Exportando Marginalidad Consuelo Tamayo Hern Ndez La Tortajada 1867 1957

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Romance Quarterly

ISSN: 0883-1157 (Print) 1940-3216 (Online) Journal homepage: https://www.tandfonline.com/loi/vroq20

Exportando “marginalidad”: Consuelo Tamayo


Hernández, “la Tortajada” (1867–1957)

Margot Versteeg

To cite this article: Margot Versteeg (2019) Exportando “marginalidad”: Consuelo


Tamayo Hernández, “la Tortajada” (1867–1957), Romance Quarterly, 66:1, 30-42, DOI:
10.1080/08831157.2019.1565503

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ROMANCE QUARTERLY
2019, VOL. 66, NO. 1, 30–42
https://doi.org/10.1080/08831157.2019.1565503

ndez,
Exportando “marginalidad”: Consuelo Tamayo Herna
“la Tortajada” (1867–1957)
Margot Versteeg
Department of Spanish and Portuguese, University of Kansas, Lawrence, Kansas, USA

ABSTRACT KEYWORDS
Although nowadays barely remembered, the dancer and singer Consuelo Cultural transfer;
Tamayo Hernandez, “la Tortajada” (1867–1957), once was a Spanish per- international celebrity;
former of considerable talent. She was a diva skilled at self-fashioning who performance; Spanishness;
variety show and music hall
knew how to exploit her public image both on and off stage. Born in
Santa Fe (Granada, Spain), Tortajada hardly ever performed in her country
of birth. But although her presence on the Spanish stage was merely mar-
ginal, as a “Spanish dancer” she achieved celebrity status in the music halls
of Europe and the United States. Tortajada perfectly exemplifies the mobil-
ity and cultural transfer that took place between the cosmopolitan stages
at the end of the nineteenth and the beginning of the twentieth century.
This article explores how Tortajada obtained international fame and suc-
cess, not so much because of the authenticity of her performances—which
were often contaminated by the music halls where she performed—but
because of her ability to export a certain idea of Spanish “otherness” and
“marginality” by staging a series of traditional movements and dances. It is
by skillfully embodying a stereotype construction of “Spanishness” (elaps-
ing it into an Oriental fantasy) and a certain type of femininity that the art-
ist achieved international celebrity.

Si bien esta medio olvidada hoy en dıa, la bailarina y cantante Consuelo Tamayo Hernandez, “la
Tortajada” (1867–1957), fue en su tiempo una estrella con un talento impresionante para gestio-
nar y explotar su imagen p ublica. Nacida en Santa Fe (Granada), Tortajada tuvo una presencia
insignificante en los teatros de variedades espa~noles. No obstante, alcanz o el estatus de verdadera
celebridad como “bailarina espa~ nola” en los escenarios internacionales, donde exportaba cierta
nocion de marginalidad con un tipo de espectaculo etnico artificioso en el que combinaba baile
espa~ orica, y elementos que remitıan a la apropiaci
nol, cultura folkl on orientalista de la cul-
tura gitana.
En el fin de siglo, y hablando en terminos socio-econ omicos, Espa~na se encontraba en los
margenes de Europa (Dickinson 226). Refiriendonos al ambito cultural, los teatros de variedades
donde debut o Tortajada eran locales poco respetados que tuvieron fama de licenciosos (Huertas),
y el baile que se representaba allı no era considerado como un arte, sino como una forma de
entretenimiento para las clases populares. El baile gitano qued o relegado a los barrios pobres de
Sevilla y otras ciudades. Como exportaci on artıstica, sin embargo, el baile espa~
nol era muy apre-
ciado (Dickinson 225), y en los escenarios extranjeros Tortajada tuvo mucho exito con sus
espectaculos agitanados en los que primaba el andalucismo escenico. La bailarina es un caso para-
digmatico de la movilidad y transferencia cultural que se produjo por aquel entonces entre los

CONTACT Margot Versteeg versteeg@ku.edu Department of Spanish and Portuguese, University of Kansas, 2616
Wescoe Hall, 1445 Jayhawk Boulevard, Lawrence, KS 66045, USA.
ß 2019 Taylor & Francis Group, LLC
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escenarios cosmopolitas (Platt 2).1 Con sus actuaciones enfocadas a un p ublico amplio y diverso
socialmente y con sus astutas estrategias de marketing, contribuy o a la emergente cultura de
masas (Dickinson 21–24). Ademas de convertirse en una vedette del music-hall parisino de la
belle epoque, sus giras profesionales la llevaron, en el curso de su breve carrera, varias veces alre-
dedor del mundo. Actu o en los establecimientos musicales mas famosos de Inglaterra, Alemania,
Rusia y EE.UU., donde lleg o a ser una favorita del p ublico neoyorquino.
En la estela de los estudios pioneros sobre bailarinas como Carmen Dauset “Carmencita”
(Mora, Cl ua), Tortola Valencia (Garland, Clayton), Antonia Merce “La Argentina” (Bennahum) y
varias otras artistas, este artıculo se enfoca en el exito comercial internacional de “la Tortajada”,
que se debi o no tanto a su autenticidad – visto el caracter construido y poco genuino de sus
actuaciones–, sino mas bien a su talento para capitalizar sagazmente la marginalidad de la imagen
orientalista de Espa~ na en el extranjero. La artista alcanzo celebridad mundial con la construcci on
de una identidad “tıpicamente espa~ nola” basada en la marginalidad, que gestionaba de manera
muy consciente tanto en los escenarios como en la vida real. En las tablas construyo el personaje
de la estereotıpica mujer del sur seductora y pasional, mientras que fuera del escenario cultiv o la
personalidad no menos ex otica de la actriz devoradora de hombres. Al mismo tiempo, sin
embargo, Tortajada desafi o toda noci on de marginalidad al colocarse prominentemente en el cen-
tro de los mas famosos escenarios internacionales, para lo que empleaba astutas estrategias de
marketing que prestigiaban un tipo de espectaculo que en su origen era mero entretenimiento
popular. Tambien fuera de las tablas socav o su personalidad ex otica, porque siempre que le con-
vino se comport o como la tıpica peque~ na burguesa que operaba bajo la tutela de su marido.
La teatralizaci
on/falsificaci
on de la identidad espa~ nola ofrecida por Tortajada y sus colegas en
los teatros extranjeros se nutrıa de la fascinaci on que desde la epoca romantica tuvieron los paıses
del norte de Europa y los EE.UU. con las sociedades preindustriales. En la primera mitad del
siglo XIX, el imaginario romantico descubri o Espa~na, y especialmente Andalucıa, con su pasado
islamico, como un espacio incivilizado e ind omito, mas proximo a Oriente que a la modernidad
europea donde dominaba la austeridad, respetabilidad y moderaci on. Segun la fantasıa romantica,
Espa~ na era un paıs de pasi on, m usica y baile, poblado por gitanos, bandidos, toreros, contraban-
distas y, sobre todo, mujeres seductoras e insumisas, cuyo representante por antonomasia era la
gitana Carmen. Para las sociedades burguesas e industrializadas, tanto el paıs como su ıcono satis-
ficieron deseos reprimidos. Fueron considerados como un otro interior y exotico que debıa ser
consumido y, en u ltimo termino, descartado como inferior (Colmeiro 127–33).
Las bailarinas espa~nolas que desarrollaron su carrera en una industria del entretenimiento que
cruz o las fronteras nacionales se valieron astutamente de este mito patriarcal y colonial, en el que
el cuerpo femenino era el sımbolo de la naci on (Sommer). En un acto de apropiacion cultural,
reciclaron en la performance de su identidad “espa~ nola” esta ficci
on como elemento fundamental
a fin de construir un yo ilusorio, un producto consumible y comercial, pero que al mismo tiempo
les abriera camino al renombre y la independencia econ omica. Haciendo gala de una gran flexibi-
lidad estetica, la misma Tortajada alimentaba el imaginario de los espectadores extranjeros, esti-
lizandose como una criatura ex otica. Siguio el ejemplo de su colega Carolina Otero, que habıa
construido un personaje lujurioso inspirado en Carmen, y se invent o una vida “escandalosa” con
amorıos turbulentos. La vida que invento para sı era la de una diva devoradora de hombres por
cuyos camarines pasaron magnates, reyes, personajes de la aristocracia y realeza para los que
actu o en privado y que la colmaron de joyas y regalos. De este modo, Tortajada a~ nadio un toque
de sofisticacion a su personalidad artıstica e imprimi o distinci
on a su arte.
Pero para ser una celebridad, explica Richard Dyer (2004), una artista debe ser extraordinaria
y ordinaria a la vez. Tortajada, que siempre supo gestionar muy bien su imagen p ublica, combin o
sagazmente su performance de estrella ex otica –que la distinguıa del resto de las mujeres– con
otra performance en la que se present o como dedicada esposa e hija. En Espa~ na – donde, en las
palabras de Serge Sala€ un, “el diablo tiene faldas (y ademas cortas)” (32) – la moral catolica
32 M. VERSTEEG

reprob o fuertemente la exhibici on que hacıan las artistas de variedades de capitalismo, moda y
consumo. La seducci on visual que implicaba el baile y la sensualidad de los movimientos de la
bailarina constituıan una desviaci on de la normatividad social (Cruces Roldan 213). El modelo
femenino propagado seguıa siendo el del angel del hogar, concepto desarrollado en 1859 por
Marıa Pilar Sinues de Marco en su manual preceptivo del mismo nombre. Ası es como Tortajada,
ademas de perfilarse como diva, cultiv o igualmente una reputaci on “casera” altamente reconoci-
ble: una esposa fiel, casada desde los 14 a~ nos, que solo compartıa su cama con su marido, y que
recurrio con frecuencia al discurso de la domesticidad. Tal imagen compuesta y contradictoria,
que en el caso de Tortajada fue basada en la combinaci on de lo exotico, lo moderno y lo tradicio-
nal, le garantiz o a la bailarina su exito. Seg
un afirma Isabel Cl ua, si la presentacion de la artista
como un ser completamente normal “sirve para reconvertir su condici on de mujer poco conven-
cional en un aspecto atractivo a los ojos de sus admiradores,” la ficci on de un ser extraordinario
permite enfatizar “la idea de la interprete como individuo empoderado” (101). La entrevista que
Tortajada concede en 1916 a Carmen de Burgos despues de haber renegado (“temporalmente”)
del escenario por respeto a su difunta madre, para quien el escenario era la antesala del infierno,
ilustra elocuentemente que este papel domestico es otra performance mas.
El teatro ejercıa una atraccion enorme sobre miles de chicas j ovenes que vieron en el desar-
rollo de una carrera como artista una manera para escapar de una vida mon otona y deprimente.
La industrializaci on habıa generado una cultura urbana de sociabilidad y ocio donde florecıan las
salas de espectaculos. Los escenarios de variedades, por ejemplo, ofrecıan una mezcla de can-
ciones, bailes y atracciones circenses. Sobre todo allı es donde encontramos a las aspirantes de la
gloria escenica, exponentes de lo que Dyer llamarıa el star system de la belle epoque. Para tener
exito y conseguir el estatus de vedette internacional fueron imprescindibles la voluntad y la disci-
plina. Pero tambien se necesitaban estrategias publicitarias acertadas y la capacidad de gestionar
una imagen p ublica, que las mujeres del espectaculo cultivaban dentro y fuera del escenario gen-
erando rumores sobre sus vidas, al tiempo que exhibıan su cuerpo erotizado y se retrataban en
fotopostales, revistas y carteles que circularon por el mundo entero.
En el caso de Tortajada, disponemos de una profusi on de fotopostales que la artista us o para
expandir su presencia p ublica mas alla del escenario y cuya venta le habra procurado ingresos
considerables. La proyecci on de su imagen ofrecıa a la mujer de las tablas una importante oportu-
nidad para construirse como artista, porque mediante la fotografıa podıa transferir la faceta que
querıa subrayar. A Tortajada la inmortalizaron los mas prestigiosos y solicitados fot ografos del
momento como Leopold Emile  Reutlinger y Stanislaw Julian Ignacy, “Walery”. En algunas de las
mas de un centenar de postales posa vestida de torero o en trajes flamencos que luego se colorea-
ban con llamativos colores. En varias imagenes llama la atenci on la exhibicion femenina como
objeto de consumo: se destacan los atributos corporales de la artista y la retratan en posturas que
muestran su anatomıa. En estas postales se dirige la atenci on a su espalda desnuda, sus pies o su
busto, como es el caso de un retrato en donde es fotografiada con una guitarra que esconde su
cintura afinada, pero que hace destacar su pecho (Figuras 1 y 2). Otras fotos, sin embargo, son
muestras de modernidad, por ejemplo, cuando Tortajada mira directa y desafiantemente a la
camara, fuma, o es retratada con su autom ovil, enfatizando su movilidad como artista. Las
imagenes de Tortajada tuvieron la misma circulaci on internacional que la artista. Ademas de en
fotopostales tambien apareci o en las portadas de peri odicos y revistas, las cuales subrayan la con-
exion entre el mundo del espectaculo y el capitalismo de mercado (Woods Peir o 87).
Como es de esperar de una artista que hizo de la ficci on su propia vida como si fuera una her-
oına literaria, los a~
nos juveniles de Tortajada no dejan de generar algunos interrogantes. En su
afan de presentarse – en la estela de la legendaria Carmen– como una “hija de Andalucıa,”
Consuelo Tamayo Hernandez pretende haber nacido en Santa Fe (Granada), aunque no es del
todo imposible que fuera una fabricaci on mas de su identidad. Manuel Anguita apunta la posibili-
dad de que hubiera nacido en Madrid o Valladolid, aunque la ausencia de los documentos de
ROMANCE QUARTERLY 33

Figura 1. Postal de Tortajada de perfil vestida para los escenarios.

archivo nos impide dar por concluyente esta afirmaci on. Y por supuesto, la propia artista no tenia
ningun interes en que se le conociera un lugar de nacimiento fuera de Andalucıa. Sabemos que
Consuelo Tamayo Hernandez se cas o a la edad de 14 a~ nos con Ram on Tortajada, un “m usico de
pocas partituras y mucha fantasıa,” cuyo nombre verdadero fue Rafael Tortab us Borras (Anguita).
Tortajada fue el director del coro del colegio de monjas barcelones en el que habıan internado a
Consuelo despues de quedarse huerfana de padre. Tortajada le dio a Consuelo su nombre artı-
stico y – segun las anecdotas– fue quien alent o a su esposa a estudiar para obtener alguna for-
macion profesional antes de pasar al escenario, algo que harıa contra la voluntad de su madre,
que se opuso a esta actividad poco decente. La joven Consuelo tom o clases de canto con el maes-
tro Serra en Barcelona y clases de baile con el maestro Arriaza en Sevilla. No queda muy claro si
la relaci
on entre Consuelo Tamayo y Ram on Tortajada, que funcion o tambien como su agente,
era la de esposa y su esposo o mas bien la de una artista y su empresario. No tuvieron hijos. Lo
que sı consta es que la artista se escondıa a su conveniencia tras la imagen de decencia y domesti-
cidad que le brindo el matrimonio.
Tortajada apenas actu o en Espa~ na, quizas por pudor a ser tachada de frıvola, por miedo a que
su espectaculo fuera considerado poco autentico, o simplemente debido a la oposici on de su
34 M. VERSTEEG

Figura 2. Postal de Tortajada con guitarra.

familia.2 No obstante, lleg


o a ser una estrella internacional. La aspirante a divette se estableci
o en
Parıs despues de unas pocas actuaciones en Barcelona con el Trıo Tortajada, que habıa formado
con una hermana de Ram on, y en Madrid, donde interpret o el solo de soprano del juguete
omico-lırico Ni~
c na Pancha. En 1882 hizo su debut parisino en el Empire vestida con un corse
con pieles y plumas extravagantes. Actu o tambien en el Olympia, donde tuvo un papel en la
opereta Miss Bouton d’Or, una pieza de dos actos y siete cuadros compuesta ex profeso por su
marido. En esta actuacion, el p
ublico se puso en pie para ovacionarla (Granada Hoy, 15 de marzo
2009). Poco tiempo despues, fue contratada por el empresario catalan Josep Oller i Roca, el
ROMANCE QUARTERLY 35

fundador del famoso cabaret “Moulin Rouge” y propietario de varios otros establecimientos pari-
sinos. En el Parıs finisecular, donde hubo una explosi on de actuaciones de artistas internacionales,
resurgio la fascinacion por la imagen orientalista de Espa~ na de mediados del siglo XIX, y las arti-
stas espa~nolas tuvieron gran impacto. Tortajada se aprovech o de esta fijaci
on con Espa~ na para
convertirse (al igual que Carolina Otero) en una celebre figura del music-hall. Los espectaculos
parisinos de variedades ya habıan perdido el estatus de entretenimiento de las clases populares e
iban dirigidos un p ublico mas amplio y diversificado socialmente. Los music-halls tuvieron
tambien el dinero, la ambicion artıstica y la visibilidad p
ublica para atraer a los mejores creadores
y artistas de la epoca (Gutsche-Miller 1). De la celebridad de Tortajada constan los dos carteles
que el pintor frances Alfred Choubrac pinto de la artista para promocionar su actuaci on en los
Folies-Bergeres (1885, 1890), el music-hall mas famoso de Parıs.
Ruben Darıo, quien en 1903 hizo un viaje por Espa~ na, comenta en su Tierras solares (1904)
este auge de la exportaci on de los bailes al extranjero, que contrasta con las malas condiciones en
las que se encontraba el baile espa~ nol en el territorio nacional:
El baile espa~nol se ha hecho un n umero preciso en todo programa de cafe-concert o music-hall que se
respeta, y hay paıses en donde es singularmente gustado, como en Rusia o en Estados Unidos [ … ] Ası,
toda joven que aprende a bailar, sue~ na, si es bella, con la felicidad que existe en el extranjero, con las
contratas en grandes ciudades en que hay gloria y amor rico, en las victorias de las Carmencitas, Oteros,
Guerreros y Chavitas que van conquistando el mundo a son de sevillana, jota, vito, seguidilla o tango.
Entretanto se van cerrando los cafes tıpicos de cante, aun en esta misma Andalucıa de las guitarras, coplas y
claveles. (49–52)

John Ernest Crawford Flitch, autor del libro Modern Dancers and Dancing (1912), confirma
que resulta cada vez mas difıcil ver el verdadero baile espa~ nol. Observa que solo en sitios margin-
ales tales como los peque~ nos cafe teatros en los barrios pobres de Sevilla y Barcelona se pueden
ver artistas que bailan con una brillantez, abandono y con una excelencia tecnica sin rival en los
teatros de mayor envergadura. En los cosmopolitas music-halls, que tambien en Espa~ na se van
construyendo para convencer al resto del mundo de que el paıs es capaz de mantenerse a la van-
guardia del progreso, el baile espa~ nol pierde su autenticidad (198). Victoria Cavia Naya atribuye
el exito parisino de las bailarinas espa~ nolas finiseculares al hecho de que la gran mayorıa poseıa –
como Tortajada – una formaci on profesional bastante rudimentaria e insuficiente para una car-
rera como bailarina en Espa~ na.3 Tambien fueron de gran importancia las oportunidades que les
ofrecieron las popularısimas variedades de la capital francesa para debutar en solitario, y el entu-
siasmo del p ublico que, menos experto en la materia, se contentaba con el tipismo y las formas
mas superficiales del baile espa~ nol, ejecutado con una tecnica poco cuidadosa y con muchas licen-
cias a la espectacularidad (46, 50). Afirma Jose Marıa Salavarrıa que el p ublico parisino aceptaba
de buen grado el “bailar una de esas flamenquerıas que se urden en Madrid a base de marcha
toreril y de piruetas imbeciles con mucho <ole! y mucho brazo en jarras” (en Cavia Naya 47). En
su paıs nativo, sin embargo, hasta las mejores bailarinas espa~ nolas eran consideradas con algo de
menosprecio, sin importar que hubieran sido admiradas y homenajeadas en el mundo entero
(Ellis 170).
Desde Parıs, las estrellas de variedades solıan desplazarse al resto de Europa y a Estados
Unidos reclutadas por empresarios que visitaban la capital francesa en busca de nuevas figuras
(Cavia Naya 60).4 Ası es que en 1893 Tortajada debut o en Inglaterra, creando “a vogue for
Spanish dancing” (Fitzroy Gardner en Murray 134). Bail o y canto durante muchos meses en el
Alhambra Theatre, en la Leicester Square de Londres, el cual a finales de siglo se habıa convertido
en la ambici on de las estrellas del mundo entero. Allı fue comparada con otra famosısima artista
espa~ nola de music-hall, Carolina Otero. Si bien el renombre de la Bella Otero – como artista y
como “grande horizontale,” que acumulaba joyas y amantes– sobrepas o de lejos el de Tortajada
(quien se esforz o mucho para lograrlo), la comparaci on no result
o del todo desfavorable para esta
ltima en cuanto a la gestaci
u on de su persona p ublica. Maurice Willson Disher elogiaba que la
36 M. VERSTEEG

bailarina, a diferencia de Otero, restringiera sus actuaciones s olo al escenario y a un ası cosechaba
triunfos donde fuese que se presentase (97).
El control de su imagen p ublica le proporcion o los reditos deseados. En febrero de 1898 la
Atchison Daily Globe ya la anuncia como el “ıdolo londinense” que visitarıa EE.UU. en el oto~ no
del mismo a~ no (11 de febrero de 1898). Seg un el artıculo, el exito de Tortajada en la capital
inglesa habıa sido tal que los empresarios estadounidenses hicieron todo lo posible por contra-
tarla. La anunciada visita a EE.UU. no fue, sin embargo, la primera vez que la bailarina visit o el
nuevo continente. Un rapido rastreo de los periodicos estadounidenses de la epoca (que dista
mucho de ser completo) nos muestra que ya en 1893 Tortajada actu o en el recien estrenado
music-hall de Koster & Bial, en Broadway y 34th Street. En el mismo a~ no visit
o el World Fair de
Chicago. Tambien estuvo en Nueva York en 1894, donde bail o en el Eden Musee y el Madison
Square Roof Garden. En 1895 regreso a Nueva York y Chicago. En el National Police Gazette (21
octubre 1899) se anunci o la vuelta de la bailarina que habıa sido una sensaci on en el Eden
Musee. Seg un el New York Times (10 septiembre 1901), Tortajada se habıa embarcado en
Southampton para estrenar la obra Around Town en la Metropolitan Opera House. Alfred
Aarons, el empresario de la compa~ nıa, la habıa contratado en Londres. La obra, sin embargo, no
tuvo exito y la bailarina, que habıa recibido un avance de 250 d olares, se qued o sin contrato
debido a la quiebra del empresario (New York Times, 29 septiembre 1901), lo que se~ nala tambien
el riesgo financiero que corrıan las artistas en sus giras. En enero de 1902, Tortajada bail o en The
Bijou en Washington, el siguiente mes fue contratada en Minneapolis, y en julio de 1902 estuvo
de vuelta en Nueva York para bailar en Cherry Blossom Grove. Otras giras estadounidenses
tuvieron lugar en 1910–11 (con actuaciones en San Francisco, Los Angeles  y el Wintergarten de
Nueva York) y en 1913 (con una performance en el nuevo music-hall de Lew Field en 44th
Street). Entre las dos giras estadounidenses, Tortajada hizo una tournee por America del Sur y

por Africa (Transvaal).
La bailarina fue toda una referencia cultural. Entre los artistas que la inmortalizaron estan el
austriaco Clemens von Pausinger, quien la retrat o para la exposici on vienesa de 1896. Ademas,
poetas como Francis Macnamara cantaron su belleza, fue mencionada en textos literarios y obras
de teatro, y su efigie apareci o en la portada de revistas internacionales como The Ilustrated
Sporting and Dramatic News.
Consuelo Tortajada ascendi o a los escenarios internacionales como “bailarina espa~ nola”. Tener
exito como bailarina espa~ nola significaba que la artista adoptase ciertos gestos y poses; se trataba
de movimientos de origen helenico, pero tambien oriental (Crawford Flitch 195), ya que se solıa
considerar Espa~ na no solo en los margenes de Europa en terminos socio-econ omicos y culturales,
sino tambien como una especie de Oriente dentro del mundo occidental (Colmeiro 129). Es signi-
ficativo que Arthur Symons, autor de “Dancing as Soul Expression” (1921), haya calificado a
Espa~ na como el paıs europeo menos arruinado por la civilizaci on. Muchas de las bailarinas espa-
~olas que desarrollaron su carrera fuera de su patria recurrieron a la imaginerıa mas ex
n otica y
tıpica de lo espa~nol. En los escenarios internacionales representaron espectaculos agitanados en

los que prevalecıa lo que Alvaro Retana llamarıa la dictadura del andalucismo escenico (337).
Emulando el paradigma de Carmen – muy popular despues del estreno, en 1875, de la ep onima

opera de Bizet, que fue ampliamente representada en el extranjero en las decadas siguientes –,
proveıan al mismo tiempo una imagen corporal y una experiencia somatica de su espa~ nolidad
(Clayton 30). Dieron una performance de la espa~ nola pasional con danzas espa~ nolas flamencas o
aflamencadas (fandangos, boleros, seguidillas), que representaron vestidas de gitana o torero y
adoptando sinuosos movimientos y contorsiones en los que destacaba la lascivia y el frenesı.
Tambien prolongaron esta performance mas alla de las tablas, presentandose como la exotica
mujer del sur, un estereotipo que se situaba en el territorio confuso entre lo andaluz y lo oriental,
que el imaginario europeo disponible en ese momento tendıa a confundir.5
ROMANCE QUARTERLY 37

En definitiva se trataba de que la bailarina compartiera con la audiencia la ilusion de su etnici-


dad espa~ o perfectamente: “Canto y bailo tambien, por ahı. Si no hace
nola, y Tortajada lo entendi
una un poquito de meneo, se creen que no es espa~ nola” (en Burgos 28, cursiva en el original). Al
igual que Carmen Dauset “Carmencita”, su predecesora en los escenarios estadounidenses, que se
anunciaba como “la perla de Sevilla,” Tortajada proclam o su descendencia granadina. Andalucıa
siempre surgıa de alguna manera en las biografıas de las artistas con el objeto de justificar su con-
ocimiento del flamenco que se vincula con el origen gitano (Cavia Naya 59). En las primeras
decadas del siglo XX, era com un establecer una relacion entre las cualidades esteticas del baile y
la etnicidad de la artista (Dickinson 120). Tortajada sac o el maximo rendimiento de su “belleza
andaluza y oriental,” de sus “ojos grandes y negros y gitanos,” y enfatiz o repetidamente su
devoci on a Andalucıa y Granada, esta antigua fortaleza de los moros, para perfilarse como una
representante del legendario paıs de Carmen que pretendıa llenar sus soleares del calor y color
del sol de la Espa~ na meridional (Crawford Flitch 197). “Tortajada, the beautiful and emphatic
Spanish dancer, will show us her famous Alhambra dances one more,” leemos en el National
Police Gazette (21 octubre 1899). Sacando partido de la fascinaci on con el harem oriental
(Colmeiro 136), el Wintergarten en Nueva York anunci o en 1911 la actuaci on de “Tortajada and
Her Sixteen Moorish Dancing Girls.” Bailando con movimientos al mismo tiempo lentos y verti-
ginosos (Moeller-Bruck 178), Tortajada convenci o a su publico de que era una digna represen-
tante de su patria. Es por algo que la capci on de una pintura de Adolf M€ unzer, que aparecio en
los Kunstbl€atter der M€ unchner Jugend y retrata a cinco mujeres moviendose apasionadamente,
reza “Im Lande der Tortajada” (en el paıs de Tortajada) (228).
Si consideramos que el baile como performance es siempre efımero, para formarnos una idea
del arte de Tortajada nos debemos contentar con los detalles que proveen algunas rese~ nas y
artıculos. Muchos de estos textos enfatizan la hermosura, las gracias corporales y el garbo de la
artista; otros se enfocan en su espa~ nolidad. Pocos crıticos son tan rotundos en sus elogios como
el rese~nista de Los Angeles Herald, que despues de alabar la epatante presencia corporal de
Tortajada proclama sin reservas: “Of all the Spanish dancers America has ever seen she is far and
away the best” (19 diciembre 1901). Igualmente entusiasta es el periodista de The Times cuando
comenta la actuaci on de la artista en The Bijou (Washington): “she displays an extraordinary
degree of vivacity in all that she does; her dances are truly the very poetry of motion and a more
finished or artistic disciple of Terpsichore is rarely beheld than this beautiful, fascinating, volatile
Spanish woman with her wonderful magnetism” (26 enero 1902). El Independence Daily Reporter,
que alaba a Tortajada como “fiery castillian [<sic!] dancer,” que tiene “magic in her feet,” comenta
que sus capacidades para la danza (fandangos y habaneros) son innatas y que en su baile muestra
vigor, fuego y actividad (7 septiembre 1894). En las primeras decadas del siglo la crıtica solıa
enfatizar la espontaneidad y los sentimientos de la bailarina, su capacidad de perderse en el baile,
y no tanto el intenso entrenamiento fısico (Dickinson 123). El rese~ nista del Atchison Daily Globe
elogia la manera en la que Tortajada acompa~ na su canto y baile con expresivos movimientos de
su falda (como muestra tambien la ilustraci on que acompa~ na al artıculo, en la que vemos a la
artista con una falda corta en movimiento). Por su parte, Arthur Symons atribuye a Tortajada la
introducci on del fandango en los escenarios internacionales y alaba sobre todo los movimientos
de los dedos y los pies de la artista (Symons). “She is the real thing among Spanish dancers and
can make more noise while doing her turns than any half dozen artists in the business,” escribe
el periodista del National Police Gazette (21 octubre 1899).
Si bien Tortajada tenıa una relaci on bastante complicada con su patria (donde actu o casi
nunca), no tuvo reparos en cantar un cuple cuya letra la calific o de “apasionadamente patri otica”:
“Patria mıa! Io [sic] te adoro,/Y no te olvido un instante!” (Royall Tyler 23). Como embajadora
de Espa~ na que represent o a su paıs en los escenarios internacionales, Tortajada pretendıa salva-
guardar las tradiciones de su patria y exportar la danza espa~ nola por el mundo entero, y tuvo
exito. El crıtico del New York Times alab o su excelente actuacion como Carmen, sustituyendo a
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otra artista enferma (28 octubre 1913). Y Janie Villiers-Wardell, autora del libro Spain of the
Spanish (1915) resume: “In the person of Tortajada the traditions of Spain are safe. She is a
daughter of Andalusia, from the tip of her stately head to the point of her dainty little feet. Full
of sparkling life and subtle charm: natural and yet exotic as a gorgeous bird of paradise!” (132,
cursiva en el original).
Hubo tambien crıticos menos favorables, que como Arthur Symons subrayaron su falta de
capacidades vocales (Symons). J.M.B. escribi o en la publicacion inglesa The Sphere (18 mayo
1902): “La belle Tortajada is instinctively an actress, but personally I prefer her acting to be con-
fined to the expressive pantomime of the dance, for so few dancers are singers in any true sense
of the word.” Y Alma Mahler, que en 1899 vio cantar a Tortajada en el Prater vienes confeso a
su diario que el baile de Tortajada era locamente apasionado, pero su canto atrozmente vulgar
(Diaries 142). Otros notaron en el estilo de baile la contaminaci on del music-hall (Crawford
Flitch 197), que adulteraba sus movimientos por tratarse de hibridaciones entre lo clasico, el bol-
ero (mas puro, tecnico), y lo regional, el flamenco (racializado y pasional). Esta influencia del
music-hall se nota tambien en su eclectico vestuario que consistıa en trajes espa~ noles convencio-
nales, pero no autenticos y con muchas concesiones a la moda (los zapatos) y al erotismo (faldas
cortas en una epoca en que los hombres se volvıan locos con la simple vista de una pierna o pan-
torrilla). En la indumentaria escenica de Tortajada alternaban la bata de percal y el pa~ nuelo de
Manila atado al talle (con peineta y abanico), los trajes goyescos (a los que la artista sumaba el
sombrero cordobes), el atuendo de torero (muy ajustado), y los vestidos suntuosamente bordados
de la danzarina ex otica de la belle epoque, coloridos y adornados con volantes, encajes y una
abundancia de joyas (Cavia Naya 50, 58).
Los music-halls ofrecıan al p ublico un espectaculo fragmentario y diverso, un desfile hetero-
geneo de numeros (con cantantes, animales, artistas circenses y breves pelıculas). Pero en su pro-
pio n umero la artista solıa actuar en solitario y representar un mini-acto teatral condensado que
iba acompa~ nado de una peque~ na orquesta situada en el escenario, de modo que tenıa amplia
oportunidad para mostrar su versatilidad. Tortajada tuvo mucho exito con lo que la misma artista
llam o “un genero muy nuevo,” refiriendose a El contrabandista, escrito por su marido, una espe-
cie de opera en la que la artista era la u
nica interprete y desempe~naba hasta seis papeles distintos:
una muchacha de pueblo, un torero, la mujer desde~ nada del torero … (Burgos 29). Esta obra,
ademas de mostrar la versatilidad interpretativa de la artista, correspondio perfectamente a la exi-
gencia de poblar los escenarios extranjeros de un universo pasional “espa~ nol” y orientalista, habi-
tado de gitanos, toreros y mujeres peligrosas y fatales que rechazaron con orgullo cualquier
convencionalismo. Seg un el crıtico de The Sphere, El contrabandista es “a tragic little story told
with the intensity of the south” (18 mayo 1902). Gracias al rico vestuario de la artista que cam-
biaba con frecuencia, este tipo de programas ejercıan un gran atractivo escenico, a pesar de la

simplicidad de los elementos escenograficos. En 1910 el crıtico de Los Angeles Herald enfatiza
especıficamente que las actuaciones de excelentes artistas como Tortajada ofrecen “an example of
the art of vaudeville at its top notch in Andalusia” y se benefician de ser importadas “as they
stand” con un escenario que, contrario a los elaborados escenarios estadounidenses, era un mero
esbozo (17 noviembre 1910). Ademas, es obvio que con este enfasis en la tecnica representativa,
la artista nos muestra exactamente que los personajes de la obra no son nada mas que estereoti-
pos que ella misma encarna. De esta manera, Tortajada desafıa, conscientemente o no, la propia
ideologıa orientalizadora de la que se aprovecha tan exitosamente en sus espectaculos.
Para anunciar a Tortajada, y educar al p ublico sobre su espectaculo, la prensa solıa ventilar
rumores que ella misma generaba como evidente correlato de su originalidad artıstica. En la
estrategia de presentar a la estrella, sobre todo el escandalo es explotado obsesivamente en los
relatos sobre su vida privada. En 1901, Los Angeles Herald comenta la llegada de Tortajada en un
artıculo sensacional: “‘Lady of the Duels’ Prefers Jewels and Has a Wonderful Collection—She
Forgets the Former but Prizes the Gems” (19 diciembre 1901), que sera literalmente copiado por
ROMANCE QUARTERLY 39

la Star Tribune de Minneapolis con la leyenda: “Dancing girl who caused more duels than any
other woman in Spain is here” (23 febrero 1902). El periodista insiste en la popularidad de la arti-
sta espa~nola que hizo enloquecer a los hombres y se explaya en dar ejemplos de los que se han
batido en duelo por Tortajada: en San Petersburgo un prıncipe ruso luch o y sangro por ella; en
Viena unos oficiales austrıacos se acribillaron a balazos, en Hamburgo un estudiante intent o sui-
cidarse; en Napoles unos nobles italianos se retaron a un duelo y en Parıs la diva es el origen de
duelos frecuentes en el Bois de Boulogne. Y todos estos rumores fueron aparentemente
“confirmados” como autenticos por la propia Tortajada (23 febrero 1902). La chismografıa genero
tambien los nombres de los adoradores de Tortajada, muchos de ellos miembros de la aristocracia
y realeza. Fue condecorada por el Kaiser Guillermo de Alemania y por el Zar Nicolas de Rusia y
recibida por el Papa Pio X en audiencia privada. La proyecci on publicitaria de la Tortajada ori-
gino toda suerte de leyendas, cada cual mas extraordinaria. En el Transvaal, donde fue recibida
con un homenaje en el que tomaron parte tres mil zul us, uno de los prıncipes termino llaman-
dose el Prıncipe Tortajada, mientras que en un hotel de Nueva York un enamorado intent o mata-
rla (Villiers-Wardell 131–32; Burgos 31–32). De gran impacto mediatico fue tambien el anuncio
de su falsa muerte en Hamburgo, cuando la confundieron con otra artista espa~ nola (Burgos 34).
Esta noticia (falsa) “inspir
o” en 1907 a Luis Bonafoux a escribir un obituario en el que elogi o la
guapura de Tortajada, pero critic o su estilo de baile (“como una burguesa”) (43).
A la misma conclusi on llega Lucien Puech cuando en 1896 publica en la revista francesa Gil
Blas (16 marzo 1896) una entrevista con Tortajada en la que la trata, con bastante cinismo, como
una peque~ na burguesa. La entrevista tiene lugar en el salon de la artista que se ha establecido en
un peque~ no hotel en el Boulevard de Strassbourg en Parıs. Son las 2 de la tarde y la artista no se
ha levantado todavıa. Cuando, finalmente, aparece en un peignoir que dibuja imperfectamente sus
formas opulentas. Puech comenta que Tortajada da todos sus ingresos a su marido, que es
tambien su empresario y “no le roba”. Pero poco mas tarde el articulista matiza esta observaci on
al afirmar que la artista no conoce Parıs, pero sı sus grandes almacenes, donde compra insumos
para sus giras a Londres y Nueva York. Ademas de su pasi on por la ropa, Puech destaca otra
pasion “tıpicamente espa~nola” de Tortajada: la de entrar en las iglesias (incluso si debido a eso
llega tarde a su trabajo en las Folies-Bergeres). Y el articulista concluye que la atractiva espa~ nola
con su acento interesante, una vez fuera del escenario, no es sino una peque~ na burguesa.
Enfatizando acertadamente las tensiones entre los diferentes aspectos performativos de la celebri-
dad de Tortajada, tales como el choque entre la esposa docil y aburguesada y la artista lujuriosa y
profesional, Puech termina con las palabras del propietario del alojamiento que fue a ver a la arti-
sta al teatro y al encontrarse con ella en su hotel exclama: “Comment, madame, c’est vous, si
tranquille … qui, sur la scene, ole! … et puis vos jambes! Oh! Madame!” (Gil Blas, 16
marzo 1896).
La carrera de Tortajada termina en 1911 cuando cumple, como hija obediente, con la u ltima
voluntad de su madre que le habıa pedido que se bajara de las tablas. Llamandose “Do~ na
Consuelo,” se instala ahora con su marido en un suntuoso palacete granadino, que algunos a~ nos
antes habıan comprado y restaurado a fondo. Allı es donde concede una entrevista a Carmen de
Burgos, que esta public o en la seccion “Bailarinas espa~ nolas” de sus Confesiones de artistas
(1916). Con su habitual perspicacia, Burgos retrata a Tortajada como ıcono de contradicciones,
cuyo retiro de las tablas y consecuente domesticidad no es menos performance que sus actua-
ciones en los escenarios que le permitieron a la artista alcanzar la gloria y la opulencia.
Burgos empieza su entrevista estableciendo una sutil conexi on entre la lujosa morada de la bai-
larina y su personalidad. El hogar de la diva es como una exhibici on de la sensibilidad artıstica
de esta “mujer hermosısima” (27), “que posee toda la gracia castiza y fina de las mujeres de
Granada” y “que ha conservado una ondulacion, una arrogancia, un ritmo de gracia gitana, de la
serranıa y del Albaicın” (35). Si bien Burgos fusiona lo andaluz y lo gitano, la insistencia de la
autora en la fachada del “palacio arabe” (26), “una reproducci on del palacio de Alhamar” (27), el
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excesivo decorado del caser on, sus jardines construidos en el primer piso y su olor a “esencias
orientales” (26) sugieren que se trata de un decorado teatral construido a prop osito por la artista
cuyo orientalismo es, por lo menos en parte, ornamental.6 Este ambito domestico, este espacio
privado, se ha convertido en una suerte de escenario p ublico en el que Tortajada y su marido
desempe~ nan sus papeles, ella como “Do~ na Consuelo,” una se~ nora burguesa y devota, y su marido
como “perfecto gentleman” (27). En la descripcion de Carmen de Burgos notamos que “Do~ na
Consuelo” se ha estilizado como la mujer espa~ nola por antonomasia; la escritora la retrata como
“alta, muy alta, con un cuerpo esbelto, admirablemente formado, con esa lınea tan arm onica, tan
bizarra, tan musical” (27). La escritora describe su airoso cuello y los largos pendientes de aza-
bache que caen a sus lados, ası como “el cabello levantado, bajo la negra peineta de media teja
[que] tiene algo que la enjoya y recuerda su clasico pa~ nol
on de Manila” (27). Enfatiza tambien el
catolicismo de Tortajada, que solıa ir a misa en un land o tirado por los potros mas impresio-
nantes de Granada y que en la entrevista se autocalifica de “muy creyente” (33). Pero la escritora
explica al mismo tiempo que el oratorio que la ex-artista tiene en su casa es un elemento teatral,
decorativo: “una lujosa capillita exotica en aquel palacio arabe, inundado de perfumes mundanos”
(33). Carmen de Burgos no se deja enga~ nar: describe a Tortajada como una mujer cosmopolita
(distinguida, elegante, instruida, educada, acostumbrada a los viajes) “que ha conquistado una for-
tuna” (35) en el escenario, como muestran sus recuerdos de su vida de artista y su gran colecci on
de alhajas: “ense~na sus joyas como juguetes, sin prestarles atencion” (35). Burgos enfatiza tambien
la modernidad/movilidad de la artista se~ nalando su aficion por “los sports de todas las clases, en
especial los caballos y los autom oviles” (34).
Tortajada, por su parte, se aprovecha de la entrevista con Carmen de Burgos para ofrecer un
relato de su propia vida, haciendo amplio uso de tecnicas de autopromoci on y de sus dotes para
construir su perfil mediatico. Si bien enfatiza la importancia de su matrimonio, y la suerte que ha
tenido de que su marido, tambien artista, la haya alentado e impulsado en el camino del arte,
“como buen compa~ nero” (28), no esquiva la pregunta de Burgos debido a sus numerosos adora-
dores, muchos de ellos – como ya hemos visto – pertenecientes a la aristocracia y la realeza,
quienes dieron sofisticaci on a su star persona y prestigio a su trabajo. Burgos concluye: “Un alma
compleja, ansiosa, insaciable, La Tortajada es la mujer tipo de la mujer espa~ nola” (36, cursiva en
el original).
Si bien Tortajada pretendio que su separaci on del escenario fuera temporal solamente, nunca
volvio a las tablas.7 En Granada sigui o siendo una celebridad. Se comport o como una reina des-
plazandose en su Talbot. Tenıa mucho dinero y fincas, en las cuales daba grandes fiestas. Su mar-
ido mont o un negocio de lıneas de autobuses, actu o como director en la Escuela Municipal de
M usica y participo en la tertulia del Rinconcillo donde coincidi o, entre otros con Garcıa Lorca.
Ese mismo marido, ese “perfecto gentleman” (Burgos 27), al final result o menos respetable de lo
que parecıa, ya que mientras “Do~ na Consuela” estaba en Madrid arreglando algunos asuntos, el
se fugo con la cocinera, llevandose buena parte de la fortuna de su esposa (Anguita). Su felicidad
matrimonial (“ella y su marido son felices como tortolitos” escribi o Mrs. Villiers-Wardell en
1909), no era aparentemente tan perfecta. Los u ltimos a~nos de la Tortajada se emborronan en el
misterio. Seg un los rumores se encaprich o de un hombre mucho mas joven, hijo de una respet-
able familia de la capital con el que salio por la calle, ya muy mayor, horriblemente pintorreada y
apoyandose en un bast on (Anguita). El gigol o se encarg o de dilapidar los u ltimos recursos
econ omicos que le quedaban y la dej o en la ruina. Tortajada murio en 1957 entre sus estanterıas
repletas de recuerdos, fotos, recortes de prensa y condecoraciones y fue sepultada en el pante on
de su familia.
Consuelo Tortajada perteneci o a toda una serie de artistas m oviles, ıconos viajeros que en las
primeras decadas del siglo XX se desplazaron por los circuitos de la modernidad, encargandose
de una transferencia cultural mas alla de las fronteras nacionales. Al exportar una supuesta identi-
dad “marginal” espa~ nola encarnada en sus bailes, que se inspiraba en la romantica mirada foranea
ROMANCE QUARTERLY 41

orientalizadora, Tortajada y las demas bailarinas espa~ nolas de su promoci on exploraron las posi-
bilidades para obtener reconocimiento p ublico y fama internacional con unos espectaculos que a
veces incluso cuestionaron la misma ideologıa de la que se aprovecharon las artistas.
Efectivamente, la carrera de Tortajada ilustra muy bien varios de los que Edward Ross Dickinson
llama los aspectos en sı mismos contradictorios del baile de los primeras decadas del siglo (18).
Es cierto que la artista cultivo una etnicidad poco autentica y confirm o ciertos estereotipos, pero
hemos visto que al mismo tiempo desafi o otros. Si bien represent
o en el escenario a la insumisa y
ex otica espa~
nola apasionada, ese cuerpo de la naci on que debıa ser conquistado, fue en realidad
ella la que dio la batalla en nuevos mercados. A pesar de que pretendi o ser una esposa angelical,
serıa mas acertado calificarla de mujer profesional y ambiciosa. Sus motivaciones eran modernas
y sus aspiraciones innovadoras. Al igual que las demas bailarinas de la epoca como Carmen
Dauset “Carmencita,” Carolina Otero, T ortola Valencia, Antonia Merce “La Argentina,” sin olvi-
dar a las estadounidenses Loie Fuller e Isadora Duncan, hizo una aportaci on considerable a la
popularizaci on y renovacion del baile contemporaneo, que consigui o transformar de un mero
entretenimiento marginal a un espectaculo artıstico nuevo y excitante, provisto de la distinci on
necesaria para atraer a un p ublico amplio y diversificado socialmente. Ası pues, ella y sus colegas
allanaron el camino para que en los a~ nos veinte del siglo pasado el baile se pudiera establecer
como una forma artıstica reconocida, dotada de las caracterısticas que consideramos hoy como
tıpicamente “modernas” tales como la ausencia de una lınea narrativa, decorados, y hasta m usica.

Notas
1. “Paris, Vienna, Budapest, Berlin and New York were, together with London, part of a transnational
network through which plays, music, dances and performances were endlessly exchanged” (Platt 2).
2. El 17 de febrero actuo en el teatro Cervantes de Granada, donde tomo parte en una funcion a beneficio
de la Asociaci on de Caridad granadina y de los pobres de Santa Fe (Nuevo Mundo, 3 de enero 1906).
3. Como explica Serge Sala€ un, por aquel entonces Espa~ na no se habıa dotado de estructuras e instituciones
capaces de formar dignamente a los profesionales de la escena: conservatorios y escuelas nacionales de
canto o de baile eran inexistentes o arcaicas, y los metodos utilizados eran de un convencionalismo
rancio. La gran mayorıa de las actrices y de las cantantes aprendieron directamente en el escenario (28).
4. La contrataci on de artistas extranjeras se beneficio de la mayor frecuencia y la reduccion de los viajes
trasatlanticos y de las mejoras en la red de ferrocarriles, que facilitaron el desplazamiento. En los centros
cosmopolitas, la industrializacion y la acumulacion de capital gener o un mercado de entretenimiento,
gracias al cual los miembros de la burguesıa podıan satisfacer sus deseos de diversi on nocturna. Ademas,
los avances tecnol ogicos en el campo de la comunicaci on permitieron planificar mejor las giras de las
artistas, cuyas actuaciones se podıan anunciar mediante nuevas estrategias publicitarias (Mora 2).
5. En cuanto a la autenticidad de las actuaciones de las artistas espa~ nolas, la misma Carmencita afirma
haber inventado algunos de sus bailes y aderezados otros que pertenecen a la escuela espa~ nola con
movimientos y gestos de su propia cosecha (Mora).
6. En los espectaculos de variedades, no era inusual el palacio moro como decorado.
7. Aquı hay algunas incognitas, porque al estallar la primera Guerra mundial, Tortajada y su marido se
encuentran en Berlın.

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