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Arthur T. Wheeler - WuWa! Wunder Waffen: El Proyecto Atómico Nazi
Arthur T. Wheeler - WuWa! Wunder Waffen: El Proyecto Atómico Nazi
Paperback Rpt edition (April 2001); Dimensions (in inches): 1.14 x 9.22 x
6.15. 210 pages. Price: $25 USD.
WuWa! — WunderWaffen: The Nazi
Atomic Bomb Project
by Arthur T. Wheeler
"...a definitive approach to the nazi atom bomb history, done
thanks to recently declassified Russian, Japanese, East-German
and American documents. They (the Nazis) had the bomb in 1943,
and both Hiroshima and Nagasaki bombs were captured in
Norway by the allies in May, 1945. Stalin’s Soviet Union suffered
also a "distance nuclear test" in last February, then the Russian
dictator was forced to create the "1908´s Tunguska Meteorite
Fake", occluding the facts...at last, this book is a rational
explanation for many pseudo-esoteric, UFO legends done in the
last 60 years..." — from the book’s prologue
1. An official story.
2. Farm Hall.
3. Speer has no power.
4. Heisenberg, a "white Jewish".
5. Parallel works: Three German atomic bomb Nazi projects.
6. General Kammler: The SS controls Wunderwaffen projects.
7. The brilliant Von Ardenne.
8. Enriched uranium U-235: Who was first?
9. A test before Kursk.
10. Hitler talks with Mussolini.
11. Luigi Romersa. Rügen Island, October 12, 1944: nazi atomic test.
12. Jonastal S III: Turingia’s underground fortress.
13. A He 177 ready for the atomic war.
14. 1908: A mysterious explosion in Tunguska.
15. Siberian Hiroshima.
16. Stalin and the Tunguska 1908´s Fake.
17. Why the Germans were bombing Tunguska in 1945?
18. Hitler’s final victory.
19. April, 3, 1945: Hitler doesn’t use the atomic bomb.
20. The U-234 submarine.
21. 560 U235 Kilograms: The Carter Hydrick affaire.
22. May 1945, Manhattan Project: No Bomb.
23. The Von Ardenne’s infra-red fuses and the Plutonium bomb.
24. German U235 over Japan.
25. Openheimer, Churchill and General Putt interviews.
26. Crossing the Atlantic in 17 minutes: The Sänger Silverbird.
27. Questions without solutions.
THIS BOOK IS ONLY AVAILABLE IN ENGLISH. BELOW A BRIEF BOOK´S RESUME IN
SPANISH:
¡WuWa! — WunderWaffen: el
proyecto atómico nazi.
1. La historia oficial.
Estados Unidos sabe que Alemania tiene los técnicos, los científicos y el poder industrial
necesario para abordar la fabricación de la bomba atómica, pero aparentemente
desconoce el grado de desarrollo atómico del régimen nazi. La guerra transcurre, y a
excepción de los ataques efectuados por los cohetes V-1 y V-2, y de los aviones a
reacción Me-262, no hay rastro de las anunciadas armas definitivas alemanas.
Finalmente el comando encuentra, escondido en una gruta excavada bajo una iglesia de
Haigerloch, el reactor experimental B-VIII, un tosco recipiente de agua pesada, con un
par de inservibles reactores sumergidos en su interior. Samuel Goudsmit, jefe de la
operación «Alsos», es tajante en sus conclusiones: el proyecto de la bomba atómica de
Hitler fue un mito creado para someter la voluntad de millones de alemanes a una
resistencia sin esperanza en una guerra suicida. La prometida WuWa no existió jamás.
2. Farm Hall: los científicos alemanes hablan.
Uno de los objetivos principales de la operación Alsos era capturar a aquellos científicos
alemanes que podían haber jugado un papel considerable en el desarrollo del hipotético
programa atómico nazi. Sin demasiado esfuerzo, son encontrados Heisenberg, creador
del principio de incertidumbre y premio Nobel de Física, y Otto Hahn, descubridor en
1938 de la fisión nuclear, clave para el futuro desarrollo de la bomba atómica.
También son detenidos Kurt Diebner y Walter Gerlach, principales responsables políticos
del «Uraniorum», el programa «oficial» de energía nuclear alemán, con sede en la
llamada «Virus House» de Berlín. Poco después de la guerra, el puñado de científicos
capturados son internados en una casa de campo equipada con micrófonos, a la que se
conoce como «Farm Hall». Allí se observan atentamente las reacciones y
conversaciones de los sabios, con objeto de conocer en profundidad el estado de las
investigaciones nucleares durante el Tercer Reich.
Todo quedará reflejado finalmente en un libro escrito por el propio Samuel Goudsmit:
Myths around the German Atomic Bomb, en el que se concluye que la investigación
científica y tecnológica era inviable en la tiránica Alemania nazi, y que dicho avance sólo
es posible en los países que se ajustan a los esquemas de la democracia liberal
angloamericana. Punto final.
3. Los recortados poderes de Speer.
Speer permaneció desde 1943 totalmente ajeno a la verdadera naturaleza del programa
de cohetes, que dependía desde ese año de la estructura de las SS de Himmler, con
quien Speer mantenía una mutua y profunda enemistad personal. Jamás hubo
intercambio alguno de información entre ambas partes, a excepción de los
requerimientos imprescindibles para la entrega de materias primas. En sus memorias
Speer consideraba que el programa de cohetes V-2 era una total estupidez, un capricho
más de la compleja fantasía geopolítica de Hitler, aunque el propio Speer lo había
apoyado mientras estaban las V-2 bajo el control del ejército.
Como resultado del escepticismo de Speer, Hitler desde 1943 no le comentaba a éste
nada sobre el programa de investigación sobre cohetes, ya que el Führer conocía por
anticipado la respuesta de Speer. Igual ocurrió con el programa de aviones secretos a
reacción, dependientes por entero de la Luftwaffe de Goering, con quien Speer mantenía
a su vez una relación tensa. Speer llegó a presenciar el despegue de una V-2, pero aun
después de la guerra Speer permaneció absolutamente ignorante respecto a los
proyectos de bombarderos intercontinentales a reacción, como los Horten XVIII o el
Arado E 555, así como desconocía la mera existencia de los aviones caza de despegue
vertical como el Focke-Wulf Triebflugel o el Natter.
Incluso las V-1, construidas por la Luftwaffe de Goering, y las V-2, dependientes del
ejército y luego de las SS, crecieron y se desarrollaron de forma separada y en
competencia. Quien piense en una estructura de mando estratificada y unitaria en la
dirección de armamentos al estilo de lo que ocurría entonces en los Estados Unidos, en
Inglaterra o en Rusia, una estructura que estuviera bajo el control total de Albert Speer,
se equivoca: sólo Hitler estaba en conocimiento de la totalidad de las acciones y
proyectos que se realizaban en su Reich, información valiosísima que el Führer no
dudaba en usar y administrar para fomentar una dura competencia entre los diferentes
grupos y reforzar su poder personal.
Tal y como puede leerse en el libro de Samuel Goudsmit, en las memorias de Heisenberg
y en numerosas declaraciones hechas tras la guerra, Heisenberg nunca trabajó en el
proyecto de una bomba atómica alemana. Tal circunstancia era un imposible en la
Alemania nazi. El prestigio del premio Nobel era grande en Alemania, pero todos sabían
que el famoso científico era también el antiguo amigo y compañero de Einstein, de Niels
Böhr, o de Lise Mietner, todos ellos embarcados en el ambicioso proyecto Manhattan
americano.
El descubridor de la fisión nuclear en 1938, Otto Hahn, también estaba descartado para
encabezar el programa de un arma nuclear para Alemania. Hahn era un pacifista radical,
que mostraba una fuerte oposición al desarrollo de cualquier tipo de armas, tras haber
colaborado durante la primera guerra mundial en la producción de armas químicas y
gases, circunstancia que le dejó profundamente marcado para el resto de su vida. Tanto
el ejército como las SS consideraron que era peligroso forzar a Hahn a construir la
bomba atómica, ya que temían que este falsificara o boicoteara íntimamente el desarrollo
del programa nuclear militar.
5. Trabajo en paralelo: tres proyectos atómicos nazis.
Tal como reflejan los diarios de Speer, un segundo grupo lo constituía el ministro de
Telecomunicaciones, Dr. ingeniero Wilhem Ohnesorge, en colaboración con la
Werchmacht y posteriormente con las SS, tutelando el trabajo del famoso físico Barón
Von Ardenne, quien desarrollaría la separación del uranio enriquecido 235 mediante una
técnica de centrifugación del hexafluoruro de uranio en sus laboratorios subterráneos de
Berlín. Este grupo firmaría un contrato con la compañía Auer, en donde otro ingeniero
llamado Nikolaus Riehl inventaría un sistema de refinado rápido del óxido de uranio. La
producción masiva de uranio enriquecido y plutonio se llevarían a cabo en las
gigantescas instalaciones petroquímicas de la IG Farben.
Un tercer grupo, comandado por el eficaz general Kammler y controlado por las SS,
colaboraba con la Luftwaffe en la creación de un programa nuclear independiente, en el
que obtendrían resultados operativos a mediados de 1943. Dicho grupo trabajaba con un
grado extremo de secretismo, y a partir de 1943 se fusionaría con el proyecto nuclear del
Reichpost de Ohnesorge, controlándolo todo a partir de entonces. Ese mismo año las SS
se harían con el emporio industrial húngaro «Arden-Weiss», donde se montarían todas
las bombas atómicas nazis. El nombre judío de la «Arden Weiss» serviría de tapadera
para el proyecto de las SS. Dos tipos de bombas atómicas serían terminadas por este
grupo, una de uranio, desarrollada en la ciudad de Ohrdruf por el doctor Seuffert
(bautizada por los aliados como «Little Boy»), y otra de plutonio, desarrollada en la
ciudad de Innsbruck, Viena, por el equipo del Doctor Stetter (bautizada por los aliados
como «Fat Man»).
6. General Kammler: las SS se quedan con los proyectos Wunderwaffe.
A raíz del atentado del 19 de julio de 1944 contra Adolf Hitler, la totalidad de los
proyectos considerados como alto secreto son absorbidos por las SS, en un proyecto
finalmente unificado bajo el mando del general Kammler. Sería este general el que
arrebataría al ejército no sólo el proyecto nuclear WuWa, sino también el control del
programa de cohetes V-2 y los futuros A-9 y A-10 de misiles intercontinentales. Poco se
sabe del general-ingeniero Hans Kammler, salvo que vivía en el mismo edificio que el
Barón Manfred Von Ardenne, y que visitaba frecuentemente los laboratorios
subterráneos de Von Ardenne situados en los sótanos antiaéreos de ese mismo edificio.
Tras la guerra, el General Dr. Hans Kammler desapareció sin dejar rastro. Aunque según
informes de la CIA desclasificados recientemente, existen indicios suficientes de su
supervivencia tras la guerra y de su participación, con otra identidad, en el programa
nuclear ruso a partir de 1945.
7. El brillante Barón Von Ardenne.
Es inútil buscar en una enciclopedia occidental alguna información sobre el barón Von
Ardenne. Sin embargo, en la extinta Alemania oriental era una especie de Edison a la
alemana. Cientos de calles, colegios y edificios públicos llevan aún hoy su nombre. Von
Ardenne, prolífico inventor alemán, adquiriría fama mundial antes de la guerra gracias a
sus descubrimientos en el terreno de la emisión televisiva, desarrollando el sistema de
transmisión de las olimpiadas de Berlín de 1936.
Von Ardenne fue clave para el desarrollo del sistema de separación de los isótopos U238
y U235 mediante supercentrifugadoras. Tras la guerra sería entregado a los rusos por el
general Kammler, desarrollando el programa nuclear soviético dentro de la empresa
ruso-germano-oriental WISMUT, localizada en Turingia. Más tarde trabajó en el Instituto
para la separación industrial de isótopos (SUCHUMI) en la Unión Soviética. En 1948 Von
Ardenne es condecorado con la gran orden de los Soviets, y en 1950 recibe el gran
premio Stalin, el equivalente comunista a los premios Nobel. A raíz de su sorprendente
relación con el régimen soviético, Manfred Von Ardenne fue conocido durante la
postguerra con el sobrenombre de «El Barón Rojo».
Desde 1955 fue fundador y director del instituto de investigación germano oriental de
Dresde de lucha contra el cáncer, donde desarrolló un sistema de tratamiento de
tumores por radiación atómica. Von Ardenne murió el 26 de mayo de 1997. Su compañía,
única gran empresa privada existente en la antigua Alemania oriental comunista, aun
existe y es aun un importante recurso para la economía de su país.
8. Uranio enriquecido U-235: ¿quién llegó antes?
Otro ingeniero austriaco llamado Gernot Zippe, que colaboró con Von Ardenne y que fue
capturado también por los rusos, consiguió emigrar a los Estados Unidos en 1958,
atribuyéndose la invención del sistema centrífugo y patentándolo en Occidente en 1960,
en donde se conoce como Método Zippe de enriquecimiento de uranio. Desde 1960 hasta
1985 el sistema centrífugo fue usado también en Estados Unidos. Es diez veces más
eficaz y de mucho menor consumo eléctrico que el sistema de filtrado americano. Aún
hoy los rusos siguen usando el sistema centrífugo, y de hecho son los mayores
productores del mundo de U235. El sistema de enriquecimiento mediante cascada de
supercentrifugadoras es usado además en Holanda, Corea del Norte, China, Irán, Irak e
Israel.
En las vísperas de la batalla de Kursk, un teletipo por valija diplomática fue enviado a
todas las embajadas alemanas en Europa. En dicho comunicado se informaba de que
había sido realizada con éxito la prueba de una bomba nueva, de poco tamaño y
formidable potencia.
De 1943 son los detallados planes nazis de ataque nuclear contra Nueva York ideados
por la OKL, la oficina de la Luftwaffe de Hermann Goering, en donde se especificaban
exactamente los valores en kilocalorías por kilómetro cúbico del efecto de una explosión
nuclear en Manhattan, y que coincidían por completo con los 15 kilotones de la bomba
que sería usada el 6 de agosto de 1945 sobre Hiroshima.
10. Hitler tranquiliza a Mussolini.
El periodista fue llevado a visitar las instalaciones subterráneas de Turingia, las rampas
de lanzamiento de las todavía desconocidas V-2, y lo que sería más importante: una
prueba de la bomba atómica alemana totalmente operativa.
Pero los aliados desconocían dónde estaban las famosas factorías secretas, así que
procedieron a un bombardeo sistemático de todo el territorio alemán, incluyendo
cualquier objetivo militar y también civil. Pero la industria secreta nazi estaba fuera del
alcance de las bombas aliadas: se encontraba a muchos metros de profundidad en la
montañosa región de Turingia, donde interminables túneles alimentaban el trabajo de
cientos de miles de obreros encargados de dar forma a los sueños más arriesgados de
Hitler.
Sólo en la gigantesca instalación Jonastal S III trabajaban y malvivían más de treinta mil
obreros en una ciudad subterránea de veinticinco kilómetros de longitud. Más tarde los
rusos ocuparían esas ciudades subterráneas, ubicadas precisamente sobre los ricos
yacimientos de uranio del sudeste de Alemania, y crearían desde 1946 la compañía rusa
WISMUT, que durante los 40 años siguientes llegaría a fabricar más de 200.000 kilos de
uranio enriquecido U235 destinados a equipar el arsenal soviético de bombas atómicas.
Posteriormente las minas y ciudades subterráneas serían dinamitadas, y aun hoy el
acceso a la zona sigue estando terminantemente prohibido por las autoridades de la
reunificada Alemania.
13. Un He177 preparado para la guerra atómica.
Dicho He177 modificado ha levantado siempre dudas respecto al alcance del programa
nuclear alemán entre los historiadores y los aficionados a la historia de la aviación. El
alcance de vuelo de dicha versión modificada del He 177 era superior a los 6500
kilómetros, con una carga útil de cinco toneladas en bombas. Suficientes prestaciones
para llegar a Nueva York, ciudad situada a una distancia prácticamente equidistante,
desde el centro de Europa, a la remota y deshabitada región siberiana de Tunguska. En
el último plan de vuelo de aquel He177 figuraba un viaje al aeropuerto militar de
Kristiansand, en Noruega.
14. La misteriosa explosión de Tunguska.
Casi veinte años después, un misterioso explorador ruso con aspecto digno de un
casting de Hollywood, Leonid Kulik, organiza en 1927 una expedición en busca del
meteorito siberiano, cuyo lugar de impacto nadie había visto ni localizado hasta
entonces. 1927 es también el año en que Stalin asume la totalidad del poder soviético.
Es un mal año para hacer ciencia: tras una dura y larga guerra civil, nadie puede
moverse libremente en la Unión Soviética, a riesgo de terminar pereciendo en algún
gulag. Pero finalmente Kulik, montado en su trineo y atravesando la impracticable y
densa tundra boscosa siberiana (aún hoy sólo es posible ir en helicóptero), encuentra
milagrosamente un remoto valle arrasado por el efecto de una gigantesca explosión.
Y es el primer ser humano en ver aquel espectáculo. No hay cráter de meteorito, pero en
un radio de varios kilómetros sólo hay los restos de miles de árboles derribados por una
fuerza brutal. Posteriores expediciones en los años treinta y cuarenta realizan algunos
reportajes fotográficos aéreos del evento, y en 1946 un científico ruso, Alexander
Kazantsev, escribe un libro contando por primera vez la historia del explorador Kulik y
atribuyendo la causa del fenómeno a «la explosión atómica de una nave extraterrestre».
Hasta aquí la historia oficial, que durante las últimas cinco décadas ha traído en jaque a
astrónomos, geólogos y un descomunal ejército de ufólogos y parapsicólogos con la
misión de explicar lo inexplicable. Pero la realidad pudo fácilmente ser otra: en 1946
Stalin se encuentra en el máximo apogeo de su poder: ha ganado una guerra, ha
eliminado a todos sus enemigos, como Leon Trotsky, borrando toda huella de su
existencia, falsificando incluso las fotografías que construyen la historia soviética. 1945–
1946 es también el año en que los americanos empiezan a enviar sus aviones espía
sobre el territorio de su antiguo y ahora preocupante aliado comunista.
En 1945, a Stalin le apetece muy poco que los americanos descubran Tunguska, una
enorme muestra de la vulnerabilidad de su imperio soviético: La huella del ataque con
una bomba atómica realizado por los alemanes el 23 de febrero de 1945.
15. La Hiroshima siberiana.
Hiroshima, 6 de agosto de 1945: a setecientos metros de altura (el llamado «ground zero
point»), estalla un ingenio capaz de destruir toda una ciudad. Con la luminosidad de mil
soles, la deflagración arrasa y volatiliza todo en un radio de un kilómetro y medio. Su
onda de choque destroza en segundos cualquier ser o cosa incluida en el interior de un
círculo de ocho kilómetros de diámetro.
Todas las investigaciones realizadas en los últimos cincuenta años apuntan a una
hipótesis imposible en 1908: una explosión nuclear.
Pero todos sabemos que en 1908 no había bombas atómicas, aunque sí hubo una
notable actividad de meteoritos y cometas en la zona, acribillada durante siglos por
cráteres de impactos reconocibles, distintos a Tunguska en todos los aspectos. De ahí
que haya que recurrir a estrambóticas explicaciones sobre naves extraterrestres o
desintegración de cometas.
Todos los especialistas discuten el origen de la explosión, pero nadie pone en duda el
hecho de que la explosión de Tunguska ocurriera realmente en 1908. Es muy probable
que el poco fiable pero inteligente Stalin nos haya engañado una vez más con la fecha de
nacimiento del fenómeno Tunguska, falsificándolo en más de 40 años. No hay
documento alguno publicado, anterior a 1945, que hable o se refiera a dicha explosión,
en ningún idioma, incluido el ruso. Los supuestos estudios de 1930 atribuidos a FJW
Whipple, de la Royal Meteorological Society de Londres, hacen referencia a grandes
meteoritos caídos en Siberia a principios de siglo, que nada tienen que ver con
Tunguska.
16. Stalin y la fabricación del mito de Tunguska.
Dichas fotografías son al menos de 1927, según las propias fuentes soviéticas, año en el
que según se dice Leonid Kulik descubrió el sitio tras realizar su prosaica y afortunada
expedición en trineo, atravesando miles de kilómetros de bosque impenetrable. Las
fotografías aéreas son, según las fuentes, algo más tardías, de finales de los años
treinta. Sin embargo ofrecen el mismo espectáculo: desolación total, ninguna
recuperación forestal a pesar de haber transcurrido más de treinta años del suceso.
Todo parece indicar que la explosión de Tunguska no pudo ocurrir en 1908: Se trata de
una sofisticada falsificación de los servicios secretos de Stalin, que ocultaron las huellas
de la misteriosa deflagración tras la cortina de humo de la caída de varios meteoritos
ocurrida a principios de siglo en un área indeterminada de Siberia y tras una fantástica
historia de una supuesta expedición de búsqueda que parte justamente al comenzar el
estalinismo, y que termina en 1942, al morir Leonid A. Kulik a los sesenta años de edad,
en el frente del este luchando contra los alemanes... ¡¡y al ser detenido, exterminado por
el tifus y desintegrado en un campo de concentración alemán!!. (Conviene señalar aquí
que los rusos nunca enviaron al frente a nadie que supiera algo más que leer y escribir.
Todos los hombres y mujeres de formación superior quedaron desde el primer día
exentos del combate y eran usados en las industrias soviéticas de retaguardia. Mucho
menos eran enviados al frente científicos de sesenta años de edad.)
17. ¿Porqué atacar Tunguska?
Otro tanto ocurrió con el misil V-2. Aun siendo una maravilla técnica, militarmente la V-2
fue un fracaso absoluto. Provocó más muertos entre las tropas encargadas de su
manejo y construcción que como resultado de su impacto en territorio enemigo.
Muchos, entre ellos el propio ministro de armamentos Albert Speer, sabían que en
aquellos momentos el programa de cohetes era un inmenso gasto superfluo para el
Reich, pero Hitler lo veía de otra manera.
La V-2 era para él un «arma diplomática», un instrumento que podía forzar a los aliados a
una tregua o a firmar una paz provocada por el miedo. Hitler nunca envió las V-2 contra
los soviéticos, ya que simplemente no consideraba que esa fuera una medida de presión
contra Stalin y su ejército, disperso y casi indiferente a la destrucción y las pérdidas
humanas.
El Führer era un obseso de la geopolítica. Para él, cualquier acción podía tener
consecuencias políticas indirectas, tan barrocas e imprevisibles que pocos en su
entorno eran capaces de detectar o adivinar. Este mismo criterio le empujó a firmar el
pacto de no-agresión con Rusia en 1939, a declarar la guerra a los americanos en 1941
para así presionar a los japoneses a un ataque contra la retaguardia rusa, o a retirar las
mejores tropas SS de la batalla de Kursk en su punto álgido y enviarlas a Italia, con
objeto de reforzar la moral de los italianos aún leales a Mussolini tras su derrocamiento
de 1943. Así era Hitler.
Para Hitler la bomba atómica era en esencia otra «arma diplomática» para cambiar de
raíz el curso de los acontecimientos y descubriendo por primera vez una forma de hacer
política que más adelante todo el mundo llamaría «política de disuasión nuclear».
Bombardear una remota y deshabitada región de Siberia ofrecía varias ventajas,
seguramente inexplicables para cualquiera que no estuviese familiarizado con la
psicología del jefe del Reich.
No había forma de dañar seriamente a los soviéticos con una sola bomba atómica, ya
que su industria y su ejército estaban dispersos por la inmensidad soviética.
Otra cosa habría sido que Hitler hubiera dispuesto de varios cientos de bombas como la
de Hiroshima, que, bien empleadas en el frente del este podían haber desintegrado
buena parte del ejército ruso. El riesgo que corrían los alemanes era mínimo, en caso de
que la bomba no explotara al ser lanzada sobre Tunguska. El artefacto atómico quedaría
perdido en el denso y desierto bosque siberiano, sin posibilidad de ser recuperado y
reutilizado de forma inmediata por los soviéticos.
El objetivo de Hitler era esencialmente otro: persuadir a los anglo-americanos de que era
mejor firmar un acuerdo, o de lo contrario podía bombardear Nueva York o Washington,
objetivos aéreos equidistantes a la lejana Tunguska, si tomamos como punto de
referencia el centro de Europa. Hitler confiaba en que los rusos hablaran inmediatamente
a los americanos de la explosión de Tunguska, y que después ellos sacaran
conclusiones al medir las distancias, y descubrieran que podían ser susceptibles a un
ataque atómico nazi.
En la mente de Hitler, Tunguska era por tanto el sitio ideal para dejar caer la primera
bomba atómica operativa de la historia, una bomba idéntica a la de Hiroshima.
Pero una vez más, sus sofisticadas expectativas geopolíticas chocarían con el
pragmatismo elemental de sus enemigos angloamericanos y rusos, que rara vez
cedieron o entendieron las complejas maquinaciones políticas hitlerianas. El Jefe del
Reich de los mil años aún tendría fuerzas para organizar su ultima «gran jugada
geopolítica», quizá la más exitosa, a la vista de las fuertes polémicas, la represión y
censura que aún suscita lo «nazi», y los millones de admiradores del nacional-
socialismo que hay en el mundo casi sesenta años después: la creación del mito
histórico de la resistencia del régimen nazi en Berlín hasta la aniquilación total.
En su última alocución radiada del día 23 de febrero de 1945, el propio Adolf Hitler
promete la victoria final, mientras declara, en boca de un dramático Joseph Goebbels,
que pide a Dios que le perdone por hacer uso de un arma demoledora y definitiva. Esa
misma mañana ha tenido conocimiento de la misión exitosa del Heinkel He 177 que había
despegado doce horas antes desde un aeropuerto en Checoslovaquia. Optimista por la
prueba atómica, se atreve incluso a visitar personalmente a sus tropas, que se baten en
el frente del Oder.
El ambicioso plan pretende mostrar a los aliados el poder de la nueva arma, así como el
radio de bombardeo aún posible de la aviación nazi, con objeto de forzar una tregua en
ambos frentes del conflicto.
Pero Stalin calla, y no comunica el ataque nuclear sufrido en Tunguska a sus aliados
angloamericanos. Sus tropas se encuentran ya muy cerca de Berlín, y sabe que incluso
un ataque generalizado alemán contra Rusia tendrá poco efecto sobre la maquinaria
bélica soviética: sus principales ciudades están ya destruidas, ha perdido veinte
millones de rusos a manos alemanas y su industria está dispersa por las inmensidades
de Siberia. No hay posibilidad de un ataque concentrado contra los rusos para ese tipo
de armas, a no ser que la Alemania nazi disponga de cientos de bombas como la de
Tunguska.
A los pocos días Stalin comprueba que no hay ataque atómico masivo alemán, y ordena
al Ejército Rojo el asalto definitivo a la capital del Reich.
19. Hitler no usa la bomba.
Tras el fracaso de las posibles negociaciones con Stalin, y ante la inexistencia de una
respuesta angloamericana, Hitler se encuentra en la peor de las situaciones posibles. Su
ejército se bate en retirada en el oeste, retrocede sangrientamente en el este y su
sistema industrial, que permanece intacto en un 80% en el subsuelo alemán, se ahoga
por la falta de suministros.
Sólo le quedaba a Hitler la posibilidad de un ataque directo contra Nueva York u otra
gran ciudad de la costa este americana, para forzar una posible paz con occidente, aun
cuando las V-2 que ya se lanzaban sobre Londres no conseguían obligar a los ingleses a
una negociación.
Sin embargo ese miedo a la represalia asegurada si funcionó durante los cincuenta años
de guerra fría posteriores, en los que se evitó el uso de armamento atómico gracias a la
estrategia mutua de «disuasión nuclear».
Si Alemania hubiera conseguido terminar la producción de los misiles intercontinentales
A-9/A-10 o los bombarderos a reacción de largo alcance Horten XVIII o Junkers E-555, o
el bombardero antipodal Sänger, Hitler hubiera podido atacar con alguna garantía a los
aliados desde sus bases subterráneas en Turingia, mientras él permanecía atrincherado
en su reducto alpino, hasta forzar la deseada tregua.
El 3 de abril los americanos y los rusos invaden Turingia ocupando las bases y fabricas
secretas alemanas. Hitler se reúne urgentemente con Kammler y le hace llegar nuevas
órdenes: Aún quedaba una posibilidad de un ataque aéreo contra una ciudad americana
desde la base de Kristiansend, en Noruega, enviando un bombardero de largo alcance
He177 a recoger un ingenio nuclear llevado allí por el submarino U-234.
El día 15 de abril, tras comprobar que el nuevo presidente americano Truman continuará
las hostilidades, y temiendo una brutal represalia angloamericana, Hitler decide no
ejecutar el ataque aéreo contra Nueva York desde Kristiansend. Ese mismo día el
submarino U-234 parte del puerto noruego con rumbo a Japón, pero su destino final es
incierto, dado el desarrollo que estaban tomando los acontecimientos. La decisión de
Hitler de no emplear la bomba atómica provoca una desbandada general entre los altos
mandos de las SS y de la Luftwaffe, partidarios ambos del uso del arma nuclear como
única alternativa para forzar un pacto a la desesperada con los aliados. Herman Goering
anunciará su deseo de negociar con los americanos el día 23 de abril, lo que provocará
su detención por orden de Hitler. Al mismo tiempo Heinrich Himmler se pondrá en
contacto con el conde Bernardotte para negociar una rendición por separado, sin contar
con el Führer.
Hitler centra sus últimos recursos en un final «heroico» para su régimen, con la idea de
marcar en la historia universal una resistencia épica sin precedentes, sacrificando hasta
el último hombre en la capital del Reich.
Pocos días después del suicidio de Hitler, el conde Schwerin Von Krosigk, recién
nombrado ministro de asuntos exteriores del efímero gobierno del almirante Doenitz,
comunica a la agencia de noticias Reuter que «Hitler no había echado mano de la última
arma terrible que el Reich tenía a su disposición...». El día 10 de mayo el Almirante
Doenitz firma la rendición incondicional de Alemania. La guerra en Europa había
terminado.
Aún le quedaba a Hitler, ya muerto, una última baza que jugar contra sus enemigos, en la
lejana guerra del Pacífico. Siempre preocupado por sus complejas maquinaciones de
estética política, el Führer prefirió pasar a la Historia sin quedar como el Padre del primer
ataque atómico, dejando la responsabilidad de ese crimen final en manos de los
japoneses. Poco imaginaba Hitler que el seis de agosto de 1945 los norteamericanos, en
nombre de la democracia y la libertad, se mancharían finalmente las manos con WuWa,
la bomba nazi, provocando el asesinato instantáneo de 150.000 personas en un segundo.
Un récord de velocidad aún no igualado en la eliminación de seres humanos.
Desde 1945 la historia y las especulaciones acerca del submarino no han dejado de
inspirar la imaginación de numerosos escritores y guionistas, e incluso en 1992 fue
realizada una película, coproducida por Alemania, Japón y Estados Unidos y dirigida por
el realizador Frank Beyer, titulada El último submarino, y basada íntegramente en las
memorias escritas por el telegrafista del submarino, el oficial Wolfgang Hirschsfeld.
Pero el fabuloso libro de Carter Hydrick nunca salió de imprenta. Su página web no es
accesible desde el 25 de noviembre de 1999, y aunque parece seguir ejerciendo su cargo
ejecutivo en una filial de Compaq en Houston, Texas, cualquier rastro de sus
investigaciones y apariciones públicas ha desaparecido por completo. Tan sólo Carter
Hydrick es mencionado en una nota de prensa del diario local de Lake Tahoe, con fecha
23 de mayo del 2000, relativa a los actos funerales en memoria de John Gabriel Hydrick,
hermano de Carter. También figura en dicha nota de prensa una breve biografía del
fallecido: un eficaz agente que trabajó durante años procesando información secreta al
servicio de la CIA, el FBI y la NSA. Al parecer Carter Hydrick, en sus investigaciones,
pudo tener acceso a documentación de primera mano.
OPERATION PAPERCLIP
Como resultado en junio de 1945 son muchos los políticos americanos que claman por
una finalización inmediata de los gastos disparatados de la investigación atómica, ya
que estimaban que la guerra estaba prácticamente ganada y que los brutales
bombardeos de los B-29 contra Japón eran presión suficiente para terminar la guerra.
El oficial alemán capturado Schlike les da la solución: usando los fusibles infrarrojos
inventados por el Barón Von Ardenne para el régimen nazi, se consigue que los 64
fusibles que envuelven a los 32 segmentos de explosivo convencional detonen a la
velocidad de la luz, simultáneamente y provocando la implosión necesaria del plutonio.
Es el propio Schlike quien instala los fusibles de la bomba de la prueba de Trinity, que se
hace estallar el 16 de julio de 1945 en el desierto de Nuevo México. Es, según la versión
oficial de los vencedores, la primera explosión nuclear de la historia.
El 16 de julio los científicos del proyecto Manhattan hacen explotar su primera bomba en
Alamogordo, una bomba de plutonio. No hubo más pruebas, la bomba de plutonio
funcionaba.
Sin embargo, lo que cayó sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945 no fue una segunda
bomba de plutonio. Era una bomba que contenía 60 kilos de uranio 235. Una bomba que
jamás había sido probada y de la que se desconocían los efectos de su explosión. Más
tarde, ante las sospechas que provocó la falta de pruebas previas realizadas con la
bomba de uranio, los responsables del proyecto Manhattan argumentaron que se trataba
de una bomba mucho más simple que la de plutonio, que al igual que en un fusil se
activaba disparando una carga subcrítica de uranio sobre otra masa subcrítica.
Afirmaban que estaban tan seguros de la explosión que estimaban que no era necesaria
una prueba previa. Se desconocía si la bomba de 60 kilos de uranio era más potente que
la bomba de 15 kilos de plutonio probada el 16 de julio. No se sabía tampoco si podía
provocar la temida reacción atmosférica en cadena, extendiendo su efecto a todo el
planeta.
La bomba debía ser montada y armada en vuelo, pocos minutos antes de ser lanzada,
con objeto de que la radiación emitida por el hiperactivo uranio 235 no dañara los
circuitos de disparo y provocara que el ingenio no explotase en el momento adecuado, o
lo que es peor, que diera lugar a una precipitada explosión en vuelo. A eso hay que
añadir el riesgo estadístico: casi un diez por ciento de las bombas convencionales
lanzadas durante la segunda guerra mundial no explotaron. Además, la bomba llevaba
un pequeño paracaídas que frenaba su descenso, con objeto de evitar que una variación
de presión por la velocidad de caída la hiciera explotar en una cota inadecuada. Eso
significaría también que la bomba, de no explotar, caería intacta en el bando japonés.
El hecho de que la bomba de uranio pudiera caer sin explotar en manos enemigas podría
acarrear consecuencias gravísimas e imprevisibles: los japoneses tendrían a su
disposición 60 kilos de uranio 235 puro, que podrían usar rápidamente en un ataque de
respuesta contra los Estados Unidos. El grado de avance del programa nuclear japonés
estaba lo suficientemente desarrollado como para entender la mecánica de la bomba de
Hiroshima. De hecho, al finalizar la guerra fueron incautados a los japoneses dos
ciclotrones y al menos cinco reactores nucleares en construcción en Japón y Corea,
aunque el estado de desarrollo de dichos reactores es todavía un misterio no
desclasificado por el gobierno de los Estados Unidos. También se requisaron a los
japoneses varios cazas y cohetes operativos idénticos a los usados por los alemanes.
El día veintiséis de agosto de 1945 apareció en todos los diarios del mundo, incluidos
The Times y el New York Times, una intrigante nota de prensa emitida simultáneamente
por el gobierno inglés y por el ejército norteamericano, en base a los resultados de las
investigaciones efectuadas por el grupo CIOS de inteligencia aliada: el comunicado
habla del avanzado estado de la investigación nuclear alemana, de la importancia del
material incautado a los nazis y de sus repercusiones en la victoria sobre Japón.
También se hacía mención a los cohetes intercontinentales alemanes ya desarrollados y
a los sistemas de antirradar implementados en los aviones y submarinos nazis al final de
la guerra.
Son dignas de señalar las declaraciones efectuadas por el teniente coronel John A.
Keck, jefe de inteligencia e investigación de armas enemigas del SHAEF, que le
comunicó a Clark Kinnaird: «...los alemanes no estaban satisfechos con los horribles
efectos devastadores de las V-2. Sin embargo desarrollaron un sistema para lanzar las V-
2 desde submarinos sumergidos y estuvieron trabajando en un cohete llamado A-10 con
un alcance de 3000 millas, cuando llegó el día de la victoria en Europa. Tenían planes
para un "ingenio de la muerte", que mataría cualquier cosa en su enorme radio de
acción: cualquier cuerpo con agua sería convertido al instante en vapor, cualquier
bosque arrasado por el fuego, cualquier ciudad desintegrada». Clark Kinnaird publicaría
dicha información en la página 78 de su libro The Black Book of Fascist Horror,
publicado por Pilot Press en junio de 1945. De dicho libro se distribuyeron sólo dos mil
ejemplares antes de su retirada por el gobierno americano. La bomba atómica era un
secreto: aún no había sido lanzada sobre Hiroshima.
Tras cincuenta años de sequía informativa provocada por los vencedores, hemos ido
conociendo paulatinamente la realidad de los programas de cohetes y de aviones a
reacción nazis, los planes sobre armas químicas y bacteriológicas o los nuevos
submarinos y su influencia capital en el desarrollo de todo tipo de armas tras el fin de la
guerra mundial y en el programa espacial de ambas superpotencias.
Sin embargo no es pública todavía la documentación incautada referente al sofisticado
programa atómico alemán. El primer ministro Winston Churchill y el general Putt, al
mando del grupo de ejércitos americanos en Europa, declararon públicamente y sin
ambigüedades en agosto de 1945, ya terminada la guerra contra Japón, que los
alemanes disponían de dos bombas atómicas totalmente operativas al finalizar el
conflicto, así como ingentes cantidades de armas nuevas a punto de entrar en combate.
Gracias en gran parte a la caída del muro y a la reunificación alemana, que ha traído
aparejada la liberación de muchos documentos que estaban en manos de los países que
se alineaban hasta hace poco con el bloque soviético, hemos podido certificar la
realidad de las afirmaciones expresadas en el New York Times y el inglés The Times del
día 26 de agosto de 1945.
Uno de los aspectos más llamativos de dicho comunicado era la supuesta existencia de
cohetes intercontinentales, capaces de bombardear objetivos situados al otro lado del
Atlántico y alcanzarlos en apenas un cuarto de hora. Ya no es ningún secreto los planos,
diseños e incluso fotografías mostrando misiles operativos nazis, como el Rheinbotte de
cuatro fases, la espectacular lanzadera espacial tripulada A-4b, el Waserfall antiaéreo o
el descomunal A-9/A-10 de dos fases, en sus versiones de bombardeo tripulado y misil
balístico.
Pero aún más intrigante es el proyecto de bombardero antipodal Sänger, que lanzado
desde una plataforma de tres kilómetros de longitud era capaz de bombardear desde el
espacio cualquier objetivo terrestre en menos de media hora, volviendo a continuación a
su base de origen, mediante un ingenioso sistema de reentrada por rebotes en la
atmósfera. Un buen ejemplo de la importancia dada a dichos descubrimientos nazis
estriba en un suceso ocurrido en París en el año 1956: un comando ruso secuestra al
matrimonio Sänger en Francia, con objeto de que estos desarrollaran para Stalin el
proyecto de bombardero antipodal «Silverbird».
Existen indicios suficientes para demostrar que todos estos proyectos fantásticos
estaban siendo desarrollados en las profundidades de las factorías subterráneas de
Turingia, y la abundante documentación fotográfica muestra que muchos de esos
ingenios fueron algo más que prototipos experimentales.
27. Preguntas sin contestar.
Fritz Houtermans fue un famoso físico que también trabajó para Manfred Von Ardenne
desde 1941 hasta el final de la guerra. Fue además uno de los pocos miembros del
equipo de Von Ardenne que se entregó a los americanos, ya que había sufrido antes de
la guerra y de manera voluntaria la experiencia de vivir en la Rusia de Stalin. Según
figura en los archivos desclasificados de la Misión Alsos, Houtermans ofreció a Gerard P.
Kuiper el 3 de septiembre de 1945 negociar su libertad y algo de dinero para su mujer, a
cambio de un sencillo procedimiento alemán probado durante la guerra para la
producción de energía nuclear a partir del Torio 232, convirtiéndolo a Uranio 233,
material fisionable y aún más apto para la fabricación de bombas que el Uranio 235.
Tras la guerra, y ante la imposibilidad de trabajar en sus propios países hasta la década
de los 50, miles de ingenieros y científicos alemanes e italianos (algunos de reconocido
prestigio, como Willi Messerschmidt, Otto Skorzeny, Werner Heisenberg, Reimar Horten,
Ronald Richter, Kurt Tank, Ludwig Vorgrimmler y un largo etcétera) emprendieron rumbo
a Sudamérica o a la península ibérica. Tanto España como Argentina, países entonces
comprometidos mutuamente en una alianza «de facto», empezaron en 1945–1946 a
desarrollar programas autónomos muy avanzados de aviación a reacción (los famosos
Pulki o Hispano Saeta), submarinos y tecnología naval, armas automáticas (el CETME y
el posterior G3, derivados del MP 44), y fueron capaces de iniciar sofisticados programas
de energía nuclear, sin tradición previa en estas áreas de investigación. En el caso de
España, se desarrollaron reactores nucleares operativos desde 1948, en plena autarquía
y aislamiento internacional, mucho antes que otros países más avanzados
tecnológicamente.
Ya comenzado el siglo XXI, más de 300 millones de documentos sobre la Alemania Nazi
permanecen retenidos en los archivos secretos de los Estados Unidos, Rusia e
Inglaterra. Más de 3 millones de patentes industriales, médicas y tecnológicas alemanas
fueron incautadas o robadas como botín de guerra por los vencedores: sobre esas
patentes se ha construido el desarrollo humano de los últimos 55 años. Los temores
nazis al plan aliado «Morgenthau» se convirtieron en una triste realidad: hasta la década
de los 50 Alemania tuvo terminantemente prohibido el desarrollo industrial en cualquier
área, en especial en las industrias nuclear, electrónica y aeroespacial. Sólo como
resultado de la guerra fría se abrió la mano aliada con el mito del «Plan Marshall». Pero
el milagro económico alemán, italiano y japonés no vendría de la mano de la raquítica y
«desinteresada» ayuda americana: un elaborado plan de recuperación económica de las
multinacionales europeas ya había sido ideado por los nazis durante la guerra ante una
eventual derrota del Eje, con el soporte bancario suizo y el respaldo de una sofisticada
red de empresas secretas, como Sofindus, además del apoyo velado de algunas
multinacionales americanas, como IBM y Ford.
En base al Acta Americana de Libertad de Información, todo documento secreto debe ser
hecho público antes de transcurrir treinta años desde su clasificación. El 16 de febrero
de 1999, el Departamento de Defensa americano declaraba en una carta pública, en su
sección 13-A2, que la desclasificación de todos esos documentos «...sería causa de un
grave daño a la seguridad y prestigio nacional».
Casi sesenta años después de los hechos, muchos se preguntan cuál es el contenido
tan secreto y dañino de los papeles concernientes al Tercer Reich, cuál es el peligro y
por qué siguen clasificados y negados a la opinión pública y a la Historia de la
Humanidad.
"...A few days after the atomic bombing, the secretary of the University of Tokyo came to
us asserting that the Japanese were ready to destroy San Francisco by means of an
equally effective bomb. ... It was only lack of raw materials, they said, which prevented its
construction. In the meantime, the Germans were said to have carried the discovery to a
further stage and were about to initiate such bombing. The Americans were reputed to
have learned the secret from the Germans, and they had then brought the bomb to a
stage of industrial completion..."
http://www.deutsche-atombombe.de
http://www.luft46.com
http://www.naziufos.com
http://www.jonastal.com
http://www.bunkerwelten.de
http://www.deutsches-museum.de/bib/archiv/atom/atom.htm
http://www.italia-rsi.org/miscellanea/mussolintervista.htm
http://members.nbci.com/osseticamb/u234/
http://www.ciudadfutura.com/bitacora/bumpe/bumpe01/bumpe01.htm
http://www.jonastalprojekt.de/
http://www.schatzsucher.de/geheimwaffen/atombombe.htm
http://www.unicraftmodels.com
Harald Fäth: 1945 – Thüringens Manhattan Project. Auf Spurensuche nach der
verschollenen V-Waffen-Fabrik in Deutschlands Untergrund (AMUN-Verlag,
Schleusingen, 2001), Pb., 29,80 DM
Edgar Meyer & Thomas Mehner: DAS GEHEIMNIS DER DEUTSCHEN ATOMBOMBE (39,80
DM)* Gewannen Hitlers Wissenschaftler den nuklearen Wettlauf doch?
Edgar Mayer & Thomas Mehner: HITLER UND DIE »BOMBE« (59,00 DM)* Welchen Stand
erreichte die deutsche Atomforschung und Geheimwaffenentwicklung wirklich?
Edgar Mayer & Thomas Mehner: OPERATION »URANUS« (39,80 DM)* Das Dritte Reich
und die Geheimprojekte der Deutschen Atombombe und Fernrakete in Thüringen
Friedrich Georg: HITLERS SIEGESWAFFEN (49,80 DM)* Band 2: Star Wars 1946 Die
Geheimgeschichte der Raketen und Flugkörper des Dritten Reiches
Ian V. Hogg GERMAN SECRET WEAPONS OF THE WWII, The missiles Rockets and New
technology of the third Reich. Greenhill Books
Philip Henshall VENGEANCE Hitler’s Nuclear Weapon Fact or Fiction? Alan Shutton
Publishing 1995
Phillip Henshall THE NUCLEAR AXIS Germany, Japan and the Atom Bomb Race 1939–
1945 Sutton Publishing 2000