Download as pdf
Download as pdf
You are on page 1of 144
Una auto! grafia sumamente personal y sincera acerca de la conversion CC. S. Loni, un observacor del yo infaiblemente honesto y sumament ‘perspioaz, cuenta vividament la trayectoria espirtual que lo ewe desde na nitez cistana en Belfast a una adolescenclaatoa y de wus final mente al cristiarismo. Lewis describe sus cas on la escuela a una eded temprana, sus experencias en las trinches durante la Primera Guerra Mundial y os aos como estudiante universtao en Oxford, donde se fenconté otra vez atraido a Dios. 6 aspecto racional de su conversion hace que el elato de Lens sea muy conmovedor, especialmente para lectores contempoxéneos. Publcada por pimera vez en 1955, esta historia sigue siendo de: ‘extrema importancia para los admiradores da sus obras y, ahora mas que nunca, para todos fos que tienen interés en la compattlldad de lo racional yl espa ‘Tormacin sre de mi sr wen Clb RayoBaokscom Pe oe || Historia de Mi leSiola) ne CLIVE STAPLES LEWIS (1898-1963) fue uno de Tos inte- lectuales mis importantes del siglo veinte y podria decirse aque fue el esrtor cristiano mis influyente de su tiempo. Fue profesor panicular de literatura ingless y miembro de ta junta de gobierno en Is Universidad Oxford hasta 1954, cuando fue nombrado profesor de literatura medieval y renacentista en la. Universidad Cambridge, cargo que desempené hasta que se jubilé. Sus contribuciones a la critica iteraria, literatura infantil literatura fantstica y teo- logis popular le trajeron fama y alamacin a nivel interna- sional. C.S. Lewis eseribié mas de teint libros lo cual le 2ermitiéaleanzar una enorme audiencia, y sus obras atin straen a miles de nuevos letores cada afo, Sus mis dstin- suidas y populares obras incluyen Las Crdnicas de Narnia “os Cuatro Amores, Carta del Diablo a Su Sobrino y Mero CAUTIVADO POR LA ALEGRIA (Ornos Limos pox C.S. Lavis, Dison. rom Ravo, ana rame de HaspesCollnsPublihers Una Pena en Observes Los Cuatro Amores ‘Mero Cristiano Lor Milagros El Gra Dvorcio (Caras del Dishlo «Su Sobrino Er Problema del Dolor Las Cras de Narnia: El Sobrio del Mago El Lei e Bra yl Ropero Caballo yel Muchacho ELPringipe Capit ‘La Travesia del Vajro de Alba ‘La Sila de Plate La Wha Batlle C. S. Lewis CAUTIVADO POR LA ALEGRIA HISTORIA DE MI CONVERSION ‘Traducido del inglés por Maria Mercedes Lucini es ‘Una rama de HarpeColinPublbers cxvrivapo rox 1a autonts. Copsgh © 1985 por CS. ows Pe, Lad. alain © 1909 por Mata Mace Lai “Flo deci ved Ito er or Estados Usios de [Ameen Se poibe dace 0 wane elie pene i nn lie png no v0 rr nit carl end cas cor pancreas Pan Spr ifomecion dex HcperColisPabser 10 Ease Sort Sen, New York NY 10022 Los ibos de HarperCollins pueden ser aquiids para oad ‘ond, come promosonal. Pat recibir ms informacn, ‘Gus Speci Markets Departmen, HarpeColins Polishers, 40 Fan Si Suet, New York, NY 10022. ‘ste bio fue publcdo oiginalent en inglés en lao 1955 en {Gran Bret por Geof Bes. La primer dicin en expat fe publ en ato 1989 en Espa por Eines Encuentro. PRIMERA aDGCHON A¥O, 2006 Library of Congret ha xalogade a edi eninge ISBN-10.0.06-114006-6 ISBN 13 9780-06-1140068, 06 07 06 o7 10 omx/nay 10.987 654321 a mM. wv. vil vit. x XIL XIL XIV. xv. Q INDICE. Prefacio Los primeros afios El campo de concentracién Mountbracken y Campbell Ensancho mi mente Renacimiento Los patricios Luces y sombras Liberacién El Gran Knock La sonrisa de la Fortuna Obstéculos ‘Armas y buena compafifa La Nueva Imagen Jaque Mate El principio 13 15 37 61 7 94 108 129 148 164 183 201 220 237 254 274 CAUTIVADO POR LA ALEGRIA Q PREFACIO Si escribt este libro fue, por un lado, para responder a las peticiones de que relatase cémo pasé del Atcismo al Cristianismo ys por otro, para corregir algunas ideas erténeas que parecen haberse difundido. Hasta ‘qué punto mi historia concierne a otros 0 a mi sélo depende del grado en que otros hayan experimen- tado lo que yo llamo «Alegria». Si este sentimiento es algo comin, seria util estudiarlo més profundamente de lo que (a mi parecer) se ha hecho hasta ahora. Me » Hemos eid a pale «Alegtcomoeadsn de ings leye pore inpetance que exe concept ne en odo el pene lato ES goes de ls que vs a nar cl bu cs anterior al chboracin dec pensimiento qe afl aparece consesementecaborade chs os de Inada, Noe waducdo singin nome de peor od aan, aunque ‘major pare de lls so Rio y semen un gia nin, pou e ‘to os sue tine pra acer jeg de pleco eu wad, elspa (nd) 13 animé a escribir sobre ello porque he observado que 4 veces uno menciona lo que suponfa que eran sus sen~ timientos mds idiosinerisicos sin admitir que al menos ‘uno de los presentes, cuando no més, pueda responder: Qué dices! ;Ti también? Siempre cref que s6lo me ba a mi. El libro pretende contar a historia de mi conversién, por lo que no es una autobiografia completa, ni mucho menos unas «Confesiones» al estilo delas de san Agustin ‘ols de Rousseau. Esto supone en la prictica que, a me- dida que va avanzando el relato, se parece menos a una autobiografla. En los primeros capitulos hay que poner ‘unos cimientos firmes para que, cuando llegue explicica- mente la crisis espiritual, el lector pueda comprender {qué clase de persona me habfan hecho mi infanciayado- lescencia. Cuando el emecano» esté completo, me cefiré cstrictamente al asunto, omitiendo cualquier cosa que parezca, legados a este punto, irrelevante (por muy im- portante que sea segin los pardmetros biogrificos ordi- natios). No creo que asf se pierda demasiado; nunca he leido una autobiografia en la que las partes dedicadas a Jos primeros af no fueran, con mucho, las ms intere- santes. ‘Me temo que la historia sea excesivamente subje- tiva; esl tipo de obra que jamés he redactado y que pro- bablemente jamés repetiré. Por tanto, he intentado es- cribir el primer captculo de tal forma que aquellos que no puedan soportar una historia como ésta vean en se- guida por dénde se andan y puedan cerrar el libro ha- biendo perdido el menor tiempo posible. 4 Q L LOS PRIMEROS ANOS lic po fir de fli ier Mion Nact en Belfase durante el invierno de 1898; hijo de tun notario y de la hija de un pastor protestante. Mis padres s6lo tuvieron dos hijos, ambos varones, de los ‘cuales yo era el més pequefio, con unos tres afos de diferencia. En nuestra formacién se unieron dos ten- dencias muy distineas. Mi padre pertenecia a la pri- ‘mera generacién de su familia que ejercfa una carrera, Su abuelo habia sido agricultor en Gales; su padre, hombre autodidacta, habia empezado su vida como obrero, emigrando a Irlanda, y habia terminado como socio de la firma Macilwaine and Lewis, «caldereros, ingenicros y armadores de buques». Mi madre era ‘una Hamilton con muchas generaciones de clétigos, abogados, marinos y otros profesionales a sus espaldas, por parte de su madre, a través de los Warrens, la inastfallegaba hasta un caballero normando cuyos restos descansan en la abadia de Battle. Las dos fumi- 15 lias de las que desciendo eran tan diferentes en su tem- peramento como en su origen. La familia de mi padre era verdaderamente galesa, sentimental, apasionada y melodramdtica, fécilmente dada tanto a la ira como a la ternura; hombres que reian y lloraban con facilidad yy que no tenfan demasiada capacidad para ser felices. Los Hamilgon eran una raza mds fia, Tenfan una mente critica € irdnica y la capacidad de ser felices desarrolladisima; iban derechos a la felicidad, como el viejo avezado va hacia el mejor asiento en un tren. Desde mi més tiemna infancia ya era consciente del gran contraste que habia entre el carfio alegre y pact- fico de mi madre y los altibajos de la vida emoctonal de mi padre, y esio alimenté en mf, mucho antes de ‘que fuera lo suficientemente mayor como para darle tun nombre, una cierta desconfianza 0 aversién a las cemociones como algo desapacible, violento ¢, incluso, peligroso. Mis padres, segiin los cénones de aquel lugar y sicmpo, eran gente «culta o wilustradas. Mi madre, que habia sido una matemética prometedora en su juventud, ‘curs6 el Bachillerato en Artes en el Queen's College de Belfast. Antes de morir me inicié tanto en francés como en latin, Era una lectora voraz de buenas novelas y cteo ue las obras de Meredith y Tolstoi que he heredado las compraron para ella. Los gustos de mi padre eran totalmente distintos. Aficionado a la oratoria, habla hhablado en tribunas politicas en Inglaterra cuando era joven; si hubiera tenido medios propios seguramente hhubicra aspirado a la carrera politica. Sisu sentido del honor, tan profundo que le hacia ser un Quijote, no le 16 hhubiera hecho tan poco décil, hubiera tenido éxito en este campo, pues tenia muchas de las virtudes necesarias para ser parlamentatio: buena presencia, vou potente, una mente rapidisima, elocuencia y memoria. Le entusiasmaban las novelas politicas de Trollope; supongo que al seguir la carrera de Phineas Finn lo que hhacfa era satisfacer indirectamente sus propios de- sc0s. Le gustaba la poesia siempre que tuviera elemen- 10s ret6ricos 0 patéticos, o ambos; creo que entre las obras de Shakespeare, Otelo era su favorita. Disfrutaba ‘enormemente con casi todos los autores humoristicos, desde Dickens a W. W. Jacobs, y él mismo era el mejor raconteur que yo haya ofdo, apenas ten‘a rival; era el mejor en esta faceta, haciendo todos los personajes por turno con total libertad en el uso de muecas, gestos y pantomimas. Nunca era tan feliz. como cuando se en- cerraba durante una hora, més 0 menos, con uno o dos de mis tios para contarse «gracias» (como llamabamos en nuestra familia a las anéedotas). Ni él ni mi madre sintieron la menor atraccién por el tipo de literatura a la que me entregué con verdadera devocién en cl thomento en que pude elegit los libros por mf mismo. Ninguno habia prestado atencién a las «muelas de los elfos»?, En casa no habia ningiin volumen de Keats 0 Shelley, y el de Coleridge nunca lo habfan abierto, que yo sepa. Mis padres no tienen ninguna culpa de que yo sea un romédntico, De hecho, a mi padre le gustaba ‘Tennyson, pero era el Tennyson de In Memoriam y Locksley Hall, Nunca of hablar de su Lotus Eaters o de la ® Alas milo nia (a) 7 ‘Morte d’Arthur. Segiin me dicen, el interés de mi madre por la poesia era nulo, ‘Ademds de unos buenos padres, buena comida y un jardin (que entonces me parecta grande) en el que jugas, mi vida empez6 con otras dos bendiciones. Una ra nuestra nifiera, Lizzie Endicott, en la que ni siquiera el preciso recuerdo de la infancia puede descubrir un solo defecto, s6lo amabilidad, alegria y sensatez. En aquellos dias no se decfan tonterias sobre las «nifieras». A través de Lizzie nos sumergimos en el ambiente campesino de County Down. Asf, nos desenvolviamos con soltura en dos mundos sociales totalmente distintos. A esto debo el haberme inmu- nizado para siempre contra la falsa identificacién entre tefinamiento y virtud que algunos hacen. Desde antes de lo que puedo recordar, ya habja comprendido que ciertos chistes se podian compartir con Lizzie, pero no se podian contar en el saldns y también que Lizzie era simplemente buena, todo lo buena que puede ser una persona, La otra bendicién era mi hermano. Aunque era tres afios mayor que yo, nunca me parecié un hermano ‘mayor; fuimos aliados, por no decir confederados, desde el principio. Sin embargo, éramos muy distintos. Nuestros primeros dibujos (y no puedo recordar nin- guna época en que no estuviéramos dibujando cons- tantemente) Jo revelan. Los suyos eran de barcos, ‘trenes y batallas; los mfos, cuando no eran copia de los suyos, eran de los que llamébamos «animales vestidos» (los animales antropomorfizados de la literatura infan- til). Su primer cuento (ya que mi hermano me prece- 18 did en el paso del dibujo a Ia escritura) se llamé El Joven Rajé. El ya habla tomado Ia India como «su ‘pais; el mio era «Animalandiav, No ereo que ninguno de los dibujos que conservo pertenezcan a los seis pri- ‘eros afios de mi vida que ahora estoy describiendo, pero tengo muchos que no pueden ser muy posterio- res, Mirindolos, me parece que yo tenia més talento. Desde muy pequefio dibujaba figuras en movimiento que dan la impresién de correr realmente, y la perspec- tiva es buena. Pero en ninguna parte, ni en el trabajo de mi hermano ni‘ en el mio, hay una sola linea dibu- jada en obediencia a una idea de belleza, por primitiva que fuese. Hay accién, comedia, invencién; pero no hay ni siquiera el germen de un gusto por el disefio, y hay una chocante ignorancia de la forma natural. Los Arboles parecen bolas de algodén pinchadas en postes y nada demuestra que ninguno de los dos conociera la forma de las hojas que habia en el jardin donde jugs- amos casi a diario. Esta ausencia de belleza, ahora que pienso en ello, es una caracterstica de nuestra infancia, Ninguno de los cuadros que colgaban en las paredes de la casa de mi padre atrafa nuestra arencién ys de hecho, ninguno la merecia. Nunca vimos un ‘edificio bonito, ni podtamos imaginar que un edificio pudiera serlo, Mis primeras experiencias estéticas, si fs que lo eran, no fueron de ese tipo; ya eran incu- rablemente roménticas, no formales. Una vez, por aquellos dias, mi hermano trajo al cuarto de jugar la tapa de una lata de galletas que habla cubierto con musgo y adornado con ramitas y flores para conver- tirla en un jardin, o en un bosque, de juguete. Esa fue 19 la primera cosa bella que vi. Lo que no haba conse- guido el jardin de verdad lo consiguié f de juguete. Mec hizo darme cuenta de la naturaleza, no como alma- cén de formas y colores, sino como algo fresco, himedo, tierno, exuberante. No creo que me impre- sionara mucho en aquel momento, pero pronto se convertiria en un recuerdo importante. Mientras viva, mi imagen del Paraiso siempre cendré algo del jardin de juguete de mi hermano. Y all estaban a dia- rio lo que llamébamos elas Verdes Colinas, esto es, las faldas de los montes de Castereagh, que velamos desde las ventanas del cuarto de jugat. No estaban demasiado lejos, pero para unos nifios como nosotros eran inaccesibles. Me enseftaron a aforar —Sehn- sucht; me convirtieron, para bien o para mal, en adorador de la Flor Azul, ya antes de cumplir los Si las experiencias estétcas fueron escasas, las reli- {giosas no se produjeron jamds. Algunas personas sacan de mis libros la impresién de que fui criado en un puritanismo estricto ¢ intenso, pero es absolutamente falso. Me ensefiaban las cosas normales, me hacfan rezar mis oraciones y a su debido tiempo me llevaron a Ia iglesia. Naturalmente, yo acepté lo que se me decta, pero no recuerdo haber puesto mucho interés en ello. Mi padre, lejos de ser especialmente puritano, era muy eclevado» para los cénones de la Iglesia irlandesa del siglo XIX, y su acercamiento a la religién, como a la literatura, éra el polo opuesto de lo que mds tarde serfa cl mio. El encanto de la tradicién y la bellezaliteraria de la Biblia y del Libro de Oraciones (a los que yo 20 tomé gusto mucho més tarde) eran su placer natural, y habria sido dificil encontrar un hombre tan inteligente que se ocupara tan poco de merafisicas. De la religién de mi madre apenas puedo decir nada por mi propio recuerdo, Mi infancia no tuvo ningsin enfoque hacia el otro mundo, Exceptuando el jardin de juguete y «las Verdes Colinas», ni siquiera fue imaginativa; perma- rece en mi memoria fundamentalmente como un petiodo de felicidad rutinaria y prosaica y no despierta la nostalgia conmovedora con que coniemplo retros- pectivamente mi nifiez, mucho menos feliz. No es la felicidad habitual, sino la alegria de un momento dado, la que glorifica el pasado. Hay una tinica excepcién a esta alegria general, Mi primer recuerdo es el terror que me producfan ciertos suefios. Es un problema muy comin a esa edad; sin embargo, todavia me parece extrafio que una infancia mimada y protegida pueda tener tan a menudo una ventana abiertaa lo que es poco menos que e! Inferno. Mis pesadillas eran de dos clases, unas sobre espectros y ottas sobre insectos. Las segundas eran, sin punto de comparacién, las peores; todavia hoy preferirfa encontrarme con un fantasma antes que con. una tarintula, Y todavia hoy casi podria razonarlo y justificar mi fobia, Como me dijo una ver Owen Barfield: «El problema con los insectos es que son como locomotoras francesas, tienen todas las piezas en el exteriors. Las piezas, ese es el problema. Sus ‘miembros angulares, sus movimientos espasmédicos, sus ruidos secos, metilicos, todo ello hace pensar en ‘méquinas que han cobrado vida o en vida que ha 21 degenerado a un puro mecanismo. Puedes aftadir a esto que en la colmena y en el hormiguero vemos totalmente realizadas las dos cosas que algunos de nosotros tememos para nuestra propia especie, el dominio de la hembra y el dominio de la masa, Quiz la pena mencionar un hecho sobre la historia de esta fobia. Mucho més tarde, en mi adolescencia, después de leer Ants, Bees and Wasps de Lubbock, senti durante algin tiempo un interés por los insectos genuinamente cientifico. Pronto le vencieron otros studios; pero mientras dusé mi perfodo entomo- légico, casi desaparecié mi miedo, y me inclino a pensar que una curiosidad real y objetiva tendré generalmente este efecto purificador. ‘Me temo que los psicélogos no se contentarin con explicar mi miedo a los insectos atendiendo a lo que tuna generacién mis simple diagnosticaria como su causa, cierto dibujo horrible en uno de los libros del cuarto de jugar. En él, un nifio enanito, una especie de Pulgarcito, estaba sobre una seta y un ciervo volador, mucho més grande que él, lo aterrorizaba desde abajo. Esto ya es bastante malo, pero ahora viene lo peor. Las extremidades delanteras del in- secto eran tiras de cartén separadas de la pagina y se movian sobre un eje. Al manipular un artilugio diabélico en la parte de atris hacias que se abrieran y cerraran como pinzas: lic-clac, clic-clac; lo veo ‘mientras escribo. Es dificil entender obmo una mujer generalmente tan sensata como era mi madre pudo haber permitido que este horror entrara en el cuarto de jugar. A menos (ahora me asalta la duda), a menos 22 auc xe dibujo fer product de mi imaginacn. Pero En 1905, cuando tenfa siete afios, tuvo lugar el primer gran cambio en mi vida. Nos mudamos de casa. Mi padre, supongo que debido a que su situacién econémica habfa mejorado, decidié abandonar la casa de campo, casi aislada, en la que yo habia nacido, y se construyé otra mucho més grande, més lejos, en lo que entonces era el campo, La «Casa Nuevas, como seguimos llamdndola durante afios, era grande incluso para mi forma actual de ver las cosas; para un nifio era mucho mds parecida a una ciudad que a una casa. Mi padre, que tenfa més capacidad para que le estafaran que ninguna otra persona que yo haya conocido, fue lamentablemente estafado por sus constructores: los desagites estaban mal hechos, las chimeneas estaban mal hechas, se producfan corrientes de aire en todas las habitaciones, etc. Pero un nifio no se preocupa por nada de esto. Para mi, lo mds importante de la mudanza era que se ampliaba el ambiente en el que discurrfa mi vida. La Casa Nueva es casi el personaje mds importante de mi historia. Soy producto de pasillos largos, habitaciones vacias y soleadas,silencios cn las habitaciones interiores del piso de arriba, dticos explorados en solitario, ruidos distantes del goreo de las cisternas y caferias y el sonido del viento bajo los tilos. También de libros sin fin. Mi padre compraba todos los libros que lefa y nunca se desprendia de ellos. Habfa libros en el despacho, libros en el comedos, libros en el cuarto de bafio, libros (en dos filas) en la gran estateria del rellano, libros en un dormitorio, 23 libros apilados en columnas que llegaban a la altura de mi hombro en el recinto del depésito de agua del ético, libros de todo tipo que reflejaban cada etapa pasajera de los intereses de mis padres, libros legibleseilegibles, libros apropiados para un nifo y libros en absoluto aconsejables. Yo no tenfa nada prohibido. En las interminables tardes de lluvia cogia de los estantes vyolumen tras volumen. Siempre tuve la certeza de encontrar un libro que fuera nuevo para mi, al igual {que un hombre que camina por el campo sabe que vaa encontrar una nueva brizna de hierba. ;Dénde habfan estado todos estos libros antes de que viniésemos a la Casa Nueva?; es un problema en el que nunca habia pensado antes de ponerme a escribir este pérrafo. No tengo ni idea de cual puede ser la respuesta Pucrtas afuera estaba eel paisajer por el que, sin duda, se habia elegido aquel lugar. Desde la puerta principal se veia, hacia abajo, un vasto campo que Hle- gaba a Belfast Lough y més alld los grandes acantilados de Antrim (Divis, Colin, Cave Hill). Esto era en los dias ya lejanos en que Inglaterra dominaba el trans- porte mundial y Lough estaba lleno de barcoss una delicia para dos nifios como nosotros, pero més para ‘mi hermano. El ruido de las sirenas dé los vapores por la noche todavia me trac a la mente toda mi niftez. Derrés de la casa, mas verdes, bajas y cercanas que los acantilados de Antrim, estaban las colinas de Holy- ‘wood, pero no fue hasta mucho mas tarde cuando les presté atencién, Al principio lo que me importaba era el panorama del noroeste; las interminables pues- tas de sol del verano por detrés'de los escollos azules 24 y las rocas alzindose por encima de mi casa. En este ambiente empezaron a producitse una serie de cam- bios dolorosos. El primero fue que despacharon a mi hermano envidndolo a un internado, separindolo as{ de mi lado durante la mayor parte del aio. Recuerdo muy bien la jinmensa alegria cuando volvia a casa de vacaciones, pero no me acuerdo de que hubiera la correspondiente a cuando se marchaba. Su nueva vida no hizo cambiar nuestras relaciones. Mientras tanto yo conti- nnuaba con mi educacién en casa; mi madre me ense- fiaba francés y latin y una insttutriz excelente, Annie Harper, todo lo demas. Para mi esta mujer bondadosa y discteta eta entonces una pesadilla, pero todo lo que recuerdo me hace ver que era injusto, Era presbieeriana y la primera cosa que puedo recordar que trajese a mi ‘mente el otto mundo con algiin realismo fue una lec- tura bastante larga que intercalé en una ocasién entre sumas y copias. Pero habfa muchas cosas en las que pensaba mis. Mi vida real, lo que el recuerdo me trae como mi vida real, era cada vex mis solitaria. En realidad habla mucha gente con la que podia hablar: mis padres; mi abuelo Lewis, prematuramente vicjo y sordo, que vivia con nosotros; las doncellas, yun jardi- nero viejo bastante «borrachin», Creo que yo era un charlatén insoportable. Pero la soledad siempre estaba alaleance de mi mano en algiin lugar del jardin o de la casa. Ya habia aprendido a leery escribir: tenia monto- nes de cosas que hacer Lo que me llevé a escribir fue la extrema torpeza ‘manual que siempre he suftido. Loatribuyoaun defecto 25 fisico que tanto mi hermano como yo heredamos de rnucstro padre: sélo tenemos una articulacién en el dedo pulgar, Laarticulacién dearriba (1a mds cercana lla ufia) estd ahf, pero es una mera ficciSn; no lx podemos do- blar, Pero sea cual sea la causa, la naturaleza me dots desde mi nacimiento de una incapacidad interior para hacer cualquier cosa. Con un lépiz. y una pluma era suficientemente mafioso, y todavia sé hacer un lazo tan perfecto como el de una corbata de pajarta, pero siem- pe he sido incapaz de aprender a manejar una herra- mienta, una raqueta, un arma de fuego, unos gemelos o tun sacacorchos. Esto fue lo que me obligé a escribir. Tenia muchas ganas de hacer cosas: barcos, casas, moto- rea ¥ estropeé muchas cartulinas y tjeras slo para salir de mig fracasos Hlorando y sin esperanza. Como Ailtimo recurso, como pis aller’, acabé escribiendo cuen- tos; no podia imaginar a qué mundo de felicidad estaba siendo admitido. Puedes hacer mas cosas con un castillo ‘en un cuento que con el mejor castillo de cartulina ja- _més visto en fa mesa de un cuarto de jugar. Pronto exigt una habitacién en el dtico y la convertt ‘en «mi despacho». Colgué en las paredes dibujos hechos por mi mismo 0 recortados de revistas navide- fias de billantes colores. Alf guardé mi pluma, el tin- ‘ero, cuadernos y una caja de pinturas; y alli {Cabe a una eriatura mayor felicidad ‘que disfrutar la vida en libertad? > Mal menor en fact en cl orga (nd) 26 Aqui escribi e ilustré, con gran satisfaccién, mis pimeros cuentos. Intentaban combinar mis dos placeresliteratios principales, los «animales vestidos» y los «caballeros armados». El resultado fie que escrib{ sobre ratones y concjos caballerescos quc, con sus cotas de malla, cabalgaban para matar gatos en vez de gigantes, Pero ya habfa calado en mi el humor del hombre sistemético, el mismo humor inagotable que llev a Trollope a producir sus Barsetshire, La Animalandia que iniciamos durante las vacaciones, cuando mi hermano estaba en casa, fue una Animalandia moderna. Tenia que tener trenes y barcos de vapor para que la pudiéramos compartir. De ello se derivé que la Animalandia medieval sobre la que yo escribfa debia ser el mismo pais que en el perfodo anterior; y, por supuesto, ambos perfodos tenian que ser perfectamente consecutivos, Esto me llevé del romance a la historiografia; me puse a escribir una historia completa de Animalandia. Aunque todavia existe alguna versién de este instructivo trabajo, no tuve éxito al traetlo a los tiempos modernos; los siglos ‘uentan con gran cantidad de acontecimientos y todos cllos tienen que salir de la mente del historiadot. Peto hay una pincelada en la Historia que todavia recuerdo con orgullo, Las aventuras que llenaban mis cuentos estaban sélo insinuadas y se advertia al lector que podian ser «s6lo leyendas». De algin modo, Dios sabe ‘edmo, me daba cuenta, incluso entonees, de que un historiador podria adoptar una actitud ctftica hacia cl material pico. Desde la historia sélo habia un paso hacia la geografia. Pronto hubo un mapa de ce ‘Animalandia, varios mapas, todos ellos con bastante coherencia. Después tuve que relacionar geogré- ficamente Animalandia con la India de mi hermano y, fen consecuencia, Ia India abandond su lugar del ‘mundo real. La convertimos en una isla cuya costa norte corria por detrés del Himalaya; répidamente mi hermano invent6 las principales rutas de navegacién entre ella y Animalandia. Pronto hubo todo un mundo y un mapa de ese mundo en el que aparecian todos los colores de mi caja de pinturas. Y las zonas de ese mundo que considerdbamos nuestras, Animalandia y la India, se fueron habitando ‘con personajes verosimiles. Muy pocos de los libros que lef en aquel momento se han desvanecido de mi memoria, pero no conservo el mismo carifio hacia todos ellos. Nunca me he sen- tido inclinado a leer de nuevo el Sir Nigel de Conan Doyle, el primero que trajo a mi mente los «caballeros armados», Todavia menos leerfa ahora Un Yanki en la Corte del Rey Arturo de Mark Fwain, que entonces fue mi tinica fuente sobre la historia de Arturo, évida- ‘mente lefdo por los elementos roménticos que inclufa yy con toral despreocupacién por la ridiculizacién vul- gar que se hacia de ellos. Mejor que étos era la trilogta de E. Nesbit Five Children and It, The Phoenix: and the Wishing Carpet y The Amulet, El timo fue el que més hizo por mf. Primero, me abrié los ojos a la antigtic- dad, val pasado oscuro y al abismo del tiempo». Toda- ‘via puedo volver a leerlo con verdadero placer. Uno de ris favoritos fue Gulliver, que lef en wna edicidn inte- gra y profusamente ilustradas y estudié detenidamente 28 tuna coleccién casi completa de viejos Punch que habia en el despacho de mi padre. Tenniel satistizo mi pasién por los «animales vestidos» con su Oso Ruso, sti Leén Inglés, su Cocodrilo Fgipcio y todos los demés, a la vvez que su tratamiento descuidado y superficial de la vegetacién confirmaba mis propias deficiencias. Luego Iegaron los libros de Beatrix Potter y con ellos, por fin, la belleza Ya estaré claro que en esta época (a la edad de seis, siete y ocho afios) mi vida transcurrfa totalmente en ‘mi imaginacién 0, al menos, que las experiencias imaginatias de aquellos aos ahora me parceen mds importantes que cualquier otra cosa. Asi, he pasado por alto unas vacaciones en Normandfa (de las que, sin embargo, conservo recuerdos muy claros) como algo sin importancia; si se pudieran extraer de mi pasado, yo podria ser casi exactamente el hombre que soy. Pero la imaginacién es un mundo ambiguo y tengo que hacer algunas aclaraciones. Puede significar el mundo del ensuefio, del sofiar despierto, de la fantasia lena de ilusiones. De eso yo sabfa més que suficiente. A ‘menudo me imaginaba a mf mismo causando buena impresién. Pero debo insistir en que esta actividad era totalmente distinta de la invencién de Animalandia. Animalandia no era en absoluto una fantasia en este sentido, Yo no era uno de los personajes que contenia Era su creador, no un candidato a ser admitido en ella, La invencidn es distinta del ensuefio en su misma ‘sencia; si alguno es ineapaz de reconocer la diferencia se debe a que no ha experimentado ambas. Cualquiera que lo haya hecho me entenderé. Cuando sofiaba 29. despierto me preparaba para set un loco, cuando dibujaba los mapas y redacaba la cxénica de Anima- landia me preparaba para ser un novelista. Date cuenta, un novelista, no un poeta. Mi mundo invent estaba leno de inter, animacin, humor y cardeter (para mi}; pero en él no habla poesia, ni siquiera eee eee ombrosamente posit A, si utilizamos la palabra imaginacién en un tercer sentido, el mis alto de todos, este mundo inventado no era imaginario, Pero algunas otras experiencias s{ lo eran y ahora wataré de aera Esto lo han hecho mucho mejor Trahemne y Wordsworth, pero cada hombre debe contar su propia historia. [La primera ¢s ella misma el recuerdo de un recuerdo. Un dia de verano, junto a un grosellero florecido, de repente me asalté sin avisar, como si surgiera de una dis- tancia no de afis sino de siglo, el recuerdo de aquella ‘mafiana en la Casa Vieja cuando mi hermano trajo al cuarto de jugar el jardin de juguete. Es dificil encontrar palabras suficiencemente expresivas para la sensacién ‘que me invadié; la weremenda dicha» del Edén de Mil- ton (dando a «tremenda» el sentido completo que le daban antiguamente) se acerca un poco a ella. Por ‘upuesto, fue una sensacién de deseo; pero deseo zde qua; evidentemente no era de una caja de galletas lena cde musgo, ni siquiera de mi propio pasado (aunque “Bra os lecores de mis bos nfs, mejor manera de exponee css del gue Annan no eis dae comin con Nai, EPO {ffi antopomoriedoe Animalnds, por propia eed eal Ind ove tm de es. 30 aquello entrara en él Tovey modo: y antes de que supiera qué deseaba, el desco se habia ido, toda la visién se habla retrado, el mundo volvié a see vulgar, agitado solamente por una nostalgia de la nostalgia que acababa de cesar. Habia durado un instante y en cierto sentido todo lo demas que me habfa ocurrido era insignificante comparado con aquello EL segundo deseo llegé gracias a Spuirel Nuakins sélo por él, aunque me encantaban todos los libros de Beatrix Potter. Pero el resto eran meramente de entrete- nimicntos éste te sacudia, era un problema, Me trastorné con lo que slo puedo describir como la Idea del Otofo. Suena increfble decir que uno puede estar enamorado de una estacién, pero es algo parecido a lo que me ocu- sig; y, como antes, la experiencia fue de un deseo intenio, Y volvia al libro, no para saciar el deseo (era imposible, zo6mo se puede poser el Orofio’) sino para reavivarlo, ¥ en esta experiencia también hubo la misma sorpresa y la misma sensacién de importancia incalcula- ble. Era algo totalmente distineo de la vida ordinaria, incluso del placer ordinario; algo, como se dirfa ahora, en otra dimensié cele desc vino através del oes, Me habia aficionado a la Saga of King Olaf de Longfellow: me aficioné a él de una ira Spec y eal por su historia y sus ritmos vigorosos. Pero entonces, y total- mente distinto de aquellos placeres, como una vox de las regiones més lejanas, llegé el momento en que, [Oh deo demaid, 31 pasando distraidamente las paginas del libro, encontré la traduccién en prosa del Tegner’ Drapa y let Of una vos que grtaba. Balderel hermoso cestd muert, estd muerto. Yo no sabfa nada de Balder; pero instanténcamente fui elevado a amplias regiones de cielo nérdico y deseé ‘con una intensidad enfermiza algo indescriptble (s6lo puedo decir que es frio, amplio, violento, pélido y Tejano), y luego, como en los otros ejemplos, me encontré en el mismo instante fuera de aquel deseo y deseando volver a él El lector que no encuentre interés en estos tres epi- sodios no es necesario que siga leyendo este libro, pues, ce cierto sentido, la historia de mi vida no se centra en nada més, Para aquellos que todavia estan dispucstos a continua, slo subrayaré la caracterfstica comin a las ‘es experiencias: es la del desco insatisfecho, que es en si mismo mds deseable que cualquier otra sutisfaccién. Lo llamo Alegrfa, que aqui es un término técnico y se debe distinguir tanto de Felicidad como de Placet. La ‘Alegria (en mi sentido) tiene una caracteristica, y sélo ‘una, en comin con ellas; el hecho de que quien la haya cexperimentado, desearé que vuelva. Aparte de eso, y considerada s6lo en su esencia, podeia casi igualmente considerarse un tipo especial de infelicidad o aflccién. Y, sin embargo, la deseamos. Dudo de que cualquiera {que la haya probado la cambiase, si ambas cosas estu- vietan en su poder, por todos los placeres del mundo. 32 Pero la Alegria nunca esta en nuestras manos y el pla- cera menudo si. ‘ No puedo estar seguro de cudndo ocurtieron las cosas de las que acabo de hablar, si antes o después de Ja gran pérdida que suftié nuestra familia y en la que ahora me voy a centrar, Fue una noche en que estaba ‘enfermo, llorando por el dolor de cabeza y de muelas y angustiado porque mi madre no venfa, ‘También estaba enferma, y lo mds extrafio era que en su habi- tacién habia varios médicos, y habia voces, e idas y venidas por toda la casa, y puertas que se abrian y cerraban, Parecié durar horas. Y luego mi padre, des- hecho en ligrimas, entré en mi habitacién y empezé a intentar que mi aterrada mente entendiera cosas que no habia concebido antes. Era cdncer y siguid su ccurso habitual: una operacién (en aquel tiempo se ‘operaba en la casa del paciente), una aparente conva- lecencia, una recafda, un dolor cada ver mayor y la muerte, Mi padre jamds se recobré completamente de aquella pérdida. Los nifios (creo yo) no suften menos que sus mayo- res, sino de una forma distinta. Para nosotros, como nifios, la verdadera pérdida se habia producido antes de que nuests madre murie. La fuimos perdiendo poco a poco, mientras se iba apartando gradualmente de nesta vida para quedar en manes de las enferme: 125, del delirio y de la morfina, mientras toda nuestra cxistencia cumbiaba convirtiéndose en algo extrafio amenazador, mientras la casa se llenaba de olores ros, de ruidos a media noche y de siniestras conversaciones «en vor baja, Esto tuvo a la larga dos resultados, uno 33 muy malo y otro muy bueno. Nos separd de nuestro padre a la vez que de nuestra madre. Se dice que una desgracia compartida une a las personas; dificilmente puedo creer que tenga a menudo este efecto cuando aquellos que la comparten tienen edades muy distin- tas. Si puedo confiar en mi propia experiencia, la visién de emo reacciona el adulto ante la desgracia y el terror tiene sobre el nifio un efecto de asombro y paralizacién. Quizd fuera error nuestro. Quid si hhubiéramos sido mejores hijos podrlamos haber ali- viado los sufrimientos de nuestro padre en aquella €oca. No lo hicimos. Sus nervios nunca habs los més estables y sus emociones siempre hablan sido incontroladas. Bajo la presién de la ansiedad su tempe- ramento se hizo imprevisible; hablaba salvajemente y actuaba injustamente. Asi, por una crueldad peculiar del destino, durante aquellos meses el pobre hombre (si dl lo hubiera sabido) estaba realmente perdiendo a sus hijos a la vez. que a su esposa. Mi hermano y yo cada ver dependiamos més el uno del otro exclusiva- ‘mente para todo lo que hiciera la vida llevadera, con- fidbamos tinicamente el uno en el otro. Supongo que ya habfamos aprendido (al menos yo) a entire. Todo Jo que habja hecho que la casa fuera un hogar nos habla fallado; todo excepto nosotros. Cada dia nos acercdbamos més (éste fue el resultado bueno); dos crios asustados apifidndose para encontrar calor en un mundo desolado. El dolor en la nifiez se complica con otras muchas desgracias. Me llevaron a la habitacién donde mi madre yacla muerta, dijeron que para «werlay, pero en 34 realidad, como supe luego, fue para everlos. No habla nada de lo que un adulto llamarfa desfiguracién, excepto la desfiguracién total que es la muerte en si misma. E] dolor se confundia con ef terror. Sigo sin saber qué se quiere decir cuando se habla de la belleza de un cadiver. El hombre mas feo en vida es un dlechado de hetmosura comparado con el més bello de Jos muertos. Reaccioné con verdadero horror contra toda la parafernalia del féretro, las flores, el coche fiine- bre y el funeral que se fue sucediendo. Incluso sermo- rneé a una de mis tas sobre lo absurdo del luto con un estilo que hubiera parecido a la mayorfa de los adultos cruel ¥ precoas pero era nuestra querida tla Annie, la «sposa canadiense de mi tio materno, una mujer casi fan sensata y risuefta como mi propia madre, En el desagrado por lo que ya entonces consideré que era el alboroto y las pamplinas del funeral quizé deba ver algo que ahora reconozco como un defecto que nunca hhe superado totalmente: el disgusto por todo lo piiblico, por todo lo que pertenece a la comunidad; ‘una tosca inaptitud para los actos sociales. La muerte de mi madre fue la ocasién propicia para Jo que algunos (que no yo) podrfan considerar mi pri- ‘mera experiencia religiosa. Cuando anunciaron que su «aso no tenia esperanza recordé lo que me hablan ense- fiado; aquellas oraciones, rezadas eon fe, serfan escu- chadas. Por tanto, me autoconvenc!, por el poder del deseo, de que mis oraciones por su recuperacién ten- drian éxito; y cref que lo habia conseguido. Cuando a pesar de todo murié, cambié de téetica y empect a pensar que tendria que haber ocurrido un milagro. Lo 35 interesante del caso es que mi decepcién no produjo resultados posteriores. No habia funcionado, pero yo estaba acostumbrado a que las cosas no funcionasen y no volv{ a pensar en ello, Supongo que la verdad es que la creencia en la que me habia hipnotizado era en si ‘misma demasiado irreligiosa, dado su fracaso pata pro- ducir ninguna revolucién religiosa. Me habfa acercado a Dios, 0 a mi idea de Dios, sin amor, sin temor, incluso sin miedo. Sein mi imagen mental de este milagro, Dios no iba a aparecer como Salvador ni como jucz, sino simplemente como un mago, y una vez que hubiera hecho lo que se le pedfa suponta que, simplemente, se irfa. Nunca pasé por mi mente que cl tremendo contacto que yo solicitaba pudiera tener ninguna consecuencia tras haber restaurado el starus quo. Supongo que una efe» ast se genera a menudo en los nifios y el que falle no tiene importancia religiosas ni siquiera las cosas en las que se cree, si pudieran suce- der y ser s6lo como el nifio las imagina, tendrian jmportanciareligiosa. ‘Con la muerte de mi madre desaparecié de mi vida toda felicidad estable, todo lo que era tranquilo y seguro. Iba a tener mucha diversién, muchos placeres, muchas réfagas de Alegria; pero nunca més tendria la antigua seguridad. S6lo habia mar e islas; el gran conti- znente se habia hundido, como la Atlantida. 36 Q IL. EL CAMPO DE CONCENTRACION Avioatice con en (Sipe aco, Te 19 dren 1950) Clop-clop-clop-cop.... vamos en un coche estu- pendo por los adoquines irregulares de las calles de Belfast durante el creptisculo hiimedo de una tarde de septiembre de 1908; mi padre, mi hermano y yo. Voy al colegio por primera vez. Estamos muy desanimados. ‘Mi hermano, que tiene mas razén para estar asi porque isi sabe lo que nos espera, no manifesta abiertamente sus sentimientos. Ya es un veterano. Quizd yo me sienta algo mds animado por esta ligera excitacién. Lo ands imporrante en este momento es el horrible ani- forme que me han. hecho llevar, Esta mafiana, slo hace dos horas, yo corra, libre, en pantalones cortos, chaqueta y zapatillas. Ahora estoy sofocado y sudando Por tna gruesa cela oscura; ademas me pica; estoy aho- gado por un cuello de Exon; ya me duclen los pies por unas botas a las que no estoy acostumbrado. Llevo ‘unos bombachos que se abrochan en la rodilla. Todas 7 las noches durante unas cuarenta semanas al ao, y durante muchos afis, cuando me desnude, voy a ver la marca roja que dejan estos botones en mi carne, y voy a sentir el escozor que producen. Lo peor de todo es el bombin, que parece estar hecho de hierro y me oprime la cabeza. He lefdo sobre nifios que, en el ‘mismo apuro, dan la bienvenida a estas cosas como sefiales de que se han hecho. mayores; yo no me siento asi. Hasta entonces nada me habia demostrado que fuera mejor ser un escolar que un niffo pequefio, o que fuera mejor ser un hombre que un escolar. Mi her- ‘mano, durante las vacaciones, nunca hablaba dema- siado’del colegio. Mi padre, en quien légicamente confiaba, representaba la vida del adulto como una vida de esclavitud incesante bajo la continua amenaza de la ruina cconémica, En esto no tenfa la menor inten~ cién de engaftarnos. Su temperamento ra tal que ‘cuando exclamaba, como hacfa a menudo: «pronto no nos quedard mas que el trabajo de la caso», momenté~ rneamente se erefa, 0 al menos sentfa, lo que decia. Yo me lo tomaba todo al pie dela letra y tenfa una idea de Ia vida adulta de lo mds pesimista, Mientras tanto, ponerme el uniforme del colegio, lo sabia muy bien, era ponerme un uniforme de presidiario. ‘Llegamos al muelle y embarcamos en el viejo «Flect- ‘wood; después de dar unas vueltas por cubierta, mi padre se despide de nosotros. Esté profundamente emocionado; ;Dios mio!, yo estoy aturdido y medio inconsciente. Una vez que se ha ido a tierra nos anima- ‘mos algo més. Mi hermano empieza a aleccionarme sobre el barco y a hablarme de los otros que vemos. Es 38 tun viajero avezado y un hombre de mundo consu- mado. Insensiblemente se va apoderando de m{ una cierta excitacién agradable. Me gustan el pucrto y las luoes de estrbor telejados en el agua manchads de aceite, el ruido de los chigres, el olor espeso que sale por la claraboya de la sala de méquinas. Zarpamos. Un espacio negro se ensancha entre nosotros y el muelle; siento la vibracién de las hélices bajo mis pies. En sepia nos vamos aljando de Lough; nuestos Ibis saben a sal en ese grupo de luces de popa, que se apar- tan de nosotos, queda todo To que yo he conoetdo, Més tarde, una vez. que nos hemos retirado a nuestras literas, el viento empieza a soplar. Es una noche agi- tada y mi hermano esti mareado. Absurdamente le cnvidio este logro. Se esté comportando como deben hacerlo los viajeros avezados. ‘Tras grandes esfuerzos consigo voritar; pero es una tonteria; era y sig sient tn negate obsinadament- buenos Ningiin inglés podré entender mis primeras impre- siones de Inglaterra. Cuando desembarcamos, supongo 4que hacia las seis de la mafiana del dia siguiente (aun- que parecia ser media noche) me encontré con un ‘mundo ante el que reaccioné con un odio inmediato. Las lanuras de Lancashire ala luz de la madrugada son realmente deprimentes; para m{ eran como las lomas de Scyx. El extrafto acento inglés que me rodeaba me sonaba como las voces de los demonios. Pero lo peor fue el paisaje inglés desde Fleetwood a Euston. Incluso ahora que soy adulto todavia me parece que esa carre- tera corre a través de la franja de tierra mas monétona Y menos amistosa de la isla. Pero a un nifio que siem- 39 pre habia vivido cerca del mar y frente a grandes cor- dilleras le parecta como supongo que Rusia podria pparecerle a un nifio inglés. ;La lanurat ;Lo intermina- ble! (Mills y millas de tierra sin final, que te encierran lejos del mar, que te aprisionan, que te sofocan! Todo estaba mal: vallas de madera en ver. de muros y cercas de piedra, granjas de ladrillo rojo en vez de casas de campo. blancas, campos demasiado grandes, almiares deformes. Bien dice el Kalewala que la madera del piso de la casa del forastero esté lena de nudos. Me he reconciliado con Inglaterra desde entonces, pero en aquel momento le tomé un odio que tardé muchos afios en superar: Nuestro punto de destino era la pequefta ciudad deny llamémosla Belsen, en Hertfordshire. Lamb lo llama el «verde Herefordshire», pero no era verde para tun nifio criado en County Down. Era un Herefords- hire llano, un Herefordshire duro, un Hertfordshire de tierra amarilla, Hay la misma diferencia entre el lima de Irlanda y el de Inglaterra que entre el de Inglaterra y el del Continente. El clima de Belsen era mucho més caracteristico que cualquiera de los que habfa conocido antes; alli vi por primera vez la escarcha glacial y la nic- bila hiriente, sent el calor asfixante y of truenos desco- munales. All, a través de las ventanas sin cortinas del dormitorio, descubri, por primera vez la belleza palida de la luna liena El colegio, cuando legué, contaba con unos ocho 0 rueve internos y otros tantos externos. Los deportes ‘organizados, excepto los interminables partidos de 40 rounder® en la gran piedra que constituia cl campo, lle- vaban largo tiempo a punto de morir y finalmente, al poco de mi llegada, fueron abandonados. Sélo nos bafidbamos una ver. la semana en el cuarto de Yo ya hacia ejercicios de latin (como me ensefié mi madre) cuando Hegué alli en 1908, y seguia haciéndo- los cuando salf en 1910; nunca tuve delante un autor romano, El tinico elemento estimulante en la ense- fiamza consistfa en unas pocas palmetas, muy bien uti- zadas, que colgaban del manto verde de hierro de la cchimenea del tinico aula. El profesorado estaba for- ‘mado por ef director y propietario del centro (al que amdbamos Oldie), su hijo mayor (Wee-Wee) y un ayudante. Los ayudantes se sucedian unos a otros con ‘gran rapider; uno llegé a durar menos de una semana. ‘Otro fue despedido en presencia de los alumnos por ‘un Oldie tan enfadado que, si no hubiera sido por las Srdenes religiosas que profesaba, le hubiera tirado escaleras abajo. Esta curiosa escena tuvo lugar en el dormiorio, aunque no puedo recordar por qué. Todos los ayudantes (excepto el que estuvo menos de una semana) estaban claramente tan atemorizados. por Oldie como nosotros mismos. Pero llegé el momento en que ya no hubo mas ayudantes y la hija menor de Oldie se hizo cargo de los alumnos mas pequetios. Para entonces sélo queddbamos cinco internos y, Bnal- mente, Oldie dejé su colegio y buseé otra forma de curar almas. Fui uno de los titimos supervivientes y © Ror juego sar biol dh, 4 sélo abandoné el barco cuando se hundié bajo nues- lie viva en a soledad del pode, come cl capitén de barco durante la navegacién. Ningéin hombre ni ‘mujer en aquella casa le hablaba como a un igual. Nadie iniciaba una conversacién con él, excepto Wee- ‘Wee. En las horas de las comidas los chicos percibfa- ‘mos un reflejo de su vida familiar. Su hijo se sentaba a su detecha; tomaban comidas distintas. Su esposa y tres hijas mayores (en silencio), el ayudante (en silen- io) y los alumnos (en silencio) masticaban sus racio- rnes de peor calidad. Su esposa, aunque creo que nunca se ditigia a Oldie, tenia permitido expresar algo pare- cido a una respuesta; as chicas (tres figuras trégicas, vestidas invierno y verano de un mismo negro ra(do) nunca pasaban de un casi susurrado «si, papa 0 «n0, pape» en las extrafias ocasioncs en que se les dirigia la palabra, En la casa entraban pocos visitantes. Al ayudante se le ofrecia cerveza, que Oldie y Wee-Wee bebianhabitualments en I cena, prose pena que no aceprase; al nico que acepté le dieron una «pinta», pero le ensefiaron cus era st lugar a proguntarle al poco rato, con un cono tremendamente irénico: ‘Quiz tomaria un poco mas de cervezal, sno St, N?>. ELS. N, que era un hombre de cardcter, espondi ddarle importancia: «Bueno, gracias, Sr. C., creo que si» Fue el que no llegé al final de la semanas el resto del dia fue nefasto para nosotros, los alumnos. Yo era como un animal de compafifa o una mascota. de Oldie, una posicién que puedo jurar que no me procuré y euyas ventajas eran totalmente negativas. Mi 4 hermano no era una de sus victimas favoritas. Porque Oldie tenia victimas favorita, los nifios que no podian hacer nada a derechas. Recuerdo a Oldie entrando en el aula después del desayuno, pasando revista con la ‘mirada y apuntando: Oh, ahi estés, Rees, nifo hort ble! Si esta tarde no estoy demasiado cansado te daré tuna buena palizal». No estaba enfadado, ni brome- ando. Era un hombre grande, con barba, de gruesos labios, como los reyes asirios de los monumentos, increfblemente fuerte, fisicamente sucio. Hoy en dia todo el mundo habla de sadismo, pero yo me pregunto sien su crueldad habia algiin elemento erético. Enton- ces habla medio adivinado, y ahora me parece verlo claramente, lo que tenfan en comiin todos sus cabezas de turco, Eran los chicos que estaban por debajo de cierto nivel social, los chicos con acento vulgar. Azo- taba incesantemente al pobre P.(querido, honesto,tra- bajador, amistoso, pio P) por un solo crimen, creo ahora: era hijo de un dentista. Recuerdo que Oldie hizo que ese chico se inclinase en un rincén del aulas luego cogié carrerilla y, atravesando el aula, iba propi- nando cada golpe; pero P. era un sufridor entrenado por un sinfin de palizas y no se le escapé un sonido hhasta que, hacia el final de la tortura, salia un ruido ‘que nada tenia que ver con una expresién humana. Aquella forma peculiar de croar, o aquel grito met lico, aquell, y los rostros grses del resto de los mucha- y cada matrimonio como una «culminacién». Todo esto ha ardido sin dejar olor y ahora puedo disfrutar de la Odisea de una forma més madura. Las divagaciones significan tanto como siem- pre; el gran momento de la «eucatéstrofe» (como lo lla- maria el profesor Tolkien), cuando la Odivea se desnuda de sus harapos y tensa el arco, significa mucho sis; quiz lo que ms me guste ahora sean esas exqui- sitas familias de Charlocte M. Yonge en Pylos y en cualquier otra parte. ;Qué bien dice Sir Maurice Powicke: sha habido gente civilizada en todas las épo- asm! Permitaseme afiadir: «y en todas las épocas han estado rodeados de barbs Durante aquel perfodo, por las tardes y los domin- {g0s, Surrey estaba a mi disposicién, County Down en vacaciones y Surrey durante el curso eran un contraste maravilloso. Quizd, dado que sus bellezas eran tales que ni siquiera un loco podria echarlas a peleas, esto ‘me curé de una vez. por todas de la rendencia perni- ciosa de comparar y prefers, operacién que hace muy poco bien cuando se trata con obras de arte y que hace tun dafio grave cuando se trata con la naturaleza. La rendicién total ¢s el primer paso hacia el disfrute de ‘ambas. Cierra la boca, abre los ojos y los ofdos, toma lo ‘que hay y no pienses en lo que podria haber habido o 179 en lo que hay en otro lugar. Esto puede venir después, si es que tiene que venir. (Y date cuenta que un buen entrenamiento para cualquier cosa buena siempre forma y, sire sometesa dl, siempre te ayudari en el ver- dadero entrenamiento para la vida cristiana. Es una escuela en la que siempre pueden utilizar el trabajo previo, cualquiera que sca el tema de que se trate). Lo que me entusiasmaba de Surrey eran sus calles intein- cadas, En mis paseos por Irlanda dominaba grandes horizontes y la extensién de tierra y mar se abarcaba ‘con una sola miradas intentaré hablar de ello més tarde. Pero en Surtey los perfiles eran tan toreuosos, los valles tan estrechos, habia tanto bosque, tantos pueblos escondidos entre los drboles o en las hondona- das del terreno, tantos senderos, veredas hundidas, cafiadas, matorrales, tal variedad impredecible de casas de campo, granjas, fincas y quintas campestres, que el conjunto nunca podria estar claro en mi mente y eami- nar por ali diariamente le producfa a uno ef mismo tipo de placer que hay en la complejidad laberintica de Malory 0 de Faerie Queene. Incluso donde el paisaje cra algo més abierto, cuando me sentaba a contemplar Leatherhead y el valle de Dorking desde Polesdan Lacey, carecfa de la facilidad de abarcarlo que era nor- ‘mal en el paisaje de Wyvern, El valle se iba retorciendo hacia el sur para entrar en otro valle; un tren atravesaba invisible, produciendo un ruido sordo, por un cortado leno de drboles; el monte de enfrente ocultaba sus hondonadas y promontorios incluso en las mafianas de verano. Pero recuerdo con mds carifio las tardes de otofio en la espesura donde habia un silencio intenso 180 bajo los arboles grandes y viejos, y especialmente el momento en que, cerca de la calle Friday, descubrimos (aquella vex no iba solo), al reconocer un tronco con tuna forma curiosa, que habfamos estado caminando en circulo durante Ia tftima media hora; o una helada puesta de sol en Hog’ Back, en Guilford. En invierno, los sdbados por la tarde, cuando la nariz y los dedos parecian pinchar lo suficiente como pata afiadir un placer més al del té anticipado y el de estar junto al fuego y con todo el fin de semana por delante para leer, supongo que alcanzaba toda la felicidad que se puede conseguir en la tierra, especialmente si habfa algin libro nuevo, deseado durante mucho tiempo, esperindome. Me olvidé. Cuando hablé del correo olvidé decirte {que traia paquetes, ademés de cartas. Cualquier hom- bre de mi edad ha tenido en su juventud una bendicién por la que los més jévenes podrian envidiarnos: creci- ‘mos en un mundo de libros baratos y abundantes. Tus Everyman costarfan entonces un simple cheliny, lo que «s ms, siempre habria en almacén; tus World's Classes, ‘Muses Library, Home University Library. Temple Classic, las colecciones francesas de Nelson, los Bohn, los Poc- ket Library de Longman, a precios asequibles. Todo el dinero que podia reunir se iba en transferencias postales a Messts. Denny de Strand. No haba dias més flice, nil siquicra en Bookham, que aquellos en los que el correo de la mafiana me trafa un pulcro paqu: cenvuelto en pape gris oscuro. Milton, Spenser, Malory, The High History of the Holy Grail, Lexdale Saga, Ron- sard, Chénier, Voltaire, Beowulf Sir Galvan y el Caba- 181 ero Verde (ambos traducidos), Apuleyo, el Kalevala, Herrick, Walton, Sir John Mandeville, la Arcadia de Sidney y casi todas las obras de Morris llegaron, volu- men a volumen, a mis manos. Algunas de mis compras se convistieron en disgustos, otras sobrepasaron todas ‘mis esperanzas, pero desenvolver el paquete siguié siendo un momento delicioso. En mis escasas visitas a Londres miraba la Messrs, Denny de Strand con una especie de temor: habia salido tanto placer de all. ‘Smiugy y Kirk fueron mis dos grandes profesores. Se podria decir, en lenguaje medieval, que Smiugy me ensefié la Gramatica y la Ret6rica y Kirk la Dialéctica. Cada uno tenia, y me dio, lo que al otro le faltaba. Kirk no tenia la gracia o la delicadeza de Smiugy, y Smiugy tenfa menos humor que Kirk. Era un humor triste, como el de Saturno. De hecho también él era ‘como Saturno, no el rey desposeido de la leyenda italiana, sino el viejo y ceftudo Cronos, el mismo Padre ‘Tiempo con guadafia y teloj de arena. Las cosas ‘més amargas, y también las més divertidas, ocurrian cuando se levantaba impetuosamente de la mesa (siem- pre antes que los demis) y se quedaba de pie rebus- cando sobre el mantel los restos de tabaco de pipas anteriores que tenfa en un bote viejo y tepugnante; tenfa la econémica costumbre de volverlo a utilizar. La deuda que tengo con él es inmensa y mi respeto no ha disminuido nada hasta l dia de hoy. 182 xX. LA SONRISA DE LA FORTUNA cmp, oro cea, ado wn, ave qu me sono lean nina spe Al mismo tiempo que cambié Wyvern por Book- hham, cambié a mi hermano por Arthur como mi _mejor compaficro. Como sabes, mi hermano estaba en dl frente en Francia, Entre 1914 y 1916, el tiempo que pasé en Bookham, se convirtié en una figura que apa- recia muy de vez en cuando por permisos imprevistos con toda la gloria de un joven oficial y con lo que entonces parecta una riquezailimitada a su disposicién para llevarme enseguida a Irlanda. Lujos hasta ahora desconocidos para mi, como vagones de primera clase en los trenes y coches cama, glorificaban estos viajes. Yo llevaba cruzando el mar de Irlanda seis veces al afio desde que tenfa nueve. Los permisos de mi hermano afiadian viajes de més. Por eso. mi memoria acumula imdgenes de cubiertas de barco hasta un grado inusual en un hombre que ha vigjado tan poco. Si quiero, y a veces aunque no quiera, sélo tengo que cerrar los ojos 183, para ver la pintura metilica de un barco, el mast inmévil apuntando a las estrellas a pesar de las embes- tidas del agua, los trazos color salmén de las salidas 0 puestas de sol en un horizonte de agua gris verdosa, la asombrosa vision de la tierra a medida que te acercas a ella, los promontorios que salen a tu encuentro, los complejos movimientos de las montafias que acaban desapareciendo a lo lejos tierra adentro, Por suptesto, estos permisos eran una maravilla. Las tensiones que se habfan producido (gracias a Wyvern) antes de que mi hermano se marchase a Francia se habfan olvidado. Habia un acuerdo técito por ambas partes de revivir, durante el poco tiempo que se nos concedia, el periodo clésico de nuestra nificz. Como mi hermano estaba en la RAS.C., que se consideraba como un lugar seguro, no sentiamos tanta ansiedad por él como sufria la mayor parte de las familias en quella época. Puede que hubicra mayor ansiedad en el subconsciente que la que salia al pensamiento total- ‘mente consciente. Al menos esto explica una experien- cia que tuve, con seguridad una vez, quiz4 alguna més; no fue una idea, ni un suefio, sino una impresi6n, una imagen mental, una obsesidn que, en una amarga noche de invierno en Bookham, presentaba a mi her- ‘mano rondando por e! jardin y llamando, 0 mas bien intentando llamar, pero, como en el Infierno de Virgi- lio, inceptus clamor frustratur hiantem, y el grito de un ‘murciélago era lo tinico que se ofa. Esta imagen estaba rodeada de una atmésfera que me horroriz6 més que nada en este mundo, una mezcla de lo macabro y lo 184 cempedernido. Es cierto que odiaba la Colectividad lo ‘més que un hombre puede llegar a odiar algo, pero entonces no me daba cuenta de la relacién que tenia con el socialismo. Supongo que mi romanticismo estaba des- tinado separarme de los intelectuales ortodoxos en ‘cuanto los conocfa, y también que a una mente con tan pce confianza en el futuro y en la accién comin como ama sélo con grandes dificultades se la podria convertir en revolucionaria. Esa era entonces mi postura: no importarme lo que no fueran los dioses y los héroes el jardin de las Hespé- rides, Lancelot y el Grial; y no creer lo que no fueran 4tomos, evolucién y servicio militar. A veces la tensién cra grande, pero creo que era una crueldad edifcante. ‘Tampoco creo que la vacilacién intermitente en la efer ‘materialsta (por asi llamarla) que adopté hacia el final del periodo de Bookham hubiera llegado a surgir s6lo de mis deseos. Venia de otra fuente. Entre todos los poetas que estaba leyendo en aquel ‘momento (lef The Faerie Queene y El Paraiso terrenal enteros) hubo uno que hay que apartar del resto, Este poeta era Yeats. Lo Hlevaba leyendo largo tiempo antes de descubrir la diferencia, y quizés nunca la hubiera descubierto si no hubiera lefdo tambien su prosa: obras como Rosa Alchemica y Per Amica Silentia Lunae. La diferencia era que Yeats crefa. Sus wsiempre vivientes» no eran sélo un invento o un deseo. Realmente crefa que habla un mundo de seres mas 0 menos como aquellos y que el contacto entre ese mundo y el nuestro 21 cra posible, Para decielo llanamente, crefa de verdad en a Magia. Su carrera posterior como poeta habla ocul- tado de algiin modo esa fase ala opinién general, pero no cabe ninguna duda, como supe cuando le conoct unos afios después. Aqu{ habia un hueso muy duro de roer. Comprenderds que mi racionalismo se basaba inevitablemente en lo que yo crefa que eran los descu- brimientos de las ciencias y al no ser un cientifico tenia ‘que aceptar esos descubrimientos por confianza, por autoridad. Bien, aquf tenfa una autoridad diferente. Si hubiera sido cristiano no hubiera tenido en cuenta su testimonio porque pensaba que ya tenia «ichados» a todos los cristianos y que me habla deshecho de ellos para siempre. Pero descubri que habia personas que no eran ortodoxos tradicionales y que, sin embargo, rechazaban toda la flosofia materialist. Todavia era ‘muy ingenuo y no tenia ni idea de lacantidad de tonte- rfas que hay en el mundo escritas ¢ impresas. Conside- raba que Yeats era un escritor inteligente y responsable: lo que decia vala la pena tenerlo en cuenta. Y después de Yeats me sumergi en Maeterlinck, con toda inocencia y naturalidad, puesto que todo el mundo lo leia en quella época y yo tenia por principio incluir gran can- tidad de obras francesas en mi dicta. En Maeterlinck me encontré con el espirituaismo, la teosofia y el pan- tefsmo. De nuevo era un adulto responsable (y no eris- tiano) cl que creia en un mundo detrés,o alrededor, del ‘material. Debo hacerme justicia a mi mismo diciendo que no le di mi asentimiento categéricamente. Pero tuna molesta gota de duda cayé sobre mi materalismo. Sélo era un «quizé. Quiz (Goh, dicha!), quiza no 212 tuviera nada que ver coi la teologia cristiana. Y en ‘cuanto me detuve en ese «quizdy surgis, del pasado ine- vitablemente, toda la doctrina ocultista y toda la anti- gua excitacién que la Gobernanta de Chartres habla hecho nacer en mf sin proponérselo. Ahora, en venganza, la carne estaba en el asador. Dos cosas que hasta entonces estaban rotalmente sepa radas en mi mente se unieron contra mi: el deseo ima- ginativo de la Alegria, o algo mas que el deseo, que ya era Alegria; y el deseo voraz, casi lujurioso, por lo ‘oculto, lo-preternatural en sf. Y con ellos vinieron (peor recibidas) algunas perturbaciones de inquierud, algunos de los miedos inmemoriales que todos hemos conocido en la primera infancia y (para ser honestos) ‘mucho después de esa edad. Hay una especie de gravi- tacién en la mente por la cual el bien acomete contra el bien y el mal conera el mal. Esta mezcla de aversién y deseo atrala hacia ellos todo lo malo que llevaba den- tro, La idea de que hubiera un conocimiento oculto ‘que muy pocos conocian y la mayoria despreciaba se convirtié en un atractivo mds: recordarés que «nuestro ‘grupito» era para mi una expresin evocadora. Que el significado tuviera que ser Magia (Ia cosa més agrada- blemente fuera de la ortodoxia que hay en el mundo, fuera de la ortodoxia tanto en términos cristianos ‘como racionalistas) fue algo que interpel6 al rebelde ‘que habia en mi. Yo conocia el ado més depravado del Romanticismo, habfa lefdo Anactoria y a Wilde y me interesaba Beardley; no es que estuviese atrafdo por él, pero tampoco tenia un juicio moral. Pensaba que empezaba a entender el teria. En una palabra, ya tenia 213 ¢n esta historia el Mundo y la Catne; ahora Hlegé el Demonio. Si hubiera habido en el vecindario alguna persona mayor que se revolcase en la basura de la Magia (cuyo olor hubiera atraido posibles discfpulos) ahora podrfa ser adorador del Diablo o un manfaco. A efectos pricticos yo estaba maravillosamente pro- tegido y esta seduccién espiritual two al final un resul- tado positivo. Estaba protegido, en primer lugar, por la ignorancia y la incapacidad. Tanto gia era posible como si no, en cualquier caso, yo no tenia un maestro que me iniciase en ese camino. También estaba protegido por la cobardia: los terrores de mi Infancia que se habian despertado de nuevo podrian afiadir algin interés a mi deseo y curiosidad en tanto ‘que fuese de dia. Solo y en la oscuridad uilizaba todos mis recursos para convertirme de nuevo en un materia- lista, no siempre con éxito. Un equizd» es més que sufi- ciente para que los nervios se pongan de punta. Pero ‘mi mejor proteccién era que conocia la naturaleza de la Alegrfa. Este deseo voraz de pasar por encima de los mites, de descorrer las cortinas, de estar en el seereto, fue revelando, cada ver con mayor claridad, que el anhelo que yo abrigaba era totalmente distinto del anhelo que encierra Ia Alegria, Su fuerza bruta le trai- cionaba. Lentamente y con muchas recaidas empecé a ver que la experiencia mégica era tan irrelevante para Ja Alegria como lo habia sido la experiencia erdtica. Una vez mas habia perdido el rastro. Aunque el prac- ticar con circulos, pentégonos y con el tetragrimeton haga surgit, o parezca hacer surgis, un espiriea, la cosa podria haber sido (si los nervios de alguien lo pueden 214 soportar) extremadamente interesante; la verdad dese- able te esquiva, el Deseo real se marcha diciendo: «Qué tiene que ver esto conmigo?». Lo que més me gusta de la experiencia es que es algo honrado. Puedes dar unas cuantas vueltas erréneas, pero mantén los ojos abiertos y no llegar demasiado lejos sin que aparezcan las sefiales de peligro, Puedes hhaberte engafiado a ti mismo, pero la experiencia no te intenta engafar. El universo rodea la verdad por donde- quiera que ela busques. Los otros resultados de mi contacto con el reino de lo coculto fueron los siguientes. El primero fue que ahora tenfa un motivo nuevo para descar que el materialismo fuese verdad, y cada vez menos confianza en que lo fuese. EL motivo nuevo surgié, como habris adivinado, de aquellos miedos que se agitaban tan desenfrenadamente al salir del lugar donde dormian entre os recuerdos de ‘mi infancia; me comportaba como un verdadero Lewis al que no es bueno dejar solo. Cualquier hombre que tenga miedo de los fantasmas tiene una buena razén para desear ser materalsta; ee credo te promete exch los espectros. En cuanto 2 mi agitada seguridad, seguta siendo un «quizé» despojado de su efecto crasamente ‘igico; una agradable posibilidad de que el Universo pudiera combinar la comodidad del materialismo aqui y ahora con... bueno, con no sabia qué, agtin sitio © algo nds all, el alojamiento inimaginable de ls pensamien- tos solitarioss. Esto era muy malo, Empezaba a intentar tenetlo de ls dos formas: tener las comodidades tanto de tuna filosofla materialista como de una filosofia espiritual, sin los rigores de ninguna. Pero el segundo resultado fue 215 mejor. Habia adquirido una sana antipatia hacia todo lo cculto y migico que iba a serme muy ceil cuando, en Oxford, llegué a conocer magos, espirtistas y otros suje- tos como ellos. Ni siquiera la Iujuria voraz. me volveria a tentar, o lo que entonces entendia por tentacién. Y sobre todo, habia descubierto que la Alegria no iba por ese camino, Puedes resumir los logros de todo este perfodo diciendo que, de aqui en adelante, la Carne y el De- monio, aunque todavia pudieran tentarme, no podelan volver a offecerme el soborno supremo. Habia descu- bierto que no estaba en su poder. Y en cuanto al Mundo, ni siquiera fo habia llegado a intentar. Yentonees, en el culmen de todo esto, en la supera- bundancia de la clemencia, sucedié lo que ya he inten- tado més de una vez describir en otros libros. Tenfa la costumbre de ir paseando hasta Leatherhead més 0 ‘menos una vera fa semana y a veces volvia en tren. En verano lo hacia con frecuencia porque Leatherhead alar- deaba de su pequefia piscina; era mejor que nada para ii que habfa aprendido a nadar casi antes de lo que puedo recordar y que, hasta que la edad y el retima me atraparon, me apasionaba estar en el agua. Pero también iba en invierno a buscar libros y @ cortarme el pelo. La tarde de la que estoy hablando fue en octubre. El jefe del ‘tren y yo teniamos para nosotros solos toda la larga pla- taforma de madera de la estacién de Leatherhead. Habla ‘oscurecido lo suficiente como pata que el humo de una maquina que habia ms abajo se volvicra rojo por cl reflejo del fuego de una caldera. Las colinas mas all del valle de Dorking eran de un azul tan intenso que se acer- 216 ‘aba al violeta y el cielo estaba verde por la helada. Las ‘orejas me pinchaban de fifo. Delante de mf tenia un glotioso fin de scmana para leer. Me acerqué al puesto de libros y elegé uno mal encuadernado de la coleccién Everyman, Phantastes, a fuerie Romance, de George ‘McDonald. Luego llegé el tren. Todavia puedo recordar la vor del jefe grtando los nombres de los pueblos, con tun acento sajén muy dulee: «Tren para Bookham, Effingham, Horstey», Aquella noche empecé a leer mi libro nuevo. ‘Los caminos arbolados de esa obra, los enemigos fan- tasmales, las damas buenas y malas, estaban tan cerea del ‘mundo que yo imaginaba habitualmente que me atrafan sin que yo percbiese ningiin cambio. Es como si me lle vasen dormido y pasase la frontera, 0 como si hubiera muerto en el pals antiguo y no pudiera recordar eémo hhabfa yuelto a la vida en el nuevo, porque en cierto ‘modo el pais nuevo era exactamente igual que el antiguo, Encontré allf todo lo que ya me habia entusiasmado en Malory, Spenses, Morris y Yeats. Pero en otro aspecto todo era distinto. Todavia no sabia (y tadé mucho en descubrirlo) el nombre de la nueva cualidad, la sombra brillant, que resid en los viajes de Anodos. Ahora lo sé. Era Beatitud. Por primera ver las canciones de la sitenas sonaron como la vor de mi madre o de mi nfiera. Eran ‘cuentos para viudas ancianas; no habia por qué enorgu- Ilecerse de disfrutar con ellos. Era como sila voz que me habfa llamado desde el final del mundo ahora estuviese hablando a mi lado, Estaba conmigo en la misma habita- cin, o en mi propio cuerpo, o deerés de mi, Si una vez ‘me haba esquivado con su distancia ahora me esquivaba 217 con su cercanta, estaba demasiado cercano para que lo pudiese ver, demasiado claro para que lo pudiese enten- der, a est lado del conocimiento. Parecia que siempre hhubiese estado conmigo; si hubiera podido volver la cabeza con la rapider suficiente lo habria visto. Ahora, por primera vez, sentia que estaba fuera de mi alcance no por algo que yo no pudiera hacer, sino por algo que yo no podia dejar de hacer. Si pudiera abandonatlo, dejatlo ir, deshacerme a mi mismo, estaria alli, Mientras, en esta nueva regién, todas las confusiones que habjan estado percurbando mi bisqueda de la Alegria quedaban desar- madas. No tenia la tentacién de confundir as escenas del ‘cuento con la luz que las iluminaba, o la de suponer que estaban delante como realidades, 0 incluso la de sofiar que si hubieran sido realidades y yo pudiera llegar a los bosques por los que vigjaba Anodos, avanzaria un paso més hacia mi deseo, Sin embargo, al mismo tiempo, el viento de la Alegria nunca habia soplado a través de una historia siendo menos separable de la historia misma. Donde el Dios y el idolon estaban més cerca de ser uno habia menos peligro de confundirlos. Asi, cuando legs cl gran momento, no me aparté de los bosques y casas sobre los que estaba leyendo para buscar alguna luz incorpérea que brillase tras ellos, sino que, gradual- ‘mente, con tna continuidad creciente (como el sol de ‘mediodia que brilla a través de la niebla), fai encon- trando que la luz brillaba en esos bosques y casas y ego «en mi propia vida pasada, y en el sildn silencioso en el aque estaba sentado con mi anciano profesor que dormi- taba sobre su adaptacién de Técito, Ahora me daba ccuenta de que, aunque el aire de la nueva regién hacta 218 que todas mis perversiones exdticas y mégicas de la Ale- ‘gla pareciesen s6rdidos fraudes, no tenia aque! poder dsilusionante en cosas tan simy jarcomo dl pune mesa o las brasas en el brasero. Esa fue a maravilla. Hasta ahora cada visita de la Alegria habla hecho que el mundo normal fuese, momenténeamente, un desiero (vel pri- ‘met contacto con la titra estuvo cercano a la muerte). Tncluso cuando las nubes o os érboles reales hablan sido a materia de la visién, lo hablan sido sélo porque me recordaban otro mundo; y no me gustaba la vuelta al ‘nuestro, Pero ahora vela que la sombra brillante salia del libro hacia el mundo real y se quedaba en dl, ransfor- ‘mando todos los objetos comunes y, sin embargo, ella segu‘a inmutable. O mds exactamente, vi que los objetos comunes se fundian con la sombra brillante, Unde hoe ‘ibi? En lo mds profundo de mis desgracas,en la enton- ‘es ignorancia insuperable de mi inteligencia, todo esto se me haba dado sin preguntarme, incluso sin mi per- miso. Aquella noche mi imaginacién fue, en cierto modo, bautizada; el resto de mi cuerpo, naturalmente, tardé més tiempo. No tenia ni idea de dénde me habia ‘metido al comprar Phantastes. 219 Q XIL ARMAS Y BUENA COMPANIA Le compagnie de tne Chommes os pla nobles janes if le ibe de ce consent ar ae fon (Erie mete rae cen EL modelo antiguo empez6 a repetirse. Los dias de Bookham, como unas vacaciones largas y muy disfrutadas, legaron a su fin; detrés aparecia, como el trimestre més horrible, un examen para obtener una beca y, luego, el Ejércto. El buen tiempo nunca ha- bia sido mejor que en los iltimos meses. Recuerdo, en particular, las horas doradas en las que me bafiaba en Donegal. Hacta surf! no era ese deporte reglamen- tado con tablas que tienes ahora, sino, simplemente, saltaba y me revoleaba y las ola, las monstruosas y amortiguadoras olas de color esmeralda, siempre eran las ganadoras; era a un tiempo un juego, un terror y una diversién mirar por encima de tu hombro y ver (demasiado tarde) cémo rompia una ola de tal tamafio que la hubieras evitado si hubieras sabido que venfa. Pero ésta aparecia, descollando sobre sus com- 20 paeras, an repentina ¢ imprevisiblemente como una revolucién. A finales del trimestre del invierno de 1916 fui a ‘Oxford a presentarme a un examen para obtener una beca. Los chicos que se hayan enfrentado a una prueba como éta en tiempo de pax no se pueden imaginar con cudnta indiferencia fui yo. No quicro decir que subestimara la importancia (en cierto sentido) de apro- bar. Sabia muy bien que apenas habia una profesin en cl mundo, salvo la de profesor de colegio, en la que yo pudicra encajar para ganarme la vida y que estaba artiesgindolo todo en un juego en el que pocos ganan ¥ cientos pierden, Como Kirk dijo de mi en una carta ue envié a mi padre (que, por supuesto, no vi hasta muchos afios después): «Puedes hacer de él un escritor © un catedritico, pero no le convertirés en nada mis. ‘Vere haciendo a la ideas. También yo lo sabla; a veces ime aterrorizaba. Lo que ahora hacia que tuviese menos interés era que, tanto si obtenfa la beca como si no, al afio siguiente ira al Ejército; incluso un cardcter més fentusiasta que el mio pensaria en 1916 que para un soldado raso de infanterfa seria una locura hacer cual- quiet esfuerzo por algo tan hipotético como su vida de Posguerra. Una vez intenté explicar todo esto a mi padre; era uno de los muchos intentos que hacia a ‘menudo (aunque sin duda menos a menudo de lo que debia) para acabar con la artifcialidad de nuestra comunicacién y admitisle en mi vida real. Fue un fracaso total. Al principio respondié con consejos paternales sobre Ia necesidad del trabajo duro y la 221 concentracién, la suma que ya habia gastado en mi educacidn y la ayuda escasa, si no despreciable, que podria prestarme en el futuro. Pobre hombre! Me juz- gaba mal al pensar que la pereza en el estudio era uno de mis muchos defectos. Me pregunto cbmo podria esperar que el ganar 0 no una beca no perdiera parte de su importancia cuando la vida y la muerte estaban cen juego. Creo que la verdad es que cuando la muerte (la mia, a suya, la de cualquiera) estaba presente ante ide una forma muy vivida como objeto de ansiedad y de otras emociones, éta no tenfa lugar en su mente como una contingencia real y seria de la que se pudie- ran sacar conclusiones. Sea como sea, la conversacién resulté un fracaso. Choed contra la, vieja roca, Su intenso desco de conseguir toda mi confianza coexistia con la imposibilidad de escuchar (literalmente) lo que yo decia. No podia vaciar, o acallar, su mente para hacer sitio aun pensamiento ajeno. ‘Mi primer contac con Oxford fue bastante cémicn, No tenia reserado alouminto y, como no tenia mds equipaje que el que podia llevar en la mano, sala pie de la estacién de ferrocarril en busca de una pensién o un hotel barato; estaba todo excitado por los wcampanarios ilusorios»y los sencantamientos que perduran». Podria hablar de mi primera desilusién Ante lo que vi. Las ciudades siempre muestran al ferro- cartil su peor cara. Pero a medida que caminaba me fui asombrando cada vez més. ;Realmente podia ser Oxford esta sucesién de tiendas cochambrosas? Pero ain seguia adelante esperando que el siguiente recodo mostrase todas sus bellezas y reflejase que era una ciu- 22 dad mucho més grande de lo que podfa suponer. Slo cuando estuvo claro que quedaba muy poca ciudad por delante de mi y que, de hecho, estaba saliendo a campo abierto, me di la vuelta y miré. All, detrés de i, bastante lejos, nunca més bonito que entonces, estaba el fabuloso enjambre de campanarios y torres. Habta salido de la estacién por el lado equivocado y habia estado todo este tiempo paseando por lo que era, incluso entonces, el extenso y cochambroso suburbio de Botley. No me percaté de hasta qué punto aquella Pequefia aventura cra una alegoria de toda mi vida. Me limicé a caminar de vuelta ala estacién y, con los pi doloridos, tomé un coche y le pedé que me levase a «algiin sitio donde pudiera alojarme por una semana, por favor». El método, que ahora considerarfa aventu- rado, fue un éxito total y en seguida estaba tomando el ‘é en un lugar confortable. Todavia sigue all la casa, la primera a la derecha segtin tuerces hacia la calle Mans- field saliendo de Holywell. Compartia la salita con otro candidato, un hombre del Cardiff College que afirmaba que era arquitect6nicamente superior a cual- quier edificio de Oxford. Me aterrorizé todo lo que sabfa, pero era un hombre agradable, No le he vuelto a ver desde entonces. Hacia mucho frio y al dia siguiente empezé a nevas, cconvirtiendo todas las torres en adornos de pastel de bbodas. El examen se celebré en el Salén Oriel y todos escribiamos con los abrigos y las bufandas puestas y lle- vando, al menos, el guante de la mano iquierda. El director, el viejo Phelps, nos dio los papeles. Recuerdo ‘muy poco pero supongo que fui superado en conoci- 223 anentos cisios puros por muchos de mis sve y tuve éxito en los generales y en mi forma de redactar. ‘Tena la imprecign de que lo estaba haciendo Largos afios (0 afios que me parecieron largos) con Keck me habian eurado de mi pedancria, defensive de Wyvern y no volv{a suponer que otros muchachos igrontan To que yo sabia As, el comentato fue sobre tuna cita de Johnson. Habia leido vatias veces la con- versacién de Boswell en que aparéce y podia situar el tema en ese contexto; pero no pensé que esto (no més que un buen conocimiento de Schopenhaue) me gran- jeara ninguna reputaci6n especial. Era una buena acti- Ted pero en aqucl momento deprimente. Cuando sll del Salén después del comentario of que un candidato decia a su amigo: «He utilizado todo el material que tenfa sobre Rousseau y el Coninato Social». Aquello me desanimé porque, aunque habia picoteado en sus Con- _fesiones no saba nada del Conirato Social Al principio ‘de la mafiana un muchacho de Harrow muy agradable ‘me habfa susuerado: «Ni siquiera sé sies Sam o Ben». Con toda inocencia le expliqué que era Sam y que no podia ser Ben porque Ben se escribia sin H. No pensé que pudiera haber algo malo en dar tal informacién, Cuando llegué a casa le dije a mi padre que casi seguro habia suspendido. Era una afirmacién calculada ppara atraerme toda su ternura y caballerosidad. El hombre, que no podia entender que un muchacho se planteara su posible, o probable, muerte, entendia per- fectament a dessin de uns, Fa ver no of una sola palabra sobre gastos y dificultades; nada que no fuse consuclo, eanquilded y afeeo. Mis tarde, en 224 visperas de Navidad, nos enteramos de que la Universi- dad me habia accptado. ‘Aunque ya era un estudiante de mi Facultad, toda- Via tenfa que hacer el primer examen de grado, que inclufa matemdticas elementals. Para prepararlo volvi, después de las vacaciones, a pasar mi tlkimo trimestre ‘on Kirk, un trimestre dorado, enormemente feliz bajo la amenaza de la sombra que se aproximaba. En Pascua ‘me suspendieron el examen de grado por culpa de mi incapacidad habitual para sumar bien. Todo el mundo ‘me advertfa: «Fijate més», pero era inuiil. Cuanto més ime fijaba, mds errores cometia; igual que, hasta ho} ‘cuanto mds empefio pongo cn copiar bien algo escrito ims seguro estoy de cometer un terrible error en la mismfsima primera linea. A pesar de esto, entré en la Residencia en el trimes- tre de verano (hacia la festividad de la Trinidad) de 1917; por ahora el verdadero motivo era, simple- ‘mente, entrar en el Cuerpo de Entrenamiento de Ofi- unos sesenta prisioneros (es decir, descubri con gran alivio que toda aquella multitud de figuras grises que apare- i6 repentinamente por algtin sitio tenfa las manos en alto). No «capturé» Falstaff a Sir Colville de Dale? ‘Tampoco es necesario que el lector sepa ebmo me hirié tun obiis inglés y pude volver a casa, 0 cémo la divina Hermana X del C.C.S. ha encarnado desde entonces mi idea de Arcemisa, Hay dos cosas que destacan. Una es el momento, justo después de haber sido herido, en que me di cuenta (0 pensé que me la daba) de que no respiraba y supuse que eso era la muerte, No senti miedo, tampoco valor. No parece ser un momento propicio para ninguno de los dos sentimientos. La pro- posicién «aqui hay un hombre moribundo» estaba 237 delante de mi tan érida, tan clara, tan poco emotiva, como una frase en un libro de texto. Ni siquiera era interesante, El fruto de esta experiencia fue que cuando, afios més tarde, tropecé con la distincién de Kane entre el «yo» numénico y el fenoménico para mi cra algo més que una idea abstracta. Lo habia paladeado, habia comprobado que existfa un «yo» ple- namente consciente cuya relacién con el «yor intros- ectivo cra vagn y wansitoria. La otra experiencia Frascendentl fe la leccura de Bergson en una reiden cia de convalecientes en la lanura de Salisbury. Inte- lectualmente este autor me ensefié a evitar los cepos ‘escondidos alrededor de la palabra Nada. Pero también tuvo un efecto revolucionario sobre mi vida emocio- das, Ieanas, que se desvanecen: el mundo acuoso de Mortis, las entrafias laminadas de Malory”, los cre- puisculos de Yeats. La palabra eviday tenia para mé connotaciones muy sence alas que tene pare Shelley en The Triumph of jo habja compren- ido ly que Goethe quiere deci con des Leens god nes Bawm. Bergson me lo explicd, No sustituyé a mis antiguos amores sino que me proporcioné uno huevo. De él aprend! a saborear fa energia la fer- tilidad y la premura, los recursos, los triunfos ¢ incluso, la insolencia de las cosas que crecen. Llegué a ser capaz de apreciar a autores que, creo, antes no % Ain no habia persbido el smeallor de Malory, la eagedia dele couric 238 me habrian dicho nada, a todos los artistas retum- bantes, dogméticos, apasionados, incontrovertibles como Beethoven, Tiziano (en sus cuadros mitolégi- 03), Goethe, Dunbar, Pindaro, Christopher Wren y los Salmos més triunfantes. Volvi a Oxford («desmovilizado») en enero de 1919, Pero antes de contar nada sobre la vida que llevé alli debo advertir al lector que omitiré un gran episodio muy complejo. No tengo eleccién sobre esta reticencia ‘Todo lo que puedo o debo decir es que mi antigua hos- tilidad hacia las emociones fue vengada totalmente y de formas diversas. Pero incluso’ aunque fuese libre para hablar de ello, dudo que tenga mucho que ver con el tema de este libro. El primer amigo duradero que hice en Oxford fue A. K. Hamilton Jenkin, conocido entonces por sus libros sobre Cornwall. Continus (lo que Arthur haba iniciado) educéndome para ser una criatura receptiva que viese, escuchase, oliese. Arthur tenia sus preferen- cias por lo shogarefios. Pero Jenkin parecia disfrutar de todo, incluso de la fealdad. De él aprendi que debe- ‘mos intentar someternos totalmente y al instante a ‘cualquier ambiente que se nos presente, que debemos buscar en una ciudad mugrienta esos lugares en los que su mugre legue a horror y sublimidad, que en un dia triste debemos buscar el bosque més triste y hniimedo, que en un dia de viento debemos buscar la sierra mds ventosa. No habia en ello nada de ironia berjamdnnica sino s6lo una determinacién seria, aun- que alegre, de meter las narices en la verdadera esencia 239 de todo, de regodearse en su ser (tan magnificamente), fuera lo que fuese. El siguiente fue Owen Barfield, En cierto modo, Achat y Barfield son los provoips del primer y el segundo amigo de cada persona. El primero es el titer go el prttner hombre que terevela que no estés solo en el mundo al hacerte ver que comparte (més all de lo que podias esperar) todo lo que ti disfrutas, hasta lo més intimo. No hay ninguna dificultad que salvar para hacerte amigo suyo, ambos os un‘s como las gotas de Iluvia en una ventana. El segundo amigo es el hombre que no esta de acuerdo contigo en nada. No ¢s tanto el alter ego como el anti-yo. Por supuesto comparte tus intereses, de otra forma no llegarfa a ser tu amigo. Pero se acerca a esos intereses de una forma totalmente distinta. Ha leido todos los libros que debia pero ha sacado una conclusién errénea de cada uno de ellos, Es como si hablase la misma lengua que td pero la pronunciase mal. Cémo puede estar tan cerca de lo correcto y, sin embargo, nunca llegar a ello? Es tan fascinante (y tan irritante) como una mujer. Cuando te pones a corregir sus errores te das cuenta de que jha decidido corregir los tuyos! Y te lanzas a ello con fuerza y violencia, hasta altas horas de la noche, noche tras noche, 0 caminando a través de regiones espléndidas a las que nunca echa una mirada, estudiando cada uno el peso de los putios del err, a menudo més como enemigos que se deen mutuo respeto que como amigos. Finalmente (aun- ae no lo parezea de momento) cada uno ha modif- cado el pensamiento del otro, surgiendo de esta 240 continua lucha titénica una comunidad de ideas y un profundo afecto. Creo que él me cambié a mi mucho mas que yo a él. Gran parte de las ideas que expres6 ids tarde en Poetic Diction ya se habfan hecho mias antes de que apareciese esa breve obra tan impor- tante. Serfa extrafio que no fuera asi. Por supuesto, entonces no era docto como ha llegado a ser, pero la inteligencia ya estaba allt A.C, Harwood, con el que coincidi en la Residen- cia, mas tarde figura clave del Michael Hall, el colegio Steinerite de Kidbrooke, era un amigo de Barfield (y pronto mio) al que estaba intimamente unido. Era dis- tinto de nosotros; un hombre absolutamente imper- turbable. Aunque pobre, como la mayoria de nosotros, Y sin «perspectivasy, ten(a la expresién de un caballero rentista del siglo XIX. Llegé a conservar esa expresién ‘en cierta ocasi6n en que, dando un pasco con la dltima luz de la htimeda tarde, nos dimos cuenta que nos hhabfamos perdido por culpa de un terrible error (pro- bablemente suyo) al leer ef mapa y la tinica esperanza que quedaba era eocho kilémetros hasta Mudham (si To encontrabamos) y puede que allf consigamos alguna hhabitaciém», También la conservaba en el fragor de cualquier discusién. Al verle pensarfas que a él, més que a nadie, le habrian dicho a menudo «No pongas esa caray, Pero no cteo que nadie lo hiciera, No era una ‘méscara ni un producto de la estupidez, Desde enton- ces ha sido probado por todo tipo de desgracias y ansiedades. Es el tinico Horacio que yo haya conocido en esta época de Hamlets: no se edetenia ante los caprichos de la Fortuna». 241 Hay algo que decir sobre éste y otros amigos que hice en Oxford. Todos ellos eran buenos», segiin el modelo de decencia pagano (mucho més segtin un modelo tan bajo como el mio). Es decir, codos ellos, como mi amigo Johnson, crefan, y actuaban en conse- ccuencia con esas creencias, que la veracidad, el patrio- tismo, la castidad y la sobriedad eran obligatorios (como nos dirfa un tribunal de eximenes: «Esta es la hipétesis comtin para todos los examinados»). Johnson ‘me habfa preparado para recibir su influencia. En prin- cipio acepté sus modelos y quizé (esto ya no lo recuerdo demasiado bien) intenté actuar de acuerdo con ellos. Durante mis dos primeros aftos en Oxford estuve muy ocupado (aparte de preparando «parcialesy y finales») adoptando lo que podrlamos llamar mi «Nueva Imagens intelectual. No iba a haber més pesi- mismo, més coqueteos con ideas sobrenaturales, ni ‘mis desilusiones roménticas. En una palabra, igual que la heroina de Northanger Abbey, me decidi a «juzgar y actuar en el futuro con el mayor sentido comtins. Y sentido comiin significaba para mi, en ese momento, una retirada, casi una huida provocada por el panico, de todos aquellos romanticismos que habfan supuesto hasta entonces el interés principal de mi vida. Varias ‘ausas se unieron para ello. Por un lado, hacia poco habia conocido a un sacer- dote irlandés, un sacerdote anciano, sucio, charlatén y ‘trigico que hacia mucho habla perdido la fe y habia conservado la vida, Cuando yo le conoct Io tinico que le interesaba era buscar prucbas de la «continuidad 22 humana en el més alli». Lefa y hablaba de ello incesan- femente, pero, como tenfa una mente enormemente critica, nunca quedaba satisfecho. Era especialmente chocante que el desto voraz de inmortalidad personal coexistia en él con una roral indiferencia (aparente- ‘mente) hacia todo lo que pudiera hacer fa inmortali- dad deseable, desde un punto de vista I6gico. No aspiraba ala visi6n beatifica, ni siquiera creia en Dios. [No esperaba que se le concediese més tiempo para lim piar y mejorar su propia personalidad. No sofiaba con reunirse con amigos o amantes muertos; nunca le of hablar de nadie con afecto. ‘Todo lo que querfa era la seguridad de que algo que pudiese considerar «él isto» perdurase, en las condiciones que fuese, més ue su vida corporal. Al menos asi lo entendia yo. Yo «ra demasiado joven ¢ insensible para sospechar que lo ue le movia era la sed por la felicidad que se le habia negado totalmente en Ia tierra. Su estado mental me parecia el més despreciable que jamés habia conocido. Decidf esquivar cualquier pensamiento 0 suefio que pudiera lleyarme a esa violenta monomania. Todo el tema de la inmortalidad empez6 a serme enormemente desagradable. Lo exclul. Todos los pensamientos se deben limitar al ‘mundo real, que ese mundo de todas nosotros; el lugar donde, al final, encontnemes, 0 bien toda la flcidad, o bien ninguna, En segundo lugar tuve la oportunidad de pasar catorce dias, y la mayorfa de sus catorce noches tam- 243 bign, en estrecha relacién con un hombre que se estaba volviendo loco. Era un hombre al que habia querido muchisimo, y bien lo merecta. Tenfa que ayudar a suje- tarle mientras pateaba y se revolcaba por el suelo gri- tando que los demonios le estaban atormentando y que estaba cayendo, en ese momento, en el infierno. Yo sabia bien que aquel hombre no ocultaba nada del camino recorrido en el pasado. Habla coqueteado con la teosofia, el yoga, el espiritualismo, el psicoandlisis, con qué no? Probablemente todo esto no tuviese rela. Cién alguna con su locura, cuya causa, creo, era pura~ mente fisica. Pero entonces no lo entend{ asi. Lo tomé por un aviso: a esto, a este delirio sobre el suelo, era a donde conducian al hombre, al final, todos aquellos deseos roménticos y todas’ aquellas especulaciones sobrenaturales. No estar demasiado enamorado de lo lejano. No llevar tu fantasia a su objetivo mds distant. Lo primero es la seguridad, pensé: el camino reco- rrido, la carretera conocida, el cenero de la carretera, las luces encendidas. Durante algunos meses después de aquella quincena de pesailla las palabras «normaly Y smonétono» resuméan todo lo que me parecia més deseable. En tercer lugar, en aquellaépoca la nueva psicologia se estaba difundiendo entre todos nosotros. No la aceptdbamos en su totalidad (entonces muy poca gente lo hacfa) pero influia en nosotros. Lo que més nos interesaba era la «fantasia» y la ecreencia fundada en 244 los deseos», porque, por supuesto, todos éramos poctas y eriticos y concedfamos gran valor a la «imaginacién» siguiendo el alto concepto que de ella tiene Coleridge, por lo que se hacia necesario distinguir simaginacién» no sblo de «quimera» (como Coleridge), sino también de «fantasia» tal y como los psicélogos entendfan ese término. Y yo me preguntaba, :qué eran ahora mis deliciosas montaftas y mis jardines sino meras fanta- sfas? {No me habfan revelado su verdadera natura- sleza introduciéndome, una y otra vez, en un sencillo arrobamiento erético o en la inmensa pesadilla de la Magia? En realidad, como he dicho en capitulos ante- riotes, mi propia experiencia me habia demostrado repetidamente que estas imagenes roménticas nunca fabian paado de ser una especie de desl, incluso tuna brasa, que surgia al aparecer la Alegria, que aque- llas montafias y jardines nunca habian sido lo que yo querfa, ino s6lo simbolos que no pretendian ser més y que cada esfuerzo por tratarlas como el deseo real pronto demostraban con toda honestidad ser un fra~ aso. Pero ahora, ocupado en conseguir mi Nueva JImagen, pude olvidar esto. En ver de repetir mi idola- tria arrinconé las inocentes imagenes en las que la habla malgastado. Con la confianza de un nifio, decidé acabar con todo eso. No més Avalon, no més Hespéri- des. Habia «visto a su través (esto era precisamente lo contrario de la verdad) y nunca més volveria a atra- parme. Finalmente, estuvo presente Bergson. De una forma © de otra (porque no lo veo muy claro cuando ahora releo sus obras) encontré en él la refutacién a la anti- 245 {gua idea obsesva, a la idea de Schopenhauer, de que el universo «podela no haber existido». En otras palabras, un atributo divino, el de la existencia necesaria, apare-

You might also like