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Resumen Yo Simio
Resumen Yo Simio
No sabe
de qué se le acusa, por qué es prisionero y no entiende todos los sufrimientos que
debe padecer. Ni siquiera sabe exactamente quién es. Es por eso que un día decide
escapar de la estrecha jaula del zoológico para conocer la ciudad y vivir como los
humanos, entre los que se considera uno más. Primero será un mendigo
hambriento, luego se transformará en el jardinero de una mansión y, más adelante,
en mayordomo. Logrará la confianza de sus patrones, la aceptación de los demás
a cambio de sumisión y trabajo, pero, además, descubrirá sus dos pasiones: la
fotografía y la lectura. Hasta que, finalmente, se pregunte —después de haber vivido
toda su existencia como humano— si valió la pena.
Una vez al mes, los hombres grises me inmovilizaban con sogas y alambres. Me
encerraban en la jaula y lavaban mi celda mientras yo me quejaba de dolor. Yo era
un prisionero sin derechos.
Todas las noches me preguntaba qué delito había cometido para estar allí. Creí
erradamente que yo no era diferente a los guardias o a la gente que visitaba el
Parque. No veía mucha diferencia entre ellos y yo, y esto me hacía no encontrar
respuestas a mi encierro.
Un día, cuando los guardias lavaban mi celda con la puerta abierta, las cuerdas que
me apretaban se cortaron y me atreví a salir de mi jaula.
Decidí subir por un sendero, ya que pensé que sería mejor adentrarme entre los
árboles.
Por primera vez vi mi celda desde arriba y la de un oso muy viejo que sufría una
enfermedad que nadie trataba. Desde mi jaula, siempre oían sus quejidos.
Por varios días sentí mi cabeza enorme, y lloré por el dolor y porque, posiblemente,
perdí la única oportunidad de escapar de mi prisión. Ese golpe en la cabeza produjo
en mí un cambio importante, por primera vez deseé con todas mis fuerzas
convertirme en un simio libre.
Creo que en esa mirada de ambos, surgió algo. Su novio la tomó del brazo y se la
llevó.
Pensé que no la volvería a ver, pero apareció una semana después. Estaba sola en
el mirador llorando. Tiempo después, supe que había terminado con su novio.
Por primera vez no me sentí prisionero. Cuando M. terminó, tuve que bajar la cabeza
para que no se diera cuenta que yo también lloraba.
Una mañana M. apareció muy temprano y presenció las torturas que yo sufría al
limpiar mi celda. M. se enfureció frente a Palmides el Grande y le dijo que el animal
era él, Palmides se retiró furioso del lugar, pero M. lo siguió.
Al día siguiente M. apareció con una carta de reclamo que me leyó y me dijo que
haría algo más y sería la solución definitiva a mi problema. Mientras reclamaba a
los directivos del parque, la hicieron esperar en la oficina, donde tomó un juego de
llaves, tenía la esperanza que alguna podría abrir mi celda, solo debía probar una
por una.
Pero un día llegó M. y me dijo que debía ir hacia los cerros. Estaba nerviosa y
comenzó a probar las llaves. Entonces apareció Palmides el Grande anunciando
que cerrarían el Parque. M. sopló todo el aire y arrojó las llaves dentro de la celda.
Me miró a los ojos, y sentí que ese sería su último intento por salvarme y sería la
última vez que nos veríamos. Yo intenté mirarla para demostrarle mi gratitud y amor.
Palmides se acercó mirando con desprecio a M., quien se retiró. Cuando Palmides
se acercó a la jaula me senté rápidamente sobre el juego de llaves. Me preguntó si
tenía hambre burlonamente y sacó un sándwich que se comió lentamente frente a
mí.
Quedé paralizado y luego me deslicé por el sendero, pero no hacia el cerro, como
me aconsejó M., yo me creía un humano, y regresaría al mundo de los humanos
desde donde alguien me había arrancado injustamente.
Estaba expectante y por primera vez contemplé la ciudad desde el mirador. Aquel
paisaje me dio fuerza y supe lo que debía hacer. Me dirigí a la bodega junto a la
oficina, donde había escuchado que estaba la comida.
Comí lo que más pude para recuperar fuerzas. Allí encontré ropa de los jardineros,
un sombrero de paja y un par de zapatillas blancas.
Luego sentí un olor conocido y fui al fondo donde encontré a Palmides
completamente borracho. Al mirarme se puso a reír y dijo que me veía ridículo
vestido de jardinero, y que nunca dejaría de ser un feo simio. Dijo que me regresaría
a la jaula y azotaría por mi insolencia. Sentí un odio incontrolable y recordé todos
sus maltratos. Tomé una pala y me erguí, Palmides se impresionó y cayó hacia
atrás. Me vengaría de Palmides, pero no lo hice. Talvez, aquella era la señal de que
yo era algo distinto a un animal, pero también distinto a un humano.
Luego salté las rejas y llegué a la calle. Me erguí lo más que pude y me alejé del
lugar al que esperaba no regresar jamás.
5 Cuando amaneció
Llegué sin saber, al centro de la ciudad, y decidí quedarme en una plaza central
rodeada por árboles, frente a una catedral.
La gente caminaba acelerada y nadie pareció preocuparse por mí. Trepé a un árbol
y permanecí el resto del día descansando y tratando de obtener información que
me ayudara para comenzar mi nueva vida.
Me di cuenta que lo más importante era caminar despreocupado de los demás, sin
mirarlos a los ojos, distraído y veloz.
Cierto día, cuando buscaba alimento en los tarros, un hombre me habló, era un
camarero que fumaba un cigarro. Me contó que trabajaba todo el día, y debía viajar
una hora para llegar a su hogar y que cuando llegara, su esposa e hijas estarían
durmiendo. Parecía triste y quise consolarlo, pero yo no podía expresar mis
sentimientos y solo emití un suave gruñido. El hombre dijo que lo esperara y volvió
con una bolsa de comida caliente. Luego entendí que el mesero me había dado un
obsequio, sin esperar nada a cambio, como M. había tenido actos desinteresados
conmigo. Fue mi primer plato de comida caliente, afortunadamente me
acostumbraba con facilidad a todo lo nuevo que enfrentaba.
Los únicos que me descubrían cuando miraban hacia arriba eran los niños.
A las 2 semanas cuando ya tenía más confianza, observé que cerca de la estatua
del alcalde Mansur, se encontraba un grupo de hombres muy parecidos a mí.
Vestían de manera sencilla, y con zapatos muy gastados. Su existencia era lenta y
relajada. Dormían en las bancas y se alejaban de vez en cuando, para regresar a
calentarse al sol.
Algunos eran hoscos pero la mayoría eran tranquilos. Los estudie para entender de
qué vivían y logré entender que eran mendigos, es decir, viven de pedir a los demás.
Su esposa no podía tener hijos, y la golpeaba sin razón. Un día llegó a su casa y
solo encontró una nota “Me voy porque te dejé de amar”. Se fue a un bar y peleó
con un tipo que le metió 6 balas. Pasó 5 meses en el hospital y salí decidido a
cambiar su vida.
Así llegó al rincón del alcalde Mansur. Se sentía respetado por ellos, y a cambio,
trataba de ayudarlos.
El librero se acercó y me dijo que había notado que yo era un buen lector, porque
acariciaba los libros. Yo solo emití un gruñido y él pensó que yo era un extranjero,
pero eso no le importó porque él también era extranjero y me contó su vida, pues
había llegado hace muchos años huyendo de una guerra civil.
Me habló sobre su historia y temas de libros como la libertad, durante horas.
Finalmente me dijo que cerraría la librería porque era tarde, pero antes me regaló
un libro que me ayudaría a mejorar el idioma.
No volví a ver al Duque. Cierto día escuché a unos vagabundos decir que El Duque
no volvería, pues las heridas fueron muy graves. Comprendí lo que decían, pues ya
conocía el concepto de la muerte.
Me deprimí por varios días, estaba sin ánimo de bajar de mi árbol y no quería comer.
Conocí la muerte en el zoológico, en la jaula del oso pardo que durante años gritaba
de dolor por las noches. Cierta noche se me ocurrió imitar sus gritos para apoyarlo
en su sufrimiento.
9 Al bajar de mi árbol
Bajé poco de mi árbol. Me sentía desanimado por la pérdida de El Duque.
Una mañana apareció en la plaza una mujer acompañada de un hombre muy serio
y delgado.
La señora Dama, como la llamaba el hombre, estaba ofreciendo trabajo a los vagos,
pues necesitaba un jardinero. Todos los vagos se alejaban, ya que para ellos
significaba una ofensa.
Acepté sin saber a qué se refería, pero antes subí a mi árbol a buscar mi única
pertenencia, mi libro.
Cuando al fin llegamos a la casa, pensé que allí vivían gigantes, era una casa de
varios pisos rodeada por extenso patio.
Mientras pensaba en volver donde los vagabundos, entró una mujer con una
bandeja de comida, me miró horrorizada y se retiró.
Sabía que tenía ventajas sobre los demás humanos, aunque aún me consideraba
especial y no un ser diferente.
Recogí las hojas con entusiasmo y vi a la señora que me miraba con satisfacción
por mi trabajo.
Al terminar salió.
Era primavera, trabajé arduamente mi jardín. Sentía una necesidad de ser aceptado
por esos días.
Cierto día, entró a mi habitación el mayordomo, dijo que la señora Dama estaba
conforme con mi trabajo, pero que debía hacer uso de mi día libre. Además dijo que
deseaba que el día domingo, como los demás empleados, la acompañara a la
iglesia. Acepte con un gruñido sin entender.
Subimos al vehículo que nos llevó hasta una iglesia. Allí los patrones se sentaban
adelante y los sirvientes atrás. Todos se saludaban y vestían muy cuidadosamente,
yo era la excepción, con mis zapatillas de basquetbolista y mi ropa de jardinero.
Mi conclusión me confundió: antes de sentir alivio por esas palabras, sentí temor.
El resto del día libre lo pasé en una plazoleta. Reconocí a Leonor caminando
embobada con un hombre.
El domingo siguiente me coloqué el traje, no así los zapatos, pues mis pies nunca
se acostumbrarían a otro calzado que no fueran mis zapatillas de basquetball.
Al siguiente día sembré nuevas plantas. Estaba seguro que el mayordomo destruiría
nuevamente mi jardín y decidí atraparlo.
Cerqué el sector con un hilo que amarré finalmente a uno de los dedos de mi pie,
así cuando alguien se acercara, el hilo tiraría y descubriría quien fue, mientras yo
esperaba solo una certeza.
Una noche sentí el tirón en mi dedo y observé a una persona que se deslizaba entre
las sombras. Me lancé sobre él y el ruido hizo que Leonor saliera.
Leonor comenzó a llorar, dijo que su novio era el que había roto las flores la vez
anterior, pero no se había dado cuenta, ella no podía decir nada, pues si se
enteraban que su novio entraba a la casa, la despedirían.
Recién había enviudado hace 5 años. Su voz era serena y reflejaba cansancio y
sabiduría. En su juventud ella y su novio Armando provenían de familias con fortuna
y prestigio, pero él era rebelde y deseaba una vida tranquila y conservadora.
Decidieron separarse, entonces Armando lo dejó todo y se marchó a tierras
australes donde trabajó feliz como ovejero. Él pensaba en señora Dama y le escribía
extensas cartas de amor, pero también de despedida, pues no pensaba regresar.
Tampoco ella lo buscaría, pero un día las cartas dejaron de llegar y la familia decidió
enviar a un primo para averiguar por él. El primo recorrió la región hasta que
encontró arrieros que le contaron que en las veraneadas de los ovejeros en el límite
con Argentina, habían sido asaltados por una banda que los secuestró, y después
de robarles sus ovejas los había matado y abandonado en la estepa magallánica.
El primo volvió a la capital a informar a la familia.
La señora Dama quedó desolada, pero algo le decía que él estaba vivo. Sin decirle
a nadie se embarcó a Cabo de Hornos.
En una pulpería de Puerto Edén encontró a la venta la libreta que ella le había
regalado a Armando, y el tendedero le contó que se la había vendido un ovejero
llamado Yugo.
La señora Dama no sabía que hacer ahora y tampoco tuvo tiempo de pensarlo, pues
entre los pedruscos apareció un hombre que la apuntó con una pistola, el hombre
le ordenó seguirlo hasta la casa. Allí se burlaron de ella, estaban locos por el alcohol,
menos un joven delgado que se mantenía aparte. Ella les exigió que le confesaran
que habían sido de Armando y les mostró la libreta. Uno de ellos recordó a Armando
como el joven leía. El jefe del grupo dijo que lo olvidara porque lo habían arrojado
al río. Luego el jefe tomó su revólver y dijo que la mujer sabía demasiado y él lo
solucionaría. La llevó por una loma, lejos del campamento. La señora Dama estaba
destrozada. El hombre la obligó a arrodillarse, ella solo rezaba y pensaba en
Armando con los ojos cerrados, cuando de repente sintió un disparo y pensó que
estaba muerta. Al abrir los ojos vio al joven ladrón, y al jefe muerto. Sin decir palabra
siguió al joven. Cabalgaron toda la noche hasta que el joven se detuvo y dijo:
Nació su hijo Armando. Los siguientes 30 años fueron agradables. Las fiestas
sociales continuaron en la casa, pero Armando se eximia de ellos en su sótano,
donde recordaba su Patagonia querida.
El hijo del matrimonio viajó a estudiar en el extranjero. Cuando regresó lo hizo con
una novia, con la que pocos meses después se casó. La fiesta fue en la casa.
Los años siguientes Armando visitó a su médico por una dolencia en los oídos. El
médico le dijo que era una complicada enfermedad y debería viajar al extranjero a
tratarse, pero Armando no aceptó dejar su sótano, su mundo.
Toda la casa giró en torno a Armando, pero pocos meses después, Armando murió.
Junto a la señora Dama. Así terminó el relato.
La señora Dama quería llevarme al médico para que tratara mi incapacidad para
comunicarme, pero yo no quise porque sospechaba que mis diferencias tal vez eran
más importantes.
Los domingos seguíamos yendo a misa. Las palabras del cura seguían provocando
miedo, como cuando estaba encerrado en mi jaula.
La conocía perfectamente, estaba tan contento que no pude evitarlo y me saqué las
zapatillas para subir a los árboles.
Busque el lado de la estatua del alcalde Mansur, pero no encontré a mis antiguos
compañeros.
Joao estaba muy impresionado y cuando bajé me agarró de un brazo para llevarme
rápidamente porque 2 policías nos seguían. Afortunadamente los perdimos.
Luego entramos a otro lugar donde nos sentamos en una banca y atrás se levantaba
un telón blanco. Joao me incitaba a reír, cuando de repente veo un flash de una
cámara. Creí haber sido golpeado y salí corriendo. Joao se reía a carcajadas.
Joao quedo con una fotografía y yo con otra. Ya había visto mi rostro, pero ahora lo
comparaba con el Joao y surgían abiertamente las diferencias.
Recordé las palabras de Palmides como una maldición, cuando dijo que jamás sería
como ellos.
Vi como corría y destruía mis flores alegremente. Después me enteré que era
Estebito, el nieto de la señora Dama. Había viajado desde el sur a pasar unas
semanas de vacaciones con la abuela.
Con Joao recogimos las hojas secas en sacos, cuando me dijo que quería hablar a
solas conmigo. Fuimos a mi cabaña y allí me explicó que quería casarse con Leonor
y ella estaba de acuerdo, pero él quería contármelo a mí antes que nadie en la casa.
Al día siguiente llegó a mi cabaña y jugamos hasta la hora del almuerzo. Me gustaba
estar con niños, lograba comunicarme sin palabras y me llenaba de ánimo.
La casa era pequeña pero tenía un gran patio que usaban de acopio de fierro que
vendían.
La señora Dama dijo algunas palabras que los invitados oyeron con respeto y luego
se retiró con el mayordomo.
Leonor y Joao se fueron a trabajar al sur, en reemplazo de Leonor llegó Brigiet, una
mujer muy seria y que mostró inmediatamente las diferencias que tendría conmigo.
La señora Dama realizó un viaje por Europa por un largo tiempo. Esos días sin ella
fueron de tristeza en la casa.
Me quedaba con la cocinera quien me hacía reír con sus historias sobre su gordura
y la de su pueblo.
Pensé que ella había llegado, pero al mirar por la ventana vi al mayordomo sentado
en un sillón bebiendo de una botella, con la mirada lejana y extraviada. De alguna
forma también era un simio arrancado de su medio. De alguna forma, dentro de esa
parquedad existía una persona como yo.
La señora Dama nos convocó a una reunión donde le explicó a Estebito que debía
estudiar la lectura pues estaba atrasado comparado con su curso, por lo que le
contrataría un profesor para estudiar en las tardes, yo estaría encargado de que no
faltara.
Y así fue todos los días. Al final termine sentado junto a Estebito escuchando la
clase.
Cuando llegué a mi cabaña tomé mi único bien. Abrí la primera página y leí: “El 24
de febrero de 1815, el viaje de Nuestra Señora de la Guarda dio la señal…” y no me
detuve en toda la noche.
Todas las noches al botar la basura, recogía los diarios y revistas del día, los leía
lentamente. Cierto día encontré un artículo sobre la desaparición de los primates en
África, donde habían fotografías muy terribles con capturas de simios en la sabana
africana. Al revisar las fotos vi mi verdadera identidad, esa era, la de un simio macho
de la especie de los grandes primates, y eso fue tremendo. Me sentí estremecido,
apenas me podía mover y caí enfermo. Durante varios días no comí, solo estaba
recostado en la cama, cada día empeoraba, y pensaba: si no era el que creí ser, no
valía la pena vivir.
Luego tomó mi mano, hizo una larga pausa para finalmente decir:
Eso era lo que había esperado durante años, eso era en lo que esperaba
convertirme, nada más que en un buen hombre, nunca dejaría de ser uno, pero
todavía podría convertirme, o ya lo era, según la Dama, en un buen hombre, y esa
sola frase sirvió de alivio y curación.
La señora Dama lo había logrado, sin imaginárselo. Para ella era un buen hombre,
en un cuerpo de simio.
19 Acepté mi realidad
Bueno, los siguientes años fueron distintos. Seguí trabajando de jardinero, pero
desde que me enteré de mi condición simiesca, me decidí a aceptarlo, por ejemplo
ahora trabajo descalzo y cada vez más retraído, también dejé de leer, pues pensé
que la lectura era la culpable de todas mis desgracias.
Al siguiente verano Estebito llegó diferente, era más grande, y de acuerdo a lo que
dijo la señora Dama, Esteban se preparaba para ingresar a una universidad en el
extranjero, pero cuando la señora Dama no estaba, Estebito cambiaba los libros por
jugar conmigo, hasta que ocurrió lo del accidente.
Cierto día mientras nos descolgábamos por uno de los árboles del patio, una rama
cedió y Estebito cayó de gran altura.
Lo cargué y lo llevé a la casa. En la clínica dijeron que era una luxación en el tobillo
y debía usar una bota de yeso por el resto de las vacaciones.
La señora Dama nos citó abajo el parrón y nos reprendió muy firmemente, dijo que
Estebito debía permanecer inmovilizado en una tumbona en el patio y yo debía
hacerle compañía, pero además nos entregó dos llaves de un modo tembloroso y
con los ojos llenos de lágrimas. Estebito estaba muy contento, pues eran las llaves
de la biblioteca clausurada en el sótano de la casa. En ella encontramos muebles
llenos de libros y Estebito comenzó a revisar los títulos, pues le gustaban mucho las
novelas de aventura, entonces comencé a mirar un gran mapa de África y pensé
con tristeza que seguramente era allí donde yo había nacido y que mis padres vivían
allí, y comencé a sentir la humedad de la selva de los bosque lluviosos de mis
ancestros, a pesar de yo nunca haber vivido allí, y entendí que ahora era distinto,
era un simio educado entre los hombres, y por ello también prisionero, otra vez
prisionero pensé. Estebito me dijo que escogiera un libro, y subimos para comenzar
nuestra primera sesión de lectura en el jardín.
La casa parecía desolada, faltaba uno de nosotros. A veces la señora Dama nos
citaba bajo el parrón y nos hablaba de las cartas que escribía Estebito con palabras
para cada uno. Pero un día la señora Dama nos citó, pero en el salón principal,
donde debíamos tener cuidado de no ensuciar su alfombra, nos sentamos y nos
habló, dijo que organizaríamos de nuevo la casa, porque faltaba un mayordomo y
que debería contratar un nuevo jardinero. Yo me horroricé porque significaba que
estaba despedido, pero en realidad lo estaba, porque ahora sería el nuevo
mayordomo de la casa. La cocinera y Brigiet se alegraron por mí y me felicitaron.
Debí cambiar mi forma de vida, pero seguí durmiendo en mi cuarto. Un día entré a
la habitación de Magallanes, para recoger sus pertenencias y guardarlas. Sobre el
velador encontré un reloj, que fue lo único que conservé de él, junto con una
fotografía de un paisaje de Tierra del Fuego. Seguramente él todas las mañanas la
miraba para recordar su vida pasada. Brigiet me enseñó algunas cosas como servir
la mesa, y aprendí con rapidez, mi primera cena con invitados importantes la
preparé por una semana, cuando llegaron me observaron extrañados, recogí los
abrigos, casi no me equivoqué, solo en pequeños detalle. Al otro día la señora me
felicitó y para probar su agradecimiento me dio un nuevo trabajo, me entregó las
llaves del sótano, dijo que los libros debían estar llenos de polvo, que debía
limpiarlos y talvez volver a clasificarlos. Entendí lo que quería decir y lo que quería
que yo hiciera en realidad. Me sentí un simio feliz. Mi vida comenzaba a llenar esos
vacíos que creía tener, y no sé si eso me hacía mejor hombre o mejor simio o ambas
cosas a la vez.
Los años pasaron y nos había hecho envejecer a todos. Estebito nos informaba con
frecuencia sus éxitos como abogado y de su matrimonio y siempre enviaba una
carta. En una de sus notas me envió un regalo, ya que recordaba que alguna vez
me había visto interesado en una cámara de su abuelo, me envió entonces una
pequeña cámara fotográfica para mí, me pareció un regalo estupendo. Brigiet se
encargó de comprarme rollos fotográficos.
Una semana después, un ayudante del alcalde trajo mis fotografías devueltas con
una nota de agradecimiento.
Nunca pensé que expulsarían a esa gente y desde ese día decidí guardar mi cámara
y mis fotografías en un rincón de mi cabaña.
La primera que nos dejó fue la señora cocinera, quien dijo que volvería a su pueblo
donde todos eran gordos. Hicimos una cena para despedirla en ella estuvo la señora
Dama quien se retiró unos minutos después a su cuarto. Al terminar, la cocinera me
abrazó y dijo que no me olvidara que la vida no se prolongaría para siempre y que
debía darme cuenta de una vez lo que Brigiet sentía por mí, quedé muy sorprendido
con esas palabras y pensé varios días en aquello.
Estebito decidió ir a visitar a unos amigos y me encargó cuidar a su hijo mayor que
se llamaba Armando, igual que su abuelo.
Me quité las zapatillas y comencé a subirme a los árboles, Armandito estaba muy
serio pero se transformó al verme subir, aplaudía entusiasmado y trató de colgarse
como yo lo hacía. Al otro día amanecí muy adolorido, pero siempre jugábamos.
Cierto día Estebito entró a la cabaña a buscar una sombrilla y observó mis
fotografías, y me dijo si se las podía prestar por un momento a lo que no pude negar.
El día lunes volvió con un hombre quien me dijo que quería contratar mis fotografías
para una exposición, yo no alcancé a negarme. La exposición se inauguró al final
del verano y se llamaba “Los Otros”, a mí me pareció muy buena, en ella se
mostraban fotografías de la población erradicada hace algunos años donde
mostraba rostros de niños felices, pobres, resignados y esperanzados. La noche
de la inauguración Brigiet se acercó a mi cabaña con un regalo de la señora Dama,
un nuevo traje, más elegante y moderno que el anterior. La exposición fue un éxito,
vendí todas las fotografías. Al día siguiente la señora Dama me felicitó por mi arte y
me preguntó por el elegante traje que llevaba puesto, entonces comprendí que no
era ella quien me lo había regalado.
25 Estebito y su familia
Estebito con su familia regresaron al extranjero, pero antes prometimos con
Armandito volver a reencontrarnos el próximo verano. Sin embargo, me preocupó
lo que Estebito había hablado conmigo, dijo que le preocupaba la abuela y que yo
debía pensar cómo proseguir mi vida si ella no estaba, además apuntó que había
recibido un buen ofrecimiento de una inmobiliaria por el terreno de esa casa.
Ese año fue lento y el invierno muy duro. La señora Dama no se levantó más de la
cama. El médico que la atendía convocó a todos los empleados y nos dijo que
estaba muy enferma y que lo mejor sería avisar a los familiares. Estebito prometió
llegar lo más pronto de regreso al país. Por mi parte, decidí cuidarla por las noches,
así como ella lo hizo cuando casi yo morí. La última noche me contó nuevamente
su historia, quizás su única aventura, cuando rescato a Armando en la Patagonia
para luego dormirse. Una hora después abrió los ojos, me sonrió y dijo: “Amando”,
y murió lentamente sujeta a mi mano de simio.
Ese día, di un paseo por el barrio, la casa de la señora Dama parecía una rareza
rodeada de edificios y vehículos.
Por la mañana nos despedimos de Brigiet quien volvería al norte con su mamá a
colocar un restaurant con los ahorros que había juntado ya que su marido había
muerto. La abracé y recordé a M, mi liberadora, la única mujer que amé.
La casa estaba tan vacía. Traté de imaginar los sonidos de la Dama dando órdenes,
de las fiestas o de Estebito cuando era niño.
Volví a la plaza, donde arriendo una pieza muy cómoda a pocas cuadras. Sigo
durmiendo en el piso, pero nadie se entera.
Me compré una cotona e instalé un trípode con mi cámara fotográfica en la plaza.
Los fines de semana fotografío niños, novios, amigos o extranjeros que quieren
recordar el lugar. El negocio da algo de dinero que me alcanza para vivir. A veces
en la noche, cuando nadie me ve, vuelvo a trepar por los árboles, a disfrutar de la
vida, vuelvo a ser feliz, ahora soy otro, un buen hombre o un buen simio, da lo
mismo.
Mi proyecto futuro es viajar, no a África, sino a Tierra del Fuego, para contemplar
ese enorme paisaje de la fotografía, pero no me pregunten porque quiero hacerlo.