su propio
corazón, Tora avanzaba, sin mirar atrás, en busca de su oportunidad, para volver
a destruirla una vez más, pues toda su energía se desviaba en conseguir el amor
de otro, nunca en sentir ella su propio amor.
Su último intento de amar a un hombre había hecho que sus ilusiones galoparan
en dirección a la nitroglicerina, al borde del infarto…. Aquel hombre
apasionante, irresistible, inaccesible…, aunque no para ella. Aquel pelo negro,
brillante, tupido. Aquellos ojos oscuros, penetrantes, firmes, de una dureza
extrema que grita socorro tras su máscara de hierro. Aquel hombre fue una
flecha directamente lanzada hacia los anhelos de Tora.
El brillo que lanzaban los ojos de Tora recorría centímetro a centímetro los
labios de aquel hombre, que le hablaban con un tono de voz grave, mirándola
directamente a los ojos, dejándose atrapar por aquella energía electrizante que
ella lanzaba con su sola presencia, haciendo que el estómago de él se encogiera y
se balanceara como un muñeco en manos de una niña traviesa, revoltosa,
juguetona, a la que cada segundo que pasaba, deseaba poseer con toda la
intensidad de cada célula de su cuerpo.
Tora acercó su pecho hacia el pecho de él, con la mirada clavada por debajo de
su ombligo, dejó rozar sus labios húmedos contra los labios de él que
entreabiertos esperaban ese momento para apretarse en la boca de ella,
intentando saciar toda el hambre y toda la sed que ella había despertado con su
erotismo.
Se dieron algunos encuentros más después de aquel, hasta gastar las ganas. Para
él la experiencia acababa allí. Para ella aquello era el principio de la eternidad.
En este triángulo ambas “otras” eran rivales. Ambas habían perdido al hombre
que amaban en los brazos de otra mujer. Una en el lecho del hogar. La otra en el
lecho prohibido.
Paró en una cafetería del camino para hacer un break que le diera energía para
continuar su recorrido. Entró en el bar, altiva, arrogante, caminando cargada de
la sensualidad que la caracterizaba. Desparramando a su paso aquella energía
suya que parecía medio humana, medio animal… Su mirada hábil encontró
rápido un lugar para encenderse nuevamente, allí estaba él, un hombre de pelo
cobrizo, de aspecto desenfadado y juvenil, que le clavaba los ojos mientras la
veía caminar, acercarse suavemente. La miraba con hambre, con complicidad,
con ganas…. Tora estaba nuevamente frente a una oportunidad de entregarse a
su propio corazón y al respeto por sí misma. O hacerse daño una vez más.
ESENCIA DE LUZ
Si me encuentro con otro que también vive en conexión con su propia esencia,
con su luz y con su amor, el espacio que hay entre esa persona y yo se va
llenando de la luz y del amor que ambos ponemos en la relación. De esa manera
se forma un nuevo centro entre los dos que contiene de ambas partes pura
esencia. Entonces somos tres centros: tu, yo y nosotros. Como este nosotros
contiene esencia, nuestras diferencias individuales, nuestras limitaciones, se ven
compensadas. Incluso se van reparando con la medicina de nuestro amor, y eso
nos permite crecer y desarrollarnos, tanto individualmente, como a nivel de
relación. Esto para mí es una relación sana.
Ahora bien, si observo ese centro que soy, puedo ver que en torno a él se han ido
desarrollando una serie de capas protectoras.
Y como las capas de una cebolla protegen al núcleo, las capas de mis miedos
intentan proteger a mi amor y a mi luz.
Así, cuando miro para adentro puedo ver que mi centro está envuelto por la capa
del miedo al abandono, y esta a su vez está envuelta por la capa del miedo al
rechazo, que también se ve envuelta por la capa del miedo al ridículo, y después
veo la capa del miedo a la traición, y así, en un largo etcétera, un miedo va
protegiendo al anterior, consiguiendo finalmente que mi centro amoroso tenga el
mismo aspecto de una pierna escayolada, donde la carne está rodeada por vueltas
y más vueltas de vendas y escayola. Que impiden el contacto y el movimiento de
lo esencial de mí.
Ese vendaje formado por mis miedos, esa escayola en mi corazón, me intenta
proteger del dolor: me asegura que nada ni nadie me lastime, “que nada ni nadie
pueda compartir conmigo mi luz y mi sentimiento”. Lo paradójico es que me
intenta proteger del dolor robándome la vida. Pues teniendo en cuenta que el
centro de mi SER es luz y es amor, aquello que me impide la expresión de esa
luz y de ese amor, me obstaculiza ser yo misma y me está impidiendo vivir.
Claro que todos estos miedos, capas, vendajes…, han ido apareciendo en la
misma medida en que yo recibía heridas en mi centro. Claro que su función es
resguardarme. El problema es que me protegen desconectándome de la vida.
Cuando me quedo en una situación agresiva, en una relación que me daña, acabo
acorazándome con armaduras de plomo para sobrevivir al dolor que esa
situación me provoca. Esa armadura la construyo con miedo y rabia.
Si me doy cuenta de esto, entonces puedo elegir irme porque, en esa situación,
irme es elegir la vida.
Y si el terror ha llegado a helarme la sangre de tal manera que no puedo pensar,
ni decidir, entonces siempre me queda la posibilidad de pedir ayuda.
Ahora vemos que cuando uno de nosotros no está en conexión con ese núcleo,
sino que se mueve atrapado entre las capas de sus miedos, se relaciona desde ahí,
y solo puede conectar con otro que se relacione desde un lugar simétrico. Es una
condición imprescindible para crear un nosotros, que vibremos en una frecuencia
similar o compatible.
¿Qué quiero decir con esto?, si yo me muevo desde el miedo o la rabia, solo
puedo conectar con alguien que alimente mi miedo y mi rabia. En el caso de la
víctima sería un agresor.
En realidad, ese otro con el que mantengo una relación, no es, sino un espejo que
me refleja mi propio contenido. Por eso antes decía que desde la víctima encierro
en mí misma a mi peor enemigo, a mi mayor agresor, a quien me somete a
aguantar lo que estoy aguantando.
No existe la posibilidad de que eso ocurra porque una persona que se respeta a sí
misma jamás lo permitiría.
Esto, por muy duro que suene, es la creencia que habita en mi inconsciente
frente a esta polarización, y aunque conscientemente sé que no es así, y que
todos los seres humanos tenemos un hermoso núcleo de amor y de luz, la verdad
es que las capas de mis miedos, a veces, se pudren de tanto apretarse unas contra
otras, de tanto rozarse, y llego a confundir esas capas con mi verdad profunda
que es bien distinta.
La posibilidad de construir una vida mejor existe, está ahí. Y pasa por limpiar y
sanear la confusión interna y esas heridas de mi alma que muchas veces arrastro
desde mi infancia, porque eso es lo que me está robando mi salud y mi paz.
Y porque del mismo modo que si estoy atrapada en el rol de víctima encierro
dentro a mi peor enemigo, o sea, a mi mayor agresor, al provocar o permitir lo
que ocurre. Si estoy atrapada en el rol de la agresora también encierro dentro a
mi mayor agredida, a mi víctima más maltratada, el espejo que me ofrece mi
pareja me lo está mostrando sea cual sea la polarización con la que me
identifique.
Si me muevo desde la polaridad agresora, cada grito, cada insulto, cada golpe
que le dé a la persona que comparta mi vida, será un grito, un insulto y un golpe
que me estaré dando en mi propia capacidad de amar. Será mi propio centro de
luz y de amor quien estará mutilado y sepultado en una tumba de desprecio
desde la que vomitaré hacia fuera lo que en realidad nace y vive dentro de mí
misma.
La elección de dónde, cómo y con quién quiero vivir solo puedo hacerla yo.
Si me veo en esta situación y deseo romper ese círculo vicioso creado entre
ambos, puedo hacerlo, pidiendo ayuda, y estando dispuesta a perder las ventajas
que supuestamente contiene el mantenerme ahí.
Necesitaré cuestionar cada creencia del tipo “no puedo” …, necesitaré valorar
todas las opciones, y lo más importante necesitaré cuestionar cada justificación
que, estando implicada, defiendo para mantener esa situación.
Y si después de mirar con lupa lo que está ahí enredado, decido continuar en el
infierno, puedo hacerlo; es mi vida. Eso sí, asumiendo mi decisión.
También puedo decidir otra cosa y esa posibilidad es la que, desde ese rol, no
veo, no reconozco, salvo que me ayuden a responsabilizarme de que soy yo, y
solo yo, quien está eligiendo darle continuidad a lo que puede ser detenido.
También puedo enseñarle que cuando alguien se propasa es ese alguien quien
sale perdiendo, pues pierde la posibilidad de tener una relación de amor, de
respeto, de complicidad, de unión…, ya que, si alguien se propasa conmigo,
como mínimo, yo me doy la vuelta y me voy.
¿Qué les quiero enseñar a mis hijos?
Y tú. ¿Qué les quieres enseñar a tus hijos?
¿Qué tipo de relaciones quieres que construyan mañana?…, piénsalo.
Igual que a todos, a mí también me enseñó alguien a permitir lo que sea que
permito, a tratarme como sea que me trato, y a tratarle como le trato.
Que cada cual busque su respuesta; para mí el tema está claro, ninguna
comodidad o facilidad, sea económica o del tipo que sea, compensa mi
sufrimiento y el aplastamiento de mi dignidad, y mucho menos el de las personas
que yo amo y están a mi cargo, que sería el caso de los hijos.
No voy a enseñar a mis hijos a ser maltratadores, ni tampoco les voy a enseñar a
ser carne apaleada. Me niego.
Estar atrapada en una situación de este tipo es estar atrapada en una pesadilla, y
puedo despertar, o no. Si elijo dormir profundamente el resto de mi vida,
evidentemente es mi decisión, tengo ese derecho, sin embargo, quiero transmitir,
desde estas páginas, que de los sueños me puedo, me quiero y me debo
despertar, mientras que seguir durmiendo es renunciar a la vida.
Abrir mis ojos, mirar de frente mi vida, ver lo que estoy consintiendo y tomar la
decisión de salir de ese rol, de esa actitud, de esa situación. Hacer un proceso
personal que me ayude a resolver internamente lo que necesite sanar, para poder
elegir de ahora en adelante una existencia en conexión profunda con la belleza
de la vida, con mi capacidad amorosa y mi luz. Dejar que el pasado se quede en
el pasado y mirar hacia adelante desde un presente que me da la posibilidad de
construir otra cosa. El momento de hacerlo es Ahora.
Mi teoría es que él se siente tan atraído por este perfil porque viéndose al lado de
una mujer “autosuficiente “, se siente importante a través de ella. Las cosas no
son lo que parecen, tras una polaridad está la otra latente.
En ese momento él ya tiene su complemento, una mujer que parece fuerte, así su
propia imagen se ve reforzada, y sin embargo sufre, tiene carencias (le falta un
compañero, un padre para sus hijos…), es una víctima de la vida. Es perfecta
para que él pueda jugar su rol.
Resumiendo: a través del otro puedo ver lo que me niego a reconocer como
propio. El otro solo hace una función espejo para mí (y yo para el otro
evidentemente). Respecto a mi vida: “todo empieza y acaba en mí”.
Si consigo ver lo que no estoy viendo de mí, podré darme cuenta de que es un
tema de pura identificación: no es verdad que solo soy fuerte, no es verdad que
solo soy débil; no es verdad que solo soy agresora, no es verdad que solo soy
víctima. Lo que sí es verdad es que normalmente solo me identifico con una de
las dos caras de la moneda, y que me defiendo y justifico para evitar darme
cuenta de mi totalidad. Estoy rechazando en mí aquello que aprendí que era
rechazable en función del estímulo que mi entorno me devolvía cuando se
formaba mi carácter. Hoy imito aquellos patrones que aprendí. Hoy soy yo quien
me infrinjo el rechazo que entonces me regalaban los otros. Hoy soy yo mi
enemigo, y yo mi víctima; yo soy mi carcelero y soy mi presa, nadie más.
PODER PERSONAL
Al igual que el Dinero, el Poder parece ser una de las fuerzas principales que
mueven el mundo. Y también al igual que el Dinero, el tema del Poder genera
frases del tipo: “el poder es corrosivo”.
Siempre utilizo la misma fórmula: busco fuera lo que me falta dentro, y como
se trata de una necesidad interna, por más que encuentre fuera no me sirve para
calmar mi auténtica necesidad, mi hambre profunda.
Yo puedo gestionar todo lo bien o mal que quiera y pueda mi mundo interno, la
beneficiada o perjudicada soy yo al fin y al cabo. Pero cuando, atrapada en la
confusión, pretendo gestionar algo ajeno a mí misma como si fuera mío, corro el
riesgo de alborotar ese campo externo que está a mi alrededor.
No se trata de juzgar si soy buena o mala persona, no va por ahí la cosa, sino en
poder cuestionar cómo me muevo con el tema para llegar a hacerlo de la mejor
manera, entendiendo que si no lo estoy haciendo mejor de lo que lo hago, es
únicamente porque no sé. Si me doy cuenta puedo elaborarlo para mejorarme.
Yo seré la primera que saldrá ganando.
Son mecanismos que no siempre están a la vista, podría parecer que soy de una
manera mientras que realmente soy de otra; las apariencias no siempre son la
misma cosa que la realidad.
Sé que hay muchas personas que confunden el miedo con respeto. Están
equivocadas.
Si obedezco por miedo lo hago desde una connotación negativa que me genera
odio. Y si mi miedo es muy grande tal vez no tenga permiso interno para
validarme ese odio. Lo que tengo claro es que si estoy sufriendo el abuso de una
autoridad injusta me estoy cargando, por momentos, de rabia y de asco. ¿Cómo
voy a respetar aquello que me revuelve las tripas?
En cambio, cuando alguien me dice esto no es bueno para ti, por ejemplo, y
además me ayuda a comprender cómo me dañaría hacerlo, entonces puedo sentir
esa autoridad de otra manera, puedo aliarme con ella, puedo hacerla mía desde
mi corazón. Y agradecer a esa persona su cuidado y su atención conmigo.
Cuando crezco y me hago adulta, a no ser que me detenga para revisar todo esto,
seguiré usando lo que tengo de la forma que sé hacerlo, de la forma que aprendí.
Aunque me detenga y revise, por mí misma tengo lo que tengo, voy a necesitar
en algún momento que alguien me ayude a reparar. Alguien a quien pueda
reconocer como autoridad y que me de unos ladrillos distintos.
Este es uno de los trabajos más hermosos que se hacen en terapia, cuando se
hacen bien.
En resumen: para poder disfrutar de una buena gestión con mi propia autoridad
interna, y consecuentemente, disfrutar de mi poder personal, es de vital
importancia que me pare a revisar mi grabación interna, los mensajes que
almaceno en mi inconsciente y que son los que me dicen lo que está bien, lo que
está mal, o cómo se han de hacer las cosas.
Son esas creencias que operan desde mi inconsciente, sobre mí misma y sobre el
resto del mundo. A veces se trata de ideas equivocadas ó locas, que le dan la
forma que tiene a mi vida y a mi día a día.
Hilos que actúan desde lo más profundo para moverme como si fuera una
marioneta, como si fuera un robot. Incluso aunque conscientemente piense que
creo lo contrario de lo que en mi inconsciente está “mandando”.
En realidad, cuanto más pretendo probar que soy buena persona, más estoy
confirmando que no lo creo, por eso trato de constatarlo a cada paso, para ver si
así me lo puedo creer yo misma. Esta es la confusión interna. Existen unas ideas
enfermas (“soy dañina”, “no merezco amor”, “algo anda mal en mí”..., etc.) que
tienen el control total de mi vida mientras que no las hago conscientes y elaboro
un trabajo personal profundo que me permita verlas y desmontarlas.
Ser buena persona implica saber decir que NO, permitirme el enfado, marcar
unos límites muy claros y cuidarme.
Los conflictos no resueltos de mi pasado vuelven a aparecer en diferentes
situaciones y circunstancias, y lo hacen en el intento de ser elaborados.
“Pillar” a esa voz interna que me da razones para no mejorar mi situación, pues
es la voz de mi falta de madurez y de mi falta de responsabilidad sobre mi propia
vida y lo que construyo en ella. Ver esto es el camino para poder liberarme.
Mientras que no verlo es agarrarme al sufrimiento.
Despierto reacciones en los demás, según está mi interior, y eso me lleva muchas
veces a auto-confirmarme en mis creencias limitantes. Si me muevo desde la
negatividad despierto “mal rollo” en mi entorno y confirmo mi negatividad.
Si rechazo lo que juzgo “negativo”, olvido que todo tiene la otra cara de la
moneda. En realidad, estoy hablando de la misma moneda, por ejemplo: mi
capacidad para entregarme al placer es literalmente exacta a mi capacidad para
entregarme al dolor. Si no tolero el dolor tampoco puedo disfrutar el placer.
Esto es aplicable a todas las Polaridades que enfrento. Tengo una gran
capacidad de amar y también la tengo para odiar. Negar la polaridad que juzgo
inadecuada va generando una gran Sombra en mi inconsciente, se trata de la
parte de mí misma que yo rechazo.
Desde la sombra esa parte de mi Ser actúa, y lo hace sin pasar por mi
consciencia, de modo que puedo llegar a generar una cantidad de dolor
inestimable a mí misma y a quienes me rodean sin darme cuenta siquiera.
Y aceptarlo lleva implícito Responsabilizarme de ello; nadie tiene por qué sufrir
el mal trato de mi inconsciencia.
Cuando me muevo desde mi falta de responsabilidad personal puedo fácilmente
culpar a los demás de lo que me pasa y siento. De incomprensión, de abandono,
de mis sufrimientos y de mis problemas.
Aceptar todo lo que soy implica aceptar mis limitaciones y que me hago
responsable de ellas, y ellas necesitan maduración, atención, cuidado y cariño
para sanar. Si me sigo justificando el resto de mis días por hacer las cosas como
las hago, cuando descubro que me dañan o dañan a mi entorno, entonces no
estoy aceptando nada de mi parte, lo que hago es excusarme para seguir
haciendo lo que “me dé la gana” sin asumir el compromiso interno de cuidarme
y desarrollarme.
Cuando acepto mi parte “oscura” (que esa parte mía viva en la oscuridad no
significa que sea mala, sino que le falta luz, que no quiero saber que existe)
podré conocerla, y ver cuándo quiere actuar para poder decidir si le doy o no le
doy acción. Ya no estará actuando por cuenta propia, sino que estará siendo
“vista” y “acompañada” por mi mirada.
Lo más cercano a una Realidad más completa es reconocer que soy polar y
ambas polaridades están bien cuando no me identifico con ninguna, pues aquí las
estoy aceptando a ambas. Negar una polaridad es rechazar la mitad de mi
potencial, de mi capacidad, de mi verdad.
Mi poder es algo interno que pasa por respetar mis derechos y asumir mi
responsabilidad sobre mis acciones y las reacciones consecuentes; entendiendo y
aceptando que mi vida es el fruto de la forma en que gestiono: mi mundo interno
y mi capacidad para decidir lo que decido.
Mi lugar en el mundo está en mí. Esté donde sea que yo esté, con quien esté.
Más allá de lo que piensen los demás. Solo en mí, en mi verdad: en mi propia
conexión entre mi mente, mi corazón y mi instinto. En mi congruencia interna.
En la mirada que me devuelve “el espejo” puedo ver lo que fluye en mi interior.
Si mi contenido es de dolor, resentimiento, traición, miedo, abandono... esto será
lo que se muestre ante mí.
Responsabilizarme de mí, implica que yo elijo cada idea que vive en mí, que yo
elijo cada paso que doy y hacia donde lo doy, que ya no me sirve echarle la culpa
a otros de lo que me pasa, porque en mi vida quien decide soy yo. Soy yo quien
se equivoca y soy yo quien tiene el mérito de mis logros. Soy yo quien me
gobierna, mi vida es mía.
Para ser una Persona completa es necesario que me entregue a mi propia
integración. Que disuelva los límites que me separan de mi parte rechazada.
¿Dónde estoy yo?, ¿qué quiero yo? Si combino bien estas polaridades desde la
desidentificación, podré crear el espacio necesario entre mi exigencia y mi
obediencia, veré que no soy ni lo uno ni lo otro. Que más allá de esas actitudes
está mi propia voluntad, y que al hacerla consciente puedo vivirla. Esto es
entrega para mí.
Hago lo que yo elijo y decido porque es lo que yo quiero hacer, más allá de que
mi respuesta coincida o se aleje de la expectativa de los demás.
Si consigo ver este mecanismo y poner en la balanza el precio que estoy pagando
por conservar las ventajas de mi actitud, entonces podré elegir si quiero seguir
atrapándome ahí, o suelto las ventajas y empiezo a SER yo misma. Siempre está
en mí la última palabra de mis decisiones y de mis elecciones.
Sin trampa ni cartón, la cosa es así: me aceptas porque dejo que me manejes a tu
antojo, porque soy un títere en tus manos.
Asumo que soy quien soy. Que siento lo que siento. Que quiero o no quiero, lo
que sea. Me respeto y me permito. Me doy permiso para sentir lo que sea que
esté sintiendo. Y por encima de todo, me doy permiso para no gustarte.
Despierta, consciente. Mientras no llegue a este punto, por muy hermosos que
sean mis sueños, se quedarán en el País de Nunca Jamás.
En este momento de mi vida, estoy poniendo una gran parte de mi energía en el
tema de la Aceptación.
Hay una parte de mí que quiere algo, y hay otra parte de mí que pone trabas.
Cuando estoy en la angustia he de mirar esas partes mías para llegar a resolver.
Necesito encontrar mis desacuerdos internos para poner orden. Existen una serie
de condicionantes que hacen que lo que yo deseo yo misma
lo cuestione. Hay una experiencia de vida tras ese cuestionamiento, o bien, hay
una serie de información (que puede ser fruto de mi experiencia personal, o no, o
puedo haberla aprendido de otros) que me hace dudar frente a la decisión.
En cualquier caso, mientras dura el desacuerdo yo estoy en la angustia.
Necesito confrontar esas partes mías para que lleguen a una decisión. Y para
poder confrontarlas primero necesito localizarlas, verlas, darme cuenta.
Para mí la aceptación tiene mucho que ver con poder separar lo que es “mi
verdad” de “la verdad de los demás”, porque solo haciendo esto podré elegir en
primera persona. Mientras que, si no lo hago, es muy posible que acabe
obedeciendo (como aprendí a hacer de niña), unas órdenes, o prohibiciones, que
no he decidido yo. O lo que es lo mismo, es muy posible que acabe haciendo
todo lo contario de lo que se espera de mí, porque desde mi parte rebelde me
niego a obedecer. Sin darme cuenta de que cuando hago eso tampoco elijo lo que
quiero yo sino lo contrario de lo que quieren los demás, que en este caso podría
coincidir con mi deseo.
Necesito aceptar también que el conflicto es entre mi pulsión natural y una parte
que desde dentro de mí se opone. Si al confrontar esas partes veo que no estoy
de acuerdo con el mensaje de oposición, puedo tirar para delante mi proyecto.
Y si observo que realmente esa oposición a mi deseo tiene mucho peso y es un
peso con el que estoy de acuerdo, entonces puedo decidir otro camino.
Me gustan mucho las rosas. Imaginemos que veo una rosa y la quiero. Mi
pulsión natural me lleva hacia ella. Hay algo que me detiene. Entro en duda, no
sé si cogerla o dejarla, y tampoco sé bien qué está pasando, solo que la situación
de repente me supone un problema.
Al poner mis partes una frente a la otra, veo que por un lado está mi deseo de
llevarme la rosa, y por otro lado la voz que me dice que no. Esta voz tiene unas
razones muy claras: las rosas en el tallo tienen pinchos, al coger la rosa me
puedo rasgar la piel, acabaré sangrando y no quiero hacerme daño.
En este caso estoy de acuerdo con la voz opositora, e incluso así decido que
asumo el riesgo de lastimarme con esas espinas, voy a tener todo el cuidado que
pueda al cogerla. La voy a coger. Es mi decisión. Se acabó el conflicto.
También podría haber pasado que decidiera dejar la flor donde está y
conformarme con verla, sin tocarla, sin llevármela, porque en ese momento no
quisiera asumir ningún riesgo. Y esto también sería válido porque estaría
eligiendo por mí misma, tras escuchar a mis partes contradictorias.
El problema es, cuando frente a la flor, no sé qué pasa: la quiero, pero no voy a
por ella y no sé por qué, no sé qué me detiene, no sé qué hacer, y no hago nada
para saberlo. En algún momento iré o me daré la vuelta, y no sabré cómo es que
estoy haciendo lo que estoy haciendo. Cómo es que esa flor me ha detenido, me
ha paralizado, me ha llenado de angustia.
La verdad solo puede ser descubierta cuando se enciende la luz. Todos los que
elegimos el camino de buscar hacia dentro, realmente merecemos vivir sin
mentiras. El sentido de la vida, al menos para mí, lo da el Amor, y el Amor es
algo demasiado hermoso, demasiado precioso para existir lejos de la verdad.
Cuando acepto que soy quien soy y dejo de pelear por ser lo que otros quieren
que sea, estoy en la verdad. Entonces mi vida es hermosa, es auténtica. Lo soy
yo, y eso hace que lo sea mi mundo, mi trabajo, mis relaciones… Al renunciar a
vivir engañada hay cosas, situaciones y personas, que ya no caben en mi vida. Si
camino sobre mi verdad lo que construyo en mi vida también es verdad, y lo que
no es verdad va quedando atrás, porque hemos elegido caminos diferentes.
DIDI, LA MARIONETA
Tenía hilos transparentes que tiraban de sus manos, sus pies, su cabeza..., y que
iban a parar a unas tablillas desde donde quien quisiera podía darle el
movimiento deseado con un simple gesto.
Con forma humana, su rostro mostraba una amplia sonrisa, siempre dispuesta
para quien quisiera compartirla. Su mirada penetrante en cambio, delataba
miedo, rabia y una profunda y escondida tristeza. Un desencanto. Un sueño roto.
Didi conoció a Rosqui por casualidad. Una noche, fuera del escenario. Rosqui
había aparecido, no se sabe bien para qué, en aquella carpa llena de marionetas,
que hacían tanto ruido, hablaban y hablaban y no decían nada, como si solo
supieran hacer ruido sin sentido. Sin embargo, parecía que todos eran felices,
que estaban encantados de estar allí aquella noche. Y viendo a Didi tan callado
decidió hablarle, intuyendo que si decía algo quizá sería interesante escucharle.
Así fue, Didi y Rosqui estuvieron horas hablando, se cayeron muy bien y se
hicieron amigos.
Mientras todas las marionetas seguían haciendo ruido y más ruido, Didi y
Rosqui decidieron ir a dar un paseo, para seguir conversando un poco más. Didi
pidió a Rosqui que le ayudara a caminar moviendo sus hilos, y Rosqui aceptó
hacerlo durante su excursión.
A Didi le fascinaba una cosa de Rosqui. Esta tenía agujeros en las manos, en los
pies y en la cabeza, igual que él, pero a diferencia suya no había hilos que tiraran
de ella.
- ¿Por qué tú no tienes hilos que te muevan como yo, Rosqui? Rosqui miró las
manos, los pies de Didi, después se miró a sí misma, volvió a mirarle a él a los
ojos y contestó:
- Y… ¿cómo consigues sobrevivir sin esas manos que nos dan movimiento, que
llenan de sentido nuestros días, nos visten, nos pasean, nos muestran, nos
guardan…?
Rosqui esbozó una enorme sonrisa y mirando a Didi a los ojos fijamente le dijo:
- Al cortar mis hilos descubrí mi propio movimiento, que es mucho más bello
que el que puedan imponerme los demás. ¿Sabes Didi?, yo puedo elegir hacia
dónde voy, lo que quiero hacer y cómo lo hago, cuándo me expongo y cuándo
me retiro, con qué ropa quiero vestirme o si quiero pasear, cuándo me acuesto y
cuándo me levanto…. Y si tú quieres también puedes hacerlo. Pruébalo ahora,
mueve tus brazos, mira, así: levanta este y baja el otro, ¿ves?, así, venga,
prueba tú…
Didi comenzó un lento movimiento, por primera vez en toda su vida lo estaba
haciendo, se estaba moviendo por sí mismo. Le gustaba, era impresionante.
En ese momento apareció en escena la actual dueña de Didi, hacía más de veinte
de años que ella era su poseedora; le prometió en su día que, si hacía todo lo que
ella quisiera, tal y como ella ordenara, le daría amor. En cambio, si osaba
desobedecerle se lo quitaría todo, su amor y el amor de los suyos. Y Didi aceptó
obedecer, a cambio de tan sabroso plato: amor.
Al ver que su Marioneta estaba moviendo los brazos por sí misma, la dueña se
enfureció, y dándole un manotazo lo estampó contra el suelo, empezó a
amenazarlo con robarle el amor de su familia, de sus amigos, de todos…
- ¡Maldita Marioneta!, ¿pero quién te crees que eres para mover los brazos sin
mi permiso? Te vas a enterar, conseguiré que te odien todos. Te voy a difamar,
les voy a decir que me has robado, que me has utilizado, que eres un estafador…
La mujer se alejó unos pasos mientras le gritaba, y le gritaba a Didi que, muy
afectado, miró a Rosqui, lleno de reproches:
- Por tu culpa no me van a querer como me han querido hasta hoy. Por tu culpa
voy a perder todo lo que tengo. Mientras he obedecido ciegamente todo me ha
ido bien, hasta ella me daba su cariño, aunque fuera muy de vez en cuando.
Ahora ya no me va a querer nunca más, ni tampoco mi familia, mis amigos… Lo
voy a perder todo por tu culpa. ¿Para qué te habré hecho caso?, ¿no lo ves?, es
mejor que me mueva ella.
- Didi, no dije que fuera fácil. Es cierto, cuando dejas de ser una Marioneta,
aquellos que solo te querían para manejarte a su antojo, pierden su interés en ti.
Todo tiene un precio. Puedes elegir: ser una Marioneta el resto de tu vida, o
pagar el precio de tu libertad. La elección es tuya.
Nada impidió que Didi siguiera viéndose con Rosqui, aunque temía que ella le
perjudicara en sus relaciones, las ganas de aprender a moverse un poco más eran
muy fuertes.
Rosqui invitó a Didi a mover sus piernas, sus pies, le mostró cómo hacerlo, le
explicó la cantidad de posibilidades que eso tenía:
- Podrás ir a donde quieras, por el camino que elijas. No necesitarás que te
lleven y te traigan a donde quieran ellos.
Didi decidió probar, dobló una rodilla, luego la otra, después las estiró e hizo lo
mismo con sus tobillos, con los dedos de sus pies…. Era increíble, en pocos
minutos descubrió que podía caminar, luego que podía saltar, bailar…
La nueva ama de Didi apareció por sorpresa, y tal como hiciera la otra, la
emprendió a patadas con la Marioneta.
Esta vez, y presa del pánico, por si volvía a pasar lo mismo de antaño con su
anterior dueña, Didi se tiró al suelo y se agarró con fuerza a los pies de su nueva
ama, dejando que esta lo pisoteara y lo arrastrara por el suelo al caminar, sin
soltarse, llorando, suplicando, implorando:
Cuando Rosqui vio esta escena empezó a temblar, miró a Didi con compasión y
luego guardó silencio sabiendo que Didi no quería ser libre. Se quedó
observando qué haría éste cuando su ama se despistara. Y lo vio. Didi, en la
oscuridad, cuando nadie podía verlo, seguía moviéndose, en secreto, como si
estuviera haciendo algo malo, muy malo.
Didi se creía muy listo, pensaba para sus adentros que, así como Rosqui había
perdido lo que recibía de sus amos al cortar sus hilos, él no los cortaría, les
dejaría creer a todos que seguía siendo una Marioneta, y cuando nadie pudiera
verlo, se movería como él quisiera. Sin necesidad de pagar ningún precio. Podía
tenerlo todo: libertad, amor, las riquezas prometidas y las comodidades de su
vida conocida donde todo lo hacían por él: vestirle, moverle… Sería libre en
secreto.
- Pero Didi, si yo no te he hecho nada, solo quise mostrarte que podías ser libre,
me habría gustado mucho que eligieras tu libertad para que pudiéramos
caminar juntos, pero tú puedes elegir lo que tú quieras. Si eliges esto yo me iré
de tu vida, y ya está. ¿Por qué me gritas, por qué me agredes?
El desprecio y la furia que emanaban de los ojos de Didi fue la única respuesta.
Rosqui dejó caer sus lágrimas y se fue para siempre de la vida de Didi,
diciéndole:
- Adiós Didi. Ojalá tu próxima puesta en escena sea de tu agrado, ojalá las
próximas manos que te muevan lo hagan con ternura. Ya que eliges seguir
siendo Marioneta te deseo que disfrutes tu función.
Y así fue como Rosqui abandonó aquel lugar. Mientras caminaba en dirección a
su propio destino, podía oír a sus espaldas el eco de los aplausos de todas
aquellas Marionetas amigas de Didi que habían quedado en la carpa con él, y
que agradecían la decisión de este, de quedarse con ellas y seguir vendiendo su
espectáculo del mismo modo que había hecho siempre, del mismo modo que
ellas. Entre tanto aplauso y ovación se podía distinguir la voz de Didi cargada de
vehemencia gritando:
Porque el amor es una sustancia igual de valiosa cuando lo siento, sea quien sea
el depositario. La mayor fortuna es mía cuando estoy en contacto con la fuerza
de mi corazón y con la plenitud que me completa desde dentro cuando amo.
El Dolor del Vacío necesito enlazarlo con el amor y el des-amor, porque para mí
está totalmente relacionado.
Donde está mi vacío me está faltando algo, y ese algo me está faltando por una
ausencia de amor.
El desamor hacia mí misma y hacia las partes de mi Ser que han sido rechazadas,
ha generado ese vacío con mi propia ausencia.
Cuando veo a una persona sustituyendo a una pareja por otra compulsivamente,
no deja de recordarme a mi propia adolescencia, mi propia pérdida, mi propia
confusión. Y no deja de conectarme con el dolor de mi propio “darme cuenta” de
cómo y cuánto he quemado mi vida, gastando mi energía en correr en dirección a
la ilusión, en vez de correr en dirección a mi propio corazón. De cuántas
víctimas he dejado en el camino, mal heridas, con sus propias ilusiones hechas
pedazos, al darme cuenta yo de que mi ausencia seguía vacía, al darme la vuelta
y ponerme a caminar en dirección a cualquier otro lugar, buscando “eso” de
persona en persona, de proyecto en proyecto, de alucinación en alucinación.
Lo que yo necesito, lo que he buscado toda mi vida, son las partes de mí que yo
misma he rechazado. Aquél que se las permite, que las tiene a la vista, me atrae
como un imán (desde el deseo o desde el rechazo), porque me está mostrando en
su espejo divino el ingrediente que busco. Pero aquello es suyo, yo no puedo
meterlo en mi vacío para llenarme, yo necesito encontrar “eso mismo” en mí, en
el lugar de mí en el que lo escondí cuando lo negué.
Lo único que yo necesito para llenar mi vacío es SER yo misma. Tratar de llenar
el vacío de otras formas, enamorándome o cualquier otra cosa, no es más que un
sinónimo de pérdida y un intento frustrante y frustrado de negar el dolor de ese
vacío.
Lo más doloroso, no me cabe duda, es vivir interpretando ser alguien que no soy.
Es vivir “poseída” por mi personalidad, por mi máscara, por mi personaje. Pues
eso implica vivir sin mí, sin ser yo misma, con el vacío y la soledad de no
tenerme. Y aunque lo sé, no me resulta tan fácil la diferenciación constante entre
quien soy y quien juego a ser.
Algo dentro mío grita: sí hombre, encima de que “¿me haces daño?”, (esto me
duele tanto) te voy a dar el gusto de verme herida, de ver mi dolor. Como si el
otro disfrutara al verme dañada.
Cuando lo más probable es que ese otro no sea consciente de hasta qué punto me
está doliendo lo que está pasando, hasta qué punto yo estoy implicada, o hasta
que punto mi sensibilidad actúa.
Con mi actitud de “no me afecta, paso de ti”, lo que estoy haciendo en realidad
es reforzar esa inconsciencia en el otro. Que, por otra, parte si supiera de mi
dolor, tendría alguna posibilidad de recapacitar sobre su actitud, o sobre su
propia inconsciencia, si es que la hay.
Veo que mi dolor queda escondido, taponado, oculto; como si fuera algo indigno
sentir dolor ante una situación donde “¿la vida me golpea?”, (yo me siento
golpeada).
Por tanto, a ese dolor que me produce la situación en sí, he de sumar el dolor de
mi propio auto-rechazo. Porque esconder mi sentimiento real es rechazarlo, es
ocultarlo, es enviar a mi interior un mensaje que descalifica o juzga, avergüenza
y recluye a una parte de mí, que resulta ser la más hermosa de cuánto soy: mi
capacidad de sentir.
Esa parte de mí es la única que tiene el poder para sembrar luz en el mundo. Si
yo, en vez de maquillarme una sonrisa, muestro mi dolor, el otro tiene la
oportunidad de comprobar las consecuencias de su actitud. No se trata de
culpabilizarle, solo de no maquillar la realidad. No se trata de hacer, ni decir,
nada en concreto ni con ninguna intención, solo de ser yo misma y que el otro
vea la verdad en lugar de una sonrisa de acuarela.
Al revés pasa exactamente lo mismo, cuando una actitud mía despierta el dolor
de alguien, si ese alguien me hace el gran regalo de mostrarse ante mí tal cual, de
dejarme ver su dolor, yo puedo cuestionarme, darme cuenta de algo mío. Pero si
ese alguien se oculta tras una máscara de arrogancia, dejándome creer que no le
afecta en lo más mínimo, que no le importa en absoluto mi actitud ni mis
acciones, entonces yo me voy con mi ignorancia a seguir dando palos de ciego
por donde sea que vaya.
Ante el dolor yo despierto de mis sueños, por muy profundos que sean. Y esa es
la única manera de ver y vivir en la realidad. No es lo mismo dolor que
sufrimiento.
Actuar sin sopesar las consecuencias de mis actos, dejarme gobernar por mis
impulsos y deseos sin medir el alcance que van a tener en los demás y en mí
misma, esto es un claro indicio de estar dormida, soñando, siendo inconsciente.
Ser una soñadora puede estar muy bien si soy consciente de mi sueño y le doy
una salida creativa. Por ejemplo: sueño con una situación profesional
determinada, y convierto mi sueño en un proyecto, me pongo a construirlo; esto
es creatividad, me doy la posibilidad de hacer realidad algo que soñé.
Pero ser una soñadora puede ser nefasto si al soñar no me doy cuenta de que
estoy soñando. Porque entonces uso mis sueños para atrapar a otros en esa red.
Porque los sueños son eso: sueños, redes. No son verdad. Me alejan de vivir la
Realidad.
Si me muevo desde aquí, lleno mi vacío de sueños, quizá justamente para no
sentir el dolor de ese vacío. Entonces es muy probable que vaya atrapando en
esos sueños a todo aquél con quien me relacione. Si estoy dormida no me doy
cuenta de que soy la primera atrapada en mi propia red.
La única falsa ventaja que tiene vivir dormida, vivir soñando sin saber que
estoy ahí atrapada, es evitar la Responsabilidad que conlleva asumir la Realidad.
Bien, pues hasta que no haya alguien que me muestre ese dolor no me daré
cuenta de que cuando elijo no sentir mi dolor y mi vacío, ese dolor que yo
rechazo le rebota en la cara a quién se relacione conmigo, le golpea en su
confianza, en su entrega, en su compartir conmigo.
En algún momento pasará algo que pondrá en evidencia que el soñador está
soñando, y que está muy lejos de la realidad. Y la otra parte se va a sentir
engañada, traicionada. Se va a dar cuenta de que el soñador en realidad no está.
No está despierto, no está consciente; todo cuanto dice y hace forma parte de la
mentira de su sueño. No es real. Este es el dolor que le rebota al otro, el de
comprender que ha sido estafado por un estado ilusorio.
¿Me dejaría atrapar en el sueño de otro si estoy despierta? Yo creo que no. Sigo
confiando en la ley del espejo universal, incluso aquí.
¿Es posible que la vida me haya puesto en el centro de un sueño ajeno, que para
mí ha acabado siendo una pesadilla, justo en un intento de ayudarme a despertar?
Yo creo que sí. Por esto es que desde aquí agradezco de todo corazón a cada Ser
dormido que se cruzó en mi vida dándome la oportunidad de conectar con mi
dolor, y dándome la oportunidad de despertar para pasar a formar parte de la
vida real.
Si vivo atrapada en un sueño, todos mis semejantes son personajes de ese sueño,
no personas reales. Y mi vida será completamente egoica; los personajes no
tienen derechos, no necesitan ser respetados, ni tenidos en cuenta, porque son
irreales. En el mundo de los sueños todo son personajes, los demás y yo misma.
Nadie sale ganando.
Son las piezas de mi puzle, ninguna otra cosa puede encajar en ese lugar, porque
es su lugar, a su medida, no a la medida de ninguna otra cosa. Y porque ese lugar
les corresponde. Me corresponde. Si intento llenar mi lugar con cualquier otra
cosa que no sea yo misma, el intento es un fracaso garantizado.
Esto es para mí SER, esto es para mí Completud. Eso con lo que nací, eso que
soy. Volver a ser quien soy y dejar de jugar a ser otra cosa.
Ninguna ciudad, por altos y brillantes que sean sus edificios podrá igualar jamás
la belleza de la naturaleza pura. Porque en la naturaleza brota la vida, mientras
que en las ciudades solo hay asfalto, hojalata y contaminación.
Amar es algo que solo puedo hacer desde el contacto con mi SER. Amar implica
un alto grado de consciencia y aceptación. No me sería posible ver y aceptar en
el otro aquello que no quiero ver ni aceptar en mí.
LAS 4 CABAÑAS
Siendo niños, cada uno de ellos, Pedro, Judith, Javier y Lucía, estaban en mitad
de un bosque, participando en un concurso infantil.
Cada uno de ellos debía construir su propia cabaña. Al finalizar se haría una
valoración y cada niño obtendría un premio diferente a los demás y proporcional
al resultado obtenido.
Las normas del concurso eran que cada uno debía buscar para sí mismo los
elementos y materiales que necesitara, partiendo de cero. Ninguna de las cabañas
podía copiarse de las otras. Tenían que ser totalmente diferentes.
Pedro, que era muy activo y muy fuerte, fue llevando a su parcela todas las
piedras que encontraba alrededor, grandes, pequeñas, redondas, cuadradas…,
hasta hacer una gran montaña de piedras.
Judith hizo algo parecido con todas las ramas secas que encontraba, las iba
llevando a su trozo de bosque, con la intención de entrelazarlas después hasta
conseguir la cabaña deseada.
Por su parte, Lucía, comenzó a coleccionar flores y más flores, todas las que veía
se las llevaba a su espacio y tejía entre sus tallos paneles preciosos de colores
múltiples.
Javier, en cambio, permanecía quieto, estaba allí sentado, con la mirada perdida
en el horizonte y una sonrisa suave y relajada en su rostro. Sin hacer nada.
Así pasaron horas y horas. Como si solo se tratara de un divertido juego, cada
niño construyó su cabaña. Todos excepto Javier.
Cuando acabó el tiempo los jurados se acercaron a cada una de las cabañas para
hacer su valoración.
Al llegar al espacio de Pedro vieron una pirámide triangular donde unas piedras
se apoyaban sobre otras, las más grandes en la base, las más pequeñas en el pico
superior. Había quedado un agujero en un frontal que hacía las veces de puerta.
- Las desventajas son que, si la tierra tiembla con la fuerza suficiente para
derribarla, quién esté dentro puede morir aplastado. Además, como no tiene
ventanas su interior es oscuro.
Los jurados se miraban entre ellos, sin comprender e interrumpieron al niño para
preguntarle:
LIBERTAD
Quiero compartir aquí unas palabras que leí en un artículo sobre Aikido, firmado
por Michel Piédoue, definiendo una
filosofía realmente interesante. Dice:
“El guerrero aprende a matar porque él cree que todos quieren tomar su vi da y
que esta es la única manera de preservarla. Después, aprende a proteger su vida
sin atacar la de otros, luego a proteger la vida de los demás y, por fin, a dar la
vida. Desde un combatiente sangriento ha llegado a ser un sanador. Esta es la
Vía.”
Al trasladar estas palabras hacia mi interior, hacia la guerra interna que como Ser
Humano que soy tengo de piel hacia dentro, me doy cuenta de que mis propias
guerras internas son las únicas que realmente me restan libertad.
¿Qué es la libertad?
¿Qué me sugiere la palabra libertad?
¿Me siento una persona libre?
Vuelan las semillas, las arrastra el viento de la pasión, las germina la humedad
del llanto que, cual estanque, luce glorioso y cubierto de nenúfares muertos. Y
aparecen los primeros destellos de la caricia del Sol, para llenar de luz las
sombras, y denunciar a los cadáveres que imitan a la vida, con sus corbatas
empacadas del apresto del polvo del destierro.
Fantasmas paseando por tierra de nadie, entre raíces muertas y mentiras vivas.
¿Dónde está la pregunta que despeje mi bosque de las hierbas podridas?
¿Dónde está la pregunta?
Libertad interior es esa que puedo sentir sea cual sea mi circunstancia. Porque la
externa puede verse condicionada por mi situación, si por ejemplo estoy
encerrada en un hospital, en una cárcel, o en cualquier otra forma que me impida
el acceso al exterior. Pero mi libertad interior, además de que solo depende de mí
misma, yo puedo ensancharla o estrecharla según gestione mis propias partes.
Volviendo a las palabras del principio, las que leí en el artículo de Aikido, ¿cómo
puedo hacer esto internamente? ¿cómo puedo hacer que mis soldados internos
dejen de matarse unos a otros?
Si ” El guerrero aprende a matar porque él cree que todos quieren tomar su vida
y que esta es la única manera de preservarla”, entonces, mis soldados internos
han de entender que no necesitan defenderse pues nadie los amenaza de muerte,
y para eso ha de cesar el ataque de unas partes mías contra las otras; mejor
escucharme que pelearme, mejor tratar de entenderme, acordar pactos y
respetarlos.
Luego “El guerrero aprende a proteger la vida de los demás”. Este es el punto
en el que puedo ver que la intención de mis otras partes no es la de dañarme,
sino que al igual que yo también intentan sobrevivir y protegerse de mi propio
ataque. Entonces, cuando me doy cuenta de que todos mis soldados luchan,
pelean, por una misma causa, su derecho a existir, ya no estoy de parte de
ningún frente; solo puedo estar a favor de todas y cada una de mis partes; aunque
parezcan contradictorias, no lo son tanto en realidad: solo existe un
desencuentro.
Por último “El guerrero aprende a dar la vida por los demás”. Esto es así
cuando me doy cuenta de que mis demás partes también son yo, también son
partes mías. Doy la vida por los demás cuando los hago míos, cuando me
reapropio, cuando los integro en mi corazón.
Las guerras de este mundo no son más que la consecuencia y el reflejo de las
guerras internas de cada Ser Humano. El Mundo, la Vida, no deja de ser un
precioso Espejo donde puedo ver mi interior reflejado.
Cada batalla que se está librando en mi interior tiene que ver con mis partes
rechazadas. La guerra es para mantener tras la línea de lo consciente esos
aspectos negados.
Todo cuanto rechazo en mí lo rechazo del mismo modo en los demás. Mis
conflictos internos acaban provocando guerras ahí fuera.
Así entiendo que no todos veamos lo mismo aún mirando en la misma dirección.
Y quizá también sea que no siempre ponemos la atención en los mismos puntos,
aun usando el mismo espejo.
Cuando vivo una intensa guerra interna, me veo atrapada por lo que me mueven
las guerras externas, esas que veo reflejadas en la pantalla de la vida. Entonces,
siento la necesidad de hacer algo al respecto, aunque en muchas ocasiones no
sepa qué o cómo, o sencillamente, me sienta impotente frente a eso que está
pasando y puedo ver.
Aunque pueda parecer egoísta que dirija mi atención hacia mí misma frente a
tales barbaridades como son las guerras del mundo, realmente siento que no lo
es. Estoy convencida de que este mundo dejará de vivir entre guerras el día en
que los Seres Humanos dejemos de vivir en guerra interna. Por tanto, es
necesario que cada uno de nosotros se centre en resolver su propia batalla, y para
eso es urgente que todos dirijamos nuestra atención hacia dentro, en beneficio
propio y, como consecuencia, en beneficio del mundo.
Si la vida es un espejo, este espejo solo reflejará paz cuando los Seres Humanos
alcancemos nuestra propia paz profunda de forma individual.
Haz una lista con las cosas que te gustaría cambiar en el mundo, luego lleva todo
eso a tu vida. Es más, mejora todo eso en tu propia vida.
Cuando lo hayas hecho vuelve a mirar hacia el mundo y repite el ejercicio, haz
una nueva lista con las cosas que veas en ese momento que te gustaría cambiar
en el mundo.
Ahora compara la primera lista con esta última. Si realmente has mejorado las
cosas que escribiste en la primera, verás que en esta segunda hay cosas
diferentes. Ya no sientes la misma necesidad de cambiar lo que escribiste la
primera vez.
Si todos los Humanos hiciéramos este ejercicio: ¿Qué crees que pasaría?
Que el mundo llegue a ser un paraíso idílico quizá sea una utopía, de acuerdo.
Pero lo que sí es seguro es que una sola guerra menos es un avance indiscutible.
Una sola guerra menos equivale a una gran victoria de la paz. Una sola es
beneficio para toda la Humanidad.
¿Vale la pena que uno solo de nosotros elabore su propia guerra interna? Sin
lugar a dudas: SÍ.
La paz del mundo depende de nosotros, de los hombres y de las mujeres de todas
las edades, de todas las razas, de todas las religiones. De cada uno de los Seres
Humanos que vivimos en este planeta.
El otro deja de ser mi enemigo cuando yo cambio mi espada por mi corazón. Mis
partes internas dejan de ser combatientes cuando consiguen mirarse con amor en
vez de hacerlo con rechazo. Entonces yo he cambiado mis ojos de rechazo por
mis ojos amorosos. Necesito dejar de juzgarme y empezar a comprenderme. La
paz y la libertad SÍ se pueden elegir.
Por esto, llegar a mi paz interna es la forma en que mi vida externa también se
vea beneficiada, y no al revés.
Al final mi conclusión es clara: fuera es igual que dentro. Todo se presta a ser un
espejo que me ofrece la oportunidad de reconocerme internamente a través de lo
que veo reflejado fuera.
- La vida no vale la pena, nada tiene sentido, todos son estúpidos, nadie me
entiende, nadie me valora, nadie se da cuenta de todo el esfuerzo que estoy
haciendo constantemente en un trabajo miserable donde cada día es parecido al
anterior, y así un día y otro día, y otro más, ¿total para qué, si nadie me lo tiene
en cuenta, si nadie me lo agradece? La vida no vale la pena, nada tiene sentido,
todos son estúpidos...
El camino, por el que andaba el hombre de pensamiento circular, pasaba rozando
un Estanque de agua cristalina. El hombre se acercó al agua para refrescarse
porque el tiempo que llevaba andando le había hecho empaparse de sudor.
Al cabo de unas horas, otro hombre pasaba por el mismo camino; éste lo hacía
maravillado por la energía del lugar. Su pensamiento era diferente del hombre
anterior:
Al llegar al estanque, el hombre se sintió cautivado por las aguas del lugar y se
acercó para sentir la alegría de impregnar sus manos en el interior. Se acercó al
borde y, antes de tocar el agua, musitó unas palabras:
- ¡Qué belleza la tuya!, te pido permiso para romper tu paz al tocar tu agua,
para sentir el placer de acariciarte. Espero no molestarte.
El mismo pajarillo, que seguía mirando desde la rama del Sauce, vio como el
hombre con sumo cuidado y respeto, introdujo sus manos en el agua y tomando
un poco de esta, la llevó a su frente en una caricia, después a su pecho con
ternura, y finalmente a su pelo.
Vio como el hombre esbozaba una increíble sonrisa, con los ojos llenos de
humedad, por la emoción de lo que estaba sintiendo y como con sumo cuidado,
para no pisar las flores del suelo, retomó el camino hacia su destino.
- El primer hombre al acercarse a la orilla del estanque dijo: “¡qué feo es este
lugar!”, y el segundo hombre dijo: “¡qué belleza la tuya!”. ¿Cuál de los dos se
equivoca?, ¿cuál de los dos tiene razón?
También la liebre que estaba unos metros más allá comiendo césped, se acercó
para contribuir con su opinión:
- Pero si los dos hombres han venido el mismo día. Yo creo que por las mañanas
con la luz suave del amanecer el lugar es hermoso porque irradia alegría y
luminosidad. En cambio, por la tarde, cuando empieza a oscurecer el lugar se
vuelve oscuro y entonces es feo y asusta.
- Que no, es al revés; el primer hombre vino por la mañana y dijo que el lugar es
feo, y el segundo que vino por la tarde dijo que era hermoso. Yo creo que
depende de la temperatura. Por la mañana hace frío y todo parece feo, en
cambio por la tarde como el sol ha calentado el lugar tantas horas, entonces
hace calor y el lugar es hermoso.
JUSTIFICACIÓN
Pierdo cualquier posibilidad de ayudarme a mí misma, mientras justifico el por
qué hago las cosas que hago y de la forma en que las hago.
Este es un mecanismo común a los humanos, al menos a los que yo he conocido
en mi vida, que se puede desmontar cuando nos damos cuenta de que al usarlo
los que salimos perdiendo somos nosotros mismos.
¿Cómo sé que estoy frente a mi herida?, pasa algo que me duele mucho
internamente y empiezo a comportarme de una forma concreta. Esa forma es
dañina.
Esta agresión cuando es hacia fuera, hacia el otro o los otros, no tiene por qué ser
a través de la violencia física, puede ser verbal o de actitud, es decir, puedo
decirle cosas a esa persona con la intención de herirla, de hacerla sentir mal. O
puedo ignorarla y castigarla no mirándola siquiera.
Para asumir que no sé, o bien mi falta de valor, necesito darle vacaciones a mi
juez; en tanto no lo hago, desvío esa culpa hacia el exterior.
Le doy la vuelta a la tortilla y yo salgo impune, pero impune de mí misma, y al
precio de enviar al paredón a otro que nada tiene que
ver ni con mis limitaciones ni con mis juicios. Ante el juez tiene que haber un
culpable.
Esto que estoy explicando ahora aquí, lo he vivido, como protagonista, tal como
lo explico, y también en el rol contrario; alguien toca su dolor con algo que yo
digo o hago, se defiende agresivamente contra mí, se juzga, y en el intento de
evitar su sentimiento de culpabilidad por su propio auto-juicio empieza a
“despotricar auténticas barbaridades” contra mí, que él mismo se llega a creer, y
cuenta de la película solo lo que le conviene para tener razón y salir impune del
altercado, al precio de cargarme a mí con todas las consecuencias de su
justificación, y por su puesto al precio de no aprovechar la situación para asumir
nada de nada que le permita ver, localizar y sanar su herida.
Las situaciones que provoca mi falta de consciencia hacen mucho daño, no solo
en primera persona, sino al medio en que me muevo en esos momentos, que se
ve salpicado por el ácido corrosivo de mi juez indolente que lanza sus llamas
(como un dragón) a cualquiera que se acerque a acariciarme, si casualmente esa
caricia roza mi herida oculta.
La realidad es bien curiosa, yo tenía una herida de la que nunca me hice cargo y
de la que nunca me responsabilicé, y tú acabarás en el corredor de la muerte,
condenado a la silla eléctrica por haberme acariciado. Yo seguiré con mi vida,
relacionándome con personas que volverán a acariciarme, y el corredor de la
muerte cada vez almacenará más cuerpos en memoria de mi juez, que al
necesitar condenar a alguien me impide afrontar mi verdad, y me lleva a escurrir
el bulto…. Así funciona la desapropiación de lo que es mío.
Cada vez que apoyo la justificación del otro, me hago cómplice de una trampa
mortal, le estoy ayudando a seguir enfermo. Comprender la herida es otra cosa.
A veces necesito pasar una y otra vez por la misma situación, o situaciones
similares, y aunque no me dé cuenta de que si el escenario se repite es en un
intento de mostrarme algo, (por eso he dicho a veces “necesito” pasar una y otra
vez por la misma situación) el hecho es que finalmente veo que cada ocasión es
una nueva oportunidad de darme cuenta de algo, y que si se repiten las escenas,
es porque mis resistencias no están dejando que yo vea lo que necesito ver y
actúe como necesito actuar. Esto es así cuando se trata de situaciones dolorosas.
Tengo a la vista las dos últimas experiencias similares y dolorosas que me han
ocurrido, gemelas en la esencia, donde se repite el escenario que quiere
mostrarme algo. Estas experiencias han sido con mi última relación de pareja y
con una amiga muy querida por mí. En ambas escenas se me pide algo
importante que yo, de entrada, siento que no quiero dar, que no va a ser bueno.
Digo que no; esto es algo que no me resulta fácil, sin embargo, lo hago: digo que
no. Ellos insisten; en las dos situaciones pasó lo mismo: trato de validar mi
negativa, pero no lo hago con la contundencia necesaria, me dejo convencer y
cuando finalmente acepto ceder a esa demanda, entonces veo como esas
personas tiran al suelo lo concedido, lo rechazan, no lo quieren. A partir de ahí la
relación, en ambos casos, se va al traste. Yo toco mis propias heridas que me
hacen tan difícil seguir compartiendo con ellos…, son heridas donde me siento
manipulada, burlada, y consecuentemente pierdo mi confianza en estas personas
ante sus propias contradicciones.
Cuando analizo los hechos intentando comprenderlos a ellos, lo que veo es que
quizá desde el inconsciente estaban buscando el NO para fijar un límite, como
oportunidad tal vez de desarrollar su propia tolerancia a la frustración. Por eso,
cuando yo acepto, ya no quieren lo que tanto parecían desear.
Por mi parte, la gran lección que puedo extraer a día de hoy es la de aprender a
respetar mi propia voz interna que en inicio dice que no.
Cuando yo soy capaz de respetar mis propios límites entonces no hay lugar para
acabar sintiéndome burlada o manipulada.
En realidad, lo que tanto me duele es manipularme a mí misma, tanto que acabo
aceptando algo que siento que no quiero aceptar. La bofetada que me da la vida,
cuando acto seguido se rechaza mi Sí, es proporcional al nivel de traición que
me estoy haciendo yo al no respetarme. Y de esto no puedo culpar a nadie.
Se mezclan mis propias heridas con las del otro, a un nivel que muchas veces la
relación acaba siendo insalvable. Por lo que explicaba antes del juez y el desvío
de la responsabilidad. Creo que como humanos que somos, muchas veces los
mecanismos neuróticos que se ponen en marcha son muy parecidos en unos y
otros. De pronto yo empiezo a sentirme salpicada de un ácido que en realidad no
me concierne, y seguramente el otro siente algo similar, quizá no, pero da igual,
ya se ha estropeado cualquier posibilidad de resolver porque la conclusión final a
la que llego es que uno solo resuelve lo que quiere resolver.
No depende solo de mí, el otro tiene el 50% del pastel en su mesa. Yo puedo
revisar mi actitud para no lastimar gratuitamente al otro, pero ¿qué pasa con lo
que me salpica a mí?; suma dolor al dolor inicial y llega un punto en que las
cosas no tienen vuelta atrás. Es necesario que el otro se apropie de lo suyo y yo
de lo mío.
Cuando los mecanismos de defensa se activan, es muy difícil que las cosas se
den la vuelta. Porque además de que el que está a la defensiva ya no está
predispuesto a asumir, el contrario en este caso está recibiendo una agresión
gratuita que, como mínimo, le pone en actitud de cierre, probablemente también
de huida y, en cualquier caso, de protección y defensa. Entre dos que se
relacionan defendiéndose uno del otro, poco se puede avanzar.
Así que ahí queda la pregunta definitiva: ¿Cuántas veces hubiera apagado el
brillo de otro para no sentirme tan poca cosa a su lado? Lo único que yo
necesitaba era darme permiso para brillar, porque cuando yo me lo permito, su
brillo deja de molestarme.
Qué miedo pensar que puedo despertar algo similar en alguien cercano, y qué
alivio saber que no es mi brillo lo que odiaría esa persona sino su propio freno
ante su brillo personal. Quizá como he hecho yo, también trata de evitar que le
rechacen si se permite SER.
¡Qué paradójico es todo desde la neura! ¡qué locura, qué contrasentido! Trato de
enlazar esto con lo anterior, porque acaba llenándolo de sentido.
Quizá esa persona ha visto una luz en mí que necesita, pero no es mi luz en
realidad la que necesita, sino la suya propia.
¡Qué lástima cuando no soy consciente de los mecanismos que actúan
internamente, y que lástima cuando no veo la repercusión que tiene en el otro mi
comportamiento!
Tuve el gusto de leer hace poco una fábula muy hermosa que se refiere a los
cisnes. Esta fábula cuenta que antes de morir y por única vez en su vida, el cisne
canta. La realidad parece ser que cuando el cisne se siente morir emite un
graznido que parece un canto, sin embargo, no es más que la voz de su agonía,
delatando un final inminente.
Cuando yo era niña, cada vez que oía el cuento del patito feo, lloraba a mares.
Era incontenible el sentimiento que me desbordaba con esa historia. De adulta
comprendo mi identificación, mi propio patito feo tan claramente manifestado
dentro de mí. La falta de una familia propia, el rechazo, el sentimiento de
fealdad que me acompañó hasta la adolescencia donde descubrí con alivio que
los pinceles, brochas y maquillajes varios, podían dibujar algo atractivo que
escondiera mi “verdad interna”: Mi sentimiento de fealdad.
Por último, esta etapa, en la puedo sentir algunas veces mi propio cisne. Esa
belleza que no valoraba entonces y hoy es la única que me importa. La belleza
de mi sombra, la belleza de mi parte oscura, no reconocida; la belleza de todos
los potenciales que había negado en un intento de no destacar, de no despertar la
envidia y la ira de quienes me rodeaban. La belleza de mi interior, donde habita
mi espiritualidad, mi trascendencia, mi compasión, mi fuerza, mi gratitud, mi
luz, mi firmeza, mi transparencia.
Y esto para mí tiene que ver con la trascendencia. Soltar apegos y agarrarme con
fuerza al libre fluir de lo que venga.
Aún me duelen cosas, claro que sí, como explicaba antes en los ejemplos que
ponía para ver de cerca el tema de la justificación. Me duelen mucho las
actitudes que me conectan con mis heridas de agresión y de traición, y me
duelen tanto como las agradezco, pues cada una de estas situaciones es una
oportunidad de ver cómo me estoy agrediendo a mí misma y cómo me estoy
traicionando, por ejemplo: cuando no respeto mi NO interno, como veíamos
antes.
Hoy sé que el otro solo me recuerda que tengo una herida abierta, y por más que
me duela ese roce soy consciente de que el dolor no responde tanto a la actitud
de aquél como a lo que yo estoy haciendo conmigo misma. Por eso agradezco
que ocurran estas cosas; no dejan de ser oportunidades para que yo redescubra
mis heridas y las atienda. Y en este caso concreto creo que he ganado una buena
dosis de firmeza para respetar mis No a la primera de cambio, para mantenerme
ahí sin dejarme manipular y sin ceder a aceptar algo que no quiero aceptar. Era
necesario que ocurriera lo que ha ocurrido, una y otra vez, tantas como he
necesitado, hasta darme cuenta de lo que me toca a mí.
Veo mi evolución de patito feo a cisne, y me produce una gran ternura y gratitud
hacia mi propia tenacidad para elaborarme internamente. Vine a esta vida y a
este mundo a hacer esto, y no sé cuán de bien o mal lo estoy haciendo; ya no me
importa tanto si lo hago bien o mal, me importa saber que lo estoy haciendo.
Que encontré mi camino y lo estoy andando.
Mirando mi vida reconozco que hay cosas donde ganó mi aceptación y eso me
llena de alegría. También puedo ver las cosas donde ganó mi resignación, que no
es la misma cosa que la aceptación. Veo la diferencia y es importante. Siento que
está bien así, en lo imperfecto he aprendido que habita Dios con toda su fuerza y
su manifestación.
Hay objetivos que a día de hoy no conseguí cumplir, sin embargo acepto que
quizá no lo consiga y está bien así. También hay otros muchos objetivos que sí
alcancé y sobrepasé mi propia expectativa.
Así es la vida. Los NO existen, los límites son buenos cuando están bien puestos.
Si me fuera ahora mismo llevaría mi aceptación en el sabor de mi saliva. Es mi
equipaje, no necesito mucho más: mi aceptación y mi SER, es todo.
Cuando yo me quedo atrapada en las dudas, aparecen las tres razones que acabo
de mencionar, es decir: me siento insegura, tengo miedo de equivocarme y eso a
su vez es una expresión de responsabilidad.
Las garantías de hacer la mejor elección no van a aparecer por más tiempo que
me mantenga bloqueada; lo que sí puede aparecer es una angustia que vaya
creciendo por momentos si me quedo detenida y no decido.
Todo lo que pasa ocurre para algo. Veo que cada vez que la duda me atrapa,
después de atravesar ese momento, aprendo mucho de la vida, y por supuesto, de
mí misma. Así que bienvenidas las dudas que me ayudan a conocerme y a crecer.
Si utilizo estas situaciones como las inmensas oportunidades de avance que son
en realidad, entonces las agradezco. Tanto si mi decisión fue la más acertada
como si no. Hay algo más profundo que el acierto y el error, que yo valoro
mucho y es justo eso: la oportunidad que me da la vida con esa situación para
ensanchar mi conocimiento y mi consciencia. Puedo aprender igual de mis
aciertos que de mis errores. Incluso diría que me resulta más productivo
aprender de mis errores que de mis aciertos.
Por eso defiendo reiteradamente que no es tan importante lo que vivo como mi
actitud dentro de la vida.
Atravesar mi vida con la actitud inocente de un niño que no se censura, sino que
vive en el entusiasmo de descubrir, explorar, experimentar…. Esto es lo idóneo.
Porque si atravieso la vida con la actitud de una adulta modelada por la sociedad
y por una educación represiva que me prohíbe ser como soy, sentir lo que siento
y expresarme, entonces la vida se me hace una pesada carga que dura demasiado
tiempo y no me compensa en absoluto.
En esta situación estoy atrapándome en unas normas que no he elegido yo, sino
que me han sido impuestas, y con las que tal vez no estaría de acuerdo si me
parara a cuestionarlas. Si me dejo utilizar por el autoritarismo ajeno, el castigo se
impone en mis células, me roba el encanto de la vida, que es justamente vivirla.
Cosa que ese autoritarismo me prohíbe.
Si no puedo ser yo misma ¿quién está viviendo mi vida por mí? Si yo no me doy
el permiso para equivocarme no puedo experimentar y descubrir nada de nada,
entonces ¿quién está decidiendo por mí?
Quien quiera que sea lo hace desde dentro mío, aunque parezca que es alguien
externo. Si la orden viene de fuera, en última instancia quien decide agachar la
cabeza y obedecer está en mí, soy yo ¿verdad? Yo puedo elegir. Es un derecho
que tengo por el mero hecho de existir.
¿Tengo permiso interno para equivocarme?
Cuándo descubro que me he equivocado, ¿qué hago?: ¿aprendo de mi
experiencia o me mortifico por mi error?
Si me castigo por mi error ¿quién me ha robado el derecho a vivir, a aprender, a
experimentar, a equivocarme al fin y al cabo?
Y, por último: ¿me lo voy a seguir robando? Puedo hacerlo si así lo decido,
sabiendo que al aceptar esa invasión pierdo mi naturaleza y mi ilusión por vivir.
No solo eso, sino que probablemente acabaré enfermando.
Mis miedos son los mayores aliados de mi sometimiento. Mis síntomas vienen a
tenderme una mano para darme la oportunidad de salir de la trampa y
expandirme internamente.
Lo mal que lo llego a sentir cuando me doy cuenta de que he cometido un error
tiene que ver con mis propios reproches, con mi propio enjuiciamiento
invalidante.
Bueno, algo sí puedo hacer, puedo cambiar de actitud, dejar de penalizarme por
errar y agradecer cada equivocación como parte de mi aprendizaje. Con permiso
para equivocarme acabaré haciéndolo bien, pues habré tenido ocasión de
experimentar y aprender. Si me prohíbo errar me quedaré estática y no caminaré
en ninguna dirección.
Será inevitable que se me cale el coche por más millones de horas de teoría que
tenga acumuladas. Necesito experimentar para que el aprendizaje me sirva.
Aunque si he permitido que me hagan eso, pueda pensar que así tiene que ser.
No es verdad.
Nadie tiene derecho a robarme mi oportunidad de vivir mi vida con experiencias
propias. Salvo que yo se lo conceda a través de mi sumisión. Y si lo he
permitido, siempre puedo recuperar mis derechos porque sencillamente son
míos.
Entiendo el miedo de la misma forma que entiendo cualquier otro síntoma, bien
sea emocional o físico. Lo entiendo como algo que está en mí para algo. De
entrada, cada uno de mis miedos me está mostrando un punto vulnerable mío
que precisa de una especial atención y cuidado.
Si le doy esa atención y ese cuidado podré evolucionar aspectos míos que lo
están necesitando.
Para que esto sea posible necesito reconciliarme primero con mis miedos.
Mientras viva peleada con ellos los niego, los ignoro, finjo que no existen y vivo
contra corriente. Así no puedo evolucionar nada en absoluto.
Cada una de mis dificultades trae de la mano un hermoso regalo que puedo
tomar si elaboro bien esa dificultad. Y no puedo tomar si me escapo de ella.
Asumir mis dificultades tiene premio.
Mis miedos no son miedos sino deseos. (Prueba a hacer la afirmación. Por ej., en
vez de decir “tengo miedo a equivocarme” la afirmación que te propongo sería
“deseo equivocarme”).
Si traduzco el miedo al fracaso como “deseo de fracaso” puedo ver varias cosas,
por ejemplo: puede darse desde un intento de confirmación de mi neurosis (no
sirves para nada, etc.), o bien puede ser una necesidad de experimentar de mi
alma: para elaborar el desapego si tras conseguir éxito éste cae, o bien para
confirmar que el éxito no conduce a la felicidad.
Para poder hacer esto necesito desactivar todas esas normas rígidas y moralistas
que se me han clavado en las neuronas de generación en generación,
limitándome, prohibiéndome, reprimiéndome….
¡Ya!, ¡basta!, he nacido para vivir. Quiero vivir. Y la vida es riesgo, la vida es
emoción, la vida es experiencia, la vida es conexión.
Para vivir necesito quitarles la razón a esas voces que grabadas en mi mente me
prohíben, me exigen, me imponen, me castigan….
Nadie puede robarme la vida si yo no lo permito. Una vez más es necesario que
me pare a preguntarme ¿quién vive mi vida por mí?, ¿realmente la vivo yo? ¿O
la vive mi padre, mi madre, mi maestro, etc.? ¿Quién decide lo que puedo o no
puedo hacer, sentir, expresar…, quién limita mis oportunidades de experimentar
la vida…, quién?
Mis momentos de crisis en la vida son los más valiosos realmente. Cuando los
atravieso siento que son como un túnel que me transporta del antes al después.
Durante ese trayecto puedo tocar la angustia; al fin y al cabo, se trata de un túnel
y es oscuro, está lleno de incertidumbre, nunca sé cuánto falta para llegar a la
salida ni a dónde voy a salir. Es como volver a nacer y atravesar el canal del
parto; cada momento de crisis es un nuevo nacimiento hacia algo nuevo. Volver
a atravesar el túnel en dirección a la vida y a la nueva luz.
Cada crisis, cada túnel, sale a alguna parte, al otro lado del túnel siempre está la
libertad en relación al pasado, y siempre hay un nuevo paisaje, un nuevo
amanecer y una vida llena de oportunidades esperándome.
Para atravesar el túnel solo existe una condición: armarme de valor, de coraje y
confianza.
Porque, si dejo que las dudas me atrapen, me quedo detenida dentro del túnel,
con una mano agarrada a mi pasado y con la otra intentando coger lo nuevo. Esto
no es posible. Para coger lo nuevo que la vida me propone necesito soltar lo
antiguo, liberarme.
Tal vez lo que tuve antes era lo mejor en relación a mis necesidades de entonces.
Hoy el momento es otro, la realidad de ahora es otra. Y puedo fluir con ella y
evolucionar en una nueva dirección, o quedarme detenida, suspendida en el
tiempo sin caminar hacia ninguna parte. Yo decido, yo elijo. Sé que el dolor me
duele menos cuando lo acepto y lo siento, que cuando lo niego y trato de escapar
de él, que además es imposible. Así que atravesar mis momentos de crisis es más
fácil si me entrego al dolor de despedirme de lo antiguo, de lo conocido. Ya
cumplió su ciclo y ahora toca pasar página, cambiar de capítulo en la historia de
mi vida e intentar que cada capítulo nuevo que vaya viniendo sea vivido de una
forma armónica, hermosa y satisfactoria por mi parte.
Fluir con el curso de la vida es empaparme de las aguas que forman este
movimiento de mi experiencia, para balancearme con las olas en lugar de
resistirme. Si me entrego, pase lo que pase, el baño puede ser del todo delicioso.
Aprenderé a nadar, al fin y al cabo.
Si me resisto y trato de ir contracorriente, puede ser muy cansado, y si me sigo
resistiendo a fluir con lo que toca en cada momento, tal vez acabe ahogándome
en mis propias aguas, agotada y vencida por la realidad que es la que es, tanto si
yo quiero como si no.
Esto implica saber decir adiós con dignidad a lo que ya pasó, y con la alegría de
saber que lo antiguo debe ser liberado para crear un espacio disponible donde
acoger lo nuevo.
Quiero sentirme atravesando este río, con su dolor y su placer, con su tristeza y
su alegría, con su amor y desencanto, con su ilusión y su verdad, que no son más
que los míos que se suman a los tuyos, y a los suyos…. Porque al fin y al cabo
todos somos las células de este cuerpo que es el mundo. Que a su vez es una
célula que se suma a otras para formar el cuerpo de este universo, que también es
una célula que se suma a otras para formar el cuerpo del Todo del que Todos
formamos parte.
Bendito sea cuanto existe porque gracias a ello existimos cada uno de nosotros y
esta experiencia maravillosa que es la vida.
Mientras trato de cazar tus dragones me quedo indefensa ante mi propio dragón.
Mi energía está en tu guerra y no en la mía. Eso me convierte en Princesa
Desgraciada.
Ahí puedo verte a ti, y amarte tal como eres. Cuando tú te ocupas de lo tuyo y
yo me ocupo de lo mío, somos un hombre y una mujer que se miran frente a
frente con su mutua desnudez. Sin zapatos de cristal ni ropajes azules.
Existen hombres que viven altamente influenciados por los cuentos infantiles, y
al igual que existen mujeres que buscan durante toda su vida al presunto príncipe
azul, que les calzará un zapatito de cristal mágico y todopoderoso y que las
convertirá en princesas de un palacio de amor y felicidad con perdices en el
menú, estos hombres se pasan la vida buscando mujeres “desgraciadas” a las que
poder salvar con sus encantos y su dedicación.
Me explicaré mejor.
Desde esa identificación co n “la sufridora”, si en algún momento las cosas van
bien ya haré yo algo para boicotear ese momento y poder constatar así que sufro
mucho y que soy merecedora del cielo, pues parece que esa sea la idea de fondo:
“que el cielo se gana sufriendo”.
Si mi hombre va de salvador, yo tengo que estar mal para que él pueda sentirse
válido haciendo su función: “salvándome”. Y si yo llego a estar bien, entonces lo
más fácil será sustituirme por otra que sufra, porque si no ¿qué va a hacer él con
su hombría? Menos cuestionarse por dónde pasa la hombría hará cualquier cosa,
pues cuestionarse eso sería hacer un cambio de esquemas total y radical que solo
es posible con humildad, cosa que un cazador de dragones “ajenos” no conoce
en absoluto. Es evidente que si conociera la humildad se dedicaría a otra cosa un
poquito más sencilla, más modesta. Cazar dragones es una misión muy
pretenciosa, cuando los dragones son los de otra persona.
Estoy convencida de que todos tenemos un gran dragón que precisa nuestra
atención. Pero la nuestra, la propia, no la de alguien ajeno a nosotros mismos.
Porque es un dragón que habita en nuestro interior, por tanto, solo cada uno de
nosotros lo podremos lidiar, en nombre propio.
Mi secreto no pasa ni por cazarlo ni por matarlo, más bien por hacerme amiga
suya, por entender que ese dragón lo he construido yo con las herramientas que
tenía en el momento, y me ha servido fielmente toda la vida; lo construí con un
propósito y mi dragón, que es la cosa más tenaz que he conocido en mi vida, lo
lleva a término día tras día.
Mi dragón es una parte de mí pero solo es eso: una parte; ni mucho menos es
todo lo que soy, solo juega a serlo cuando yo no estoy ocupando mi lugar, y eso,
como todo lo demás en mí, es solo responsabilidad mía.
Si yo lo estoy mirando en ese momento y le guiño un ojo, él sabe que estoy ahí,
para protegerle y cuidarle. Pero si no lo estoy mirando entonces empieza a
defenderse por sí mismo, y al cazador que tengo delante le suelta un coletazo en
la cara que lo tumba directamente en el suelo, después le suelta la llamarada, y
por último me vuelve a mirar como diciendo: ¿ves lo que tengo que hacer
cuando no me cuidas?: cuidarme yo.
Pero claro, una vez chamuscado el cazador pocas explicaciones puedo darle ya.
Y le diría algo más ¿cómo es que te interesa salvarme a mí, o salvar mi torre, o
pelear con mi dragón, teniendo el tuyo abandonado y acampando a sus anchas
por todas las torres ajenas que se encuentra en el camino?
En fin…. Los cazadores de dragones (hombres o mujeres) como todos los demás
seres humanos de este planeta también necesitamos darles la vuelta a nuestros
pies, y empezar a caminar hacia dentro. Necesitamos, como todos, ir al
encuentro del único dragón que precisa nuestra atención, el nuestro propio. Y
hasta que no nos demos cuenta de eso, iremos provocando estragos en todos los
reinos que nos encontremos en el camino.
Como dice el refrán… “Dios los cría y ellos se juntan”. Pues eso, Dios nos cría y
nosotros nos juntamos. Y todo en un intento de darnos cuenta de que ese no es el
camino; ¿cuántas veces hemos de repetir los mismos errores para aprender algo,
aunque solo sea un poco? Al menos yo: unas cuantas “muchas”. En algunas
ocasiones he confesado que me hice terapeuta buscando soluciones para el
propio caos de mi vida. Sí, cuando me descuido yo también me convierto en
cazadora de dragones. Resulta que me educaron para vivir por los demás, para
sacrificar mi vida por los demás; los demás era mi madre, no había nadie más.
Sé que, como yo, hay miles, millones de personas en el mundo que caminamos
programadas para cazar los dragones de otros si queremos sentirnos merecedoras
de amor.
Es mentira.
Hoy lo quiero denunciar.
Primero: nadie puede, ni debe, cazar al dragón ajeno. Segundo: todos tenemos
una lucha pendiente en nuestro propio interior, que precisa de todas nuestras
fuerzas para ser vencida, y vencida no significa que unos mueran y otros
sobrevivan; vencida significa que se alíen los ejércitos, que se encuentren y
acuerden la propia paz en beneficio de todas las partes. Reconciliación.
Con esta premisa me trajeron al mundo: “para que cuando yo sea mayor tu me
cuides, para no quedarme sola en la vida, etc, etc, etc…”.
Mi guerra es con ese parásito (grabación interna) que se agarró a mis neuronas
haciéndome sentir que mi vida no tenía sentido hiciera lo que hiciera; ¿y qué
sentido puede tener una vida que no es vivida para uno mismo?
Poder asumir que no, que yo no he nacido para vivir para nadie, ese es mi gran
desafío, esa es mi única batalla.
El dragón sería esa parte de mí con la que he de lidiar cada día de mi vida, que
vive en mi propiedad haciendo como si fuera suya y quitándome el trono en
cuanto me descuido.
Por otra parte, mi dragón es poderoso, muy poderoso. Tanto que si él muere yo
moriré con él. De la misma forma que cuando yo muera, él lo hará conmigo. El
secreto para que esto salga bien, se hace evidente: debo protegerlo, debo
cuidarlo, tanto como a mi propia vida. Sin embargo, quiero disfrutar del reinado
de mis tierras, por tanto, necesito encontrar la manera de aliarme con él,
entendiendo que solo es mi enemigo cuando lo amenazo de muerte, y que puede
ser mi fiel aliado cuando lo reconozco y lo trato como a tal.
Ayer yo era una niña indefensa y lo necesitaba para protegerme. Hoy soy una
adulta que puedo y quiero responsabilizarme de mí misma.
Necesito demostrarle a mi dragón que quiero las mismas cosas que quiere él:
amor, aceptación, reconocimiento, paz, felicidad…. Y que existen otras formas
distintas a las suyas para alcanzar eso que ambos queremos. Mi dragón quiere
conseguir todo eso de los demás. Yo le propongo que lo consiga de mí.
Entonces, cuando se lo doy, puedo ver como agacha las orejas y sonríe
tímidamente. Realmente ha estado solo tanto tiempo que le cuesta creer que yo
voy a permanecer aquí. Siempre estuve, pero dormida; no nos veíamos él y yo.
Le cuesta confiar en mí.
Qué vanidoso por mi parte intentar quitarle ese derecho a su legítimo dueño,
creer ni por un instante que el sentido de la vida de esa persona pueda llegar a
ser mérito mío. Visto así, yo creo que es evidente, sin embargo, en esta vida
donde tanto pongo fuera de mi misma, luchar con el dragón ajeno se me hace
más familiar que enfrentarme al propio.
Esto sí es grave. Se trata de un terreno interno donde nadie, salvo uno mismo,
tiene derecho a meterse (tampoco es posible en realidad). Tú en tu terreno y yo
en el mío.
En mis guerras internas solo estoy yo luchando, peleando conmigo misma, nadie
externo puede actuar dentro de mí directamente.
Así, al estar programada para vivir para otro (mamá, papá, o quien sea) hago un
derroche de energía, día tras día, en un mundo que no es mi mundo sino “su
mundo”, para sentir que tengo el derecho a esa limosna de amor que ni siquiera
me sacia el hambre. ¿Vale la pena?
Y que eso que hago por mí sirva para que otros vean que realmente la paz se
puede conquistar. Solo es necesario dirigir el esfuerzo a una única batalla que
precisa mi presencia.
- Si yo pudiera volar como ellos y escapar de esta prisión. La única misión que
tenía el príncipe allí enjaulado, era la de obedecer la voz de la bruja mala, que lo
tenía secuestrado:
- Príncipe, ven aquí, tráeme esto, llévame aquello. Admírame, yo sí que soy
poderosa y valiosa, no como tú que no sirves para nada en absoluto. Yo sí que
soy bella e inteligente que he construido este palacio solo para mí y para que tú
me sirvas…
Y así pasaban los días, oyendo la voz de la bruja mala, obedeciendo y en sus
pequeños ratos libres, asomado a la ventana viendo a los pajarillos revolotear
alrededor de la torre.
- Alteza, debo partir; me han hecho saber que a cinco millas de aquí habita un
desgraciado príncipe de cabellos rojizos secuestrado en una torre que gobierna
una bruja mala. Mi deber es ir de inmediato a salvarlo.
No fue Dios quien creó mi realidad, tampoco fue el Diablo quien creó mi
sufrimiento. Yo, Humana, los inventé para tener a alguien a quien acudir sin
necesitar responsabilizarme de nada: “Si las cosas salen bien es por la gracia de
Dios, si las cosas salen mal es culpa del Demonio”. Tal vez sea cierto, y en
última instancia declaro que ambos son partes mías.
Solo al apropiarme de estas dos posiciones tomo todo el poder que ello
representa. Soy humana cuando combino la gracia divina que hay en mí y que
me permite, por ejemplo, crear: creo vínculos con las personas que me relaciono,
creo sueños y proyectos, creo poesía…. Con la fuerza demoniaca que me
permite, por ejemplo, materializar esas creaciones mías: vivo mi sexualidad a
través los vínculos que he creado con algunas personas, convierto mis proyectos
en realidad, le escribo poemas a la envidia, a la muerte…
Lo cierto es que “mi posesión” no es tan espectacular. Aunque bien mirado, los
efectos son parecidos.
Cuando me identifico con una parte excluyo la otra. Esto me puede llevar a ser
una “endemoniada perversa” de la misma forma que a ser una “endiosada
insoportable”. No soy ni lo uno, ni lo otro. Sin embargo, tengo ambas
capacidades a mi disposición. Para que me sea posible manejarlas necesito
moverme desde la desidentificación.
Recuerda que cada vez que ella te hable de su Dragón, de sus Personajes, de sus
Demonios, o de su Ego, en realidad te está hablando de su Arrepticio, es decir
de mí: Su imán y su trampa.
Funciono exactamente igual que cualquier otro imán, así que te voy a resumir
brevemente mis cualidades:
Un imán es un cuerpo con un campo magnético que tiene dos polos, el polo
positivo y el polo negativo; cada uno de los polos atrae a los cuerpos contrarios
y repele los iguales. A mí me pasa lo mismo.
Te pongo un ejemplo: lo natural sería que, si pasa algo bueno, Montse se ponga
contenta, alegre, y que si pasa algo doloroso Montse se ponga triste, ¿verdad?,
pues mi misión es impedir la primera parte. Montse no puede ponerse contenta.
Cuando lo hacía, siendo niña, le gritaban que se callara, que no hiciera ruido y
que no molestase. Así que, cada vez que a ella se le olvida, yo se lo tengo que
recordar, y lo hago con las mismas palabras (o parecidas) que lo hacían los
demás:
Bien, pues esto es lo que pasa con todo lo que tengo que mantener escondido en
Montse: Con su energía, con sus ganas de vivir, con su entusiasmo… ¡Que no,
que tienes que estar quieta, silenciosa y pasar desapercibida! Es mi trabajo, tan
honrado como cualquier otro, ¿o no?
Un imán tiene una línea neutral que separa los polos y un eje que los une. La
máxima fuerza de atracción de los imanes se halla en sus extremos. Eso también
me pasa a mí: solo poniendo toda mi fuerza en uno de mis extremos, consigo
salirme con la mía.
¿Sabías que todos los imanes tienden a orientarse siguiendo la misma ley de
atracción – repulsión? El polo norte de un imán se orienta hacia el polo sur
magnético de la tierra, y el polo sur de un imán se orienta hacia el polo norte
magnético de la tierra.
Esto es algo que a ella le cuesta mucho aceptar. Su mayor conflicto ha sido
querer SER sin mí, a veces se le olvida que SER me incluye, tanto si le gusta
como si no. Al menos mientras dure su viaje por la tierra.
Bueno, sé hacer muchas más cosas: como ser obediente, no contestar… Sé hacer
que parezca que no me estoy moviendo para no molestar, sé pasar
desapercibido. Sé compararme con cualquiera, y sé muy bien como dejar muy
claro lo peor que hay en mí. Esta es una estrategia genial, así evito que me
envidien y me pisoteen; ¡total, ya me pisoteo yo solo! Es muy divertido verme.
Desde que apareció esta señora no me han dejado revolcarme más por el lodo
de mis llantos. Y yo lo disfrutaba mucho eso. Es un juego maquiavélico recordar
y recrear cada momento de dolor, estirarlo y encogerlo para volver a estirarlo
una y otra vez, y después cuando me canso de esa escena, entonces, imagino una
situación trágica y convulsiva y la repito una y otra vez también. Hasta que me
canso y me duermo; entonces sueño cosas horribles y puedo seguir sufriendo
unas cuantas horas más.
Todo era mío, todo…, hasta que llegó la Sra. Dignidad de las narices y se acabó
el drama.
Cuando yo gobernaba solito estas tierras, lo decidía todo. Podía elegir incluso
las parejas para Montse, y se las elegía con una puntería que no te puedes
imaginar: traidores, infieles, déspotas, abandonadores… Yo sé hacer mi trabajo,
a mí me crearon para salvar la vida de Montse, y la vida de Montse se salvaba
sufriendo; eso era lo único que estaba bien visto en su entorno: el sufrimiento.
Si cada vez que ella reía o jugaba la ponían a dormir (en el mejor de los casos),
o se pasaban una hora de reloj gritándole, acusándola de absolutamente todos
los males del mundo y castigándola. Mejor que llorara, ¿verdad? Porque
entonces nadie la castigaba, ni la maltrataba; al contrario: si se hundía en la
miseria, hasta conseguía que la abrazaran, al menos un momento.
Yo sé cómo hacer que no gane dinero, que pase necesidades, que se pudra de
soledad, que acepte trabajos basura que solo le sirven para quemar su vida. Yo
sé cómo conseguir que se arrastre por donde yo diga que se tiene que arrastrar.
Es lo más fácil del mundo, solo tengo que repetirle algo que a ella le cuesta
mucho cuestionar: “tu no vales nada, no vales una mierda, no eres nadie, nadie
te quiere y nadie te ha querido jamás, nadie te podrá querer nunca, porque solo
has nacido para joderle la vida a los que se han acercado a ti. Por eso tu pareja
se droga, o por eso te cambia por otra, o por eso te engaña, o por eso no quiere
estar contigo, por eso se va, por eso: porque no te soporta. No te soporta tu
madre, ni tu padre quiso conocerte. ¿Quién podría querer a alguien como tú?
Nadie. ¡Solo me tienes a mí! (esta es la frase del millón, la que gana todos los
concursos: ¡Solo me tienes a mí!). ¿Una profesión que te guste?, ¿pero quién te
crees que eres? Eres ridícula, patética, quién iba a confiar en ti para darte un
trabajo que valiera la pena. Estúpida, sigue soñando, al menos así te distraes un
poco, porque ¿sabes cuál es la pura realidad? La pura realidad es que deberías
estar agradecida por tener un trabajo en el que no te cobren a ti por aguantarte
tantas horas cada día, así que, si está mal pagado, tratándose de ti es una
fortuna, no vales ni la mitad de esa mierda que te pagan. Payasa. Engreída.
¡Solo me tienes a mí!”
Hasta que llegó la Sra. Dignidad a compartir las tierras, y se acabó el juego. Yo
le digo lo que le digo por una oreja y la otra va y le dice todo lo contrario por la
otra oreja. Durante mucho tiempo hubo suerte porque Montse estaba tan
acostumbrada a vivir sola conmigo que a la Dignidad esa ni la escuchaba. Pero
alguien la enseñó a poner atención y se fue a tomar viento mi poderío. Qué
fuerte, ¡con qué facilidad me quitaron mi totalidad sobre el mando! Solo así:
escuchando y observando, a través de la atención.
Vio que solo éramos voces en su mente diciéndole cosas. Yo le decía que la
muerte de su primer novio (un heroinómano) era culpa de ella por no haber
sabido quererle mejor, por no haber sabido ayudarle… Y la otra le decía que él
ya se drogaba antes de conocerla, que él usaba los problemas como excusas,
que se drogaba porque así lo elegía él y no por culpa de ella ni de nadie más
que sí mismo. Llevaba más de 20 años creyéndome a mí, y de pronto un día, la
oye a ella, y me pone en duda.
Ese día fue el principio del final de mi reinado. Después de eso ya nunca volvió
a confiar en mí como antes.
Ahora no me cree casi nunca. Aunque aún puedo engañarla alguna vez, cuando
no me presta toda la atención que necesito, entonces y por un momento puedo
volver a gobernar; pero ya no es lo mismo, porque la Sra. Dignidad no baja la
guardia.
¿De dónde habrá salido la señora esta “tan íntegra”, “ tan honrada”, “tan….”
Vale, acaba de entrar en escena, me dice que le pase el turno que ya he hablado
demasiado. Es verdad, yo, si me dejan, tengo carrete para llenar de texto varias
enciclopedias seguidas… Es lo que soy, ¡qué le vamos a hacer!: un charlatán.
También formo parte del imán del que te hablaba mi compañero el Demonio
Dragón. Yo soy la línea central que separa los polos y también soy el eje que los
une. El Dragón te decía que cuando Montse te hable de él te estaría hablando de
su imán. Cuánto protagonismo se otorga. El imán no es solo él.
La ventaja que yo tengo sobre el Dragón es que, así como él solo vive en la
mente de Montse, yo vivo en todo su Ser. En cada una de sus células, en cada
una de sus respiraciones. Formo parte del aliento divino que le da vida.
En su propio ruido tiene grandes dificultades para oírme cuando le digo: “yo no
quiero pelear contigo, solo quiero acariciarte”.
¿Por qué utilizo mi presentación para hablarte del Dragón? Tal vez ya lo habrás
adivinado, en realidad, y aunque él aún no lo sabe, soy una parte de él. La más
pequeña y también la más poderosa. Yo soy el corazón del Dragón. Sí, los
dragones también tienen corazón.
¿Por qué paga uno otro y el otro cobra?, esto favorece la identificación con el
rol, y es necesario que sea así, para que se pueda jugar la transferencia que
permite el viaje por el infierno. Es el camino hacia el cielo que precisa esta
aventura.
Como mujer que soy, lo no resuelto con mi padre condiciona mis relaciones con
los hombres y por su puesto mis relaciones de pareja. Y lo no resuelto con mi
madre condiciona mi relación conmigo misma, y con el resto de mujeres que me
cruzo por la vida.
Para un hombre es lo mismo, lo no resuelto con el padre condiciona su relación
consigo mismo y con el resto de hombres. Lo no resuelto con su madre se
interpone en sus relaciones con las mujeres y en sus relaciones de pareja.
Lo que siento y lo que me pasa, no tiente tanto que ver con esta figura sino con
lo que la misma representa.
Mi sanación pasa por hacer consciente lo inconsciente, y por ver cómo hago lo
mismo, una y otra vez, con el resto de relaciones que voy creando en mi vida.
No es diferente lo que me ocurre frente a la figura del terapeuta, a nivel afectivo,
de lo que me ocurre en otra relación.
En cada momento, en cada situación, siempre hay algo que mi cliente me pone
delante y que me confronta con mi propia vida. Parece algo mágico la potencia
que tiene el espejo, en doble dirección, de cliente-terapeuta. Y parece un regalo
del cielo cuando juntos, descubrimos el camino a caminar.
Cuando mi ego-mente comprende que mi Ser quiere la misma cosa que quiere
él: Amar, mis resistencias caen.
El ser yo misma implica otra forma de soledad, asumir el dolor de ver algo real:
solo se crean vínculos profundos y auténticos con aquellos que también se han
decidido a ser ellos mismos.
Esa realidad que me duele dice, entre otras muchas cosas, que una buena parte
de las personas con las que me encuentro en la vida se mueven desde la mentira,
el engaño y la manipulación.
Esto conduce a una vida un tanto solitaria; es muy sencillo: no van a soportar
que yo me permita vivir en la verdad, eso los confronta directamente con su
propia artimaña, y si eligen vivir en ella es porque no quieren saber de sí mismos
más de lo que saben.
Una vez más el espejo de la vida y de los otros me refleja mi propia realidad
interna: Se quedarán conmigo, si me muevo desde ahí, aquellos que estén
dispuestos a aceptar mis mentiras, y que, evidentemente, desconocen cuál es mi
verdad, pues no la muestro.
Soy ésta, tanto si quieres relacionarte conmigo como si no, si quieres que
compartamos como si no; esto es lo que soy, esto es lo que hay. Y si no puedes o
no quieres lo que soy, entonces te puedes ir y seguir con tu camino, que parece
que no es el mismo que el mío.
Cuá nto más alta hago mi apuesta por “mi lado oscuro” más fácil se me hace
renunciar a este tipo de relaciones que están sujetas a una fabulosa interpretación
teatral y a la destreza de la palabrería engañosa.
Cuando veo que alguien, por no perder lo que cree que tiene, se vende a sí
mismo como un objeto en el mercado, es decir: se falsea, se inventa, se cree a sí
mismo y a su propio engaño, entonces se me encoje el alma, por las tantas veces
que yo me reconozco en lo mismo, en el intento de sentir que soy capaz de
conquistar el amor de mi entorno.
Qué lástima, y qué horror saber que esas mismas trampas pueden seguir vivas y
quizá no las esté viendo.
Por eso, mi contrato más respetado me propongo que sea el que hago conmigo,
entre mi “verdad” y mi “mentira”, entre mis polaridades: entre lo que soy y lo
que juego a ser.
Quiero un contrato que ambas partes respeten, pues de otra forma todas mis
partes salen perdiendo.
Cuando a alguien que yo amo le descubro en la mentira, se me achica el corazón
de tal manera que tardo mucho en devolverme mi propia expresión natural. Me
quedo dolorida, enfadada, y con un sentimiento de frustración e impotencia que
me parece imposible atravesar. Sin embargo, con el tiempo lo consigo, lo
atravieso y suelto el tema; me cuesta, me cuesta mucho.
No ha sido posible, una vez más todo cae ante mis ojos, y lo más triste es que en
esos momentos no suele haber ninguna mano a la que agarrarse, pues desde
fuera cada cual ve lo que quiere ver, y los que están atrapados en el mismo
mecanismo del autoengaño no se deciden a valorar lo que yo estoy valorando.
Entonces me siento profundamente sola, yo con mi verdad, y nadie más para
compartirla, o ayudarme a ayudar a esa persona a darse cuenta del precio que
está pagando por elegir a su personaje, en vez de elegirse a sí mismo.
Entonces nos vamos, mi verdad, mi soledad y yo, a seguir caminando entre los
escombros de lo que pudo haber sido y nunca fue, aunque por un rato lo
pareciera desde el espejismo.
Una y otra vez, elegir ser yo misma me demuestra que lo barato, como dice el
refrán, al final sale muy caro. Si me hubiera quedado con la mentira de aquél,
estaría apostando por mi propio personaje que entre mentiras se maneja tan bien,
cuando vive mi vida por mí, haciéndome creer que somos la misma cosa.
Sin embargo, en este caso, aún en soledad cuento conmigo. Es una forma de
soledad que me hace fuerte, donde no hay ausencia de amor, donde la búsqueda
tiene un principio y un final muy definido que no pasa por lo externo, aunque a
través en lo externo me puedo reconocer y me puedo congraciar con la vida
misma.
Aquí no hay más alternativa que asumir que ese sabor amargo de la impotencia
tiene que ver con mi propia necesidad.
Si me duele no haber podido ayudar a aquél a ver el precio que pagaba por elegir
al personaje y a la mentira, si me duele no haber podido contar con alguien
aliado que me ayudara a cumplir ese objetivo mío, es solo por una cosa: la vida
me desafía a devolver todas mis fuerzas a mi “yo misma”. Me recuerda que cada
cual se tiene a “sí” para hacer consigo lo que más guste, y no es mi cometido
cuánto se engaña el otro, ni qué camino elige, o el precio que paga.
Es mi egoísmo tan solo quien coletea, es mi deseo frustrado de haber construido
una experiencia conjunta y hermosa, que finalmente no fue posible. Mi
dragoncillo que no deja de jugar conmigo, y una vez más reclama mi atención.
Sé que solo soy responsable de lo que digo y de lo que hago, y en ningún caso de
eso en lo que algunos convierten esto desde su propia manipulación, para forzar
a encajar lo que no encaja dentro de sus planes.
Con gusto elijo para mi vida lo que construyo, con gusto pago el precio de mis
elecciones, todo esto suma y sigue a favor de mi libertad. Soy consciente de que
ese “gusto” a veces tiene un sabor dulce y otras veces lo tiene amargo. Y
mientras tanto… hay ocasiones en que no sabe a nada.
Mi energía sexual es mi energía creativa: Crea vida y crea todo lo que construyo.
Negar mi energía sexual es negar que estoy viva, y es negar que estoy sana.
Mientras que reconocerla, más allá de la decisión que tome en cuanto a cómo
vivir y con quién compartir, o no, esa experiencia en cada momento, es salud.
Así, de la represión, de la castración interna, nace la violación, el abuso y la
perversión. Una vez más la enfermedad nace de la inconsciencia.
El placer frente a la angustia son los polos opuestos del Ser Vivo. Al aprender a
coartar mi expresión natural voy en dirección a la contracción angustiosa,
convierto mi cuerpo en una armadura de contención que no me permite la vida.
Somos la única especie que no respeta la ley natural de la vida, que colecciona
interminables enfermedades, físicas, psíquicas y emocionales. Me atrevería a
proponer la teoría de que los animales que nos acompañan, “nuestras mascotas”,
enferman también en la medida en que los humanizamos: “siéntate, dame la
patita, no puedes hacer pipí hasta que yo decida sacarte a pasear, y por supuesto
no puedes tener vida sexual porque me llenarás de cachorritos que no quiero. No
puedes vivir”.
En tanto no me permita una conexión absoluta con mi potencial, para amar con
todo mi cuerpo y con mis cinco sentidos, en tanto impida esa descarga total de
mi energía, estaré caminando en dirección a la patología y mutilando mis
posibilidades de salud.
De esa forma puedo amar a alguien desde el corazón, con un tipo de amor en el
que mi centro sexual no se agita desde la erótica, como sería el amor que siento
por mi madre, mis amigos, mis mascotas, mis aficiones, mi profesión, etc. Y no
me juzgo como “mala, perversa o inmoral” por sentir solo una de las dos
energías. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando siento una atracción puramente
sexual hacia alguien por quien no siento amor?; es algo absolutamente lógico y
normal. juzgarme de inadecuada, de inmoral o de cualquier otro descalificativo
frente a esta pulsión, es prueba de “mentalidad patológica”.
¿Cómo es posible que pueda permitirme amar sin más a cualquier persona, sin
que ello vaya acompañado por un sentimiento de culpabilidad, o sin sentir por
ello que esté haciendo algo malo, y sin embargo cuando se trata de deseo sexual,
de atracción pura y dura, a secas, entonces haya una parte de mí que me penalice
por sentir estas cosas normales?
Las restricciones que imponen diferentes religiones del mundo tienen una buena
parte de responsabilidad sobre esta atrocidad condenatoria. Sin embargo, la
mayor responsabilidad es la mía por no cuestionar, hoy como adulta, lo que
tragué sin masticar en mi educación, por creer a ciegas algo tan anti-divino como
todo lo que gira en torno a penalizar la energía más hermosa, origen y
continuidad de la vida y la salud, siempre que esta energía esté bien integrada y
se pueda vivir como algo hermoso y santo. De la misma forma, origen y
continuidad de la enfermedad mental y física, cuando está atrozmente reprimida,
reprendida y castigada.
Habrá quien al leer esto piense con razón “bueno, hoy no es como antes”; es
verdad, aquí en nuestro país hemos hecho algún avance en el tema, sin embargo,
pasé mi adolescencia sintiendo que masturbarme era malo. ¿Qué había metido en
mi cabeza para vivir renunciando a una parte de mi cuerpo y de mi sentir tan
indispensable como es el disfrute del placer a través de mi sexo? Es el absurdo
más gigantesco de todos los tiempos, y sigue vivo, en menor escala seguramente,
pero sigue dando coletazos.
A nivel personal, voy a hacer una confesión. Yo de pequeña tenía una muy fuerte
conexión con mi energía sexual. Después fui conteniendo y reprimiendo; mi
educación era una sentencia muy clara: el placer es cosa del Demonio (Bendito
Demonio). Y yo queriendo ser “hija de Dios” renuncié a lo más hermoso que
había en mí, mi conexión con la vida. Así he pasado los primeros 30 años de mi
vida; los 10 siguientes tratando de devolverme lo que es mío en este campo,
¡menuda faena!
Repito una vez más, que nada de lo que soy es malo, y mi sexualidad también
soy yo, mis genitales también soy yo, de la misma forma que lo soy a través de
mis manos, mis pies, mi espalda, mi cara…, bien pues mi vagina también soy
yo, y tengo todo el derecho del mundo a ser integrada en mi totalidad, como
parte maravillosa de la Creación Universal a la que pertenezco.
No tengo nada malo en mí, sin embargo, cuando gestiono algo de manera
inadecuada lo desvirtúo. Entiendo esto como algo común a los mortales: No
tenemos nada malo en nosotros; al gestionar algo de manera inadecuada lo
desvirtuamos.
Es nuestra cultura la que educa a sus criaturas para que vivamos fingiendo ser
otra cosa diferente a lo que somos.
Cuando vivo mi energía sexual de forma libre y sana, puedo decidir hasta dónde
quiero llegar. Si la niego, la juzgo y me culpabilizo, por sentir lo que siento, la
estoy tiñendo de un color oscuro y obsesivo que acabará manejándome a mí,
llegando a anular mi voluntad consciente.
Y una de las formas en que mi energía sexual me grita para que la vea de una
vez, es colándose donde sea que yo esté. Puedo llegar a sexualizar cualquier tipo
de relación que en origen no habría pasado por ahí, como resultado a mi
prohibición interna para sentir libremente lo que siento.
Es decir, si me quedo atrapada en esa negación interna, puedo actuar bajo una
actitud de seducción sexualizada, de forma sistemática y automática, que me va
a impedir crear vínculos profundos y sanos en mis relaciones, porque desde esa
negación, se interpondrá mi parte inconsciente y rechazada, ante el resto del
mundo, en el intento de ser reconocida y readmitida por mi consciente.
Mis aprendizajes adquiridos, muchas veces, son el peor lastre que arrastro.
Veo que esto no solo me pasa a mí, por ejemplo: muchas mujeres de mi época, y
sobre todo de generaciones anteriores, han sido entrenadas para tener relaciones
sexuales solo después de contraer matrimonio, y evidentemente con el mismo
compañero toda la vida. Esto es una condena al infierno por la puerta principal.
Segundo: ¿para toda la vida?, ¿pero qué condena es esa? ¿Y qué pasa el día que
estemos hartos de estar juntos?, ¿qué pasa si dejamos de llevarnos bien o
dejamos de amarnos?, ¿qué pasa si un buen día nos damos cuenta de que ya no
nos soportamos? ¿De verdad tenemos que aguantarnos y conservar ese contrato
que no queremos ninguno de los dos, para toda la vida?
Recuerdo una frase que, de adolescente, escuché hasta aborrecerla; decía así:
Elige bien la cuchara con la que quieres comer porque comerás con ella toda la
vida. ¿Cadena perpetua? Sí, el mensaje en realidad dice que amar es igual a
cadena perpetua. Increíble.
He cambiado de cuchara varias veces en mi vida, y de tenedor y de cuchillo,
hasta de tijeras. Incluso a veces como con los dedos y no uso cubiertos ¿Por
qué?, porque tengo derecho a elegir por mí misma qué quiero comer, cómo y
cuándo me lo como. Así de sencillo.
Ese derecho no tiene que dármelo nadie salvo yo misma.
Yo acepto las cláusulas hereditarias de un contrato que no quiero, o no las
acepto. No hay más.
Sin embargo, hasta que descubro ese derecho mío, me paso una buena parte de
mi vida sintiéndome el bicho más raro del mundo cada vez que descubro mi
capacidad para sentir cosas normales.
Me pregunto ¿A dónde nos lleva nuestra mentalidad a los humanos? Mente, Ego,
Carácter, Personaje, ¿qué importa con qué pseudónimo lo llamemos en cada
momento? Ese impostor que usurpa nuestro lugar legítimo, que corresponde al
amor y a la consciencia, puede llegar a ser el más aterrador, abominable y atroz
de todos los monstruos y demonios que puedo imaginar.
Y me pregunto: ¿Pero qué clase de Dios predica esta gente? ¿Cómo puede la
humanidad concebir un Dios tan cruel y retorcido que nos llena de energías
prohibidas? Si Dios quisiera que los discípulos de su iglesia fueran impotentes
los habría creado sin genitales y sin hormonas sexuales.
Y me pregunto también: ¿Cómo es posible que los seres humanos nos traguemos
sin masticar toda esta manipulación donde a través de la culpa y el miedo nos
hacen esclavos de ellos, que son los que dan juego a las mayores perversiones de
la historia del planeta?
Ahí tenemos el crimen de los bebés nacidos de las mujeres casadas con ese
presunto Dios. La pederastia que se practica con los niños de sus instituciones.
Las guerras santas que han masacrado a millones de personas….
Sin ir más lejos, hace solo unos años me habrían quemado en la hoguera después
de torturarme de mil maneras por afirmar estas palabras. ¿Qué ocurre, que Dios
y el Demonio han cambiado las normas desde entonces hasta hoy? ¿O será quizá
que las hemos cambiado los humanos? No existe ningún Demonio compitiendo
con Dios por poseer a la humanidad.
Como Ser Humano que soy afirmo que lo Divino y lo Demoniaco está en mi, y
ambas cosas son la misma. Lo que es divino de manera natural (mi naturaleza) lo
convierto en demoniaco al juzgarlo y reprimirlo (mi ego). Lo hago yo, nadie
actúa a través mío. Solo Yo.
¿Cómo va a ser malo algo que es la llave de conexión con el placer de nuestro
cuerpo vivo? Lo que me une con la salud y la vida es el placer (frente al polo
opuesto: la angustia, que me contrae y que me une con la enfermedad y la
muerte). La expresión del placer es un regalo del cielo, y mi mayor gesto de
amor, gratitud y generosidad, es compartir con otro semejante mi potencial para
sentirlo.
Mi sexualidad vivida sin culpa, con libertad, con conciencia, es lo más sagrado
que tengo. En cada momento de mi vida, soy muy libre de vivirla como guste
siempre que lo haga desde lo natural y no desde lo represivo y enfermizo.
Siempre que lo haga respetando el derecho del otro a elegir si quiere o no
compartir esa experiencia. Sin engaños, sin manipulaciones.
¿Qué hay que juzgar cuando dos adultos deciden libremente compartir lo que
quieren compartir, cómo, cuándo y hasta dónde quieren llegar? Arriba igual que
abajo, fuera igual que dentro. Las mayores represiones dan lugar a las mayores
perversiones.
Y le pese a quien le pese (por muy arcaico y retrógrado que pueda ser el
esquema mental de alguien) resulta que la vida es consecuencia del orgasmo
divino que va pariendo árboles de cada semilla que germina en la tierra, que va
pariendo galaxias y cosmos con cada contracción de su útero sagrado. Cada
especie se perpetúa en su propia descendencia autopariéndose a sí misma y esto
es gracias a la sexualidad. Después de su nacimiento, cada Ser (animal, vegetal y
mineral) se une con la salud y la vida a través de su energía sexual, que le
conecta con el placer. Las flores se abren al amanecer para recibir el Placer de la
caricia del Sol.
Hoy, en el siglo XXI, los Seres Humanos estamos permitiendo que sigan girando
en torno a la sexualidad un sinfín de aberraciones, como cada una de las mujeres
que mueren lapidadas todavía, en algunos países, por haber tenido un contacto
sexual no aprobado por las culturas de esos países.
En algunos lugares todavía se sigue castigando con cárcel la homosexualidad,
como se hacía aquí hace 60 años. De cualquier manera, hay millones de personas
que sufren y se avergüenzan todavía hoy, por sentir cosas hermosas hacia alguien
de su misma condición genital. Lo menos importante realmente es qué genitales
tiene el otro, lo importante es que las emociones que despiertan son bellas. Lo
único importante es que sentir es el equivalente de estar vivo, y es hermoso.
Mis prejuicios, las ideas que me han sido dadas en herencia, mis costumbres….
Es necesario que recicle internamente de forma constante, porque no hacerlo es
aceptar la esclavitud, la ignorancia, la demencia y la barbarie.
Nadie puede imponerme algo que yo no esté dispuesta a aceptar. Por eso ahí
queda mi invitación a cuestionarnos, una y mil veces, las creencias con las que
hemos crecido, porque es un derecho que todos tenemos: el de aceptar o no, el
de elegir nuestros propios criterios y el de conseguir que la especie humana
acepte, de una vez por todas, su divinidad y deje de comportarse con la
brutalidad y la monstruosidad que generan la negación y el rechazo, de lo
sagrado que somos, cuando nos impedimos ser lo que somos en verdad.
Ese entorno, sea el que sea, en el que cada uno de nosotros ha crecido, obedece a
unas normativas que tienen que ver con el momento de la historia que vivimos,
se trata de nuestra sociedad. Una sociedad que hace estragos en la naturaleza,
tanto a nivel humano como general; basta ver lo que nuestro planeta refleja para
comprender lo que trato de expresar. Bien, nuestro planeta refleja nuestro propio
contenido. Hacemos con él lo mismo que hacemos con nosotros mismos.
Desde el momento en que aprendo a negar lo que soy y siento realmente, fabrico
a alguien que opera como si fuera yo, pero es mentira; desde ahí mi verdad
queda profundamente reprimida.
Es tan difícil acceder a ella porque esto ocurre desde la más tierna infancia,
cuando se me programó para responder a las normativas del momento.
Entendiendo que este programa está instalado con cemento en mis neuronas, ni
siquiera me doy el espacio para cuestionarme realmente qué soy y qué siento.
Me he dejado convencer profundamente de que no soy lo que soy y de que soy
diferente a mi naturaleza y a mi verdad.
Atrapada en esas creencias, llego a creer que, si fuera como soy en realidad,
sería un monstruo. Que los seres humanos, si fueran como son en realidad y no
estuvieran “corregidos”, por una educación como la nuestra, serían monstruos.
Atrapada en esa falacia no veo que la perversión, la morbosidad, la obscenidad,
no son más que el producto de la desviación de una energía que, si es vivida de
forma natural y en libertad desde el origen, es sagrada. La desvirtúo, la
transformo, la pervierto al “corregirla”.
A través de mi sexualidad pongo en marcha mi capacidad de amar físicamente y
sentir ese placer con todo el cuerpo. Si me prohíbo esa expansión natural desde
niña, aprendo a desviar esa energía en otra dirección, que puede llevarme a
enfermar al aprender a negar mi conexión natural con la vida y el placer, al
reprimir la vida. Al reprimir lo que soy.
Esto que estoy diciendo queda manifestado en mi historia personal, cada vez que
de niña se me hizo sentir que tocarme mis genitales no estaba bien, que
masturbarme era malo, que una conducta natural donde mis deseos de contacto,
de abrazo, de caricias, quedaba señalada por mis adultos (neuróticos) casi como
si fuera un acto pornográfico de esta niña. Me pregunto ¿cuántas veces se me
reprendió por esa necesidad de Amor natural y sana, hasta que quedó grabado en
mí que yo era “pornográfica, censurable, indigna”, por sentir necesidades
normales y naturales de Amor? Me dejé robar mi derecho a explorar mi
sexualidad, a disfrutarla sin conflictos. Me dejé robar mi derecho a la vida.
Si soy una niña (o fuera un niño) y busco el contacto con mi padre o con mi
madre es porque necesito ese abrazo, esa caricia, esa materialización corporal del
sentimiento, del Amor. Necesito sentir y compartir lo que guardo en mi corazón.
Me llena de tristeza ver que los adultos neuróticos, no sabiendo qué hacer con
sus propios instintos y con sus propias necesidades, no puedan soportar que el
niño los exprese. Me llena de tristeza ver cómo inhiben en el infante las mismas
cosas que ellos tienen inhibidas en sí mismos.
Veo que somos una cadena de aprendizaje. Quien ha entendido que sentir es
malo, enseña igualmente a sus pequeños que cuando sienten están obrando mal.
Sea lo que sea lo que estén sintiendo.
Quedarme ahí atrapada sería continuar transmitiendo un error monstruoso de
generación en generación. Yo no quiero formar parte de esa cadena. Me suelto
aquí mismo. Apuesto por la vida.
Entiendo que la persona que ha sido tan fuertemente condicionada desde siempre
no puede tener una vida realmente gratificante, ni sexualmente ni de ninguna
otra manera.
Muchas veces estoy confundiendo un sucedáneo con la esencia misma de las
cosas: Una pequeña descarga genital con un auténtico orgasmo donde mi cuerpo
entero esté implicado.
Cuando pongo resistencia a mis instintos y a mis impulsos naturales que, repito,
son sanos, es cuando mis instintos quedan perturbados y es cuando actúo de
forma neurótica. Es mi juez mental quien transforma lo bello en horrendo,
convirtiendo mi capacidad de amar en neura.
Evidentemente, necesito actuar sobre mis ideas y sobre mis creencias, que se han
establecido de forma férrea a través de generaciones y me indican que la
sexualidad: es algo que debe ser medido y recortado, limitado y contenido,
porque de otra forma sería algo inmoral.
Aquí le estoy poniendo una carga negativa a mi conexión vital que es totalmente
irracional.
No hacer nada con todo esto es continuar construyendo una experiencia de vida
miserable que se levanta sobre ladrillos envenenados por la mentira, por la
manipulación y por la castración dictatorial de la moralidad tóxica que dice que
la Naturaleza “no sabe” y nosotros, los humanos, debemos “corregirla”.
¿Alguna vez has oído aquello de que a los niños hay que enderezarlos igual que
a las plantas para que no suban torcidos?, va por aquí la cosa: es una de las
mayores aberraciones que yo he escuchado en mi vida, y varias veces, de bocas
distintas. ¿Estamos todos, de alguna forma, contaminados?, ¿estamos todos con
las tijeras en la mano preparados para “podar” la vida?
De la misma forma en que se cortan y se atan las raíces de una planta que podría
ser un árbol precioso y magnífico, para conseguir que sea un bonsái liliputiense,
de la misma forma… ¿nos atamos y cortamos a nosotros mismos nuestro
potencial de conexión con la vida? Yo he dejado que la sociedad me hiciera eso,
¿y tú?
Para los que en su día aceptamos y consentimos esa agresión es para los que más
vale la pena reflexionar sobre esto: En lugar de ser expansivos, naturales y
libres, nos convertimos en “enfermos bonsáis humanos”.
El amor libre y las relaciones abiertas están muy bien cuando son una elección
consecuente. Y si es algo que se elige en el marco de una relación de pareja,
cuando ambos miembros quieren vivir esa experiencia, no tiene nada de
reprochable. Personalmente entiendo que, bajo este contexto, muchas parejas
excusan su falta de entrega auténtica y profunda. Cuando la entrega es
verdadera, el hambre y la sed sexuales quedan satisfechas, no se hace necesario
seguir comiendo aquí y allá. Es diferente cuando ésta es nuestra opción de vida,
con pareja o sin pareja.
No obstante, es una decisión muy personal que yo, sencillamente, respeto. Todo
depende de qué quiere cada uno de nosotros para su vida, y de si lo que quiere el
otro y lo que quiero yo es compatible.
Es cierto que son muchas las personas agradables y atractivas con las que me
cruzo en mi vida, y también es cierto que eso no es razón para pretender
acostarme con todas ellas. No va por ahí el tema de la libertad que yo estoy
defendiendo.
Seguro que me lo podré pasar muy bien con todas esas personas que compartan
mi almohada, sin embargo, no me habré entregado de verdad a mi potencial para
sentir amor plenamente, con ninguna.
Y yo me pregunto ¿qué pasa con el derecho de ella a ser respetada?, ¿qué pasa
con el derecho de ella a elegir si la realidad que comparten ambos es la que
quiere o no? Está claro que desde el engaño desconoce la realidad, no puede
elegir porque no sabe lo que está pasando. Y lo que está pasando es que él quiere
otra cosa y, probablemente, no tiene permiso interno para reconocerlo.
Si llega el caso en que uno de los dos quiere algo que está fuera de lo pactado, es
necesario abrir el tema, el contrato, y volver a pactar.
Esto supone asumir el riesgo de que el otro no esté de acuerdo con lo que el
primero propone, el riesgo de que la relación se rompa. Pero será una ruptura
digna y por elección conjunta, pues ha llegado un momento en que no queremos
lo mismo. No asumir este riesgo, además de ser egoísta, es insano.
Afirmo pues que la forma en que llego a malinterpretar las cosas para “llevarme
el gato el agua”, pertenece al entramado neurótico de mi mente.
Si entiendo la infidelidad y la traición como “derecho de libertad”, si entiendo el
egoísmo de la justificación, de la excusa, y de la culpabilización del otro, como
“derecho a elegir”, entonces soy una persona cobarde e incapaz de admitir mi
propia impotencia ante el Amor.
RECONCILIÁNDOME
Reconciliarme también tiene que ver con asumir la responsabilidad del total de
mi experiencia de vida, cuando me doy cuenta de que en cada momento he
hecho lo mejor que podía y lo mejor que sabía, con lo que tenía disponible en
ese instante, ya no hay lugar para juzgarme mal, ni para sentirme culpable, ni
para autocastigarme. Me estoy refiriendo no solo a las circunstancias externas,
sino a mis propios recursos internos.
Ayer no podía reaccionar como habría reaccionado hoy, porque ayer no estaba
donde estoy hoy, ni veía lo que veo hoy, ni sabía lo que sé hoy.
Mi reconciliación pasa por ver mis diferentes posiciones internas, ver de dónde
han salido, aprender a dejar de identificarme con lo que no es mío, aunque lo
haya hecho mío, aunque así lo haya aprendido. No nací con ello y hoy puedo
elegir conservarlo o no, en función de mi propio criterio. Tengo ese derecho.
Desarrollar una buena escucha interna me permite una vía directa a la solución
de mis conflictos, hacer conscientes partes mías que no estaba asumiendo hasta
ese momento, y atenderlas como necesitan ser atendidas. Conectar con la verdad
de lo que siento, desde ahí puedo expresarlo de diferentes maneras. La escucha
interna me hace honesta.
Conseguir que mi juez gane tolerancia, ampliar mi permiso interno para vivir y
experimentar de una forma distinta a la conocida, supone apertura y supone
humildad. Mi juez es totalmente ciego a sus propias limitaciones, nunca ha sido
cuestionado, al menos con el criterio de un nuevo punto de vista. Me puedo
desarrollar más y puedo crecer internamente tanto, como sea capaz de
flexibilizar a mi juez.
Estoy donde elijo estar y me ocurre lo que yo acepto y permito que me ocurra.
Una buena parte de mi realidad está directamente relacionada con lo que yo,
desde mi propia actitud ante la vida y ante mi entorno, provoco.
Por muy dura que sea la situación que me toca vivir, yo puedo elegir la forma en
que la atravieso y la alquimia para extraer lo mejor de mi vivencia. También
puedo aceptar, o no, y todo lo que se sale de esta afirmación es la excusa, o las
excusas y justificaciones, que me doy para no asumir el precio que vale el
cambio.
Solo cuando veo en mí el mecanismo puedo verlo en los demás. Solo cuando
aprendo a reconocerme humana y vulnerable, puedo verlos a ellos de la misma
forma.
Cuanto más dura e inflexible me muestro es cuando más miedo tengo y más
débil me siento internamente. Ahí atrapada puedo provocar mucho dolor en mi
propia vida y en la vida de los que están a mi alrededor. Evidentemente, de esta
parte, cuando actúa, no me doy cuenta y, si la veo, creo que es necesaria y buena.
No tengo más visión, no tengo más ángulo en esos momentos. Flexibilizarme es
muy importante para poder ver mejor y más ampliamente.
Es ley natural que los hijos superen a los padres, aunque muchas veces los
padres agarrados a sus propias dificultades traten de impedirlo. Si los hijos no
consiguieran superar a los padres la evolución se habría terminado.
La especie se mejora a si misma a través del avance que van haciendo las nuevas
generaciones, en relación a las anteriores. Para las anteriores, muchas veces es
inadmisible; ellos viven atrapados en sus construcciones mentales donde no cabe
lo nuevo, lo viven como una ofensa, como si lo suyo no fuera lo suficientemente
bueno. Y realmente esto es así, para cada generación lo suyo, entonces aquello
era lo mejor que había, pero hoy, ahora, el momento es otro y es necesario que
las cosas evolucionen de una forma adecuada a las generaciones actuales.
En ocasiones necesito perder algo, es cierto, forma parte del cambio, y perder
algo quiere decir ganar el espacio necesario para que se pueda generar lo nuevo,
que probablemente será mejor y más adecuado.
Soy un contenedor, puedo dar y compartir lo que tengo dentro y no otra cosa.
Tengo dentro lo que he recibido y lo que he tomado de la vida.
Cuando soy agredida, contengo agresión en mi interior, por eso, tanto si me doy
cuenta como si no, resulto agresiva en mis relaciones; de una u otra forma,
exhalo por los poros de mi piel mi contenido. Y también por eso es importante
encender la luz en mi parte oscura, para verla y asumirla, para elaborarla y de
esa forma dejar de agredirme negándome.
Cuando yo soy una niña pequeña, que está empezando a vivir, no sé, aprendo de
los adultos, y aprendo igual con sus aciertos que con sus errores. Como niña no
tengo capacidad de cuestionar, ni de discernir, nada en absoluto. Me quedo con
eso que me transmiten mis adultos de confianza. Lo hago mío, y como lo he
tomado en mi corazón y con mi amor, toda mi vida va a girar en torno a eso que
recibo de ellos.
Cuando, siendo una niña, me dicen: “ esto es malo o esto está mal”, yo niña, me
lo creo. Si me enseñan a desconfiar, seré una adulta no confiable y desconfiada;
si me enseñan a reprimirme, seré una adulta reprimida y represora; si me
enseñan a golpes, seré una adulta golpeada y “golpeante”. Si me enseñan a ser
yo misma, seré una adulta brillante.
Soy yo como adulta quien voy sembrando en el niño las semillas de las plantas
que después germinarán. De alguna forma yo tengo el poder de modelarlo. Y lo
puedo hacer, muchas veces, confundida por los errores heredados a lo largo de
mi propia vida.
Si yo, como adulta, hago creer al niño que lo que siente, lo que expresa o lo que
necesita, está mal o es malo, le estaré enseñando a renunciar a ser él mismo, le
estaré robando su derecho a la plenitud y a la perfección con la que ha nacido de
manera natural.
También yo, que hoy soy adulta, en su momento fui aniquilada en una parte de
mí misma; me dejé estafar de la misma manera, acepté una educación basada en
la ignorancia de la naturaleza de las cosas, y me creí que eso era lo mejor. Si no
voy al rescate de mi verdad y de la verdad, trataré de transmitir a los niños con
que me relacione las mismas cosas. Viviré convencida de que estoy actuando de
la mejor manera. Eso quiero para los míos: lo mejor. Igual que mis mayores
quisieron “lo mejor” para mí.
Cuando niego que tengo el contenido que tengo: me estoy negando a mí misma,
me estoy rechazando, me estoy agrediendo, y por extensión a todos los demás,
pues hago con los otros lo mismo que hago conmigo. Salvo que despierte de esta
pesadilla.
Tengo rabia, miedo, alegría, tristeza, deseo y energía sexual. Le guste al mundo
o no le guste; al entender que es malo, renuncio a ello. Del mismo modo que
habría renunciado a mis piernas si hubiera recibido el mensaje, en mi educación,
de que tener piernas era cosa de mala persona. Sería una inválida, pues en el
intento de ser buena persona habría renunciado a usar mis piernas. Esta sociedad
me ha educado para creer que mis emociones naturales son malas en alguna
medida. Que no debo enfadarme o entristecerme. Que no debo sentir miedo o
alegría. Que no puedo expresarme. Y si puedo, es de forma muy condicionada.
Y puedo enfadarme, claro que sí, en el momento que me doy cuenta de que estoy
atrapada en el mismo mecanismo, y hago lo mismo que ellos: creyendo que es lo
mejor. Al ver esto de cerca el enfado se me pasa un poco, y de la misma forma
que mi compasión se hace eco de mis propios errores, también lo hace con ellos.
Elegir seguir siendo ciega e ignorante ante esta realidad es la cosa más cobarde y
egoísta del mundo. Si elijo no sentir ese dolor, pago el precio de quedarme
bloqueada para siempre y de permitir que el bloqueo se siga heredando a través
de las próximas generaciones.
Está claro que cuando elijo mi libertad, recuperar mis pedazos, volver a ser lo
que soy de manera natural (y no lo que otros hubieran querido que fuera),
también estoy eligiendo transmitir a los míos ese permiso y esa bendición para
que sean quienes son. Estoy aceptando que no tengo ningún derecho a
modelarlos como si fueran monigotes de plastilina y pudiera darles la forma que
me dé la gana.
Si no doy este paso, lo que estoy haciendo es intentar clonarme a través de los
míos, intentar convertirlos en una copia de ¿mí misma?, sin respetar que ellos
son otras personas diferentes y por tanto tienen derecho a ser como son, aunque
eso les aleje de mi propia imagen interna y externa.
No, no sería una clonación de mí misma, sino de eso en lo que he dejado que la
sociedad me convierta: algo, alguien, que no es verdad.
He vivido la mayor parte de mi vida, sin darme cuenta, convertida en una tullida
que camina despacio y no se permite usar sus piernas para correr, saltar,
bailar…, aun siendo un ser perfectamente capacitado para hacer todo eso y más.
Pretendiendo que los míos vivan tan tullidos como yo. Eso a mi ego lo llena de
satisfacción. Porque mi ego cree vehemente que ser un tullido es cosa de buenas
personas. He estado sufriendo de manera gratuita, por no pagar el precio de
sentir el dolor que supone cuestionar lo aprendido y reaprenderme tal y como
soy en realidad.
Desde el día en que me doy cuenta de todo esto, decido que pasaré el resto de mi
vida compartiendo esta experiencia y su mensaje con todo aquél que quiera
escucharme. Me siento en el derecho y en la necesidad de hacerlo. Quiero
hacerlo. Quiero consagrar mi vida entera a este proyecto, poner de mi parte toda
mi carne, toda mi sangre…, en esta misión, que cada vez somos más en
compartir, y que tiene por objetivo nada menos que intentar devolverle al mundo
su humanidad. Es evidente que esto solo hay una forma de hacerlo, que cada uno
de nosotros se devuelva a sí mismo la suya propia. En esto estoy comprometida,
en devolverme la mía y permitir que se vea y que se sienta, le pese a quien le
pese.
Ya sé que cada cual es muy libre de elegir para su vida lo que guste, creo que a
otros les puede pasar como a mí, que a veces, cuando no sé (o no recuerdo) que
puedo hacerlo, necesito que alguien me invite a recordarlo. Alguien tiene que
hacer de despertador para que deje de dormir en ese letargo en el que quedo
atrapada cuando me despisto.
Despierta puedo caminar, correr, saltar, bailar, caerme y levantarme para volver a
caerme y volver a levantarme. Dormida también, claro, pero necesito, como
mínimo, muletas, porque me muevo creyendo que mi movimiento natural es
malo.
Dormida sueño que no puedo usar mis piernas, y aunque pudiera y las usara, no
dejaría de ser un sueño; en la vida real no estaría en movimiento, sino tendida y
ausente. Desconectada de la realidad. Negando fuera con la misma fuerza con
que niego dentro.
Así, cuando creo que la libertad se haya más allá de los barrotes de hierro que
dan forma a la celda de una prisión, desconozco la propia celda de mi mente, la
que me hace presa frente a la vida, pues teniéndolo todo al alcance de mi mano,
ahí sujeta, no dispongo del permiso interno para tomarlo.
¿Qué mayor prisión puede haber que la de la dictadura que habita en mis
neuronas, cuando he permitido que se instalen unas normas, una moralidad
hipócrita, una militancia que me hace cómplice de un sistema esclavista?
Mientras no me tengo a mí, creo que la sensación de tener pasa por lo material,
por los bienes, el dinero, el estatus…, despilfarro mi vida intentando conseguir,
tratando de tener, tener, tener…, y tenga lo que tenga sigo mendigando,
buscando, anhelante…, hasta tenerme. No hay más propiedad que una, al menos
que valga la pena, y no está fuera de mi piel.
Ignoro esto cuando estoy viviendo dormida, donde la ilusión se apodera del
espacio que debería ocupar la realidad.
¿Cuántas veces la vida golpea mi puerta y no la dejo entrar?
Quedarme con una realidad que no quiero por si acaso las cosas cambian, por si
acaso la otra persona cambia, por si acaso…, en el “por si acaso” pierdo la
posibilidad de vivir en una realidad que sí existe y, desde ahí, se me escapa.
Compruebo, una y otra vez, que cada una de las ocasiones en las que el mundo
se me viene abajo, no es más que la antesala de un desenlace en otra dirección
mejor y más adecuada para mí.
Esos momentos, que puedo vivir con tanta angustia, son así porque el miedo ante
lo desconocido se interpone entre mi camino y yo.
Una vez abrazado ese miedo y empezado el nuevo camino, donde dejo en el
pasado la desolación del paisaje anterior, de pronto empiezan a abrirse hermosas
flores que ni siquiera podía intuir que aparecerían unos pasos atrás.
Tardo tanto en empezar a caminar por el nuevo camino que la vida abre ante mí,
como tardo en abrazar a mi miedo para que deje de bloquearme y de detenerme.
Es una cuestión de fe. Soltar lo que ha pasado para abrazarme a lo que está por
venir.
Mi salud está en soltarlo y abrirme de nuevo para que la vida me pueda regalar
sus besos.
De cualquier modo, también puede ser que la vida me invite a dejar de amar a
alguien por la razón que sea. Si me resisto, me destrozo porque ya no toca eso en
mi vida y mantenerlo me daña. Si me entrego a esa experiencia, tal vez descubra
que la vida quería que yo me amara a mí misma, y entonces sí podría llegar a
amar a alguien con quien construir un camino feliz, ya que con la anterior
persona no fue posible. Si yo estoy en la falta de amor hacia mí misma, voy a
encajar con una pareja que no me ame. La pareja es el espejo donde puedo
verme reflejada. Si no me amo, difícilmente tendré la oportunidad de disfrutar un
amor compartido.
Y aceptar esto, dejar que esa cadena se rompa, no es fácil, sobre todo cuando
estoy implicada, entre otras cosas porque ante la ausencia de mi propio amor, el
amor del otro se me hace imprescindible. Desde ahí estoy confundiendo mi gran
carencia de autoamor, con “cuánto me importa que me ames tú”, (¿cuánto me
importas?). Ese otro puede ser una pareja, una amistad, o un familiar, no importa
quién ni tampoco qué tipo de amor nos ha unido. Lo único importante es si ese
vínculo nos nutre o nos daña.
El verdadero acto de amor es tomar la decisión más sana para ambos. Esa
decisión debe ser tomada desde un lugar que está por encima del deseo y del
egoísmo. Estar en conexión con ese lugar precisa de la presencia de mi
espiritualidad. Hago lo que hago por algo más elevado que mi deseo. Ahí
encuentro mis fuerzas y ahí consigo caminar, aún entre los escombros de lo que
había y ya no existe.
El deseo puede llegar a ser veneno para mi alma, sobre todo cuando no sé decirle
que no. Ponerle unos límites, razonables y sensatos, es sinónimo de madurez y
responsabilidad.
En el primer caso me quedo con la frustración y la rabia dando coletazos por los
siglos de los siglos.
Lo importante es poderme dar cuenta para poder reírme de ese absurdo que, si
me despisto, me come entera.
Mi niña interna, en su parte herida, es sumamente infantil, tiene sus traumas, sus
bloqueos… Y aquí estoy yo para hacerme cargo de ella y de todo lo que
representa. Mi niña interna es lo mejor que tengo en mí, y su historia, que es mi
historia, es la que me da la oportunidad de enfrentarme a un montón de cosas
que me ayudan a descubrir quién soy y quién no soy.
De cada error mío tengo la posibilidad de aprender a hacer las cosas de un modo
distinto la próxima vez.
Y un interminable etcétera.
Más allá de todo esto, creo que elegí nacer de los padres que nací, en el entorno,
el momento y el país, que reunían las condiciones necesarias para que yo
experimentara aquello que vine a experimentar. Quizá haya nacido muchas
veces, en diferentes situaciones. Quizá necesite volver a hacerlo muchas veces
más, hasta haberlo experimentado todo…. Desde ser la persona más rica del
mundo, hasta morir por desnutrición… Desde ser un pederasta, hasta ser un niño
abusado… Desde ser un Einstein, hasta ser una persona con severas deficiencias
mentales… Desde ser un judío, hasta ser un Hitler…. Intuyo que todo está bien
tal como es, que todo es elegido con intención evolutiva y por voluntad propia,
desde un plano diferente al que conocen las neuronas. Que hay una Verdad más
grande que todo lo llena de sentido, aunque mi mente prefiera pasarse la vida
juzgando, creyéndose a sí misma y complicándome tanto la existencia.
Si quiero, puedo aprender mucho de mi experiencia para tratar de hacer las cosas
de otro modo en adelante y, si no quiero, puedo quedarme pataleando y
quejándome el resto de mi vida. Pero nadie vendrá a salvarme de mi infierno,
porque el cielo y el infierno también los construyo yo en mi propia vida. Con
cada pensamiento, con cada creencia, con cada sentimiento, con cada actitud
mía, con cada paso que doy…. Yo decido si me dirijo al paraíso a la boca del
diablo.
El desengaño, temporalmente, me debilita esa fe, que siendo la copa sagrada que
todo lo llena de sentido, por momentos se resquebraja y vierte su contenido
sobre la arena, dejándome con una sensación de sequedad que parece aniquilar el
sentido de mi vida.
Sin mi espiritualidad nada tiene sentido. Cuando siento que todo se derrumba y
lo que queda en pie tampoco vale la pena, es una señal de que mi espiritualidad
está dañada. Ella es quien me compensa todo el dolor, para ayudarme a
trascender esa oscuridad donde, a ciegas, puedo perderme fácilmente.
Espiritualidad es algo que pasa por mi propio cuerpo, por mi energía, por lo
conocido, por lo desconocido, por todos los cielos y todos los infiernos que
atravieso a lo largo de mi existencia.
atrapa y del que creo que no puedo salir. Y es cierto; no puedo salir solo por un
motivo: mi creencia me lo impide.
La fuerza que se produce ante una identificación puede ser tan poderosa como la
mejor prisión de alta seguridad que pueda imaginar. Sé que en mis manos están
las llaves de mi libertad: yo las llamo interrogantes. Si soy capaz de cuestionar
mis creencias, tengo todas las posibilidades frente a mí y puedo elegir el camino
que yo quiera.
Qué cosa tan absolutamente pequeña somos cada uno de nosotros. No puedo
dejar de maravillarme al ver cómo es posible que siendo algo tan insignificante
le demos una importancia tan bárbara a las cosas que nos pasan, a las cosas que
sentimos y a las cosas que pensamos.
La ventana que propongo es una fisura en la gran Mentira, en el delirio de
grandeza en el que el Ser Humano vive atrapado de manera individual y
colectiva.
Realmente en una celda tan pequeña como lo es mi mente humana, convivir con
una mentira tan grande me resulta del todo asfixiante.
¿CASUALIDAD?... SINCRONÍA
Todo pasa para algo. Desde algún lugar, tal vez un plano diferente a este, soy yo misma quien estoy
eligiendo las circunstancias necesarias para que se dé una escena en mi vida. Una escena que me sorprende,
que llama mi atención y que consigue que esté atenta a algo. Sin ese factor sorpresa, se me habría pasado
inadvertido.
Para tratar el tema de las sincronías necesito tener a la vista la diferencia entre lo que es mi personalidad y
lo que soy en realidad.
Esta última, para mí, es la parte inmortal de todo cuánto tiene vida, la Consciencia, el lugar donde vive una
Sabiduría determinada. No me refiero a estudios, ni a aprendizajes técnicos de ninguna temática en
concreto, sino a la experiencia de estar vivo.
Mi Sabiduría es lo que queda impregnado en mi Ser a través de todas las circunstancias que voy viviendo.
Eso que me da constancia de lo que soy, al experimentar lo que no soy.
Si por un momento no me identifico con mi personalidad, es decir, si miro desde fuera de mí, con una nueva
perspectiva, si me salgo de entre los barrotes de mi cárcel mental, puedo ver y puedo moverme más
ampliamente, incluso puedo entender y sentir más ampliamente. Gano un espacio, que dentro de la jaula de
mi identificación es inalcanzable.
Y viendo desde ahí, desde ese espacio externo a lo conocido, me doy cuenta de que el sentido de la vida es
experimentarla. Esa es la única forma de alimentar la Consciencia, que es la parte perdurable de cuánto soy,
con su alimento: Sabiduría – Vivencia.
He nacido para aportarle grandeza a mi alma, experiencias nuevas que me permiten trascender lo conocido
y cuestionar mis creencias limitantes, mis barrotes mentales, los que componen mi cárcel interna de
protección y falsa seguridad.
Falsa, al fin y al cabo, porque nada, ni nadie, podrá impedir que yo viva lo que yo elija vivir.
Mientras mi personalidad se retuerce de miedo al sentirse amenazada por una sabiduría que la cuestiona
permanentemente, mi Consciencia se agita de alegría ante la posibilidad de alimentarse y nutrirse.
Cuando mi estructura está a la defensiva, se siente amenazada, cuestionada…, para que pueda darse el
milagro de la flexibilización, desde mi parte más elevada le voy poniendo desafíos en el camino de los que
le gustan a la mente, esos que vive como un juego, como un enigma. Ese es el plato preferido de mis
neuronas: resolver misterios. Es un juego que me permite evolucionar, pues mi mente lo acepta; a ella le
encantan los laberintos…, ahora estoy hablando de Sincronías. La palabra sincronía hace referencia a la
manifestación de unos hechos o fenómenos, aparentemente sorprendentes y casuales, determinados en el
mismo espacio de tiempo y que están cargados de significado simbólico.
Desde el plano espiritual, una sincronía es un medio directo que pone en marcha mi parte más elevada para
intentar flexibilizar el hermetismo de mi mente; ésta se queda pillada en el ¿cómo es posible que esté
pasando esto?, mientras mi parte más elevada le guiña un ojo, y con todo el amor del mundo parece decirle:
pequeña, ¿pero no te das cuenta de cuántas cosas maravillosas están pasando en este momento en el
Universo?, y tú te fascinas por esta cosita de nada, ¿pero de verdad te crees tan omnipotente como para
entenderlo todo?
Es fácil confundir una sincronía con una casualidad. Para mí la casualidad no existe.
Casualidad es una palabra que uso para aligerar mi propia responsabilidad en un tema. Probablemente de
una forma inconsciente, pero los hechos los estoy provocando así de alguna manera. (Por ejemplo: no es
casualidad que una persona “víctima” atraiga una relación tras otra con personas “agresoras”).
La diferencia entre lo que, comúnmente, llamamos casualidad y una sincronía, es que en la sincronía pasa
algo inexplicable que interrelaciona una serie de hechos, circunstancias o personas, de una forma que parece
mágica.
Una sincronía esconde en sí misma una señal, un aviso, un mensaje espiritual. Es una oportunidad de
evolución.
Para captar la manifestación de una sincronía es necesario que la persona esté atenta. Porque a veces ocurre
de forma tan sutil que puede pasar inadvertida.
Un ejemplo de Sincronía sería cuando, de pronto, me viene a la mente alguien que hace mucho tiempo que
no veo, quizás años, y justo ese día al salir a la calle me la encuentro de frente. Aquí he de estar muy atenta,
porque esto está pasando para algo. Quizás algo que pasó con ella en el pasado sea importante para mí, hoy,
en mi presente; quizá vivimos algo que encierra un aprendizaje importante, y que hoy necesito rescatar para
resolver algún tema actual. O quizás sea otra la razón; tal vez cuando la salude, me hable de algo que
encierra una clave, una solución para otra cosa.
Lo importante es que no pase página sin más, es para algo que esto está sucediendo de esta manera justo en
este momento. Si le doy un poco de atención al tema puedo “pescar” algo importante.
A María la habían despedido de su empleo, donde llevaba 14 años, por falta de presupuesto en la empresa:
recortaban personal. Estaba desesperada. A los 8 días se apunta a una excursión entre semana, un miércoles,
a la que decide ir para no quedarse en casa pensando y pensando, porque realmente está obsesionada
dándole vueltas a lo qué va a hacer ahora, que ha perdido su trabajo, con lo mal que está el panorama.
Como está sin trabajo, justo en este momento, puede asistir a esa excursión; de otra forma sería imposible
faltar un miércoles a sus obligaciones. En la excursión conoce a Jorge, un joven emprendedor que vive en
otra ciudad y está empezando un innovador negocio que resultará ser expansivo y potencialmente rentable
con el tiempo. Jorge ha venido a pasar una semana en casa de unos amigos que tenían ya contratada esta
excursión y él, para no decepcionarlos, acepta asistir. Resumiendo: Justo ese día fueron los dos al mismo
lugar, a la misma hora, como fruto de situaciones totalmente imprevistas, y pudieron conocerse. Gracias a
esa sincronía al cabo de unos años nacieron Pablo y Mónica. Y, gracias a esa sincronía, María no tuvo que
volver a preocuparse nunca más por encontrar trabajo, pues coordinar una empresa junto a su marido Jorge,
además de ejercer como esposa y madre, ya la tiene lo suficientemente ocupada.
¡Qué ¿casualidad? que la habían despedido del trabajo, justo en ese momento! Eso la empujó a ir a aquella
excursión que cambiaría su vida. De hecho era condición que la hubieran despedido, porque de otro modo
habría sido imposible que esto pasara.
Mi vida es un cúmulo de sincronías puestas en marcha para ayudarme a evolucionar. Mi mente se resiste en
un intento de tenerlo todo controlado. Y sufriré tanto como aprieten mis resistencias a dejarme fluir con la
vida. Cuando consigo conquistar mi fe y mi confianza, todo es diferente.
Si abro en mi mente una ventana a la que poder asomarme, lo que veré será tan insospechado y
deslumbrante como sencillo.
Existe una inmensa Realidad más allá del espacio interno de mi jaula mental.
Estoy tan acostumbrada a vivir enterrada y aplastada por mis creencias, que esa ventana abierta hacia algo
más allá de mis paredes conocidas, puede llegar a ser, en ocasiones, atemorizante, y otras increíblemente
atractiva. Afortunadamente, no suelo conformarme con lo que “parece”, sino que siempre estoy trabajando
por descubrir un poco más de lo que ES al otro lado de la pared.
Las Sincronías me ayudan: son como cascabeles o campanas que suenan dulcemente para recordarme que
todo tiene un para que… detrás.
Esos momentos donde me doy cuenta de lo pequeña que soy, son momentos generalmente vinculados con el
dolor, con la muerte o la catástrofe absoluta. Momentos de trascendencia, que en ocasiones, también
aparecen de forma sorprendente cuando, sencillamente, estoy conectada con mi capacidad amorosa.
También la muerte tiene una gran misión en mi vida: recordarme constantemente que estoy atrapada en una
gran mentira. Que no es verdad que soy tan importante, ni lo es lo que me pasa, sea lo que sea. Ni si quiera
mi propia vida es tan importante, pues acaba en algún momento, momento que, por otra parte, no es posible
prever de manera concluyente.
Estoy rodeada de misterios y “situaciones mágicas”, y sigo atada por la pedantería y la grandiosidad, por la
ilusión y la ensoñación. Atrapada en el deseo y las ansias de poder, de autoridad, de éxito, de control…. Y
mientras peleo y peleo por conseguir todo eso, de vez en cuando, se oye el lamento de alguien, a veces
incluso el mío, que repite aquello de “no somos nada”; cuando me visita la Realidad y me lo arrebata todo
en un segundo, recordándome que no tengo nada realmente mío.
Viene esa realidad a recordarme al fin que tengo la oportunidad aún, que todavía estoy viva, de liberarme de
esa venda que me tapa los ojos ante la única verdad que puedo reconocer si soy honesta y miro de frente lo
que me envuelve. Mi pequeñez, mi incalculable pequeñez.
Aceptada esa pequeñez, es el momento de una expansión total; esa pequeñez integrada es el pasaporte a la
única grandiosidad que existe, estar con los pies anclados en la Verdad. Esa verdad de la que yo también
formo parte aunque no siempre quiera
verla. Y que si decido ver y aceptar cambiará mi vida y mi destino de manera irrevocable.
Soy mucho más de lo que juego a ser, y al quedarme atrapada en la lucha de mi mente por ser lo quiero ser,
me pierdo la oportunidad de saborear lo que soy en realidad. Lo soy todo, todo cuanto existe en este mundo
y en todos los mundos, y esto solo es posible cuando entiendo que no soy nada a través de mi mente
individualizada.
Una célula de mi cuerpo quiere ser importante y destacar de entre todas las demás, sin darse cuenta de que
solo al aceptar que ella es parte de este cuerpo y no al revés, es mucho más grande que intentando ser
grande por sí misma. Si acepta que ella me forma a mí, acepta que ella es yo. Del mismo modo, si yo acepto
que por mí misma no tengo una identidad real, estaré aceptando que formo parte de un Todo sin diferencia
entre el resto de las partes; todas las partes somos el Universo ¿puede haber algo más grande? No tiene
sentido tanta pelea por ser grande de manera separada de lo que formo parte, si ya soy grande perteneciendo
a ello. Si esas partes de las que quiero diferenciarme y yo somos la misma cosa en realidad.
He venido a experimentar lo que no soy, para entender en profundidad lo que soy. Las sincronías están
brotando por todas partes en un intento de ayudarme a trascender mis limitaciones hacia un espacio
espiritual más amplio y auténtico. Mi mente es tan solo una pequeña parte de mí, que por alguna razón se
atribuye a sí misma todo el protagonismo. Si quiero seguir ahí, estaré enjaulada en un espacio muy pequeño
construido con ilusiones y mentiras. Si quiero atravesar la ventana de esta jaula, puedo hacerlo: solo he de
decidirlo. Cada uno de nosotros tiene acceso a su propia ventana. El infinito nos espera al otro lado.
LAS LLAVES DE GERINE Una historia real
Se repetía en voz baja, mientras miraba su llavero y comprobaba, una por una, el
manojo de llaves que tenía entre sus manos.
- ¿Qué ha pasado con las llaves de mi casa? Entonces…. ¿De dónde son estas
llaves? Es de locos, tengo unas llaves que no sé de dónde son y las llaves de mi
casa no sé dónde están.
Gerine se despertó de este sueño llena de ansiedad. Lo escribió con detalle para
no olvidarlo, incluso dibujó su puerta cerrada dentro de un enorme corazón y
guardó junto a sus apuntes importantes lo escrito, para revisarlo más adelante.
Gerine miró a su alrededor para ver si podía localizar a la persona que las debía
estar buscando.
- Sin duda, alguien las perdió.
No vio a nadie. La calle estaba absolutamente solitaria. El destello de aquellas
llaves la cautivó. Había algo en aquella forma de brillar que la tentaba.
- ¿Qué hago? ¿Las cojo, o las dejo aquí por si viene alguien a buscarlas? Las
llaves volvieron a desprender aquel destello que tintineaba ante sus ojos. Gerine
no se resistió demasiado. Cogió las llaves y continuó caminando con ellas en sus
manos, mirándolas.
Caminó buscando alguna tienda, algún local abierto en la zona, donde explicar lo
ocurrido para que, si veían, o se enteraban de alguien que hubiera perdido sus
llaves, se las pudieran devolver.
Gerine guardó las llaves en su bolsillo, sintiendo algo ilógico. Parecía como si
fueran para ella. Quizá esas llaves eran parte de un mensaje, una forma
simbólica en que el Universo se comunicaba con ella.
Gerine miraba a las palomas cuando volvió a ver, otra vez, un destello similar al
anterior. Se acercó. No se podía creer lo que estaba viendo.
En el suelo, en la tierra, junto a unas ramas vivas que brotaban aromáticas y
llenas de alegría… un imperdible con tres llaves engarzadas.
Gerine se agachó, cogió las llaves dándose cuenta de que las palomas la
observaban a ella esta vez. Y las miró atónita.
Cogió las llaves, se puso en pie y las guardó junto a las anteriores, en el mismo
bolsillo, después de comprobar que no había nadie por allí que las estuviera
buscando.
Impresionada por lo curioso de sus hallazgos, no sabía qué haría con aquellas
llaves; solo sabía, ahora sí lo sabía, que aquellas llaves eran mensajes, y que en
algún momento los podría descifrar.
Sin dudarlo la cogió y la guardó con las anteriores. Finalmente las puso, todas
juntas, en el altar que Gerine tenía dispuesto en su habitación, el lugar que
utilizaba para escribir y meditar cada día.
Pensó durante algunos días en aquellas llaves y la forma “coincidente” de
encontrarlas todas el mismo día. No pudo comprender el mensaje de aquel
misterio, y poco a poco, fue olvidando el tema.
A Gerine le gustaba meditar, trataba de dedicar algún tiempo cada día a observar
sus pensamientos, su respiración, sus emociones, sus sensaciones corporales. A
veces se sentaba en la posición del loto para hacerlo. Otras veces lo hacía
mientras vivía, sencillamente. Se había convertido en una práctica habitual en su
vida y no le suponía gran esfuerzo hacerlo; era algo incorporado, una inercia.
En los cuatro años siguientes a este episodio pasaron muchas cosas, en la historia
de Gerine, que pusieron patas arriba su vida entera.
Murieron algunos seres muy queridos de Gerine, a los que ella pudo acompañar,
desde lo más profundo de su corazón, a dar el gran paso hacia el otro lado.
Se enamoró apasionadamente de un hombre muy seductor que le decía las cosas
más maravillosas del mundo…, de la misma forma en que se las decía a todas las
demás mujeres con las que se cruzaba cada día… Descubrir esto fue descubrir
que su corazón se convertía en una poderosa fortaleza de piedra maciza. Gerine
se sintió engañada, traicionada…, aquellas palabras maravillosas se fueron
convirtiendo en gritos e insultos cargados de desprecio, en la misma medida en
que se convertían en azúcar para otros oídos nuevos. Gerine se fue:
sencillamente no podía soportarlo.
Gerine miró a su corazón, cerró sus ojos para poder verlo realmente. Y allí
estaba: latiendo…, cansado…, encogido…, lleno de heridas abiertas que se
desangraban.
Gerine sabía que, si había algo inquebrantable en ella, era una sola cosa, algo
con lo que sin duda había nacido, pues había estado en sí misma desde que tenía
uso de razón: su espiritualidad.
No era la primera vez que Gerine se veía atrapada en una espiral incontrolable de
sucesos dolorosos, y por experiencia sabía que siempre acababa agradeciendo lo
vivido. Eso sí, cuando ya había pasado el momento álgido.
Esta vez, y por primera vez, pudo sentir esa gratitud mientras y durante, no solo
después.
Miró a su corazón de tal manera que pudo verlo devolverle la mirada. Una
mirada llena de esperanza, ternura y compasión.
Pasaron tantas cosas por la mente de Gerine: situaciones pasadas y presentes que
estaban anclándola al dolor. Gerine no podía dejar de mirar a su corazón;
comenzó a hablarle:
Mientras Gerine miraba a su corazón tan herido, y repetía estas palabras llenas
de lágrimas y dolor, su corazón la miraba a los ojos con una preciosa sonrisa y la
llenaba de gratitud.
- Gracias por acompañarme, por estar ahí, por el regalo bendito de vuestro
Amor.
Después agradeció a aquellos otros ángeles, que vestidos con las ropas de la
soberbia y la ignorancia, de la traición, la agresión, el abandono y la
indiferencia, habían hecho posible que no quedara nada a lo que agarrarse. Esa
era la única manera de no equivocarse nuevamente, de mirar en la dirección
adecuada: quitando del camino “las ilusiones” se quedaba a solas con la
Realidad.
- Gracias por borrar de mi mapa el camino del falso amor. Y gracias por
facilitar mis pasos hacia mi propio corazón, si me hubiera agarrado al vuestro
no habría encontrado el único que me pertenece. Gracias también por facilitar,
tan sabiamente, mis pasos hacia mi propia fuente de Respeto, Validación y
Fuerza. Sin vuestra ayuda seguiría buscando ahí fuera, quizá el resto de mi
vida.
Gerine veía como se iban borrando, del laberinto de su mapa, los falsos caminos,
para que no hubiera más pérdida, ni confusión. Cuando en el plano solo queda
un camino, no hay más posibilidades.
Agradeció pues, al ángel de la frustración que borró del paisaje los atajos que
conducen a las falsas expectativas.
- Gracias por facilitar mis pasos en dirección al único lugar que necesito
transitar y ocupar: mi lugar.
También hubo un profundo sentimiento de gratitud al ángel de la Muerte; éste,
sin lugar a dudas, era uno de los más poderosos.
- Gracias por permitirme acompañar a los que han partido en el momento más
importante de toda su vida: el momento de pasar al otro lado. Desde allí, ellos
alimentan a mi corazón con su presencia incondicional. Su ausencia arrastra mi
Samsara (mente, ilusión de vida). Gracias por la Libertad.
No cabe duda, el más bello en el recuerdo era el ángel del Amor, Gerine lo
conocía bien, a través de sus amigos, de sus seres más queridos, y al menos en
una ocasión, de la pareja que hubo en su vida para llenar sus días de belleza y de
paz durante varios años, se dirigió a éste concretamente:
De pronto Gerine se dio cuenta de que todos los ángeles que habían pasado por
su vida le mostraban un mismo mantra:
- Cuando la sabiduría del corazón ocupa su lugar, la ignorancia de la mente
perece.
Le parecía poder oír la voz sonora de su corazón; mientras se miraban a los ojos,
le escuchó decir:
Gerine sabía que cada Ser encierra un mundo entero en su interior. Que existen
tantos mundos como Seres existen. Y que cada uno, de esos maravillosos
mundos, esconde mil batallas, mil guerras, mil combates… Que solo cesarán el
día que en cada Ser se dé el encuentro entre los ojos del Corazón y los ojos de la
Mente.
Finalmente se dio cuenta de que había una palabra que resumía el contenido total
del mensaje que quería transmitir. Eligió esta para el título de su libro:
RECONCILIACIÓN.
Montse Gómez Díaz.