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Simio vive, desde su nacimiento, encerrado en el zoológico de la ciudad.

No sabe
de qué se le acusa, por qué es prisionero y no entiende todos los sufrimientos que
debe padecer. Ni siquiera sabe exactamente quién es. Es por eso que un día decide
escapar de la estrecha jaula del zoológico para conocer la ciudad y vivir como los
humanos, entre los que se considera uno más. Primero será un mendigo
hambriento, luego se transformará en el jardinero de una mansión y, más adelante,
en mayordomo. Logrará la confianza de sus patrones, la aceptación de los demás
a cambio de sumisión y trabajo, pero, además, descubrirá sus dos pasiones: la
fotografía y la lectura. Hasta que, finalmente, se pregunte —después de haber vivido
toda su existencia como humano— si valió la pena.

Resumen: Yo, simio

1 Mis primeros recuerdos


Todos mis recuerdos son los de un prisionero en una jaula.

Nuestro parque zoológico se encuentra en un cerro al centro de la ciudad. Desde


mi celda tenía una vista parcial de ella, y no entendía qué significaba ese murmullo
y luces nocturnas.

Una vez al mes, los hombres grises me inmovilizaban con sogas y alambres. Me
encerraban en la jaula y lavaban mi celda mientras yo me quejaba de dolor. Yo era
un prisionero sin derechos.

Todas las noches me preguntaba qué delito había cometido para estar allí. Creí
erradamente que yo no era diferente a los guardias o a la gente que visitaba el
Parque. No veía mucha diferencia entre ellos y yo, y esto me hacía no encontrar
respuestas a mi encierro.

Un día, cuando los guardias lavaban mi celda con la puerta abierta, las cuerdas que
me apretaban se cortaron y me atreví a salir de mi jaula.

Decidí subir por un sendero, ya que pensé que sería mejor adentrarme entre los
árboles.

Por primera vez vi mi celda desde arriba y la de un oso muy viejo que sufría una
enfermedad que nadie trataba. Desde mi jaula, siempre oían sus quejidos.

En el sendero me encontré con un grupo de niños que me miraban y sonreían, en


ese momento me sentí como nunca, uno más de ellos, pero entonces apareció el
hombre gordo, posiblemente su profesor, y comenzó a gritar pidiendo ayuda.
Todos corrimos y yo erradamente, me devolvía a mi jaula, donde me esperaba
Palmides el Grande con un garrote que desplomó cobardemente sobre mi cabeza.
Todo se oscureció. Escuche a lo lejos los gritos de los niños y la risa de Palmides
al Grande.

Por varios días sentí mi cabeza enorme, y lloré por el dolor y porque, posiblemente,
perdí la única oportunidad de escapar de mi prisión. Ese golpe en la cabeza produjo
en mí un cambio importante, por primera vez deseé con todas mis fuerzas
convertirme en un simio libre.

2 Los siguientes meses


Una noche Palmides se acercó a mi celda mientras bebía alcohol de una botella.
Me culpaba de su suerte y de su ocupación que lo desmerecía. Él quería ser taxista
o manejar un autobús, pero sus escasos estudios solo le permitieron ser guardia de
zoológico y de eso era culpable yo. Me lanzó alcohol a la cara y me refugie al fondo
de mi celda. Desde allí lo escuche insultarme por horas.

La primera vez que vi a M. estaba acompañada de su novio, un joven risueño y


burlón. Se sentaron frente a mi celda y él me lanzó unos manís con desdén.
Entonces escuche a M., reclamaba a su novio sobre el maltrato de criaturas como
yo, encerradas en ese lugar. Por primera vez oía a alguien decir lo que yo pensaba
y me volví a mirarla.

Creo que en esa mirada de ambos, surgió algo. Su novio la tomó del brazo y se la
llevó.

Pensé que no la volvería a ver, pero apareció una semana después. Estaba sola en
el mirador llorando. Tiempo después, supe que había terminado con su novio.

Varias semanas después volvió al zoológico y fue directamente a mi jaula. Se sentó


frente a los barrotes observándome largamente. Tampoco yo me moví. Su mirada
era de compasión y comprensión. De pronto sacó un libro y comenzó a leer en voz
alta. Al principio no entendía, pero luego me di cuenta: las palabras que salían de
ese objeto me hicieron dibujar imágenes, personajes y paisajes en mi cabeza.

Por primera vez no me sentí prisionero. Cuando M. terminó, tuve que bajar la cabeza
para que no se diera cuenta que yo también lloraba.

3 Las visitas de M. a mi jaula


M.venía casi a diario. Se sentaba en las banca y me hablaba sobre la injusticia de
nuestro encierro y luego sacaba un libro distinto cada día que leía en voz alta. El
timbre de su voz quedaba vibrando en mi cerebro, incluso ahora, años después,
aún repito aquel sonido en mi mente.
Esos días fueron los más felices. Una noche me di cuenta que estaba enamorado
de M., sin embargo deseaba escapar y eso significa alejarme de ella. Fue una época
de muchas emociones.

Una mañana M. apareció muy temprano y presenció las torturas que yo sufría al
limpiar mi celda. M. se enfureció frente a Palmides el Grande y le dijo que el animal
era él, Palmides se retiró furioso del lugar, pero M. lo siguió.

Al día siguiente M. apareció con una carta de reclamo que me leyó y me dijo que
haría algo más y sería la solución definitiva a mi problema. Mientras reclamaba a
los directivos del parque, la hicieron esperar en la oficina, donde tomó un juego de
llaves, tenía la esperanza que alguna podría abrir mi celda, solo debía probar una
por una.

Días después M no apareció y los guardias me castigaron por la carta de reclamo


sin darme alimento ni agua por varios días. Me sentía débil.

Pero un día llegó M. y me dijo que debía ir hacia los cerros. Estaba nerviosa y
comenzó a probar las llaves. Entonces apareció Palmides el Grande anunciando
que cerrarían el Parque. M. sopló todo el aire y arrojó las llaves dentro de la celda.
Me miró a los ojos, y sentí que ese sería su último intento por salvarme y sería la
última vez que nos veríamos. Yo intenté mirarla para demostrarle mi gratitud y amor.
Palmides se acercó mirando con desprecio a M., quien se retiró. Cuando Palmides
se acercó a la jaula me senté rápidamente sobre el juego de llaves. Me preguntó si
tenía hambre burlonamente y sacó un sándwich que se comió lentamente frente a
mí.

4 M. no apareció al día siguiente


M. no volvió a mi jaula, ni la comida tampoco. Pero no me movía para proteger mi
secreto. Aquella noche comencé a probar las llaves con las pocas fuerzas que me
quedaban, hasta que la puerta se abrió.

Quedé paralizado y luego me deslicé por el sendero, pero no hacia el cerro, como
me aconsejó M., yo me creía un humano, y regresaría al mundo de los humanos
desde donde alguien me había arrancado injustamente.

Estaba expectante y por primera vez contemplé la ciudad desde el mirador. Aquel
paisaje me dio fuerza y supe lo que debía hacer. Me dirigí a la bodega junto a la
oficina, donde había escuchado que estaba la comida.

Comí lo que más pude para recuperar fuerzas. Allí encontré ropa de los jardineros,
un sombrero de paja y un par de zapatillas blancas.
Luego sentí un olor conocido y fui al fondo donde encontré a Palmides
completamente borracho. Al mirarme se puso a reír y dijo que me veía ridículo
vestido de jardinero, y que nunca dejaría de ser un feo simio. Dijo que me regresaría
a la jaula y azotaría por mi insolencia. Sentí un odio incontrolable y recordé todos
sus maltratos. Tomé una pala y me erguí, Palmides se impresionó y cayó hacia
atrás. Me vengaría de Palmides, pero no lo hice. Talvez, aquella era la señal de que
yo era algo distinto a un animal, pero también distinto a un humano.

Luego salté las rejas y llegué a la calle. Me erguí lo más que pude y me alejé del
lugar al que esperaba no regresar jamás.

5 Cuando amaneció
Llegué sin saber, al centro de la ciudad, y decidí quedarme en una plaza central
rodeada por árboles, frente a una catedral.

La gente caminaba acelerada y nadie pareció preocuparse por mí. Trepé a un árbol
y permanecí el resto del día descansando y tratando de obtener información que
me ayudara para comenzar mi nueva vida.

Me di cuenta que lo más importante era caminar despreocupado de los demás, sin
mirarlos a los ojos, distraído y veloz.

Al anochecer decidí bajar a buscar alimento y descubrí que los restaurantes


llenaban sus tarros de basura con restos de comida. Seleccione alguna y aunque
era distinta a la del zoológico, puedo decir que me gustó.

Cierto día, cuando buscaba alimento en los tarros, un hombre me habló, era un
camarero que fumaba un cigarro. Me contó que trabajaba todo el día, y debía viajar
una hora para llegar a su hogar y que cuando llegara, su esposa e hijas estarían
durmiendo. Parecía triste y quise consolarlo, pero yo no podía expresar mis
sentimientos y solo emití un suave gruñido. El hombre dijo que lo esperara y volvió
con una bolsa de comida caliente. Luego entendí que el mesero me había dado un
obsequio, sin esperar nada a cambio, como M. había tenido actos desinteresados
conmigo. Fue mi primer plato de comida caliente, afortunadamente me
acostumbraba con facilidad a todo lo nuevo que enfrentaba.

6 Los siguientes días


Los siguientes días fueron casi iguales, de día sobre los árboles de la plaza, de
noche recorriendo la ciudad vestido de jardinero.

Los únicos que me descubrían cuando miraban hacia arriba eran los niños.
A las 2 semanas cuando ya tenía más confianza, observé que cerca de la estatua
del alcalde Mansur, se encontraba un grupo de hombres muy parecidos a mí.
Vestían de manera sencilla, y con zapatos muy gastados. Su existencia era lenta y
relajada. Dormían en las bancas y se alejaban de vez en cuando, para regresar a
calentarse al sol.

Algunos eran hoscos pero la mayoría eran tranquilos. Los estudie para entender de
qué vivían y logré entender que eran mendigos, es decir, viven de pedir a los demás.

Un día bajé temprano de mi árbol y me senté en una banca. De repente, uno se


sentó a mi lado. Bebía un café con la mirada perdida. Antes de acabar, dejó el café
a mi lado como un gesto de solidaridad como el de M. y el camarero. Se acomodó
en la banca y yo también.

Aquel mendigo fue mi primer amigo. Lo llamaban El Duque.

El Duque era distinto. Una mañana me habló de su vida muy entusiasmado.

Trabajaba en la minería, pero se enfermó de los pulmones. Se enamoró de una


enfermera y se casaron, pero el alcohol lo arruinó.

Su esposa no podía tener hijos, y la golpeaba sin razón. Un día llegó a su casa y
solo encontró una nota “Me voy porque te dejé de amar”. Se fue a un bar y peleó
con un tipo que le metió 6 balas. Pasó 5 meses en el hospital y salí decidido a
cambiar su vida.

Así llegó al rincón del alcalde Mansur. Se sentía respetado por ellos, y a cambio,
trataba de ayudarlos.

Di un suave gruñido y él respondió:

– Gracias por escucharme – y seguimos durmiendo.

7 El hecho más increíble de ese tiempo


Comencé a caminar por la ciudad de día, despreocupadamente, cierto día me
detuve en una extraña tienda porque me recordaba a M., esos días en que
escuchaba sus lecturas frente a mi jaula. Estaba frente a una tienda de libros. Todo
se veía muy interesante y entré, me recibió un hombre anciano y me invitó a revisar
los estantes. Revisaba uno por uno, aunque no podía leer y quise volver a ver a M.
para preguntarle por cada uno de ellos y escuchar como los leería.

El librero se acercó y me dijo que había notado que yo era un buen lector, porque
acariciaba los libros. Yo solo emití un gruñido y él pensó que yo era un extranjero,
pero eso no le importó porque él también era extranjero y me contó su vida, pues
había llegado hace muchos años huyendo de una guerra civil.
Me habló sobre su historia y temas de libros como la libertad, durante horas.

Finalmente me dijo que cerraría la librería porque era tarde, pero antes me regaló
un libro que me ayudaría a mejorar el idioma.

Salí flotando de la librería. Tenía mi primer libro.

Subí inmediatamente a mi árbol y me quedé toda la noche tratando de unir letras,


pero no lo logré, lo que me llenó de frustración y tristeza.

8 Vagando por una calle


Una noche vagaba cerca del Teatro Municipal, dispuesto a subir a mi árbol, cuando
observé a un grupo de jóvenes bebidos que golpeaban a 2 hombres. Al acercarme
me di cuenta que golpeaban al Duque y a un vagabundo. Uno golpeaba al Duque
con un bate de madera. Me descontrolé y me abalancé sobre ellos con toda mi ira.
Los golpee y rompí el bate, huyeron asustados.

Me acerqué al Duque que yacía en el suelo. Tomó mi mano y vi lo diferente que


eran, pero ambas querían decir lo mismo, eran agradecidas, luego llegó la
ambulancia y se lo llevó.

No volví a ver al Duque. Cierto día escuché a unos vagabundos decir que El Duque
no volvería, pues las heridas fueron muy graves. Comprendí lo que decían, pues ya
conocía el concepto de la muerte.

Me deprimí por varios días, estaba sin ánimo de bajar de mi árbol y no quería comer.

Conocí la muerte en el zoológico, en la jaula del oso pardo que durante años gritaba
de dolor por las noches. Cierta noche se me ocurrió imitar sus gritos para apoyarlo
en su sufrimiento.

Cierta noche los gritos fueron distintos, armoniosos y agradables que me


extrañaron. Y luego no oí nada más. Al otro día los guardias lo encontraron muerto.
Pensé que esos gruñidos suaves fueron para agradecerme o demostrarme que
morir también era un descanso.

9 Al bajar de mi árbol
Bajé poco de mi árbol. Me sentía desanimado por la pérdida de El Duque.

Una mañana apareció en la plaza una mujer acompañada de un hombre muy serio
y delgado.
La señora Dama, como la llamaba el hombre, estaba ofreciendo trabajo a los vagos,
pues necesitaba un jardinero. Todos los vagos se alejaban, ya que para ellos
significaba una ofensa.

Bajé de mi árbol para ver a la dama.

Al verse rechazada, la señora Dama se acercó directamente a mí y me dijo

– Usted lleva ropa de jardinero, a usted lo quiero trabajando en mi casa.

Acepté sin saber a qué se refería, pero antes subí a mi árbol a buscar mi única
pertenencia, mi libro.

Los mendigos se despidieron de mí como si hubiera decidido suicidarme.

El hombre me indicó subirme a un vehículo al que prometo nunca más subirme,


pues a las pocas cuadras tenía la sensación de encierro y deseaba vomitar.

Cuando al fin llegamos a la casa, pensé que allí vivían gigantes, era una casa de
varios pisos rodeada por extenso patio.

El hombre era el mayordomo de la señora Dama y me indicó el camino hasta llegar


a una pequeña cabaña donde guardaba las herramientas de jardinería. Adentro
tenía una cama con un colchón demasiado blando.

Mientras pensaba en volver donde los vagabundos, entró una mujer con una
bandeja de comida, me miró horrorizada y se retiró.

Luego vino el mayordomo que me entregó un rastrillo. Entendí lo que querían. Yo


debía cuidar el patio de la señora Dama a cambio de alimento y techo. Simple pero
complejo. Debía cambiar mi modo de vida, pero tenía la virtud de acostumbrarme a
todo lo viniera y tenía fuerza.

Sabía que tenía ventajas sobre los demás humanos, aunque aún me consideraba
especial y no un ser diferente.

Recogí las hojas con entusiasmo y vi a la señora que me miraba con satisfacción
por mi trabajo.

Al acostarme estaba agotado. Me acomodé en el suelo y soñé con M.

En el sueño ambos hablábamos, mi voz era suave y M. me escuchaba, entonces


me di cuenta que no solo hablaba, también leía un libro. Esa fue la primera y última
vez que soñé con M.

10 Ese invierno fue durísimo


Durante el invierno mis labores fueron menores, pero al llegar la primavera comenzó
un arduo trabajo. Trataba de recordar lo que observaba en los jardineros del
zoológico, pero no era suficiente. En una bodega especial, guardaban químicos y
fertilizantes, pero no me atrevía a utilizarlos. Una tarde, tratando de entender las
etiquetas, la impotencia y desesperación se apoderaron de mí y lancé un grito
simiesco, golpeé un saco de tierra y rompí una silla. No me di cuenta cuando entró
Leonor a la bodega. Ella se acercó a los productos y comenzó a leer las etiquetas
señalándome sus usos, pues dijo que ella sabía algo, pues su padre trabajaba de
jardinero en el sur.

Al terminar salió.

Nunca he comprendido qué lleva a los humanos a distintos sentimiento: la


solidaridad y el odio.

Era primavera, trabajé arduamente mi jardín. Sentía una necesidad de ser aceptado
por esos días.

Cierto día, entró a mi habitación el mayordomo, dijo que la señora Dama estaba
conforme con mi trabajo, pero que debía hacer uso de mi día libre. Además dijo que
deseaba que el día domingo, como los demás empleados, la acompañara a la
iglesia. Acepte con un gruñido sin entender.

El día domingo me levante temprano. La señora Dama subía junto al mayordomo al


automóvil. Más atrás venía Leonor con la cocinera, que avanzaban muy bien
vestidas.

Subimos al vehículo que nos llevó hasta una iglesia. Allí los patrones se sentaban
adelante y los sirvientes atrás. Todos se saludaban y vestían muy cuidadosamente,
yo era la excepción, con mis zapatillas de basquetbolista y mi ropa de jardinero.

Traté de entender lo que decía el cura, aunque no entendía bien.

Mi conclusión me confundió: antes de sentir alivio por esas palabras, sentí temor.

El resto del día libre lo pasé en una plazoleta. Reconocí a Leonor caminando
embobada con un hombre.

Al día siguiente la señora Dama me envió con el mayordomo un traje, corbata y


zapatos.

El domingo siguiente me coloqué el traje, no así los zapatos, pues mis pies nunca
se acostumbrarían a otro calzado que no fueran mis zapatillas de basquetball.

A veces cuando todos dormían, me quitaba la ropa y subía a los árboles,


colgándome en sus ramas.

Cierto día al terminar de jugar en los árboles me di cuenta que el mayordomo,


mientras fumaba un cigarro, me había observado.
Pensé que me despedirían, pero no ocurrió nada, sin embargo, cada vez que me
encontraba con el mayordomo me observaba con una mirada extraña que me
dejaba temblando.

11 En plena primavera vi a la señora Dama


Vi a la señora Dama pasearse por mi jardín.

Me quedé en mi cabaña observándola desde la ventana. Volvió a la casa y salió


con un sombrero y un libro. Caminaba lentamente y al pasar por mi cabaña me miró
y sonrió inclinando la cabeza. Había aprobado el jardín. Esto me llenó de fuerza.

Un día encontré mis flores pisoteadas, destrozadas. Me quedé desolado


mirándolas, cuando se acercó Leonor, la cocinera y el mayordomo. Sentí mucha
rabia, pero me logré controlar.

Antes de entrar, el mayordomo me dijo con sarcasmo:

– Va a tener que empezar todo de nuevo, señor jardinero.

Al siguiente día sembré nuevas plantas. Estaba seguro que el mayordomo destruiría
nuevamente mi jardín y decidí atraparlo.

Cerqué el sector con un hilo que amarré finalmente a uno de los dedos de mi pie,
así cuando alguien se acercara, el hilo tiraría y descubriría quien fue, mientras yo
esperaba solo una certeza.

Una noche sentí el tirón en mi dedo y observé a una persona que se deslizaba entre
las sombras. Me lancé sobre él y el ruido hizo que Leonor saliera.

Al levantarme vi que el cuerpo debajo de mi era Joao, el novio de Leonor.

Leonor comenzó a llorar, dijo que su novio era el que había roto las flores la vez
anterior, pero no se había dado cuenta, ella no podía decir nada, pues si se
enteraban que su novio entraba a la casa, la despedirían.

Muy serio indiqué con el dedo al novio y luego el terreno sembrado.

Al día siguiente el novio llegó temprano con su sombrero de jardinero.

A la hora del almuerzo, el mayordomo pasó por nuestro lado y dijo:

– Veo que consiguió ayudante – sonriendo.

Él sabía que yo lo creía culpable y eso me avergonzó.


12 La señora Dama
La casa de la señora Dama era muy respetada y acudía gente muy importante, en
ella se había decidido cosas muy importantes para el país.

Cierto día, mientras ella tomaba el sol en el patio, me contó su historia:

Recién había enviudado hace 5 años. Su voz era serena y reflejaba cansancio y
sabiduría. En su juventud ella y su novio Armando provenían de familias con fortuna
y prestigio, pero él era rebelde y deseaba una vida tranquila y conservadora.
Decidieron separarse, entonces Armando lo dejó todo y se marchó a tierras
australes donde trabajó feliz como ovejero. Él pensaba en señora Dama y le escribía
extensas cartas de amor, pero también de despedida, pues no pensaba regresar.
Tampoco ella lo buscaría, pero un día las cartas dejaron de llegar y la familia decidió
enviar a un primo para averiguar por él. El primo recorrió la región hasta que
encontró arrieros que le contaron que en las veraneadas de los ovejeros en el límite
con Argentina, habían sido asaltados por una banda que los secuestró, y después
de robarles sus ovejas los había matado y abandonado en la estepa magallánica.
El primo volvió a la capital a informar a la familia.

La señora Dama quedó desolada, pero algo le decía que él estaba vivo. Sin decirle
a nadie se embarcó a Cabo de Hornos.

En una pulpería de Puerto Edén encontró a la venta la libreta que ella le había
regalado a Armando, y el tendedero le contó que se la había vendido un ovejero
llamado Yugo.

La señora Dama encontró a Yugo en un bar y al salir lo siguió montada en su


caballo. Se hundieron en la bruma de la estepa y cabalgaron por una hora. Yugo
se acercó a una hacienda quemada y en ruinas. Una de las casa se encontraba con
su techo intacto e iluminada. Allí 3 hombres esperaban a Yugo. Comenzaron a
comer.

La señora Dama no sabía que hacer ahora y tampoco tuvo tiempo de pensarlo, pues
entre los pedruscos apareció un hombre que la apuntó con una pistola, el hombre
le ordenó seguirlo hasta la casa. Allí se burlaron de ella, estaban locos por el alcohol,
menos un joven delgado que se mantenía aparte. Ella les exigió que le confesaran
que habían sido de Armando y les mostró la libreta. Uno de ellos recordó a Armando
como el joven leía. El jefe del grupo dijo que lo olvidara porque lo habían arrojado
al río. Luego el jefe tomó su revólver y dijo que la mujer sabía demasiado y él lo
solucionaría. La llevó por una loma, lejos del campamento. La señora Dama estaba
destrozada. El hombre la obligó a arrodillarse, ella solo rezaba y pensaba en
Armando con los ojos cerrados, cuando de repente sintió un disparo y pensó que
estaba muerta. Al abrir los ojos vio al joven ladrón, y al jefe muerto. Sin decir palabra
siguió al joven. Cabalgaron toda la noche hasta que el joven se detuvo y dijo:

– Hemos atravesado hasta la Argentina, aquí estaremos a salvo.


Ella agotada por el viaje le preguntó su nombre al joven.

– Mi nombre el Magallanes. Lo hice porque estaba cansado de esa vida y la llevo


donde el hombre que usted busca.

13 En ese momento del relato


En ese momento nos interrumpió el mayordomo con una taza de té. El mayordomo
me clavó una mirada asesina y luego se retiró.

Llegaron a una hospedería y descansaron allí. Magallanes hablaba poco y no tenía


más de 16 años. Contrataron un camión que los llevó al hospital que Magallanes
decía debían dirigirse. En el hospital encontraron a Armando. Había sido trasladado
al hospital después de encontrarlo casi ahogado en el río. Unas semanas después,
se dirigieron en avión a Punta Arenas, la señora Dama, Armando y Magallanes.
Desde allí tomarían un barco a Valparaíso, pero Magallanes decidió quedarse a
seguir su vida. La señora Dama sabía que ese mundo era peligroso para
Magallanes y lo convenció para que viajara con ellos a la capital. Finalmente
Magallanes aceptó.

En Santiago la señora Dama y Armando se casaron y compraron la casa con amplio


patio. Contrataron a Magallanes como mayordomo donde trabajaba organizando la
casa y estudiando con un profesor particular para aprender a leer y escribir.

Armando debía administrar los negocios de su familia, pero descubrió un sótano en


la casa que refacciono y lleno con libros, además hizo llevar sillones y un escritorio.
Allí pasó su tiempo libre llenando manuscritos solo por el placer de escribir.

Nació su hijo Armando. Los siguientes 30 años fueron agradables. Las fiestas
sociales continuaron en la casa, pero Armando se eximia de ellos en su sótano,
donde recordaba su Patagonia querida.

El hijo del matrimonio viajó a estudiar en el extranjero. Cuando regresó lo hizo con
una novia, con la que pocos meses después se casó. La fiesta fue en la casa.

Los años siguientes Armando visitó a su médico por una dolencia en los oídos. El
médico le dijo que era una complicada enfermedad y debería viajar al extranjero a
tratarse, pero Armando no aceptó dejar su sótano, su mundo.

Toda la casa giró en torno a Armando, pero pocos meses después, Armando murió.
Junto a la señora Dama. Así terminó el relato.

Quedamos en silencio, quise decir algo, pero ella me detuvo y dijo:

– Lo sé, lo sé, no te preocupes.

Sin palabras entendió que tenía mi afecto y apoyo.


14 Desde que supe el verdadero nombre.
Desde que supe el verdadero nombre del mayordomo, lo veo de otro modo. Ya no
me burlo de él como Leonor o la cocinera. Ni me parece hosca su mirada.

Después de 3 años en la casa, sigo recordando aquellos días de encierro en


zoológico.

La señora Dama quería llevarme al médico para que tratara mi incapacidad para
comunicarme, pero yo no quise porque sospechaba que mis diferencias tal vez eran
más importantes.

Los domingos seguíamos yendo a misa. Las palabras del cura seguían provocando
miedo, como cuando estaba encerrado en mi jaula.

Un domingo, después de misa, mientras cabeceaba de sueño en una plazoleta


apareció Joao, quien me invitó a acompañarlo a pasear para agradecer el haberle
conseguido empleo en la casa.

Nos subimos a un bus donde me enfermé.

Al bajar llegamos a unas calles que me parecieron conocidas.

Entramos a un edificio y nos sentamos en unos sillones muy cómodos de cuero. De


repente comenzó la película, estaba por primera vez en un cine. Al principio me
dieron risa las imágenes, pero luego me di cuenta que era como un sueño
proyectado para mí. En la noche volví a proyectar la película en mi mente y no pude
dormir.

Cuando salimos del cine, Joao comentaba la película entusiasmado, y de repente


supe dónde estaba, corrí con mis 4 patas y llegué a la plaza con su catedral.

La conocía perfectamente, estaba tan contento que no pude evitarlo y me saqué las
zapatillas para subir a los árboles.

Busque el lado de la estatua del alcalde Mansur, pero no encontré a mis antiguos
compañeros.

Joao estaba muy impresionado y cuando bajé me agarró de un brazo para llevarme
rápidamente porque 2 policías nos seguían. Afortunadamente los perdimos.

Luego entramos a otro lugar donde nos sentamos en una banca y atrás se levantaba
un telón blanco. Joao me incitaba a reír, cuando de repente veo un flash de una
cámara. Creí haber sido golpeado y salí corriendo. Joao se reía a carcajadas.

Joao quedo con una fotografía y yo con otra. Ya había visto mi rostro, pero ahora lo
comparaba con el Joao y surgían abiertamente las diferencias.
Recordé las palabras de Palmides como una maldición, cuando dijo que jamás sería
como ellos.

15 El comienzo del quinto verano.


En el quinto verano, donde la señora Dama, noté inquietud al interior de la casa. A
media mañana vi salir un niño de no más de 7 años corriendo desde la casa al patio.

Vi como corría y destruía mis flores alegremente. Después me enteré que era
Estebito, el nieto de la señora Dama. Había viajado desde el sur a pasar unas
semanas de vacaciones con la abuela.

Con Joao recogimos las hojas secas en sacos, cuando me dijo que quería hablar a
solas conmigo. Fuimos a mi cabaña y allí me explicó que quería casarse con Leonor
y ella estaba de acuerdo, pero él quería contármelo a mí antes que nadie en la casa.

Puse mi brazo en el hombro de Joao y lancé algunos gritos de alegría que él


entendió. De repente tras la puerta escuchamos unas risa, allí estaba Estebito
riendo por mis gritos de simio. Nos miramos y le sonreí. Ya en la tarde, mientras
trabajaba, Estebito se dedicaba a mirar insectos, aproveché la ocasión para
sacarme las zapatillas y mostrarle mis peludos pies al niño, quien reía. Subí a los
árboles y me balanceé de rama en rama haciendo acrobacias. Al bajar, Estebito
aplaudía con delirio mi actuación. Me coloqué las zapatillas y comencé a trabajar.

Al día siguiente llegó a mi cabaña y jugamos hasta la hora del almuerzo. Me gustaba
estar con niños, lograba comunicarme sin palabras y me llenaba de ánimo.

Joao y Leonor se casaron. La ceremonia y la fiesta la realizaron en la casa de Joao,


a pocas cuadras de la casa de la señora Dama.

La casa era pequeña pero tenía un gran patio que usaban de acopio de fierro que
vendían.

La ceremonia fue sencilla pero emocionante.

La señora Dama dijo algunas palabras que los invitados oyeron con respeto y luego
se retiró con el mayordomo.

Yo permanecí en un rincón mientras todos bailan y Joao se acercaba con un vaso


para brindar conmigo, todo era alegría, pero de repente se borró mi vista, todo se
convirtió en una imagen lejana y borrosa.

Al despertar en la mañana, alguien dormía sobre mi hombro pasando la borrachera


igual que yo.
Me fui a la casa y me llamó la atención la diferencia de las casas, aquí todo era
seco, sin jardines, con casas de techo de cartón muy cerca de donde vivíamos, pero
muy distinto.

Ya en la casa, mientras trataba de descansar llegó Estebito con energía, dispuesto


a comenzar otro día.

16 Hasta que mi vida cambió definitivamente


La pasividad de la casa me inquietaba. Recordaba las poblaciones pobres cercanas
del barrio y esta me provocó curiosidad por saber ¿quién era yo?

Leonor y Joao se fueron a trabajar al sur, en reemplazo de Leonor llegó Brigiet, una
mujer muy seria y que mostró inmediatamente las diferencias que tendría conmigo.

La señora Dama realizó un viaje por Europa por un largo tiempo. Esos días sin ella
fueron de tristeza en la casa.

Me quedaba con la cocinera quien me hacía reír con sus historias sobre su gordura
y la de su pueblo.

Cierta noche, salí al patio y vi encendida la luz de la habitación que usaba


exclusivamente la señora Dama.

Pensé que ella había llegado, pero al mirar por la ventana vi al mayordomo sentado
en un sillón bebiendo de una botella, con la mirada lejana y extraviada. De alguna
forma también era un simio arrancado de su medio. De alguna forma, dentro de esa
parquedad existía una persona como yo.

En primavera volvió la señora Dama, a todos nos trajo regalos. A mí me entregó


una caja con un par de zapatillas blancas estilo basquetbolistas como las mías. Las
antiguas las guardo en la misma caja de las nuevas.

17 Ocurrió al siguiente verano


Al siguiente verano la casa se alboroto con la llegada de Estebito.

Llegó al patio donde me abrazó, estaba más grande.

La señora Dama nos convocó a una reunión donde le explicó a Estebito que debía
estudiar la lectura pues estaba atrasado comparado con su curso, por lo que le
contrataría un profesor para estudiar en las tardes, yo estaría encargado de que no
faltara.

Contrató al mismo profesor de Magallanes. Yo estaba muy emocionado.


Las clases las realizaban en el patio y yo me instalé al lado colocando una hilera de
hortensias. Trabajé lentamente sin perder una palabra del profesor.

Al terminar la clase corrí a mi cabaña a repasar la lección.

Y así fue todos los días. Al final termine sentado junto a Estebito escuchando la
clase.

Poco a poco comencé a entender y unir palabras. Repasaba en diarios y revistas,


hasta que llegó el fin del verano y Estebito se fue a su casa.

Cuando llegué a mi cabaña tomé mi único bien. Abrí la primera página y leí: “El 24
de febrero de 1815, el viaje de Nuestra Señora de la Guarda dio la señal…” y no me
detuve en toda la noche.

También yo había sido un prisionero como el conde de la novela, ahora no lo era, y


como él, buscaba mi venganza.

18 El descubrimiento de los libros


Nunca pensé que sería tan devastador lo que me traerían los libros, sabía que
podría conocer muchos secretos con la lectura, pero conocer mi verdadera identidad
fue algo inesperado.

Todas las noches al botar la basura, recogía los diarios y revistas del día, los leía
lentamente. Cierto día encontré un artículo sobre la desaparición de los primates en
África, donde habían fotografías muy terribles con capturas de simios en la sabana
africana. Al revisar las fotos vi mi verdadera identidad, esa era, la de un simio macho
de la especie de los grandes primates, y eso fue tremendo. Me sentí estremecido,
apenas me podía mover y caí enfermo. Durante varios días no comí, solo estaba
recostado en la cama, cada día empeoraba, y pensaba: si no era el que creí ser, no
valía la pena vivir.

La señora Dama me visitaba algunas veces preocupada.

Empecé a hervir en fiebre y resonaba en mi cabeza la voz burlona de Palmides el


Grande y los castigos en mi jaula.

Escuche también llorar a la cocinera en la puerta de mi cabaña.

La señora Dama ordenó traer urgentemente un médico, quien dijo que


definitivamente moriría.

La señora Dama se acercó a mi cama, me habló tranquilamente, y sus ojos me


recordaron a los de M. Me habló sobre Estebito y sus avances en los estudios.
Levantó la vista y vio en la gaveta el ejemplar de El Conde de Montecristo y dijo:
– La novela preferida de Armando.

Luego tomó mi mano, hizo una larga pausa para finalmente decir:

– Haz sido un buen hombre – y se retiró con los ojos llorosos.

Eso era lo que había esperado durante años, eso era en lo que esperaba
convertirme, nada más que en un buen hombre, nunca dejaría de ser uno, pero
todavía podría convertirme, o ya lo era, según la Dama, en un buen hombre, y esa
sola frase sirvió de alivio y curación.

Volví a recuperar mi ánimo, a comer y a beber.

La señora Dama lo había logrado, sin imaginárselo. Para ella era un buen hombre,
en un cuerpo de simio.

19 Acepté mi realidad
Bueno, los siguientes años fueron distintos. Seguí trabajando de jardinero, pero
desde que me enteré de mi condición simiesca, me decidí a aceptarlo, por ejemplo
ahora trabajo descalzo y cada vez más retraído, también dejé de leer, pues pensé
que la lectura era la culpable de todas mis desgracias.

Al siguiente verano Estebito llegó diferente, era más grande, y de acuerdo a lo que
dijo la señora Dama, Esteban se preparaba para ingresar a una universidad en el
extranjero, pero cuando la señora Dama no estaba, Estebito cambiaba los libros por
jugar conmigo, hasta que ocurrió lo del accidente.

Cierto día mientras nos descolgábamos por uno de los árboles del patio, una rama
cedió y Estebito cayó de gran altura.

Lo cargué y lo llevé a la casa. En la clínica dijeron que era una luxación en el tobillo
y debía usar una bota de yeso por el resto de las vacaciones.

La señora Dama nos citó abajo el parrón y nos reprendió muy firmemente, dijo que
Estebito debía permanecer inmovilizado en una tumbona en el patio y yo debía
hacerle compañía, pero además nos entregó dos llaves de un modo tembloroso y
con los ojos llenos de lágrimas. Estebito estaba muy contento, pues eran las llaves
de la biblioteca clausurada en el sótano de la casa. En ella encontramos muebles
llenos de libros y Estebito comenzó a revisar los títulos, pues le gustaban mucho las
novelas de aventura, entonces comencé a mirar un gran mapa de África y pensé
con tristeza que seguramente era allí donde yo había nacido y que mis padres vivían
allí, y comencé a sentir la humedad de la selva de los bosque lluviosos de mis
ancestros, a pesar de yo nunca haber vivido allí, y entendí que ahora era distinto,
era un simio educado entre los hombres, y por ello también prisionero, otra vez
prisionero pensé. Estebito me dijo que escogiera un libro, y subimos para comenzar
nuestra primera sesión de lectura en el jardín.

20 Debo decir que he tenido suerte


Una de las primeras novelas que leí con Estebito trataba sobre un niño que caía en
la selva y sus padres morían, era Tarzán, sentí que la historia era mi historia, pero
contada al revés, pues el niño era rescatado por unos simios y se comportaba como
ellos. Leí mucho por ese verano, pero cuando llegó la hora de separarnos con
Estebito lo abrace fuertemente, casi para dejarlo sin aire, con esto le deseaba suerte
para que nunca me olvidara, porque yo nunca lo haría.

Al día siguiente el mayordomo golpeó mi puerta muy temprano, al abrirla me


esperaba con el rastrillo en la mano, las tijeras y otras herramientas, me dijo que
tenía mucho trabajo, pues tenía razón, pero ahora después de la lectura, era alguien
diferente. El mismo pero con ganas de ser diferente, y ese es el sentimiento que me
inspiran los libros cuando termino de leerlos.

21 El nuevo año trajo extrañas novedades


La casa volvió a su movimiento normal. Los días domingo dejé de ir a misa, la
señora Dama entendió mi decisión y no me obligó a cambiar de parecer. En lugar
de ir a misa comencé a caminar por los barrios y allí entendí el modo de vivir de los
hombres, sus casas, sus barrios. Cierto día cuando llegué a la casa vi un vehículo
y la luz encendida del dormitorio de Magallanes. Cuando entré a la cocina
estaba Brigiet fumando un cigarrillo muy nerviosa. Le pregunté y dijo que el
mayordomo estaba enfermo, qué a la hora de almuerzo se había desmayado
mientras servía la sopa. El médico lo que examinaba, dijo que estaba mal y que
necesitaba la opinión de un especialista. Al día siguiente una ambulancia lo vino a
buscar, su rostro era más sombrío de lo habitual. No sé porque lo hice, pero levanté
mi mano y él me respondió levantando la mano de la misma forma. Nunca imaginé
que sería la última vez que lo vería.

La casa parecía desolada, faltaba uno de nosotros. A veces la señora Dama nos
citaba bajo el parrón y nos hablaba de las cartas que escribía Estebito con palabras
para cada uno. Pero un día la señora Dama nos citó, pero en el salón principal,
donde debíamos tener cuidado de no ensuciar su alfombra, nos sentamos y nos
habló, dijo que organizaríamos de nuevo la casa, porque faltaba un mayordomo y
que debería contratar un nuevo jardinero. Yo me horroricé porque significaba que
estaba despedido, pero en realidad lo estaba, porque ahora sería el nuevo
mayordomo de la casa. La cocinera y Brigiet se alegraron por mí y me felicitaron.
Debí cambiar mi forma de vida, pero seguí durmiendo en mi cuarto. Un día entré a
la habitación de Magallanes, para recoger sus pertenencias y guardarlas. Sobre el
velador encontré un reloj, que fue lo único que conservé de él, junto con una
fotografía de un paisaje de Tierra del Fuego. Seguramente él todas las mañanas la
miraba para recordar su vida pasada. Brigiet me enseñó algunas cosas como servir
la mesa, y aprendí con rapidez, mi primera cena con invitados importantes la
preparé por una semana, cuando llegaron me observaron extrañados, recogí los
abrigos, casi no me equivoqué, solo en pequeños detalle. Al otro día la señora me
felicitó y para probar su agradecimiento me dio un nuevo trabajo, me entregó las
llaves del sótano, dijo que los libros debían estar llenos de polvo, que debía
limpiarlos y talvez volver a clasificarlos. Entendí lo que quería decir y lo que quería
que yo hiciera en realidad. Me sentí un simio feliz. Mi vida comenzaba a llenar esos
vacíos que creía tener, y no sé si eso me hacía mejor hombre o mejor simio o ambas
cosas a la vez.

22 En los años siguientes


En los años siguientes me dediqué a leer íntegramente la biblioteca del sótano en
mis horas libres como mayordomo.

Los años pasaron y nos había hecho envejecer a todos. Estebito nos informaba con
frecuencia sus éxitos como abogado y de su matrimonio y siempre enviaba una
carta. En una de sus notas me envió un regalo, ya que recordaba que alguna vez
me había visto interesado en una cámara de su abuelo, me envió entonces una
pequeña cámara fotográfica para mí, me pareció un regalo estupendo. Brigiet se
encargó de comprarme rollos fotográficos.

Brigiet me llevaba la comida a mi cabaña. Siempre me hablaba, y cierto día me


contó su historia, dijo que se había casado muy joven enamorada de un hombre en
el norte del país, era extranjero y trabajaba de ingeniero en una mina de cobre. Ella
era pobre y trabajaba en la cocina de su madre. Cierto día el ingeniero la vio y se
enamoró de ella. Le comenzó a enviar regalos y la invito al cine, ella estaba
maravillada con él, y aceptó cuando él le pidió matrimonio, se casaron una semana
después. Ella por fin tuvo dinero, cambió su ropa, sus hábitos y seguía ayudando a
su madre en la cocinería, pero pasaba mucho tiempo sola, debido al trabajo de su
marido en el desierto. Un año después, el ingeniero fue trasladado a la ciudad,
entonces cambiaron sus vidas. A él no le gustaba que ella saliera, que visitara a su
madre, a veces llegaba alterado, aunque nunca la golpeó, la insultaba y se burlaba
de su ignorancia y pobreza. La obligaba a escribirle cartas a su madre donde le
explicaba que estaba de viaje y no podía ir a verla, entonces Brigiet se dio cuenta
que era prisionera en su propia casa. Cierto día le dijo que quería separarse, que el
amor por él había acabado, pero fue peor, llenó la casa con candados, en las
ventanas y en las puertas, en una ocasión la dejó encerrada en una habitación por
3 días, mientras él trabajaba, entonces entendió que su marido estaba enfermo. Su
marido le permitía salidas cortas para comprar alimentos, así pudo, con ayuda de la
almacenera, contactarse con su madre. En una salida a terreno del ingeniero por
una semana al altiplano, la dejo en casa acompañada de su ayudante, un ex militar.
Brigiet no podía salir de la casa, solo para ir a comprar. Su madre, dentro de un
repollo le envío lo que necesitaba. Brigiet le preparó la cena al militar, quien comió
y antes de terminar el postre cayó dormido sobre la mesa, entonces Brigiet llenó su
maleta con ropa y se juntó con su madre que la esperaba en una camioneta con un
amigo. Viajaron toda la noche para llevarla al autobús. Se despidieron llorando y
ella se fue rumbo a la capital del país, no había terminado sus estudios y no tenía
experiencia laboral, le costó mucho encontrar trabajo, hasta que llegó a la casa de
la señora Dama, donde Magallanes la entrevistó y decidió contratarla. Al terminar
su historia nos quedamos mirando un instante sin decir nada, como lo hacen todos
aquellos que sienten que han abierto una puerta de confianza.

23 Cuando estuve preparado


Cuando estuve preparado con mi cámara fotográfica no sabía qué debía fotografiar,
repasé varios temas. Al despertar vi la fotografía de la Patagonia del mayordomo y
decidí que fotografiaría el paisaje que me rodeaba, así como era domingo salí a
recorrer los alrededores del barrio y me comencé a dar cuenta la diferencia que
había entre un barrio y otro, además que las casa ya no eran tan amplias con
grandes patios, sino que se habían convertido en edificios. También en mis
fotografías de la población aledaña, mostraba las diferencias socioeconómicas que
nadie quería ver. Todos los domingos significaban para mí, fotografiar un paisaje.

Las cenas en la casa con invitados importantes continuaron, aunque la señora


Dama se veía más frágil, lo que demostraba que también envejecía. El alcalde era
muy simpático, y siempre cuando se iba, lo despedía con su abrigo en la puerta. A
veces me contaba sus problemas en la alcaldía, y un día me habló sobre unos
problemas edilicios, yo no alcancé a opinar, cuando se puso muy contento porque
había encontrado la solución. Cierto día escuché que hablaban sobre proyectos
inmobiliarios, comenzaron a discutir porque unos no estaban de acuerdo en
construir edificios y eliminar las poblaciones, y otros decían que la modernidad
obligaba a realizar cambios en las construcciones. Pensé que mis fotografías
podrían ayudar para preservar la existencias de las casa tradicionales de las
poblaciones y le entregué un sobre con mis fotografías para que tomara una
decisión. Un día cuando salí a fotografiar, un hombre que ya me había visto otras
veces, me dijo que ahora ya no podría hacerlo, porque el alcalde había removido a
toda la gente del sector a los alrededores de la capital, para vender los terrenos a
inmobiliarias.

Una semana después, un ayudante del alcalde trajo mis fotografías devueltas con
una nota de agradecimiento.

Nunca pensé que expulsarían a esa gente y desde ese día decidí guardar mi cámara
y mis fotografías en un rincón de mi cabaña.

24 Es cierto, todos envejecimos


Bueno, nunca conseguimos un buen jardinero, por lo que el patio parecía muy
dejado de lado y la señora Dama ya no recibía tanta gente en la casa, siempre
estaba en su pieza o vagaba por la casa como buscando a alguien. Un día llegó un
joven que dijo ser hijo de Leonor y Joao y en verdad lo parecía por lo alegre, iba a
estudiar y sus padres le pidieron que nos llevara saludos y que estaban muy felices
en el sur del país.

La primera que nos dejó fue la señora cocinera, quien dijo que volvería a su pueblo
donde todos eran gordos. Hicimos una cena para despedirla en ella estuvo la señora
Dama quien se retiró unos minutos después a su cuarto. Al terminar, la cocinera me
abrazó y dijo que no me olvidara que la vida no se prolongaría para siempre y que
debía darme cuenta de una vez lo que Brigiet sentía por mí, quedé muy sorprendido
con esas palabras y pensé varios días en aquello.

Tuvimos la noticia de que Estebito volvería a visitar a la abuela, y me puse muy


contento, pensé que volveríamos a subirnos a los árboles como hacíamos antes,
pero no, porque Estebito ya era un adulto y un buen abogado, llegó con su mujer
extranjera y sus dos hijos, uno que aún no caminaba y otro muy parecido a él cuando
niño.

Estebito decidió ir a visitar a unos amigos y me encargó cuidar a su hijo mayor que
se llamaba Armando, igual que su abuelo.

Me quité las zapatillas y comencé a subirme a los árboles, Armandito estaba muy
serio pero se transformó al verme subir, aplaudía entusiasmado y trató de colgarse
como yo lo hacía. Al otro día amanecí muy adolorido, pero siempre jugábamos.
Cierto día Estebito entró a la cabaña a buscar una sombrilla y observó mis
fotografías, y me dijo si se las podía prestar por un momento a lo que no pude negar.

El día lunes volvió con un hombre quien me dijo que quería contratar mis fotografías
para una exposición, yo no alcancé a negarme. La exposición se inauguró al final
del verano y se llamaba “Los Otros”, a mí me pareció muy buena, en ella se
mostraban fotografías de la población erradicada hace algunos años donde
mostraba rostros de niños felices, pobres, resignados y esperanzados. La noche
de la inauguración Brigiet se acercó a mi cabaña con un regalo de la señora Dama,
un nuevo traje, más elegante y moderno que el anterior. La exposición fue un éxito,
vendí todas las fotografías. Al día siguiente la señora Dama me felicitó por mi arte y
me preguntó por el elegante traje que llevaba puesto, entonces comprendí que no
era ella quien me lo había regalado.

25 Estebito y su familia
Estebito con su familia regresaron al extranjero, pero antes prometimos con
Armandito volver a reencontrarnos el próximo verano. Sin embargo, me preocupó
lo que Estebito había hablado conmigo, dijo que le preocupaba la abuela y que yo
debía pensar cómo proseguir mi vida si ella no estaba, además apuntó que había
recibido un buen ofrecimiento de una inmobiliaria por el terreno de esa casa.

Me acerque a Brigiet y le agradecí el traje que me había regalado, también,


torpemente, le dije que entre nosotros no podría existir nada, porque a pesar de que
yo me sentía un hombre, también sabía que era una mentira que me repetía a mí
mismo.

Ese año fue lento y el invierno muy duro. La señora Dama no se levantó más de la
cama. El médico que la atendía convocó a todos los empleados y nos dijo que
estaba muy enferma y que lo mejor sería avisar a los familiares. Estebito prometió
llegar lo más pronto de regreso al país. Por mi parte, decidí cuidarla por las noches,
así como ella lo hizo cuando casi yo morí. La última noche me contó nuevamente
su historia, quizás su única aventura, cuando rescato a Armando en la Patagonia
para luego dormirse. Una hora después abrió los ojos, me sonrió y dijo: “Amando”,
y murió lentamente sujeta a mi mano de simio.

26 Estebito llegó un día después.


Estebito llegó un día después para el entierro. Después del cortejo, los familiares se
reunieron para acordar qué hacer a continuación. Sabíamos que la decisión estaba
tomada. Cuando Estebito me notificó que vendería, no me sorprendió.

Ese día, di un paseo por el barrio, la casa de la señora Dama parecía una rareza
rodeada de edificios y vehículos.

Por la mañana nos despedimos de Brigiet quien volvería al norte con su mamá a
colocar un restaurant con los ahorros que había juntado ya que su marido había
muerto. La abracé y recordé a M, mi liberadora, la única mujer que amé.

La casa estaba tan vacía. Traté de imaginar los sonidos de la Dama dando órdenes,
de las fiestas o de Estebito cuando era niño.

El día en que debí marcharme, llegó Estebito a despedirse. Llevaba en mi maleta


todas mis pertenencias. Recorrimos el patio con maleza que lo cubría todo. Estebito
me entregó parte de la venta de la casa, dijo que la abuela lo habría aprobado y que
me serviría para instalarme en otro sitio.

27 Desde el día en que salí de mi prisión


El día que salí de mi prisión entendí que debía aprender y acostumbrarme a todo
para sobrevivir, de eso se trataba.

Volví a la plaza, donde arriendo una pieza muy cómoda a pocas cuadras. Sigo
durmiendo en el piso, pero nadie se entera.
Me compré una cotona e instalé un trípode con mi cámara fotográfica en la plaza.
Los fines de semana fotografío niños, novios, amigos o extranjeros que quieren
recordar el lugar. El negocio da algo de dinero que me alcanza para vivir. A veces
en la noche, cuando nadie me ve, vuelvo a trepar por los árboles, a disfrutar de la
vida, vuelvo a ser feliz, ahora soy otro, un buen hombre o un buen simio, da lo
mismo.

Mi proyecto futuro es viajar, no a África, sino a Tierra del Fuego, para contemplar
ese enorme paisaje de la fotografía, pero no me pregunten porque quiero hacerlo.

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