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| AWWAV Revista de Filosofia | Namero 5 - 1992 \ FILOSOFIA Y LITERATURA UNIVERSIDAD DE MURCIA * DEPARTAMENTO DE FILOSOFIA Y LOGICA EL autor, la ficci6n, la verdad ANTONIO CAMPILLO RESUMEN A partir de los trabajos de M, Foucault y J. Derrida, la nocién de autor ¢s anali- zada como nudo de interseceiGn entre la evida» y la «obra», entre Ia existenciay ia ‘eseritura, entre el cuerpo viviente y el corpus textual, pero también como borde 0 bisagra entre los discursos de verdad y los discursos de ficcién, entre la voluntad de veridiccién y la voluntad de simulacién. Para repensar las comple relactones entre la filosofiay Ja literatura oceidentales, este texto propone un andliss hist6rico de Ta insttucién del autor, pero también una nueva experiencia ética y estética de la es- cerita, RESUME A partir des travaux de M, Foucault et J. Derrida, la notion d’auteur est analy- sée comme noeud d’intersection entre la «vie et I'soeuvre>, entre l'existence et Vécriture, entre le comps vivant et le corpus textuel, mais aussi comme bord ou chamitre entre les discours de verité et les discours de fiction, entre la volonté de veridiction et la volonté de simulation, Pour repenser les complexes relations entre Ia philosophie et la littérature occidentales, ce texte-ci propose une analyse historique de institution de Vauteur, mais aussi une nouvelle experience étique et esthétique de I’éeriture. I Puesto que el tema general de este encuentro! parece girar en tomo al signo «y», en tanto que signo de unién y de separacién entre esas dos grandes formas o pricticas discursivas a las que lamamos filosofia y literatura, yo quisiera apuntar aqui cul puede ser el pasaje por el que ambos tipos de discurso se encuentran destinados a comunicarse y a enfrentarse simulténeamente, cuél puede ser la bisagra que hace posible el pliegue, el desdoblamiento y la c6pula entre la ficcién y la verdad, mante- nigndolas a un tiempo juntas y separadas. Ese borde inextenso, ese gozne invisible que Jas anuda y desanuda sin cesar no es otro que el autor, el nombre propio del autor y el concepto mismo de autor. El concepto de autor es mucho menos simple de lo que parece a primera vista, y analizarlo como corresponde nos Hlevarfa demasiado lejos. Han sido las investigaciones «arqueol6gicas» y «gencalégicas» de Michel Foucauli en especial, su ensayo «Qué €s"un autor?»—, pero también las lecturas «gramatolégicas» Mevadas a cabo por Jacques Derrida, las que nos han ensefiado a entrever la complejidad del problema. En. cierto modo, podria decirse que toda la obra de Foucault y de Dertida no ha sido sino una vasta reflexi6n sobre la enigmética figura del autor. Asi que seria ilusorio pretender abarcar en unas pocas péginas las innumerables caras —o mascaras— de esa figura, Me limitaré, pues, a esbozar unas cuantas consideraciones minimas que conviene tener en cuenta? 1 Una prima vers de xt ex fs ed ne Encontro sobee Flos Literati clebrado cn Marcio aas 3 # de Mayo de 580 2 Consider impresindblecl seinro que Mitel Fonaut i pubis en 196, precisnente , no es ov cose he FTeeto mismo de la enunciacidn, el acontecimiento discursivo como tal. El yo/adt ahora de cualquier suceso de habla s6lo puede ser fijado, determinado de una Vez por todas, si contamos con la fecha, el lugar y el nombre del hablante, Los nombies propios constituyen, pues, las condiciones cuasitrascendentales del haba, 39 Gite Eetimitan su suelo y su contoro. Los nombres propios son, en este sentide, Jo més propio, lo mis idiomdtico de una lengua. Pero, aun tiempo, por ello mismo, parece fituarse en el exterior —o, més exactamente, en el borde— del sistema linghistico. Ds tht que sean lo més intraducible de una lengua, Son, en efecto, 1o més intraducis pero también Jo menos necesitado de traducciGn, como si su significado fuese abso- Tatamente universal, como si su referente «propio» les anclase directamente en mora bien, para que cada uno de ellos sea efectivamente «propio», tiene que set citable y clasificable, esto es, tiene que ser dferenciable en relacién consigo mismo ¥ fn relacién con toda una red de nombres propios. En otras palabras, tiene que er desapropiable, comunicable, separable del yo/aquifahora de cada enunciaciOn siigwi atribuible a otros muchos «yo», «aqu y «ahora». Precsamente por ell, el significa de un nombre propio no puede ser nunca del todo determinado, ya que no hace. sn remitira otros nombres propios,y ésos a su vez a otro, a fo largo de una redo cadens interminable. Esto quiere decir que todo nombre propio tiene ya algo de comin, ave Je Ssupuesta actualidad de su referent esté siempre diferida como promesa 0 como Soc mmm, pena np Pn nt yc mee A ecg cei eat tea a pac eye man hee a A Fo a canes 4 27 ria, y que, por tanto, fa ausencia pasajera o definitiva de su portador est ya inscrita en cl acto mismo de nombrarle. En este sentido, el acto de habla no difiere esencialmente del acto de escritura. La escritura, en efecto, se sustrae ala actualidad de su inscripeidn. Bs cierto que el nombre del autor parece destinado a devolverle dicha actualidad. Al inscribir en el texto mismo tuna firma, un lugar y una fecha, el autor parece reapropiarse lo que ya de entrada se le escapa claramente de las manos. No hace falta siquiera que el autor firme su escritura, ‘Esta se encuentra ya singularizada Por su propio estilo, por sus propias peculiaridades idiométicas, a veces también por su grafia, de igual modo que el habla de una persona ¢s idemtificada por el timbre, el tono, el acento y demas rasgos fonéticos de su vor, Pero, una vez més, para que esa singularidad idiomatica —de la firma o del nombre, del estilo o de Ia vo2— pueda ser reconocida por otros, debe ser reiterable, citable, imitable, comunicable, en fin, desapropiable. Derrida nos ha ensefiado a reconocer que la escritura y la oralidad mantienen entre sfuna esencial analogia, una misma estructura de diferancia, esto es, de singularizacion ede repeticién a un tiempo. Esta analogia no implica ya una jerarquia metaférica entre cl original (el habia) y la copia (la escritura), pero tampoco implica una absolute identidad entre ambas. La estructura de singularizacién y repeticién se repite en el habla y en la escritura, pero se repite singularizadamente, diferenciadamente. Entre la Firma del autor y el nombre propio det hablante no hay ninguna diferencia de grado 0 die rango, pero subsiste, no obstante, una diferencia. Y ha sido Foucault quien nos ha ensefiado a reconocer esta diferencia, 2. Enefecto, el nombre de autor es un nombre propio, pero no funciona exactamente ‘gual que cualquier otro nombre propio de persona: hay nombres de autor que no te- ‘miten al indviduo real portador de ese nombre (son los llamados apécrifos, como el del Pseudo-Dionisio Areopagita; o que remiten a un individuo real cuyo nombre propio es Gliferente (son los pseudénimos, como los de Stendhal o Clarin); 0 que no temiten a ningiin individuo real, sino mas bien a varios individuos a un tiempo (como sucede con los nombres de Homero, Pitégoras, Hipéerates, Hermes Trismegisto, Boutbaki, ete); y, en fin, se da también el caso contrario, cuando varios nombres de autor remiten a uy Unico individuo real (son los lamados heterdnimos, como tos utilizados por Kicrke. gaard o Pessoa). Todos estos casos muestran hasta qué punto el nombre de autor no funciona como cualquier otro nombre propio de persona. El nombre de autor, en efecto, noes simple. mente el nombre de un individuo real, pero tampoco es el de un personaje imaginario: fo esté ni en el exterior ni en el interior del discurso, sino que se sittia en su mismo borde, por asi decirlo, y ejerce con respecto a dicho discurso una funcidn clasificatovia No s6lo da unidad a un texto 0 discurso escrito, sino a todo un conjunto heterogéneo de {extos, los que permite agrupar y delimitar como un corpus unitario, como una «obra», eponiendo asf esta «obra» a otras muchas, pero también diferencidndola internamente 28 stableciendo entre los textos que la componen afinidades y filinciones, correspon yeestablecie : ae soins légicas y modificaciones eronol6g A ‘erAdends cl nombre de ett pesmi estar un lt po de ets ene aac una sociedad, permite destacarios de entre otros muchos, ya que tio todo aM provisto de la funciéh «autor», no todo texto —ni siquiera tod oon mado, como una carta o un contrato— recibe la denominacién de «obra>. El echo seine un discurso tenga nombre de autor, le proporciona un estatuto especial en sisvign con esos off0s discursos cotidianos —orales o escritos— que flo Tpounte on el air, 0 que elaman por unos dias en los maros de las calles, y que Inego desaparecen, Ee funeién «auton» permite singulacizar, pues, el modo 8 pe Maetén 9 de cireulackén de cierto tipo de discursos en el interior de una soci aes dentro dels textos consideraos como cobras a funcién «autor» noseda del mismo modo en unas queen otras, ni permancce conte toa sociodet é fa posible elaborar toda una tipolo las épocas. De modo que serfa posit a de 10 J aruoe en furcion de estatato qe en ellos tvies el nombre de suo Ex plo fa, pues, nen la estructura formal o gramatical de 1os mist nea tit fomaline Eteroy del estctralomo linguini ens obo amis f i saberes atcos (a la manera de Ia tradicional clasificacién de los sens Trae) ‘sino en su funclonamiento pragmdtico. En ofs pelts, un poo eee eer a gue gr gC Ristrico de los arte: como el que Foucalt ha praccadoen sts invesigaciones vargueolgicas cegencal6gicas»*. : ef Se sino como una ns istricamente contingents y veal. En conret, hab ae aalialcomo unansttcinetshament gna a storia deOcidents ye desde la Grecia Antigua hasta hoy no ha cesado de consolidarse Seen Foucail considera que en ia sociedad occidental ha enido nga a iro inaportante en los siglos XVIL y XVI basta enone, dei, dra ode It Fidad Media, ls textos que hoy lamamos «iterarios» eran leidos y valor see oss nfs eae io nis mothe Sos esi Heese reat tpn ies tern ony acs cro ee ate ai gunn iehginoper es sch etait aan = no mi “un aio rde, «el orden del discurso», En efecto, Ia funcién- a sor Sper sibs ce em, Errante ete e eroon a an aah = 29 fuera muy tenida en cuenta la cuestién del autor; en cambio, a los textos que hoy denominariamos «cientificos> (cosmoligicos, médicos, geogréficos, etc.) no se les reconocfa un valor de verdad més que a condicién de que estuvieran claramente marcados por el nombre de su autor. Durante los tres tiltimos siglos, sin embargo, la verdad del discurso cientifico se ha ido desprendiendo de la garantia del autor, mientras {que en los textos literarios la importancia del autor no ha hecho sino aumentar, hasta el punto de que el anonimato en literatura es hoy précticamente imposible, Foucault no hace mencién de la escritura filos6fica, pero su anélisis permite sugerir que la filosoffa se ha mantenido a medio camino entre la ciencia y Ia literatura, y que, por eso mismo, Ja importancia del autor ha permanecido en ella relativamente constante. 3. Bl autor, como ya he dicho antes, no es ni un personaje de ficci6n ni un individuo real, no es interior a 1a obra ni exterior aeila, sino que se sittia en el borde, en el pliegue entre la escritura y la existencia, entre el corpus literario y el cuerpo viviente. Ahora bien, esto quiere decir que la relacién entre la vida y la obra de un autor es mucho més compleja de lo que parece, y que requiere al menos tres tipos de andlisis: —Por un lado, cabe analizar Ia relacién externa de propiedad 0 «apropiacién» del autor con respecto a su obra, y esto en el mas estricto sentido jurfdico del término. Segtin Foucault, la primera forma de apropiacién ha sido de carécter penal: los textos han comenzado a tener autores cuando han sido considerados no como objetos fisicos sino como actos humanos susceptibles de ser castigados; no como bienes de los que el autor es productor y propietario, sino como acciones de las que el autor es agente y, por tanto, responsable ante 1a ley (civil o religiosa). Solamente a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, 1a «obra» firmada comienza a ser considerada, ante todo, como una mercancfa, Es entonces cuando se regulan los «derechos de autor», la «propiedad intelectual», etc. Y, en compensanciGn a este nuevo régimen de propiedad, la posibilidad de transgresign —que, hasta entonces, habia estado asociada al acto de escribir— se ha ido convirtiendo cada vez mds en una especie de imperativo propio de la literatura, En cualquier caso, sea como responsable 0 como duefio de la caya realidad aparece ahora inseparablemente ligada a la propia realidad de la escritura, Para analizar este «ente de razén», hay que tener en cuenta los complejos mecanismos de la «atribuci6n». El autor, en efecto, es construido —o reconstruido— por el lector me- diante un trabajo de lectura critica, de exégesis textual, de andlisis histérico-filol6gico, ‘a partir de las marcas cronolégicas,estilisticas, conceptuales, etc, presentes en el texto. Eseste tipo de trabajo filolégico el que permite abordar los problemas de «autenticidad», € decir, el que permite averiguar si un texto ha sido escrito por el autor que lo firma, an + ha'sido escrito por més de un autor, o si su autor es el mismo que ha suscrito otros fextos, A este respecto, Foucault considera que los procedimientos elaborados por Ia tntigue exégess cristiana han sido heredados por la modem critica literaria: en ambos cases, el aor concebi como ua singular onjnsion de acontecimientos biogrificos cipitéricos que se manifiestan en e interior de una obra y a hacen intligible, como un incipio de unidad estilistica, como un campo de coherencia conceptual o te6rice, easmo un foco expresivo cuyo valor permanece constante en todas sus manifestaciones. Lp que ahora adquiere el estatuto de autor no es sino ese conjunto de marcas textuales reconstruidas por la crftica, aunque luego se suponga que hay tras ellas un individuo real, concebido como tna potencia creadora, como una coneiencia unitaria, como la fuente titima y original de la escritura. ‘Ahora bien, el autor no es sélo reconstruido por el lector mediante este trabajo de exégesis. El propio texto reenvia directamente al autor a través de toda una serie de fndices, como son los pronombres personales, los adverbios de tiempo y lugar, las cconjugaciones de los verbos. Todos estos indices sefiaan otras tantas «posiciones> del autor en el interior de —o en relacién con— el texto, Pero, segtin Foucault, no cumplen I mismo papel en los textos que estin provistos de la funcién-autor y en los que estén desprovistos de ella, En estos titimos, tales indicadores remiten al hablante realy a las ‘coordenadas espacio-temporales de su discurso. En los textos de autor, en cambio, el papel de los indices es mucho més complejo variable: por ejemplo, no funcionan del fnismo modo en una obra de ficcién que en una obra filoséfica o cientifica, No obstante, la diferenciacién entre el narrador imaginario, el autor que firma y el indivi- | duo real que se oculta tras el autor, no es, en opinién de Foucault, una caracteristica | exclusiva de las obras de ficcién. Por el contrario, todos los textos de autor, sean ddiscursos de verdad o de ficci6n, conllevan una pluralidad de «posiciones» de autor: el tayo» que habla en el prologo de un tratado no es el mismo que habla en el curso de una argumentaciGn ligica, y éste, a su vez, difiere del «yo» que Ileva a cabo una conside- raci6n biogréfica 0 histrica sobre la génesis y el valor de dicha argumentacién, Se da, pues, una pluralidad de indices, una diversidad de voces irreduetibles entre sf y que, 90 | obstante; remiten a un mismo autor, de modo que el autor ha de ser considerado como el conjunto de todos esos indices, como la suma de todas esas voces. s En uno y otto caso, sea mediante el mecanismo hermenéutico de la «atribucién», sea mediante la pluralidad de las voces 0 «posiciones» de enunciacisn, la relacién entre ‘el autor y la obra parece invertrse: no ¢s el autor el que produce o ejecuta un texto, sino | queesel texto el que da otigen a ese «ente de razén» que es el autor. Asf que no puede haber un autor que esté fuera del texto, no puede haberlo antes e independientemente de la obra escrita. El autor es creado, contruido por la propia escritura, como una ‘especie de mAscara tras la que se oculta el individuo real, el escritor —o los escrito- res— de carne y hueso. —Pero el anilisis de 1a funcién-autor no puede dejar de tener en cuenta un whtimo sentido de la relaci6n entre el autor y la obra. En efecto, no basta decir que la obra es la accién y el producto de un sujeto creador, al que hay que considerar a un tiempo ‘ 31 como responsable y propietario de la misma, ni tampoco basta decir que el autor es, en realidad, una figura imaginaria creada por la propia obra, como una especie de mascara tras la que permanece invisible —e impasible— el rostro del individuo real, No se puede reducir la inteligibilidad de una obra, como se ha venido haciendo desde el romanticismo alemén, a la intencionalidad —consciente 0 inconsciente—del autor que la ha creado; pero tampoco se puede dar por zanjada la cuestién del autor, como pretendieron el formalismo ruso y el estructuralismo francés, concibiendo la obra como tuna construccién inteligible en sf misma, como un cuerpo con vida propia, como una especie de esfera que parece girar exclusivamente en tomo a su propio eje, ya que el concepto mismo de «obra», como subraya el propio Foucault, remite inevitablemente a quello que le confiere su supuesta unidad: el nombre y el concepto de autor. Por tanto, conviene tener en cuenta un tercer tipo de relacidn, Si el autor es, en cierto modo, una funcién interna al propio texto, una mascara tras Ia que se oculta el individuo teal, se trata de analizar ahora el movimiento que conduce de regreso a ese individuo real. Se trata de analizar los efectos de autor que la esctitura produce en el escritor y en el lector. Se trata de analizar la préctica social de Ia escritura, la institucién pablica del autor, el tipo de relacién que llega a establecer el escritor consigo mismo y con los otros, los «contratos de lectura» —por utilizar una afortunada expresi6n de Philippe Lejeune'— que técitamente se establecen y que prescriben el modo en que han de set lefdos los textos, la funcién histérica que a determinados autores se les asigna como creadores no ya de tna obra sino de una escuela, de una teoria, de una disciplina, de un género, de un estilo, de una tradiciGn secular o milenaria, y, en fin, a importancia que para nuestra sociedad tienen las «vidas ejemplares» no ya de los héroes o de los santos sino de los autores, es decir, el «personaje> del autor como figura histérica y como modelo ético que no ha hecho sino agrandarse en los tres tltimos siglos. 5 Philippe Lejoune, Le pacte autobicgraphigue, Seuil, Paris, 1975, 6 Foucault afude también a este tercer tipo de relacin y econoce el interés que tendrfa llevar a cabo un «anlisis histrico-sociol6gico del personaje del autor» fin de veriguar «cémo ha sido individualiza- ddo el autor en una cultura como It nuestra, qué estatuto se le ha dado, a partir de qué momento, pot ejemplo, se ha comenzado a hacer Investigaciones de antenticided y de arrbucin, en que sistema de valorizacién ha sido tenido en cuenta el ator, en qué momento sea comenzado a contar la vida no ya de Tos héroes sino de los autores, efmo se ha insiaurado esta categoria fundamental de la critica: wel hombre y-la-obrav» (La traduccién es mia). Foucault reconoce que este andlisis podria extenderse al carnpo de la pintura, de Ie misica, de las técnica, etc. Pero, sin abandonar el campo de los discursos, considera necesario analizat la funcién-autor no s6lo en relaciGn con un texto o con una obra, sino también en relacién con una escuela, una disiplina un estilo, enfin, una tradici6n secular 0 milenaria enel interior de Ia cual vienen a ocupar su lugar otro textos y ots autores. Es el caso de los «grandes» autores literarios, teligiosos, filoséticos,cientificos, Foucault concede un estatuto especial a cierto tipo de «grandes» autores aque, segtin é1, aparecen a partir del siglo XIX: les llama efundadores de discursividad>, considera que ‘Marx y Freud son los dos primeros y mis importants ejomplos, y se esfuerza en mestras que el campo Aiscursivo creado por estos dos autores el marxismo y el psicoandlisis, respeetivamente) no es equiperable rial de una tradicinliteratia nial de una discipina ciontfica. Sea de ello lo que fuere, Foucault concluye iendo: «No he esbozado esta distiacién més que con un solo fin: mostrar que esta funcién-autor, ya ‘para’ analizar el diferente papel que la nocién de autor juega en la filosofia y en la Iivetatora, y Tos cambios que 4 este respecto han ido teniendo lugar en Ia historia de Cocidente, conviene no perder de vista estos tres aspectos de la relacién entre el autor 41a obra, ya que son a un tiempogireducibles ¢ inseparales entre sf u Hechas estas consideraciones, pasaré a analizar la relaciGn entre filosofia y literatu- ra en cuatro tiempos diferentes. Estos cuatro tiempos mantienen entre s{ no s6lo una ‘ierta secuencia histérica sino también un cierto encadenamiento légico. Se trata de econstruir las fases sucesivas de un proceso de hecho, pero también se trata de mostrar los diferentes umbrales, las superpuestas estratificaciones de un conflicto de derecho. Describiré este conflicio de la forma mas breve posible. |, Hay una coincidencia inicial, inaugural, entre filosofia y literavura: un parentesco originario, por el que ambos tipos de discurso se separan del mito, del relato oral y anénimo, y se instituyen como nuevas pricticas sociales, ligadas a un nuevo régimen de los discursos y de los saberes. Ambas nacen como discursos escritos y firmados, es decir, como discursos suscritos, sefialados, marcados por el nombre propio de su autor, sea éste Homero 0 Herdclito, Séfocles o Platén. Es cierto que sigue habiendo —que ha seguido habiendo— una actividad oral muy importante: en filosofia, la actividad peda- g6gica; en literatura, la narracién popular, la recitacién postica, el canto y el teatro. Pero esta oralidad mantiene vinculos muy estrechos —ciertamente, también muy complejos— con la actividad literaria’. comple cuando tratarnes de focalizala al nivel de un libro o de una sere de textos que llevan una firma ‘efinida, conlleva todavia nuevas determinaciones cuando tratamnos de analizarla en conjuntos més vastos grupos de obras disciplinasenterasy. Esas nuevas determinsciones forman parte de ls efectos autor ‘los quelacabo de referirme, esto es, ls efecos de autor que un texto o una abra son capaces de indacir {nal propo xix yen ss nnumsalesetorr sco oy uals ever vs eres « inseriben sus textos en el campo discursivo abiero por el «gran» autor. "7 Una investigacion general de carder histérico y antropolégico sobre fa importanci de ta eseritura cen el trinsito de las sociedades «sslvajes» a las sociodades «civilizadas>, puede encontrarse en Tack Goody, La domesticacidn del pensamiento salvaje, Akal, Madid, 1985, y en Walter J. Ong, Oralidad y escrinuna. Teenologias de la palabra, PCE, México, 1987. Para una exposicién rigurosa y bien documen- fadn de les diversas tesis acerca del origen y los efectos de la escrturaalfebética en la Grecia Antigua, ‘vease Juan Araazadi, «Historia de la escritura (Eseritura, sociedad y alfabetizacion en Grecia)» en Lats) ‘irals) historias), n° 2, 1989, UND. del Pals Vasco, Bergare (Guipizoos), pp. 109-155. Pars wn “andlisis mis especifico de la teagedia como teinsto entre la oralidady la escrtura, yéase Chatles Segal, ‘Tragedie, orate, éeiure, en Poique, n° 50, Abi de 1982, pp. 131-154, Para I etacion entre ees {uray sofa, dems del Nio de Giorgio Col (Et nainiento dla sofa, Tusquets, Barcelona, 1977, {yen contraste con él, es imprescindible tener presente el comentario de Jacques Derrida al Fedro ph ico: wLa farmacia de Platim>, en La diseminacién, Fundamentos, Madrid, 1975, pp. 91-261 33 4 Un discurso escrito es un discurse fechado 0 fechable, localizable en un tiempo y en un lugar determinados, como un acontecimiento singular ¢ irrepetible; pero es también un discurso susceptible de ser repetido, reescrito y releido més allé del momento de su ipci6n primera, es decir, que sobrevive a la muerte del escritor, que sigue hablando cuando su autor ya no esta zhf para animarlo, en definitiva, que tiene una vida propia, mucho més vasta que la vida de aquél que lo escribi6. ;Qué es esto de que el discurso tenga vida propia? Simplemente, que la perduracién de su significado (y el significado de su perduracién) excede a la intencién, a la voluntad, a la conciencia de su creador; que puede circular de un lugar a otro y de uno a otro tiempo, a través de los mas diversos medios o vehiculos de inscripcién, adquiriendo usos o efectos no previstos, no previsibles por su autor. Ambas caracteristicas —la fechabilidad y la iterabilidad— hhacen que el discurso escrito entre en un tiempo nuevo, més atin, que instituya un tiempo nuevo: el tiempo de las sociedades con escritura es, como ya dijo Hegel y como hha repetido Iuego el antropélogo C. Lévi-Strauss, el tiempo de las sociedades con historia’. Pero, para que nazca esta conciencia histérica, no s6lo es necesario que haya escritura; es necesario, ademés, que la escritura sea firmada por los hombres. Los rimeros autores fueron los reyes divinos, e incluso los dioses mismos, a través de sus profetas, escribas y sacerdotes. La escritura ha sido, en sus origenes, sagrada y sactali- zadora, Ha pretendido, ante todo, divinizar, inmortalizar el nombre y la palabra de los poderosos’. La aparicién de la filosofia y de la literatura tiene lugar cuando los escrito- 8 G.W.F. Hegel, Lecciones sobre la filosofia dela historia universal, rad, de José Gaos, prélogo de 4. Ortega y Gasset, Alianza, Madrid, 1980, p. 137: eLos espacios de tiempo que han tanscurtido para los pueblos, antes dela historia escita, ya nos los figuremas de siglos o de milenios, y aunque hayan estado repletos de revoluciones, de migraciones, de las més violentas trnsformaciones, carecen de historia ‘objetiva, porque no tienen historia subjetiva, naracign histrica», Es cierto que J. Derrida ha cuestionado 4a oposicién misma entre oralidad y escritura, y ha mostrado que tras ella se ocults una dable oposicién metafisica: Ia que se establece entre la tansparencia del pensamiento (ineligible) y la opacidad del discurso (sensible), peco también entre el discurso oral, travesedo todavia por el alma ineligible del viviente, y el discurso escrito, que desde Platdn hasta Saussure ba sido considerado como una imitacién el discurso oral, como una copie inanimada y opaca Frente a esis podecosa tradiciGn, Derrida ha tratado de trastocar la jerarquia entre et pensamiento, la voz y Ia eseritura (por ejemplo, en et texto citado en la nota anterior), mostrando no sélo que el discurso oral posee ya ls rasgos tradicionalinente asigmados ala cescritura, sino también que el movimiento 1égico del pensamiento es inseparable del movimiento fisico por cl que Ia (en esta nueva y amplitda acepcién que Dextida le aribuye) es incesantemente inscrta y reinsrita. De este modo, Derrida cvestona la idea misma de una transicién «histSriea» del ‘mythos a a histori, que para Hegel —y, en general, para la filosofia que sigue los pasos de Piat6n— seria también una transcién «l6gica» del mythos al gos. Aun acoptando la «desconstrucciGn» derrdiana de totos estos eoncepros, no conviene perder de visia los rasgos diferenciales entre las diversas formas historcas de insctipei6n (memorécica, pitogréfica ideografca,alfabética, impresa, magnética, digital, tc), entre otras cosas porque son igualmente diversos sus efectos en la configurécién de eso que llarsamos la historia 0 la experioncia histrica de una sociedad 9 Una vez més, fue Hegel quien subrayé (en la misma pégina que he citado anteriormente) esta ‘lanza entre la escrturay los primeros grandes Estados teocrticos. Y, una vez ms, he sido Lévi-Strauss 34 re dejan de ser meros escribas, meros redactores al dictado del dios © del monasca. ‘Son ellos ahora los que se convierten en auctores: el término latino designa a los crea- idores y responsables de alguna cosa, pero también a los testigos, fiadores y garantes del ‘valor de la misma; en este casojse-trafa de la creacién y del valor de un discurso suscrito como propio. Son estos auctores los que ahora suscriben, con plena auctoritas, ‘sus propios textos. Y, al hacerlo, adquieren también el privilegio de I inmortalidad, hasta entonces reservado a los dioses y a los reyes, a los héroes guerreros y a los guies religiosos. En las sociedades alfabetizadas e historizadas de Occidente, son los poctas Y los fil6sofos quienes pasan a convertirse en nuestros verdaderos antepasados espiri- quales: ocupan el lugar'de los antiguos reyes, héroes y profetas, ¢ incluso reemplazan a tos miticos dioses fundadores. Y las bibliotecas —puiblicas 0 privadas— pasan a ser ‘muestros nuevos templos, nuestros nuevos lugares de culto. 2. Ahora bien, entre estos nuevos dioses se entabla desde el principio una lucha, un auténtico duelo de titanes, un conflicto de poder y por el poder, un litigio dindstico. La disputa es la siguiente: ;quién ha de heredar el sagrado poder de la palabra que detentaban los antiguos reyes divinos? zquién ha de heredar la sagrada verdad que enunciaban los antiguos mitos? Los fildsofos se rebelaron muy pronto —ya desde Heréclito— contra la autoridad concedida a los poetas, y especialmente al rey de todos ellos: Homero. ‘Fue precisamente un poeta frustrado, un mal compositor de tragedias, quien drama- tiz6 a la manera tragica, mediante didlogos imaginarios entre personajes generalmente tomados de la vida real, el conflicto esencial entre dialéctica y poesfa. Y con ello dio origen, precisamente, a una nueva préctica discursiva (a un tiempo pedagégica y Iiteraria) a Ja que é1 mismo puso el nombre de filosofia. Estoy hablando, claro esté, de Platén. A partir de Platén, se establece, se instituye una diferencia jerérquica entre 1a filosofia y la literatura, entre la Iégica del concepto y Ia retérica del relato, entre el discurso verdadero y el discurso meramente verosimil, Enel discurso verdadero, el autor debe hablar en nombre propio, debe comprometer su nombre con aquello que dice, debe estar dispuesto a dar la vida para defender la verdad de lo que dice. EI fil6sofo ha de ser veraz, ba de ligar su vida y su discurso hasta el punto extremo de Ia muerte. La veracidad es, pues, Ia virtud por excelencia del filésofo. En la tragedia escrita por Platén, el personaje del fil6sofo lo encama el viejo Socrates, juzgado y condenado por Ia ciudad de Atenas precisamente por no querer traicionar su nombre, su renombre de sabio y de persona veraz, su fama de fil6sofo. quien ha vueko a recordémosia, aunque desde una perspectiva critica completamente opuesta 2 Ia de Hegel: «Si se quiere poner en correlacicn la aparicién de Ia esritura con cieros rasgos caracieristices d¢ 1a eivilizacin (..), el nico fendmeno que ella ha acompatiado ficlmente es la formacién de as ciudades 1 los imperios, es decir, la integracién de un niimero considerable de individuos en un sistema politico, ‘u jerarquizacin en castasy en clases. Tales, en todo caso, a evolucién tipica a la que se asiste, desde Egipto hasta China, cuando aparece la excritura: parece favorecer la explotacin de fos hombres antes que ‘su lumineciGns (C. Lévi-Strauss, Tristestrépicos, Eudeba, Buenos Aires, 1970, p. 296). 4 35 Pero el discurso filos6tico, al mismo tiempo, pretende borrar el nombre propio de su autor, pretende enunciar una verdad universal, una verdad que ya no tiene un caricter ético sino teorético, que ya no conciemne al acto de la enunciacién sino a la estructura l6gica del enunciado, y que por tanto es independiente del sujeto singular que la proclama. EI filésofo pretende ser mero portavoz, mero medium de la razn comin. El nombre propio debe desaparecer y dejar paso a.un yo genérico: el nous platénico, el cogito cartesiano, el «sujeto trascendental» kantiano, el «espiritu abso- luto» hegeliano. El propio Sécrates, en la tragedia platénica, es presentado no slo ‘como un individuo singular sino también como un arquetipo del filésofo, no sélo como alguien que es veraz sino también como alguien que pretende saber 0 averiguar qué es la verdad. Esta paradoja se encuentra ya en los fragmentos de Heréclito, Por un lado, el autor nos dice: «Me investigué a m{ mismo», no aptendi de otros, no seguf las opiniones de Homero, Hesfodo, Pitigoras 0 Hecateo, ni las viejas creencias transmitidas por la ‘tadici6n. Pero, por otro lado, nos disuade de pretender tener un «pensamiiento propio» Y nos exhorta para que no le escuchemos a él, Herdclito de Efeso, sino a la «raz6n comin», porque ¢s ella la quecen realidad habla a través de todos nosotros. ~ En cambio, en el discurso meramente verosimil (Ilamémosle ficcién, fabulacisn, imitaci6n 0, simplemente, mimesis), el autor se oculta, se disfraza, desaparece tras el narrador, tras los personajes, tras los nombres propios ficticios, tras las mascaras (las, personae del teatro romano), hasta el punto de que la obra no pierde nada de su valor aunque el nombre del autor sea apécrifo, o un pseudénimo, o un heterénimo, o incluso se trate de una obra anénima, Durante siglos, la literatura no dio mucha importancia a la cuestién del autor. Como ya he dicho anteriormeate, Ia importancia concedida al autor en la literatura, e incluso el término mismo de «literatura, son fenémenos especificamente modemos, fechables en tomo al siglo XVIII. Pero este ocultamiento del autor no se lleva a cabo (como en el caso de la filosofia) para hacer aparecer un discurso universal, sino todo lo contrario: para hacer aparecer la innumerable diversidad de los relatos y de los personajes, la irreductible singularidad de las voces y de las peripecias narrativas. Y por més que los personajes literarios, a diferencia de los personajes historicos, puedan tener un cardcter arque- tipico; por més que el relato de ficcién, a diferencia del relato veridico, pueda responder a una cierta necesidad égica que haga de la poesia, como pretendia Aris- toteles, un tipo de discurso 0 de saber «mis filos6fico que Ia historia», lo es a cambio de que al relato de fiecién se le conceda slo un cardcter auxiliar, pedagdgico, esto es, que sea considerado como mimesis, como representacién figurada y singular de una verdad o de un sentido universal que sélo el discurso filos6fico puede enunciar con propiedad. Toda la poética occidental arranca de aqui, de Platén y de Aristételes, de la diferencia jerarquica que ellos postulan, y que es también la diferencia esencial sobre la que se funda todo el discurso metafisico que ha dominado la tradicién filoséfica de Occidente. 36 ~~ 3. Dirfase que lo propio de la «modernidad», al menos tal y como ésta se configura a/partir del siglo XIX, tanto en filosofia como en literatura, consiste precisamente en la problematizacién de esta diferencia jerérquica que separaba y subordinaba 2 la literatura con respecto a ta filagofia,'0, mejor, al discurso verosimil con respecto al discurso verdadero. Esta problematizacién afecta, pues, tanto a la poética como a la metafisica, y de hecho se inicia por ambos lados. ‘Comencemos por Ia filosoffa, Justamente cuando la institucién filoséfica, como préctica a un tiempo literaria y pedagégica, comienza a ser absorbida y amparada por Jos grandes Estados,curopeos, se inicia también en ella un movimiento antocritico de gran alcance: yo lo earacterizarfa como un proceso de ficcionalizacién. La filosofia, en efecto, comienza 4 ficcionalizarse, a reconocerse como una cierta forma de ficcién. Y este proceso tiene un doble aspecto: — Por un lado, supone una retorizacién del discurso filoséfico. Pienso, por ejemplo, en las criticas del positivismo y del marxismo al cardcter «idealista> e — la que pretende presentarse como el tinico discurso verdadero, como el tinico discurso autorizado a ocuparse del mundo. A Ia filosofia no parece quedarle otra tarea que la de ocuparse de su propio discurso, sea mediante 1a exégesis histérico-filolégica 0 sea mediante la formalizacién I6gico- matemitica. Y ésas han sido, de hecho, las dos ocupaciones dominantes a las que se ha entregado 1a filosofia universitaria desde el siglo pasado. HH : —Por otro lado, supone una problematizacién del autor como principio de unidad del discurso y como garantfa de su verdad. En primer Iugar, se inicia una singu- larizacidn del nombre de autor: tras el «sujeto trascendental», se hace aparecer al sujeto empfrico; tras el «espiritu absoluto», se hace aparecer al cuerpo Viviente; tras el yo universal, se hace aparecer al individuo singular, con sus prejuicios y sus afectos, su procedencia familiar, lingilfstica y nacional, sus creencias religiosas, sus convicciones politicas, sus intereses de clase o de casta, sus vineulos personales, sus litigio’ profesionales, sus triunfos y sus derrotas,¢ incluso sus més peculiares mantas. En segundo lugar, y en estrecha relacién con lo anterior, se inica una pluralizacion del nombre de autor —o, dicho de otro modo, una desmembracién de la supuesta unidad orgénica de la «obra»—, que acabaré provocando el cultivo deliberado de los heternimos y de la ficcidn narrativa, es decir, el gusto por la mascara y la metamor- fosis, como en los casos de Kierkegaard y de Nietzsche. Ambos autores son, en realidad, dos de Jos principales protagonistas de esta doble problematizaci6n del autor: al tiempo que afitman el caricter autobiogrdfico de la filosofia, descom- Ponen la supuesta unidad del autor en una imeductible pluralidad de voces 0 de distraces. HEE Pero es Nietzsche el que lleva més lejos no sélo la problematizacién del autor sino también la retorizacién dei discurso filoséfico. En mi opinién, estos dos aspectos de {a ficcionalizaci6n de la filosoffa alcanzan su punto extremo en la obra y en la vida ¢ 37 de Nietzsche, en la forma misma de su discurso y en su existencia misma como autor" En cuanto a la literatura, se inicia un movimiento paralelo de autocritica, pero su direccién es justamente la contraria, También Ia literatura se institucionaliza en los modems Estados europeos como una préctica discursiva socialmente reconocida. El nombre mismo de «literatura» (y el concepto que pone en juego) nacen entonces para designar tanto el oficio de escritor como el producto de dicho oficio, es decir, tanto la actividad profesionalmente independiente de la esctitura como el conjunto heterogéneo de textos que de ella resultan, y a los que se les atribuye un cierto estatuto, un cierto valor (a un tiempo econémico y estético). Desde fines del siglo XVIII y comienzos de! XIX, se inicia la regulacién juridica de los contratos de edicién, en la que se establecen por vez. primera los «derechos de autor» y Ia llamada «propiedad intelectual». En la naciente sociedad capitalista, el autor no es ya —o no sélo—, como habfa sido hasta entonces, el responsable de su discurso, sino més bien su propictario. La obra literaria noes ya —o no s6lo— una accién de la que hay que responder ante la ley, sino un objeto, una mercancfa que se produce y se distribuye, que se compra y se vende, y de Ja que cabe extraer una renta o Beneficio. Pero es justamente entonces cuando comienza a problematizarse el estatuto clisico de la literatura en Occidente, es decir, su condiciGn de mimesis. A partir del romanti- cismo, la literatura afirma cada vez. més lo que yo lamarfa su voluntad de veridiccion. También aqui podemos distinguir un doble aspecto: —Por un lado, tiene lugar una problematicacién del relato mimético: ya no se trata de contar historias particulares de personajes igualmente particulares, sino que ahora se trata de reflexionar sobre el acto mismo de la creacién literaria. Se trata de afirmar el cardcter autorreferencial del lenguaje literario, Esto trae consigo un cuestionamiento de la divisiGn clasica entre los géneros literatios (épico, lirico y dramético), e incluso entre las diversas artes discursivas, musicales, gestueles y plisticas. En realidad, este cues- tionamiento tiende a privilegiar el género lirico como nticleo original y como lugar de encuentro de todas las artes, precisamente porque se le considera el menos ficticio y el mis expresivo, esto es, ¢l més autobiogréfico, ya que en la poesia parecen coincidir la vor del personaje, la del narrador y la del autor. — Por otro lado, y en estrecha relacién con lo anterior, la voluntad de veridiccién supone la autopresentacién del autor. Esto puede parecer paradgjico, ya que la préctica de una escritura autorreferencial pretende destruir a un tiempo el simulacro mimético y Ja soberanfa del narrador, es decir, la convencién de verosimilitud con la que el autor de obras de ficcién habfa venido comprometiéndose. Es el propio Lenguaje el que ahora habla, sin objeto y sin dueffo, sin finalidad y sin origen. O, dicho de otro modo: el 10 Léase, a este respecto, de Jacques Derrida, «Nietesche: Politicas del nombre propio», en La filo- sofia como insttucién, Juan Granica, Barcelora, 1984, pp. 59-91. En cuanto 2 Kieekegaatd, véase el estudio de M. Holmes Harshome, Kierkegaard, e! dvina burlador. Sobre la nanuralezay el significado de us obras pseudénimas, Cétedra, Madrid, 1992. 39 Jenguaje mismo es a un tiempo el Gnico que habla y 10 tinico de lo que se habla. No obstante, la obra literaria sigue finméndose, y esta firma adquiere una importancia e: Jez mayor. Lejos de ocultarse, el autor, el escritor, hace su aparicién triunfal en la escena del discurso literario. Es de s{ mismo, de su propia actividad creadora, de lo que lahora se trata. Ya no se trata de fingir, figurar o mimetizar ¢l mundo, sino de expresar, revelar, manifestar, sacar a la luz la secreta verdad del fingidor. Es ahora el fingidor el Gue quiere ser veraz. La literatura deviene abiertamente, y cada vez més, autobiografia, No tanto porque el dutor hable de si mismo en la obra de ficcién (lo hace, en cualquier ‘caso, fuera de ella, ¥, a propésito de ella, en entrevistas, cartas, memorias, diarios, en fin, en todo un abanico de textos confesionales que acompafian y envuelven de manera reciente a los textos de ficcién); no porque cuente su vida en la escritura, sino porque hace de la escritura una experiencia vital, 0, mejor, una ‘experiencia mortal e inmorta- fizadora, en definitiva, una experiencia sacrificial. Se sacrifica la vida a la obra, a la cescritura, pero con ello se pretende la supervivencia, la inmortalizacién del nombre propio en cuanto nombre de autor, es decir, en cuanto creador de un texto o de un textual. oeste doble aspecto de la voluntad de veridiccién (el abandono de la narracién mimética y la autopresentacién del autor) puede reconocerse fiicilmente no en toda la literatura contemporinea, pero sf en una parte y en un perfodo importantes de la misma. Basta recordar esa larga saga de nombres que va de Holderlin a Bemmhard, pasando por Mallarmé, Musil, Proust, Pessoa, Artaud y tantos otros. z En resumen, podriamos decir que a partir del siglo XIX se inicia un movimiento de convergencia entre Ia ficcionalizacién de la filosofia y In veridiccién de Ja literatura. Pero jen qué consiste esta convergencia? gcusles son sus efectos tltimos? El resultado principal de semejante cépula es que hace de Ia escritura —y de la lectura— una experiencia agdnica, una experiencia en Ia queda cuestionado no sélo el estatuto, el valor mismo del discurso que se escribe —y que se lee—, sino también el estatuto, la figura misma del autor —y del lector—. En definitiva, queda cuestionado ¢! valor de ta préctica literaria como tal. Pienso, por ejemplo, en un antor fronterizo como Georges Bataille, en el que esta experiencia agénica de la escritura alcanza una lucidez yun dramatismo extremos. Pero podrfamos citar otros casos similares. No es accidental que ‘muchos de ellos, precisamente por haberse entregado a una experiencia sacrificial en la ‘que queda abolida la frontera entre ficcién y verdad, y, con ella, la frontera entre la escritura y la existencia, hayan desembocado en 1a locura y dado origen a la figura legendaria —y tipicamente moderna— del autor «maldito», a un tiempo delirante y visionario! 11 La relaciGn entre locura y escrtura, tanto en el caso dela filosofia (Nietzsche) como en olde le Iiteratura (Holder, Roussel, Artaud, ete), ocupa un lugar central en los diversos estado publicados por Foucault durante los aos sesenta, desde sus grandes investigaciones «arqueol6gicas» sobre el nacimieno des ciencis humans y dels insitucones de enciro isoria dela lcura, Naciniento dela eliica y Las palabras y las cosas) hasta sus pequeiosensayos de critica litraria (sobre todo, Raymond Rouss 4 39 Se problematiza el «contrato de lectura» entre autor y lector, el contrato por el que se establecfa la distineién entre ficcién y verdad, entre autor fingidor y autor veraz. smtpd cali Cru) nb tide olen ipl fom Tene yer jibes ca an erate care eddy Saas ee sey on a ya sn. a) ues ‘Siro ve avon ava goad rooncts¢ mane pie el a fea denied ol muro gus separa la Yoda ys faion 9 ens oo he eae ‘aides, perso ime ncn y Marie gies 9a mea Sopln Rasy coe nov apie pe helen faibe ere ae a ee shonin eon crus el abe Semen Weae Pe en ec Stan id con pr nh eos coe Pan EOP Sa ae (PoE ao, 197 sol Hepp. 38.30 Yao 8G cn en ago ove ee ee Sten rcgln gon Lert i frees ee ee a gues Donne pnts devia do Foy tae 8 hee we a pee tamageive 0 sdercivor de cote delta, ectaneas ne seas ene ne tx ene ears cxsencl soe son tsar dee Osea eae cteia haberse desemberazado, ilevéndola incluso hasta sus més extremas consecuencias. De modo que la ican non srs dv cae Sots an ipa) ee i ee ont pasenmi blero cone led cleniocs Soe ea ee El pp only pa de 17, sandena a cnegoke eae in ben cicaene pas ene ce mine dl mismo Det cone eee er dot modo raat ena cle connor ven ee eee ina «Contcacones tis ploumanobcinatio tact eee a a fa pr Rogol ra, cnn 20 defini fe BIS eases easel Panes he Sepenee 1986 Especial Live, p19 4, Voss anti Bote eee ito emptor (cat dean, cl pein ee ear Cel lens onlerelte det pater Patan eed She na Sapo cna esr amo eto conieas eee en remaak semetinw sample seh sp Tanans © ls pe ie gs ita se ite pris sn m toa erates ose ke nana como cl prs Pne Rive hematin Heese Sake ot es ema sn ie yo Bren pts ana ot x as tn tp Ge dress a tees 0 a a a histric-poltco de ensttuclon del sto moder un poset ene que se enscrrren penis share 7 Sanyo nga ma fina Nae ne neocons pst ian 9s retenmts son pee rae Bee y Foxalt nes mucsta oSa0 el Poder Bl sobs, Qos oe en line oni etre sola de age Ve i eee cies pte, cniess a mate one cack Se oe a om tronic ¥ momar re igi} stan, et ce a Fa ee permanente ns dirs carers pecanens ex ke ee ead bition sto cs oes princes ne oe a ars y Sx) son canvas eee ae ae ea hss 7 dingo ano Ste cone Feu Sar age oe tony rtp co es es drs chee gran ee a a Yeutgar Meco pp 714 (ode nopencalionseersaee) ee 3 dnd fondo da Baby snc eta a seal. 8 cL paso oe ao cle, dal eh s a each coer ac a 40. Esta problematizacién del valor de la escritura —en el més amplio y valioso sentido del término, s6lo apreciable en el marco de una «economia generab> como la que el propio Bataille defendia: no s6lo, pues, valor, de utilidad o de consumo, sino también valor ostentatorio 0 suntuario, valor #hétal’y’ politico, valor de verdad, valor estético, valor historico, ete. —, esta problematizacién, repito, pretende borrar, o al menos difuminar los limites entre los discursos —no s6lo entre los diversos géneros literarios, sino también entre los géneros de la literatura y los géneros de la filosofia—, y ello movida por el suerio de uri discurso polifénico, por la utopta de una obra total. Al mismo tiempy, se trata de difuminar los limites entre la préctica de la escritura y las otras practicas'sociales, los otros dominios de la experiencia humana: en primer Ingar, se pretende reconciliar el trabajo y la existencia, la escritura y la vida, en el ideal de una existencia estética, creadora y soberana; en segundo lugar, se pretende reconciliar Ja cultura y la sociedad, la intelectualidad y el proletariado, la lucha de la vanguardia cestética y la lucha de la revoluci6n social. La modificacién de! contrato de lectura requiere y reclama, en realidad, una modificacién radical del contrato social como tal. ‘Teniendo como horizonte esta utopia de reconciliacién total, en el primer tercio del presente siglo se leg6 a pensar que era inminente ¢ inevitable la muerte tanto de la filosofia como de la literatura, en tanto que actividades sociales especializadas, escin- didas, alienadas. Pero, de momento, no han muerto ni la una ni la otra, {Qué ha pasado, entonces? 4, En las tiltimas décadas, la pregunta por el valor de la escritura (filoséfica y literaria) parece haber adoptado una nueva direccién. O, més bien, lo que ha ocurrido es que se ha hecho cada vez més explicita una dimensién del problema que estaba ya muy presente desde el siglo pasado: la dimensién mercantil de la escritura. En efecto, la escritura no ha escapado al destino mercantil de las otras actividades sociales: en el ‘iltimo tercio de este siglo, ha pasado a ser considerada, ante todo, como una produc- cin de bienes a un tiempo tiles y suntuarios, para consumo y ostentacién de quienes aspiran (por aficién 0 por profesién) al rango de personas cultas y bien informadas. Pero él valor de esta mercancia no es slo econémico; 0, mejor dicho, su valor econémico no se puede medir més que en el marco de una economia politica del discurso”, Por un lado, se tiende cada vez més a evaluar en términos estratégicos (con patro- ‘baisqueds interior dela infancia, de los tomeos a los fantasmas, se inscribe también en la formaci6n de wna sociedad disciplinarian. Véase también Historia de la sexualidad, 1. La voluncad de saber, Siglo XXI, ‘Madrid, 1978, pp. 73-79. Por timo, sobre este giro autoeitico de Foucault, véase el estudio de John Rajchman, Michel Foucaul, la liberté de savoir, PUP, Patis, 1987, 9p. 15-53. 12 Como la que Michel Foucault pretendi6 elabora, sobre todo a partir de 1970, con El orden det discurso CTusquets, Barcelona, 1973) y sus posteriores estudios «gencalégicos». Para una economia politica del valor estético, es decir, del (buen y mal) egusto», vésse el documentado estudio sociol6gico de Piome Bourdien, La distincién. Criterio y bases sociales del gusto, Taurus, Madrid, 1988, en el que se ‘analiza la formacidn de una nueva arstocracia en la Francia contemporénea: Ia «nobleza cultural. a 4 nes a un tiempo econémicos y politicos) los recursos de todo tipo que han de ser movilizados, las fuerzas que han de ser gastadas, Ios costes que han de ser pagados, los, intereses que han de ser comprometidos en la produccién y distribucién de un texto. Antes de que el texto sea escrito, ya se ha calculado cémo obtener su méxima y mas répida difusién, su maxima y més répida rentabilizacién (no s6lo pecuniaria o de riqueza, sino también suntuaria 0 de prestigio, e incluso de poder personal e institucio- nal). Este célculo interviene ya en el momento de escribir y en el modo mismo en que se escribe, hasta el punto de que es dicho célculo el que parece guiar la mano de los autores (devenidos asi, nuevamente, escribanos, no ya al servicio del rey 0 del dios, sino al servicio del mercado). La actividad de la escritura se encuentra, ya de entrada, atravesada y gobernada por una enmaraiiada red de circuitos de poder y de saber en Ia ‘que se entrecruzan y refuerzan mutuamente la propaganda comercial (editoriales, revistas, critica periodistica, etc.) y la promocién académica e institucional (programas educati- ‘vos, pruebas de promocién profesional, actividades de difusién cultural, premios, be- ccas, subvenciones, congresos, et.) Por otro lado, Jo que vale en esa escritura estratégicamente calculada, lo que ese cdlculo estratégico hace valer en la escritura, lo que hace de ésta un valor cotizado en el mercado de la cultura, no es otra cosa que el autor, el nombre propio del autor, su firma, esto es, la marca de fabrica que asegura la calidad, la difusién, la rentabilidad, cl éxito y, por tanto, el valor del producto, El mercado editorial e institucional de valores culturales es, ante todo, un mercado de nombres propios. Esto, evidentemente, no su- cede s6lo con la escritura, sino también con la pintura, la mésica y, en general, todas las creaciones (artisticas 0 industriales) que levan la firma de su autor. ‘Ahora bien, como la inmensa mayoria de los escritores (ensayistas, eruditos, poetas, dramaturgos, narradores, etc), cuyo nuimero no cesa de multiplicarse dia a dfa, se encuentra condenada a concurtir entre sf para hacerse un nombre en el mercado de la cultura, muchos de ellos consideran que el tnico modo de conseguirlo consiste en aproximarse, asociarse, vincularse de uno u otro modo con Jos autores ya consagrados, ¥ esto no sélo mediante todo tipo de relaciones personales ¢ institucionales, sino incluso a través de la propia escritura: las citas, Ins resefias, las notas criticas, los articulos, los estudios monogréficos, las traducciones, etc., permiten a un antor asociar su nombre al de otros autores, y especialmente al de los grandes autores ya consagra- dos, ya cotizados en el mercado de la cultura. Lo curioso, lo paradéjico, lo problematico de esta nueva situacién es que algunos de los textos y autores més cotizados hoy, tanto en filosofia como en literatura, son precisamente los que han hecho de la pregunta por el valor de la escritura y del nombre propio una experiencia sacrificial”. 13 En sus «Consideraciones inéditas y péstumas sobre literatura, entrevista concedida a Roger-Pol Droit en 1975 (véase nota 11), Foucault lama la atencién sobre esta paradoja, sobre esta especie de simbiosis entre la instiucién litzrara y la institucién univesitaria, entre la vanguardiay el mercado, entre laconcepeién transgresiva de a literatura y su saralizacién cultural. Foucault considera urgente denunciar 42 Pero, al mismo tiempo, y en esto podemos reconocer ina nueva complicacién de la anterior paradoja, la mercantilizacién editorial y la institucionalizaci6n académica de fesos grandes nombres, de esos tragicos héroes de ia escritura, ha corrido paralela con ‘nn claro retomo y una clara reafirmaciGn de todos los viejos limites: entre los.diversos séner0s y subgéneros lterarios (éase, por ejemplo, el retorno a los diversos subgéneros Sel relato mimético: novela negra, histérica, de aventuras, de ciencia-ficciGn, etc. centre Ia filosofia profesoral o académica y ta literatura, que también ha pasado a ser practicada, mayoritariamente, por profesores de literatura y de critica literaria (tanto la literatura convenciGnal o de género como la que en otro tiempo era llamada experimental ‘0 de vanguardia); entre la actividad profesional del escritor (generalmente, funcionario del Estado 0 empleado a sucldo en una empresa periodistica 0 editorial) y su cotidiana condicién de ciudadano; entre el dominio restringido de Ia cultura y los otros dominios de la vida social, en los que la supuesta potencia revolucionaria de la escritura se ha revelado completamente impotente (pienso, sobre todo, en el creciente control de los individuos por parte de los Estados, en las escandalosas desigualdades econémicas y sociales enire Jas diversas clases de una nacién y las diversas naciones del mundo, en Jas gigantesces alteraciones que el desarrollo industrial y cientifico-técnico ha provoca- do en la naturaleza y en nuestra propia vida cotidiana). De una manera resumida y simplificada, podriamos decir que en el juego de la escritura ha tenido lugar un trdnsito del agonismo al mercantilismo, y que con él se ha pasado de la utopia de un discurso total y de una existencia estética, esto es, de la ‘topfa de una unidad entre el discurso y la existencia, al reconocimiento pragmatico de la fragmentacién entre las diversas modalidades de la escritura y entre los diversos dominios de la experiencia, y, por tanto, at reconocimiento de la irreductibilidad entre Ia existencia y el discurso, entre el ser y el decir. m ‘Ante esta nueva situacién, que es la nuesira, suelen adoptarse respuestas globalmen- te positivas (las de aquellos que hacen un entusiasta elogio de la dispersi6n contempo- rinea y proclaman sin pudor alguno que «la vanguardia es el mercado») o respuestas slobalmente negativas (las de aquellos que entonan un nostélgico canto a la utopfa perdida, y arremeten contra el pragmatismo, el mercantilismo y €l neeconvencionalismo de festa extratia simbiosis, ya que tiene como efecto estratégico la pariliss y el bloqueo de toda critica poltce, Tambign on 1975, Dersida concede otra entrevista ( de Tos grandes-autores, unt sdesconstruceién politica» del «mercado» cultural de nombres propios, una puesta en escensy, si &S posite, una wansformacin de la méquina «publicitariay (cuyos engranajesanticulan ene ils nsit- ones edvcativas y las llamadas vanguardias culturales, a los grupos editorales y s los grandes medios de comunicacién de mass). . 43 nuestro tiempo). Por mi parte, creo que no conducen a ningtn sitio los juicios globales, y ‘que es preferible analizar los efectos miltiples y ambivalentes de esta nueva situacién, Es conveniente, por ejemplo, desconfiar del suefio unitario de un discurso total y de una reconciliacién consumada entre el discurso y la vide, Es preferible reconocer la irreducti- bilidad enire el ser y el decir, y, con ella, la imeductbilidad entre los diversos tipos de discurso 0 de géneroliteratio (incluido el género, o, mas bien, los géneros de la Filosofia), «sto es, su ineludible cardcter convencional (a un tiempo construido y compartido, arificioso ¥ contractual). Es bueno, en fin, reconocer la propia fragmentacién del autor, su estatuto igualmente convencional, y, por tanto, la pluralidad de sus voces y sus disfraces. Pero es igualmente ineludible cuestionar, problematizar sin descanso los bordes considerados infranqueables, explorar Jos pasos de una forma discursiva a otra, ¢ incluso inventar nuevos pasos, abrir nuevas vias, experimentar nuevas formas, La experimentacin literaria esté, pues, inevitablemente destinada a replantear, difuminar, desplazar una y otra vez los limites entre los diversos tipos de discurso, y, sobre todo, los limites entre la ficcién y Ta verdad, entre la literatura y la filosofia, aunque no Hegue ni Pueda llegar nunca a abolrlos del todo, porque en tal caso se abolirfa también a sf misma. Lo que parece ineludible, por tanto, es esta tensién entre la voluntad de verdad o de veridiccién y la voluntad de ocultamiento, de ficcién de simulacién, entre las cuales ‘se mueve Ia esquiva y enigmética figura del autor. Y, con ella, parece igualmente ineludible ia tensién entre el caréctet convencional y el cardcter experimental de las formas literarias, entre su diversificacién inevitable y su inevitable contaminacién, En cuanto al hecho de que la préctica de la escritura sea una prictica social sometida al juego complejo de las instituciones comerciales y académicas, no debe ser lamenta-

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