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En 1952 habia sido designado profesor de la Escuela de Pe- ‘iodismo de la Universidad de Chile. E14 de noviembre de 1968 se le otorgé el Premio Nacional de Literature, ye ao siguiente fe elegido miembo de numero de la Academia Chilena de la Lengua Hemén del Solar murié en Santiago el 22 de febrero de 1985. Todos los pueblos tienen fundadores, conocidos o ignorados. Asi, pues, hace muy largo tiempo —tan largo que es instil tratar de saber cudndo fue- existié sobre la tierra un hombre negro llamado Upa-Upa. Era alto, fuerte, valeroso y manejaba las armas mucho ms diestramente que todos los suyos. No es extrafio, por lo tanto, que lo nombraran jefe. Upe-Upa cuando daba sus érdenes se gol- peaba el pecho con el puto cerrado, y el ruido de los golpes era como el de un tambor que ray DEL SOLAR cruza los valles y las montafias, y se pierde nadie sabe dénde. Upa-Upa reunié, cierta vez, asus guerreros, y les dijo que partirian a conquistar tierras ‘extrafias. Los guerreros bailaron agitando sus armas con estruendo y cantando unos himnos que ya nadie recuerda. Y partieron por los montes, y cruzando las selvas Iegaron a unas tierras en que vivian ‘otros hombres negros, que fueron dominados. De este modo fundé Upa-Upa un pueblo muy grande, y se hizo respetar y temer. A los guerreros de este jefe se les llamé los upa-upa, y con este nombre fueron conocidos a través de los afios. Cuando Upa-Upa murié, como mueren todos los hombres, los hechiceros arrojaron su cuerpo en el rio més torrentoso, para que nunca se le encontrara. Después inventaron una leyenda que hasta hoy cuentan los viejos de la tribu con las siguientes palabras: —Upa-Upa estaba viejo, y ya no podia acanzar mayor gloria. Entonces un dia, mientras estaba cazando, se vio venir desde as alturasa un péjaro de siete colores, que cantaba como un millén de trompetas, estremeciendo el mundo. Upa- Upa supo inmediatamente, al levantar los ojos, que todos los dioses negros habfan celebrado una reunién y decidido levarse a Upa-Upa al castillo en que vivian, en un lugar que brilla como una estrella. “Voy a morir ~murmuré Upa-Upa, entre los cazadores- y quiero que mis ensefianzas no se olviden nunca”. Después seincliné para que el péjaro pudiera tomarlo de Ja cintura y conducirlo ficilmente a su nueva morada. Desde entonces, Upa-Upa vela por los suyos,alléen lo desconocido de los ares, y asomado a una ventana mira todo lo que pasa ena Tierra. A veces est contento, y entonces crecen los trigos, hay lluvias favorables, soplan buenos vientos; a veces esté enojado, y entonces Ia lluvia desaparece, la tierra sufre de sed y los animales salvajes salen de las selvas para atacat alos hombres. Los viejos de la tribu cuentan esta historia, y todos los nifios negros la escuchan con una " atencién extraordinaria, conteniendo la res- piracién para no perder una sola palabra, y ‘mirando de vez en cuando hacia el cielo para ver si, por casualidad, divisan el castillo en que Upa-Upa, asomado a la ventana, se soba las barbas con mano distrafda; unas barbas que el tiempo ha hecho tan blancas ¢ inmensas, que ya parecen un rio de nieve que corre por centre las estrellas. Bueno: todo esto sucedié ~ya lo hemos dicho hace muchos afios, y ahora el pueblo de Upa-Upa, con las guerras, las enfermeda- des, las intundaciones y otras calamidades que ‘nunca faltan, se ha vuelto pequefito, no tiene ‘muchos habitantes, y trata de vivir lo mejor posible, entre bosques, montafias ylagos que tienen nombres muy bonitos o muy feos, segiin haya sido el gusto de aquellos que los han nombrado por primera vez. Pero vamos a ser mds precisos, para que todos sepamos cémo es el pueblo de Upa- Upa. Esté situado, con toda exactitud, a la entrada de una selva tan enorme, que tiene la 2 extensién de un pais de los de buen tamafio. Hacia la izquierda corre un rio, llamado el del Colmillo, porque cuando fue descubierto iba flotando sobre las aguas el colmillo de un elefante. Las viviendas del pueblo son sencilla, re- dondas, con una puerta al centro y un techo puntiagudo, En medio de pueblo hay una plaza, donde se celebran las principales ceremonias. Las dos viviendas mas grandes son las del rey, Upanga, descendiente directo de Upa-Upa, y la del hechicero Béa, un hombrecillo viejo, flaco y temido. ‘Ante la puerta del palacio de Upanga hacen guardia tres 0 cuatro granaderos de la Orden del Jabali, que usan grandes lanzas y van des- calzos. Ante la morada de Biia no hay guardia alguno, pero siempre se ve subir un humo lento, que parece brotar de la tierra. El pueblo se divide en guerreros, cazadores y gente comin. Los guerreros visten hermosas pieles y se adornan la cabeza con plumas de diversos colores. Son los personajes més im- Ao DHL SOLAR portantes, después del rey y del hechicero. Los cazadores son los que proven de alimentos ala poblacién, y se les estima grandemente. Todos os demés viven a su manera, sin preocuparse ni poco ni mucho de las cosas, obligados a mantenerse tranquilos y a hacer todo lo que se les ordena, lo cual es siempre poquisimo. En las noches, antes que los upa-upa se vayan a dormir, se encienden hogueras a la entrada de la selva, para que los animales feroces, temerosos del fuego, no incursionen por la poblacién. De vez en cuando, un cen- tinela va animando las llamas, para que no se apaguen antes del amanecer. Y en el pueblo hay un silencio absoluto. El tinico que suele estar despierto muchas horas, entretenido en escuchar los rumores que vienen de la selva, es un nifio. Se llama Totora, y se parece a todos los demas nifios del pueblos pero tiene una misteriosa sonrisa, que vuelve locos a sus, padres y a todo el mundo. Los viejos, los jévenes y los nifios ya no saben qué hacer con Totora. Los desorienta a todos con sus rarezas. Una mafiana, por ejemplo, se vio que habia desaparecido el centincla de las llamas. Su cuerpo aparecid despedazado, horas después, en un lugar de la selva. Era evidente que un tigre le habfa clavado sus garras y sus colmillos. Nadie dijo que era el tigre el asesino, porque los upa-upa no pronunciaban el nombre de este animal, convencidos de que bastaba nombrarlo para atraerlo. Asi, pues, le lamaban “el Sefior Hambriento”, inclinando profundamente la cabera al decir estas palabras. El dia que desaparecié el guardia, y antes que fuera encontrado, los upa-upa se reunieron en Ia plaza para comentar su desaparicién. Baia, el hechicero, hablé de esta manera, para explicar el caso: —Seguramente ha venido el Sefior Ham- briento y se lo ha llevado, No tardaremos en encontrarle si buscamos por la selva. Y alguien pregunté: ={Cémo pudo entrar el Sefior Hambriento estando encendidas las hogueras? 16 ia se quedé pensativo, y ya ibaa contestar Juna manera incomprensible, como siempre no sabfa algo, cuando Totora levanté la y dijo estas palabras asombrosas, entre los ides y chicos que habfa en la plaza: -El Sefior Hambriento era ciego, sin duda, no vio las llamas. Cémo podta, entonces, erlas? Bia le lanzé a Totora una mirada terrible, se \cogié de hombros y empezé a pronunciar largo discurso, que nadie entendié, y que, ‘porlo tanto, convencié a todos. Es asi como pproceden los hechiceros. Pero dos dias después, ante el asombro de los upa-upa, aparecié To- tora seguido de un tigre ciego, de vuelta dela selva. Los cazadores le dieron muerte, y luego le pidieron a Totora que explicara cbmo habia encontrado a ese tigre ciego. No me costé mucho -dijo Totora, sonriendo misteriosamente-. He ofdo decir que una fiera vuelve siempre al lugar en que ha encontrado una presa. Y para volver a nuestro pueblo, sin perderse, no hay que alejarse mucho. De modo mat Di SOLAR que yo resolv{ salir en busca del Sefior Ham- briento que maté al centinela de las llamas. No me vio venir. Y cuando sintié que yo le acariciaba la cabeza, se mostré muy extrafia- do. Moviendo la cola, parecié decirme: “No ‘tengo hambre y no pienso devorarte. Ademés, acabas de tener una idea que me gusta: me has rascado la cabeza, cosa que nunca le ha hecho nadie a un Sefior Hambriento. Si quieres ser mi amigo, iré adonde me lleves. Como ves, soy ciego, y tii verds por los dos”. Entonces eché a andar y el Sefior Hambriento se vino a mi lado, como los perritos que queremos. Eso es todo. Esta historia impresioné hondamente a los upa-upa. Los hombres, las mujeres y los nifios hablaron durante cuatro dias de Totora, como: se habla de los grandes héroes. Esto desagradé a Béa como nada le habia desagradado en su larga existencia. “Totora es un peligro ~pens6-. Cualquier dia lo nombran hechicero. Algo hay que hacer para desacreditarlo”. 'Y Biia comenzé a hablar de Totora como habla siempre de los nifios ociosos que no para nada. Por su nacimiento, pertenecia fotora a la casta de los guerreros; pero Bia dio mafia para convencer a la tribu de que fotora no serfa nunca un guerrero valeroso y tobusto. Y lo convirtieron en aprendiz de earador. Asi vivié dos afios, hasta que Bita insistié en una asamblea que era indil tratar de hacer un buen cazador del infeliz Totora. Entonces el nifio pasé a ser uno de los innu- merables chicos negros que solo sirven para traer agua del lago y para ayudar a las mujeres en la cocina. Los padres de Totora, muy humillados, ‘enviaron al nifio a casa de su abuelo, la que ‘estaba al pie de la montafia. El abuelo era un combates y posefa un conocimiento muy exacto de los hombres. ~Tua gran enemigo es el hechicero Bia —dijo cl anciano~. Es dificil combatir con 4. Su poder estan grande como cl del ey Upanga. Pero no ne Du SOLAR debes desanimarte. Mientras vivas conmigo, te ejercitaré en el manejo de las armas, y llegarés a ser uno de nuestros guerreros mds temibles. El rey Upanga permitird que te midas en ruidosos ‘tomeos con sus mejores oficiales, Ti os vencerds, y de este modo recobraris el aprecio de todos. No me interesa lo que me propones ~con- test6 sonriendo Totora-. Yo deseo algo més. ~zAlgo més? ~pregunté el anciano, estupe- facto-. Qué més puedes desear? Eres muy joven para saber lo que te conviene. Sin embargo lo sé ~dijo Totora. =i qué es lo que sabes? Me gustaria oirlo. —Quiero ser hechicero, pero muy superior a Bia -dijo el nifio. Entonces el anciano junté las manos y lan- 26 un grito que significaba la més inmensa desesperacién. Para ser hechicero -dijo por fin— hay que aprender importantes secretos y conseguir un poder maravilloso, que tinicamente lo otorgan nuestros dioses allé arriba, en el castillo en que vive Upa-Upa, el inmortal. » Yo seré hechicero aunque Upa-Upa se mnga —respondié Totora, sonriendo como hhacfa siempre, es decir, con una sonrisa que ultaba indescifrable. Bl anciano volvié a gritar su desesperacién después, con gesto furibundo, le sefialé a Totora la puerta. —jMarchate ahora mismo! ~aulls-. No quiero tenerte un minuto més en mi casa. Totora incliné la cabeza, pidié que le per- ddonara su osadfa y luego se marché como se lo ordenaban. ,Qué haré? -se dijo~. No puedo volver a casa de mis padres. Bia me odiard siempre. Estoy de més en el pucblo de los upa-upa”. Yempezé a subir la montafia. Después en- td en el corazén de la selva. Y como estaba cansado, se tendié a dormir. 2 Totora medita y sigue adel. E aire fro de la mafiana desperté a Totora. sobé un rato los brazos y las piernas, para ytumecerse, y miré entretanto hacia todas . Recordé entonces que habia huido de pueblo y sintié una secreta angustia. ““;Qué haré, completamente solo? ~pens6, fijando la mirada en la tierra-. Yo no sirvo para nada, Bia tiene razén”, Pero interrumpié sus pensamientos al advertir que alrededor suyo habia numerosas huellas 2B xr SOLAR 19s AVENTURAS DE TOTORA de grandes y pequefias bestias, que, mientras il conseguir un solo bocado. Se levanté dormia, habfan venido a olfatearle. pprisa, sacudi6 el cuerpo como un perrito “No han querido comerme —dijo para sus se ha caido al agua, y empez6 a caminar. adentros-. Sin embargo, soy tan apetitoso acompafiarse en su marcha, imité con como todos los dems, Talvez un poco flaco, toca, lo mejor que pudo, el sonido de un no muy grande; pero mds vale un mordisco bor negro, en una presa chica que ninguno en una presa ={Bum, bum, bum! -cantaba-, ;Bum, bum, gorda’, ! Yen ese preciso momento se le ocurrié algo Mucho més allé, unos monos que comfan que le lend de alegria. Pensé que tinicamente las copas de los drboles sintieron el extraiio a los grandes hechiceros no los devoraban las ido y miraron hacia abajo. Nunca habian bestias. A cualquier otro, en un caso como el to a un negro nia un blanco, y tanto se suyo—dormido all, indefenso-, zno lo tomaria smbraron que dejaron caer, pelada, la fruta el Sefior Hambriento entre sus dos grandes que comfan. Totora se detuvo y, sin mirar patas, entornados los ojos, relamiéndose, para arriba, para no perder tiempo, recogié ir poquito a poquiro quiténdole la vida, en fruta y se la llevé a la boca. tuna cena callada y feliz? “Ando con suerte ~pens6-. Si esto contintia, “En realidad -se dijo-, si tanto he deseado Jos upa-upa lamentardn mi ausencia. Bua es siempre ser hechicero, es porque ya lo soy, sin un envidioso. Nunca lo he visto hacer nada saberlo, El dfa menos pensado me voy a dar ‘que valga la pena. Estoy seguro de que si an- cuenta de esto. ;Y qué gozo va a ser el mio!” dluviera solo por aqui, se morirfa de hambre”, Tanto le entusiasmé Ia idea que ni siquiera Y caminé largamente hasta llegar a orillas recordé que tenia hambre y que iba a serle de un rfo que no conocfa. El sol empezaba a m4 25 Hox Du SOLAR Las aviaTURAS DE ToTOR calentar con fuerza, y Totora se dirigié hacia tar los remos se quedé mirando a los el agua para refrescarse. Se mojé la cabeza, hombres, sonriendo con su misteriosa las manos, las piernas, el pecho. Y de pronto ’ anzé una exclamacién ahogada pero gozosa. Quién eres? le pregunté uno de ellos, Entre unas altas hierbas, amarrada ala orilla, nndo cara de enemigo. vio una canoa con sus remos. ic llamo Totora, y puedo llevarlos donde “Un buen viajero no pierde una oportunidad an -respondié el muchacho. tan hermosa’, pens6 con regocijo. os dos hombres se miraron con extrafieza Desaté las amarras, subié en la canoa y jeron répidamente todo lo que el caso movié los remos pausada y firmemente. El ja, {No era poco audaz el muchacho! agua era mansa y la canoa se desliz6 por ella itarlos a su propia canoa, como si fuera hasta llegar al centro de la corriente, donde ducio! no tardé en emprender veloz carrera. AY qué haces por aqui? “le preguntaron-. Pero entonces oyé unos gritos en la orilla. De dénde vienes? Qué pensabas hacer con Miré hacia atrés, y vio a dos negros armados embarcacién? que aullaban como demonios enfurecidos. Totora reruvo en la memoria las tres pre- “La canoa les pertenece ~pens6 Totora- y tas, en su orden respectivo, y las contest lo honrado es que la entregue”. on vor clara: Los negros se calmaron al ver que Totora “Hago por aquf lo que puede hacer el que luchaba con mucho vigor para deshacer su hhaalejado de su pueblo, Vengo de las tierras camino. Cortieron por la orilla, blandien- Helo upa-upa. Con esa embareacién pensaba do sus armas, al encuentro de la canoa que alejarme sin rumbo, confiado en encontrar volvia. Totora atracé junto a unas piedras, y ‘un buen camino. Los dos hombres sonrieron, sin saber por qué. Hacfa mucho tiempo que ofan hablar de los upa-upa, y deseaban conocer a alguno. jLéstima que éste fuera solo un muchacho! Los upa-upa tenjan fama de guerreros y de cazadores. “a qué sabes hacer? —le preguntaron. —Todavia no sé hacer nada, pero he salido de mi pueblo para hacerlo todo —repuso To- tora, contento de su respuesta, que, sin decir nada, decfa mucho, como la de un hechicero de gran prestigio. Nosotros somos cazadores y andamos en busca de Aquel que mata y no se nombra ~dijeron los hombres. ~{Detris del tigre? ~pregunté Torora. Los dos negros agacharon la cabeza, como si temicran un repentino zarpazo, y le pidieron al nifio que no pronunciara dl nombre del enemigo. Es temible ~murmuraron-, y cuando se dice su nombre, aparece y devora. Hay que cogerlo sorpresivamente. =No le temo ~dijo Totora~. Sé cémo hay que hacer para volverlo manso. exw Du. SOLAR Y les conté enseguida la historia del tigre ciego. Entonces los negros se miraron nue- vamente y pensaron que talvez entre los upa- upa existiera el secreto preciso para dominar a Aquel que no se nombra. Decidieron que habfan hecho una gran adquisicién e invitaron a Totora a seguir con ellos hasta la tierra en que habitaban. Me gustaré conocerla—dijo Totora, entre- gandoles los remos. Bogaron los negros hasta llegar a una tierra pe- ddregosa. Sacaron la canoa hacia laorillay después subieron con el nifio hacia unas altas dunas. En Joalto, mientras se detenfan a descansar, Totora vio no lejos un pueblecito muy semejante al de los upa-upa. Uno de los negros se llevé ambas ‘manos a la boca, a modo de bocina, y lanzé un ‘gtito ronco y largo, seguido de dos breves agudos. =:Qué significa eso? —pregunté Totora, intrigado. —Anunciamos que no traemos a Aquel que devora, pero que hay novedades -repuso el negro. ron unos instantes, y de pronto, s¢ oy6 el sonido de un tambor. dicen que bajemos ~dijo el negro. ‘con una piel, y con la cara llena de Jos tatuajes, se acercé a hacer preguntas. Le mndicron los negros que Aquel que devora se ‘ocultado, y que con ellos se habfa venido uuchacho, del pueblo de los upa-upa. El an- miré con curiosidad a Totora, en silencio, pregunté después: 4Por qué te has venido con ellos? ;Qué in te ha obligado a abandonar tu pueblo? ué trabajo podrés hacer entre nosotros? “Totora ya estaba acostumbrado a contestar jadamente, de manera que sin dificultad jinguna respondié sonriendo: =Me he venido con ellos, porque la canoa ha ido hasta aqui. He abandonado mi pueblo porque alld dicen que no sirvo para nada. Y reo que puedo trabajar tan diestramente ‘como cualquiera, uxt De SOLAR Cul es tu trabajo? ~pregunté el anciano, frunciendo sus tatuajes en un gesto de duda. Soy hechicero —respondié Totora. Entonces se echaron todos a reir. :Podia ser hechicero un muchachito sin experiencia? ‘Nunca se vio tal cosa, ni nunca se ver4. Cuenta lo que has hecho, para que te crea~ mos~dijo el anciano, riendo estruendosamente. He sido el mejor amigo de un tigre ciego -murmuré Totora. Calla! -grité el viejo-. No nombres a ‘Aquel que no se nombra. ~Yo puedo nombrarlo, y donde yo estoy no hay peligro —murmuré Totora, contento del asombro {ue veia en todas las caras~. Ademds, he hecho «que caigan de los drboles sabrosas frutas en los ‘momentos en que empezaba a tener hambre. =Lo que sucede es que nunca he visto a un. ‘mentiroso tan seguro de sus mentiras ~declaré el anciano-. Puedes ser un mal ejemplo si te quedas aqui. Pero como soy hospitalario, voy a probarte. Si no consigues convencerme, te daremos una canoa para que te ales. Has dicho que eres hechicero. Demuéstralo. tieron los hombres y las mujeres reunidos torno de los recién llegados. “Lo que tii quieres al verte perdido es huir lijo el anciano-. Voy a darte un consejo: sma hacia la izquierda, donde no tardards ‘encontrar la selva. Si quieres huir intérnate ella, y creeré en tus poderes silogras volver fiana sano y salvo. Pero si lo que deseas servirnos, enciende las hogueras que cada ‘encendemos, sin que nadie te ayude. -Esté bien —dijo Totora. Entonces el jefe ordené a los de su tribu luc se marcharan a sus casas y dejaran solo a ‘Totora hasta que atardeciera. Si las hogueras no han sido encendidas ‘entonces, otros las encenderin, y ti tendrés ogo Du sta que irte selva adentro ~dijo el anciano, mar- chéndose también. Totora se quedé solo y empezé a caminar. Tenfa todo el dia por delante para resolver su situacién, Una leve angustia comenzaba a invadirle. Qué harla? En realidad bien sabla que no era hechicero. ;Y entonces? ;Ay, qué lejos quedaban los suyos, que le conocfan y perdonaban! El resplandor de las hogueras lgé hasta una colina, no lejos de la sel- y se senté a mirar hacia el pueblo. Vio el venir de la gente. Como no conocia sus res, todo le parecia extrafio en ellas. divertia contemplindolo todo. ‘Al cabo de unas horas, unos nifios subieron traerle alimento. Mientras comia, los nifios ‘miraban con curiosidad, a corta distancia. =X tii vas a encender las hogueras? —le 26 uno de ellos, de repente. ruts De sou Ls AVEATURAS DE TOTORA Totora recordé su compromiso, y sintié sin las hogueras protectoras. Volveré que, a pesar suyo, temblaba. de poco, si no consigues hacer nada. Se ve que no sabes hacerlo ~dijo el nifio, marché a lentos pasos. Esta quietud, marchandose después con sus compafieros. ves palabras del hombre, le parecieron Totora les oyé reir mientras bajaban Ia tun suefio agradable, sin peligros, del colina. Entonces pens6 huir, para no verse podria salir ficilmente, sin atormentarse obligado a intentar una obra que no podria os. hacer. Pero zhacia dénde escapar? No le wcenderé el fuego -se dijo. Y habré quedaba sino internarse por la selva, y sabia grandes llamas toda la noche. Entonces muy bien que esto era peligroso, Entonces, rin en mi”. sin darse cuenta de lo que hacia, sonri6, se \i6 de la colina y se encaminé a la entra- encogié levemente de hombros, y una ab- de la selva. Se detuvo a mirar los grandes soluta serenidad le hizo permanecer quieto, es. Empezaba a haber un profundo si- sentado entre las hierbas. Esto mismo le cio, Tendié el ofdo y muy lejos le parecié habfa sucedido muchas veces, en momentos cl paso de las bestia, que despertaban dificiles: sentfa una gran calma y aguardaba atardecer. Le parecié verlas, égiles, Fuertes, Jos acontecimientos. uilas, caminando hacia los sitios en que, Pasaron las horas. De pronto sintié unos costumbre, cazaban. pasos y vio a un hombre que se acercaba. *Y ahora, zqué es exactamente lo que voy a Totora se puso de pie para recibirle. 2”, se preguntd. “Ha llegado la hora de encender el fuego Sabia que para encender el fuego se necesita- dijo el hombre, sonriendo-. No esperaremos tan muchos preparativos. Y nunca era un solo mucho. La tribu no puede pasar una noche hombre el que encendia todas las hogueras. a7 iH “Es inttil -se dijo. Vendrén a encenderlas cllos si quieren. Yo esperaré aqui. Ademés, les | diré que ésta no es una prueba digna de un i | hechicero, y que no hay necesidad ninguna ] de que les demuestre que lo soy. ;Acaso entre iN los upa-upa se prueba cada dia al hechicero? | Secree en él, y nada més. Asi también tendrén que hacer conmigo. Y sino, me marcharé. No | Hl podrin impedirlo. Este no es mi pueblo, y puedo i abandonarlo ahora mismo o cuando quiera”. || En esos momentos empezd a soplar un fuerte viento. Fue algo repentino, que nunca comienza de esa manera. El viento se anuncia, por lo general, durante un rato. Corre por aqui yporallé, y de repente silba, alla, golpea con fuerza cuanto existe en su camino. || “Este es un viento magnifico para agitar iH} las llamas —pensé Totora-. ¥ ha llegado muy oportunamente. Lo tinico que falta es el fuego”, | Y tal como habia visto hacer a Buia, en | muchas ocasiones, cuando el hechicero de i los upa-upa pedia algo, Totora levanté ambos brazosy, tendiéndolos hacia la selva, murmuré tuna sola palabra: 38 mgt. SOLAR — Fuego! precipitados. Y el grito de las bestias, Sintié crepitar las hojas y las ramas, vio un indido, era tan espantoso que los més resplandor rojo, y junté los parpados, inquieto. ies hubieran podido sentir un estreme- Volvié a abrirlos y entonces se dio cuenta de to invencible, como una muchachita que el fuego habia empezado, advierte que va a desmayarse. “zLo he encendido? -se pregunté-. ;Es Fuego! jFuego! -gritaba Torora, brincando verdad que lo he encendido?” alegria infernal. Y al reparar en que era cierto, que el fuego ué Facil era ser hechicero! Bastaba abrir crecta, impulsado por el viento, una alegria brazos y pronunciar una sola palabra, y loca le dominé de stibito, una de esas alegrias sucedia como se deseaba. que obligan a brincar, a mover los brazos, a intretanto, en el pueblo, los habitantes dar grandes gritos, a hacer todos los gestos de mn trepar hacia el cielo las enormes llamas, la locura que estalla, tieron soplar el viento desencadenado, y — Fuego! Fuego! ;Fuego! ~empezé a gritar, miedo terrible les dominé a todos. con el gozo més grande de su vida. {Ha encendido las hogueras! -gritaron las Yel fuego le obedeci6. Ayudado por el viento, nujeres. se fue sobre los inmensos drboles. Subfan las Si el viento empieza a soplar hacia acé, el llamas por los gruesos troncos, retorciéndose. llegaré hasta nuestras viviendas —dijeron Yel cielo se ponia rojo. hombres. En la selva, los animales vieron aparecer el =Lasllamas legan hasta las nubes -murmuraron fuego, sintieron que corria selva adentro, y Jos nifios, temerosos, tratando de esconderse. olfatearon temerosos hacia los cuatro puntos Entonces el jefe de la tribu, el hombre de cardinales. Después emprendieron una veloz rostro tatuado, reunié a sus consejeros y les carrera. Temblé la selva con el estrépito de los hablé nerviosamente. 40 41 rman oe SOLA =No cref{ nunca que esto iba a suceder —murmuré. -Ni nosotros lo crefmos —le contestaron. Que vayan inmediatamente en busca de ese demonio —dijo el jefe-. Y que traten mis hombres de apagar el fuego. Los tres hechiceros de la tribu aparecieron con sus viejos tambores, se sentaron en el suelo y comenzaron a hacerlos sonar de un modo preciso. Era el mejor medio que conocfan para apaciguar el fuego. Muchas veces habian explicado ya que las llamas obedecian a la miisica creada por ellos. ¥ por eso esperaban ahora todos los habitantes de la tribu que los tambores detuvieran el impetu de las gigan- tescas llamas. Mientras tanto, varios hombres iban co- rriendo hacia la entrada de la selva, para traerse a Totora. Lo encontraron brincando jubilosamente ante el descomunal incendio. Y escucharon los indescriptibles aullidos de todas las bestias que hulan de las llamas en todas direcciones, hacia las montafias, hacia los pueblos vecinos, hacia los valles deshabitados, 2 Jos desiertos en que no hay sino arenas 1 cruzadas por los camellos. a Totora brincando de ese modo, ido que se trataba de una danza especial, nada a mantener el fuego, temblaron de io. Uno de ellos, cerrando los ojos, se poco a poco a Totora y le tocé leve- ate en un hombro. Totora siguié bailando. onces le tomé con fuerza, para obligarle os otros hombres se habfan echado al suelo, golpeaban la tierra con sus frentes. Totora detuvo, los miré y tuvo una sonrisa alegre confundié a los mensajeros. “Ahora sabemos que eres grande entre los andes ~dijo el hombre que le habia obliga 0 a aquictarse-. No nos hagas suftir de este modo. El fuego va a incendiar el pueblo en que vivimos si el viento cambia. “Totora les miraba como ausente, como si no Jos viera. Estaba feliz de darse cuenta de que era, en realidad, un hechicero, y de los mejores. 8 ‘yo que lo habia dudado! ~pensaba-. Claro ‘yenido en su busca. Encontré a todos cestd que decfa que era hechicero, porque me gus- en un amplio espacio, entre las cho- taba. Pero dentro de mi sabfa muy bien que no pie de grandes Arboles. Al centro, los lo era. i¥ lo soy, lo soy! Es la alegria més grande iceros tocaban sus tambores roncos, que podré sentir, aunque viva hasta encanecer y \dolos con las manos abiertas muy encorvarme. Pero, ;qué cosa tan fécil es ser he- yente, y luego con el puiio cerrado, chicero! No cuesta absolutamente nada. Nome \do un lento compés. explico por qué se les respeta tanto. Cualquiera jefe de la tribu se aceroé a Totora, le hizo puede serlo, si se lo propone, como yo. Basta reverencia y le dijo: abrir los brazos y gritar. Delicioso, realmente!” en ti. Has encendido el fuego, y Los hombres que habfan venido a buscarle castigarnos, las llamas que has hecho brotar le suplicaban que los siguiera, que apagara el iis altas que todas las que hemos visto. fuego, que se dignara atender su ruegos muy 2Quieren que el fuego se apague al son de humildes; pero Totora no los escuchaba. Vela tambores? ~pregunté Totora, sefialando cémo el fuego empezaba ahora, guiado por ia los tres hechiceros, que con sus trajes el viento, a arrastrarse por entre las hierbas, cceremonia transpiraban al advertir que sus camino del pueblo; y escuchaba, lejos, el so- jerzos eran inttiles. nido de unos tambores. —Tratan de apagarlo —dijo el jefe-, pero el ~¢Qué es es0? ~pregunté de repente-. ;Por viene hacia acd. Es la primera vez que qué suenan esos tambores? 10 nos sucede, Confiamos en ti. Nuestros tres hechiceros tocan su miisica Entonces Totora se dirigié hacia los hechi- contra ls lamas enemigas ~cdijeron los hombres. 0s, tomé uno de los tambores, y, sentado ‘Totora mened la cabeza y eché a andar hacia en el suelo, miré hacia arriba, como tratando el pueblo, seguido respetuosamente de los que de inventar répidamente una misica distinta, “ 45 ut De SOLAR ya que le habfa sido imposible aprenderse la {que tocaban los tres magos. Al verle en esa actitud, se produjo un silencio profundo. Los hechiceros que atin sostenian sus tambores dejaron de tocarlos. ‘YTotora comenzé a golpear el viejo tambor de una manera inesperada, como nunca se habfa tocado antes, y era muy natural que asi Io hiciera, ya que no conocia el oficio. Pero Jo que entonces acontecié fue fantéstico. El viento se apacigué repentinamente. Las lamas se fueron apagando. Y solo quedaron encendidas unas hogueras sin importancia, iguales a aquellas de todas las noches. “Totora dejé de tocar y se levanté ripidamente, Y todo el pueblo lanzé un aullido de alegria, tan violento que parecia un grito de guerra. El jefe de rostro tatuado se acercé a Totora y le dijo con voz Ilena de solemnidad, que todos escucharon en religioso silenci —Hasta ahora, solo sé de ti que vienes del pueblo de los upa-upa. Ignoro las razones que te han obligado a abandonarlo, y no te las preguntaré. Lo que has hecho entre nosotros 46 en grandes piedras mis cronistas. xe decir que desde este momento yenido a la tribu de los kimanes, a yecemos. -volvieron a gritar alegremente, y Totora a cabeza. Pero tuvo que levantarla, el jefe volvié a hablarle: siquiera sé tu nombre —le dijo. llamo Totora. ra, el del fuego, te llamards entre no- dijo el jefe. ites que gritaran nuevamente los hombres, 1ujeres y los nifios kimanes, el jefe llamé a {guerreros que tenia cerca y les hablé algo ‘yoz baja. Los guerreros caminaron hasta tres magos y, sin cortesfa alguna, se los ‘n hacia el interior del pueblo. Puedes decirme qué es lo que has orde- 2 ~pregunté Torora. Ya no me sirven, desde que ests conmigo jo el jefe—. Eres superior a ellos. Mafiana, al amanecer, mis arqueros disparardn sobre cllos, y después iremos a dejar sus cuerpos en Jas aguas del rio. v7 wg mu sota —zAs{ tratas a tus hechiceros? —pregunté Totora. Los trato asi cuando aparece un mago como ‘ti, Esto no ha sucedido nunca. Pero, en adelante, Jo que hago seré ley en la tribu de los kimanes. ‘Totora ni pestafied siquiera, y dejé que, en solemne procesién, le condujeran hasta la cchoza destinada a los hechiceros. Las mujeres y los nifios iban delante, cantando; detrés ca- minaban los hombres, agitando sus lanzas y sus arcos. El jefe segufa a Totora a tres pasos, inclinada la cabeza. Una vezen la choza, que era més grande que las otras, Totora estuvo largo rato tratando de familiarizarse con muchos objetos extrafios que all{ habja, mientras afuera sonaban tamboriles y voces alegres. “En realidad, ser hechicero es como ser rey”, pens6 Totora, y en voz baja comenz6 a imitar las canciones que cantaba el pueblo ante su puerta. ‘mafiana siguiente le despert6 un sonido 9, pausado. Se dio cuenta de que era un ory tuvo el presentimiento de que se tra- de algo desagradable. Se levanté del rincén. dliversos colores, pufiales, cdntaros llenos de iuidos verdosos, rojizos, azules. nis 0 menos al centro del pueblo. Totora eché andar en direcci6n de aquel ruido monétono. 1 el camino se encontré con un grupo de mujeres que se dirigian también hacia allé. ” ~:Qué sucede? —les preguné. Las mujeres se inclinaron con respeto, y tardaron en contestar. Una de ellas, con los ojos bajos, en actitud de esclava ante su sefior, dijo con voz muy suave: Van a ejecutar a nuestros tres hechiceros. Totora avanzé entonces a grandes pasos. dejando atrés a las mujeres. Yllegé al mismo sitio en que solo hacfa algunas horas habia recibido la bienvenida del jefe de los kimanes. Alli estaba ya casi todo el pueblo. Totora se detuvo bajo un érbol, a algunos pasos de la multitud, y aguard6, De repentecallé el tambor, «que tocaba un viejo, en cuclillas, adornada la cabeza con grandes plumas desparramadas en todos sentidos. Por entre dos grandes drboles, frente Totora, aparecieron los guerreros. Vestian sus trajes de gala. Tomaron colocacién en un extremo y se ‘quedaron inméviles, con sus armas. Después, por entre los mismos drboles, aparecieron unos hombres de cuerpo pintarrajeado, llenos de ajorcas y de brazaletes pesados y sonoros. ur SOLAR Llevaban tamboriles y diversos instrumentos musicales. Se colocaron frente a los guerreros. | De pronto volvié a sonar el tambor. ¥ el jefe | de la tribu asomé entre los dos arboles, seguido || de seis o siete gigantesoos guerreros que trafan ‘unos arcos pintados de esmeralda, brillantisimos. El jefe fue a sentarse en un silldn tosco, de madera oscura. Era el tronco de un érbol, tallado de extrafia manera. Y cuando el jefe se sent, el tambor empezé a sonar agitadamente, Pocos minutos después aparecieron los tres magos, amarradas las manos, entre varios guardias que Ilevaban al hombro unas mazas. Callé el tambor. Y avanzaron los bailarines, mientras alos magos se les ataba a unos érboles que quedaban frente al sillén del jefe. ‘Totora miraba todo esto con suma atencién. \ ‘Muchas veces habfa visto ceremonias parecidas, con visible agrado. ¥ por eso, indudablemente, no perdié un solo gesto de los bailarines. Eran bastantes dgiles, claro esté. A menudo daban unos saltos inmensos, al son de los tamboriles; | después se arrastraban como panteras mori- bundas y volvian a saltar. 52 se movia. Las grandes fiestas no se n todas las semanas, de modo que hay ber disfrutarlas, sin moverse, mirando tencién, cerrada la boca, muy abiertos os y rigido el cuerpo. uando los bailarines terminaron de saltar arrastrarse, el tambor volvié a sonar jamente. El jefe levanté una mano y arqueros que le habfan acompafiado se igicron hacia los magos, deteniéndose a w, pasos de un hombre de largas piernas. jefe pronuncié una sola palabra, en voz uy alta, y los arqueros apuntaron. Totora niré a los hechiceros y le parecié que cam- ban de color. Entonces, con una agilidad sxtraordinaria, Totora corrié hasta ponerse delante de los arqueros. Hubo un murmullo sordo. Totora vio que el jefe se levantaba y permanecia inmévil, mirindole con severidad. Se estremecian los tatuajes de su rostro. =No deben morir ~dijo Torora. El jefe avanzé con lentitud, mientras los arqueros se apartaban. 33 ~Es la nueva ley de los kimanes ~dijo el jefe —No es buena ley -murmuré Totora-. {Qué harfas ti sin ellos? —Te tengo a ti —declaré el jefe. —Me iré cualquier dia —respondié Totora-. Vengo del pueblo de los upa-upa, y no puedo detenerme entre los kimanes. He de seguir adelante, por los vallesy las selvas, para regresar al rio del Colmillo, que es el de mis mayores. =No te irés dijo el jefe-. Te he dado la bienvenida para que olvides a los upa-upa y seas un kimén, como yo, como todos los que estamos aqu. Desde ayer, eres el hechicero de nuestra tribu. Y estos hombres deben morir. No trates, Totora, el del fuego, de cambiar el curso de las cosas. -No deben morir -repitié Tortora, testaru- do~. Me vaya o me quede, estos hombres son necesarios. Vivirdn junto a mfs yo cuidaré de ellos, y todos cuidaremos de los kimanes. ~gEs0 es lo que debe hacerse? ~preguntd dljefe. Ya lo has ofdo -dijo Totora, que empezaba a aprender el rono solemne que el jefe de los 54 adoptaba de continuo-. Esos hom- de vivir conmigo, para bien de todos. ayudarén a llamar la lluvia cuando a expulsarla cuando sobre. o los necesitas. Eres grande entre los es, Totora, el del fuego dijo el jefe. os necesite 0 no, te pido que me los “murmuré Totora, satisfecho de que 9s los ojos le miraran y todos los ofdos ran. “Nada puedo negarte —declaré el jefe, te- oso de oponerse a la voluntad de Totora, del fuego. apenas habian desamarrado a los tres he- ceros, y todos los kimanes se preparaban retirarse, un poco descontentos de haber erdido el especticulo de la ejecucién, he aqui sucedié algo completamente imprevisto. Se 6 el galopar de unos caballos que se acercaban. Poco después entraban en la plaza tres jinetes, biertos con pieles amarillas y armados de filudas lanzas. {Los chanidos! le oyé Totora murmurar al jefe de los kimanes. 55 em 01 sot Uno de los jinetes bajé del caballo con 4 salto; se incliné ante el jefe kimdn y le entrego, como presente, una enorme piedra dorada. ~Es de mi jefe para el kimén poderoso — dijo el jinete-. Y le ruego al kimédn valiente y diestro que escuche mis palabras. Soy un chanido mensajero. ~Habla—dijo el jefe de los kimanes, que por primera vez se mostraba sobrio. Han ocurrido cosas que no nos explica mos ~dijo el chanido, inclinéndose tres veces mientras hablaba, y queddndose después tan rigido como si se hubiera convertido en piedra-. Cosas que han venido de las tierras kimanas hasta los valles chanidos, y nos han lenado de asombro y estupot -afiadié con rapide. Habla -volvié a decir el jefe de los kimanes, porque el jinete habia hecho una pequefia Ppausa, talvez para respirar. “Al atardecer —dijo el jinete-, cuando la huna cempezaba a brillar, hemos visto ayer, de pronto, desde nuestros pueblos de las montafias,ylos del valle, un resplandor inmenso. Tan grande como 56 cexterminardn a los kimanes. El cielo y roja debe de estar la tierra kimana, arde”. Pero sentimos, entonces, un es- o terrible. Los mis valientes chanidos se Conocian ya el galopar de las fieras, nunca las habfan visto juntas, huyendo peradas, como un pueblo vencido al que el pueblo vencedor. Pasaron todas las conocidas y las que nunca vimos antes. on por nuestros pueblos y destruyeron Y dl fuego, desde lejos, les indicaba el 0. Esto duré muchas horas. Cuando volvié hha entregado esta piedra de gran valor, y me ha dicho: “Ponla en manos del jefe delos kimanes, 0 si es que vive; si vuelves con ella, es que todos han perecido”. Callé ljinete, se incliné doce veces y aguardé. —jHas hablado? ~pregunté el jefe kimén, siempre sobrio. He hablado —respondié el jinete, termi- nando por fin de hacer sus reverencias. ~Yalo ves—dijo el jefe kiman-: todos vivimos. El fuego ha sido nada més que una hoguera encendida por nosotros, frente a la selva. Si las bestias han huido, si a su paso por las tierras chanidas han causado destruccién, lo lamen- tamos. Las bestias regresan cuando hay caza, y los chanidos reconstruyen lo que se derrumba. gs todo lo que puedes decirme? —pregunté el jinete. También puedo decirte que tu hechicero ha errado al decir que hemos muerto —declar6 cl jefe kimén-, ¥ has de saber que el hechice- ro més grande de todos los pueblos esta con nosotros. Sefialé hacia Totora y agregé solemnemente: ~Es Totora, el del fuego, y no se equivoca os jinetes miraron a Totora; comprendieron sie llamaban “el del fuego” era porque amente habia hecho brotar aquel incendio or0so, y se inclinaron. Después subieron sus cabalgaduras y emprendicron el galope regreso. os kimanes quedaron satisfechos de los dis- sos que habfan escuchado, y se marcharon \s casas. El jefe del rostro tatuado se retird compafifa de sus arqueros, y Totora se di- gid a su casa, seguido de los tres hechiceros Ivados de la muerte. ‘Cuando llegaron a la choza, los hechiceros apoderaron de una mano de Totora y la kariciaron con sus frentes ésperas. Nos has salvado —le dijeron-; te obedecere- os sumisamente. Manda y te obedeceremos. Esta noche quiero salir de aqu{ —murmuré Totora-. El mundo es més grande, y deseo conocerlo. Tus deseos serén cumplidos -dijeron los ‘magos, inclinandose. Poco después le dejaban solo. Y el dia transcu- 1ri6 sin novedades para Totora. Todo el tiempo 0 ei Du SOLAR estuvo pensando en que era un hechicero, y se alegraba tanto que no sabfa cbmo manifestar su ggozo. Por es0 se quedaba tranquilo, cabizbajo, frente a los lios de hierba y a los cdntaros llenos de liquidos seguramente mégicos. No advirtié que habia vuelto a oscurecer, que cel dia ya estaba lejano y la noche avanzaba con pasos silenciosos por todas partes. Tampoco advirtié que los tres hechiceros habfan entrado en la choza y le miraban, callados, desde un rincén. Cuando alzé los ojos, vio sus sombras. ~Podemos hablarte? —le preguntaron. ~Escucho —dijo Totora, contento de set sobrio a veces, como el jefe de los kimanes. Ta huida esta preparada. Si nos sigues, podrds alejarte por el mundo. Totora se levant6 y siguié a los hechiceros. Lo llevaron por caminos dificiles, hasta el rio. Alli habia una canoa. —Hemos puesto alimentos y armas en ella—le dijeron-. Puedes confiar en nuestros cuidados. ‘Totora subié en la canoa y cogié los remos. Agitaron las manos los tres hechiceros,y Totora, pensativo, se perdié poco a poco, rfo abajo. o La estatua de piedra }o sentia inquietud alguna. Una voz se- parecia decirle a Totora que su destino bueno y podia confiar en l. De modo que ‘con calma, deseoso de llegar al amane- fra la tierra de los chanidos. Tenfa una gran riosidad y deseaba satisfacerla: ;Cémo sera hechicero de los chanidos y qué métodos iplearfa para realizar su propésitos? Porque cl caso que ahora lo que més deseaba era nversar con un hechicero, como un amigo puede hablar y oft con entera confianza la clase de cosas. ;Serfan todos los hechi- ros como él? ;Trabajarian sin darse cuenta a de lo que hacian, y sorprendiéndose de los resultados de sus palabras y de sus gestos? ;O tendrian realmente algiin secreto importante? Totora queria saberlo. “Si yo, sin saber nada —reflexionaba To- tora, rio abajo-, consigo hacer cosas tan extraordinarias, ;qué no podria hacer si logro aprender el arte de la hechicerfa? ;O todo sucederd sin que uno lo sepa? jEs extrafio, de veras muy extrafio esto de ser hechicero! ‘Estoy por creer que Upa-Upa, el inolvidable, existe all4 arriba, en su castillo, y me mira y me protege! Si es as{, no puedo contar ‘con mejor proteccién. ;Gracias, Upa-Upa, infinitas gracias por haberte acordado de mi! Te juro que has adivinado mis deseos como si te los hubiera contado en una larga conversacién amistosa. Yo deseé siempre ser hechicero, La guerra y la caza no me han seducido nunca. Lo que siempre me gust6 fue pensar que podian suceder de repente las cosas més raras, con solo desearlas. ;Ah, qué listima, Upa-Upa, que estés tan lejos y no contestarme todas las preguntas que jera hacerte ahora mismo!” sando asi, Totora empezé a sentir suefio. 6 de remar, incliné la cabeza y se durmié. eanoa siguié navegando por las aguas del como si remeros invisibles la guiaran. Y tora sofié algo muy extrafio. Estaba en una ‘montafia y de pronto veia a su lado a un bre muy viejo. Totora no sabia cémo era pa-Upa, porque siempre se lo habfan descrito diferente manera; pero supo, en su suefio, se hallaba ante Upa-Upa. Soy Totora ~dijo el nifio, bajando la cabeza respeto.

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