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Confraternitas

Volume 20 No. 2, Fall 2009

Contents

Articles
La devoción popular a la Santa Vera-Cruz. Fundación de cofradías
penitenciales en el ámbito gaditano
Francisco Espinosa de los Monteros Sánchez. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2
Le confraternite laicali nelle disposizioni sinodali seicentesche
della Chiesa pesciatina
Amleto Spicciani . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17

Recent Theses
“Donor Portraits in Late Medieval Venice c.1280–1413”
Angela Marisol Roberts . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29

Call for Papers . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30

Reviews
Studi confraternali: orientamenti, problemi, testimonianze,
ed. Marina Gazzini. Reti Medievali E-Book, 12. Florence:
Firenze University Press, 2009. Pp. xi, 407.
Giovanna Casagrande . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31

Publications Received . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33

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La devoción popular a la Santa Vera Cruz. Fundación
de cofradías penitenciales en el ámbito gaditano

Francisco Espinosa de los Monteros Sánchez

Summary: With the end of the Middle Ages and in response to several factors, the devotion
to the True Cross, introduced by the Franciscan friars, leads to the formation of the first
penitential brotherhoods on the Iberian peninsula: the Vera Cruz brotherhoods. The first
associations emerged in Spain at the end of the fifteenth century, especially in the northern
cities, which had been freed some time before from Muslim occupation. Gradually, the
devotion to the True Cross and to the Blood of Christ lead to the rapid expansion of these lay
religious associations throughout the Peninsula. This article will examine a specific case,
the foundation of Vera Cruz brotherhoods in the current province of Cadiz, in southern-most
in Spain. After a brief introduction on the state of scholarship in this area, the article will
examine unpublished documental data touching on the founding and early years of some
of these corporations. It will then provide some brief information on other, non-penitential
contemporary devotions that deserve a separately study. This new information has been
obtained on the whole though the analysis and transcription of sixteenth-century legal
documents from Cadiz and in particular from one specific type of document, the last will or
testament.

Aparición de las cofradías penitenciales en la península ibérica


Las cofradías penitenciales, entendiendo como tales en una primera
aproximación a las corporaciones de devotos que realizan algún tipo de penitencia
dentro de los días de la Semana Santa, vienen a aparecer en la Península Ibérica en
algún momento entre mediados y finales del siglo XV. Dentro de ellas, las primeras
que aparecen de un modo totalmente autóctono son las hermandades de la Vera
Cruz1, dedicadas a la contemplación del crucificado y más concretamente de la
Santa Vera Cruz.
Pero ¿cómo surgen estos movimientos? Para responder a esta pregunta, tenemos
que retrotraernos en el tiempo y ver cómo toda una serie de factores independientes
convergen y forman el caldo de cultivo de las cofradías penitenciales2. En primer
lugar, estarían las predicaciones y escritos de algunos teólogos medievales. El más

1 Hay también cofradías de otros tipos (ya sea por ejemplo gremiales o devocionales)
que llegaron, con el paso del tiempo, a derivar en cofradías penitenciales, pero éstas no
contemplaron por tanto desde su origen la práctica de la penitencia pública en los días de
Semana Santa.
2 En la elaboración de este apartado, además de la bibliografía que se comente explíci-
tamente, se ha recurrido con frecuencia a algunos de los trabajos del profesor Sánchez
Herrero. Por mencionar algunos, cabe destacar: Sánchez Herrero, La Semana Santa de
Sevilla; Sánchez Herrero, “Las cofradías de Jesús Nazareno llevando a cuestas su cruz”;
Sánchez Herrero, “La devoción a la Cruz de Cristo, Siglos IV al XV”; y Sánchez He-
rrero, “La Evolución de las Cofradías de Semana Santa en la actual Diócesis de Sevilla
desde sus fundaciones a nuestros días.”

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La devoción popular a la Santa Vera Cruz 3

destacado de todos ellos bien pudiera ser San Anselmo de Canterbury (1.033–1.109)
quien protagoniza el cambio teológico del cambio de milenio, poniendo el pecado
en el centro de la cuestión teológica y, por tanto, entendiendo la penitencia como un
acto de obediencia y humillación frente a Dios por nuestros pecados. Más adelante
otros predicadores dominicos como Santo Domingo de Guzmán, Santo Tomás de
Aquino o Enrique Susón ahondan en la cuestión penitencial. A partir de aquí, no
tardan de aparecer a finales del siglo XIII movimientos de disciplinantes, penitentes
que hacen homenaje a la pasión de Cristo.
Pero es quizás San Francisco de Asís, quien recibe en su propio cuerpo los
estigmas de la pasión de Cristo, el definitivo impulsor de la práctica penitencial, pero
ahora unida a un segundo elemento: el culto a las reliquias de la Cruz. Recordemos
que los frailes franciscanos por aquel entonces pasan a custodiar los Santos Lugares
y, por tanto, empiezan a propagar la devoción a las reliquias de la Santa Vera Cruz,
Lignum Crucis, Corona de Espinas, etc. En los primeros instantes se empiezan a
fundar iglesias y centros asistenciales dedicados o advocados como de la Santa
Vera Cruz, caso por ejemplo del hospital de Medina de Pomar (Burgos), fundado en
14553. Dentro de este contexto, es como en un momento determinado se empezarían
a asociar la práctica penitencial–los disciplinantes anteriormente mencionados- y el
culto a la Cruz.
El tercer factor que traemos a colación es la necesidad que ha tenido el hombre,
desde tiempos remotos, a asociarse para realizar distintas tareas en común. Esto
es incluso anterior al Cristianismo, las personas se agrupaban para darse mutua
protección o con fines piadosos. Precisamente esta necesidad de asociación y la
exigencia de cambio por parte de algunos teólogos medievales, que ven a la iglesia
como una organización parcialmente corrupta y alejada de los ideales evangélicos,
es lo que propulsa de fundación de las órdenes mendicantes4 quienes a su vez,
son el caldo de gestación de muchas de las cofradías medievales, formadas por
laicos que en cierto modo quieren seguir el ejemplo de estas comunidades de frailes
mendicantes, pero sin perder su condición de seglares.
La conjunción de estos tres elementos: teológico, penitencial y asociacionista;
son el germen sobre el que se sustenta la creación y proliferación de las primeras
cofradías penitenciales, todas ellas en torno a la Santa Vera Cruz. Para más adelante

3 El Hospital de la Santa Vera Cruz de Medina de Pomar fue fundado el 14 de agosto de


1455 por D. Pedro Fernández de Velasco, Conde de Haro, y por su esposa Doña Bea-
triz Manrique. Estaba situado cerca de la iglesia del monasterio de Santa Clara y fue
destinado a acoger a pobres y enfermos. Véase Sección Nobleza del Archivo Histórico
Nacional, Archivo de los Duques de Frías, Caja 252, Documento 17.
4 Especialmente franciscanos y dominicos aunque también agustinos y mínimos son gran-
des impulsores de la creación de cofradías tanto penitenciales como de gloria u otro
tipo. Así, además de la creación de cofradías en torno a su santo patrón, son comunes
la proliferación, por ejemplo, de cofradías de la Vera Cruz e Inmaculada (franciscanos),
Rosario y Dulce Nombre de Jesús (dominicos), Cristo de la Humildad y Virgen de Co-
rrea (agustinos) o de la Virgen de la Soledad (mínimos).

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y, especialmente tras el Concilio de Trento, quien en su última sesión potencia el


culto a las representaciones de Cristo y de la Virgen, empiezan a surgir cofradías
penitenciales en torno a otros momentos de la Pasión de Cristo5 que luego el espíritu
barroco se encargó de engrandecer desde el punto de vista estético, esquema que
sigue perdurando en su esencia hasta nuestros días.

Génesis de las cofradías de la Santa Vera Cruz


Bajo esta denominación queremos referenciar a las cofradías penitenciales que
daban culto en sus orígenes a la Santa Vera Cruz, conocidas también como cofradías
de la Sangre en referencia a su práctica penitencial (a la sangre derramada por sus
disciplinantes)6. Como dijimos anteriormente, surgen en la Península Ibérica a
finales del siglo XV, expandiéndose por toda la geografía peninsular e incluso por
la América hispana a lo largo del siglo XVI, ya que, a partir de 1600 la fundación de
hermandades de la Vera Cruz decae con rapidez.
Sin embargo, ¿por qué surgen las cofradías de la Vera Cruz? Hemos visto
en el punto anterior los elementos que sirvieron de base a la fundación de este
tipo de hermandades penitenciales. A pesar de todo, todavía no está claro en qué
momento exacto empiezan a proliferar estas cofradías ni la razón en sí. Siguiendo la
bibliografía al respecto, todo parece indicar que es el definitivo empujón de la orden
franciscana lo que hace cuajar este nuevo movimiento cofrade, ya que se observa
que éstas se fundan en los conventos de esta orden siempre que existiera alguno en la
localidad en cuestión. Lo que sí está claro es que estas fueron las primeras cofradías
penitenciales, que en muchos de los casos siguen perdurando en la actualidad tras
más de 450 años, con una continuidad histórica perfectamente definida aunque
con los lógicos cambios que el paso de los tiempos ha ido añadiendo en todas las
corporaciones de éste género. El resto de cofradías toman como ejemplo a seguir
en sus inicios las reglas y el modus vivendi de las hermandades cruceras, tal y
como se puede ver por el estudio de las constituciones de distintas cofradías del
siglo XVI7. El análisis de estas reglas nos aclara la composición de los primeros
cortejos de cofrades. Solía abrir el cortejo un sacerdote o fraile con la cruz alzada,
siguiendo luego grupos de disciplinantes (los hermanos de sangre) los cuales solían
ir rodeados de cofrades con velas (los hermanos de luz) que iban iluminando el
transcurrir de la procesión. Solía cerrar el cortejo el pendón de la cofradía para,

5 Tras las cofradías de la Vera Cruz, parece que, con leves excepciones, las primeras que
aparecen a partir de mediados del XVI son las de la Virgen de la Soledad, quizás por
dar una respuesta a la devoción mariana de muchos de los cofrades. Luego empiezan a
aparecer cofradías en torno a crucificados, pero con otras advocaciones o momentos de
la Pasión; y a Jesús camino del calvario, los conocidos como Nazarenos, para irse com-
pletando poco a poco todos los momentos de la Pasión de Cristo.
6 Estas hermandades no hacen generalmente referencia a la Sangre de Cristo, tipo distinto
de cofradía más bien típico de la zona del levante español aunque, como veremos más
adelante, también hubo algún ejemplo en la provincia de Cádiz.
7 Sánchez Herrero/Pérez González, CXIX Reglas de Hermandades y Cofradías Andaluzas.

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con el tiempo, ir añadiendo imágenes marianas de la dolorosa y de un crucificado,


siempre en sencillas parihuelas portadas por pocos hermanos.
En el caso de Andalucía, la primera hermandad documentada es la de
Sevilla, fundada al parecer en torno a 14488. A partir de aquí, empiezan a surgir
otras cofradías de esta advocación en toda la provincia y resto de Andalucía. Sin
embargo, el auténtico despegue en la fundación de éstas cofradías se vivirá en el
segundo tercio del siglo XVI, impulsado, como veremos más adelante, por el “vivae
vocis oráculo” de Paulo III de 15369. Esta carta surge como respuesta a las distintas
objeciones que se estaban poniendo al movimiento de flagelantes. Una embajada
del rey español Carlos I, formada por el cardenal Francisco de Quiñones y el doctor
Pedro Ortiz, trasladó la cuestión al papa, quien concede diversas indulgencias a
todos los cofrades, ya sea de disciplina o de luz, que practiquen la penitencia el
Viernes Santo, precedida esta de la pertinente confesión de los pecados. Este escrito
circula con rapidez por toda la Península y a buen seguro que fue el germen de
muchas cofradías de la Vera Cruz, al menos en Andalucía. Más adelante, la doctrina
favorable al culto de las imágenes del Concilio de Trento, hizo el resto. Además, por
este motivo las hermandades de la Vera Cruz suelen hacer estación de penitencia el
Viernes Santo, aunque tras las reorganizaciones de algunas de estas corporaciones
se halla optado por un día distinto de la Semana Santa por diversos factores que se
escapan de este estudio.

La religiosidad popular gaditana en el siglo XVI


El estudio documentado, profundo y pormenorizado de las cofradías gaditanas está
aún por llegar. Los trabajos serios sobre la religiosidad popular gaditana brillan
desgraciadamente por su ausencia, especialmente en lo que refiere a los siglos XV y
XVI10. Una de las razones argumentadas ha sido la escasez de fuentes documentales,
merced de la destrucción de algunos importantes archivos, caso por ejemplo del
Archivo Diocesano de Cádiz, fruto del saqueo angloholandés de 159611, o más
recientemente, los Archivos de Protocolos Notariales y Municipal de Sanlúcar de
Barrameda, incendiados en 193312 o los parroquiales de Puerto Real, pasto también
de las llamas en 1936. Sin embargo, y a pesar de la notable pérdida documental que
esto ha supuesto, todavía se conservan suficientes fondos como para poder hacer

8 Bermejo y Carballo, J.: Glorias religiosas de Sevilla, 349.


9 Sánchez Herrero, La Semana Santa de Sevilla, 77.
10 Véase al respecto Romero Mensaque, “Aproximación a la historia de la Semana Santa
en las diócesis de Cádiz y Jerez en la época moderna y contemporánea.” A pesar de todo
esto hay que decir que, especialmente en Jerez, se están realizando trabajos de interés,
especialmente la incompleta colección La Semana Santa de Jerez y sus cofradías, publi-
cada en dicha localidad entre 1996 y 2000.
11 Sobre el asalto Anglo-Holandés conviene leer Castro, Historia de Cádiz, 412. Véase
también Abreu, Historia del saqueo de Cádiz por los ingleses en 1596.
12 Zambrano, A.: Un escultor flamenco del siglo XVII, en Albricias, 1956, s/p.

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estudios con el necesario rigor científico que arrojen algo de luz sobre los oscuros—
en cuanto a datos- primeros años de las hermandades penitenciales gaditanas.
Todavía en el Archivo Diocesano de Cádiz se conservan algunos documentos
anteriores a 1596. Pero es en el Archivo Histórico Provincial de Cádiz, donde
se conservan gran cantidad de protocolos notariales del siglo XVI, que abarcan
buena parte de la actual provincia de Cádiz y que nos permiten hacer un análisis
profundo sobre la fundación de las cofradías de la Vera Cruz a mediados del siglo
XVI13. Nuestro estudio se basará por tanto en el análisis de los protocolos notariales
gaditanos del siglo XVI y, en particular, de un tipo específico de documento, el
testamento.
Como ya comentamos en otra ocasión14, ante la escasez de documentación
directa sobre el devenir de las cofradías en el siglo XVI, estos documentos, a pesar
de la parquedad de sus datos, se convierten en una herramienta indispensable para
conocer al menos algunos datos sobre el devenir de las corporaciones penitenciales
sujetas a estudio; ya que era una costumbre habitual dentro de la religiosidad de
la época el hacer mandas a cofradías, solicitar su acompañamiento en el entierro,
encargarles misas, pedir ser enterrados en las bóvedas de éstas e incluso dejar
donaciones a las mismas. La actitud ante la muerte en el Antiguo Régimen era
bien distinta a la actual. En el siglo XVI la mentalidad, fuertemente influida por
el catolicismo imperante, era la de afrontar la muerte como un modo de llegar
más ciertamente a la salvación, y para ello se servían de toda una serie de mandas
piadosas y protestaciones de fe bajo notario que no hacían sino en parte reflejar la
cultura y el poder de la persona que estaba testando15.
El testamento en todas sus variedades16 se nos ofrece como un documento que
permite un análisis sistemático ya que, en la mayoría de los casos, obedece a una
estructura fija que permite clasificar los datos con cierta facilidad. Para nuestro
estudio, hemos analizado documentación proveniente en su mayor parte del Archivo
Provincial de Cádiz, aunque también se han estudiado documentos de los Archivos
de Indias e Histórico Nacional. Se trata de un estudio preliminar e incompleto, pero
que pensamos que arroja una buena cantidad de datos novedosos sobre las cofradías
de la Vera Cruz de la provincia de Cádiz17, especialmente dentro del aspecto de su

13 Destacar también que, en el Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Jerez se con-


servan los protocolos relativos a dicha localidad. Asimismo, en el Archivo de Protocolos
Notariales de Algeciras se localizan los legajos relativos a dicha localidad y otras de su
distrito como Tarifa o Los Barrios.
14 Véase al respecto Espinosa de los Monteros Sánchez, F.: “La religiosidad popular gadi-
tana a través de las disposiciones testamentarias del siglo XVI,” 156.
15 Para mayor información sobre éste tema, véanse al respecto: De la Pascua Sánchez, Vivir
la muerte en el Cádiz del setecientos y Izco Reina, “Muerte y Religiosidad popular en
los testamentos puertorrealeños (1680–1700),” 1; estudios que, aunque referentes a un
período posterior, nos dan una idea del ideal ante la muerte del hombre de la época.
16 Nos referimos tanto a testamentos propiamente dichos como a otros documentos relacio-
nados tales como poderes para testar, codicilos, inventarios de bienes, etc.
17 Hay que recordar que la actual provincia de Cádiz está dividida eclesiásticamente en

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antigüedad, ya que en más de una ocasión aportaremos datos novedosos que harán
posible establecer o retrasar la fecha de fundación de algunas de estas corporaciones
penitenciales.

Las cofradías de la Vera Cruz en la provincia de Cádiz


Como hemos comentado anteriormente, trataremos en este apartado de aportar
nuevos datos sobre la religiosidad gaditana en el siglo XVI y, en particular, sobre
las hermandades de la Vera Cruz. No incluye por tanto a todas las localidades de la
actual provincia de Cádiz ya que estudiaremos solo aquellas de las que tengamos
nuevas aportaciones, mencionando si acaso los datos conocidos sobre el resto de
localidades.
La primera hermandad de la Vera Cruz de la que se tienen noticias en la provincia
de Cádiz sería la de El Puerto de Santa María, con datos que la situarían en 1505 y
en el convento de la Victoria; aunque es cierto que diversos historiadores dudan de
la veracidad de esos datos y retrasan algunas décadas su fundación18. Sus primeras
reglas son de 1568, residiendo la cofradía actualmente en la iglesia de San Jacinto,
procesionando todavía en la tarde del Viernes Santo. En cualquier caso estaríamos
ante la cofradía penitencial más antigua de la provincia de Cádiz.
Será esta la única cofradía de la que se tiene constancia documental de su
existencia anterior a un documento que, en nuestra opinión, resultó vital para
la expansión de la devoción crucera por toda la Península y, en particular, en la
provincia de Cádiz: el “vivae vocis oráculo” de Paulo III (1536). Es a partir de
este año que la fundación de cofradías con esta advocación sufre un incremento
importante que deja la provincia de Cádiz con más de 15 hermandades de la Vera
Cruz hacia 1600.
La siguiente en aparecer parece ser que fue la hermandad de la Vera Cruz de
Jerez, fundada en 154219. Como curiosidad destacar que, cuando se le solicita
documentación en 1834 por parte del Vicario Eclesiástico de Jerez, ésta hermandad
expresa a través de su Hermano Mayor, D. Francisco Ramírez, y de su Mayordomo,
D. Joaquín de Luna, que “fue fundada en tiempo inmemorial, su aprobación consta
desde el año de 1536 por Bulas de los Sumos Pontífices hasta hoy y en la de dicho
año se refiere a otras por Sumos Pontífices anteriores”20. Creemos que lo que
realmente vieron estos cofrades sería una copia del ya citado “vivae vocis” y toda

dos diócesis, por una lado de la Asidonia-Jerez, erigida en 1980 y perteneciente ante-
riormente a la Archidiócesis de Sevilla, y por otro la de Cádiz y Ceuta, erigida por bula
de Urbano IV en 1263. En nuestro estudio aportaremos datos de localidades de ambas
diócesis, aunque más frecuentemente de la diócesis gaditana, debido la accesibilidad y
conservación de los datos.
18 González Luque, Imaginería en las Hermandades de Penitencia de El Puerto de Santa
María, 105.
19 VV.AA.: La Semana Santa de Jerez y sus cofradías, tomo I.
20 Archivo Histórico Provincial de Cádiz (en adelante A.H.P.C.), Gobierno Civil, Caja 272,
s/f.

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su documentación asociada y que, al ser esta la fecha más antigua que lograron leer,
la tomaron como la fecha de su antigüedad fundacional21. Creemos por tanto que, la
fecha de 1542 ciertamente puede ser la de fundación de esta cofradía que, como la
anterior, todavía perdura hoy en día, procesionando, eso sí, la tarde del Jueves Santo
desde la iglesia de de San Juan de los Caballeros.
La siguiente cofradía en antigüedad sería la de Sanlúcar de Barrameda, de
nuevo los datos nos la acercan a principios del siglo XVI, aunque es bien cierto
que los archivos sanluqueños sufrieron la destrucción en 1933 y se hace muy difícil
comprobar estos datos22. Sin embargo, las recientes investigaciones de Cruz Isidoro
en el Archivo Ducal de Medina Sidonia, nos acercan la fundación de ésta hermandad
al año 154423. De nuevo esta cofradía perdura en la actualidad en la iglesia parroquial
de Nuestra Señora de la O, procesionando la tarde noche del Viernes Santo.
Siguiendo nuestro orden cronológico, la siguiente hermandad en aparecer es
la Vera Cruz de Arcos de la Frontera. Aunque no se tiene constancia documental
sobre la fundación de esta cofradía, sí que se sabe que el crucificado de la Vera
Cruz, titular de la hermandad, fue encargado en 1545 al escultor Antón Vázquez24.
Pensamos por tanto que la fecha de fundación de la hermandad debió ser en torno a
ese año. Todavía hoy sigue esta hermandad, popularmente conocida como la de “los
gitanos,” procesionando por las calles de Arcos en la tarde del Jueves Santo desde
su iglesia de la Vera Cruz.
Hasta ahora todas las hermandades que hemos analizado pertenecen a la diócesis
de Jerez. La siguiente que nos encontramos es la primera que aparece documentada
hasta el momento en la diócesis de Cádiz, sin embargo, y como veremos más
adelante, esta hermandad se encuentra extinguida. Se trata de la Vera Cruz de
Medina Sidonia. Hasta ahora los datos más antiguos sobre esta corporación eran
de 156525. Hemos podido localizar el testamento de Diego Ventura, datado el 20 de
febrero de 1548, en el cual deja la siguiente manda: “Ytem mando que my cuerpo
sea sepultado en la yglesia mayor de santa maria en la sepultura donde pareciere
a my muger y acompañe my cuerpo las germandades de la vera cruz e del rosario
donde soy germano”26. Nos encontramos, por tanto ante un hermano de la Vera

21 Conocido es el habitual interés de las hermandades por atribuirse antigüedades inme-


moriales, aunque en este caso las hermandades intentaban justificar su existencia en una
época en la que sufrieron numerosos expolios y extinciones, además de las conocidas
desamortizaciones, en especial la de 1835, que supuso un serio revés para las hermanda-
des instaladas en conventos.
22 Romero Mensaque, “Aproximación a la historia de la Semana Santa en las diócesis de
Cádiz y Jerez,” 129–139.
23 Cruz Isidoro, “Aportación documental a la historia y patrimonio artístico de la Herman-
dad de la Vera-Cruz de Sanlúcar durante los siglos XVI y XVII,” en prensa.
24 VV. AA. Semana Santa en las Diócesis de Cádiz y Jerez, 2:141.
25 González Luque, Imaginería en las Hermandades de Penitencia de El Puerto de Santa
María, 105.
26 AHPC, Protocolos Notariales de Medina Sidonia, año 1548, legajo 150, notario Juan
Fernández, f. 657.

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Cruz de ésta localidad, que pide el acompañamiento de ésta cofradía durante su


entierro, mencionando también la cofradía del Rosario, hermandad que ya existía en
Medina en 1537 y de la que nos ocuparemos en el futuro en otro estudio referente a
las cofradías del Rosario en la provincia de Cádiz. Desgraciadamente, esta cofradía
desapareció con seguridad antes de la Guerra Civil y no ha sido refundada en la
localidad gaditana.
También en la diócesis de Cádiz, nos encontramos con la hermandad de la Vera
Cruz de Vejer, hermandad desgraciadamente extinguida el pasado siglo. Su presencia
se constata perfectamente desde mediados del siglo XVI. Más concretamente, el
dato más antiguo procede del testamento de Vicente Martín, datado el 10 de febrero
de 1549, y en el cual pide “me aconpañen los germanos de la veracruz”27. No es éste
el único referente a esta hermandad, el 29 de noviembre de 1552 nos encontramos a
Catalina Sánchez quien pide le acompañe la hermandad de la Santísima Vera Cruz
de la que es hermana, amén de las cofradías de la Santa Misericordia y Nuestra
Señora del Rosario28. De nuevo, en 1555 Francisco Torres pide “que me aconpañen
las germandades de nra señora del rosario e de la santa vera cruz e se le de a cada la
cantidad que acostunbre”29.
Tan solo un par de años después, nos encontramos ante la primera hermandad
de la Vera Cruz de la diócesis de Cádiz que todavía hoy procesiona en Semana
Santa, siendo por tanto la decana de las cofradías penitenciales de la diócesis de
Cádiz. Se trata de la hermandad de Vera Cruz30 de Puerto Real, la cual tiene datos
de su existencia ya en 1551. El dato más antiguo que se conserva es del 6 de julio de
ese año, y procede del testamento de Martín Sánchez, vecino de Abertura (Cáceres),
quien declara: “Ytem mando limosna al santisimo sacramento medio real a señor
san benito otro medio e a la beracruz otro medio real.” El 3 de agosto de ese mismo
año, Beatriz López declara: “yten mando tambien me acompañe la cofradia de la
vera cruz el dia de my enterramº e sepl que en limosna lo ques cose” 31.
En el caso de la cofradía puertorrealeña, ésta se funda en una ermita que pasaría
con el tiempo a constituirse como ermita de la Vera Cruz y luego pasaría a ser
convento de los franciscanos descalzos cuando estos se establecen en Puerto Real

27 AHPC, Protocolos Notariales de Vejer, año 1549, legajo 6, notario Ambrosio Hernández,
s/f.
28 AHPC, Protocolos Notariales de Vejer, año 1552, legajo 8, notario Ambrosio Hernández,
s/f.
29 AHPC, Protocolos Notariales de Vejer, año 1555, legajo 11, notario Ambrosio Hernán-
dez, s/f.
30 La advocación completa de la imagen cristífera es la de Santísimo Cristo de la Vera Cruz,
Aguas y Buen Viaje, advocación única en la geografía española y que hace mención a su
triple finalidad como Cristo de la Vera Cruz, como imagen a la que se intercerdió hasta
el pasado siglo en los casos de sequía y como icono al que se encomendaban los viajeros
cuando partían de la Villa, ya que el antiguo templo estaba en una de las antiguas salidas
del pueblo.
31 Espinosa de los Monteros Sánchez, “La religiosidad popular gaditana a través de las
disposiciones testamentarias del siglo XVI,” 156.

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en 1639, pero que parece que en sus inicios estaba consagrada a Nuestra Señora
del Consuelo o Consolación. Efectivamente, en 1563 Leonor de Aguilera declara
en su testamento: “Ytem mdo a nra senora de consolacion de la vera cruz desta
villa un ducado limosna de mis bienes para ayuda a su obra”32. Hay que destacar
que, en memoria de éstos vínculos fundacionales, la dolorosa que acompaña en el
paso de Misterio de esta hermandad al Cristo de la Vera Cruz, está advocada como
María Santísima del Consuelo. Como hemos dicho anteriormente, la cofradía sigue
perfectamente vigente hoy en día, procesionando en la tarde del Miércoles Santo.
Ese mismo año de 1551 encontramos los primeros datos de la corporación
crucera de Setenil, la cual al parecer se fundó dicho año en la iglesia parroquial
de Nuestra Señora de la Encarnación33. A diferencia del resto de localidades a
estudio, Setenil pertenecía en aquella época al obispado de Málaga. Más adelante,
encontramos a Juan Guerrero Toledo, quien el 12 de julio de 1566 declara: “que mi
cuerpo sea aconpañado con la cera e la luz de la vera cruz … mando se pague lo
que la regla mande”34. Esta hermandad, conocida como la de los “blancos” o la de
“arriba” permanece activa hoy en día y procesiona el Viernes Santo.
Volviendo a la actual diócesis de Jerez, encontramos referencias a la Vera Cruz
de Villamartín ya en 1552, más concretamente el 5 de noviembre. Catalina Ruiz deja
la siguiente manda en su testamento: “Yten mando que el dia de mi enterramiento
me aconpañen los germanos de la mysericordia e la Veracruz”35. Desgraciadamente
esta cofradía no se conserva hoy en día.
En décimo lugar encontramos la hermandad de la Vera Cruz de Chiclana, de la
cual se conservan datos de 1554, concretamente del 12 de diciembre. Efectivamente,
en el testamento de Pedro Gómez, cuando define su acompañamiento dice que “me
acompanen todas las cofradias desta villa de las quales soy grº eceto la de la santa
beracruz”36. La hermandad perdura hoy en día en su capilla del Santo Cristo y
procesiona en la tarde del Viernes Santo.
A continuación nos encontramos con la corporación crucera de Olvera, los
primeros datos que hemos podido localizar son de 1558. En efecto, en el testamento
de Diego Martín Barrios, datado en 1 de febrero de ese año se deja la siguiente
manda: “Yten mando que se de de mis bienes en limosna a la cofradia de la veracruz
y sangre de xristo desta villa medio ducado”37. Ese mismo año, Juan López, yerno

32 AHPC, Protocolos Notariales de Puerto Real, año 1563, legajo 15, oficio 1, notario Juan
López, 8 de Junio de 1563, s/f. Para más información véase: Espinosa de los Monteros
Sánchez, “Noticias sobre una Hermandad medieval jerezana.”
33 González Cid, “Los ‘blancos’ y los ‘negros,’” 198.
34 AHPC, Protocolos Notariales de Setenil, año 1566, legajo 862, notario Esteban de Zára-
te, s/f.
35 AHPC, Protocolos Notariales de Villamartín, año 1552, legajo 4, notario Antonio Que-
brado, s/f.
36 Espinosa de los Monteros Sánchez, “La religiosidad popular gaditana a través de las
disposiciones testamentarias del siglo XVI,” 156–157.
37 AHPC, Protocolos Notariales de Olvera, año 1558, legajo 451, notario Lorenzo de Nie-
bla, ff. 193–194. En este caso la cofradía estaba titulada como de la “Vera Cruz y Sangre

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La devoción popular a la Santa Vera Cruz 11

de Larios declara a 17 de julio mandas a las hermandades de la Vera Cruz y Sangre


de Cristo y a la del Santísimo Sacramento38. Esta hermandad se conserva hoy en día
en dicha localidad y procesiona la tarde del Jueves Santo desde la iglesia parroquial
de Nuestra Señora de la Encarnación.
Volviendo a la diócesis de Cádiz, la siguiente de la que encontramos constancia
documental sería la cofradía de la localidad de Alcalá de los Gazules, activa
también en 1558. El 15 de mayo de ese año, Juana Martín pide en su testamento
“me aconpanen la santa misericordia e la santa vera cruz y que por ello se les pague
lo q costumbre”39. La cofradía tenía su propia ermita en la plaza de la cruz, actual
plaza de la Alameda, en la cual enterraban a sus cofrades, aunque desgraciadamente
la hermandad se encuentra extinguida.
Otra de las hermandades de la Vera-Cruz más antiguas es la de la ciudad de
Tarifa, hermandad de la que por desgracia no se conserva en la actualidad y que hasta
el día de hoy se desconocía incluso de su existencia en dicha localidad gaditana. En
este caso el dato más antiguo que hemos podido localizar proviene del testamento
de Beatriz García, mujer de Bartolomé Casas, quien el 3 de enero de 1565 pide
que el día de su entierro la acompañen las cofradías de la Santa Misericordia y de
la Vera Cruz, dándoseles la limosna que era costumbre40. No termina de quedar
clara la residencia de ésta hermandad, que probablemente desapareció en los siglos
XVII o XVIII, aunque en el testamento del presbítero y licenciado don Pedro Doncel
Moriano, datado el 13 de noviembre de 1642, se puede leer “Al Santo Cristo de la
Vera Cruz cuatro misas rezadas díganse en su iglesia y páguese a dos reales y medio
cada una”41. Esto podría indicar la existencia de una ermita dedicada al Cristo de
la Vera Cruz como era común en otras localidades del entorno como Chiclana o
Puerto Real por citar dos ejemplos. Sin embargo, en el testamento de Juana Sierra,
de fecha 27 de octubre de 1666, se dejan misas a este Cristo que se hallaba en la
iglesia de Santa María “Ítem a la Cruz de Cristo otras dos misas rezadas y a Ntra.
Sra. de la Soledad otra. Y se digan todas en Santa María pagándoles dos reales y
medio por la cada una de limosna”42. Es este por tanto un tema que merece ser
profundizado en un futuro para despejar los interrogantes en cuanto a la procedencia
de ésta hermandad.

de Cristo.”
38 AHPC, Protocolos Notariales de Olvera, año 1558, legajo 451, notario Lorenzo de Nie-
bla, ff. 78–79.
39 AHPC, Protocolos Notariales de Alcalá de los Gazules, legajo 394, notario Alonso Ro-
dríguez, 15/05/1.558, s/f. Ese mismo año hay otro testamento de María García la cual se
declara hermana de Misericordia y Vera Cruz, pidiendo ser enterrada en Santo Domingo
(véase AHPC, Protocolos Notariales de Alcalá de los Gazules, legajo 394, notario Alon-
so Rodríguez, 12/06/1.558, s/f).
40 Archivo de Protocolos Notariales de Algeciras (en adelante APNA), Protocolos Notaria-
les de Tarifa, legajo 1009, notario Pedro Jiménez Piedrabuena, s/f.
41 APNA, Protocolos Notariales de Tarifa, legajo 947, notario Alonso Osuna, s/f.
42 APNA, Protocolos Notariales de Tarifa, legajo 992/3, notario Diego Tovar Hidalgo, s/f.

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12 Confraternitas 20:2

Al fin llegamos a la hermandad de la Vera Cruz de Cádiz, de la cual no se tiene


certeza de su fundación, estableciéndose generalmente el abanico de 1566–156943
como el de su fundación en el convento de franciscanos de esa ciudad. A pesar de
todo, nos parece una fecha excesivamente tardía para la fundación de la corporación
gaditana, por lo que no nos extrañaría que se pudiera encontrar en el futuro algún
documento que adelantara esta fecha fundacional, aunque bien es cierto que a
mediados del siglo XVI Cádiz tenía unos 600–700 vecinos44, ya que la explosión
demográfica de la ciudad no se produce hasta los siglos XVII y, especialmente,
XVIII. La cofradía de la Vera Cruz de Cádiz perdura en la actualidad en la iglesia
conventual de San Francisco, lugar donde parece que fue fundada, y procesiona en
la tarde del Lunes Santo.
Y llegamos a la hermandad de la Vera Cruz de Rota. El dato más antiguo conocido
de esta cofradía era de 1584. Efectivamente, en una escritura de imposición datada
en 15 de Julio de 1584 y ante Juan Gutiérrez Márquez, el mayordomo que había
sido de la cofradía, Juan Martín del Pozo, daba a tributo y censo unas tierras45.
Sin embargo, hemos localizado una serie de documentos que nos permiten
retrasar considerablemente esta fecha. Efectivamente, en el testamento de Isabela
Bernal, datado el 12 de Enero de 1580, esta pide ser enterrada en la iglesia mayor de
la villa de Rota y en la sepultura de su padre y, lo más importante, pide le acompañen
“las germandades de las animas de purgatº y de la sancta vera cruz”46. Es interesante
anotar que en la mayoría de los testamentos de esta época se repetían una serie de
mandas tales como la de que “se digan por mi anima las missas de sancto amador”
o más particularmente mandas del tipo “Yten mando q se digan por mi anima las
missas de la luz las quales se digan en el monesterio de nuestra señora de regla y una
misa de yndulgencias en la capilla del sancto crucifixo por mi anima.”
De nuevo en 1574 encontramos el testamento de Francisco en el cual pide que
“Yten mdo que me acompañen las germandades de la veracruz y de la mysericordia
y se pague”47. Las referencias a esta cofradía son como vemos constantes. De nuevo,

43 Picardo y Gómez, Datos sobre la muy ilustre antigua y venerable cofradía de la Vera
Cruz, 9. En dicha página se hace referencia a un documento notarial fechado en 22 de
Julio de 1569 ante el notario Jerónimo de Valenzuela y por el cual fray Juan Navarro
cede el costado norte del claustro proyectado (hoy sacristía) para que Vera Cruz hiciese
su capilla.
44 El número de vecinos había que multiplicarlo en un factor de 4–5 para obtener la pobla-
ción real, por lo que la población real de Cádiz a mediados del siglo XVI debía rondar
las 3.000–3.500 personas. En otro censo elaborado en 1587, Cádiz tenía 900 vecinos
y ocupaba el séptimo lugar del obispado por detrás de Medina, Vejer, Alcalá, Jimena,
Gibraltar y Tarifa. Véase al respecto: González, Censo de población, 227.
45 Martínez Ramos, “Aproximación a la historia de las hermandades y cofradías roteñas,”
10.
46 AHPC, Protocolos Notariales de Rota, legajo 17, oficio 1, notario Juan Gutiérrez Már-
quez, s/f.
47 AHPC, Protocolos Notariales de Rota, legajo 14, oficio 1, notario Juan Gutiérrez Már-
quez, s/f. En este testamento se menciona también a las mojas del Espíritu Santo de Rota.

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La devoción popular a la Santa Vera Cruz 13

en 1571, Ana mujer de Luis de Alonso pide “me acompañen todos los clerigos
desta villa e las cofradias de la sta veracruz e la mysericordia y que se de lo que
acostumbre”48. El dato más antiguo que hemos podido localizar de la existencia
probada de la hermandad de la Vera Cruz de Rota lo tenemos en el testamento
de Teresa Martín, datado el 11 de Octubre de 1568. En dicho documento “teresa
myn hija legitima de alº Rz e juana lz su muger mis padres vzºs q fueron desta
villa de rrota” pide que “aconpañen my cuerpo la cruz mayor e todos los clerigos
desta villa … e aconpañe my cuerpo la germandad de la sta beracruz e se pague”49.
Tenemos por tanto la hermandad de la Vera Cruz de Rota documentada en el año
1568, un dato mucho más en consonancia con los datos de antigüedad conocida de
las cofradías homónimas del entorno. La hermandad procesiona todavía hoy en día
en la tarde noche del Viernes Santo desde la Capilla de San Roque.
Pasamos al año de 1572 y a la cofradía de la Vera Cruz de Bornos. El 19 de agosto
de ese año, Marcos Jiménez declara lo siguiente: “Y declaro que soy hermano de la
cofradia y ermandad de la santa vera crus mando que los ermanos desta dha cofradia
y los de la cofradia de señor san sevastian desta dha villa y los ermanos de las demas
cofradia que en esta villa ay aconpañen my querpo el dia de my enterramiento y a
cada una de ellas se le de la limosna que se tiene de costunbre”50. De nuevo nos
encontramos ante una hermandad activa hoy en día y que procesiona el Martes
Santo desde la parroquia de Santo Domingo de Guzmán.
Y pasamos ahora a la localidad de Conil. Los datos más antiguos localizados de
esta extinta hermandad datan de 157751, pero eso ha de deberse con total seguridad a
que esta es la fecha de los primeros protocolos notariales conservados de esta localidad.
No sería de extrañar por tanto, la existencia de una cofradía de la Vera Cruz en fecha
sensiblemente anterior, extremo que hasta el momento no podemos sino suponer.
La última hermandad que hemos podido localizar en el siglo XVI sería la
Vera Cruz de Jimena, de la cual hemos obtenido datos de 1593. En efecto, en el
testamento de Juan García de Cortés, con fecha 24 de septiembre, el finado pide
“sea enterrado en la yglesia mayor desta villa … y que me aconpañe la germandad
de la vera cruz e de la mysericordia e se le pague la limosna que se acostunbre”52.
Tan solo 3 días después, Bernardo Alonso de Esquivel, pide “me aconpañen las

Efectivamente dice “Yten mando quattro reales que se den de limosna a las monjas del
espiritu santo desta vª y se pague.”
48 AHPC, Protocolos Notariales de Rota, legajo 13, oficio 1, notario Juan Gutiérrez Már-
quez, s/f.
49 AHPC, Protocolos Notariales de Rota, legajo 10, oficio 1, notario Juan Gutiérrez Már-
quez, ff. 543–544. La testadora pide además que se digan por su alma las misas de la Luz
y de Santo Amador.
50 AHPC, Protocolos Notariales de Bornos, año 1572, legajo 7, oficio 2, notario Francisco
Benítez, s/f.
51 Véase AHPC, Protocolos Notariales de Conil, año 1577, legajo 1, notario Juan de Guz-
mán.
52 AHPC, Protocolos Notariales de Jimena, año 1593, legajo 1, notario Pedro Hernández,
f. 68.

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14 Confraternitas 20:2

germandades de la mysiricordia e de la veracruz e de san sebastian e de santa ana y


se le page la limosna que se acostumbre”53.
Esta es la última referencia a la fundación de hermandades de la Vera Cruz que
hemos podido encontrar en los protocolos notariales estudiados. A buen seguro que
hubo más, localidades como Gibraltar54 por poner un ejemplo, a buen seguro que
tuvo una hermandad de esta advocación en el siglo XVI. En los siglos posteriores,
esa dinámica de fundación decayó enormemente, solo nos consta la fundación de
la hermandad de la Vera Cruz de San Fernando (por aquel entonces Isla de León),
acaecida en 1784, pocos años después de la emancipación de la ciudad isleña del
núcleo gaditano55.
Además, se constata la presencia de hermandades de la Vera Cruz en otras
localidades de la provincia, auque hasta el momento no se tienen datos precisos
sobre su fundación aunque sí de su existencia a principios del siglo XIX: Alcalá del
Valle, Villaluenga del Rosario, Benaocaz, Grazalema y Zahara.

Conclusiones
En el presente trabajo hemos realizado un recorrido documental sobre la proliferación
de las hermandades de la Vera Cruz en la actual provincia de Cádiz. Hemos podido
ver que, se fundan al menos 18 cofradías en el siglo XVI. De ellas más de las
dos terceras partes se fundan en el segundo tercio del siglo. Es, por tanto, nuestra
opinión que, por un lado, el “vivae vocis” oráculo que llegó a los cofrades de la Vera
Cruz de Toledo en 1536, y que se expande con rapidez por la Península. Por otro
lado, las disposiciones favorables en cuanto al culto a las imágenes emanadas del
Concilio de Trento (1.545–1.563), y especialmente de la última sesión de 1563, son
los principales factores de propagación de la devoción a la Vera Cruz en la actual
provincia de Cádiz, devoción que todavía hoy en el siglo XXI sigue viva en muchas
de estas corporaciones penitenciales que van camino (si no lo han cumplido ya) del
quinto centenario de su fundación.

Puerto Real (Cádiz)

53 AHPC, Protocolos Notariales de Jimena, año 1593, legajo 1, notario Pedro Hernández,
f. 70.
54 Y efectivamente hay constancia de la existencia de una cofradía de la Vera-Cruz en
Gibraltar en 1610, por lo que es muy probable de su existencia en el siglo XVI. Véase
al respecto: Hernández del Portillo, “Historia de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de
Gibraltar.”
55 A pesar de ello constaba ya la existencia de un Cristo de la Vera Cruz en la Isla de León
en 1713. Para un mejor conocimiento de la Semana Santa isleña se hace indispensable la
consulta de las obras de Mossig Pérez y en particular su Historia de las Hermandades y
Cofradías Isleñas.

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La devoción popular a la Santa Vera Cruz 15

Obras citadas

Fuentes Documentales

Archivo Histórico Provincial de Cádiz (AHPC)


Gobierno Civil, Caja 272
Protocolos Notariales de Alcalá de los Gazules,
legajo 394, notario Alonso Rodríguez
Protocolos Notariales de Bornos,
año 1572, legajo 7, oficio 2, notario Francisco Benítez
Protocolos Notariales de Jimena,
año 1593, legajo 1, notario Pedro Hernández
Protocolos Notariales de Conil,
año 1577, legajo 1, notario Juan de Guzmán
Protocolos Notariales de Medina Sidonia,
año 1548, legajo 150, notario Juan Fernández
Protocolos Notariales de Olvera,
año 1558, legajo 451, notario Lorenzo de Niebla
Protocolos Notariales de Puerto Real,
año 1563, legajo 15, oficio 1, notario Juan López
Protocolos Notariales de Rota,
legajo 10, oficio 1, notario Juan Gutiérrez Márquez
legajo 13, oficio 1, notario Juan Gutiérrez Márquez,
legajo 14, oficio 1, notario Juan Gutiérrez Márquez
legajo 17, oficio 1, notario Juan Gutiérrez Márquez
Protocolos Notariales de Setenil,
año 1566, legajo 862, notario Esteban de Zárate
Protocolos Notariales de Vejer,
año 1549, legajo 6, notario Ambrosio Hernández
año 1552, legajo 8, notario Ambrosio Hernández
año 1555, legajo 11, notario Ambrosio Hernández
Protocolos Notariales de Villamartín,
año 1552, legajo 4, notario Antonio Quebrado
Archivo de Protocolos Notariales de Algeciras (APNA)
Protocolos Notariales de Tarifa,
año 1565, legajo 1009, notario Pedro Jiménez Piedrabuena
año 1642, legajo 947, notario Alonso Osuna
año 1666, legajo 992/3, notario Diego Tovar Hidalgo
Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional, Toledo
Archivo de los Duques de Frías, Caja 252, Documento 17

Fuentes impresas

Abreu, fray Pedro de. Historia del saqueo de Cádiz por los ingleses en 1596. Edición crítica,
notas y estudio introductorio a cargo de Manuel Bustos Rodríguez. Cádiz: Universidad
de Cádiz, Servicio de Publicaciones, 1996.
Bermejo y Carballo, José. Glorias religiosas de Sevilla, o noticia histórico-descriptiva de
todas las cofradias de penitencia, sangre y luz. Sevilla: Salvador, 1882.
Castro, Adolfo. de. Historia de Cádiz y su provincia desde los remotos tiempos hasta 1814.
Cádiz: Diputación de Cádiz, Comisión de Información y Publicaciones, 1982.

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16 Confraternitas 20:2

Cruz Isidoro, Fernando. “Aportación documental a la historia y patrimonio artístico de


la Hermandad de la Vera-Cruz de Sanlúcar durante los siglos XVI y XVII” Carrera
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Cádiz: Fundación Municipal de Cultura, 1990.
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Espinosa de los Monteros Sánchez, Francisco. “La religiosidad popular gaditana a través de
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González, Tomás. Censo de población de las provincias y partidos de la Corona de Castilla
en el siglo XVI. Madrid: La Imprenta Real, 1829.
González Cid, María Luisa. “Los ‘blancos’ y los ‘negros.’ Estudio de las cofradías de
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González Luque, Francisco. Imaginería en las Hermandades de Penitencia de El Puerto de
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(1680–1700).” En Actas de las Jornadas de Historia de Puerto Real. Ayuntamiento de
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Martínez Ramos, José Antonio. “Aproximación a la historia de las hermandades y cofradías
roteñas: La cofradía de la Santísima Vera Cruz y Nuestra Señora del Desconsuelo.”
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Mossig Pérez, Fernando. Historia de las Hermandades y Cofradías Isleñas. San Fernando:
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de Jesús Nazareno. Encuentro y Aproximación a su Estudio. Cuenca: Diputación
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________. “La devoción a la Cruz de Cristo, Siglos IV al XV.” En Actas del II Congreso
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La devoción popular a la Santa Vera Cruz 17

Le confraternite laicali nelle disposizioni sinodali


seicentesche della Chiesa pesciatina.

Amleto Spicciani

Summary: This article examines the effects of the Catholic reform movement of the sixteenth
century in a small Tuscan prelacy (Pescia) that in 1519 was exempted from the jurisdiction of
the bishop of Lucca. Using the synodal legislation issued between 1606 and 1717, the article
brings to light a tightening of control over local confraternities, and especially over their
administration, accounts, liturgy, and morality, that went hand-in-hand with the powerful
growth of the liturgical and sacramental figure of the parish priest. The restrictions and
the liturgical limitations imposed on confraternities in Pescia eventually extinguished the
associative spirit of these confraternities that, until that point, had been nurtured by ancient
organizational and devotional autonomy.

A proposito delle confraternite laicali, il Concilio di Trento fece un unico


pronunciamento, in applicazione del primato essenziale del servizio ministeriale
della gerarchia ecclesiastica. In conseguenza di ciò, nei decreti disciplinari emanati
dal Concilio nella XXII sessione, tenuta il 17 settembre 1562, ai vescovi venne
affidata la cura di vigilare sulle organizzazioni laicali, conferendo loro il diritto di
visitare («habeant ius visitandi») gli ospedali, i collegi, le confraternite, le scuole, le
associazioni di ogni natura e nome, i monti di pietà e tutti gli altri luoghi pii, anche
se provvisti di esenzione56. Richiamando poi un canone del concilio viennese del
1315, fu stabilito che i vescovi per dovere del loro ufficio dovevano conoscere
e far eseguire tutto quello che fosse stato istituito dai detti enti, e quindi anche
dalle confraternite, in ordine alla vita devozionale, al culto e al sostentamento dei
poveri: ex officio dunque i vescovi erano tenuti a seguire pure dall’interno la vita
delle confraternite laicali («cognoscant et exsequantur»)57. Al diritto di visita, e
come attuazione del controllo vescovile, il Tridentino aggiunse poi l’obbligo per
tutti gli amministratori delle confraternite—in un ambito più ampio, di cui dirò
subito—di presentare annualmente al vescovo il rendiconto della loro gestione58.
I successivi decreti attuativi emanati dalla Sede Apostolica imporranno anche
l’obbligo dell’inventario dei beni mobili e immobili delle confraternite59 e daranno
la facoltà ai vescovi di imporre agli amministratori il dovere del giuramento e di
dare cauzioni al momento della loro entrata in carica60.

56 Conciliorum Oecumenicorum Decreta, p. 740, can. VIII.


57 Conciliorum Oecumenicorum Decreta.
58 Conciliorum Oecumenicorum Decreta,, can. IX («singulis annis teneantur reddere ratio-
nem administrationis ordinario»).
59 Costituzione Provide di Sisto V, pubblicata a Roma l’8 giugno 1587. Di cui abbiamo
una applicazione nel sinodo pesciatino del 1606 (Decreta diocesanae synodi Pisciensis,
1606) nella rubrica De bonis Ecclesiae conservandis di cui infra, nota 29.
60 In Aliphana [cioè risposta della Congregazione ad una richiesta della diocesi di Alife,

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Sia il diritto di visita, sia il dovere del rendiconto amministrativo rispondevano
a due forti e immediate preoccupazioni dei padri conciliari, espresse nei rispettivi
canoni del decreto di riforma: quella che fossero adempiuti pienamente gli obblighi
derivanti da disposizioni testamentarie, e quella del controllo amministrativo e
finanziario di tutti gli enti ecclesiastici. Questa seconda preoccupazione investiva
ogni chiesa, anche se cattedrale, ogni ospedale, i monti di pietà, le elargizioni di
elemosine, le confraternite—appunto—e ogni e qualunque altro luogo pio. Gli
amministratori, sia chierici che laici, come dicevo, dovevano annualmente rendere
conto al vescovo della loro gestione economica e finanziaria1.
Il diritto di visita e quello relativo di vigilanza implicavano evidentemente anche
l’esercizio del potere coercitivo dei vescovi e dei parroci. Rinasceva in tal modo,
o meglio si rafforzava, l’antica disciplina penale della Chiesa, che, disponendo a
quei tempi anche del potere coercitivo, imponeva con la forza l’osservanza tanto
delle legittime e approvate norme interne statutarie emanate dalle medesime
organizzazioni laicali, quanto delle disposizioni legislative o sinodali stabilite dai
vescovi. L’osservanza delle disposizioni era appunto garantita dalla imposizione
di pene pecunarie o corporali (inclusa la carcerazione) e con l’applicazione delle
censure ecclesiastiche dell’interdetto, della sospensione e della scomunica, che
avevano allora anche effetti sociali2.
Limitando le mie considerazioni alle questioni giuridiche e istituzionali relative
al rinnovamento spirituale delle confraternite, nello spirito del Concilio di Trento,
cercherò di indagare i procedimenti disciplinari adottati nella diocesi di Pescia
durante il periodo della propositura esente, cioè dalla nascita della diocesi, il 15
aprile 1519, alla erezione del vescovato il 17 marzo 17273.
***
Gli aspetti giuridici della vita sociale ed ecclesiastica se manifestano le
preoccupazioni e svelano i difetti, non sempre sono testimonianze di situazioni
obiettive, poiché—almeno quanto alle disposizioni o alle esortazioni—non siamo
proprio sicuri di come in realtà siano state o andate le cose. Una storia—come io
sto per fare—degli aspetti giuridici avrebbe bisogno del confronto con la correlativa
documentazione archivistica, prodotta—ad esempio—dai conseguenti procedimenti
giudiziari. Può essere però che le stesse fonti legislative contengano esse stesse
testimonianze esplicative. Nel mio caso un bell’esempio, che posso anticipare, è
contenuto in un paragrafo del De confraternitatibus laicorum del sinodo celebrato
dall’ultimo proposto di Pescia, Paolo Antonio Pesenti, nel 1717. Riprendendo
la consueta descrizione della vita devozionale e caritativa delle confraternite, il

nella metropolia di Benevento], 18 luglio 1705.


1 Cfr. supra, nota 3.
2 Cfr. Tesauro, De poenis ecclesiasticis; Eck, De natura poenarum secundum ius canoni-
cum; Roberti, De delictis et poenis; Zeiger, Historia iuris canonici, I; Plöchl, Storia del
diritto canonico, 2:354–381.
3 Cfr. Labardi, “La comunità ecclesiastica pesciatina nel corso dei secoli.”

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Le confraternite laicali nelle disposizioni sinodali seicentesche 19

suddetto paragrafo incomincia proclamando come cosa lodevole che nei giorni di
festa i confratelli si riunissero nei propri oratori per recitare l’ufficio della Madonna
o quello dei defunti, con indosso la loro cappa e salmodiando a cori alterni, senza
strepito e senza chiacchierare, ma «attente ac reverenter». Il paragrafo prosegue poi
elencando gli altri aspetti della vita devozionale e caritativa, come la frequenza ai
sacramenti della confessione e della eucaristia, la visita agli infermi, specialmente
se confratelli, e la partecipazione devota ai funerali. Tutto ciò sarebbe dunque da
lodarsi, ma purtroppo a Pescia e nella intera diocesi—conclude il paragrafo—«vel
nunquam ad praxim deducta aut paulatim tepiscente devotione intermissa fuere».
Il modello ideale di comportamento devozionale e caritativo delle confraternite,
che il legislatore sinodale enuncia, non trovava quindi corrispondenza nella pratica
della vita diocesana, cosicché in conclusione, per un verso il disposto sinodale deve
limitarsi ad esortare gli officiali di ogni confraternita a rifletter per provvedere («ut
in hoc studiose incumbant»); e per l’altro, con spirito pratico molto concreto, il
sinodo finisce per esortare i parroci della campagna a far recitare il rosario in luogo
dell’ufficio a quei confratelli rurali che non sapessero leggere («ut ubi legendi
peritia obstat»)4.
Identiche osservazioni e disposizioni si ritrovano nel successivo sinodo celebrato
dal primo vescovo di Pescia, Bartolomeo Pucci, nel 1732. Pur riproducendo alla
lettera il paragrafo sinodale del 1717, alcune parole aggiunte sono di notevole
efficacia espositiva. Delineato subito il modello comportamentale tradizionale,
il vescovo Pucci osserva che esso «omni laude atque commendatione dignum
videtur». Ma aggiunge che in realtà («verum quia»), come egli stesso ha potuto
constatare («adinvenimus»), nella diocesi pesciatina le confraternite esistenti non
attuano o attuano poco i contenuti di quel modello5.
In questo caso dunque le disposizioni sinodali stesse ci testimoniano la realtà
concreta delle situazioni trattate, come risultava—almeno in quel caso al vescovo—
da informazioni dirette. La situazione devozionale rilevata nel 1717 e nel 1732 per
le confraternite laicali non è detto che possa anche valere per gli anni precedenti, ma
comunque ci rende cauti—disponendo soltanto di fonti legislative—dal prendere
come reale quello che potrebbe essere soltanto l’enunciazione di uno schema ideale
di comportamento.

1. I sinodi pesciatini
Pochi mesi dopo la data di fondazione della prelatura esente pesciatina, cioè
nell’agosto del 1519—esattamente nel momento più acuto della rivoluzione
luterana—abbiamo due importanti documenti emanati dal nuovo potere ordinario
pesciatino, che attestano una precisa volontà di riforma morale e istituzionale della
vita tanto dei chierici quanto dei laici, nella medesima linea disciplinare che poi sarà
propria del Concilio di Trento. Si tratta delle costituzioni del Capitolo dei canonici

4 Decreta et constitutiones synodales (1719), p. 65, par. VI.


5 Decreta synodi diaecesanae Pisciensis (1734), pp. 54–55, par. VI.

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della propositura, e dei canoni di un sinodo disciplinare celebrato—appunto


nell’agosto del 1519—dal neo proposto Lorenzo Cecchi, per l’avanti ultimo pievano
di Santa Maria di Pescia6. Con tale documento sinodale, il proposto annunciava
solennemente alla diocesi la istituzione della prelatura pesciatina e dettava alcune
norme disciplinari. Sia il testo sinodale che le costituzioni capitolari sono anche una
indiretta testimonianza degli abusi, delle superstizioni e del rilassamento dei costumi
morali, specialmente nel clero: appaiono esplicitamente i difetti del concubinato
ecclesiastico, della sciatteria liturgica, della profanazione superstiziosa dei
sacramenti, della diffusione dei giochi di azzardo e della pratica—anche da parte dei
chierici—del prestito feneratizio. Nel contesto del mio discorso sulle confraternite,
importa sottolineare—come interessante disposto disciplinare divenuto poi proprio
della riforma tridentina—la presenza di un canone completamente dedicato alla
imposizione dell’obbligo della annuale rendicontazione amministrativa e finanziaria
da parte dei rettori o governatori degli enti ospedalieri7.
Dopo questo primo sinodo diocesano del 1519, abbiamo notizia che il proposto
Guido Guidi (m. 1569)8 ne avrebbe celebrato un altro, proprio all’indomani della
chiusura del Concilio di Trento9, avvenuta nel 1563; ma io non sono riuscito in
alcun modo a trovarne la prova documentaria10. Seguirono poi i sinodi celebrati nel
1606 e nel 1627 dal proposto Stefano Cecchi11; nel 1694 dal proposto Benedetto
Falconcini12; e finalmente nel 1717 dal proposto Paolo Antonio Pesenti13, che nel
1727 fu il primo vescovo di Pescia14. I rispettivi testi sinodali, promulgati con
l’approvazione di tutto il clero, appaiono preparati e disposti con grande attenzione
e competenza. Come risulta anche dai medesimi sinodi, a quei tempi i proposti

6 Constitutiones sinodales (1519), c. 1. Per le costituzioni capitolari di allora, abbiamo il


saggio di Onori, “Le prima costituzioni del Capitolo della Prepositura ‘nullius’ di Pescia.”
7 «Precipimus quibuscumque hospitalariis quemadmodum infra mensem teneantur red-
didisse rationem sue administrationis in curia nostra coram nobis vel vicario nostro sub
pena privationis elapso termino suorum hospitalium», Constitutiones sinodales (1519),
c. 2v.
8 Cfr. Castiglioni, “Guidi Guido (Vidus Vidius).” Tenne a Pisa la cattedra di filosofia e
medicina. Le sue ricerche anatomiche, raccolte nel De anatomia corporis humani libri
VII, furono pubblicate postume da suo nipote Guido a Francoforte nel 1611. Portano il
suo nome il canale e il nervo vidiano. Morì a Pisa il 26 maggio 1569.
9 Cecchi/Coturri, Pescia ed il suo territorio, p. 338.
10 Il proposto Stefano Cecchi, in carica del 1600 al 1633 (cfr. infra, nota 40), nella lettera
con cui presentò la stampa dei decreti sinodali da lui stesso emanati nel 1606, parlava
che la lodevole consuetudine della convocazione dei sinodi «iam diu in hac Pisciensi Ec-
clesia aut itermissa omnimo, aut numquam satis revocata atque ad rem collata», Decreta
diocesanae synodi Pisciensis (1606), pagina iniziale non numerata.
11 Gli atti sinodali del 1606 sono indicati nella nota precedente. Inoltre: Decreta et consti-
tutiones synodales (1628).
12 Decreta et constitutiones synodales (1694).
13 Decreta et constitutiones synodales (1719).
14 Labardi, “La comunità ecclesiastica pesciatina,” p. 87; Banti, Pescia: la città e il vesco-
vato.

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pesciatini erano assistiti da un alto numero di prelati esperti nelle questioni


giuridiche, e dall’altra parte gli stessi proposti appaiono quasi sempre laureati pure
«in utroque». Va anche detto che in quegli anni, in ossequio ad un dettato del concilio
tridentino, tutte le diocesi celebravano i loro sinodi e ne pubblicavano gli atti, che
erano perciò a disposizione di tutti. Non entro quindi in un esame comparatistico
dei sinodi pesciatini, poiché il “placet” del clero mi rende abbastanza sicuro che
nel complesso le esigenze e le caratteristiche locali fossero rispettate. A questo
proposito, ricordo però almeno due importanti documenti papali, emanati a riguardo
delle confraternite laicali e le cui disposizioni confluirono poi anche nei sinodi
pesciatini. La costituzione Quaecumque di Clemente VIII del 7 dicembre 1604, che
imponeva a tutte le confraternite l’obbligo di redigere e fare approvare dall’Ordinario
i propri capitoli o statuti15; e l’intervento di Alessandro VIII, con decreto della
Congregazione dei Riti del 12 febbraio 1690, che interdiceva le celebrazioni della
Settimana santa negli oratori delle confraternite16. Cosicché il sinodo pesciatino del
1627 nel titolo De confraternitatibus, comincia proprio prescrivendo l’obbligo di
redigere e fare approvare i capitoli17, e nel sinodo del 1694, il proposto Falconcini
poteva inserire nel titolo De celebrazione missarum, con evidente soddisfazione, la
disposizione romana, riservandosi però di concedere negli oratori il permesso per la
celebrazione della messa del giovedì santo, purché fosse iniziata non prima che nelle
singole chiese parrocchiali si fosse contato il “gloria”18. Alle suddette disposizioni
pontificie va anche aggiunto, come molto importante il decreto emanato nel 1704
dalla medesima Congregazione dei Riti, sui diritti dei parroci nei confronti delle
confraternite laicali, dei loro cappellani e ufficiali. Decreto che pose definitivamente
fine alle annose questioni di competenze e di autonomie parrocchiali rivendicate
sempre dallo spirito associativo delle confraternite laicali19.

2. Le dispisizioni sinodali
Come già dicevo, il sinodo del 1519 non contiene specifiche disposizioni per le
confraternite, ma anticipando i deliberati del successivo Concilio di Trento, pone
l’obbligo del rendiconto amministrativo agli enti ospedalieri, che normalmente
sappiamo che erano gestiti anche da fraternità o confraternite laicali. Una
trattazione specifica—come attuazione della riforma tridentina—compare invece
nelle deliberazioni sinodali seicentesche, che hanno costantemente un’intera
rubrica dedicata alle confraternite dei laici. Cade a proposito osservare che il clima
tridentino imponeva un rigido controllo sulla ortodossia delle azioni e del pensiero
laico ed ecclesiastico. Sono interessanti a questo riguardo le disposizioni dei sinodi
pesciatini circa le progettazioni architettoniche delle nuove chiese e circa il loro

15 Pubblicata in regesto in Decreta et constitutiones synodales (1719), pp. 319–320.


16 Pubblicata in Decreta et constitutiones synodales (1719), p. 484.
17 Decreta et constitutiones synodales (1628), p. 167, cap. I.
18 Decreta et constitutiones synodales (1694), p. 51, cap. XVIII.
19 Decreta et constitutiones synodales (1719), pp. 321–325.

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abbellimento pittorico, che dovevano essere sempre preventivamente esaminate e


approvate20. Più caratteristico appare il giuramento, nella formulazione di Pio V,
imposto a tutti coloro che ricevevano un ufficio ecclesiastico, ma anche ai maestri
e ai docenti laici di ogni ordine e grado21. Vigeva inoltre la proibizione assoluta per
i laici di tenere pubbliche discussioni su questioni teologiche22, di cui abbiamo un
riflesso nelle confraternite per le quali era vietata la predicazione laica, a meno che
non si trattasse di semplici esortazioni morali tenute dai priori o governatori di quei
sodalizi23.
In tutta la legislazione sinodale seicentesca, emanata dai proposti pesciatini a
riguardo delle confraternite laicali e degli ospedali—ma anche in riferimento alla
vita dei chierici–, è sorprendentemente presente una attenzione particolare agli
aspetti finanziari e patrimoniali di queste istituzioni. In ossequio ai dettati tridentini
e in adempimento delle successive disposizioni della Sede Apostolica, il sinodo del
1606—ad esempio—introduce l’obbligo anche per le confraternite (insieme con le
chiese, le cappelle e gli ospedali) di redigere gli inventari dei loro beni immobili e
di consegnarne una copia da conservare nell’archivio della prepositura unitamente
con le indicazioni degli atti pubblici o privati delle eventuali concessioni livellarie o
enfiteutiche di tali beni24. Anzi, poiché gli amministratori anche delle confraternite
erano soliti stipulare concessioni a lungo termine o addirittura perpetue, il proposto
disponeva nel sinodo che per l’avvenire tali atti dovessero essere redatti in sua
presenza25. L’inventario dei beni mobili rimaneva registrato nei libri contabili
della confraternita che ogni amministrazione riceveva in consegna al momento di
assumere l’incarico e che rimanevano a disposizione degli eventuali “visitatori”
ecclesiastici26.

20 «Nemo templi, sacra aedis, cappellae aut oratorii alicuius aedificationem suscispiat qui
nos vel vicarium nostrum ante non consuluerint et a nobis acceperint qua forma aedifi-
candum sit [ … ]. Nichil omnimo in parietibus ecclesiarum nobis incolsultis dipingatur
in sacris autem immaginibus efficendis serventur diligentissime quae sancta synodus
Tridentina praecepit», Decreta diocesanae synodi Pisciensis (1606), p. 74, cap. I e II.
Queste disposizioni furono ripetute anche nei successivi sinodi. La costituzione di Ur-
bano VIII del 15 marzo 1642 «circa formam et habitum sacrarum imaginum» fu inserita
nell’Appendice di Decreta synodi diaecesanae Pisciensis (1734), pp. 232–235.
21 Decreta diocesanae synodi Pisciensis (1606), p. 9.
22 Decreta et constitutiones synodales (1719), p. 2, par. IV. In Appendice, la professione di
fede pubblicata nel 1564 da Pio IV, pp. 243–246.
23 «Iusta summorum pontificum et conciliorum decreta, a confratribus laicis numquam
conciones in societatibus habeantur; sed Dei verbo per idoneum sacerdotem, quando
opus fuerit, ad illius amorem et timorem excitentur, alias loca ipsa ecclesiastico interdico
gubernatores et verba habentes excomunicationi subiicientur salva nihilominus permis-
sione simplicium moralium sermonum de licentia nostra, quotantis renovanda, sed cum
parochiali concio fiet in societatibus interdicitur», Decreta et constitutiones synodales
(1719), p. 66, par. X.
24 Decreta diocesanae synodi Pisciensis (1606), p. 79, cap. I.
25 Decreta diocesanae synodi Pisciensis (1606), p. 83, cap. III.
26 Decreta diocesanae synodi Pisciensis (1606), p. 81, cap. II.

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Nei sinodi seicenteschi pesciatini sono poi molto interessanti gli aspetti finanziari
che ne emergono. A questo riguardo, il sinodo del proposto Falconcini, celebrato
nel 1694 e che si caratterizza per la ricchezza delle specificazioni particolari, si
sofferma più di ogni altro anche sulle questioni amministrative, come—ad esempio–
l’obbligatorietà dei depositi finanziari e il controllo dei censi, del loro affrancamento
e dei successivi investimenti dei relativi proventi27. Nelle prescrizioni sinodali tutte
le disposizioni di carattere punitivo, insieme con le censure canoniche dell’interdetto,
della sospensione e della scomunica, sono costituite anche da forti multe pecuniarie,
presenti sia nei canoni sinodali e sia nelle costituzioni delle confraternite. Prevale
sempre come di grande interesse, o come pena efficacissima, l’imposizione della
tassa sociale o della multa pecuniaria. Incluse le cosiddette “appuntature” dei
chierici obbligati alle ufficiature corali28, unitamente alla tassa dei “drappelloni” o
esborso anticipato delle spese delle proprie esequie29.
Questo aspetto pecuniario, di cui non sappiamo in concreto gli esiti, oltre a
manifestare una volontà di attuazione pratica delle norme disciplinari—dato il potere
coercitivo della multa—o anche di richiamo all’impegno associativo espresso dalla
tassa, indica anche la presenza di una economia monetaria in piena evoluzione, come
sappiamo che era quella europea del secolo XVII, nella galoppante svalutazione
monetaria operata nei mercati finanziari dalla sovrabbondante presenza dell’argento
americano30.
Come esempio di penalità pecuniarie e corporali, mi riferisco al reato di
bestemmia nelle disposizioni del sinodo pesciatino del 1606, poi continuamente
ripetuto31. In quella occasione si riportò alla lettera (incluse le cifre delle pene
pecunarie) la costituzione di Pio V Cum primum, del 1 aprile 156632, che faceva
riferimento ad un canone lateranense di papa Leone X33, con il quale si distingueva
sia la gravità del reato, sia quello commesso dai laici da quello dei chierici. Mentre
dunque, seguendo la costituzione piana, le pene da comminarsi per le bestemmie
contro i santi rimanevano di insindacabile arbitrio del giudice, quelle contro Dio,
Gesù Cristo e la Vergine Maria erano così stabilite: un laico che avesse bestemmiato
Dio, Nostro Signore Gesù Cristo o la Beata Vergine, «pro prima vice» sarebbe
incorso in una multa di 20 ducati; per la seconda volta, 40 ducati; e per la terza volta
100 ducati, insieme con la dichiarazione di ignominia e l’esilio. Se però fosse stato
uomo plebeo o comunque nullatenente, per la prima volta, con le mani legate dietro
la schiena doveva rimanere una intera giornata sulla piazza della chiesa; la seconda
volta sarebbe stato frustato; la terza avrebbe perforata la lingua e condannato ai remi

27 Decreta et constitutiones synodales (1694), pp. 74–84 (De rebus Ecclesiae non alienan-
dis).
28 Decreta et constitutiones synodales (1694), p. 67, par. XV.
29 Cfr. Constitutiones sinodales (1519), c. 23v.
30 Cfr. Braudel/Spooner “I prezzi in Europa dal 1450 al 1750,” p. 449
31 Decreta diocesanae synodi Pisciensis (1606), pp. 12–14 (De blasphemia).
32 In Decreta et constitutiones synodales (1719), pp. 308–310.
33 Leone X in Concilio Lateranense V: Alberigo, Conciliorum, pp. 621–622.

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di una nave da guerra (alla trireme). Un chierico che avesse bestemmiato «pro prima
vice» avrebbe perso i frutti di un anno del proprio beneficio; la seconda, sarebbe
stato privato dell’intero beneficio; per la terza, doveva essere deposto e mandato
in esilio. Un chierico non beneficiato, per la prima volta doveva essere punito ad
arbitrio del giudice con una pena pecuniaria o corporale; la seconda, «carceribus
mancipetur» e la terza, «verbaliter degradatur et ad triremes mittatur».
Era questo un sistema penale che evidentemente implicava l’esistenza di un
potere coercitivo del giudice (come ha oggi il pretore o il pubblico ministero) e
che imponeva la necessità della destinazione delle multe pecuniarie, normalmente
per due parti da destinarsi alle opere di beneficenza (luoghi pii) e per un terzo ai
delatori («accusatori qui delinquentes detulerit»). Più tardi—come già dicevo—gli
interessi e le preoccupazioni per il controllo amministrativo e finanziario degli enti
ecclesiastici e per la corretta gestione dei proventi dalle multe pecunarie sembrerebbe
che si infittissero, nelle sempre più particolareggiate disposizioni sinodali.
Nel sinodo del 1606, il proposto Stefano Cecchi, che si era laureato a Pisa
«in utroque iure» nel 158534, si dimostra particolarmente attento alla materia
disciplinare tridentina. Si rivolge in modo particolare ai chierici, dei quali ci dà un
quadro abbastanza desolante quanto ai costumi morali e quanto alla preparazione
o istruzione sacramentale e liturgica. Il proposto dimostra invece una corretta
conoscenza delle nuove norme rituali e si rifà costantemente ai muovi messali e ai
nuovi breviari approvati e imposti da Pio V. In modo particolare, esorta il clero a una
maggiore attenzione e al buon gusto liturgico. Come quando—ad esempio—insegna
che il ministro delle messa debba sempre indossare la talare con la cotta, ritenendo
sconveniente e proibendo l’uso liturgico della cappa dei confratelli35. Così pure,
quando proibisce severamente ai chierici di indossare l’abito di una confraternita
allorché fossero invitati a partecipare ad una processione36. Sarà poi norma costante
la sua proibizione fatta ai preti novelli di celebrare la messa prima di aver ricevuto
opportune istruzioni ed essere giudicati pronti: nel sinodo del 1606 si comminava
altrimenti la multa di dieci monete d’oro e la sospensione dalla celebrazione per sei
mesi37.
Venendo a parlare in modo specifico delle confraternite laiche, mi pare assai
importante dire subito che nel sinodo del 1606 Stefano Cecchi dichiarò espressamente
di avere egli stesso eretto la confraternita della Dottrina Cristiana, collocandola
nella chiesa pesciatina della Santissima Annunziata, sotto la cura dei padri di quella
nascente congregazione clericale, che poi—come sappiamo—fu assorbita dai
Barnabiti38. Va poi detto che seguendo le disposizioni impartite dal Concilio di

34 Del Gratta, Acta graduum Academiae Pisanae, 1:227. Stefano Cecchi resse la prepositu-
ra pesciatina dal 1600 al 1633, anno della sua morte; cfr. Puccinelli, Memorie dell’insi-
gne e nobile Terra di Pescia, p. 311.
35 Decreta diocesanae synodi Pisciensis (1606), p. 31, cap. XII.
36 Decreta diocesanae synodi Pisciensis (1606), p. 112, cap. IX.
37 Decreta diocesanae synodi Pisciensis (1606), p. 28, cap. V.
38 Decreta diocesanae synodi Pisciensis (1606), pp. 11–12, cap. III.

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Trento, che ponevano le confraternite dei laici sotto il pieno controllo dell’ordinario
diocesano, il proposto Stefano Cecchi nel suo primo sinodo del 1606—con una
trattazione che fu ripetuta quasi alla lettera nel successivo suo sinodo del 1627 e che
poi formò la traccia dei successivi—dedicò alle confraternite laicali un intero titolo
formato da ben otto capitoli.
Bisogna però osservare che anche in altri titoli o capitoli il sinodo rivendicava
sempre e comunque i diritti della chiesa parrocchiale nei confronti degli oratori retti
dalle confraternite, esaltando in ogni modo la figura del parroco. A proposito—ad
esempio—della sepoltura di un confratello nel proprio oratorio, il proposto dispose
che ciò non sarebbe stato possibile senza la esistenza di una precisa disposizione
testamentaria resa in presenza del parroco o di un suo delegato. In assenza di ciò,
doveva prevalere la sepoltura parrocchiale. Contravvenendo a questa disposizione,
la confraternita cadeva sotto l’interdetto e il cadavere abusivamente sepolto doveva
essere riesumato e trasferito nel cimitero parrocchiale. Comunque, anche in presenza
di una esplicita e legittima disposizione testamentaria, prima della sepoltura le
esequie dovevano essere celebrate dal parroco nella chiesa parrocchiale, e in ogni
caso la quarta parte dei diritti di sepoltura rimaneva assicurata al parroco39. Questa
severissima disposizione parrebbe attenuarsi nel 1627, poiché allora il proposto
riconobbe la possibilità giuridica che le confraternite potessero ver acquisito un ius
sepulchri, pur riservandosi per le esequie il diritto di dare il proprio consenso40. La
sola disposizione della obbligatorietà del consenso scritto, probabilmente perché
ritenuta risolutoria, appare nel successivo sinodo del proposto Falconcini, del 1694,
e fu mantenuta in vigore anche in quello del 1717, dal proposto Pesenti41.

3. Per una conclusione


Dando uno sguardo generale alle disposizioni sinodali riguardanti le confraternite
dei laici, si possono grosso modo suddividere in esortazioni, proibizioni e
imposizioni.
I sinodi—ad esempio—esortano i confratelli alla confessione sacramentale
frequente e alla comunione eucaristica («saepe confiteantur et eucharìstiam
sumant»). Hanno invece norme severe per l’immatricolazione, che sono presenti
in modo costante in tutti i sinodi. Era proibito associare ragazzi di età inferiore ai
quindici anni; chi non avesse conosciuto almeno i rudimenti della fede; chi fosse
stato un peccatore notorio; chi fosse stato «inquietus, facinorosus, discolus, aut
infamis». Tali persone se già ascritte, dopo un terzo ammonimento risultato efficace,
dovevano essere espulse come membra infette: memori del detto che “la pecora
viziosa corrompe l’ovile” («tamquam putridum membrum a corpo ereresecabitur,

39 Decreta diocesanae synodi Pisciensis (1606), p. 97, cap. VIII.


40 Decreta et constitutiones synodales (1628), p. 140, cap. VIII.
41 Decreta et constitutiones synodales (1694), p. 89, cap. I. («dummodum de electione per
publica vel privata documenta constiterit seu per fidem parochi aut confessarii, aut duo-
rum testium»).

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illius sententiae memores, morbida facta pecus, totum corrumpit ovile»)42. Nel
sinodo del 1694 e del 1717, il proposto si riservavò il diritto di essere consultato,
certamente in difesa di possibili ingiuste o troppo precipitose espulsioni43. Allo stesso
modo erano severe le disposizioni a riguardo della partecipazione dei confratelli
alle processioni, durante le quali dovevano procedere con la “buffa” calata sula
faccia («facie coperta semper») e senza portare alcuna orma offensiva, e senza
copricapo, «nisi pluviali tempore»: sotto pena di scomunica e di confisca delle armi
e dei cappelli («et admissionis armorum et pileorum»)44. Ugualmente severe erano
le norme che regolavano la questua, proibita senza una esplicita autorizzazione del
proposto45. A proposito del “sacco,” cioè dell’abito della compagnia, tutti i sinodi
proibivano come inadatti, perché indecenti, quelli aperti sul davanti, e imponevano
quelli aperti al collo46.
Nella categoria che ho chiamato delle imposizioni, possiamo collocare le
norme emanate per controllare e impedire le alienazioni dei beni patrimoniali e
quelle relative ai movimenti finanziari. A questo proposito, sono interessanti anche
le costanti esortazioni a procedere con estrema prudenza nella erogazione delle
elemosine e nella costituzione delle doti per fanciulle povere. Le elemosine infatti
dovevano essere vere elemosine, non forme camuffate di salari o di doni («non
stipendia servitutum, non amicorum quasi munere»)47. Comunque, senza una
esplicita autorizzazione scritta erano vietate le elemosine che superassero una data
cifra, che naturalmente varia da sinodo a sinodo, sotto pena di annullamento e di
una multa di quattro volte tanto a carico degli incauti elargitori48. Così pure erano
vietati i pranzi sociali tenuti nelle sedi delle confraternite, specialmente il giovedì
santo49. Nel 1717 furono vietate anche le gite sociali, come sconvenienti per una
associazione religiosa50. Ma nell’ambito delle imposizioni di ordine amministrativo

42 Decreta diocesanae synodi Pisciensis (1606), p. 109, cap. I.


43 Decreta et constitutiones synodales (1694), p. 111, cap. VIII («nobis prius consultis re-
secabitur»). Decreta et constitutiones synodales (1719), p. 64, par. I («nobis prius con-
sultis, omnino removeantur»).
44 Decreta diocesanae synodi Pisciensis (1606), p. 109, cap. II. Sono disposizioni che si
ripetono nei sinodi successivi.
45 Decreta diocesanae synodi Pisciensis (1606), p. 109, cap. II («elemosinas absque nostra
licentia non querant»).
46 «Confratres societatum, quae ex laudabili consuetudine ad processiones tenentur acce-
dere [ … ] procedant cappas non expectorates, non partitas quod summopere indecens
est et indecorum, sed clausas undecunque a collo desuper induant», Decreta synodi dia-
ecesanae Pisciensis (1734), p. 52, par. VI. Ripete alla lettera la precedente disposizione
del proposto Pesenti, Decreta et constitutiones synodales (1719), p. 41, par. VI.
47 Decreta diocesanae synodi Pisciensis (1606), p. 111, cap. VII.
48 «Quod ut fidelius et prudentius erogentur, vetamus et prohibemus societates sine appro-
batione a nobis in inscriptis obtenta elargiri non posse ultra summam scutorum quatuor,
si secus factum fuerit, irritam et inanem declaramus», Decreta diocesanae synodi Pi-
sciensis (1606), p. 111, cap. VII.
49 Decreta diocesanae synodi Pisciensis (1606), p. 111, cap. VII, p. 110–111, cap. VI.
50 Decreta et constitutiones synodales (1719), pp. 65–66, par. VII («Hinc societates Deo

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Le confraternite laicali nelle disposizioni sinodali seicentesche 27

e finanziario risultano particolarmente attente e gravose quelle che imponevano il


giuramento agli amministratori quando assumevano l’ufficio e al loro strettissimo
obbligo di dare subito adeguate cauzioni patrimoniali e finanziarie con obblighi
estensibili anche ai loro eredi51. La rendicontazione annuale—richiesta come già
dicevo dal Concilio di Trento—nel disposto del 1606 doveva essere presentata al
proposto, ma nel successivo sinodo del 1627 il medesimo proposto Cecchi introdusse
la norma—poi sempre seguita—che le confraternite laicali con sede di almeno due
miglia distanti da Pescia consegnassero il loro rendiconto ai propri sindaci, i quali
dovevano attestare la regolare approvazione in un registro che fosse a disposizione
dell’ordinario diocesano52.
Le disposizioni sinodali di Stefano Cecchi—prese nell’ambito della riforma
tridentina—formano come l’ossatura di quelle deliberate nella legislazione sinodale
successiva. I sinodi in parte conservavano e in parte aggiornano le precedenti
deliberazioni, che a volte esplicitamente richiamano. Direi che sostanzialmente
tale legislazione sinodale si muove in due precise direzioni: da una parte pone
l’accento su disposizioni sempre più attente alla vita economica e finanziaria delle
confraternite, imponendo norme severe quanto alla gestione amministrativa, alla
erogazione delle elemosine, specialmente a riguardo della costituzione di doti
per le fanciulle povere, e ai modi e tempi della questua pubblica. Dall’altra parte,
le norme emanate nei sinodi celebrati alla fine del Seicento e nei primi anni del
Settecento, danno sempre più spazio alle esortazioni riguardanti la vita spirituale e
liturgica delle confraternite, spingendole verso un effettivo parallelismo laico con
le comunità monostatiche di tipo contemplativo. Non a caso, il proposto Falconcini
si preoccupa che le confraternite si ricordassero di essere nate «ad religionis et
pietatis opera exercenda» e non per la vanità, le ingiurie e i litigi53. Il medesimo
proposto suggeriva poi che nei paesi della diocesi le confraternite scegliessero un
oratorio adatto dove nelle feste di precetto tutte insieme potessero confluire per
l’ufficiatura mattutina, la meditazione mentale o fatta nell’ascolto di una lettura
devota, con la presenza di alcuni confessori per il sacramento della penitenza, e
per terminare con la celebrazione della messa e la comunione eucaristica di tutti
i confratelli convenuti54. E sarà proprio questo aspetto religioso—che appare ai
governanti sempre più estraneo alla vita sociale—che fornirà il pretesto politico
per la loro soppressione. Con la caduta dell’antico regime, anche il medioevo delle
confraternite finiva davvero.

Università di Pisa

suisque sanctis dictae divinum cultum unice aemulantes, deambulationes, colloquia et


id genus secularia magis quam ad christianam religionem spectantia, penitus excludant,
praesertim tempore divinorum officiorum»).
51 Decreta diocesanae synodi Pisciensis (1606), pp. 111–112, cap. VIII.
52 Decreta et constitutiones synodales (1628), pp. 174, cap. XIV.
53 Decreta et constitutiones synodales (1694), p. 113, cap. XIII.
54 Decreta et constitutiones synodales (1694), pp. 113–114, cap. XIV.

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28 Confraternitas 20:2

Opere citate
Banti, Ottavio. Pescia: la città e il vescovato nella bolla del papa Benedetto XIII del 17
marzo 1727. Pisa: ETS, 2003.
Braudel, F. e F. Spooner. “I prezzi in Europa dal 1450 al 1750.” Storia economica di
Cambridge, trad. Valerio Castronuovo. 8 voll. Torino: G. Einaudi, 1975, vol. 4, pp. 436–
562.
Castiglioni, A. “Guidi Guido (Vidus Vidius).” In Enciclopedia Italiana. Roma: Bestetti e
Tumminelli, 1928+, vol. 18 (1933), col. 252b.
Cecchi, Michele e Enrico Coturri. Pescia ed il suo territorio. Pistoia: Tip. Pistoiese 1961.
Conciliorum Oecumenicorum Decreta. Eds. Giuseppe Alberigo et al. Bologna: EDB, 1991.
Constitutiones sinodales edite a reverendo domino praeposito domino Laurentio de’ Cechis
de Piscia, utrisque juris doctore praestantissimo, die XXVII mensis augusti 1519, primo
anno quo fuit creatus praepositus a sanctissimo domino nostro Leone papa decimo,
Biblioteca Capitolare di Pescia, ms. 3.
Decreta diocesanae synodi Pisciensis a reverendissimo patre domino Stephano Cicchio.
Firenze: Apud Volcmarium Timan Germanum, 1606.
Decreta et constitutiones synodales Ecclesiae praepositurae civitatis Pisciensis habitae
a reverendissimo domino d. Paulo Antonio Pesenti. Lucca: ex Typographia Leonardi
Venturini, 1719.
Decreta et constitutiones synodales habitae a d. Benedicto Falconcini. Firenze: apud Petrum
Matini praepositurae Piscien. typograph,1694.
Decreta et constitutiones synodales habitae a d. Stephano Cicchio. Pistoia: excudebat Petrus
Antonius Fortunatus, 1628.
Decreta synodi diaecesanae Pisciensis celebratae [ … ] per Bartholomaeum Pucci. Pistoia:
ex Tipographia Joannis Baptistae Franchi, & Alberti Olivi,1734.
Del Gratta, R. Acta graduum Academiae Pisanae, 3 voll. . Pisa: Università di Pisa, 1980.
Eck, Ernst. De natura poenarum secundum ius canonicum. Berlino: G. Schade, 1860.
Labardi, A. “La comunità ecclesiastica pesciatina nel corso dei secoli. Percorsi storici di
una Chiesa locale.” In Pescia. La storia, l’arte e il costume, a cura di Amleto Spicciani.
Pisa: ETS, 2001, pp. 81–104.
Onori, Alberto M. “Le prima costituzioni del Capitolo della Prepositura “nullius” di Pescia.”
In Atti del convengo sulla organizzazione ecclesiastica della Valdinievole (Buggiano,
giugno 1987). Borgo a Buggiano: Edito dal Comune, 1988, pp. 149–159.
Plöchl, Willibald M. Storia del diritto canonico, 2 voll. Milano: Massimo, 1963.
Puccinelli, Placido. Memorie dell’insigne e nobile Terra di Pescia. Milano: Giulio Cesare
Malatesta, 1664; rist. Bologna: Forni, 1981.
Roberti, Francesco. De delictis et poenis, Roma: Apud aedes facultatis iuridicae ad S.
Apollinaris, 1944.
Tesauro, Carlo Antonio. De poenis ecclesiasticis Roma: Barbiellini, 1760.
Zeiger, Ivo A. Historia iuris canonici, 2 voll. Roma: Aedes Universitatis Gregorianae,
1947.

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Recent Theses

Roberts, Angela Marisol. “Donor Portraits in Late Medieval Venice c.1280–


1413” PhD Thesis, 2007, Queen’s University, Kingston, Canada.

Abstract: Although the donor portrait was extremely popular throughout mainland
Italy during the late Middle Ages, art historians have concluded that the motif was not
a popular one in fourteenth-century Venice. The city’s republican political structures
and its citizens’ supposed abhorrence of public expressions of individuality are often
cited as reasons for the relative absence of individual donor portraits.
This dissertation challenges these previous assumptions by examining examples
of the genre in Venice. The evidence analyzed includes a catalogue of 83 donor
portraits created between 1280 and 1413. I have attempted to reconstruct the social,
political and physical environments for these examples and also for those that have
been lost through centuries of changing trends and political upheaval. Through
case studies of donor portrait subjects from the upper echelons of Venetian society,
including doges, nobles, cittadini, confraternity groups, guilds and patrician women,
it becomes clear that such images were not only widespread but also often clearly
intended for public viewing.
Further examination of these visual documents and analyses of socio-historical
developments in the period indicate that donor portraits in Venice, like similar
portraits in Palaiologan Byzantium and Italy mainly reflect personal concerns
about family, status, wealth, professional associations and salvation. Their physical
appearance likewise suggests that such images were intended for display usually
within the confines of the city parishes and that ultimately donor portraiture in late
medieval Venice was no more likely to reflect state ideologies than donor portraiture
in other parts of Europe. Once extracted from the tendency of scholars to over-
politicize Venetian art of this period such images can be examined for what they
are—valuable records of social patronage patterns in late medieval Venice.

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Call for Papers

Society for Confraternity Studies


at the Sixteenth Century Studies Conference
Montreal, Canada
14–17 October 2010
The Society for Confraternity Studies invites proposals for individual papers and
whole panels on three themes:

Themes:
Confraternities in the Americas: Confraternities were active across the Americas, acting
as vehicles of religious worship, charitable help, communal governance, and sociability.
We might even consider the L’Ordre du Bon-Temps founded by Samuel Champlain in
1606 to be the first in New France. What forces, pressures, and opportunities shaped
confraternities in the Americas, and how did they fit in to and advance (or detract from)
the process of colonization? How did confraternities organize European settlers, and
how did they mediate relations with aboriginal groups?
Confraternities & Sociability: in northern Europe particularly, confraternities focused
much of their activity on various forms of sociability, including feasting, games,
and theatre. Were these brotherhoods anything more than supper clubs or, as Luther
called them, ‘conventicles of Bacchus’? How important was sociability to religious
socialization? What effect did religious reform movements have on this festive
sociability? We invite papers that explore the social side of confraternal life, and how
that may have animated the brotherhoods while stirring reservations among lay and
clerical authorities.
Confraternities as Sites of Cultural Production: confraternities were among the most
active patrons of art, architecture, and music, and in some cities their choirs and concerts
were vibrant elements of urban cultural life. The songs sung in confraternities became
models for Christmas carols and for congregational singing in Protestant churches.
How key characteristics of fifteenth century confraternal music were taken up in public
worship by both protestants and catholics in the sixteenth century? How did confraternal
cultural production shift through the sixteenth and seventeenth centuries?
Individual papers are to be no more than 20 minutes long and panels are normally
comprised of 3 papers.
Proposals: Send a proposal to Prof. Nicholas Terpstra (University of Toronto) at:
nicholas.terpstra@utoronto.ca
The proposal should include a brief description of your presentation (no
more than 250 words), a brief CV giving institutional affiliation, and full contact
information (address, phone, fax, & email). Since digital projectors are very costly
for the SCSC to rent, please request one only if it necessary to the substance or
argument of the paper.
Deadline: 1 March 2010

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Reviews

Studi confraternali: orientamenti, problemi, testimonianze, ed. Marina Gazzini.


Reti Medievali E-Book, 12. Florence: Firenze University Press, 2009. Pp. xi, 407.
Є 36,60, ISBN 978-88-8453-937-3
Il volume tenta di fare il punto sulla vasta materia e prende prevalentemente in
considerazione l’Italia tra Medioevo e prima Età Moderna. L’interesse storiografico
per l’argomento è tuttora tale che mentre questo volume era in corso di stampa si è
svolto a Pisa il convegno internazionale su Brotherhood and Boundaries (Fraternità
e barriere) con il coordinamento scientifico di Adriano Prosperi e Nicholas Terpstra
(19–20 settembre 2008), ciò a conferma di un impegno di ricerca che è ben lungi
dall’esaurirsi.
Il presente volume si articola in quattro sezioni di cui propongo un breve
resoconto.
1) Individui e gruppi.—Poiché le confraternite sono associazioni di gruppi di
individui, appunto, esse rientrano nel campo della sociologia e di ciò si occupa
Otto Gerhard Oexle, I gruppi sociali del medioevo e le origini della sociologia
contemporanea (pp. 3–17) che valorizza l’opera di Max Weber. È ben nota
la diffusione delle confraternite e pertanto Giuseppina De Sandre Gasparini,
Confraternite e campagna nell’Italia settentrionale del basso medioevo. Ricerche
sul territorio veneto (pp. 19–51), tenta di rintracciare peculiarità in quelle attive
nelle zone rurali: borghi, villaggi, campagne in genere ed aree di montagna. La
presenza delle donne nelle confraternite è divenuta tematica d’attualità e in questo
volume se ne occupa Anna Esposito, Donne e confraternite (pp. 53–78), che si
sofferma anche sulle donne oggetto della carità confraternale considerando il caso
di Roma. Ilaria Taddei centra l’attenzione su di un’altra tematica divenuta attuale
in decenni recenti: Confraternite e giovani (pp. 79–93) sottolineando l’importanza
di esse a Firenze.
2) L’inquadramento giuridico ed istituzionale.—Sotto il profilo dello stato
giuridico—Cecilia Natalini, Appunti sui collegia religionis causa nella dottrina
civilistica tra Glossa e Commento (pp. 97–124)—quella di confraternite e confratelli
fu una posizione ambigua con frequenti interventi, ad esempio, di Bartolo da
Sassoferrato. Nel rapportarsi con le istituzioni, i vescovi furono per le confraternite
imprescindibili autorità di riferimento e Maria Clara Rossi, Vescovi e confraternite
(secoli XIII–XVI) (pp. 125–165), mostra come essi siano stati sempre accorti verso il
fenomeno confraternale; nel Quattrocento e Cinquecento essi non lo persero di vista
e basti pensare a presuli come il Pierozzi a Firenze, l’Albergati a Bologna, il Barozzi
a Padova, il Barbo a Treviso, il Giberti a Verona. Se la Riforma fu avversa alle
confraternite, il mondo cattolico reagì con il rilancio delle stesse e Danilo Zardin—
Riscrivere la tradizione. Il mondo delle confraternite nella cornice del rinnovamento
cattolico cinque-seicentesco (pp. 167–213)—suggerisce che ciò avvenne puntando
sulla coscienza grazie ad una vastità di testi a stampa; proponendo il modello del

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confratello ideale in rapporto alla famiglia ed alla parentela; incoraggiando intenti
battaglieri in difesa della fede e tutto ciò all’ombra della mutualità corporativa e
all’insegna dell’attenzione verso i “fratelli.”
3) L’economia della carità.—Assistenza e confraternite è una relazione a
doppio senso e Thomas Frank—Confraternite e assistenza (pp. 217–238)—si
sofferma in particolare su quella materiale che si esplicò in vari modi: diretta
(elemosine ecc.) e istituzionale (ospedali). L’A. propone alcuni esempi italiani
e non. Per Colonia segnala una confraternita elemosiniera; per Strasburgo una
confraternita ospedaliera nel senso del volontariato; a Viterbo le confraternite
gestiscono ospedali; a Lodi il quattrocentesco Ospedale Maggiore è amministrato
da una confraternita appositamente creata. Francesco Bianchi—L’economia delle
confraternite devozionali laiche: percorsi storiografici e questioni di metodo
(pp. 239–269)—evidenzia le confraternite come “aziende,” cioè soggetti economici
che producono e ridistribuiscono ricchezza attraverso un’organizzazione gestionale
non dissimile da quella di una società d’affari (p. 262), del resto sono presenti ed
attivi in esse uomini dell’universo mercantile-bancario-finanziario. L’A. suggerisce
di riconosce nelle confraternite “soggetti economici non profit.” In ambito caritativo-
assistenziale le confraternite sovente si occuparono della tutela di orfani e bambini
abbandonati; Nicholas Terpstra—Culture di carità e culture di governo cittadino a
Bologna e a Firenze nel Rinascimento (pp. 271–289)—pone a raffronto le strategie
in contesto fiorentino, volto verso l’ “assolutismo,” e in contesto bolognese, che si
mantenne su di una linea “repubblicana.”
4) Testimonianze teatrali, musicali, artistiche, documentarie—In questa
sezione sono raccolti tre contributi che pongono in relazione le confraternite con
il mondo delle espressioni “artistiche”: Paola Ventrone, I teatri delle confraternite
in Italia fra XIV e XVI secolo (pp. 293–316); Matteo Al Kalak, Parole e musica
nelle confraternite del Rinascimento (pp. 317–335); Ludovica Sebregondi,
Arte confraternale (pp. 337–367). L’ultimo saggio è quello della stessa Marina
Gazzini—Gli archivi delle confraternite. Documentazione, prassi conservative,
memoria comunitaria (pp. 369–389)—dove l’A. constata come la vasta e varia
documentazione confraternale sia andata dispersa nelle sedi più diverse. Le
confraternite, dal canto loro, nel corso del Duecento maturarono la volontà di creare
“archivi come depositi”; dal Cinquecento si avviò la formazione di archivi come
“memoria-fonte.”
Il volume è corredato dall’indice dei nomi di luogo e di persona; è disponibile
anche online nel sito di Reti Medievali come E-book.

Giovanna Casagrande, Università di Perugia

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Reviews 33

Publications Received

The following publications have been received by the SCS and have been deposited
into the Confraternities Collection at the Centre for Reformation and Renaissance
Studies (Toronto):
The Art of Executing Well. Rituals of Execution in Renaissance Italy, ed. Nicholas
Terpstra. Early Modern Studies 1. Kirksville, MO: Truman State University Press, 2008.
Pp. xiv, 354 + 20 figures, 1 graph, 5 tables. ISBN 978-1-931112-88-8. US.$24.95.
La confraternita e la chiesa dell’Annunziata di Pesaro. Il fenomeno confraternale in
Italia, ed. Antonio Brancati. Ancona: Fondazione Cassa di Risparmio, Peari / Il lavoro
editoriale, 2005. Pp. 286 + 123 b/w and colour illustrations. Pp. 286. ISBN 8-8766-
3382-0. n.p.
Levin, William R. “The Canopy of Holiness at the Misericordia in Florence and Its
Sources (Part Two).” Southeastern College Art Conference Review 15:4 (2009): 393–
407. [Part One was published previously and is listed in Confraternitas 20:1 (Spring
2009)].
Rollo-Koster, Joëlle. The People of Curial Avignon. A Critical Edition of the ‘Liber
Divisionis’ and the ‘Matriculae’ of Notre Dame la Majour. With a Foreword by Kathryn
L. Reyerson. Lewiston: The Edwin Mellen Press, 2009. Pp. viii, 445. ISBN 978-0-7734-
4680-9. n.p.
Studi confraternali: orientamenti, problemi, testimonianze, ed. Marina Gazzini. Reti
Medievali E-Book, 12. Florence: Firenze University Press, 2009. Pp. xi, 407. ISBN
978-88-88453-937-3 (print), 978-88-8452-938-0 (on line). http://digital.casalini.
it/9788884539380.
[Contains: Otto Gerhard Oexle, “I gruppi sociali del medioevo e le origini
della sociologia contemporanea” pp. 3–17; Giuseppina De Sandre Gasparini,
“Confraternite e campagna nell’Italia settentrionale del basso medioevo. Ricerche
sul territorio veneto” pp. 19–51; Anna Esposito, “Donne e confraternite” pp. 53–
78; Ilaria Taddei, “Confraternite e giovani” pp. 78–93; Cecilia Natalini, “Appunti
sui collegia religioni causa nella dottrina civilistica tra Glossa e Commento” pp.
97–124; Maria Clara Rossi, “Vescovi e confraternite (secoli XIII–XVI)” pp. 125–
165; Danilo Zardin, “Riscrivere la tradizione. Il mondo delle confraternite nella
cornice del rinnovamento cattolico cinque-seicentesco” pp. 167–213; Thomas
Frank, “Confraternite e assistenza” pp. 217–238; Francesco Bianchi, “L’economia
delle confraternite devozionali laiche: percorsi storiografici e questioni di metodo”
pp. 239–269; Nicholas Terpstra, “Culture di carità e culture di governo cittadino a
Bologna e a Firenze nel Rinascimento” pp. 271–289; Paola Ventrone, “I teatri delle
confraternite in Italia fra XIV e XVI secolo” pp. 293–316; Matteo Al Kalak, “Parole
e musica nelle confraternite del Rinascimento” pp. 317–335; Ludovica Sebregondi,
“Arte confraternale” pp. 337–389; Marina Gazzini, “Gli archivi delle confraternite.
Documentazione, prassi conservative, memoria comunitaria” pp. 369–390.]

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