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Estudios Politicos No. 25. Medellin, julio-diciembre 2004 195-202 Libros Gonzalo Sanchez Guerras, memoriae historia Bogota, Instituto Colombiano de Antropologia e Historia, 2003, 129 pp. Itema de la memoria colectiva ha logrado recientemente un tratamiento mas sistematico dentro de los estudios sobre la violencia, el conflicto armado y laguerra en Colombia. Almismotiempo, ha irrumpido en los debates politicos y juridicos referentesa la “desmovilizacion” y “reinsercién” de los grupos armados, particularmente la de los paramilitares adscritos a las Autodefensas Unidas de Colombia. Gonzalo SanchezGémez, quien tiene una vasta trayectoria académica pensando el fenédmeno dela violencia en Colombia, contrasta la reciente tematizaci6n de la memoria con la recurrencia del problema del pasado en nuestro pais. Dice el autor que, por efec- tos dela violencia y la guerra continua- da, parece que viviéramos un “presente perpetuo” en el que reina la sensacién de “que todos los tiempos se juntaran en elinstante que vivimos” (p. 108). 195 En este libro de sintesis, Sanchez Gémezse ocupa dela guerra, lamemoria yla historia en Colombia. Entiende por memoriala pluralidad de relatos, “impre- siones” y “huellas” que han dejado los hechos dela guerra ena sociedad, y un territorio “esencialmente politico” en el cual se han relacionado los grupos socia- les y se ha ejercido el poder en el pais. Advierte que si se sobredimensiona la memoria, ese exceso de ella podria indu- cir efectos paralizantes en la sociedad, mientras que un olvido estratégico cum- pliria una funcién liberadora. Con estos postulados, emprende lo que denomina una “arqueologja de las querras”, y busca establecer las reciprocidades existentes entre pasado y presente al preguntarse porla construccién dela identidad nacio- nal, porlas representaciones del conflicto yla guerra, por la manera como se afir- man, suprimen o reafirman los relatos, Libros trayectoriasy proyectos; as{como porlos lugares de la memoria y las resistencias culturales que se producen antela posibi- lidad del olvido impuesto por las armas o decretado en las amnistias. El libro se estructura y desarrolla segtin una serie de preguntas que le per- miten adentrarse de manera sincrénica enlaenorme complejidad dela situaci6n colombiana y advertirsu singularidad en elcontexto latinoamericano y mundial. Se pregunta, por ejemplo, por el tipo de huellas que marcan la historia nacional, porla maneracomolas incorporamos al lenguaje, por la forma como las repre- sentamos y condicionan nuestro presen- te, por las estrategias para restituir frag- mentos en una memoria comtin, por las restricciones que impone alejercicio de Jamemoria la singular internacionaliza- cién del conflicto y la globalizacién dela justicia; por la posibilidad de olvidar ili- mitadamente, sin considerar la repara- cion y lajusticia; “porla manera comose puede enfrentarel futuro”. Para elautor, en el conjunto de los paises de América Latina, Colombia se caracteriza por las huellas visibles que ha dejado la guerra, y por la manera como aquellas condicionan las percepciones politicas del presente. Los “impactos objetivamente identificables de la que- 1a”, fijados desde el siglo XIX, expresan fracturas, divisiones y desgarramientos de la sociedad que se pueden advertiren la forma de percibir el pasado. No obs- tante, para evitar el riesgo de sobredi- mensionar una visién del presente como una repeticion del pasado de conflictos, guerras y violencia, el autor advierte que en nuestro pasado también se han dado “espacios de civilidad”, busqueda de consensos y practicas republicanas. Aun- que advierte que en alguna época estas expresiones sirvieron para proyectaruna imagen comoda de la democracia co- lombiana (p. 33); dice —siguiendo a Daniel Pécauty a Francisco Gutiérree— que la historia del pais debe analizarse insistiendo en las “intersecciones” en- tre guerra y politica, mas que en la dicotomia guerra-civilidad. Este recur- so permitirfa reconocer una “cultura de laviolencia”, entendida como “una ten- dencia hist6ricamente identificable, ex- plicable y recurrente de la guerra”, y una “cultura delconsenso”, que asicomo ha facilitado acuerdos también ha pro- piciado el “menoscabo de reglas basi- cas de convivencia y de un orden estatal colectivamente aceptado”. Una expresi6n particular de esta tendenciaesel “pactismo” , concretamente su derivacion en el uso recurrente desde el siglo XIX de la amnistia y el indulto como recurso politico de signo diverso, para propiciar el final de una guerrao para marcar el final de una fase de nego- ciacion (pp. 36, 37). Esta “practica casi natural de la amnistia”, que ha conduci- doa lo que Ivan Orozco Abad ha consi- derado su “empobrecimiento moral” es, para Sanchez, justamente la que ha ge- nerado un problema con el pasado en tanto no ha permitido una reconciliacion con él. La amnistfa, tal como se la ha concebido, no es un pacto entre iguales sino que expresa una clara relacion de subordinacién, como en el caso del pac- to del Frente Nacional, en el cual la jue condujo ala recon- ciliacin de las élites dejé a millares de victimas con la sensacion de haber he- cho parte de una lucha sin sentido, de una vergiienza colectiva de la cual era mejor ni hablar, En este sentido, las amnistfas habrian servido como un “pacto de olvido” sobre las acciones de los rebeldes sin que implicaran un recono- cimiento del sentido de sus reivindica- ciones y luchas, o el perdén por sus acciones (p. 92). Asimismo, el olvido que decretan las amnistias no ha tenido costos para el poder, no ha implicado el reconocimiento de las responsabilida- des de quienes |o detentan; en cambio, ha provocado la impunidad sobre sus actos y ha excluido la posibilidad de una reparacién. Porlo demas, “se con- funde laamnistfa con la paz, cuando no es mas que una figura mediadora para comeneara hacerla” (p. 99). Otroasunto que demandalaatencién del autor en el libro es la manera como en elpaisse hanombrado elpasado, asunto que, porun lado, remite alas relaciones queseestablecen entre gramatica y politica entanto “el lenguaje se vuelve escenario delasrelaciones poltticas”;y porel otro, implica cuestionarse por la manera de periodizar y ordenarlos eslabones de un pasado en el que la violencia y la guerra han sido fenémenos intermitentes. Sanchez parte de la idea de que “los 197 Libros parametros de identificacién son social, politica e histéricamente construidos”. Asi, por ejemplo, al nombrar “se ponen enescenavisiones de sociedad, visiones de procesos y valoraciones antag6nicas de acontecimientos histéricos” (p. 45). Cuando se nombra, entonces, se escoge o determina “cémo y con qué sentido el evento se vaa fijar en la memoria; el rasgo de identidad que vaaglutinar todos los atributos de lo nombrado” (p. 41); y se asigna un lugar al otro. Deesta manera, elautorindicacémo se han nombrado diferencialmente los enfrentamientos en los afios cincuenta del siglo XX (“revolucién”, “violencia”, “guerra”) poniendo en evidencia el sen- tido diverso que aquellos acontecimientos tuvieron para quienes los protagoniza- ron. También muestra la manera como se autonombraron “los actores” ycémo se nombré alos otros que hicieron parte de aquellos enfrentamientos (“delincuen- tes”, “bandoleros”, “guentlleros”) dando idea del tipo de “duelos” quese libraban en el terreno de los discursos. Por otro lado, advierte las implicaciones de cier- tas denominaciones con las cuales se trata de recuperar periodos del pasado, como, por ejemplo, la “Violencia”, un nombre difuso que “cumplea cabalidad la imagen de un relato sin actores, de victimas y victimarios diluidos en el ano- nimato” (p. 93) Por esta via llega a temas igual- mente complejos, como la definicién del caracter de nuestros conflictos; un asunto de inocultable interés por las

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