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Cristian

Eduardo Andrés Suárez Ojeda




Primera Infancia

Cristian es una persona digna de consideración y respeto. Yo he conocido

muchas cosas sobre él, sobre casi toda su vida. Él ha sido honesto conmigo
como nadie más que conozca; por lo menos, a partir de un cierto momento.

Ser honesto, es una virtud rara de encontrar. Ella exige, entre otras cosas,

no tener prejuicios para poder hablar sobre cualquier tema. Yo creo, que no se

viene al mundo con esa condición, más bien que se forma en la vida a través

de experiencias, vivencias, éxitos y fracasos. A veces hay que mostrar cierto

valor para ser honesto, para vencer los miedos y las barreras que obstaculizan

y se enfrentan a esa apertura de uno mismo. Hay que, si no ser indiferente a

las opiniones de los demás, al menos ser suficientemente valiente, como para
no hacerles mucho caso o para soportar las consecuencias de exponer

abiertamente su opinión sincera o su propia verdad ante puntos de vista

divergentes, y sobre todo, para no dejarse confundir por ellas.


Cristian nació en condiciones de mucha pobreza. Su padre trabajaba como

estibador en el puerto de la ciudad y no ganaba lo suficiente para proveer a su


familia adecuadamente con todo lo necesario. Para proporcionar ayuda a su
marido, Teresa, la madre de Cristian, trabajaba algún tiempo como doméstica

en casa de familias ricas. Tuvo que sufrir mucho por esa causa. Era una mujer
inteligente que de niña pudo ir a la escuela, incluso a la secundaria, cuando sus

padres vivían todavía.


Cuando ellos murieron en un accidente de tránsito, ya ella estaba
embarazada sin haberse casado y sin tener ninguna relación formal y
autorizada por su familia, y tuvo por tanto que casarse de inmediato con su

amante. Sus hermanos no se lo perdonaron nunca y valiéndose de subterfugios


legales y de la complicidad de abogados corruptos, lograron privarla de toda la

herencia familiar. Ella no tenía nadie que pudiera ayudarla ni aconsejarla y

quedó totalmente dependiente de su esposo.

Al principio no fue tan difícil, aunque su marido ganaba muy poco. Ellos se
amaban y él se comportaba correctamente, venía temprano del trabajo, la

ayudaba en las tareas del hogar e incluso trabajaba a veces como ayudante de

un carpintero del barrio, con lo que traía algunos billetes más para la casa.

Cuando el niño fue un poco mayor, Teresa habló con su hermana para que

lo cuidara mientras ella trabajaba de doméstica. Su marido no sabía nada de

eso. En realidad, ella no era mujer para esos trabajos. Además no tuvo suerte,

ya que no encontró ninguna familia que la respetara como persona y pagara

con justicia el valor de su trabajo. Tuvo que sufrir muchas humillaciones,


comer en una esquina de la cocina, donde los señores no la vieran y en algunas

familias, tampoco todo lo que comían los demás. Tuvo que aprender a ser

insultada sin decir nada o protestar, para no perder el empleo, cuando no hacía
algo como había ordenado la señora de la casa o como ésta se lo había

imaginado.
Un día, el marido regresó del trabajo más temprano que de costumbre y no
había nadie en la casa. Al principio no se preocupó, ella podía haber ido a

cualquier lugar con el niño. Un rato después apareció Teresa, pero sola.
— ¿Dónde estabas? ¿Dónde está Cristian?

En un primer momento, quiso inventar un pretexto, pero decidió decir la


verdad, ya que no estaba haciendo nada de lo que tuviera que avergonzarse.
— Yo trabajo como empleada de limpieza en algunas casas. Nosotros

necesitamos un poco más de dinero, tú lo sabes, y ……


La reacción del macho no se hizo esperar y hasta cierto punto es

comprensible. No puede olvidarse que él se desenvolvía en un medio de

rudeza extrema y en una sociedad en la que el machismo reinaba por doquier.

Si a sus compañeros de trabajo solamente les llegaba un rumor de que su


mujer trabajaba porque él no era capaz de mantenerla, y de contra como

empleada en casas ricas, donde seguramente tenía que permitir que el señor la

manoseara cada vez que le diera la gana, su prestigio estaría perdido. Los

demás seguramente estaban en la misma situación de incapacidad para

mantener a sus mujeres, pero nadie se atrevería a confesarlo.

— ¡Cállate! ¡Ni una palabra más! Tú conoces mi opinión sobre eso, no

deberías haberlo hecho. Yo soy el hombre de esta casa y mi deber es cuidar

de ustedes, y el tuyo es, ocuparte del niño. ¿Dónde está él?


— Con mi hermana y…..

— Sí, sí, con tu hermanita, que no puede cuidar ni de sus propios hijos. Ellos

siempre están sucios y hambrientos.


— ¡Eso no es verdad! ¡Eso es injusto! Entiende, Carlos, no tenemos otra

posibilidad. Tú haces todo lo que está en tus manos, pero eso no es


suficiente.
— Yo voy a encontrar otro trabajo y tú vas a ver cómo todo cambia.

— OK. Yo estoy de acuerdo, pero en lo que tú encuentras ese trabajo, y tú


sabes que eso no es nada fácil, yo voy a continuar mi trabajo privado.

Él hizo intento de golpearla, porque ella se empinaba contra su voluntad,


pero no pudo llevarlo a cabo. Él la amaba mucho todavía.
A partir de ese momento Carlos se convirtió en otro hombre. Durante cierto

tiempo se esforzó mucho en encontrar un trabajo suplementario o uno nuevo y


mejor. El país estaba en una situación difícil, había muchos desempleados, y

dondequiera se tenía un pretexto a mano para no colocarlo. Esto le provocaba

un enojo que él dirigía inconscientemente contra su mujer y su hijo. Ya no

dormía con su esposa, ni jugaba con el niño y tampoco lo acariciaba como


antes. O lo que es peor, comenzó a tomar con frecuencia y a regresar tarde a

casa. La madre de Cristian hablaba continuamente con él, pero tan pronto

empezaba a hablar, él abría la puerta de par en par y salía a la calle. Cristian

tenía que presenciar sus peleas y discusiones y eso le hacía mucho daño. Él

siempre ha sido uno, que no muestra mucho hacia afuera, pero en cuyo interior

ocurren y se sienten muchas cosas. Por eso, no decía nada, pero sufría mucho

con todo aquello.

Su madre tuvo que esforzarse más todavía para conseguir lo indispensable.


Comenzó a traer también para la casa la ropa de las familias para las que

limpiaba, para lavarla y plancharla. Eso tenía que hacerlo ya tarde en la noche

después de haber liquidado todas las tareas del hogar y de haberse ocupado de
su querido niño, al que bajo ninguna circunstancia hubiera descuidado. Ese

esfuerzo tenía un precio y ella tuvo que pagarlo. Cada día estaba más débil,
hasta que adquirió una enfermedad pulmonar que no duró mucho. Teresa
murió tranquila delante de los ojos del niño, que en correspondencia con su

personalidad introvertida, retraída, reteniendo para sí emociones y


sentimientos, no derramó ni una lágrima. Sentía tanta tristeza que apenas

podía respirar. Al menos durante toda una semana no dijo una sola palabra,
por mucho que los adultos se esforzaran por hacerlo hablar. Permanecía horas
sentado en un rincón cualquiera de la casa, y sólo con un gran esfuerzo,

lograron hacerle comer algo. Pero el tiempo todo lo alivia y poco a poco,
regresó a la vida.

Todos esperaban que su padre se ocuparía de él, pero en realidad, Cristian

no vio a su padre nunca más. Eso no fue tan triste para él como pudiera

pensarse. Siempre los niños pasan a los adultos la cuenta por sus acciones.
Había amado a su padre, pero cuando vio cómo trataba a su mamá, llegó

incluso el momento en que deseó su muerte. Poco antes de la muerte de su

esposa, Carlos desapareció. Nadie sabía dónde estaba. Como él era el

propietario de la casa en la que la familia había vivido, los parientes de

Cristian decidieron que debía mudarse a la casa de su tía Lucía.

Ella era viuda y tenía dos varones, ambos mayores que Cristian. Cuando su

padre no estuvo de acuerdo con que ella se ocupara del niño, tenía algo de

razón. Los muchachos de Lucía crecieron sin mucha atención y control de los
padres. Ellos pasaron la mayor parte de su infancia en la calle, bajo influencias

de todo tipo. Cristian por el contrario, incluso en el tiempo en que su tía

cuidaba de él, permanecía normalmente solo, no se mezclaba ni con sus


primos ni con los otros niños del barrio, lo que le ganó el apodo de “El tonto”.

Como consecuencia del trauma ocasionado por la muerte de su madre,


comenzó de nuevo a mojar las sábanas por la noche. Su tía le mostró total
comprensión ante este problema.

La segunda vez que esto ocurrió, ella lo envió a la cama de su hijo mayor
Sebastián, para que Cristian pudiera dormir el resto de la noche, ya que en ese

momento no tenía más sábanas disponibles. En un primer momento Sebastián


protestó, pero repentinamente cambió su actitud y se corrió hacia un lado para
hacer lugar a su primo que estaba sólo en calzoncillos. Durante un rato,

Sebastián hizo como si durmiera. Cristian por el contrario, estaba despierto,


porque no se sentía cómodo en esta cama y en compañía de su primo.

— Echaste a perder mi sueño. Ya no puedo dormir más.

— Lo siento Sebastián, pero yo ni me he movido.

— Sí, ¡pero apestas a orine, tú puerco!


— Eso no es así. Yo me puse un calzoncillo limpio.

— Bueno, está bien, te perdono. En compensación, juega conmigo.

— ¿Jugar? ¿A qué?

— A los médicos. Es muy sencillo e inocente. Yo soy el doctor. Tú vienes a mí

con alguna enfermedad y yo te receto una inyección. Como la enfermera no

vino, tengo que ponértela yo mismo en el trasero.

— No, eso no me gusta, déjame dormir un poco más.

— Imposible, mi niño. Tú me molestaste y ahora tienes que complacerme.


Sin esperar una respuesta, comenzó el juego.

— ¿Cómo se llama usted, por favor? ¿Qué le pasa?

Cristian comprendió que no tenía otra salida y pensó que en el fondo no


debía ser nada malo ni peligroso.

— He tenido fiebre doctor y todavía tengo dolor de garganta.


— Muéstreme su garganta por favor. Ahm, está totalmente enrojecida y llena
de placas. Tengo que recetarle penicilina cada doce horas y debe ponerse la

primera enseguida. – Sebastián había estado enfermo de la garganta poco


tiempo antes y por eso se sabía el libreto de memoria.

— Yo preferiría tabletas – ripostó Cristian ya siguiendo el curso del juego.


— No sea cobarde hombre. Las inyecciones son más efectivas y no duelen
absolutamente nada.

Sebastián escenificó la preparación de la inyección. Tras una corta pausa,


dijo:

— Voltéese por favor. – Cristian obedeció, y sin darle tiempo a hacerlo por sí

mismo, Sebastián le bajó los calzoncillos a Cristian. Frotó su nalga

izquierda, como si estuviera aplicando alcohol allí y la pellizcó con las uñas
de los dedos en ese punto, simulando el pinchazo de la aguja, sólo por unos

segundos y después frotó la nalga un poco más de tiempo de lo habitual

para terminar el proceso.

Cuando Cristian se vistió de nuevo, Sebastián saltó de la cama,

supuestamente porque tenía dolor de estómago y tenía que ir al baño.

La noche siguiente Cristian mojó las sábanas de nuevo y su tía lo envió otra

vez a la cama de Sebastián. Él quiso protestar, pero todavía estaba oscuro,

quería dormir más y en esa cama mojada, era imposible. Por tanto, fue al
cuarto de al lado, después de haberse lavado y puesto un calzoncillo limpio.

Él había pensado ya en lo sucedido la mañana anterior y una vez más,

reflejando las características de su personalidad, encontró que no había sido


nada terrible. Aquí se puso de manifiesto de nuevo su bondad en su

interacción con los otros. Él siempre ha sido considerado y ha tratado de


seguir los deseos de los que lo rodean. El problema de las personas con esta
personalidad es que su bondad es frecuentemente mal interpretada por los

demás y utiizada para sus fines o para satisfacer sus propios deseos y esto es lo
que estaba ocurriendo con Cristian y sus primos.

Cuando subió a la cama de Sebastián, se dio cuenta de que Frank, su otro


primo, también estaba allí y se preguntó si también él se había orinado en la
cama.

Esta vez Sebastián hizo evidente que ellos estaban despiertos y Cristian
comprendió que algo tramaban.

— Hoy vamos a jugar a los médicos, pero de una forma un poco diferente.

Frank va a ser tu papá y él te trae a mí, que soy el doctor.

— ¿Otra vez? Yo ayer te complací, pero hoy no tengo ganas.


— ¡Qué lástima!, pero tienes que hacerlo. Tienes que pagar las molestias que

ocasionas.

— Bueno, pero esta es la última vez.

Entonces Frank comenzó el juego.

— ¡Doctor, ayúdeme por favor! ¡Mi hijo tiene fiebre muy alta! Cristian se

conectó en el juego y simuló tos y fuertes temblores debido a la fiebre.

— Tranquilo, por favor. Vamos a tomarle la temperatura. – Ellos estaban

evidentemente preparados, pues Sebastián sacó un termómetro de debajo


de una almohada. En ese momento Cristian no la vio, pero allí había

también una jeringuilla. La medición de la temperatura duró solo segundos.

— Tiene treinta y nueve grados. – dijo Sebastián


— ¿Qué hacemos entonces, doctor?

— Primero que todo tenemos que ponerle una inyección para bajarle la fiebre.
Después veremos.
Cristian simuló que lloraba cuando oyó de la inyección. Esto les gustó

mucho a los otros, pues eso significaba que Cristian participaba del juego.
— Ven mi niño, es sólo un momento – dijo Frank con aparente dulzura.

Cristian simuló todavía una cierta resistencia, pero Frank lo forzó a


acostarse sobre sus piernas y le bajó el calzoncillo. Cuando Cristian vio una
jeringuilla de verdad, lanzó un ligero grito.

— No tengas miedo Cristian. Yo solamente voy a similar el pinchazo – ripostó


el mayor de los muchachos.

Ciertamente sólo apoyó la aguja en la nalga de Cristian presionando

ligeramente, pero sin penetrar en la piel. No obstante, le dolió un poco, pero

permaneció tranquilo y soportó el pinchazo.


— Yo creo que yo también tengo fiebre – dijo Frank.

El improvisado médico lo tocó sólo ligeramente y con eso comprobó que

también Frank tenía fiebre y que también necesitaba una inyección. Esta vez

se dio la vuelta Frank, después de haber zafado el nudo del pantalón de su

pijama. Sebastián ejecutó todo el proceso de nuevo, pero esta vez pinchó la

nalga de su hermano un poco más fuerte, tanto que Frank tuvo que reprimir un

grito. Cristian se rió bajito, cuando vio, que no solo él debía recibir las

maldades y bromas.
Cuando Sebastián terminó con Frank, éste dijo que Cristian se había

portado con muy mala educación, porque se había reído de su dolor. Sin que

Cristian pudiera hacer resistencia, Frank lo agarró, lo arrojó sobre sus piernas
y lo despojó completamente de su única prenda de vestir y aprovechando que

su madre en ese momento lavaba la ropa en una lavadora que hacía mucho
ruido, le golpeó varias veces el trasero a Cristian, que esta vez tuvo que llorar
de verdad, porque le había dolido mucho. Esta vez fue Cristian el que

reencontró su calzoncillo, se lo puso y corrió hacia el baño, aunque mucho


después sabría que sus objetivos eran totalmente diferentes a los de Sebastián

el día anterior. Él solamente quería huir. Ya era bastante.


Esa mañana decidió que no mojaría más la cama. Esta había sido la causa
por la que lo habían enviado a la cama de su primo y por la que había sido

maltratado y vejado por él y por su hermano. Él sabía que eso se podría poner
peor, y no estaba dispuesto a tener que aceptar continuamente esa humillación.

La única forma de ponerle fin a esa tortura era eliminar la causa.

A pesar de su carácter suave, Cristian siempre ha sido una persona decidida

que persigue sus objetivos tenazmente y que hace todo lo que haga falta por
alcanzarlos. Puede ser que se tome mucho tiempo para tomar una decisión,

pero cuando la encuentra, es muy difícil pararlo. Él tiene una voluntad fuerte y

por eso casi siempre alcanza lo que depende de ella y no de condiciones

externas.

Los próximos días los primos esperaron inútilmente por él. Como primera

cosa empezó a no tomar agua después de las comidas y durante ellas, sólo

sorbos. La primera noche en que tomó esa medida, se atoró con un pedazo de

boniato, lo que provocó en los primos mucha risa, pero preocupó a la tía que
enseguida le preguntó:

— ¿Por qué no tomas agua, hijo mío?

— -Sí, sí, yo la tomo, pero es que me eché un pedazo demasiado grande en la


boca – y tomó solamente un sorbo.

Normalmente Cristian se despertaba cuando su tía se levantaba, pero


permanecía en la cama, quería seguir durmiendo, estaba muy cansado de las
muchas actividades del día. Como segunda cosa para salir de sus primos,

decidió levantarse con ella, sólo tenía que inventarse un buen pretexto. Le dijo
a la tía que había comprobado que él se orinaba en las primeras horas de la

mañana y por eso debía levantarse más temprano, por otra parte, quería
ayudarla en sus quehaceres. Ella no encontró este pretexto muy convincente,
pero le convenía, pues Cristian se reveló como una ayuda significativa. Como

ellos no podían hacer nada contra eso, los primos perdieron su interés en
Cristian, o al menos eso parecía.

Cristian había traído de su casa una pequeña bicicleta. Afortunadamente era

muy pequeña para sus primos mayores, así que no tenía que temer que los

primos se la quitaran. Algunas semanas más tarde él montaba su bicicleta


alrededor de la casa. Había en la parte de atrás un patio de tierra con un gran

seto y muchos árboles. A él le gustaba bajarse allí para sentarse unos minutos

a la sombra de los árboles. Cuando ya llevaba un rato sentado allí, vio con el

rabillo del ojo que Sebastián estaba recostado medio desnudo a uno de los

árboles y jugaba con algo que estaba entre sus piernas. En un instante se dio

cuenta que Sebastián tenía los pantalones por las rodillas. Aunque el árbol lo

ocultaba un poco, podía verle las nalgas casi completamente. Se percató

además que con lo que Sebastián jugaba era con su propio pene. Cogió miedo
de que Sebastián lo descubriera, se levantó silenciosamente, se montó en su

bicicleta y se fue de allí.

Él no podía entender qué hacía su primo allí, qué hacía con su miembro. Ya
se había dado cuenta, cuando jugaban a los médicos, que durante el juego, el

“rabo” de su primo se ponía más grande. El abultamiento entre sus piernas no


podía pasar inadvertido, pero después lo había olvidado. Lo mismo había no
sólo notado en Frank, sino que lo había visto con sus ojos, cuando éste se bajó

los pantalones para recibir la inyección ficticia. Ahora se percataba de que su


propio pene a veces se ponía más grande y duro, pero sólo cuando tenía

muchas ganas de orinar o cuando él se lo acariciaba.


Pasaron varias semanas sin más incidentes. Cristian se sentía más tranquilo.
A él le parecía que el agrandamiento del pene que había observado en sus

primos era normal. A él también le pasaba cuando se lo tocaba, aunque no


sabía qué hacer con eso. Seguramente, sus primos se los habían tocado durante

el juego sin que él se diera cuenta.

Un sábado hacía como de costumbre la ronda alrededor de la casa con su

bicicleta. Había mucho calor y él tenía puesta una camiseta ligera y un short,
porque a él le gustaba montar bicicleta vestido así. Se bajó de la bicicleta en el

patio y se sentó recostado al árbol de costumbre. Casi enseguida, Sebastián lo

llamó desde la ventana de un pequeño cuarto que daba al patio.

— ¡Ven acá, tonto, mira esto!

— ¿Qué hay que mirar?

En esta parte trasera de la casa había un pequeño cuarto, que en ese

momento no se utilizaba. Aunque su tía era muy pobre, había tenido suerte

con la casa. Ella había trabajado allí como empleada, cuando la familia que
vivía en la casa decidió emigrar a los Estados Unidos. Eran los inicios de 1959

y la situación política estaba muy tensa y Lucía recibió la vivienda del Estado

con un alquiler mínimo. Este cuarto debió servir de alojamiento a alguna


empleada de la casa, pero Lucía no lo había utilizado nunca. Diariamente iba a

dormir a la suya. Ahora había allí sólo una cama estrecha sin colchón y una
pequeña mesa con una silla.
— ¡Ven rápido! ¡Te lo vas a perder! ¡Es una serpiente!

— ¿Una serpiente? ¿No es peligrosa?


— Todo lo contrario. Ella se va a encoger y a huir si no vienes enseguida.

Su curiosidad pudo más que su recelo y corrió hacia allá. Enseguida que
llegó, Sebastián cerró la puerta con el pretexto de que la serpiente podía huir.
Cuando Cristian se viró, se dio cuenta que Sebastián estaba totalmente

desnudo. Y para colmo, su pene estaba evidentemente duro y enormemente


grande. Sebastián tomó su rabo en la mano y le dijo a Cristian: - ¿Ves qué

grande es esta serpiente? ¡Ven!

Cristian intentó abrir la puerta, pero no alcanzaba al pestillo con que

Sebastián la había asegurado. Sebastián estaba más tranquilo y trataba de


tranquilizar a Cristian, que se había puesto pálido y que parecía como si fuera

a llorar.

— Hey muchacho. No te preocupes. Yo no soy capaz de hacerte algo malo.

¿Te hice algo malo cuando jugamos a los médicos?

Cristian negó con la cabeza.

— Ven, va a ser agradable. No necesitas tener miedo.

Tomó al niño de la mano y lo colocó delante de él. Le quitó el short a

Cristian y lo sentó en sus piernas. El pene de Sebastián estaba bajo las nalgas
de Cristian y naturalmente éste lo sentía duro. Sebastián acariciaba los muslos

de Cristian y comenzó a tocar también sus huevos y hasta su miembro, el que

naturalmente se puso duro y grande. A Cristian lo asaltó el pánico. Él sólo


sabía que eso no era normal ni correcto.

— ¡Suéltame! – gritó Cristian, pero Sebastián no le hizo caso.


— ¡Suéltame! - repitió Cristian.
Como Sebastián continuaba con sus maniobras, Cristian dijo:

— Si no me sueltas ahora mismo, voy a gritar y llamar a tía.


Sebastián intentó taparle la boca a Cristian, pero el muchacho le mordió la

mano y Sebastián tuvo que gritar de dolor. Cristian se dio cuenta que la
ventana estaba abierta, recogió su short del piso y con ayuda de la silla que
estaba junto a la mesa, saltó hacia el patio. Sólo después, se dio cuenta que

estaba desnudo, se puso el short apresuradamente y corrió hacia la sala, donde


su tía leía el periódico. Sacó un par de juguetes de su caja de cartón y simuló

que jugaba con ellos. Sólo quería realmente, estar cerca de la tía.

Un rato después se apareció Sebastián, que le habló con la misma

arrogancia de siempre, pero parecía tranquilo y quizás algo diferente con


respecto a él. Cristian creyó ver una huella de sangre en la mano derecha de

Sebastián. Quizás inconscientemente se alegró. De alguna manera estaba

satisfecho, porque él completamente solo se pudo valer y defenderse. Esta fue

la última vez que Sebastián trató de maltratarlo.

El Desarrollo Definitivo

Cada día Cristian se sentía más seguro de sí mismo. Estaba más grande y

más fuerte. No puede decirse que fuera un Hércules, pero había desarrollado
músculos en los brazos y en el pecho. A él le gustaba hacer deportes en la

escuela, todo tipo de deportes. Debía sus músculos a su actividad deportiva.

En la escuela había un gimnasio en el que pasaba todo tiempo libre. Le

gustaba especialmente el levantamiento de pesas. Al principio no podía

levantar siquiera los pesos más ligeros, por mucho que resoplara, rezongara o

gritara. Esto le trajo la burla de los demás, pero no se dejó intimidar ni

acomplejar y se ganó con ello el reconocimiento del entrenador, que admiraba

su tenacidad. El entrenador se hizo cargo del joven, le enseñó la técnica y le


diseñó un plan de preparación adecuado. Era imposible desde el inicio mismo

y sin preparación, levantar grandes pesos.

En la medida en que se desarrollaba físicamente, comenzó a integrarse a los


jóvenes tanto de la escuela como del barrio, sobre todo a sus encuentros

deportivos y a ser aceptado por ellos.


Si se trataba de correr o saltar, era él siempre el que corría más rápido y el
que saltaba más alto o más largo. Cuando jugaban basquetbol o voleibol, tenía

que permanecer en un segundo plano. Aunque participaba en el juego y de


alguna manera contribuía a su equipo, no tenía habilidades especiales para

estos deportes. Sólo el hecho de estar allí y de que se esforzaba por tener una
buena actuación, unido a su liderazgo en atletismo, elevó su prestigio en la
banda.
Como en todas las regiones del país, la alternativa preferida por ellos para

pasar el tiempo, era jugar a la pelota. Si no tenían buenas pelotas, guantes o


bates, buscaban siempre una vía para improvisarlas. Cuando tenían pelotas

profesionales era una fiesta. De cualquier parte surgían guantes, bates y sobre

todo jugadores. Si no, se daban por satisfechos con pelotas de trapo, que se

podían comprar a 20 centavos. El inicio del juego era un ceremonial muy


serio. Los dos jugadores que estaban reconocidos como los mejores, formaban

sus equipos. Los capitanes se alternaban para escoger uno de los otros

muchachos para su equipo, la prioridad para escoger siempre se sorteaba.

Naturalmente, los mejores jugadores eran escogidos primero. Los que no

habían sido escogidos todavía, permanecían bajo fuerte presión. No ser

escogido era equivalente a una humillación y a una terrible derrota. Cristian

nunca fue de los primeros escogidos, pero tampoco nunca se quedó fuera.

Como en el basquetbol y en voleibol podía ser clasificado como un jugador


medio. Él podía batear bastante bien, pero no era especialmente hábil

fildeando.

Cuando era todavía bastante pequeño, tomó parte en uno de los pocos
juegos en que participaba entonces, en el que se jugaba con una pelota dura.

Como no fildeaba muy bien, lo pusieron de lanzador. Cuando bateaba uno de


los más fuertes, éste logró golpear su lanzamiento con tanta fuerza, que ésta,
luego de un vuelo rectilíneo que parecía estar programado a un objetivo

específico, golpeó con una velocidad endiablada la frente de Cristian. Le


pareció como si hubiera habido un terremoto. Cayó hacia atrás y sintió algo así

como los gritos de cientos de personas y animales en su cabeza. Por supuesto,


no pudo seguir jugando. Inexplicablemente ni perdió la conciencia ni le salió
un chichón. En los días siguientes los otros muchachos bromeaban diciendo

que “Cristian era el joven con la frente más dura que ojos humanos hayan
visto”.

Hubo sin embargo otros días de juego más gloriosos. Ya era un poco mayor.

Como siempre, se habían reunido en un terreno sin malezas en las cercanías

del puerto. El juego había sido muy duro y parejo. En la última entrada su
equipo perdía 4 a 3 pero bateaba con dos hombres en bases y dos outs. Había

todavía una sola posibilidad de fabricar más carreras y ganar el juego. En estos

juegos se permitía cambiar los bateadores, fuera del orden original, si el

capitán del equipo opinaba que eso podría ser productivo. En esa tensa

situación, Cristian le pidió a su capitán darle la posibilidad de intentar

regalarle a su equipo la victoria. Argumentó que había bateado bien durante el

juego. El capitán permanecía indeciso, su rostro inexpresivo. Sus mejores

bateadores habían bateado ya y no tenía muchas alternativas. Finalmente


accedió a la solicitud de Cristian. El muchacho no lo podía creer, era la

posibilidad de su vida. Si tenía éxito, todos lo sabrían pronto, que él había sido

el héroe del juego, que él lo había decidido. Así, sumido en ese sueño, vino al
home, donde se colocan los bateadores para batear. Hizo un swing con toda su

fuerza y con toda su concentración al primer lanzamiento y golpeó la pelota


con tanta energía que la pelota voló en línea recta hacia el campo central. Era
algo parecido a la línea que lo golpeó aquella vez en la frente, pero más fuerte

todavía, a más altura y por tanto con mayor alcance. El jardinero central no
pudo atrapar la pelota y los hombres que estaban en las bases pudieron

completar las carreras que decidieron el juego. Todos sus compañeros


celebraban la victoria, lo cargaron en hombros y él se sintió como un héroe.
Lamentablemente esos juegos fueron solamente excepciones.

En la tribu de los muchachos del barrio oyó por primera vez de mujeres y
sexo. Era para él completamente nuevo cómo los mayores hablaban con gran

nostalgia, admiración y deseo sobre algunas muchachas, tanto del barrio como

de la escuela. Ellos fijaban su atención en dos puntos bien definidos: sus

pechos y sus traseros. Algunos admiraban las caras bonitas, los ojos o las
piernas, pero los supuestamente más experimentados no querían saber nada de

eso. Para ellos solamente las otras regiones eran interesantes. Algunos

hablaban incluso de contacto físico, narraban aventuras quizás inventadas en

las que llevaban las muchachas a una esquina y las besaban en la boca o le

acariciaban los pechos, el fondillo o incluso entre las piernas. Los más audaces

llegaban a decir que se habían mostrado desnudos unos a otros y que alguna de

las muchachas incluso les había tocado el rabo, e incluso que se habían venido

porque ellas los habían masturbado.


Cristian oía todo aquello sin entender completamente claro de qué se

trataba. ¿Qué querían decir ellos con eso de masturbación o de venirse? Él

tenía muchas amigas, pero no sentía ningún deseo por ellas. Encontraba
bonitas y simpáticas algunas, pero nada más. Él no se atrevía naturalmente a

preguntar a sus primos, aunque ya entre ellos había una relación bastante
amistosa. A pesar de todo, se habrían burlado de él y les habrían dicho a los
demás, que él no sabía nada de esas cosas. No tenía nadie más a quién poder

dirigirse, con su tía no podía contar, se trataba de cosas de hombres. Por eso
decidió espiar de vez en cuando a los mayores o a los que se las daban de ser

los más experimentados.


Cristian recordaba haber visto varias veces a su primo Sebastián entre los
árboles del patio en actitudes dudosas. La misma tarde en que había forjado su

plan se deslizó sigilosamente por el patio. No tuvo que buscar mucho.


Al lado de su casa vivía una mujer joven muy bonita casada con un hombre

mucho mayor que ella y con el que había tenido dos hijos. No puede decirse

que ella fuera amiga de Sebastián, su posición como mujer casada no se lo

permitía. A ella le habría gustado, pues era sólo unos años mayor que
Sebastián, y parecía aburrirse junto a su marido.

Cuando Cristian descubrió a Sebastián por detrás, éste estaba parado con

los pantalones en los tobillos, medio oculto de la casa vecina por un árbol. La

vecina estaba en el patio de al lado ocupada con el lavado de su ropa. Mientras

trabajaba no podía pasar inadvertido el movimiento de sus pechos, que

amenazaban saltar de su blusa. Sebastián tenía su miembro en la mano.

Aunque el de Cristian no era pequeño en lo absoluto (en la tribu había

habido una vez una competencia para ver quien lo tenía más grande; él no
ganó, pero hubo otros mucho mayores que él que no pudieron vanagloriarse de

estar tan bien provistos como él), le pareció enorme el rabo de su primo y

parecía estar muy duro. Lo más curioso de todo eso era que Sebastián lo
movía frenéticamente hacía delante y hacia atrás. ¿Qué pretendía él con eso?

¿Acaso quería salir de él? Sólo de ver a su primo haciéndolo, su propio


miembro se puso grande y duro. Segundos después salió disparado del
miembro de Sebastián un potente chorro de algo blanco muy parecido a la

leche. Mientras eso ocurría, Sebastián se movía todavía más rápido y más
excitado. A Cristian le pareció percibir que la vecina observaba a Sebastián

con el rabillo del ojo, mientras emprendía algo entre sus piernas. De repente,
Sebastián quedó completamente tranquilo y lanzó un suspiro. Su rostro
(Cristian se había corrido un poco hacia un lado para poder ver mejor lo que

sucedía) tenía una expresión hasta ahora desconocida para Cristian. Era una
mezcla de alivio, alegría y hasta de mansedumbre, que resultaban casi

increíbles en Sebastián. Cristian no pudo reprimir una tos nerviosa. Sebastián

se volvió y gritó toda una serie de cochinadas, mientras intentaba, tropezando

a causa de los pantalones en los tobillos, de perseguir a Cristian, que había


emprendido la fuga. Los días siguientes, Cristian intentó no caer nunca en las

cercanías de su primo mayor y estar siempre que pudiera, tan cerca de su tía

como fuera posible. Esa fue la primera masturbación que él de alguna manera

vivió.

En este período de su vida, Cristian había madurado considerablemente. Se

había convertido en un joven muy bien parecido. En él se mezclaban valiosas

virtudes, no pocos defectos, muchas experiencias trascendentales de la vida y

una inocencia que no podía pasar inadvertida. Todo esto lo envolvía en un aura
que resultaba atractiva para las muchachas. Algunas de ellas emprendían

abiertamente intentos de acercamiento, a los que él no prestaba mucha

atención. Sin lastimarlas, les hacía saber que él por el momento no estaba
interesado en esos flirteos.

Como ya estaba integrado al grupo de sus coetáneos, participaba


naturalmente también en sus actividades. Ya había sido invitado a varias
fiestas, pero él no había ido nunca bajo distintos pretextos. Amelia era una de

las muchachas que más le atraían en la escuela. Una vez en uno de los recesos,
se encontraron y estuvieron conversando un rato:

— Cristian, ¿no vas mañana sábado a los 15 de Zulema, la del grupo 5?


— No sé, no tengo invitación. Yo no tengo mucha amistad con ella.
— Bueno, la verdad es que yo tampoco soy de sus preferidas, pero.. ¿si te

consigo una invitación, irías?


— Claro, por supuesto. – En esas circunstancias Cristian no tenía forma de

evadirse, además de que esta vez no quería evadirse, pues le gustaba la

forma en que Amelia estaba demostrando su interés por él.

— Deja ver qué puedo hacer. Pero ve de todas formas chico, aunque no
consiga invitación, a lo mejor convenzo al portero de que te deje entrar.

¿Me lo prometes?

— Cuenta con eso, Amelia.

La tía Lucía siempre lo trató como a sus propios hijos. Él recibía una

pequeña renta del Estado. Desde el principio su tía la administró y nunca

Cristian exigió derechos sobre la misma. De vez en cuando él le pedía un poco

de dinero, cuando, como todos los niños y jóvenes, se quería comprar algo.

Cuando era posible, su tía lo complacía. Ella se ocupaba de que sus tres hijos,
incluido aquí Cristian, tuvieran la ropa adecuada, pero ellos no habían tenido

nunca ropa moderna o muy bonita.

El sábado al mediodía ya Cristian había registrado su escaparate en busca


de su mejor ropa. Afortunadamente hacía mucho calor y pudo encontrar una

camiseta blanca con algo en inglés en el pecho y un pantalón negro bastante


nuevo y escoger los únicos zapatos en que podía pensarse para una ocasión
así. Él no estaba totalmente satisfecho, pero pasaba. A las 7 de la noche,

mucho más temprano que de costumbre, se bañó y se vistió con la ropa que
había escogido. A sus primos no les gustaban las fiestas, no participaban en

ellas, decían que eso no era para hombres, sino para adolescentes. La
verdadera razón era que ellos tenían pena de no tener la ropa correcta y que no
sabían bailar. Ellos acostumbraban a merodear en los alrededores de la fiesta e

intentar flirtear con alguna muchacha y si era posible capturarlas para algo
más, como por ejemplo, para besarse. Cristian estaba tranquilo, pues sabía que

sus primos se habían puesto de acuerdo con dos muchachas del barrio para ir

al cine, lo que preferían a las fiestas, porque en la oscuridad de la sala, se

podían hacer varias cosas.


Después del baño, Cristian se paseó por la casa, buscando despertar la

atención de la tía, lo que logró enseguida.

— ¿Qué te pasa, hijo mío? ¿Qué bicho te picó?

— ¿Por qué, tía? ¿Luzco tan mal como si un bicho me hubiera picado?

— Todo lo contrario, luces precioso. ¿Qué pretendes hacer?

— Hay una fiesta y pensé pasar por ahí, nada concreto.

— Yo creo que tienes una cita con una muchacha.

— Ah, tía, no preguntes tanto. ¿Tendrías quizás un poco de perfume para mí?
— Sí, sí. Mi hijo más chiquito se me ha escapado de las manos. Sí, en mi

escaparate hay una botella verde redonda, tiene un perfume que viene bien

tanto para mujeres como para hombres, ¡pero no te sirvas demasiado!


¿Tienes dinero?

— Ni un quilo, tía.
— En la gaveta del escaparate hay una carterita chiquita con un poco de
dinero. Coge 5 pesos y ¡ay de ti, si coges un centavo más! – Ella se atrevía

a permitirle algo a él que no hubiera hecho nunca con sus verdaderos hijos.
Ella lo conocía bien y sabía que él era incapaz de tomar algo sin su permiso

— Gracias, tía - y de repente le dio un beso en la mejilla. En tantos años que


ella había cuidado de él, no se habían besado nunca. Ella se quedó
paralizada allí en la cocina junto al fogón con una expresión rara en el

rostro. Sacudió pensativamente la cabeza, cuando lo oyó desde el cuarto. -


¡Deja un poco de comida para mí en el fogón, estaré hambriento cuando

regrese!

Cuando Cristian llegó a la fiesta ya había comenzado. Como siempre, había

un racimo de muchachos varones merodeando en espera de una posibilidad de


entrar a la fiesta o de empatarse con alguna muchacha con la que pasar un rato

agradable. Enseguida reconoció a Andrés, uno de sus buenos amigos de la

escuela; le extrañó, pues no sabía que Andrés frecuentara las fiestas. Junto a él

estaban Alexander y William, otros dos con los que se llevaba bien y

enseguida se unió a ellos. Apenas unos minutos después, Ondina, otra amiga

de la escuela, se asomó al balcón y habló algo desde allí con Andrés, quien de

inmediato se dirigió a la puerta de la casa y para asombro de todos entró,

dirigiendo a los otros muchachos una sonrisita de triunfo. Junto a Ondina,


estaba Amelia en el balcón, pero sólo lo miró y se encogió de hombros, como

diciendo: “Lo siento, no puedo hacer nada”. Cristian se hubiera ido para la

casa, pero ya después que estaba allí, hubiera hecho el ridículo si se iba tan
temprano.

Alguno de los muchachos había logrado que le trajeran de la casa un


recipiente bastante grande del ponche que estaban ofertando, esa bebida
deliciosa a base de frutas y ron, que a veces emborracha más que una botella

de un ron legítimo. Ya Cristian había tomado varias veces y comenzaba a


sentir una cierta pesadez en la cabeza, cuando aparecieron tres muchachas que

se acercaron a ellos, dos trigueñas y una rubia, quizás un poquito más joven
que las otras. Conversaron un ratico y una de las trigueñas dijo que estaba
cansada y propuso ir a sentarse en el parque que estaba cerca de allí. Desde

que salieron, Alexander y William se apoderaron cada una de una trigueña y


Cristian se vio acompañado de la rubia. Cristian ni se dio cuenta, pero de

pronto se percató de que las otras parejas habían desaparecido en la oscuridad

del parque, mientras él estaba sentado en un banco con la rubia en otra zona

oscura. Cristian no sabía en realidad qué hacer, no conocía a la muchacha y


no tenía la menor idea de sobre qué conversar. Al principio, la muchacha se

comportaba también un poco como él, tímida, retraída, pero poco a poco se

fue animando. Primero le puso una mano en el cuello y empezó a acariciarlo,

Cristian se sentía molesto, no tenía interés en que esa muchacha desconocida

lo acariciara. Hizo un gran esfuerzo para contenerse y con mucha dulzura le

tomó la mano de su cuello y empezó a observarla y a elogiar sus manos,

produciendo toda la literatura romántica de que era capaz; por lo menos así

pasaba el tiempo, hasta ver si lograba averiguar dónde estaban los otros. La
muchacha parece que se sintió estimulada con el discurso de Cristian y ahora

le puso una mano peligrosamente en su muslo izquierdo. A Cristian le pareció

ahora mejor la caricia en el cuello que en el muslo, le tomó la mano de nuevo


y él mismo la llevó a su propia mejilla para que ella la acariciara mientras él le

acariciaba la mano. La muchacha se había ido acercando cada vez más y


cuando se inclinó con la intención evidente de besarle la boca, Cristian
estornudó ruidosamente, no fue simulado, sino real, algo en el parque parece

que había despertado su alergia. Probablemente además, algunas gotas de


saliva del estornudo salpicaron a la muchacha, pues en lo adelante dejó de

comportarse “agresivamente”.
Unos minutos después, por suerte, aparecieron muy contentas las otras dos
parejas, Alexander venía como abrochándose la portañuela, ¿sería porque

estaba abierta o porque eso era lo que él quería que William y Cristian
pensaran? Una de las trigueñas dijo que tenían que irse, que no tenían permiso

para llegar más tarde y tan inesperadamente como llegaron, se fueron.

Lanzando un gritico de júbilo, Alexander se pavoneó:

— Por fin, esta niña supo lo que es un hombre. Lloraba de emoción cuando
tocaba el “aparato” y por supuesto que el “aparato” tuvo que llorar a

lágrima viva.

— No, no, esa no es mi onda – dijo William.- El que toca soy yo. Le subí la

saya y aunque no quería, logré bajarle el blúmer y le vi y sobé esas

nalguitas redonditas tan lindas que tiene. Después tuvo que ver cómo me

hacía yo mismo una paja. Todavía estoy que exploto. Dime algo Cristian,

¿cómo te fue con la rubita?

— Una noche inolvidable. Mejor ni les cuento. Es un fogón esa aparentemente


dulce criatura. ¡Por poco me la arranca!

Los tres rieron por la ocurrencia de Cristian y mucho tiempo después,

Cristian se preguntaba todavía cómo se le había ocurrido eso. Lo cierto es que


Alexander y William se dedicaron a divulgar la aventura y eso contribuyó a

elevar el prestigio de Cristian en la tribu, incluso ante sus primos.


Cuando regresaron al grupo de muchachos, además del ponche, que había
todavía en abundancia, alguien había traído alguna otra botella de bebida

alcohólica y de las dos cosas siguió probando Cristian. Llegó el momento en


que apenas se podía sostener en pie. Alexander, que había tomado poco y que

apreciaba a Cristian, lo alejó de allí a pesar de sus protestas.


Al principio no sabía ni qué dirección tomar. Después de algunos minutos
tomando el aire fresco, ya lejos de la molotera de muchachos y de la bulla de

la fiesta, se aclaró un poco los pensamientos y pudo enrumbar hacia la casa.


Era bastante tarde, casi medianoche. No había pedido la llave de la casa,

porque no tenía ni la menor idea de que iba a regresar tan tarde. Se dejó caer

contra la puerta, pero ésta se abrió de par en par y él se cayó acostado de

espaldas en el suelo. Era su tía, que todavía a estas altas horas de la noche
estaba despierta, porque cuando se fue a acostar, se dio cuenta de que Cristian

no estaba en la casa y había estado todo el tiempo sentada en el sofá, donde

casi enseguida se durmió. Sin embargo, sintió enseguida el leve ruido que hizo

Cristian al dejarse caer contra la puerta. Lo ayudó a levantarse y a ir a la cama,

cuando vio que Cristian estaba un poco borracho. Se sonrió comprensiva,

aunque decidió hablar con él al día siguiente sobre eso.


Cristian durmió toda la noche hasta tarde en la mañana del siguiente día.

Despertó con un terrible dolor de cabeza. Afortunadamente, su amigo

Alexander lo había alertado a tiempo y lo había sacado del entorno de la fiesta,


de lo contrario, él no sabe qué hubiera pasado. Cuando se levantó, ya su tía

esperaba por él. Los primos habían ido a jugar pelota, de manera que los dos
estaban solos en la casa. Él le contó todo, ella lo escuchó atentamente y al

final le recomendó enfáticamente, casi con cierta dureza, separarse de la


bebida. Le explicó muy claramente las consecuencias de ese vicio. Él también

la escuchó atentamente sin decir una palabra. Cristian era un joven reflexivo y
Lucía estaba convencida de que su sobrino la había entendido.
— Entonces, ¿despilfarraste en bebida, el dinero que te di? – preguntó Lucía.

— No, tía. Toda la bebida me la regalaron. El dinero está íntegro aquí y lo voy
a volver a poner enseguida en tu cartera.
— No es necesario hijo mío. Consérvalo para el caso en que salgas con una

chica y decidas gastarlo en algo que valga la pena.


— Muchas gracias, querida tía. Tú significas mucho para mí, ¿lo sabes?

— Sí, Cristian, lo sé y tú también significas mucho para mí. – Se besaron de

nuevo y esta vez los dos supieron que había algo que los unía muy

estrechamente.
Cristian meditó mucho sobre lo ocurrido la noche anterior. Comprendió que

no estaba preparado para eso, incluso que no le interesaba. No estaba seguro

de qué había sentido en el contacto con la muchacha. En un primer momento

se había excitado un poco, pero el comportamiento de la joven lo había

aturdido. Él la encontraba bonita, pero, ¿que debía hacer con ella? ¿Quería él

en realidad hacer algo más que conversar como amigos, o quizás bailar sin que

fuera necesario abrazarse, besarse o acariciarse? Eran preguntas que él no

sabía responder y decidió poner pausa en esas actividades hasta que se sintiera
preparado para ello. Se quedaría con la escuela y el deporte, que era lo que

más le gustaba.

En la escuela estaba, como uno de sus mejores amigos, además de


Alexander y Andrés, Joaquín, que tenía sin dudas grandes dotes musicales.

Tocaba guitarra y piano y tenía una bella voz, melodiosa y cálida. Una vez,
Cristian y Joaquín estaban en un grupo que se había reunido en el patio de la
escuela durante uno de los recesos y hablaban sobre las canciones de moda en

la radio, la televisión y en las fiestas. Para reforzar su comentario, Cristian


cantó de manera totalmente espontánea un fragmento de una de esas

canciones. Los demás oían con la boca abierta, porque nunca lo habían oído
cantar y además lo había hecho excelentemente bien. Todos aplaudieron
espontáneamente, se rieron con gusto y Cristian se puso rojo como un tomate.

Este incidente fortaleció su pertenencia al grupo. Joaquín no le mencionó


nunca más este suceso, hasta que un día le propuso formar parte como

cantante del grupo musical que estaba formando. Al principio se resistió un

poco, pero después aceptó y su participación en el grupo con Joaquín llenó de

repente su vida, dándole un nuevo sentido.


Su tía estaba feliz de que Cristian se hubiera alejado de posibles malas

influencias. Sus propios hijos seguían mezclándose con jóvenes que a ella no

le gustaban en lo absoluto. Había intentado buscarles otras ocupaciones, pero

ellos no pensaban más que en deporte, sexo y otros placeres similares, entre

los que se encontraba también la cerveza.

Ya el grupo había alcanzado cierto nombre en la ciudad, cuando se organizó

una actividad en el teatro principal con los mejores grupos de aficionados, en

la cual participó también por supuesto el grupo de Joaquín. Cristian no sabía


nada de que su tía pretendía ir a la actividad. Él había salido muy temprano de

la casa para ultimar detalles en el grupo antes de la presentación, cuando ella

estaba todavía ocupada con las tareas del hogar. Apenas un minuto después de
que el grupo apareció en escena, la reconoció en la tercera fila. Lucía lucía

bella, como nunca antes la había visto, mientras ella se sentía muy orgullosa
de él viéndolo allá arriba.
La presentación del grupo resultó todo un éxito, pero paradójicamente

significó también su disolución. Desde antes de la actividad habían surgido


fuertes contradicciones internas en el grupo, sobre todo entre Joaquín y uno de

los integrantes, acerca de la interpretación de una de las canciones. Tan serias


fueron las divergencias que no pudieron ser resueltas, a pesar de los esfuerzos
de Andrés como representante de la organización estudiantil y de la misma

dirección de la escuela. La disolución del grupo resultó una decepción para


Cristian. Mediante esta actividad él se había dibujado un mundo maravilloso

desconocido hasta ahora para él.

Unas semanas más tarde, Bernardo, un compañero de clase de Cristian,

estaba tan profundamente concentrado en la lectura de un libro durante la clase


de Matemática, que no se dio cuenta que la maestra se le había acercado y lo

había sorprendido en medio de la lectura, prohibida por supuesto en medio de

la clase. Bernardo era un buen alumno, especialmente en Matemática, pero la

maestra no podía ignorar el incidente como si no hubiera sucedido. Lo regañó

fuertemente e hizo un largo discurso sobre disciplina, tenacidad en el

aprendizaje y también sobre las ventajas de la lectura, cuando se hacía en las

circunstancias y con los libros adecuados,

Más tarde Cristian le preguntó a Bernardo qué leía y si le gustaba. Bernardo


estaba leyendo “Veinte mil leguas de viaje submarino” y le contó del libro con

tanto entusiasmo, que Cristian sintió enseguida deseos de poder leerlo.

Bernardo le dijo que ya lo estaba terminando, que la maestra, sabiendo que se


trataba de una importante obra de la literatura universal, se lo había devuelto y

que al día siguiente podría prestárselo.


Cuando Cristian recibió el libro, apenas podía esperar por el momento de
comenzar la lectura, pero él quería disfrutar ese momento. Sólo después de

haberse bañado y comido, se sentó en un butacón de la sala y comenzó a leer


Ya después de la medianoche se durmió con el libro en las manos. No podía

más, se había leído ya casi todo el libro. En esa época, la pasión por la lectura
se enseñoreó del muchacho y no pudo nunca más librarse de ella. Pasaba
incontables horas en compañía de sus libros, de los cuales aprendió

muchísimo, entre otras cosas había logrado entender mucho mejor el misterio
de la relación física entre un hombre y una mujer.

Una vez, cuando leía “Los tres mosqueteros”, dejó un momento el libro

encima de la mesa del comedor y cuando regresó Frank lo estaba hojeando.

Parecía interesado y él se lo hubiera prestado gustosamente, pero Frank dijo:


— ¿Cómo puedes tú leerte todo eso? Hay muchas muchachas allá afuera, para

pasar bien el tiempo. Estás desperdiciando tu juventud aquí tontamente,

pero bueno, eso es asunto tuyo.

Dos días más tarde ya había terminado “Los tres mosqueteros” y había

empezado a leer “Veinte años después”. Cuando regresó de la escuela, quería

continuar con la lectura del libro, pero no lo encontró arriba de la mesa, donde

normalmente ponía los libros que estaba leyendo. Registró toda la sala, pero

no lo encontró. Recordó que hacía dos días Frank había estado hojeando el
libro que estaba leyendo y aunque se había expresado de una forma tosca

sobre la lectura, decidió ir a buscarlo en el cuarto de Frank y Sebastián.

Cuando abrió la puerta no quería creer lo que tenía ante sus ojos. Aunque él
no había estado interesado en el sexo, aunque no había tenido aún ninguna

experiencia sexual, era inevitable, que ya supiera sobre el tema, entre otras
cosas por la lectura. Había aprendido lo esencial acerca de lo que ocupaba a un
hombre y una mujer en su relación de uno con el otro. Pero lo que vio, no

cuadraba con esa imagen.


Frank y otro joven de la banda cuyo nombre había olvidado, estaban

desnudos en pelota sobre la cama, Frank en cuatro patas, con el trasero un


poco empinado hacia arriba. El otro joven, que estaba arrodillado detrás de él
y tenía su pene metido en el culo de Frank, se movía salvajemente hacia

delante y hacia atrás con una mirada de lujuria que Cristian no había visto
nunca. Frank gemía silenciosamente, pero con un indiscutible tono de

satisfacción. Frank no se dio cuenta de su presencia, pero el otro joven lo vio,

se sonrió y con un gesto lo invitó a acercarse. Cristian estaba aterrorizado, se

dio la vuelta y huyó corriendo. Su corazón latía aceleradamente, se sentía


confundido, no quería verse mezclado en eso, pero al mismo tiempo descubrió

que tenía una erección.

Finalmente encontró el libro sobre un butacón, pero no pudo concentrarse

en la lectura. Salió de la casa, dio una vuelta a todo su alrededor, hasta que

inconscientemente llegó al patio trasero. Sin saber qué hacía, se ocultó detrás

del mismo árbol donde antes había visto masturbarse a Sebastián, se zafó el

pantalón, sacó su duro y crecido miembro y se masturbó por primera vez en su

vida.
Después de este incidente se sentía aturdido. Parecía preocupado, incluso

no tenía ganas de leer, se separó del grupo y permanecía la mayor parte del

tiempo solo en su cama con los brazos cruzados debajo de la cabeza y la


mirada dirigida al techo. Su tía intentó averiguar qué le pasaba, pero él no

decía una palabra. Al mismo tiempo Cristian trataba de tranquilizarla, hasta


que ella comprendió que no podía hacer nada más.
Lo cierto es, que este incidente representó una nueva experiencia vital que

se unió a las ya vividas, y todas juntas tendrían una influencia notable en su


personalidad futura.

La Incógnita

Ya Cristian había leído y oído decir a sus amigos de la tribu, que la relación

sexual entre un hombre y una mujer podía producir una gran satisfacción a
ambos, independientemente de la función natural reservada al acto sexual en la

reproducción, como ya había estudiado en la escuela. Sin embargo, no había

pensado siquiera que fuera posible una relación carnal entre dos varones y lo

asaltaban mil preguntas: ¿sería también placentera la relación en este caso?; no

se lo imaginaba, pero a juzgar por las caras y los sonidos emitidos por Frank y

su amigo, lo estaban disfrutando en toda su dimensión. Se preguntaba además,

si sobre todo para Frank, quien era el que había recibido la penetración del

pene del otro, aparentemente bien grande y duro por lo que pudo apreciar, no
resultaba doloroso, pero aunque no tenía naturalmente una respuesta confiable,

la actitud de Frank no denotaba dolor alguno.

Pero lo que más lo confundía era su propia actitud. Había salido huyendo
cuando el otro muchacho lo invitó a acercarse, porque él no tenía ni quería

tener nada que ver con eso. ¿Qué habría pasado si hubiera aceptado? Frank se
habría percatado de su presencia y seguramente se habría puesto violento, pues
no admitiría que Cristian lo viera en esa situación tan humillante y diría él,

servil. ¿Sería posible sin embargo que Frank también hubiera querido
incorporarlo al juego? ¿Cómo habría seguido la historia en ese caso? ¿Qué

papel le habría correspondido a él, Cristian, en el curso ulterior del juego?


Prefería ni pensar en eso. Se sentía irritado consigo mismo, pues no podía
ocultar que la escena lo había excitado, tanto que lo llevó a masturbarse por
primera vez y no lograba explicarse la razón de esa excitación. Más todavía lo

mortificaba que no podía apartar de su mente lo que había visto y sobre todo la
figura del joven, aquel cuerpo fuerte, brilloso a causa del sudor, la espalda y el

trasero tensos, su movimiento y no por último el fragmento de pene que podía

verse, que había quedado fuera del ano de Frank. ¿Por qué lo obsesionaba

tanto esa imagen? Hasta ahora, es verdad que no se había interesado mucho
por las muchachas ni había sentido deseo sexual por ellas, pero tampoco había

tenido interés alguno por los varones.

Ahora que todas esas interrogantes lo agobiaban, se daba cuenta que en

alguna que otra ocasión, sobre todo en los campamentos en el campo, a la hora

del baño, le había llamado la atención la desnudez de alguno de sus

compañeros, pero incluso ahora no le daba importancia, pues nada de eso se

convirtió en idea fija como le había sucedido con este incidente. Recordaba

también ahora que en uno de esos campamentos, un día que no pudieron


trabajar porque todos habían enfermado de diarrea la noche anterior, uno de

los alumnos más conflictivos de la escuela, José, se había quejado de fuertes

dolores de cabeza y aceptó que el profesor que los atendía lo inyectara, pues
no tenía otra cosa que darle. Él estaba jugando dominó con un grupo

exactamente al pie de la cama de José y cuando el profesor le pidió que se


virara para inyectarlo, Cristian saltó como un resorte para ver cómo José se
bajaba los pantalones y recibía la inyección. Recordaba muy bien ahora que

entonces se había sentido algo excitado, incluso notó que Andrés, uno de sus
mejores amigos, lo había mirado de una manera rara, como de asombro o

quizás de duda. Tampoco se explicaba la razón de esa excitación, pues no era


la primera vez que veía desnudo a José y además el muchacho tenía un físico
bastante insignificante, pero aun así ocurrió.

Rumiando todas estas cosas, al recordar a Andrés, se preguntó si no podría


confiarse con él y contarle todo lo que le preocupaba. Andrés era el amigo en

que más confiaba, era el único a quien había contado las intimidades de su

infancia, los problemas entre sus padres, la sensación de abandono que sintió

después de la muerte de su madre, el odio que llegó a sentir por su padre por la
forma en que trataba a su mamá y por haberlo abandonado como si fuera algo

sin importancia alguna. Incluso en una ocasión en que todos esos recuerdos lo

tenían deprimido, llegó a contarle a Andrés todo lo que sus primos habían

hecho para humillarlo. Andrés tampoco tenía mucha experiencia, en particular

en el plano sexual, por lo que él podía suponer, pero era una persona que sabía

escuchar y tenía siempre una palabra amable para reconfortarlo a uno. Aun así,

no se atrevió a hablar con Andrés de estos temas.

Por esos días terminó el curso, Cristian y sus compañeros se graduaron de


Secundaria y casualmente él y Andrés pudieron emprender un nuevo camino

juntos, pues como alumnos con sobresalientes resultados académicos y

sociales, habían resultado seleccionados para estudiar en un preuniversitario


especial en La Habana con muchas exigencias, pero que garantizaba una muy

sólida preparación para enfrentar los estudios universitarios. Para Cristian era
una solución ideal, él amaba los estudios y aquí tendría la oportunidad de
probarse a sí mismo; dadas sus condiciones familiares, el estar becado

significaba un ahorro importante para el escaso presupuesto de su tía y allí


estaría bien atendido. Para él era además muy importante alejarse del ambiente

de los primos y su séquito y del entorno que en los últimos tiempos lo


agobiaba tanto. Sabía que extrañaría a su tía, pero vendría a verla tan
frecuentemente como fuera posible y al final, valía la pena el sacrificio. La tía

Lucía estaba orgullosa de la oportunidad que su “hijo menor” había recibido y


eso la alegraba muchísimo, no por el ahorro que para el hogar eso pudiera

representar, sino por las oportunidades que se le abrían a su muchacho.

La vida en esta escuela cambió la vida de Cristian. La vida de becado para

un muchacho que como Cristian, a pesar de su paulatina integración al grupo


de su entorno, pasaba la mayor parte del tiempo solo, era como conocer un

mundo nuevo. La relación con sus compañeros tomaba otro carácter,

inevitablemente todos entraban un poco en la intimidad de los demás, hacían

juntos prácticamente todo y eso creaba lazos mucho más fuertes que los que

hasta ahora había conocido en la relación con otros muchachos de su edad.

Andrés y Cristian no tuvieron mucho contacto aquí, pues pertenecían a

grupos distintos, los horarios no tenían muchas coincidencias e incluso no

estaban exactamente en el mismo albergue. No obstante, se veían casi todos


los días, a veces conversaban y en ocasiones coincidían en los viajes a la casa,

aunque Cristian iba muy poco, a lo sumo una vez al mes, naturalmente, no

tenía las motivaciones que podía tener Andrés.


Andrés, que era un joven muy observador y que reflexionaba mucho sobre

las cosas que pasaban a su alrededor, había hecho todo una clasificación de
diversos tipos humanos que había reconocido entre sus compañeros. Entre
ellos estaba el que él llamaba “los indecisos” donde incluía a aquellos que por

sus maneras, su forma de proyectarse y hasta por algún que otro comentario,
parecían no tener bien definida su orientación sexual. Por supuesto no se

basaba más que en conjeturas producto de la observación. Andrés no tenía


absolutamente nada contra ellos, incluso tenía grandes amigos en ese grupo,
con los que mantenía una relación exactamente igual que con el resto de sus

compañeros.
Andrés tenía sin embargo la impresión de que la relación de Cristian con

algunos representantes de este grupo tenía otro carácter, en primer lugar,

porque les dedicaba casi todo su tiempo, en detrimento de su relación con el

resto de sus compañeros y en segundo lugar, porque esa relación dejaba


traslucir una suerte de complicidad, que el propio Andrés no sabría describir

con precisión, pero que no podía pasar por alto. No obstante, a Andrés nunca

se le había ocurrido incluir a Cristian en el grupo de los indecisos hasta que

empezó a percibir pequeños indicios por aquí, incidentes por allá, que le

hicieron pensar en esa posibilidad. Por supuesto, Cristian podía tener la

orientación sexual que quisiera, pero conociendo como conocía él, la

traumática trayectoria de Cristian, pensaba que más que una elección u otra de

una orientación sexual, podía tratarse de trastornos de su personalidad que


requirieran alguna ayuda y decidió que debía hablar con Cristian sobre eso.

Cristian por su parte sentía que esta nueva vida contribuía para bien o para

mal a despejar sus confusiones. De cualquier forma se sentía más aliviado. Sin
confesárselo a sí mismo, en su fuero interno admitía que las muchachas

bonitas seguían gustándole, que no pocas veces se excitaba con algún pedacito
de carne que quizás por accidente dejaban mostrar o por los desnudos que veía
en algunas películas, pero que algo similar le pasaba con algunos varones.

Como todo joven de su edad, con mayor o menor frecuencia se masturbaba,


pero sus fantasías no siempre estaban basadas en aventuras con lindas mujeres,

también a veces en juegos sexuales con varones. Si bien se sentía aliviado


porque ganaba en claridad en algo que hasta ahora estaba oscuro y oculto, eso
lo hacía sufrir porque eso no es lo que quería para él. Él quería ser un joven

completamente “normal”, restregarse como hacían todos con alguna


muchacha, un día enamorarse, casarse y crear una familia con muchos hijos

para los que sería un padre ejemplar y tenía todos los requisitos para ello, por

su apariencia física, su inteligencia y la simpatía que despertaba. A pesar de

sus fantasías bivalentes, igual que nunca había emprendido un contacto sexual
con muchachas, no le había pasado tampoco por la mente emprender algo

concreto en esta dirección con varones, todo quedaba en pura imaginación.

En la primera movilización al campo en este preuniversitario, Andrés se

había hecho una herida en un brazo y no podía ir a trabajar en el campo por

unos días, pero tenía que hacer diversas tareas de apoyo en el campamento.

Había otros muchachos en situación similar, había algunos liberados del

campo permanentemente como Ignacio, que tenía muchos problemas en la

columna y otros ocasionales como Cristian, que había estado con fiebre de
un ataque gripal. Ambos vivían en su misma tienda de campaña. Un día a

Andrés le tocó la llamada guardia vieja, es decir, recorrer todo el

campamento y recoger todo tipo de basura que pudiera encontrar.


Realmente el campamento no estaba muy sucio y alrededor de las 11 am ya

había terminado y decidió ir a la tienda a descansar un poco, en realidad tenía


un poco de dolor en la herida. Cuando entró, Ignacio estaba desnudo en su
litera, boca arriba, con los pantalones en los tobillos y Cristian acostado en la

cama de enfrente totalmente vestido, pero como observando a Ignacio.


Al percatarse éste de la presencia de Andrés, se puso muy turbado y no hacía

más que balbucear:


— - Hay que cambiarse de ropa, ¿verdad?, hay que cambiarse de ropa –
mientras desesperadamente se subía los pantalones como si se estuviera

poniendo una nueva muda, al tiempo que Cristian en un segundo, que no


escapó a la vista de Andrés, cerró los ojos y se hizo el dormido.

Andrés fue hasta su litera, fingió estar buscando algo y salió

inmediatamente, no quería verse envuelto en nada de lo que podía

estar ocurriendo allí. Desde ese día comenzó a ver a Cristian de una manera
diferente. Era evidente que él había estado participando de alguna

manera en la desnudez de Ignacio. No es que lo rechazara, pero se

daba cuenta que Cristian quizás no era sólo lo que representaba o

aparentaba, que detrás de esa fachada bien parecida y atlética, podían

esconderse otros traumas. La actitud de Ignacio no le extrañaba tanto, pues

era uno de los que por muchos detalles tenía clasificados en la categoría de

los indecisos. Esta fue una de las primeras experiencias, además de la

vivida entre Frank y su amigo, que fueron formando las concepciones de


Andrés sobre este tema y que alcanzaron cierta concreción, ya en la

adultez. Durante un tiempo, Cristian se alejó bastante de Andrés, lo

evitaba, como si se sintiera molesto en su presencia. Andrés no hizo nada


por evitarlo, pero tampoco por buscarlo. Había que dejar pasar el tiempo,

hasta olvidar el engorroso suceso.


Cristian era inseparable de Raimundo, uno de los indecisos, todo lo hacían
juntos. En una de las últimas movilizaciones al campo que hicieron, los baños

se habían improvisado en una zona separada de las barracas del albergue. Para
trasladarse de un lado a otro había que recorrer algunas decenas de metros

pasando cerca del comedor. En una ocasión, cuando Andrés venía de regreso
de las duchas, se encontró con Cristian y Raimundo que iban para allá, pero
oyó que Cristian le proponía a Raimundo esperar un poco en el comedor

porque supuestamente había mucha gente bañándose. A Andrés le extrañó y


quedó unos minutos en la puerta del albergue observando lo que sucedía. Casi

enseguida salió del albergue Raúl con una toalla en el cuello, en dirección a las

duchas. Raúl era una persona muy agradable, muy amistosa, gran amigo de

Andrés. Tan pronto Raúl pasó por delante de Cristian y Raimundo, Andrés
notó claramente cómo cambiaba el rostro de Cristian, quien enseguida

invitó a Raimundo a ir ya para el baño. Ya Andrés no tenía muchas dudas

sobre la orientación sexual de su amigo Cristian.

En una jornada de las más calurosas de aquellos días, cuando se dirigían al

lugar donde los camiones los recogerían para regresar al campamento,

pasaron por una de las turbinas que se usan para el regadío de los campos.

Estas turbinas tienen generalmente, una especie de estanque lleno de

agua muy fresca y limpia. La tentación era demasiado grande para estos
muchachos agotados por el trabajo del día y por el intenso calor. Alguien

habló de bañarse allí y uno de ellos, sin esperar nada más, se desnudó

completamente y se metió en el estanque. Era una zona totalmente solitaria


por la que nadie pasaba. En un abrir y cerrar de ojos todos lo imitaron y

disfrutaban del frescor del agua zambulléndose hasta donde la profundidad del
estanque les permitía, tirándose agua y hundiéndose los unos a los otros. Ya
Andrés había salido y se estaba vistiendo, cuando oyó una algarabía

porque un grupo se estaba burlando de Cristian. Se decía que en el juego,


Cristian había tenido una erección, pero Andrés no fue testigo de eso, pues

no se percató de nada, pero este hecho dañó bastante la imagen de Cristian en


la escuela. Se reforzaba en Andrés la sospecha de que su amigo estuviera
interesado en hombres y no en las mujeres, sin embargo no había aparecido la

ocasión adecuada para hablar con él con tranquilidad sobre el tema.


Así fueron pasando los días, terminaron el Preuniversitario y cada uno

cogió su camino para comenzar sus carreras en la Universidad. Ya no estarían

juntos, pero seguirían cerca. Andrés estudiaría Licenciatura en Matemática,

mientras que Cristian había escogido Licenciatura en Química. Ambas


carreras se estudiaban en la misma Facultad y los becados, como ellos, vivían

en el mismo albergue. Los años de estudio en la Universidad fueron para

Andrés muy intensos. Tenía responsabilidades de dirección en la Federación

Estudiantil Universitaria (FEU) y se había entregado a sus estudios en cuerpo

y alma, incluyendo tareas investigativas y como Alumno Ayudante, pues se

había propuesto convertirse en profesor universitario y si fuera posible, en la

propia Escuela de Matemática de la Universidad de La Habana en la que

estudiaba. Entre tantas ocupaciones, no le quedaba mucho tiempo para otra


cosa, ni siquiera para seguirle los pasos a Cristian.

La vida universitaria resultó para Cristian una verdadera revelación. A la

vida en común con sus compañeros que había conocido en el preuniversitario


con todas sus consecuencias, muchas de ellas quizás no conscientes aún para

los muchachos, se unía ahora una vida en total libertad: vida común en
apartamentos en pequeños colectivos, estudio cuándo y dónde quisiera y toda
la capital a sus pies con su amplia colección de restaurantes, cines, teatros,

museos y toda suerte de instituciones culturales y recreativas.


Cristian tenía ahora una situación económica diferente. Su primo Sebastián

se había enrolado en una salida ilegal del país y afortunadamente logró llegar
sano y salvo a los Estados Unidos, por lo que en virtud de las regulaciones
existentes en ese país, pronto obtuvo su residencia allí. Casi no tenía

comunicación con su mamá Lucía, pero ésta sabía que estaba bien, pues
aunque fuera muy de vez en vez, algunas veces le mandaba un billetico. Frank,

el otro primo, se había ido de la casa, decía que estaba viviendo en casa de un

amigo, pero tenía muy buena posición a juzgar por la ropa que vestía y su

presencia continua, según le informaban a Lucía – informantes para estas


cosas siempre existen – en discotecas y otros centros nocturnos. De manera

que ahora la tía Lucía estaba sola en la casa, los gastos se reducían

considerablemente y además el Estado había aumentado las pensiones de la

seguridad social, como la que recibía Lucía por viudez y decidió entonces,

entregar a Cristian toda la pensión que recibía desde la muerte de sus padres, a

la que tenía derecho mientras estuviera estudiando, y que ella había

administrado durante todos esos años.

En este ambiente, aunque se comportaba de forma bastante normal y


natural, su tendencia a pensar físicamente en varones se había intensificado, se

imaginaba escenas con muchachos que conocía de la Universidad, como antes,

reducidas a juegos sexuales, nunca más allá de eso; buscaba en la


programación de los cines sobre todo aquellos donde se exhibían películas que

podían tener escenas de sexo y en las que presumiblemente podría ver


desnudos masculinos. Cristian conservaba intacta su apariencia masculina; su
forma de caminar, de hablar, sus gestos, no tenían amaneramiento alguno. Si

algo externo se hacía visible era que entre los amigos que más frecuentaba se
incluían algunos que Andrés hubiera colocado sin dudas entre los indecisos.

Salvo uno o quizás dos, el resto tenía poco o ningún amaneramiento, pero
todos tenían algo que invitaba a clasificarlos como tales, desde un arete o pelo
largo, que en aquella época de finales de los sesenta, principios de los setenta

del siglo pasado no eran en lo absoluto usuales, hasta alguna que otra
manifestación que apuntaba a sus inclinaciones sexuales. Andrés también

había notado todo esto, pero como no veía en Cristian ninguna manifestación

anormal, estaba un poco más tranquilo.

En el preuniversitario Cristian había aprendido a bailar y de hecho se había


convertido en un gran bailador. Adoraba las fiestas y cuando iba a alguna, no

paraba de bailar en toda la noche. Cuando estaba en cuarto año, un grupo de

muchachos y muchachas de la Universidad resolvió entradas para Tropicana,

un sábado en la noche. Julio, uno de sus íntimos, que no estaba becado pero

que estudiaba Química como Cristian, le propuso quedarse esa noche en su

casa, pues él vivía cerca de allí, terminarían tarde en la madrugada y así no

tendría que pasar tanto trabajo para llegar a la beca a esa hora. A Cristian le

pareció buena idea y aceptó. Pasaron una noche excelente, el show fue
soberbio, y el resto de la noche bailaron sin cesar con la música de una de las

agrupaciones musicales más populares del momento. Habían tomado bastante,

pero como bailaron tanto, la bebida no les había hecho mucho efecto.
Cuando llegaron a la casa, tomó una bolsita que había enviado desde el día

anterior con un short, un par de chancletas, su cepillo de dientes, un


desodorante y un calzoncillo, pues seguramente llegarían sudados de tanto
bailar y necesitaría bañarse y pidió permiso para pasar al baño. Julio lo

sorprendió con una propuesta inesperada:


— Vamos a bañarnos juntos Cristian. Así ahorramos tiempo y podemos

acostarnos antes con lo cansados que estamos.


Cristian no esperaba esa sugerencia y quedó sin saber qué decir. Por un
momento pensó en aceptar, por un lado no veía nada malo en ello, en las becas

a veces se habían bañado dos y hasta tres simultáneamente en la misma ducha,


temiendo que se acabara el agua y alguno se quedara sin bañar, y por otra

parte, la posibilidad de ver desnudo a Julio no era nada despreciable.

— No Julio, el problema es que yo tengo que hacer otra cosa primero, báñate

tú y después voy yo.


— No. Mejor, tú haces lo que tienes que hacer, me llamas cuando termines,

nos bañamos y seguimos ahorrando tiempo.

— Imposible Julio. Sabiendo que me esperas, no podría hacer nada. Dale,

entra tú.

— Hazme caso muchacho. ¿Es que te da pena bañarte conmigo o tienes miedo

de que te haga algo?

— Oye, Julio, no hables más mierda y acaba de bañarte que ahora sí estás

perdiendo tiempo. – y sin esperar otra respuesta se fue para la sala. A Julio
no le quedó otra alternativa que hacer lo que decía Cristian.

Cuando Julio salió del baño, Cristian le preguntó dónde dormiría.

— ¿Dónde va a ser? En mi cama, pero no te preocupes, hay suficiente espacio


para dormir los dos bien separados – explicó Julio, quien no podía ocultar

un cierto tono de enojo.


Antes de bañarse, Cristian tuvo que perder un poco de tiempo en el baño
simulando que tenía que hacer algo más. Cuando salió y fue hasta el cuarto,

comprobó que en efecto la cama de Julián era bien grande, así que no había
razones para sentirse incómodo, se acostó, como siempre, boca arriba con los

brazos cruzados por detrás de la cabeza y enseguida se durmió.


Algún tiempo después, no sabría decir cuánto, sintió que tenía una erección,
no, más aún, sintió que alguien le estaba tocando el pene y los testículos. Se

despertó sobresaltado, la habitación estaba a media luz y cuando miró


alrededor, vio que Julián estaba acostado a su lado, boca abajo y con los

pantalones de dormir a la altura de las rodillas dejando totalmente al

descubierto su trasero. Cristian estaba atónito, trataba de entender qué estaba

pasando, mientras contemplaba aquellas nalgas, que - ¿para qué ocultarlo? -


tanto le gustaban.

— Ven, querido Cristian, hazme ese gran favor y de paso háztelo a ti mismo,

disfrutando de algo que sé estás loco por hacer.

Aquellas palabras parece que lo despertaron por completo. Con una gran

dosis de voluntad, saltó de la cama y empezó a buscar sus ropas:

— ¿Quién te has creído tú que soy yo? No, te equivocaste, imbécil. Yo no

andaré con mujeres, pero tampoco con hombres que quisieran ser mujeres.

Lo tenías todo muy bien planeado, ¿verdad? ¡Me largo de aquí!


— ¿Acaso tú pretendes que te crea que no estás loco por hacerlo?

— Piensa lo que te dé la gana, cacho de maricón. ¡Me voy!

— Oye, ¡atiende! ¿A dónde piensas ir a esta hora? No vas a encontrar ni un


burro que te saque de este barrio. Lo que sí puedes encontrar es un par de

delincuentes que cuando vean un macho tan rico, te violen sin compasión.
Cristian sabía que el barrio tenía fama de ser peligroso y no creyó prudente
irse a esa hora. Sabía además que después de su reacción, Julio no sería capaz

de intentar otra cosa.


— Está bien, pero me voy para la sala.

— No te voy a insistir para que te quedes conmigo, pero no hace falta que
duermas incómodo. Puedes ir para el cuarto de mis padres.
— Pero, tus padres…..

— No están ahí, fueron este fin de semana a Santa Clara a casa de mis abuelos
paternos. Te dije que hicieras silencio cuando entramos para que creyeras

que estaban ahí y así poder justificar que durmieras en mi cama.

— ¡Maricón de mierda! – Ahora sí que Cristian estaba enojado. Se había

dejado engañar como un bebé. Cuando se retiraba hacia el otro cuarto, oyó
que Julio le gritaba:

— Si tienes miedo, puedes cerrar por dentro.

Cristian estuvo a punto de regresar y golpearlo. Entró al cuarto de los padres

con un portazo, en efecto cerró por dentro, se desnudó completamente y

cuidando de no manchar las sábanas de la cama, se masturbó frenéticamente

pensando en la imagen de Julián desnudo boca abajo a su lado. Había sido la

primera vez en que realmente había estado a las puertas de un acto

homosexual. No pudo pegar un ojo en el resto de la noche, agobiado por todas


las sensaciones que acababa de experimentar y por las dudas sobre cómo iba a

enfocar el futuro. Esa madrugada volvió a pensar en la posibilidad de

confiarse a Andrés y pedirle que lo ayudara, pero tampoco esta vez llegó a
hacerlo.

La consecuencia principal de este intenso acontecimiento, fue un


abatimiento profundo en Cristian. Se sentía triste, desorientado, inconforme,
en primer lugar consigo mismo, no tenía deseos de hacer nada. Sólo sus

estudios, la investigación que llevaba a cabo para defender su Trabajo de


Diploma, lo sacaban de la apatía. Se alejó de casi todos sus amigos, apenas se

reunía con los otros compañeros en los recesos ni participaba de sus cuentos y
sus risas. La única otra cosa que lo acompañaba por estos días era la lectura,
que en la vida capitalina tan agitada había abandonado un poco, pero que

ahora retomaba con la misma fuerza con que la había iniciado.


Una de las cosas que más le preocupaban y entristecían, se derivaba de una

conversación que había tenido con su tía la última vez que fue a verla. El

sábado por la noche se habían sentado en la sala para ver una película, pero

resultó que ésta no era lo que esperaban, apagaron el televisor y se pusieron a


conversar, sobre todo de la vida de Cristian en la capital. De repente, la tía

empezó a tocar el tema:

— Bueno, ¿y cómo anda el asunto de las novias? No me has hablado nada de

eso.

— Todavía no ha surgido nada que valga la pena tía. Hoy en día no es fácil

encontrar una muchacha que pueda ser la madre de mis hijos.

— Creo que estás exagerando un poco, además de que estoy segura de que son

muchas las que se interesan por un muchacho tan apuesto, inteligente y


noble como tú.

— Ahora eres tú la que exageras tía – replicó Cristian riéndose.

— Tengo miedo de quedarme sin nietos, Cristian. Como sabes, no puedo


contar ni con Sebastián ni con Frank. La única posibilidad que me queda

eres tú. – Hacía poco tiempo se había sabido que la vida de Sebastián en los
Estados Unidos se había convertido en un desastre. Creía haber encontrado
el paraíso, pero sin saber inglés, habiendo terminado a duras penas sólo la

Secundaria y sin conocer ningún oficio, no lograba encontrar ningún


trabajo y tuvo que vincularse a negocios sucios. Ya había estado preso una

vez y ahora había sido detenido de nuevo y recibido una condena que
parecía ser larga. Todo lo sabían por terceros, pues de él directamente no
habían recibido ninguna noticia. Poco después de la salida de Frank de la

casa, no quedaron dudas de que el amigo donde vivía no era más que un
chulo, que si bien lo mantenía como un príncipe, lo usaba como su pareja y

hasta lo compartía con otros, le gustara o no a Frank. Decían que él estaba

feliz, pero Cristian, que lo conocía un poco, se imaginaba que para Frank

sería en realidad una vida miserable.


— No te apures tía. Hay todavía mucho tiempo por delante – trató Cristian de

tranquilizarla, después de haber permanecido unos minutos en silencio,

muy serio y sumido en reflexiones, algo que no escapó a la suspicaz tía.

— No pareces muy convincente en tu respuesta. ¿Es que hay algún problema?

– Cristian negó con la cabeza e iba a decir algo, pero Lucía no le dio

tiempo.

— Yo confío en que no seas ni un Sebastián ni un Frank y que me des lo único

que te he pedido en la vida. – En ese momento una vecina tocó a la puerta y


no se habló más del tema.

Cada vez que recordaba esta conversación, se abatía aún más a medida que

iba reconociendo sus verdaderas inclinaciones, que podrían ser un serio


obstáculo para poder complacer a su tía.

Cristian y Andrés se vieron poco en ese tiempo. Ambos estaban muy


ocupados con las tareas relativas a la culminación de estudios. Las dos o tres

veces que se vieron, Andrés tuvo la impresión de que Cristian había cambiado,
hasta la expresión de su rostro parecía apagada. Otras veces lo vio solo

leyendo en la Plaza Cadenas. Si algo bueno tenía eso, era que al menos se
había alejado de los sujetos con que andaba últimamente y que no agradaban
para nada a Andrés. Sus ubicaciones al graduarse terminaron de separarlos por
algún tiempo. Mientras Andrés quedaba como profesor en la propia

Universidad, Cristian, en reconocimiento a sus indiscutibles méritos como


estudiante, había sido ubicado en el Centro Nacional de Investigaciones

Científicas, lo que había sido también el sueño del joven. Así ambos

terminaban sus estudios con la realización de los sueños profesionales que

hasta ese momento se habían forjado, aunque aún ninguno de los dos, aunque
en contextos y situaciones diferentes, había logrado encaminar su vida

personal en la dirección deseada, pero mucho terreno tenían todavía por

delante.

Un Encuentro Consigo Mismo


Andrés logró ese encontrar el rumbo bastante pronto. Logró encontrar la

mujer de su vida, con la que se casó y tuvo una linda niña que ya tenía algo
más de un año, cuando se le presentó la oportunidad de realizar su Doctorado

a tiempo completo por unos tres años en una prestigiosa universidad alemana.

La felicidad nunca es completa; podría alcanzar un importante logro

profesional, pero para ello tendría que renunciar al disfrute de su pequeña hija,

con la que tenía verdadera obsesión. Durante su primer año allí, año difícil

porque implicaba entrar en contacto con costumbres, hábitos y sobre todo con

un difícil idioma, totalmente diferentes a los que conocía y estaba

acostumbrado, tuvo noticias de Cristian solamente una vez a través de su


mamá que lo había encontrado en la calle. Ella misma lo encontró diferente,

según le dijo, había perdido ese carácter jovial que siempre había tenido, pero

le contó que le iba muy bien en el trabajo, con posibilidades de viajar al


extranjero a hacer también su doctorado, pero aún no tenía detalles.

Unos meses más tarde, ya al inicio del segundo año de Andrés, iba por un
pasillo en dirección al comedor de la Universidad, cuando de repente se
encontró frente a frente con Cristian. Después de la sorpresa inicial, dieron

rienda suelta a la alegría del reencuentro, se abrazaron, se daban palmadas en


los hombros y la espalda; era evidente que se había forjado entre ellos una

sólida amistad. Como siempre ocurre, los dos tenían muy poco tiempo, Andrés
debía apurarse para llegar puntual al seminario de investigación de su
departamento y Cristian tenía apenas unos minutos para el inicio de una
conferencia. Andrés apenas pudo saber que había venido también por tiempo

completo, que aunque su doctorado estaba basado en la clínica universitaria,


pues su trabajo e investigación estaban vinculados a la producción de nuevos

medicamentos contra enfermedades específicas, también visitaba con

frecuencia el edificio central de la Universidad para participar en actividades

de la sección de Química y para consultar materiales en las bibliotecas. Supo


además que le habían alquilado un pequeño apartamento en las cercanías del

centro de la ciudad.

Andrés no sabía cómo habían evolucionado los conflictos sociales de

Cristian. En su breve contacto, casi ya en la despedida, Cristian lo felicitó por

la niña, de la que había sabido a través de Angélica, la mamá de Andrés.

Andrés no sabía si preguntar si se había casado, pero por fin lo hizo y notó que

el rostro de Cristian se turbaba y con una tímida sonrisa le respondió: “No,

todavía no he encontrado lo que busco”. Esa misma noche pensó mucho en


Cristian. Si la vida de la capital cubana le abrió un nuevo espectro con la

libertad que se le ofrecía y la multitud de actividades sociales al alcance, la

cultura europea, entre otras cosas en lo relativo a las concepciones con


respecto al sexo, podría ser para Cristian una revelación, pero Andrés no sabía

si para bien o para mal. Ya él mismo había tenido que enfrentarse a algunas
experiencias desagradables.
En la planta baja de la Universidad había una cafetería que Andrés visitaba

con frecuencia para tomar café, muchas veces acompañado de una torta de
chocolate. En el pasillo que conducía a la cafetería había dos baños, uno para

hombres y otro para mujeres. En el baño de los hombres no había como es


usual, urinarios, sólo cuatro cabinas cerradas con un inodoro en cada una,
separadas por tabiques de cartón madera. La primera vez que Andrés entró

allí, tenía urgente necesidad de ir al baño. Después que entró y se sentó y dio
un vistazo al entorno, se asombró de ver que en el tabique de la izquierda,

había un hueco de forma perfectamente redonda, pero lo más significativo era

que estaba ubicado de forma tal que de un lado al otro podía verse

perfectamente la superficie del inodoro de al lado, si estaba vacío, y si estaba


ocupado, el cuerpo de la persona que estaba sentada allí. Al principio no había

notado nada, pero ahora le pareció percibir del otro lado un cierto movimiento.

Cuando se fijó, pudo ver claramente las piernas desnudas de un hombre joven

y en el centro su pene erecto, inmóvil, intacto. Pero apenas unos segundos

después, el de al lado comenzó a masturbarse lenta, muy lentamente. Andrés

no quería ni podía seguir observando el desenlace de aquella operación.

Aunque sentía que no había terminado, se limpió apresuradamente sin

levantarse, se vistió de carrera y salió de allí como una exhalación. Se


prometió nunca más regresar a ese lugar. Aquello lo dejó traumatizado, pues le

resultaba difícil entender que eso pudiera ocurrir en una instalación de alto

nivel académico y cultural como ese. Después comprendió que eso nada tenía
que ver con la institución ni afectaba para nada su prestigio, posteriormente

encontraría situaciones similares en otros lugares donde no las habría


esperado. Ya después de sobrepasado el estupor, recordaba haber visto un
hoyo similar en el tabique de la derecha, aunque de ese lado no notó ningún

movimiento. Se preguntaba ahora si en todas las cabinas sucedería lo mismo.


Andrés siguió por supuesto visitando la cafetería de ese pasillo, era

prácticamente la única accesible a los estudiantes y le llamó la atención que


cada vez notaba más movimiento en ese lugar. En una de las veces que pasó
por ahí alguien acababa de entrar y la puerta estaba abierta. Había varios

hombres en el espacio existente entre las cabinas y los lavabos como


esperando por su turno para entrar, delante de las cabinas que estaban cerradas

todas. Le pareció raro, pues si bien era el único baño que había en ese pasillo,

la Universidad estaba llena de baños dondequiera, por lo que era difícil

entender que tantas personas tuvieran que hacer cola precisamente en ese baño
y estaba convencido de que eso tenía que ver con las “innovaciones

constructivas” que se habían hecho allí. Más impresionado todavía estaba

cuando una vez fue a trabajar a la Biblioteca Estatal y tuvo necesidad de ir al

baño y si bien no encontró los huecos en los tabiques de las cabinas, sí

encontró más de un cartel de invitación a actividades sexuales de diverso tipo,

incluyendo las homosexuales, como por ejemplo, invitaciones para actividades

de sexo en grupo con detalles de todas clases sobre lugar, fecha, hora, etc. Para

colmo, entrar en un baño público de la ciudad podía convertirse en una


aventura y a veces Andrés tenía que entrar, cuando después de varias horas en

la calle se estaba reventando, sobre todo si había frío. Allí sí abundaban los

urinarios y resultaba evidente la presencia de personas que estaban mucho más


tiempo del necesario y que se dedicaban a contemplar, unos más abiertamente

que otros, los penes de las personas que venían a orinar. En todo eso pensaba
Andrés cuando supo de la presencia de Cristian en ese ambiente, condicionado
seguramente por otra cultura, que no era la del machismo intransigente y la de

los prejuicios de una supuesta rigidez moral, que quizás no fuera tan pura
como parecía, y sí mucho más hipócrita, a la que él y Cristian estaban

acostumbrados.
Andrés tenía razón en preocuparse por la influencia de este ambiente sobre
Cristian. Cuando Cristian se percató de la existencia de ese baño, se convirtió

en un asiduo visitante. Allí se daba el tipo de experiencia que él estaba


dispuesto a admitir, todo se limitaba a juegos sexuales, no pasaba ni podía

pasar de allí. A medida que la mañana avanzaba, los días en que estaba en la

Universidad, su tensión, en espera del momento de visitar el baño alrededor

del mediodía, iba “in crescendo” hasta que lograba despegarse de su asiento e
ir al encuentro de una nueva aventura. Por lo general, todo funcionó a

satisfacción suya, pero tuvo algunos encuentros desagradables, él no podía

conocer las características de todas las personas que iban allí. Uno acercó su

cara al hueco para mirarlo, para identificarlo, lo que Cristian consideró un

atrevimiento, otro introdujo sus dedos invitándolo a dejarse tocar, lo que no

entraba para nada en sus planes, otros sencillamente entraban un segundo y se

levantaban casi enseguida después de sentarse, con la única intención de

mostrar el trasero. En una ocasión, después de una aventura que encontró muy
placentera, en la que sintió lograr una cierta empatía con su compañero de

juegos, éste le hizo pasar por el hueco una nota que decía: “Vivo solo en un

pequeño apartamento en la dirección que está al dorso. Siempre estoy allí


después de las 6pm. Visítame. Me gustaría que nos conociéramos mejor. Si

quieres, llámame primero.” Efectivamente al dorso estaban la dirección y un


número de teléfono. Parecía una nota elaborada previamente para el caso en
que resultara oportuno entregársela a alguien. Cristian se apresuró en salir, no

quería encontrarse cara a cara con su vecino, esa era la única forma en que
podría identificarlo, pues se había comportado de forma muy discreta y no

había intentado espiarlo ni reconocerlo. Esta invitación lo había inquietado


mucho. Tenía muchos deseos de aceptarla. Lo que había visto a través del
hueco y lo que habían hecho, cada uno desde su posición, le había gustado.

Pero no estaba preparado para un encuentro tan personal. Tenía deseos y tenía
miedo. Una contradicción tan vieja como la vida misma y él no sabía cómo

resolverla.

La preocupación de Andrés por Cristian se acrecentó cuando lo vio

merodeando, no pasando simplemente, por el área del lujurioso baño. Sobre


todo una vez, se encontró con él, en un vestíbulo unos metros antes de la

entrada al pasillo, y después de unas pocas palabras, Cristian se despidió un

poco abruptamente, con el rostro enrojecido según le pareció a Andrés, porque

tenía que entrar urgentemente al baño. A Andrés no le pareció que Cristian se

comportara de una manera natural y Andrés sospechaba lo que había detrás de

eso. El punto culminante se dio unos días después.

Andrés se había prometido no entrar más allí y lo había cumplido, pero

cuando salió de la cafetería se estaba orinando, no era la hora de mayor


afluencia y como sólo iba a orinar, no pensaba que corriera peligro de un

incidente desagradable. Cuando entró, no había nadie en espera, suspiró de

alivio, todas las cabinas estaban cerradas, pero no necesariamente ocupadas.


Las ocupadas no podrían abrirse desde fuera. Intentó con la primera y se abrió

de par en par. Ante sus ojos estaba sentado Cristian en el inodoro, con los
pantalones en los tobillos, con el pene erecto en sus manos y virado de frente
al hoyo que daba a la cabina contigua. Sólo atinó a gritar: ¡Cristian! Y no tuvo

tiempo para más. Desde adentro, Cristian haló la puerta, la cerró de un portazo
y le puso el seguro, lo que negligentemente había olvidado hacer cuando entró.

Tanto fue el choque emocional, que Andrés no pudo evitar que se le saliera un
poco de orine y sólo a duras penas pudo contener el resto hasta llegar al
próximo baño. Estaba anonadado, se lamentaba por no haber hecho lo que

tantas veces se propuso, de hablar con Cristian, quizás hubiera podido


ayudarlo de algún modo y no se hubiera dado una situación tan

extremadamente penosa como la que acababa de vivir.

Varias veces fue a su casa, varias veces lo llamó y nada. Tampoco se lo

encontró en la Universidad. Al menos una semana más tarde, creyó verlo


delante de él en un pasillo, se apresuró a sobrepasarlo y en efecto era él.

Cristian se paró turbado sin saber qué hacer, hasta que Andrés se lanzó sobre

él, le dio un fuerte abrazo, al tiempo que le decía: “¡Cristian, mi hermano, qué

preocupado me tenías, llevo más de una semana buscándote!” Cristian

respondió evidentemente aliviado al abrazo de Andrés estrechándolo también

con fuerza entre sus brazos. Cristian le explicó que había estado una semana

en una universidad del sur trabajando con el departamento de Química de la

Universidad de aquella ciudad. Andrés lo comprometió a visitarlo el próximo


domingo, pues le iba a preparar una espaguetada, en la que se había convertido

en un especialista, acompañada de “otros platillos”. Cristian, visiblemente

agradecido a Andrés por la forma en que había asumido su último encuentro,


le aseguró que sin falta estaría en su casa el domingo para chuparse los dedos.

En efecto, el domingo alrededor de las 10am, sonaron dos timbres en el


apartamento de Andrés, convenio escrito en la puerta para los que venían a
verlo a él. Andrés sabía que era Cristian, pero fingió asombro al abrir y

encontrarlo allí.
— ¡Oye amigo, la espaguetada no está siquiera a la candela!

— Ja, ja. Me alegro, así te ayudo y logramos que eso se pueda comer, porque
si te la dejo a ti….- Andrés puso cara de ofendido, pero se echó a reír. –
Además estoy loco por conversar contigo. Hace siglos que no hablamos

como es debido.
Ya en la habitación de Andrés, Cristian comenzó a contar de su estancia en

el sur y de lo bien que marchaba su tesis. Cuando le tocó a Andrés contar

todos los problemas que había confrontado hasta encontrar el camino correcto,

por momentos Cristian parecía ausente, como concentrado en pensamientos


que estaban muy lejos de allí, hasta que lograba reencontrar el hilo de la

conversación, para caer minutos después en el mismo vacío.

— ¿Qué te pasa Cristian? Pareces abatido a pesar de tus éxitos. ¿Puedo

ayudarte en alguna cosa? Oye, cualquier cosa que pueda haber pasado entre

nosotros antes de hoy, para mí es exactamente igual como si no hubiera

existido, cualquier cosa, ¿me entiendes?

— Tú sabes bien qué es lo que me pasa y no veo cómo puedas ayudarme.

— Si te refieres a tu orientación sexual, eso no tiene por qué ser un problema


ni causa de abatimiento, si la manejas bien.

— Ese es el gran problema, que no sé cómo manejarla. Ya no tengo nada que

ocultarte o que disimular contigo. La vida quiso que vieras todas mis
cartas. ¿Para qué voy a negármelo a mí mismo? Sí, son los hombres los que

me gustan físicamente y no logro explicarme por qué tiene que pasarme eso
a mí. Yo no quería eso para mi vida. Por eso estoy abatido, no tenía que
pasarme eso también, después que he pasado por tantas cosas ya. Mi cuota

de sufrimiento ya debía haber estado agotada. De contra, no sufro


solamente yo, sino que hago sufrir a otros – y le contó a Andrés la

conversación que había tenido con la tía sobre los futuros nietos.
— Pero es que no tienes que ver eso como una desgracia, ni como una causa
de sufrimiento. Los deseos o inclinaciones de las personas nunca podrán

estar predefinidas por nadie en función de su raza, origen o sexo. Cada


persona es una individualidad y se desarrolla, se inclina por una cosa u otra,

determinada exclusivamente por sus propias características, con las que

nació o las que se fueron conformando con el paso de la vida y que son en

principio, totalmente diferentes a las de cualquier otro. En lo que a tu tía


respecta, ella te quiere demasiado como para no comprenderte si llegara el

caso de que adoptaras una decisión que no sea la que ella preferiría.

— Como discurso está muy bueno, pero el hombre y la mujer se hicieron el

uno para el otro. Dios o la naturaleza o lo que sea, no creó al hombre para

estar con otro hombre, así no lograba la reproducción de la especie. Por

algo el hombre tiene un pene y la mujer una vagina. La relación hombre-

hombre o mujer-mujer es antinatural, no tiene sentido.

— ¿Es eso lo único que te preocupa? Tú eres un científico y sabes muy bien

que las leyes de la naturaleza, confirmadas por la ciencia, no son infalibles,


yo no tengo que darte ejemplos de fenómenos naturales en que A+B

deberían dar C y sin embargo unas veces dieron D y otras C. Si es tan


natural y no digo que no lo sea, la relación hombre-mujer, ¿por qué

entonces hay tantas relaciones así, de las que nunca sale un hijo? ¿Es que
esa relación entonces no tuvo sentido? ¿Que todas esas cosas son

excepciones? De acuerdo. Si ser una excepción, resulta denigrante, podrías


sentirte una anormalidad, pero sabes muy bien que eso no es así. Hay

excepciones que son muy superiores a la regla, pero no “per se”, sino
porque supieron adaptarse a las condiciones de esa excepcionalidad y
hacerlas valer. De eso es de lo que se trata. No obstante, reconozco que es
un dilema para el cual es difícil encontrar una respuesta satisfactoria.

— A mí me preocupan muchas cosas. Comienzo por confesarte que nunca he


tenido relación sexual completa con nadie: ni con mujeres ni con hombres.

A duras penas, lo que viste es a lo máximo que he llegado. Sé lo que me

gusta; usando tu lenguaje, sé lo que me hace excepcional, pero no sé cómo

utilizarlo. Yo deseo a varios hombres, pero ese deseo se enfrenta a muchos


miedos que me paralizan.

— ¿Cómo cuáles?

— Miedo a que eso que me he imaginado como algo divino, demuestre ser

una inmundicia, se convierta en una repugnancia y no en un manjar, porque

por mucho que lo pienso y por mucho que tú trates de convencerme con

argumentos que pueden parecer científicos, perdona, pero tú no eres un

especialista en estas materias, no logro concebir que una relación

antinatural pueda ser placentera. Miedo a que duela cualquier cosa que se

haga, a uno o a los dos, a que duela física o moralmente. Pero a lo que más

miedo le tengo es a que me guste, incluso a que me guste demasiado y eso


desordene mi vida por completo, en la práctica y en su basamento teórico.

Entonces una relación antinatural se convertiría en un paraíso.


— Tú sabes bien que yo no soy homosexual. Podré haber sido tímido, hasta

cobarde, lo que me llevó a no tener contacto con mujeres hasta la adultez,


pero siempre me gustaron, jamás se me ocurrió pensar físicamente en un
hombre. Tuve la suerte de encontrarme con Carmen, la mujer de mi vida, la

que me enseñó a disfrutar la maravilla del sexo, la que me dio entrada a ese
mundo maravilloso, a pesar de que la primera vez que lo intenté, no pude,
por ignorancia, por impaciencia, por miedo, miedo a quedar mal, a no ser
suficientemente activo, errores que no debes cometer tú también. Carmen

me dio la bella hija que tenemos, me enseñó esa otra maravilla, la de ser
padre, pero me enseñó también, quizás sin saberlo, que el sexo va mucho

más allá de la reproducción. Si a esa función estuviera limitado, ¡cuántas

horas de intenso placer, de conquista del cielo mismo, de sentirnos vivos,

nos hubiéramos perdido! Yo no soy homosexual y tienes razón en que


tampoco soy especialista en estos temas, pero sabes que yo mismo me

llamo un pensador, me encanta reflexionar sobre todas las cosas que pasan

a mi alrededor, las que experimento yo mismo o las que experimentan otros

a quienes conozco y sobre este tema he reflexionado mucho. No sé si mis

reflexiones serán atinadas o no, pero he llegado a mis propias conclusiones.

— ¿Y la espaguetada qué? – Andrés no supo comprender en ese momento, si

Cristian no quería hablar más del tema o si sólo quería una pausa.- Ni te

imagines que pretendo dejarte con la palabra en la boca. Muchas veces he


estado tentado de pedirte consejo, pero nunca me atreví. Yo confío mucho

en tu juicio y me encantará escuchar tus reflexiones, pero con esta hambre

no puedo. No te preocupes, que he planificado todo este día para ti.

Interrumpieron la conversación y se pusieron a preparar el almuerzo. Casi


todo lo hizo Andrés en la cocina, mientras Cristian permanecía en el cuarto.

Andrés había comprado algunas cervezas, venía con una en la mano para
ofrecer a Cristian, pero se lo encontró aparentemente dormido en su cama. Le

pareció percibir que en realidad no dormía, que disimulaba hacerlo para pensar
y eso le parecía bueno a Andrés.
Cuando el almuerzo estuvo listo almorzaron como bestias: espaguetis con
queso, jamón, chorizo y salami, una fuente de ensalada a base de papas,

mayonesa y embutidos y, todo eso acompañado de un buen lomo para cada


uno con multitud de papas fritas y un par de cervezas por cabeza. Cuando

terminaron, Andrés se ocupó de recoger lo poco que quedaba, mientras

Cristian fregaba, hicieron un buen café con la cafetera que había traído

Cristian, pues Andrés no tenía, y fumando los apestosos Karo se pusieron a


conversar de sus experiencias cómicas allí, frente a las costumbres

desconocidas de ese país. Rieron mucho con los incidentes de cada uno, hasta

que en una pausa de risas, Cristian preguntó:

— Y bueno, ¿en qué pararon tus reflexiones?

— ¿Cuántos homosexuales tú conoces o de cuántos tienes referencia que

evidentemente o presumiblemente practican relaciones sexuales con otros

hombres?

— Unos cuantos, y después que estoy en este país, sé que en el mundo hay
muchos más de lo que pensaba.

— Esto no es el pollo del arroz con pollo, pero he leído de investigaciones

científicas que aseguran que el 60% de los hombres ha tenido al menos una
relación homosexual en su vida.

— Me parece exagerado, si eso fuera así, los homosexuales no serían


excepción.
— El problema es que esas son estadísticas globales. Coincido contigo que en

nuestro medio por ejemplo sería exagerado, pero hay otras poblaciones, ya
sea regiones del mundo o poblaciones especiales como las penales, en que

podría ser mucho mayor. Pero, dejemos eso, de los que conoces, ¿sabes de
alguno que después que comenzó por la razón que sea, haya dejado de
hacerlo porque le haya resultado repulsivo o desagradable?

— No dudo que los haya, es una de las cosas que temo me pase a mí, pero
conocer o tener referencia de alguno, la verdad es que no.

— Alguno puede haber comenzado porque lo engañaron o incluso porque lo

violaron, pero eso debió provocar repulsión, como ocurre casi siempre con

las mujeres violadas. ¿Por qué sin embargo estos hombres continuaron
entonces con esa práctica? Otros quizás lo hicieron por curiosidad, por

saber qué se siente, algunos pueden no haberlo hecho más, pero otros

continuaron. ¿Por qué, si al ser una relación antinatural, debía ser

desagradable? De los que como tú sienten inclinación por su propio sexo,

habrá algunos que se hayan dado cuenta que no les gusta, pero otros

siguieron por ese camino. ¿Por qué si se supone que sea desagradable?

¿Has pensado en eso?

— Realmente no, pero es una pregunta interesante y me parece que bien difícil
de responder.

— Como diría Hamlet: “He ahí la reflexión que la existencia larga al

infortunio” Esa es la reflexión que provoca una cadena de otras reflexiones


que pueden arrojar alguna luz sobre el asunto.

— Estoy realmente expectante sobre lo que viene.


— La masturbación es la forma más primitiva de la realización sexual. Para

ella, se necesita ante todo la erección del pene, que se produce, y tú lo


sabes, por diversas vías. Puede ser el pensamiento en una imagen que

provoque en el sujeto esa excitación, la contemplación en vivo o en


reproducciones de desnudos que provoquen el deseo sexual, el contacto,
incluso ajeno a los órganos sexuales, con alguna persona, hasta llegar a la
propia manipulación de su pene por el sujeto. Pero con la erección en

general no basta, salvo casos excepcionales y situaciones muy específicas.


Hace falta una mano que provoque en el pene un movimiento hacia delante

y hacia atrás, que a su vez provoca un movimiento similar en el sistema de

músculos y tejidos que conforman el sistema sexual masculino. Este

movimiento a la larga no hace más que provocar un efecto de “bomba”, es


decir de compresión-descompresión sobre la próstata, propiedad exclusiva

del hombre, que ante ese efecto bomba produce un líquido que arrastra los

espermatozoides en los testículos, conformando el semen y produciendo la

eyaculación, y con ella esa sensación inigualable que ningún otro fenómeno

en la vida del hombre puede provocar.

— Después de tantos años, acabo de escuchar una clase magistral sobre

masturbación.

— No te burles, esto es una cosa seria, aquí puede haber multitud de


inexactitudes científicas, no pretendo dar una explicación científica, sino

una interpretación en lenguaje común de lo que un profano cree ocurre en

este fenómeno. Te dejo como estudio independiente buscar el vocabulario y


las precisiones técnicas sobre todo esto.

— Todavía no sé qué tiene que ver todo esto con nuestro asunto.
— Cuando un hombre hace el acto sexual con una mujer, hace falta también la
erección del pene, por la vía que prefieras, pero eso no basta, hay que

introducirlo en la vagina de la mujer. De nuevo en lo general, esto tampoco


basta, sería algo así como tomar el pene en la mano en la masturbación.

Ahora es imprescindible el movimiento hacia delante y hacia atrás, es


decir, hacia dentro y hacia afuera, de manera que al rozar el pene con las
paredes de la vagina, se produzca de nuevo que el sistema de músculos y

tejidos del órgano sexual masculino, efectúe sobre la próstata el efecto de


bomba que ya conocemos, con ella la eyaculación y por tanto el placer

sexual al máximo nivel.

— Pero eso tampoco es lo que nos ocupa. Nadie duda de lo placentero de una

relación natural entre un hombre y una mujer. Estamos hablando de cuando


los actores son dos hombres.

— Estás un poco lento amigo mío. Tienes la respuesta en la mano. Supón

ahora una relación entre dos hombres. Como siempre, la erección de quien

va a efectuar la penetración es la primera condición, lograda como sea.

Mirado fríamente, pudiera ser mucho más difícil en una relación hombre –

hombre lograr esa erección, y esa suposición tendría toda la lógica del

mundo, si hablamos de hombres, que no tienen una disposición

sexualmente favorable a su propio sexo, como en mi caso. Eso sería, pienso


yo, una condición necesaria, tiene que existir una predisposición sicológica

hacia el otro, una cierta empatía, como en el tuyo.

— ¿Y el otro participante qué?


— Del otro hablaremos después. Veamos el asunto por ahora desde el punto de

vista del que, como se dice, juega el papel activo. Sabemos que para lograr
el placer sexual al máximo nivel hace falta la eyaculación, para eso es
necesario producir sobre la próstata el efecto de bomba y para ello hace

falta el movimiento del sistema de músculos y tejidos del pene que


provoque ese efecto. Ahora no tenemos la mano que produzca ese

movimiento, ni la vagina en que introducir y mover el pene para lograr el


efecto deseado. No hay otra variante que introducir el pene en el ano de la
pareja, que incluso por esta vía, pudiera ser también una mujer, realizar el

movimiento hacia dentro y hacia afuera y producir el mismo efecto que en


los casos anteriores. Este, el de la penetración, puede ser el punto crítico.

Tú pensarás y yo lo pienso también, que eso tiene que doler al penetrado.

Imagina solamente la longitud y grosor de un pene normal en plena

erección. Hasta las mujeres dicen que eso duele la primera vez y eso que
ellas generan un lubricante para esas ocasiones. Así que me imagino que no

sólo la primera vez debe ser doloroso para el hombre, incluso para el que

penetra. Si alguna vez haces el amor con una mujer que no ha lubricado

bien, te darás cuenta de lo que te digo. Lo que para mí está claro es que los

homosexuales han buscado la manera de evadir ese obstáculo, ya sea con

un tratamiento cuidadoso en la penetración, aprovechando la propia

lubricación que aporta el pene o usando otros lubricantes. En una película

que vi una vez, el “macho” se escupía la mano y con su saliva frotaba el


ano de su pareja. Moraleja: una vez vencido este punto crítico, alcanzar el

máximo placer sexual en esta relación antinatural es perfectamente posible.

¿Qué me dices?

— Cualquiera diría que tienes una vasta experiencia práctica. Es sólo una

broma, sé que no hay nada de eso, pero tu razonamiento parece tener toda
la lógica. Tengo que digerir todo lo que me has dicho. Es mucho para
tragarse de una sola vez. Pero entonces el pobre penetrado seguirá siendo

la gran víctima en todo esto.


— Discrepo, cuidado no sea el mayor beneficiado. Si tienes duda del placer

que esto puede ocasionar a la “víctima” te invito a ver películas como “El
último tango en París”, francesa, “Amantes”, española, o las cubanas
“Bocaccerías Habaneras” y “Verde, verde”. Con independencia de la

ficción, ahí se puede entender todo lo que he dicho y lo que me falta por
decir. ¿Sabes dónde se encuentra la próstata? Enfrente del recto. ¡Vaya

ubicación! Lo interesante de esta ubicación es que a ella se accede a través

del recto. Sabes que aquí se produce una de las enfermedades que con

mayor frecuencia atacan al hombre a partir de cierta edad. Cuando un


hombre acude al médico con molestias en la próstata, el primer examen que

realiza un urólogo es un tacto rectal con su dedo del medio, a través del

cual puede detectar inflamaciones o deformaciones de la próstata. El dedo

del medio del urólogo luciría insignificante ante un pene normal erecto, así

que puedes imaginar la facilidad con la que éste puede acceder a la

próstata. Te juro que yo no lo he experimentado, pero estoy absolutamente

seguro que el efecto de bomba, de compresión-descompresión del pene

erecto directamente sobre la próstata y no indirectamente a través de un


sistema de músculos y tejidos, tiene que ser mucho más efectivo e intenso y

provocar aún un placer mayor que el que se produce en el penetrador que

logró en su propia próstata el mismo efecto, pero sólo indirectamente. Saca


tus propias conclusiones. Te añado que los hombres son capaces de

eyacular gracias a la estimulación de la próstata a través de un masaje


prostático, lo cual es aprovechado en los hospitales para obtener muestras
rápidas de semen sin necesidad de estimulación sexual.

— ¡Dios mío, Andrés! ¿Qué pretendes? ¿Empujarme definitivamente hacia el


homosexualismo?

— Perdona, pero, ¿hace falta empujarte? Lo que he tratado de hacer es darte


los elementos para que puedas manejar tu homosexualidad de una manera
justa contigo mismo, que lejos de permitir que te destruya, sepas utilizarla

para vivir una vida plena como tú decidas.


— No se trata de que yo lo haya decidido así, sino que la vida me hizo así.

— Correcto, entonces se trata de vivir una vida plena con las condiciones que

ella misma te impuso.

— Ahora tengo que estar solo, pues estoy ante una gran encrucijada. Hace
unos días, en una de esas aventuras de la Universidad que conoces, tuve un

encuentro con un muchacho que disfruté mucho y con el que me parece

logré una cierta empatía que nunca esperé alcanzar en esos eventos. Me

pasó este papelito. – dijo Cristian, mientras le pasaba la nota a Andrés.

— ¿Qué vas a hacer?

— Si lo supiera, quizás no estaría aquí. Tengo que analizar bien todo lo que

sentí aquel día, todo lo que me has dicho hoy y decidir.

— No tomes ninguna decisión apresurada. Trata de obtener alguna


información. Paséate por el entorno con la misma ropa que tenías aquel día.

— Creo que es una excelente idea. Yo no le vi la cara, sólo sé que se llama

Joachim, pero recuerdo perfectamente la ropa que llevaba. Quizás a él le


pase lo mismo.

— Claro, y así quizás podrían contactar y comenzar a conocerse en otro

contexto menos comprometedor. Si no, podrías ir más temprano de lo


indicado a esa dirección y observar el ambiente, el movimiento, etc. Ten

cuidado, pero no te cierres a nada. Homosexual o no, practicante o no –


dijo Andrés esbozando una sonrisa – tú siempre serás mi hermano y sólo
quiero que puedas ser feliz.
— Dame un abrazo, lo has demostrado. Gracias por todo, no por tu

conferencia científica, sino por el excelente almuerzo.


— ¡Vete pa'l carajo. cabrón!

Andrés y Cristian estuvieron dos semanas sin verse. Andrés había ido poco

a la Universidad en ese tiempo, había estado muy ocupado con la redacción de

la primera versión de la tesis, lo cual hacía en su apartamento y preparando


una exposición que tenía que hacer en el Seminario de Investigación del

departamento.

Exactamente dos semanas después del almuerzo en casa de Andrés, se

encontraron en el comedor cuando Andrés salía y Cristian entraba, ambos

como siempre con muy poco tiempo.

Después de saludarse, Cristian le dijo a su amigo, con un semblante

diferente, radiante, satisfecho:

— Oye, tenemos mucho que hablar. No te puedes negar. Ven el domingo a


almorzar conmigo en mi apartamento.

— Perfecto, me cuadra, ya para entonces habré salido de todos los rollos que

tengo ahora.
— A las 10am a más tardar, pues no creas que vas sólo a comer. ¡Tienes que

cocinar también!
— ¡Ni hablar! Voy a esa hora, pero sólo a ver cómo te las arreglas con la
espaguetada.

— ¿Espaguetada? No mi hermano, lo mío es de mayor nivel. ¡Te voy a


preparar un arroz imperial!

— ¡Bárbaro! Me voy que llego tarde, Chao.


Cuando se habían alejado unos metros, Cristian le gritó:
— Andrés, ¿tendrías algún inconveniente en que invite también a Joachim?

— En lo absoluto. Será un placer conocerlo – respondió Andrés esbozando


una amplia sonrisa mientras se dirigía con paso ligero a la estación del tren

suburbano.

Esto fue, lo que Cristian, en nuestras múltiples conversaciones, me contó.


FIN


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