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El espiritu de nuestro iempo se caracteriza por su empefo en negar io esencial de toda poltica democratic. Lejos de ser un signo de pr consenso y promover una unanmnidad social suave es un grave error q 4 las instituciones democraticas. En muchos paises, este “consens M. ortpiciando ef auge de partidos de la derecha populist, que se pre inicas fuerzas “contrarias al sisterna’, aspirando asi a ocupar el és} abandonado por fa izquierds. =z Discutiando las tesis de John Rawls y Jirgen Habermas, asi como los dogmas de la “ercera wa” de Anthony Giddens practicados por Tony Bat, Chantal Moutfeergurienta cue, ese ala supuesta desaparcion de a distncn entre izquierda y derecha, a catego rig del adversari sigue teniendo un papel central en la dinémica de la demnocracia de. las saciedades posindustriales del presente. Recurriendo a las ideas de Witgenstein y Derrida, y alas provecadorastesis de Cay) Schmitt, la autora propane una nueva concepcion del sistema demmocrético, al que def como un *pluraismo agonistco” que implica la imposiblided de erracicar el antagoni y de llegar a soluciones defintivas de los confictos. S86 362 & 8 Chantal Mouffe es profesora de Teoria Politica en la Universidad de Westminster” (Londres), ha sido docente e investigadora en muchas universidades de Europa, Estados. Unidos y Latinoamérica, y es miembro del Colege international de Philosophie de P {nto con Ernesto Lactau)y EI retorno de la poltica, gedisa it gedisa RiTico ° i PUNTO CRETICO oa uy < z a a a LA PARADOJA DEMOCRATICA punto cRETECO . PUNTO CRITICO Coleccién coordinada por Enric Berenguer PUNTO CRITICO se propone dar a conocer ensayos que plan- teen las grandes cuestiones de nuestro tiempo. Su objetivo es ofrecer trabajos que aporten un pensamiento original y pro- voguen la reflexién, avanzando si es preciso en contra de opiniones mayoritarias. Punto cxinico convoca asi e diversas disciplinas a la apertu- ra de un debate que tenga en cuenta la complejidad de la his- toria y de Ia politica, Ia diversidad de las sociedades y las estructutas familiares, los efectos de la ciencia y la técnica, y las transformaciones de la sensibilidad estética y moral. ANNE Caporet Padres como los demas Homosesualidad y parentesco (Préxima aparicién) Juan-Craupe MILNER El salario del ideal La teorfa de las clases y de a cutara enel siglo xe LA PARADOJA DEMOCRATICA Chantal Mouffe Traduccién de Tomas Fernandez Az y Beatriz Eguibar ‘Tila de erga en ngs: ‘he Deer Parcs © Catal Mou, 2000 Taduecié Toms Femndes Ais y este Egubat Primera icin mayo del 2003, Satcalons © ior Gata, S.A. ace Banenova 9, 06022 Bacon, pas ‘el 93 252 09 06 Fac 93 253.0305 sedea@gedisn.com swesea.com San: 84 7452-881-6 Deposit egal 8, 19843-2003 Disco de olen: Sylvia Sans Jimpreso por Carvigrt,Cot. 32 - Rpt Iimpreso en Esa Printed in Spain (uada prohibie le reproduc parcial otal or clguer medio de impresin, fe foma ioc, extracts © mdiieada de esta vein catalina ela oe. Crest par le malentendu universel que tout le monde s'accorde Charles Baudelaire Caminante, no hay camino, Se hace camino al andar Aatonio Machado ENDICE Agradecimientos ee aed Prefacio : 3B Introduccién: La paradoja democratica .. . a 1. La democracia, el poder y «to potiticon ...........62. 33 2. Carl Schmitt y la paradoja de la democracta liberal ..... 51 3. Wittgenstein, la teorfa politica y la democracia . 3 4, Para un modeto agonistico de democracia .. + B 5. Una politica sin adversario? ......... 119 Conclusién: La ética de la democracia .... . 29 indice de nombres... Eee aba a ons, AGRADECIMIENTOS. Los articulos de este libro se publicaron inicialmente como si- ‘gue: «La democracia, el poder y “lo politico” » aparecié en una ver- sion ligeramente distinta ticalada exige enfrentarse a la conflictiva naturaleza de la politica y al hecho de que no es posible erradicar el antagonismo, justa~ ‘mente todo lo contrario de lo que lo que trata de hacer por todos los medios el cada vez més de moda enfoque de la «democracia de- liberativa» ‘Al releer estos textos para su publicacién me he dado cuenta de que todos ellos, aunque en diferentes formas, destacaban la na~ turaleza paradéjica de la democracia liberal moderna. Dado que la 16 (a Faneonia veaceATCN aversion a las paradojas esté muy extendida entre los pensadores racionalistas con los que polemizo, consideré que esa era la faceta de mi actual labor que valia la pena destacar, De ahi el titulo de este libro. ortin INTRODUCCION LA PARADOJA DEMOCRATICA eee Aunque en diferentes formas, todos los ensayos reunidos en esta obra tratan de lo que yo llamo la «paradoja» de la democra- cia moderna e intentan examinar las distintas implicaciones teéricas, ¥ politicas de esta nocién. Mi reflexién comienza con un examen dela naturaleza dela democracia modema, que creo que esti lejos de haber sido adecuadamente elucidada. Para empezar, zcudl es la for- ‘ma mas apropiada para definir el nuevo tipo de democracia que se ha establecido en Occidente en el transcusso de los dos sltimos siglos? Se ha empleado un gran mimero de términos: democracia moderna, democracia representativa, democracia parlamentaria, democracia pluralista, democracia constitucional, democracia libe- ral. Para algunas personas, la principal diferencia con la democra- cia antigua reside en el hecho de que, en unas sociedades de mayor tamafio y complejidad, las formas de la democracia directa han de- jado de ser posibles; por este motivo, Ia democracia moderna debe ser representativa. Otros autores, como Claude Lefort, insisten en la teansformacién simbélica que hizo posible el advenimiento de la democracia moderna, esto ¢s, en «la disolucién de los marcadores de certidumbre».! Desde este punto de vista, la moderna sociedad de- mocrética es una sociedad en la que el poder, la ley y el conoci- miento han experimentado una radical indeterminacién, Esto es consecuencia de la «revolucién democratica», que conduce a la de- saparicién de un poder que antes encarnaba la persona del principe y se vinculaba a una autoridad trascendental, Se inauguro asi un ucyo tipo de institucién de fo social en la que el poder quedé con- vertido en «un lugar vacio». Creo que es vital subrayar, como hace Lefort, la apacicién de un auevo marco simbélico asi como la moderna imposibilidad de pro- porcionar una garantia final, una legitimacién definitiva. No obs 1, Claude Lefort, Democracy and Political Theory, Oxtord, 1988, pag, 19 20 /1A peau oeuocRATCA ante, en ver de identificar simplemente la forma moderna de de- mocracia con el lugar vacio del poder, quisiera subrayar también la distincion entre dos aspectos: por un lado, la democracia como forma de gobierno, es decis, el principio de la soberanfa del pueblo; y por otro, el marco simbélico en el que se ejerce esa regla demo- cratica, La novedad de la democracia moderna, lo que la convierte en propiamente «moderna» es que, tras el advenimiento de la «tevo- lucién democratica», el viejo principio democratico de que «el po- der debe ser ejercido por el pueblo» vuelve a emerges, pero esta vez en un marco simbélico coafigurado por el discurso liberal, con su enérgico énfasis en el valor de la libertad individual y los derechos humanos. Estos valores son los valores nucleares de la tradicién li- beral y son constitutivos de le visién moderna del mundo. Sin em- bargo, no deberiamos considerarlos como parte inseparable de la tradicién democsética, cuyos valores centrales ~igualdad y sobera- nfa popular~ son diferentes. De hecho, la separacién entre la ighe- sia y el Estado, entre el Ambito de lo piblico y el de lo privado, ast como ia propia idea del Rechisstaat, que es central para la politica del liberalismo, no encuentra su origen en el discurso democratico sino que proviene de otro sitio. or consiguiente es crucial comprender gue, con la democracia moderna, hemos de encarar una nueva forma politica de sociedad cuya especificidad emana de la articulacién entre dos tradiciones diferentes. Por un lado tenemos la tradiciéa liberal constitaida por cl imperio de la ley, la defensa de los derechos humanos y el respe- toa la libertad individual; por otro, Ia tradicién democritica cuyas ideas principales son las de igualdad, identidad entre gobernantes y gobernados y soberania popular. No existe una relacién necesa- ria entre estas dos tradiciones distintas, sélo una imbricacién his térica contingente. A través de esta imbricacién, tal como le gus- ta subrayar a C. B. MacPherson, e! liberalismo se democratiz6 y la democracia se liberaliz6, No olvidemos que, aunque hoy en dia tendemos a dar por supuesta Ia excistencia de un vinculo entre el li- beralismo y la democracia, su unién, lejos de haber constituido un proceso fluido, a sido el resultado de enconadas pugnas. Muchos liberales y muchos demécratas eran perfectamente conscientes del conflicto entre sus respectivas logicas asi como de los limites que la democracia liberal imponia a la realizacién de sus propios objeti- vos. De hecho, ambos bandos siempre han tratado de interpretar sus normas del modo mas conveniente para sus propésitos. Desde ‘rRoOUCHEN / 2 ua punto de vista te6rico, algunos liberales como Hayek han argu- mentado que «la democracia [es] esencialmente un medio, un dis- positivo utilitarista para salvaguardar la paz interior y la libertad individual>,? «til miencras no ponga en peligro las instituciones li- berales, pero rapidamente prescindible siempre que lo haga. Otros liberales han seguido una estrategia diferente, argumentando que sila gente decidiera «de un modo racional» seria imposible que fue- sen contra los detechos y las libertades, y que, silo hicieran, su de- cisi6n no deberfa considerarse legitima, En el otro bando, algunos demécratas se han mostrado muy dispuestos a descartar las insti- ‘uciones liberales por considerarlas «libertades formales burguesas», ast como a luchar por su sustitucién por aquellas formas directas de la democracia mediante las cuales puede expresarse sin obs- taculos la voluntad de las personas. La tendencia dominante en nuestros dias consiste en conside- rar la democracia de una forma que la identifica casi exclusivamen- te con el Rechissiaat y la defensa de los derechos humanos, dejando 2 un lado el elemento de soberania popular, que es juzgado obso- leto. Esto ha creado un «déficic democrético» que, dado el papel central desempefiado por la idea de soberanfa popular en el imagi- nario democritico, puede tener efectos muy peligrosos sobre Ia leal- tad mostrada a las instituciones democréticas. La propia legitimi- dad de la democracia liberal se basa en la idea de la soherania popular y, tal como indica la movilizaci6n de esta idea por parte de los politicos populistas de derechas, seria un grave error considerar que ha llegado ef momento de renunciar a ella. Las instituciones li- berales democraticas no deberfan tomarse como un elemento ga- rantizado: siempre es necesario robustecerlas y defenderlas. Esto exige aprehender su dindmica especifica y reconocer la tensién que se deriva de los efectos de sus distintas légicas. Sélo aceptando la paradoja democratica podremos considerar el modo de enfrentar- nos a ella. Tal y como aclara mi examen de las tesis de Carl Schmitt en el capitulo 2, la légica democrdtica siempre implica la necesidad de trazar una linea divisoria entre «ellos» y «nosotros», entre aquellos que pertenecen al «demos» y aquellos que se encuentran fuera de él. Esta es la condicién para el ejercicio mismo de los derechos demo- 2. E Hayek, The Road to Serfdom, Londres, 1944, pg. 52 (Trad. cast Cami no de servidtobre, Made, 2000; 22 (La PaRabos DewocRincs craticos. Una condicién que crea necesariamente una tensién con cl énfasis liberal en el respeto de los «derechos humanos», dado que no existe garantia de que una decisi6n adoptada mediante procedi- mientos democréticos no termine vulnerando algunos derechos ya existentes. En una democracia liberal se ponen siempre limites al cjercicio de la soberania del pueblo. Estos limites se presentan por Jo comtin como un elemento que define el propio marco para el respeto de Jos derechos humanas y como algo no negociable. De hecho, debido a que dependen de! modo en que se definan e inter- preten los «derechos humanos» en un momento dado, son la expre~ sion de una hegemonia prevaleciente y, por consiguiente, objeto de debate. Lo que no puede ser objeto de discusién en una democra- cia liberal es la idea de que es leg(timo establecer limites para la so- berania popular en nombre de la libertad. De ahi su naturaleza pa- radéjica. Un argumento central de este libro es el que afirma que resulta vital para la politica democrética comprender que la democeacia li- beral es el resultado de la articulacion de dos logicas que en tiltima instancia son incompatibles, y, que no hay forma de reconciliarlas sin imperfeccién. O bien, por decirlo a la manera de Witrgenstein, que hay una tensiGn constitutiva entre sus respectivas «gramat cas», una tensién que nunca puede superarse, sino tinicamente ne- gociarse de distintos modos. Esta es la raz6n de que el régimen liberal democrético haya sido objeto de constantes pugnas, pugnas que han constituido la fuerza impulsora de los desarrollos politicos ¢ histéricos. La tensiéa entre sus dos componentes s6lo puede esta- bilizarse temporalmente mediante negociaciones pragmaticas entre fuerzas politicas, y dichas negociaciones siempre establecen la hege- monia de una de ellas. Hasta hace poco, la existencia de fuerzas ‘opuestas se reconocia abiertamente, y s6lo en nuestros dias, cuando la propia idea de una posible alternativa al orden existente ha que- dado desacreditada, la estabilizacion lograda durante el periodo de hegemonia del neoliberalismo -con su muy especifica interpreracién de cuéles son los derechos importantes y no negociables- aparece practicamente libre de todo cuestionamiento. Una vez que se da por supuesto que la tensién entre la igualdad y la libertad no puede reconciliarse y que s6lo pueden existir for- mas hegeménicas contingentes de estabilizacién del conflicto, se ve claramente que, tan pronto como desaparece la propia idea de al- ternativa a la configuracién existente de poder, lo que desaparece ue supanunci / 23 con ella es la propia posibilidad de una forma legitima de expre- sidn de las resistencias que se alzan contra las relaciones de poder dominantes. Fl statu quo queda naturalizado y transformado en el modo en que «realmente son las cosas». Esto es, por supuesto, lo que ha sucedido con el actual Zeitgeist, la denominada «tercera via», que no es mas que Ia justificacion que realizan los socialde- mécratas de su capitulacién ante una hegemonia neoliberal cuyas relaciones de poder no cuestionan, y ante la cual se limitan a reali- zar tinicamente algunos pequeiios ajustes con los que contribuir a que la gente haga frente a aquello que se considera el ineludible des- tino de la «globalizacién». Quiero subrayar que mi propésito en los ensayos recogids en este volumen es a un tiempo politico y teérico. Desde el punto de vista politico, lo que me guia es la conviccion de que la incuestio- nada hegemonta del neoliberalismo representa una amenaza para las instituciones democraticas. Los dogmas neoliberales sobre los inviolables derechos de propiedad, las omnicomprehensivas vir~ trades del mercado, y los peligros de interferir con su légica, consti- ruyen en nuestros dias el «sentido comtin» imperante en las socie- dades liberal-democraticas y estan teniendo un profundo impacto en la izquierda, ya que muchos partidos de izquierdas se estan des- plazando hacia la derecha y redefiniéndose eufemisticamente como «centro izquierda». De un modo muy similar, la tercera via de Blair yeel «neue Mitte>* de Schrdder, ambos inspitados por la estrategia de de Clinton, aceptan el terreno de juego esta- blecido por sus predecesores neoliberales. Incapaces de 0 no dis- puestos a~ ver ninguna alternativa a la presente disposicién hege- ménica, abogan por una forma de politica que pretende situarse «mds alld de la izquierda y la derecha», categorias que se presentan como obsoletas. Su objetivo es la creacién de un «consenso de cen- tro», cosa que, segiin se declara, es el tinico tipo de politica adap- tado a la nueva sociedad dela informacién, mientras se desacredita a todos aquellos que se opongan a este proyecto «modernizador» tildandolos de «fuerzas conservadoras>, Sia embargo, como he de mostrar en el capitulo 5, cuando rascamos la superticie de esta re- t6rica percibimos enseguida que, de hecho, se ha limitado sim- plemente a abandonar la tradicional lucha de la izquierda por la * Literalmente, el cnuevo ceatzor. (N. del) 24 J pnvbou oewocnancs igualdad. So pretexto de repensar y poner al dia las exigencias de- mocréticas, sus llamamientos a la «modernizaci6n», a la «flexibili- dad» y a la «responsabilidad» encubren su negativa a considerar las reivindicaciones de los sectores populares, que quedan excluidos de sus prioridades politicas y sociales. Aiin peos, esas reivindicaciones se rechazan como «antidemocraticas», «retrdgradas» y residuos de un «viejo proyecto de la izquierda» hoy ya completamente desacre- ditado. En este mundo cada vez més «unidimensional» en el que cualquier posibilidad de transformaci6n de las relaciones de poder hha quedado eliminada, no es sorprendente que los partidos popu- listas de derechas estén protagonizando significativos avances en varios paises. En muchos casos, son los tinicos que denuncian el «consenso de centro» y tratan de ocupar el terreno de la lucha que ha abandonado la iaquierda. Particularmente preocupante es el hecho de que muchos sectores de la clase trabajadora sientan que sus in- tezeses estén mejor defendidos en manos de esos partidos que en manos de los socialdemécratas. Al haber perdido fe en el tradicio- nal proceso democrdtico, son un blanco facil para los demagogos de Ja derecha. La situacién politica que cabamos de describir,caracterizada por el ensalzamiento de los valores de una politica de consenso centrista, es lo que vertebra mi indagacién teérica. Esta es la raz6n de que ponga un énfasis especial en las consecuencias negativas de considerar el ideal de la democracia como Ja realizacién de un «consenso racional», asi como en la correspondiente ilusién de que la derecha y la izquierda han dejado de constituir categorias perti- nentes para la politica democratica. Estoy convencida, contraria: mente a las pretensiones de los te6ricos de la tercera via, de que el borramiento de Jas fronteras entre la izquierda y la derecha, lejos de constituir un avance en una direccién democrdtica, es una for- ma de comprometer el futuro de la democracia. ‘Mi propésito en esta obra es examinar el modo en que la teo- ria politica puede contribuir a superar el actual punto muerto y a ‘rear algunas condiciones para una posible solucién a la dificultad cen la que nos encontramos. Una parte significativa de mi reflexién escriba en poner en primer plano las carencias del enfoque domi: nante en la teorfa democratica que, seguin sostengo, es incapaz de proporcionar las herramientas necesarias para llevar a cabo este ‘empeiio. Al examinar los problemas de este enfoque, llego a la con- clusién de que el «modelo de consenso» sobre la democracia que sRooUGCGN J 25 informa tanto a las teorias de la «democracia deliberativa» como a las propuestas en favor de una «politica de tercera via» es incapaz ¥ de aprehender Ja dindmica de la politica democrdtica moderna, que es lo que subyace a Ja confrontacién entre los componentes del binomio liberal democrdtico. En otras palabras, ¢s la incapaci- dad de los tedricos y los politicos democraticos para reconocer la paradoja cuya expresién es la politica liberal democratica lo que se ‘encuentra en el origen de su equivocado énfasis en el consenso y lo que sostiene su creencia de que el antagonismo puede ser erradica- do. Es este déficit lo que impide la elaboracién de un modelo ade- cuado de politica democritica.’ En el terreno de la teoria politica, esto es particularmente e1 dente en los recientes esfuerzos realizados por John Rawis y Jigen * Habermas para reconciliar la democracia con el liberalismo, es- fuerzos que se examinan en el capitulo 4. Ambos autores preten- den haber encontrado la solucién al problema concerniente a la compatibilidad de la libertad y la igualdad, que ha venido acom- paiiando al pensamiento liberal democratico desde sus comienzos. No hay duda de que las soluciones que proponen son distintas, pero comparten la creencia de que a través de los adecuados pro- cedimientos deliberativas deberia ser posible superar el conflicto entre los derechos individuales y las libertades, por un lado, y las demandas de igualdad y participacién populas, por otro. Segiin Habermas, este conflicto deja de existir tan pronto como uno se percata dela «cooriginalidad» de los derechos humanos fundamen- tales y la soberania popular. Sin embargo, como sefialo, ni Rawls ni Habermas son capaces de ofrecer una soluciéa satisfactoria, ya que uno y otro terminan privilegiando una dimension sobre la otra: el liberalismo en el caso de Rawis, la democracia en el caso de Habermas. Desde luego, dada la imposibilidad de una reconcilia- 3. Una ver ms, mi reflexisn enlaza con el trahajo de William Connolly, quien “en IdentinyDiffrence ithaca, 1991) y The Ethos of Palization (Minneapolis, 1995}- aargumenta en favor de una «politica de la paradojev. Pese a que pongamos el acen- to.enaspectosdistintos, dado que Connolly estéparticulacmente interesado en poner sobte el tapete lo que él llama la «paradoja de le diferencia», micatras que a mi me preocupa esencialmente la paradoja de la democracia liberal, auestcs enfogues con vergen en un buen niimero de puntos importantes. Ambos consideramos que es vital pare una politica plualista democrética exponer y econocer las paradojas en vez de intentar ocultarlas o trascendeslas mediante Iamamientos ala racionalidad o la co rmanidad, 26 /.a anabaun cewoceénca i6n iltima entre las dos légicas que constituyen la democracia li- beral, era de esperar que se produjese este fracaso, y ya es hora de gue la teorfa politica democratica abandone este tipo de biisqueda estéril. S6lo adaptandonos a su parad6jica naturaleza estaremos en situaci6n de considerar adecuadamente la moderna politica demo- ‘ratica, no como la biisqueda de un inaccesible consenso ~fuese ‘cual fuese el procedimiento mediante el que se pretendiera alcan- zatlo-, sino como una «confrontacién agonistica» entre interpre- taciones conflictivas de los valores constitutivos de una democracia liberal. En esa confrontacién, la configuracién izquicrda/derecha esempeiia un papel crucial, y Ia ilusion de que la politica demo- cratica podrfa organizarse sin estos dos polos sélo puede tener con- secuencias desastrosas. En el capitulo 4 propongo «redescribir> ipor decirlo al modo de Rorty} la democracia liberal en términos de «pluralismo agonisti- co», Sostengo que este es el mejor modo de reconocer la tensién entre sus elementos constitutivos y de reconducirlos de forma pro- ductiva, Por consiguiente, discrepo de aquellos que declaran que la aceptacién de la imposibilidad de reconciliar ambas tradiciones nos obliga a respaldar el mordaz veredicro de Carl Schmitt sobre la de- ‘mocracia liberal, a saber, su tesis de que no es un régimen viable, dado que el liberalismo niega la democracia y que Ja democracia niega el liberalismo. Pese a que considero que la critica de Schmitt >rinda importantes ideas y que deberfa ser tomada en serio, mi po- sicién, desarrollada en cl capitulo 2, consiste en que este cardcter en tiltimo término irreconciliable no debe entenderse necesaria~ mente ai modo de una contradiccién, sino como locus de una pa- radoja. Yo sostengo que, pese a que Schmitt tiene razén al destacar las diferentes formas en que la légica universalista liberal se opone al concepto democritico de igualdad y a la necesidad de constituir politicamente un «demos», no estamos obligados a renunciar a una de las dos tradiciones. Considerar su articalacién como el resultado de una configuracién paradéjica permite visualizar la tensién entre am- bas légicas de un modo positivo, en Iugar de verla como algo que conduce a una contradiccién destructiva. Ea vez de eso, sugiero que cl hecho de reconocer esta paradoja nos permite comprender cual es la auténtica fuerza de la democracia liberal. Al desafiar constantemente las relaciones de inclusi6n/exclusién que implica la constitucién politica «del pueblo» ~necesaria para el gjercicio de la democracia-, el discurso liberal de los derechos hu- ne rmooucce 27 manos universales juega un importante papel en mantener viva la lucha democrética. Por otra parte, sélo gracias a la légica demo- cratica de la equivalencia es posible trazar unas fronteras y esta~ blecer un demos, sin el cual no seria posible ningiin ejercicio real de los derechos. Bs preciso subrayar, no obstante, que esta tensién entre demo- cracia y liberalismo no deberia concebirse como una tensién existen- te entre dos principios enteramente externos el uno al otro, entre principios que establecen entre ellos simples relaciones de nego- ciacién, Si la tensién se concibiese de este modo, se habria insti- tuido un dualismo muy simplista, En vez de eso, la tensién deberia considerarse no como algo que crea una relacién de negociacion, sino como algo que crea una relacién de contaminacién, en el sen- tido de que, una ver que se ha efectuado la articulacién de los dos principios ~incluso en el caso de que se haya hecho de forma pre- ‘aria~, cada uno de ellos cambia Ia identidad del otro. Los regime- nes de identidades colectivas que resultan de este proceso de articu- lacién son conjuntos cuyas configuraciones son siempre algo mas que la suma de sus elementos internos. Como siempre ocurre en la vida social, hay una dimensién «gestaltica» que es decisiva para comprender la percepcién y la conducta de los sujetos colectivos. La visualizacién de la dindmica de la politica liberal democri- tica como el espacio de una paradoja cuyo efecto estriba en impe- dir tanto el cierre total como Ja diseminacion completa, posibilidad que esta inscrita en la gramética de la democracia y ef liberalismo, una visualizacién que abre muchas posibilidades interesances. Sin duda, al impedir el pleno desarrollo de sus respectivas légicas, esta articulacién representa un obstaculo para su completa realiza- idn; tanto la perfecta libertad como la perfecta igualdad se vuel- ven imposibles. Sin embargo, esta es la condicién de posibilidad misma para una forma pluralista de la coexistencia humana en Ja que puedan exist y ejercerse los derechos, donde la libertad y la igualdad puedan arreglrselas para coexistir de algiin modo. Este tipo de comprensién de la democracia liberal, sin embargo, es pre cisamente lo que impide el enfoque racionalista que, en vez de re- conocer la imposibilidad de erradicar esta tensi6n, trata de encon- tear formas de eliminarla. De ahf la necesidad de renunciar a la ilusién de que pudiera llegar a producirse un consenso racional allf donde esa tensién se hubiera logrado eliminar, de ahi también la ne- cesidad de comprender que la politica pluralista democratica con- 28 /wa peapoua DEMERATICA siste en una serie de formas pragmiticas, precarias y necesariamen- te inestables de negociar su inherente paradoja. Esta aceptacién de la paradéjica naturaleza de la democracia li- beral exige romper con la perspectiva racionalista dominante y re- quiere un marco te6rico que reconozca la imposibilidad de constituir una forma de objetividad social que no esté fundada en una exclu- sidn original, Esta es la raz6n de que el bilo conductor de mi ar- gumentaci6n para una adecuada comprensin de la democracia consista en destacar la importancia de un enfoque no esencialista, deudor del posestructuralismo y de la deconstruccién. Una tesis clave de mi trabajo ha sido, durante algiin tiempo, la de que un en- foque racionalista esta condenado a permanecer ciego a la dimen- sién de antagonismo de «lo politico», y también he afirmado que esta omisi6n ha tenido consccuencias muy serias para la politica democratica. Esta perspectiva ya quedé expuesta en Hegemonia y estrategia socialista' y en El retorno de lo politico,’ y varios capi- tulos ce este libro son una continuaci6n de aquellos andlisis. En el capitulo 3, examino igualmente lo que considero que es una con- tribucién muy importante 2 [a elaboraci6n de un enfoque no ra- cionalista de la teoria politica. Sugiero que en el iiltimo Witegens- tein encontramos muchas intuiciones que pueden utilizarse para abordar la cuestién de que la lealtad a los valores democraticos no se crea mediante una argumentacién racional sino a través de un conjunto de juegos del lenguaje que construyen formas democrati- cas de individualidad. Contra la actual biisqueda ~desde mi punto de vista, profundamente equivocada-, de una legitimidad fundada on [a racionalidad, la posicion de Wittgenstein, segin la cual el acuerdo se alcanza a través de la participacién en las formas de la vida comén, al modo de un «Finstimmung», y no de un «Einvers- tand, representa una perspectiva pionera. Igualmente importante para un enfoque auténticamente pluralista es su concepto de «seguir tuna regla» que, de acuerdo con mi argumentacién, puede ayudar- nos a visualizar la diversidad de modos en que puede jugarse el jue- g0 demoeratico. 4. Emesto Laclau y Chaatal Moutle, Hegemony and Socialis Strategy: Tewards 4 Radical Democratic Politics, Londees, 1985. [Trad. cast: Hegemonia y estrategia socialsta, Madsid, Siglo XI, 1987.) 5. Chantal Mouffe, The Renert of the Political, Londres, 1993. (Trad. ca retorno de lo politico, Barcelons, Paidée, 1999.) a ot innroouecen / 29 Fl trabajo de Jacques Derrida también es relevante para mi pro- yecto, En este caso, es la nocién de un «exterior constitutivo» lo que me ayuda a destacar la utilidad de un enfoque deconstructivo para aprehender el antagonismo inherente a toda objetividad, asi como a subrayar el cardcter central de la distincién entre nosotros y ellos en Ja constitucién de las identidades politicas colectivas. Con el fin de evitar cualquier equivoco, sefialaré que el «exterior constitutive» 20 puede reducirse a una negacién dialéctica. Para ser un auténtico ex- terior, dicho exterior tiene que ser inconmensurable con el interior y, al mismo tiempo, condicién para su surgimiento. Esto s6lo es posi- ble silo que esta «fuera» no es simplemente el exterior de un conte- nido concreto, sino algo que pone en cuestién la «concrecién» como tal. Esto es lo que implica la nocién derridiana de un «exterior cons- titutivo»: no un contenido que resulte afirmado/negado por otro contenido que seria simplemente su opuesto dialéctico -lo que si ocu- ria si sélo estuviéramos diciendo que no existe un «nosotros sin un «ellos»; sino un contenido que, al mostrar el cardcter radicalmente indecidible de la tensiGn de su constitucién, haga de su propia posi- tividad una funcidn del simbolo de algo que la supera: la posibilidad/ imposibilidad de la positividad como tal. En este caso, el antagonis- mo no se puede reducir un simple proceso de inversién dialéctica: el «ellos» no es el opuesto constitutivo de un «nosotros» concreto, sino el simbolo de aquello que hace imposible cualquier «nosotros». Concebido de este modo, el exterior consticutivo nos permite abordar las condiciones de emergencia de un antagonismo. Este surge cuando dicha relacién entre el nosotros y el ellos, que hasta entonces sélo habta sido percibida como una simple diferencia, em- pieza @ considerarse como la que existe entre un amigo y un ene- migo. A partir de ese momento, se convierte en el focus de un an- tagonismo, es decir, se convierte en algo politico (en el sentido que da Schmitt al término). Silas identidades colectivas sélo pueden es- tablecerse segrin el modo del nosotrosellos, esta claro que, dadas ciertas condiciones, siempre podrén ser transformadas en relacio- ‘nes antagénicas. Por consiguiente, el antagonismo nunca puede ser climinado y constituye una posibilidad siempre presente en la poli- tica. Una tarea clave de la politica democrética consiste por tanto en crear las condiciones capaces de hacer que la aparicién de tal posibilidad sea mucho menos probable. El objetivo del proyecto del «pluralismo agonistico» que se per fila en el capitulo 4 estriba precisamente en considerar la politica [30/14 Pnaooun venocséncs desde este tipo de perspectiva. Un primer paso en mi argumenta- ci6n consistird en afirmar que la oposicién amigo/enemigo no es la nica forma que puede adoptar el antagonismo y que éste puede manifestarse de otro modo. Esta es la razén de que proponga dis- tinguir entre dos formas de antagonismo, el antagonismo propia- mente dicho —que es el que tiene lugar entre enemigos, es decir, en- te personas que no tienen un espacio simbélico comin-, y lo que yo llamo «agonismo>, que es una forma distinta de manifestacién del antagonismo, ya que no implica una relacin entre enemigos sino entre/cadversariosy, término éste que se define de modo para- déjico como «enemigos amistosos», esto es, como personas que son amigas porque comparten un espacio simbdlico comin, pero que también son enemigas porque quieren organizar este espacio sim- bélico comtin de un modo diferente. Considero la categoria de «adversario» como la clave para con- cebir Ia especificidad de la politica pluralisia y democratica mo- demna, y es una categoria que se encuentra en el centro mismo de mi comprensi6n de la democracia como «pluralismo agonistas. Ade- mas de permitirme rebatir el argumento de Schmite sobre el carécter contradictorio de la idea de democracia pluralista, también me ayuda a poner en primer plano tanto las limitaciones de los te6ri- cos de la «democracia deliberativa» como las de la politica del se- dicente «centro radical». En el capitulo 1, por ejemplo, examino la versién mas reciente del liberalismo politico de Rawls y muestco Jas implicaciones problematicas que supone para un enfoque plu- ralista de su concepto de «sociedad bien ordenada». Sugiero que uno de sus principales puntos débiles es precisamente el hecho de que tiende a borrar el propio lugar que ocupa el adversario, expulsando de este modo cualquier oposicion legitima de la esfera publica de- mocratica. En el plano politico, se observa un fenémeno similar en el caso de la «tercera via», que es abordado en el capitulo S. Argumento que es una «politica sin adversario» que pretende que todos los in- tezeses pueden reconciliarse y que todo ef mundo -suponiendo, por supuesto, que se identifique con «el proyecto» puede formar par- te «del pueblo». Con el fin de justificar Ia aceptacién de la actual hegemonia neoliberal -y pretender al mismo tiempo seguir siendo radical-, la «tercera via» pone en marcha un concepto de la politi- ca que ha evacuado la dimensién del antagonismo y que postula la existencia de un «interés general del pueblo» cuya puesta en préc- } ssupoRLDCON / 31 tica supera la anterior forma de resolucién de contflictos basada en la dicotomia ganadores/perdedores. El trasfondo sociolégico de esta tesis sostiene que el ciclo de la politica dela confrontacién que se ha mostrado predominante en Occidente desde la Revolucién Francesa ha llegado a su fin. La distincidn emure izquierdas y dere- chas aparece ahora como irrelevante, ya que estaba vinculada a una bipolaridad social que ha dejado de existiz. Para teéricos como “Anthony Giddens, la division entre la iquiesda y la derecha ~que é1 identifica con la oposicién entre una democracia social al viejo estilo y un fundamentalismo de mercado cs una herencia de la «modernizacién simple», y debe sez teascendida, En un mundo globalizado marcado por el desarrollo de un nuevo individualis- mo, la democracia debe volverse «dialégica>. Lo que necesitamos es una «vida politica» capaz de llegar a las diversas deas de la vida personal, creando una «democracia de las emociones>. 1Lo que falta en esta perspectiva es alguna compreasion de las relaciones de poder que estructuran las sociedades posindustriales contemporéneas. Nadie niega que cl capitalismo se haya transfor- mado radicalmente, pero eso no quiere decir que sus efectos se ha- yan vuelto més benignos; lejos de es0. Quiz hayamos abandonado la idea de una alternativa radical al sistema capitalista, pero incluso una socialdemocracia renovada y modernizada ~que ¢s lo que pre- tende ser la tercera via~ debera desafiar las trincheras de riqueza y poder de la nueva clase de gestores si quiere alumbrar una sociedad iis justa y responsable. El tipo de unanimidad social que constitu- ye la marca de Fabrica del blairismo s6lo conduce al mantenimiento de las jerarquias existentes. Ninguna cantidad de didlogo o de pré- dica moral lograra persuadir jamds a la clase dirigente de que re- nuncie a su poder. Fl Estado no puede limitarse (inicamente a tratar Jas consecuencias sociales de los defectos del mercado. Sin duda, hay muchas cuestiones nuevas que una politica para a emancipacién debe abordar. Para considerar la creacién de una nueva hegemonfa es preciso redefinie la concepci6n tradicional que se tiene de la izquierda y la derecha; sin embargo, sea cual sea el con tenido que demos a estas categorias, hay una cosa segurat estamos en una época en Ia que uno debe decidir en qué lado de la con- frontacién agonistica se sitda. Lo especilico y valioso de la demo- cracia liberal moderna es que, si es estudiada adecuadamente, crea un espacio donde esa confrontacién se mantiene abierta, donde las telaciones de poder estdn siempre cuestionéndose y ninguna de elas. 32,/.A PRADA DewocninCs puede obtener la victoria final. Sin embargo, este tipo de democra- cia exige la aceptacién de que el conflicto y la division son inherentes a la politica y de que no hay ningtin lugar en el que pueda alcanzarse definitivamente una reconciliacién en el sentido de una plena actualizaci6n de la unidad del «pueblo». Imaginar que la democracia pluralista podria llegar a ser algiin dfa un sistema per- fectamente articulado es transformaria en un ideal que se refuta a simismo, ya que la condicién de posibilidad de una democracia plu- ralista es al mismo tiempo la condicin de imposibilidad de su per- fecta puesta en practica. De ahf la importancia de reconocer su na- turaleza paradéjica. LA DEMOCRACIA, EL PODER Y «LO POLETICO> En las tiltimas décadas, categosias como la de «naturaleza hu- mana», «raz6n universal» y «sujeto racional aut6nomo» han sido cuestionadas cada vez més. Desde diferentes puntos de vista, di- versos pensadores han criticado las ideas de una naturaleza huma- na universal, de un canon universal de racionalidad a través del cual pudieca conocerse la naturaleza humana, y también kan criti- ado la posibilidad de una verdad universal incondicional. Esta cr: tica del universalismo y el racionalisma ilustrado ~que a veces re- cibe el nombre de «posmoderna»~, ha sido presentada por algunos autores, como Jiirgen Habermas, como una amenaza para el pro- yecto democratico moderno. Estos autores consideran que el laz0 existente entre el ideal democratico de Ia Tlustraci6n y su perspec tiva racionalista y universalista es de tal naturaleza que al rechazar esto iiltimo necesariamente se pone en peligro lo primero. En este capitulo quiero mostcar mi desacuerdo con este punto de vista y defender la tesis opuesta. De hecho, voy a plantear que s6lo en el contexto de una teoria politica que tenga en cuenta lac tica del esencialismo, critica que considero constituye la contribu- cién decisiva del llamado enfogue «posmoderno>, es posible for- mula los objetivos de una politica democrética radical dejando al mismo tiempo margen para la proliferacién contemporanea de pacios politicos y para la multiplicidad de exigencias democraticas.* 1. Hesedialado en varias ocasioncs los insinceros una iniciativa gue consite en mezclar el posestructuralismo con el posmodernismo, ¥ no repetiré aqul ese argumen- 10. Recordaré simplemente que el antiesencialismo que respaldo, lejos de quedar ras- twingido al posestructeralismo, consticuye el punto de convergencia de muchas co- ert de pensamieato diferentes y puede por tanto encontarse en autores tan distincos como Derrida, Rorty, Witgenstein, Heidegger, Gadamer, Dewey, Lacan y Foucault 36 /unpinacoun oemocnsTOs Pluralismo y democracia moderna Antes de desarrollar mi axgumentaci6n, quisiera hacer unas ‘cuantas observaciones para especificar el modo en que concibo la democracia liberal moderna. En primer lugar, considero que es importante distinguir la democracia liberal del capitalismo de- mocratico y entenderla en términos de lo que la filosofia politica clasica conoce como régimen, una forma politica de sociedad que se define exelusivamente en el plano de lo politico, dejando a un Jado su posible articulacion con un sistema econémico. La demo- cracia liberal -en sus diversas denominaciones: democracia cons- titucional, democracia representativa, democracia parlamentaria, democracia moderna-no es la aplicacién del modelo democratic a un contexto mas ampli, como lo entienden algunos; entendi- dda como régimen concierne al ordenamiento simbdlico de las re- laciones sociales y es mucho mas que una mera «forma de go- bierno». Es una forma especifica de organizar politicamente la coexistencia humana, lo que se produce como resultado de la ar- ticulacién entre dos tradiciones diferentes: por un lado, el libera- lismo politico (imperio de {3 ley, separacién de poderes y derechos individuales) y, por otro, la tradicién democratica de la soberania popular. En otras palabras, la diferencia entre la democracia antigua y Ja moderna no es una diferencia de tamafio sino de naturaleza. La diferencia crucial reside en la aceptaci6n del pluralismo, que es constitutivo de la democracia liberal moderna. Por «pluralismo» entiendo el fin de la idea sustantiva de Ia vida buena, lo que Claude Lefort lama «la disoluci6n de los marcadores de cestidumbre>. Ese reconocimiento del pluralismo implica una profunda transforma- cién del ordenamiento simbolico de las relaciones sociales. Este es tan elemento que se halla totalmente ausente cuando uno se refiere, como John Rawls, al hecho del pluralismo. Existe por supuesto un hhecho, que es el de la diversidad de las concepciones de lo bueno que observamos en una sociedad liberal. Pero la diferencia impor- tante no es una diferencia empirica; es una diferencia relativa al plano simbélico. Lo que esta en juego es la legitimacién del con- flicto y la divisién, la emergencia de la libertad individual y la afir- macién de igual libertad para todos. Una vez que se ha reconocido que el pluralismo es el rasgo que define a la democracia moderna, podemos preguntat cual es el me- {A DEMOCRADA, EL PODER ¥ «0 PoUCD> 37 jor modo de abordar el alcance y la naturaleza de una politica de- mocratica pluralista. Mi opinién es que un proyecto democrético radical informado por el pluralismo slo puede formularse ade- cuadamenté en el contexto de una perspectiva segtin la cual la «di- ferencia» se interpreta como condicién de la posibilidad de set. De hecho, sugiero que todas las formas de pluralismo que dependan de una Logica de fo social que implique la idea del «ser como pre- sencia» y considere la «objetividad> como algo perteneciente a «las propias cosas» llevan necesariamente a la reduccién dela pluralidad yen iiltimo término, a su negacidn. Este es de hecho el caso de las principales formas de pluralismo liberal, que generalmente empie- zan destacando lo que llaman «el hecho del pluralismo» y después pasan a buscar procedimientos para abordar esas diferencias sin re- parar en que el objetivo de dichos procedimientos es en realidad vol- ver irrelevantes las diferencias en cuestién y relegar el pluralismo a la esfera de lo privado. Por el contrario, considerado desde una perspectiva te6rica an- tiesencialista, cl plusalismo no es meramente un hecho, algo que debamos soporcar a regafiadientes o tratar de reduc, sino un prin- ipio axiolégico. Se juzga constitutivo, en el plano conceptual, de la naturaleza misma de la democracia moderna, y es concebido como algo que deberiamos festejar y promover. Esta es la razén por la que el tipo de pluralismo que voy a invocar proporciona un es- tatuto positivo a las diferencias y cuestiona, en cambio, el objetivo de unanimidad y homogeneidad, que siempre se revela ficticio y ba- sado en actos de exclusién. ‘No obstante, este punto de vista no permite un pluralismo total, yes importante teconocer los limites que debe poner ai pluralismo tuna politica democrética que se proponga plantear ua desafio a una amplia gama de relaciones de subordinacion. Por consiguiente es necesario distinguir la posicién que estoy defendiendo aqui del tipo de pluralismo extremo que subraya la heterogeneidad y la incon- mensurabilidad, pluralismo extremo -entendido como valorizacién de todas las diferencias~ segin el cual la pluralidad no deberia te- ner limites. A pesar de su pretensién de ser mas democrdtica, con- sidero que esa perspectiva nos impide reconacer el modo en que ciertas diferencias se construyen como relaciones de subordinacién ys en consecuencia, deberian ser cuestionadas por una politica de- mocrdtica radical. Slo hay una multiplicidad de identidades sin ningiin denominador comin, y es imposible distinguir entre las di- [38 /LApaRaDOM pemoKRA NCA ferencias que existen pero no deberian existir y las diferencias que ao existen pero deberian exist. Lo que este tipo de pluralismo pasa por alto es la dimensién de lo politico. Las relaciones de poder y los antagonismos resultan bo- rrados y nos quedamos con la caracteristica ilusin liberal de un pluralismo sin antagonismo. De hecho, aunque tiende a ser muy crftico con el liberalismo, este tipo de pluralismo extremo, debido a su rechazo de cualquier intento de construir un «nosotros», una identidad colectiva capaz de articular las exigencias presentes en las diferentes luchas contra le subordinacidn, reproduce el escamoteo liberal de lo politico. Negar la necesidad de una construccién de estas identidades colectivas, y concebir la politica democratica exclusiva- mente en términos de la lucha de una multiplicidad de grupos de interés, o de minorias, por la afirmacion de sus derechos, es perma- necer ciego a las relaciones de poder. Es ignorar los limites que im- pone 2 la extensi6n de la esfera de los derechos el hecho de que al- ‘gunos de los derechos existentes hayan sido construidos sobre la misma base de la exclusi6n subordinacién de otros. Pluratismo, poder y antagonismo Alaceptar el pluralismo, lo que est realmente en juego es el po- der y el antagonismo, asf como su caracter ineliminable. Esto slo puede comprenderse desde una perspectiva que ponga en cuestion el objetivismo y el esencialismo que son dominantes en la teoria democratica. En Hegemonia y estrategia socialista; sefialamos las grandes Iineas de un enfoque que sostiene que toda objetividad social esta constituida por actos de poder. Esto significa que toda objetividad social es en sltimo térmaino politica y debe mostrar las huellas de los actos de exclusién que rigen su constitucién; de fo que, siguiendo a Derrida, puede llamarse su «exterior constivativo>. Este punto es decisivo. Debido a que todo objeto lleva inscrito ‘en su propio ser algo distinto de si mismo y a que, en consecuencia, todo se constraye como diferencia, su sex no puede concebirse como pura «presencia» u «objetividad». Dado que el exterior cons- titutivo esté presente en el interior del interior como su posibilidad 2. Eenasto Laclau y Chantal Mouffe, Hogemaniay estratepia socialists, Madrid, Siglo XX1, 1987. ue Ui pewoorsc, pane ¥ 0 PeLICO»/ 39 siempre real, toda identidad resulta puramente contingente, Esto implica que no deberiamos concebir el poder como una relacién ex- tema que tiene lugar entre dos entidades previamente constituidas, sino més bien como un elemento constituyente de las propias iden- tidades. Este punto de confluencia entre la objetividad y el poder es Io que hemos llamado «hegemonia». Cuando consideramos ia politica democratica desde este punto de vista antiesencialista, podemos empezar a comprender que, para que exista la democracia, ningiin agente social deberia poder re- clamar dominio alguno sobre el fundamento de la sociedad. Esto significa que la relacion entre los agentes sociales sdlo se vuelve mas democrética en la medida en que estos acepten la particularidad y la limitacién de sus pretensiones; es decir, Gnicamente en la medida fen que reconozcan su relacién mutua como una relacién de la que no es posible extirpar el poder. La sociedad democratica no puede seguir concibiéndose como una sociedad que ha realizado el suefio de una perfecta armonia en sus relaciones sociales. Su caracter de- mocratico s6lo puede venir dado por el hecho de que ningin actor social limitado puede atribuirse la representacién de la totalidad. La principal cuestién de la politica democratica no estriba enton- ces en cémo eliminar el poder, sino en cémo constituir formas de poder que sean compatibles con los valores democraticos. Reconocer Ia existencia de relaciones de poder y la necesidad de transformarlas, renunciando al mismo tiempo a la ilusién de que podiamos liberarnos por completo del poder: he ahi lo que es es- pecifico del proyecto que hemos denominado «democracia radical y plural». Este proyecto reconoce que la especificidad de la demo- cracia pluralista moderna —incluso en el caso de las democracias bien ordenadas- no reside en la ausencia de predominio y de vio- lencia, sino en el establecimiento de un conjunto de instiruciones mediante las cuales se hace posible limitar e impugnar ambas co- sas. Negar el cardcter ineliminable del antagonismo y proponerse la obtencién de un consenso universal racional tal es la auténtica amenaza pare la democracia. De hecho, esta actitud es la que pue- de llevar a una violencia no reconocida y oculta tras los llama- mientos a la «racionalidad», como 2 menudo sucede con el pen= samiento liberal, que enmascara las necesarias fronteras y formas de exclusién tras pretensiones de «ncutralidad>. 40 J sven oewocnAreca Liberalismo politico Para ilustrar las peligrosas consecuencias del enfoque raciona- lista y mostrar la superioridad del punto de vista que estoy per- filando aqui, he escogido el ejemplo del «liberalismo politico» de Joha Rawls. En sus silkimos trabajos, Rawls trata de dar una nue- ‘va soluci6n al tradicional problema liberal de cémo establecer una pacifica coexistencia entee personas con distintas concepciones del bien. Durante mucho tiempo, los liberales han visto la soluci6n a este problema en la creacién de un modus vivendi o, siguiendo a Schum- peter, de un modus procedendi que cegule el conflicto entre los dife- fentes puntos de vista. De ahi la perspectiva generalmente aceptada de la democracia como forma procedimental y neutral con respec- 10 a cualquier particular conjunto de valores, como simple método para tomar las decisiones pablicas. ‘Recieatemente, liberales como Rawls -y de un modo ligera- mente distinto, Charles Larmore- se han mostrado en desacuerdo con esta interpretacion del principio liberal de neutralidad. Ambos autores sostienen que una sociedad liberal democritica necesita una forma de consenso més profunda que la de un simple modus vivendi basado en meros procedimientos. Su objetivo deberia ser la creacién de un consenso de tipo moral y no tinicamente prudencial en toro a sus instituciones basicas. Su objetivo es proporcionar un consenso moral, aunque minimo, sobre los fundamencos politicos. Su «liberalismo politico» se propone definir un niicleo moral que es- pecifique los términos en que las personas con diferentes concep- iones de lo bueno puedan vivir juntas en asociacién politica. Es una forma de entender el liberalismo que es compatible con el he- ‘cho del pluralismo y con la existencia de un desacuerdo moral y re- ligioso, y debe distinguirse de las perspectivas abarcadoras como las de Kant y Mill. Dado que es neutral respecto a los controverti- dos puntos de vista de la vida buena, Rawls y Larmore creen que este tipo de liberalismo puede proporcionar los principios politicos que deberian ser aceptados por todos a pesar de sus diferencias. Segiin Rawls, el problema del liberalisimo politico puede formu- larse del siguiente modo: «;Cémo es posible que pueda existir a lo 5. Para una critics de este intent, realizado por Larmore y Rawls, de replantear la nocion liberal de neutralidad, véase Chantal Moutle, El retorno de lo politico, ca- pitulo 9, Barcslone, Paid6s, 1999, LA DEMOCRAC, EL POOER Y 10 POUTCO» J 41 Jargo del tiempo una sociedad estable y justa de ciudadanos libres ¢ iguales pero profundamente divididos por razonables doctrinas religiosas, filosoficas y morales?».* El problema, desde este punto de vista, es un problema de justicia politica, y exige el estableci- miento de términos de cooperacién social justos entre ciudadanos considerados libres ¢ iguales, aunque divididos por algiin profundo conflicto doctrinal. Su solucion, tal como queda reformulada en su libro El liberalismo politico, pone un nuevo énfasis en la nocién de «pluralismo razonable». Nos invita a distinguir entre lo que seria un mero reconocimiento empirico de los conceptos opuestos de lo bueno -el hecho del pluralismo «simple» y Io que es el problema zeal al que han de enfrentarse los liberales: ino abordar una plurali- dad de doctrinas incompatibles aunque razonables. Rawls considera esa pluralidad como el normal resultado del ejercicio de la razén humana en el marco de un régimen constitucional democratico. Esta es la raz6n por la que un concepto de la justicia debe ser capaz de obtener el apoyo de todos los ciudadanos «razonables», a pesarde sus profundos desacuerdos doctrinales en otras cuestiones. Examinemos su distincién entre el pluralismo «simple» y el plu- ralismo «razonable». Segtin declara explicitamente, se supone que dicha distincién garantiza el carécter moral de un consenso sobre la justicia que evite que se establezca un compromiso con los pun- t0s de vista «no razonables», esto es, aguellos que se oponen a los principios bisicos de la moralidad politica. Pero en realidad, esta distinci6n le permite a Rawls presentar como exigencia moral lo que de hecho es una decision politica. Para Rawls, fas personas ra- zonables son las personas «que ban tomado conciencia de sus dos potencias morales en un grado suficiente para ser ciudadanos libres ¢ iguales en un régimen constitucional, y que tienen un sdlido de- seo de atenerse a unos justos términos de cooperacién y de ser miem- bros plenamente cooperadores de la sociedad». ¢Qué es esto sino una forma indirecta de afirmar que las per sonas razonables son aquellas que aceptan los fundamentos del li- beralismo? En otras palabras, la distincién entre «razonable» y «no razonable> contribuye a trazar una frontera entre las doctrinas que aceptan los principios liberales y las que se oponen a ellos. 4, John Raves, Political Liberalion, pg, xvi, Nueva York, 1993. (Trad, casts El liberalism politico, Barcelona, Critica, 1996.) 5. Ibid, pg, 55. 42 pursoasn oemacescs Esto significa que su funciéa es politica y que su objetivo es dis- ‘inguir entre un pluralismo permisible de conceptos religiosos, mo- rales 0 filos6ficos -con tal de que estas perspectivas puedaa relegarse a laesfera de lo privado y satisfacer asi los principios liberales~, y lo {que seria un pluralismo inaceptable porque pondria en peligro el predominio de los principios liberales en la esfera puiblica. ‘Lo que Rawls sefiala en realidad con esta distincién es que no puede haber pluralismo en lo tocante a los principios de Ja asocia- cidn politica, y que las concepciones que rechazan los principios del liberalismo deben excluirse. No tengo nada que objetarle cn este aspecto. Pero esta afirmacién es la expresién de una decisién emi- nentemente politica, no un requisito moral. Decir que los antilibe- rales no son «razonables» es una forma de afirmar que este tipo de puntos de vista no pueden ser admitidos como legitimos en el mar- co de un régimen liberal democratico. Esto es ciertamente lo que ocurre, pero la raz6n de esta exclusién no es de tipo moral. La cau- sa hay que buscarla en el hecho de que principios antagénicos de legitimidad no pueden coexistir en el seno de una misma asociacién politica sin poner en cuestidn la realidad politica del Estado. Sin em- argo, para formularla adecuadamente, esta tesis reclama un mar- co teérico que afirma que lo politico es siempre constitutivo, que es precisamente lo que el liberalismo niega. Ravels trata de evitar el problema presentando su prioridad de lo justo sobre lo bueno como une distincién moral. Pero esto no re- suelve ef problema. En primer lugar, surge una cuestin que con- cierne al estatuto de su asercién de la prioridad de lo justo sobre lo bueno. Para ser coherente, Rawls no puede derivar su afirmacion de ninguna doctrina general. Asi pues, Io que todos compartimos, es tinicamente una «idea intuitiva»? Cicrtamente los comunitaris- tas pondrian objeciones a este punto de vista. Por consiguiente, de qué puede tratarse? La respuesta es, por supuesto, que esa es una de las principales caracteristicas de la democracia liberal entendida como una forma politica caracteristica de sociedad, que es parte de la «gramatica» de este tipo de «régimen». Sin embargo, Rawls no puede dar una respuesta acorde con estas directrices, porque en su teoria no hay sitio para este rol constitutivo de lo politico, Esta es Ja raz6n de que no pueda proporcionar un argumento convincente ara justificar los limites de su pluralismo, y de que tampoco pue- da explicar por qué queda atrapado en una forma de argumenta- ion circular: el liberalismo politico puede proporcionar un con- | LUcveMDcRAC, BL PODER Y Lo PoLTCa® 143, senso entre personas cazonables que, por definicidn, son personas ‘que aceptan los principios del liberalismo politico. El consenso entrecruzado consenso constitucionat tra consecuencia de la incapacidad de Rawls para aprehen- der el rol constitutivo de lo politico se revela al examinar otro as- pecto de su solucién al problema liberal: le creacién de un «con- senso entrecruzado» de doctrinas generales razonables, cada una de las cuales respalda desde su propio punto de vista el concepto de lo politico. Rawls declara que si una sociedad esta bien ordenada, el consenso entrecruzado se establece en torno a los principios de su teoria de la justicia como equidad. Dado que dichos principios han sido escogidos mediante la estratagema de la posicidn original con su «velo de ignorancia», tales principios de términos de coo- peracién justos satisfacen el principio liberal de legitimidad que exige que sean sespaldados por todos los ciudadanos en tanto que in- dividuos libres e iguales ~asi como razonables y racionales-, y que vayan dirigidos a su razén pablica. Desde el punto de vista del liberalismo politico, estos principios han sido expresamente de- signados para obtener el apoyo razonado de ciudadanos que sos- tengan doctrinas generales razonables aunque en conflicto, De he- cho, el propésito mismo del velo de ignorancia consiste en evitar que los ciudadanos conozean sus conceptos generales de lo bueno yen forzarles a actuar partiendo de la base de las concepciones com- partidas de la sociedad y de la persona que se requieren para aplicar los ideales y principios de la razén practica.® De un modo acorde con su proyecto de establecer el cardcter moral de su «liberalismo politico», Rawls encuentra dificultades para indicar que este consenso entrecruzado no debe confuadirse con un simple modus vivendi, Rawls insiste en que lo que tiene un cardcter moral no es meramente el consenso sobre un conjunto de disposiciones institucionales basadas en el interés propio, sino la afirmacién sobre una base moral de unos principios de justicia que poscen en si mismos dicho cardcter moral. Mas atin, el consenso entrecruzado también difiere de una forma de consenso constitu- cional que, desde su punto de vista, no es lo suficientemente am- 6, Ibid, pig, U1. b 44 /apaRano pemenincs plio ni profundo como para garantizar la justicia y la estabilidad. En un consenso constitucional, Rawls sostiene lo siguiente: ese a que existe acuerdo respecto a ciertos derechos politicos y cier- {as libertades bésicas ~acuerdo sobre el derecho al voto y sobre la li bertad de expresién y de asociacién politica, asi como sobre cual- uier otra cosa que resulte necesaria para atender los procedimientos clectorales y legslativos dela democracia-, hay desacuerdo entre quie- nes defienden los principios liberales como principios que establecen al mas exacto contenido y limites de esos derechos y Hibertades, y también lo hay respecto a qué otros derechos y ibertades han de con- siderarse basicos y merecer por tanto la proteecién legal cuando no constitucional.? Rawls da por supuesto que un consenso constitucional es me- jor que un modus vivendi porque el primero define una auténtica lealtad a los principios de una constituci6n liberal que garantiza determinados derechos y libertades basicos y que establezca pro- cedimientos democréticos para moderar la rivalidad politica. No obstante, dado que esos principios no estan basados en unas deter. minadas ideas sobre fa sociedad y la persona de una concepcién politica, subsisten desacuerdos relacionados con el estatuto y el con- tenido de esos derechos y libertades, creando de este modo inse- guridad y hostilidad en la vida péblica. De abi, dice, la importan- cia de fijar su contenido de una vez por todas. Esto resulta posible gracias a un consenso entrecruzado sobre un concepto de la justi- cia entendida como equidad, que establece un consenso mucho més profundo que otro que se cia tnicamente a los elementos consti- tucionales esenciales. Pese a admitic que lo que més urge fijer son esos elementos constitucionales esenciales (a saber, los principios fundamentales que especifican la estructura general de gobierno y del proceso politico, asi como los derechos basicos y las libertades de ciudadania),* Rawls considera que deben distinguirse de los prin- cipios que gobiernan las desigualdades econémicas y sociales. El objetivo de la justicia como equidad es establecer un consenso res- pecto de la razén publica cuyo contenido venga dado por un con- cepto politico de la justicia: «este contenido tiene dos partes: los. principios sustantivos de justicia para la estructura basica (los va- 7. Ibid, pag, 138, 8. Ibid, pag, 227, Lr punncrAR, EL Pooen ¥ 0 paLnons / 45 lores politicos de la justicia); y las ineas maestras para la indaga- cién y la concepcién de la virtud que hacen posible ja razén piblica {los valores politicos de la raz6n piblica)» Rawls parece creer que aun siendo imposible un acuerdo ra- cional entre doctrinas generales de caracter moral, religioso y filo- s6fico, es posible alcanzar dicho acuerdo en el £mbito politico. Una vez que las doctrinas controvertidas han quedado relegadas a Ja esfera de lo privado, es posible, desde el punto de vista de Rawls, establecer en la esfera puiblica un tipo de consenso fundado en la raz6n (con sus dos caras: lo racional y lo razonable). Una vez al- canzado, este es un consenso que resultaria ilegitimo cuestionar, y la nica posibilidad de desestabilizacién provendria de un ataque desde el exterior a manos de fuerzas «no razonables». Esto implica que si se ha logrado instaurar una sociedad bien ordenada, aque~ los que participan del consenso entrecruzado no deberian tener de- recho a cuestionar las disposiciones existentes, ya que encarnan los principios de justicia. Si alguien no esta de acuerdo, tendré que ser por «irracionalidad» o por una actitud «no razonable>. En este punto, la imagen de la sociedad bien ordenada de Rawls comienza a perfilarse con mayor nitidez y presenta un aspecto muy parecido al de una peligrosa utopia de reconciliacién. Sin duda, Rawls reconoce que el consenso entrecruzado pleno podria no con- seguirse nunca, y en el mejor de los casos tal vez s6lo pueda obte- nerse una aproximacién a él. Es mas probable, dice, que el punto en que se concentre el consenso entrecruzado sea el de una clase de con- ceptos liberales que actiian como rivales politicos." No obstante, nos urge a esforzarnos en favor de una sociedad bien ordenada en la que, dado que ya no existird confficto entre los intereses politicos, ¥ econémicos, esa rivalidad babré quedado superada. Ese tipo de sociedad asistiria a la realizacién de la justicia como equidad, lo cual consticuye la correcta y precisa interpretaci6n del modo en que de- berfan ponerse en practica los principios democradticos de igualdad y libertad en las instituciones basicas. Is algo independiente de cual- ‘quier interés, no representa forma alguna de compromiso, pero es en verdad la expresién de la raz6n piiblica democritica y libre. Ta forma en que Rawls considera la naturaleza del consenso centrecruzado indica claramente que, para él, una sociedad bien or- 9. Ibid, pag. 253. 10. ibid, pag. 164. 4g Pia p01 DEMOCRATIA denada es una sociedad en la que se ha eliminado la politica. El concepto de la justicia es algo que reconocen de forma compartida Jos ciudadanos razonables y racionales que acrian conforme a sus mandatos. Es probable que tengan conceptos muy diferentes e in- cluso conflictivos de lo bueno, pero esas cuestiones son estricta~ mente privadas y no intesfieren con su vida pablica. Los conflictos de interés sobre cuestiones econémicas y sociales ~caso de que ain sigan surgiendo~ se resuelven de forma fluida mediante discusiones que se desarroilan en el marco de la razén publica, invocando los principios de justicia que todo el mundo respalda, Si resulea que tuna persona poco razonable o irracional se muestra en desacuerdo con el estado de cosas y trata de perturbar el agradable consenso, alo ella deberd ser obligado, mediante coercién, a someterse a los principios de justicia. Esa coerci6n, sin embargo, no tiene nada que ver con la opresién, ya que viene justificada por el ejercicio de la raz6n. Lo que el concepto de sociedad bien ordenada de Rawls elimi- na es la lucha democritica entre «adversarios», esto es, entre quicnes conparren lealtad hacia los principios liberales democraticos pero defienden interpretaciones tlistintas respecto a lo que deben sig- nificar la libertad y la igualdad, asi como respecto al tipo de rela- ciones e instituciones sociales que deben aplicarse. Esta es la raza de que en tal «utopia liberal» el desacuerdo legitimo haya sido erra- dicado de la esfera piblica. ¢Cémo ha llegado Rawls a defender se- mejante posicién? ;Por qué no deja su concepto de la democracia el menor espacio a la confrontacién agonistica entre interpretaciones polémicas de los principios liberales democrsticos? En mi opinién, Ja respuesta reside en su defectuoso concepto de la politica, que que dda reducida a la mera actividad de asignar avenencias entre todos aquellos intereses en competencia que sean susceptibles de una so- Jucién racional. Esta es a razén de que Rawls piense que los conflic- tos politicos pueden ser eliminados merced a un concepto de la jus- ticia que apele ala idea del beneficio racional de los individuos, dentro de las restricciones establecidas por lo razonable. Segiin esta tearfa, los ciudadanos necesitan, como personas li- bres ¢ iguales, los mismos bienes, ya que sus conceptos de lo bueno, por muy distinto que sea su contenido, «tequieren, pata su pro- mociéa, aproximadamente los mismos bienes primarios, esto es, los mismos derechos basicos, las mismas libertades y oportunidades, y Jos mismos medios multiuso, como los ingresos y la riqueza, todo i sete Lcpesiooren,&L pone ¥ <0 POLINeD»/ 47 ello completado por las mismas bases sociales de respeto propio». Por consiguiente, una vez que se ha encontrado la justa respuesta al problema de la distribucién de esos bienes primarios, la rivalidad ‘que antes existia en el Ambito politico desaparece. Elescenario definido por Rawls presupone que los actores po- ‘cos s6lo estin motivados por fo que consideran su propio be- neficio racional. Las pasiones quedan borradas del campo de la politica, que se ve reducida 2 un terreno neutral de intereses en competencia. En este enfoque, «lo politico» desaparece por com- pleto en cuanto a su dimensién de poder, antagonismo y relacién de fuerzas. Lo que el «liberalismo politico» tiene dificultades para eliminar es cl elemento de «indeterminaciéa» que se halla presente en las relaciones humanas. Este planteamiento nos ofrece un reta- blo de la sociedad bien ordenada en el que el antagonismo, la vio- Iencia, el poder y la represion mediante un acuerdo cacional sobre la justicia~ han desaparecido. Pero esto se debe tinicamente a que han sido convertidos en elementos invisibles mediante una astuta estratagema: la distincién entre el «pluralismo cazonable» y el «plu- ralismo simple». De este modo, resulta posible negar que existan Jas mencionadas exclusiones, declarando que son el producto del «libre ejercicio de la razén practica», y que ella es la que establece los limites del consenso posible. Cuando un punto de vista queda excluido se debe a que dicba exclusién es un requisito del ejescicio de la razén; por consiguiente, las fronteras entre lo que es legitimo y lo que no es leg{timo aparecea como independientes de las rela~ : cémo eliminar a sus adversarios y seguir siendo a! mis- mo tiempo neutral. Desgraciadamente, no basta con eliminar de una teoria lo po- litico en su dimensién de antagonismo y exclusién para lograr que se desvanezca de la vida real, Siempre regresa, y 1o hace para ven- arse. Una vez que el enfoque liberal ha creado un marco en el que su dinamica no puede sostenerse, y en el que han desaparecido las instituciones y los discursos que podsian permitir que se manifes- taran los antagonismos potenciales de acuerdo con ei modo ago- nista, existe el peligro de que en vez de una lucha entre adversarios, Jo que tenga lugar sea una guerra entre enemigos. Esta ¢s la razém 11, Ibid, pig, 180. { { | a AB /us Psavoua penoenAoa de que, lejos de ser un enfoque conducente a una sociedad mejor reconciliada, acabe por poner en peligro la democracia. Democracia e indeterminacién Al sacar a la luz las consccuencias potenciales del proyecto de Rawls, mi propésito ha sido revelar el peligro de postular que po- defa existir una soluci6n racional definida para la cuesti6n de la justicia en una sociedad democratica. Esta idea conduce a la su- tura del espacio que separa la justicia de! derecho, un espacio que es constitutive de la democtacia moderna. Para evitar dicha sutu- ra, debemos renunciar a la idea misma de que pueda existir algo se- mejante a un consenso politico «racional»; a saber, un consenso que no esté basado en ninguna forma de exclusién. Presentar las ins- tituciones de la democracis liberal como el resultado de wna racio- nalidad puramente deliberativa es reificarlas y convertirlas en algo imposible de transformar, Es negar el hecho de que, al igual que cualquier otro régimen, la moderna democracia pluralista cons- tituye un sistema de relaciones de poder, y hacer de la puesta en cuestiéa de estas formas de poder algo ilegitimo. Considerar posible que pueda llegar a existir una resoluci6n fi- nal de los conflictos, incluso en el caso de que la veamos como una aproximaciéa asintética a la idea regulativa de un consenso racio- nal, lejos de proporcionarnos el horizonte necesario para el pro- yecto democratico es algo que lo pone en riesgo. De hecho, esa ilu- sién conlleva implicitamente el deseo de una sociedad reconciliada cn la que el pluralismo haya sido superado. Cuando se la concibe de este modo, la democracia pluralista se convierte en un «ideal gue se autorrefuta», ya gue el propio momento de su realizacion debe- ria coincidit con el de su desintegracién. Con su insistencis en la inreductible altecidad, que representa tan- to una condicién de posibilidad como una condicién de imposibi- lidad de toda identidad, una perspectiva informada por el poses- tructuralismo proporciona un marco teérico mucho mejor que el de los enfoques racionalistas para aprehender la especilicidad de Ja democracia moderna. La nocién de un «exterior constitutivo» nos obliga a aceptar la idea de que el pluralismo implica la permanen- cia del conflicto y el antagonismo. De hecho, nos ayuda a com- prender que el conflicto y la divisién no deben verse como pertur- (A peMocean, EL PODER Y <0 oUNcD® 149 baciones que, desafortunadamente, no pueden ser eliminadas por completo, ni como impedimentos empiricos que hacen imposible la plena realizacién de un bien constituido por una ermonia que no podemos alcanzar debido a que nunca seremos completamente c2- paces de coincidir con nuestro yo racional universal, Gracias a las intuiciones del posestructuralismo, el proyecto de una democracia radical y plural se ha vuelto capaz de reconocer que la diferencia es la condicién de posibilidad para constituir una unidad y una totalidad, y que, al mismo tiempo, esa nocién de diferencia proporciona los limites esenciales de dicha unidad y totalidad. Desde este punto de vista, la pluralidad no puede elimi- narse; se vuelve irreductible. Hemos de abandonar por tanto la idea misma de una completa reabsorcién de la alteridad en la uni- dad y la armonfa, Es una alteridad que no puede domesticarse, sino que, como indica Rodolphe Gasché, «socava permanentemente, aunque también lo hace posible, un suefio de autonomia logrado ‘mediante el enroscamiento reflexivo sobre el yo, ya que indica la condicién previa de ese estado descado, una condicién previa que representa el limite de aquella posibilidad».”” ‘A diferencia de otros proyectos de democracia radical o parti- cipativa informados por un marco racionalista, la democracia ra- dical y plural rechaza la propia posibilidad de una esfera piblica de argumento racional no exclayente en la que fuera posible alcanzar un consenso no coercitivo. Al mostrar que dicho consenso es una imposibilidad conceptual, no pone en peligro el ideal democrético, como algunos querrian argumentar. Al contrario, protege a Ja de- mocracia pluralista de cualquier intento de cierre. De hecho, este re- chazo constituye una importante garantia de que se mantended viva la dindmica del proceso democratico. En vez de tratar de borrar las huellas del poder y Ja exclusiGn, la politica democratica nos exige que las pongamos ea primer pla- no, de moda que sean visibles y puedan adentrarse en el terreno de la disputa. Y el hecho de que esto deba considerarse como un pro- ceso sin fin no deberia ser causa de desesperacién, ya que el deseo de alcanzar un destino final s6lo puede conducir a la eliminacién de lo politico y a la destruccién de la democracia. En una organizacion politica democratica, los conflictos y las confrontaciones, lejos de 412, Rodolphe Gasché, The Taix ofthe Mirror, Cambridge, Massachusetts, 1986, pig. 105. 50 /1 PRADO DEMOCRATICA ser un signo de imperfeccién, indican que le democracia esta viva y se encuentra habitada por el pluralismo. Al modelo de democracia de inspiracién kantiana que contem- pla su realizacién en forma de una comunidad ideal de comunica- ci6n, como una tarea concebida sin duda como de cardcter infinito, pero que no obstante posee una forma clara y definida, opondremos un concepto de democracia que, lejos de buscar el consenso y la twansparencia, sospecha de todo intento de imposicién de un mo- delo univoco de discusién democratica. Alertada de los peligros del racionalismo, esta es una perspectiva que no suefia con dominar 0 liminar la indeterminacién, ya que reconoce que esa es la propia condicién de posibilidad de la decisién, y por tanto de la libertad y el pluralismo, CARL SCHMITT Y LA PARADOJA DE LA DEMOCRACTA LIBERAL En su introduccién a la edicién en rastica de Political Libera- lism, John Rawls, refiriéndose a la critica que hace Carl Schmitt de la democracia parlamentaria, sugiere que la caida del cégimen constitucional de Weimar se debié en parte al hecho de que las éli- tes alemanas ya no crefan en la posibilidad de un régimen liberal parlamentario decente. Desde su punto de vista, esto debiera ha- cernos comprender la importancia de proporcionar argumentos convincentes en favor de una democracia constitucional justa y bien ordenada. «Los debates sobre las cuestiones filoséficas ge- nerales», dice, «no pueden ser la materia cotidiana de la politica, pero eso no quiere decir que esas cuestiones carezcan de significa~ do, ya que las que pensamos que pueden ser sus respuestas son les, que habran de configurar las actitudes subyacentes de la cultura pliblica y de la orientacidn de la politica». Estoy de acuerdo con Rawls en el papel prdctico que puede de- sempefiar la filosofia en cuanto a configurar la cultura pablica y contribuir a la creaciéa de las identidades politicas democraticas. Pero considero que los tedricos politicos, con el fin de proponer un concepto de sociedad liberal democrética capaz de obtener el apo- yo activo de sus ciudadanos, han de estar dispuestos a entablar com- bate con los argumentos de quienes han desafiado los principios fundamentales del liberalismo. Esto significa enfrentarse a algunas cuestiones inquietantes, habitualmente evitadas tanto por los libe- rales como por los demécratas. ‘Mi intencién en este capitulo es contribuir a ese proyecto me- diante el examen de la critica que hace Carl Schraitt de la democracia liberal. De hecho, estoy convencida de que una confrontacién con su pensamiento nos permitiré reconocer -y, por consiguiente, estar en una mejor posicién para tratar de abordarla~ una importante para- 1. John Raves, Political Liberalism, Nueva York, 1996, pig xi. 54 /Laennsooun pewocranca doja inscrita en la propia naturaleza de la democracia liberal. Para traer al primer plano la pertinencia y la acmalidad de la critica de Schmitt, organizaré mi argumenracién en torno a dos asuntos que habitualmente son centrales en la teorfa politica: los limites de la ciu- dadania y la naturaleza de un consenso liberal democratico.? La democracia, la homogeneidad y los limites de la ciudadania Los limites de la cindadania han provocado recientemente mu- cha discusi6n, Varios autores han argumentado que en una era de slobalizacién, la ciudadania no puede quedar confinada en los | mites de los Estados-nacidn; ha de volverse transnacional. David Held, por ejemplo, aboga por el advenimiento de una «ciudadania cosmopolita», y afirma la necesidad de un derecho democratico cosmopolita al que puedan apelar los ciudadanos cuyos derechos hayan sido violados por sus propios Estados.’ Richard Falk, por su parte, contempla el desarrollo de «ciudadanos peregrinos» cuyas lealtades estarfan vinculadas a la invisible comunidad politica de sus esperanzas y suefios.‘ Otros te6ricos, sin embargo, en particular aquellos que mues- «ran un compromiso hacia un concepto de ciudadania civico y re- publicano, manifiestan una honda suspicacia sespecto de estas pers- pectivas, que consideran peligrosas para las formas democraticas de gobierno. Sostienen que el Estado-nacién es el focus necesario de Ja cindadanfa, y que hay algo inherentemente contradictorio en ia propia idca de una ciudadanfa cosmopolita. Considero gue este de- bate es un ejemplo tipico de los problemas que surgen del conflicto entre los requisitos democriticos y los liberales. En mi opinién, 2, Me habia figarado gue todo el mundo podria ser capaz de entender que es posible wilizar a Schmit contra Schinire~es decc, que es posible usar las inuiciones de su ertica del iberaismo para coasolidar al propio libecalismo-, reconociendo al ‘imo tiempa que, por supuesto, no exe ese su objetivo. Sin embonga, no parece ser exe el caso, ya gue Bill Scheuermann, en Berwoen the Norm and the Exception (Cam- bridge, Massachusetts, 1994, pig 8), me critica par haber presentado a Schmitt como 8 ua eebrico de la democracia pluralisea radical! 3. David Held, Democracy and the Global Order, Cambridge, 1995. (Trad. ‘ast: La democracia y el orden global, Barcelona, Paidés, 1997.) 4. Richard Falk; On Hieman Governance, Cambridge, 1995. ‘AB SOMITE VLA PARADOR DE LA DEWOCRACI UBER / 55 Schmitt puede ayudarnos a aclarar qué es lo que esté en juego en este asunto, ya que nos permite tomar conciencia de la tensiGn en- tre la democracia y el liberalismo. ‘Come punto de pastida, tomemos su tesis de que fa es una condicioa de posibilidad de la democracia. En el prefacio de la segunda edicién de The Crisis of Parliamentary De- mocracy (1926), declara: «Toda democracia real descansa en el principio de que no s6lo son iguales los iguales, sino en el de que no recibirdn un trato igual los desiguales. Por consigniente, la de- mocracia exige, en primer lugar homogeneidad, y en segundo lugar ~si surge la necesidad- la eliminacién o la erradicacién de la hete- rogeneidad».’ No pretendo negar que esta afirmacion, dada la ul- terior evolucién politica de su autor, tiene un efecto escalofriante. No obstante, considero que seria miope descactar por esta razén el argumento de Schmitt sobre la necesidad de homogeneidad en una democracia, En mi opinién, esta provocativa tesis ~interpretada de cierta manera— puede forzarnos a aceptar un aspecto de la politica democratica que el liberalismo tiende a eliminas. Lo primero que hay que hacer es comprender lo que Schmit en- tiende por . Este autor afisma que la homogeneidad se halla inscrita en el nticleo mismo del concepto democratico de igualdad, en la medida en que debe tratarse de uma igualdad sustan- tiva, Su argumento consiste en que la democracia requiere un con- cepto de la igualdad como sustancia, y no puede contentarse con conceptos abstractos como el liberal, ya que «la igualdad slo es in- teresante y de inestimable valor politico en la medida en que tenga sustancia, y en que, por esta raz6n, contenga al menos la posibilidad y el riesgo de la desigualdad>.* Con el fin de ser tratedos como iguales, dice Schmitt, los ciudadanos deben compartir una sustancia comin. En consecuencia, Schmitt rechaza la idea de que la igualdad general de la humanidad pudiera servi como base para un Estado © para cualquier forma de gobierno. La idea de una igualdad hu- mana ~que proviene del individualismo liberal es, segiin Schmitt, una forma de igualdad no politica, ya que carece del correlato de una posible desigualdad desde la cual coda igualdad pueda recibir su significado especifico. No proporciona ningtin criterio con el que 5. Carl Schmit, The Criss of Parliamentary Democracy, traduccién de Fllen Keanedy, Cambridge, Massachusers, 1985, pig 9 6. Ibid, 56 /.AraRaDo oewocnanca establecer las instituciones politicas: «/.a igualdad de todas las per- sonas en tanto personas no es clemocracia sino una cierta forma de liberalismo, no es una forma estatal sino una ética individualista humanitaria y una Weltanschauung. La moderna democracia de ma- sas descansa en la confusa mezcla de ambas cosas».” Schmitt sostiene que existe una oposicion insuperable entre el individualismo liberal, con su discurso moral centrado en torno al individuo, y el ideal democratico, que es esencialmente politico y se ppropone crear una identidad basada en la homogeneidad. Schmitt sos- tiene que el liberalismo niega a la democracia y que la democracia nega al liberalismo, y afiade que, por lo tanto, la democracia par- Jamentaria, debido a que consiste en la articulacién entre democra- cia y liberalismo, es un régimen inviable. Desde su punto de vista, cuando hablamos de igualdad debe- mos distinguir entre dos ideas muy diferentes: la liberal y Ia demo- cratica. El concepto liberal de igualdad postula que toda persona es, como persona, autométicamente igual a toda otra persona. El concepto democratico, sin embargo, exige la posibilidad de distin- gui quién pertenece al demos y quién es exterior a él; por esta ra~ z6n, no puede existir sin el recesario correlato de desigualdad. A pe- ssar de las pretensiones liberales, una democracia de la humanidad, cen caso de que tuviera algtin dia probabilidad de darse, seria una pura abstraccién, ya que la igualdad sélo puede existir en los espe- Cificos significados que adopta en las esferas concretas, es decir, como igualdad politica, igualdad econémica, etcétera, Pero todas estas igualdades especificas implican siempre, como su misma con- dicién de posibilidad, alguna forma de desigualdad. Esta es la razén de que Schmitt concluya que una igualdad fu- ‘mana absoluta seria una igualdad précticamente carente de sentido, una igualdad indiferente. Schmitt sostiene un importante argumento al subrayar que el concepto democratico de igualdad es un concepto politico y que, por consiguiente, conlleva la posibilidad de una distincién. Tiene raz6n al decir que una democracia politica no puede basarse en la totalidad del género humano, y que ha de asociarse a un pueblo con- creto, En este contexto, vale la pena indicar que Schmitt ~al con- trario de lo sugerido por diversas interpretaciones tendenciosas- aun- ca postulé que esa pertenencia a un pueblo pudiera contemplarse 7. Ibid. pig. 13, ont (Ae SCHMITT LA FREADOUR OF UA DEMOCRACI UBER / 57 Sinicamente en términos raciales. Al contrario, insisti6 en la multi- plicidad de formas en que podria manifestarse la homogeneidad constitutiva de un demos. Schmitt dice, por ejemplo, que la sustan- ia de igualdad «puede hallarse en ciertas cualidades fisicas y mo- rales, por ejemplo, en la virtud civica, en la areté, en la democracia clasica de la virtud [vertuj».’ Al examinar esta cuestién desde un punto de vista hist6rico, sefiala también que «En la democracia de las sectas inglesas existentes en cl siglo Xvi, la igualdad se basaba en un consenso de convicciones religiosas. No obstante, desde el si- slo xix, se ha dado sobre todo como pertenencia a una particular nacién, como homogeneidad nacional». Bet claro que lo importante para Schmitt no es la naturaleza de aquello similar en que se basa la homogeneidad. Lo que impor- ta.es la posibilidad de trazar una linea divisoria entre quienes per~ tenecen al demos ~y por tanto poseen derechos iguales- y quienes, enel dmbito politico, no pueden tener los mismos derechos porque no forman parte del demos. Esa igualdad democrética ~expresada hoy en dia mediante la ciudadania- es, para él, la base de todas las, demas formas de igualdad. Es por la intermediacién de su peste- nencia al demos por lo que los ciudadanos de una democracia ob- tienen la garantia de unos derechos iguales, no porque participen de la idea abstracta de humanidad. Esta es la raz6n de que Schmict declare ue el concepto central de la democracia no es el de «hu manidad», sino el concepto de «pueblo», y de que sostenga que nunca podra haber una democracia del género humano. La demo- cracia s6lo existe para un pueblo. O en sus propias palabras: En el émbito de lo politico, las personas no se ponen una frente a la outa en calidad de abstracciones, sino como personas provistas dde un interés politico y politicamente determinadas, como ciudada 1n0s, gobernantes o gobernados, como aliados 0 como oponentes po- Iiticos, en cualquier caso, por tanto, en fancién de categorias polit cas. En la esfera de lo politico, no puede abstraerse lo que es politico y dejar tnicament: la igualdad humana universal.” Con el fin de aclarar este punto, Schmitt indica que incluso en los modernos Estados democraticos, en los que se ha establecido 8. Ibid. pig. 9. 9. Ibid. 10. Teid. pa, 11. 58 /ta paranoun oowacraiOn una igualdad humana universal, hay una categoria de personas que estén excluidas en tanto que extranjeros 0 extrafios, y que por con: siguiente no existe una absoluta igualdad de las personas, También muestra que, en dichos Estados, el correlato de la igualdad entre la ciudadania es un énfasis mucho mayor en la homogencidad nacio- nal, asi como un énfasis en la linea divisoria entre aquellos que per- tenecen al Estado y aquellos que se encuentran al margen de él. Esto, sefiala, es lo que ha de esperarse, y sino fuera este el caso, si un Es- tado tratara de realizar la igualdad universal de los individuos en el ambito politico sin preocuparse de la homogeneidad, ya fuera éta nacional o de otro tipo, la consecuencia serfa una completa de- valuaci6n de la igualdad politica y de la politica misma, Sin duda, esto no significaria en modo alguno la desaparicién de las desigual- dades sustantivas, sino que éstas, en palabras de Schinitt: pasarian a formar parte de otra esfera ~de una esfera quiz separa da de lo politico y concentrada en lo econdmico~ y abandonarian ese dea pars adguti wna nueva importancia, esproposcionadamente lecisiva En las condiciones de una igualdad politica superficial, lo que domine la politica seré otra esfera, una esfera en la que prevalezcan las desigualdades sustanciales (por ejemplo, hoy en dia, la esfera eco: némica)." Me parece que, pese a resultar ineémodos para los ofdos libe- rales, estos argumentos han de considerarse con cuidado, Son por- tadores de una importante advertencia para quienes creen que el proceso de globalizacién esta sentando las bases para una demo- cratizacién def mundo entero y para el establecimiento de una ciu- dadania cosmopolita. También proporcionan un penetrante atisbo del actual dominio de lo econémico sobre lo politico. De hecho, de- beriamos ser conscientes de que sin un demos al cual puedan perte~ necer, esos ciudadanos cosmopolitas peregrinos habrian perdido en realidad la posibilidad de ejercer su derecho democratic de con- feccionar leyes. Les quedarfan, en el mejor de los casos, los dere- cchos liberales de apelacién a los tribunales transnacionales para defender sus derechos individuales en los casos en que éstos hubie- ran sido violados. Con toda probabilidad, esa democracia cosmo- AL Bid, pag. 12. ote (AAL SCHMET Y LA PRTADOAR DE LA DENOGRNCA BERL / 59 polita, si pudiera llegar a realizarse algin dia, no seria més que un nombre vacio con el que disfrazar la efectiva desaparicién de las formas democréticas de gobierno, y con el que seftalar el triunfo de la forma liberal de la racionalidad gubernamental, La logica democratica de la inclusién/exclusién Es verdad que al interpretarlo de este modo estoy violentando la indagaci6n de Schmitt, ya que su principal preocupacién no es la participacién democrética sino la wnidad politica. Schmict conside- ta que esa unidad es crucial, ya que sin ella el Estado no puede exis tir, Sin embargo, sus reflexiones son relevantes para la cuestién de la democracia, dado que él considera que en un Estado democrati- co los ciudadanos pueden ser tratados como iguales y ¢jercer sus derechos democraticos a través de su participacién en esa unidad. ‘La democracia, segiin Schmitt, consiste fundamentalmente en la iden- tidad entre los gobernantes y los gobernados. Est@ unida al principio fandamental de la unidad del demos y de la soberania de su volun tad, Pero si cl pueblo ha de gobernar, es necesario determinar quién pertenece al pueblo. Si carecemos de criterio para determinar quié- nes son los depositarios de los derechos democraticos, la voluntad del pueblo nunca podria tomar forma, ‘Desde luego, podria objetarse que este es un punto de vista de Ja democracia que entra en conflicto con el punto de vista liberal, y clertamente algunos argumentarian que esto no deheria Jlamarse ‘democracia sino populismo. Sin duda, Schmitt no es demécrata en cl sentido liberal del término, y no muestra sino desprecio hacia las restricciones impuestas por las instituciones liberales a la voluntad democratica de las personas. Pero la cuestién que plantea es crucial, incluso para quienes abogaa por formas liberales democraticas. La logica de la democracia implica por tanto un momento de cierre re- querido por el propio proceso de constitucién del «pueblo». Esto es algo que no puede evitarse, ni siquiera en un modelo liberal de- mocraticos lo Ginico que puede hacerse es negociarlo de modo dife- rente, Pero, a su vez, esto solo puede hacerse si este ciesre y la para- doja que implica son reconocidos. ‘Al subrayar que la identidad de una comunidad politica de- mocratica depende de la posibilidad de trazar una frontera entre «nosotros» y «ellos», Schmitt destaca el hecho de que la dernocra- 60 / a aRana.n cemnesiick cia siempre implica relaciones de inclusi6n/exclusion, Este es un argumento penetrante y crucial que los demécratas harian muy ‘mal en descuidar porque no les guste su autor. Uno de los princi- pales problemas del liberalismo, y uno de los que pueden poner en peligto la democracia, es precisamente su incapacidad para con- cebir esa frontera. Tal como indica Schmitt, el concepto central del discurso liberal es el de — y la practica de la igualdad democratica, que re- quiere el momento politico de discriminacién entre «nosotros» y «ellos». No obstante, creo que Schmitt se equivoca al presentar este conflicto como una contradiccién que necesariamente ha de llevar a la democracia liberal a la autodestracciéa. Podemos aceptat per- fectamente esta idea, sin coincidir con las conclusiones que él ex- trac. Yo propongo reconocer la diferencia crucial entre los concep tos liberal y democratico de igualdad, pero considerando de otro modo su articulacién y sus consecuencias. De hecho, esta articula~ ci6n puede considerarse como el locus de una tensién que establece una dinémica muy importante, una dindmica constitutiva de la es- pecificidad de la democracia liberal como nueva forma politica de sociedad. La légica democratica de constituir el pueblo y de inscri- bir los derechos y la igualdad ea las practicas, es necesaria para sub- vertis la tendencia al universalisino abstracto inberente al discurso liberal. Sin embargo, la articulacién con la légica liberal nos per- mite desafiar constantemente -mediante la referencia a la «humani dad» y al polémico uso de los «derechos humanos»~ las formas de exclusiOn que se hallan necesariamence inscritas en la practica po- litica de establecer esos derechos y de definir el «pueblo» que ha de CARL SCRATT Ut PARADOAA DE LX DEMOCRACI UBERAL/ 61 gobernar.”* A pesar de le naturaleza en iltimo término contradic- foria de las dos l6gicas, su articulacion tiene consecuencias muy positivas, y no hay raz6n para compartir el pesimista veredicto de Schmitt en cuanto a la democracia liberal. No obstante, tampoco debiéramos mostraznos excesivamente optimistas respecto a sus perspectivas. Nunca es posible lograr una resoluci6n 0 un equili- brio final entre esas dos légicas en conflicto, y s6lo pueden existir negociaciones temporales, pragmraticas, inestables y precarias de la tensin que se da entre ellas, La politica liberal democrética con- siste, de hecho, en el constante proceso de negociacién y de rene- gociacién ~a través de distinras articulaciones hegeménicas- de su inherente paradoja. La democracia deliberativa y sus carencias Las reflexiones de Schmitt sobre el necesario momento de cierre que implica la logica democratica tienen importantes consecuen- Cias en otro debate, el que se ocupa de la naturaleza del consenso que puede obtenerse en una sociedad liberal democratica, Varias son las cuestiones que se dirimen en ese debate, y las examinaré una una. PO Tina de las implicaciones del argumento presentado més arriba s la imposibilidad de establecer un consenso racional sin exclu- sion, Esto plantea varios problemas a un modelo de politica demo- crética que ha venido recibiendo tiltimamente mucha atencién y aque se denomina «democracia deliberative». Sin duda, el objetivo de los te6ricos que abogan en favor de las diferentes versiones de este modelo es digno de elogio. Frente a un concepto de democra- cia basado en los intereses, inspirado en la economia y escéptico respecto de las vireudes de la participaci6n politica, los partidarios de la democracia deliberativa quieren introducir cuestiones de mo- ralidad y justicia en la politica, y consideran la cuestién de la ciu- dadania democrdtica de modo diferente. Sin embargo, al proponer que se considere a la raz6n y 2 la argumentacién racional, més que al interés y a la suma de preferencias, como la cuesti6n central de 12, He expuesto un axgumento similae sobre la tensim exstente entre la aricn- lain dela ligica liberal dela cferencia y la logics democritica dela eqnivalencia en ri examen de Schmitt en El retoruo de lo politico, capitalos7 y 8, 62 /Lnrmaioow pewaenincs la politica, simplemente sustituyen el modelo econémico por un modelo moral que, pese a hacerlo de manera diferente, también descuida la especificidad de lo politico. En su intento de superar las limitaciones del pluralismo de los intereses de grupo, los demécra- tas deliberativos se constituyen en el vivo ejemplo del argumento que sostenfa Schmitt y que venta a decir que «de un modo muy sis- temético, el pensamiento liberal rehuye o ignora el Estado y la po- litica y en cambio se desplaza de una forma caracteristica y recu- rrente hacia la polatidad de dos esferas heterogéneas, a sabes, la de la ética y la de la economia, la del intelecro y Ia del comercio, la de la educacién y la de la propiedad». Dado que no puedo examinar aqui todas las distintas versio- nes de la democracia deliberativa, me concentraré en el modelo desarrollado por Habermas y sus seguidores. Sin duda, hay varias diferencias entre los abogados de este nuevo paradigma. Pero existe entre ellos la suficiente coincidencia como para afirmar que ninguno es capaz de abordar adecuadamente la paradoja de la po- litica democratica.™ Segtin Seyla Benhabib, el principal reto al que se enfrenta la de- mocracia es el de como recontiliar Ja racionalidad y la legitimidad 9, para decitlo con otras palabras, la cuestion crucial que la demo- ctacia ha de abordar es la de cémo puede hacerse compatible la ex- presién del bien comin con la soberania del pueblo. La propia Benhabib expone la respuesta que ofrece el modelo deliberativo: por lo que respecta a los procesos de toma colectiva de decisiones en una forma de gobierno, la legitimidad y la racionalidad pueden al- ccanzarse si y slo si las insttuciones de esa forma de gobierno y su in- terconexidn de relaciones estan dispuestas de tal modo que aquello ‘que se considera de interés comiin para todos sea resultado de unos procesos de deliberacién colectiva efectaados de forma xacional y justa entre individuos libres e iguales."* 13, Carl Schmit, The Concepr of the Political, traduccin de George Schwab, pig. 7, New Brunswick, 1976. [Trad, cass El concepto del politico, Madsi, Alien 23,1999} 14, Para una crftics del modelo de Rawls y un examen de su incapscad para reconoce la nataralers pola de la discriminaién que extablece entree pluralismo simples ye pluralisaw , y muchos de sus esfuerzos consisten en probar que la democracia constitucional es el régimen que satisface tales requisites. ¥Y justamente en intima relacién con este debate debemos abor- dar otra cuestin muy dispotada, la que concierne ala elaboracién de una teoria de la justicia. Sélo al situar este empefio en el contexto mas amplio antes mencionado puede uno aprehender realmente, 78 /Laparaoa.n pewocwénca por ejemplo, las implicaciones del punto de vista que expone un ‘universalista como Dworkin al declarar que una teoria de la justi- cia debe basarse en principios generales y que su objetivo ha de ser «tratar de encontrar alguna férmula inclayente que pueda utilizarse para medir la justicia social en cualquier sociedad». EL enfoque universalista-racionalisca es actaalmente el dominante en la teorfa politica, pero tapa con el desafio de otro que podsiamos denominar «contextualista» y que resulta de particular interés pata nosotros debido a que se encuentra claramente influenciado por ‘Wisegenstein, Contextualistas como Michael Walzer y Richard Rorty niegan que sea posible disponex de un punto de vista que pueda si- ‘tuarse al margen de las pricticas y las instituciones de una cultura dada, desde la cual poder realizar juicios universales «independien- ies del contexto». Por este motivo, Walzer argumenta contra la idea de que los tedricos politicos deban tratar de adoptar una po- sicign separada de todas las formas de lealtad particular con el fin de juzgar con imparcialidad y objetividad. Desde su punto de vis- ta, el tedrico debe «permanecer en la caverna» y asumic plenamen- te su estatuto como miembro de una comunidad particular; y este papel consiste en interpretar pata sus conciudadanos el mundo de significados que comparten> Valiéndose de varias incuiciones wittgensteinianas, el enfo- que contextualista problematiza el tipo de razonamiento liberal que aborda el marco comin para la argumentacién desde la perspec tiva del modelo de un didlogo «neutral» © «racional». De hecho, los puntos de vista de Wittgenstein acaban socavando la base misma de esta forma de razonamiento, ya que, como se ha sefialado, John Gray revela que: Todo lo que hay de contenido definido en la deliberacién con- tractualista y en su resultado deriva de juicios particulares que nos inclinamos a hacer como practicantes de formas de vida especificas. Las formas de vida en las que nosotros mismos nos situames se man- tienen a su vez, unidas por una red de acuerdos precontractuales sin fos cuales no habria posibilidad de mutua comprensi6n ni, por tanto, de desacuerdo.* 4. Ronald Dworkin, New York Review of Books, 17 de abril de 1983. 5. Michael Walzer, Spheres of Justice, New York, 1983, pag, av. 6. John Gray, Liberalism: Essays in Political Philosophy, Londres y Nueva ‘York, 1989, pig. 252. [Trad. cast. Liberalismo, Madrid, Alianza, 1994.) wrroenetey A Teoma pouinca¥ LA oswaceacia/ 79 Seguin el enfoque contextualista, las instieuciones liberal de- mocriticas deben considerarse como elementos que definen uno de los «juegos (politicos) del lenguaje» que, entre otros, resultan posibles, Dado que no proporcionan la solucién racional al pro- blema de la coexistencia humana, resulta fil buscar argumentos en su favor que no sean «dependientes del contexto» con el fin de protegerlos frente a otros juegos politicos del lenguaje. Al consi- derar esta cuestin segiin la perspectiva de Wittgenstein, este en- foque pone en primer plano la inadecuacién de todos los intentos de proporcionar un fundamento racional a los principios liberal democraticos argumentando que serfan escogidos por individuos racionales en condiciones idealmente representadas como la del «velo de ignorancia» (Rawls) o la de la «situacién de discurso ideal» {Habermas}. ‘Tal como ha sefialado Peter Winch, en referencia a Rawis, «El “velo de ignorancia” que caracteriza su posicién choca con el punto de vista de Wittgenstein de que lo que &s “razonable” no puede ser caracterizado con independencia del contenido de determinados “jui- cios” cruciales».” Por su parte, Richaed Rorty, que propone una lectura «neo- pragmética» de Wittgenstein, ha afismado, contrariamente a Apel y Habermas, que no es posible extraer una filosofia moral univer- salista de la filosofia del lenguaje. Segrin él, no hay nada en la na- turaleza del lenguaje que pudiera servir de base para justificar ante todas las audiencias posibles la superioridad de la democracia libe- ral. Rorty afirma lo siguiente: «Deberfamos abandonar la tarea sia esperanza de hallar premisas politicamente neutras, premisas que pudieran parecer justificadas a todo el mundo y de Jas cuales pu- diera inferirse una obligacién de avanzar en la politica democrati- ca» Rorty sostiene que no resulta itil considerar los avances de- mocraticos como algo vinculado al progreso de la racionalidad, y que deberfamos dejar de presentar las instituciones de las socie- dades liberales occidentales como la solucién que otras personas habran de adoptar necesariamente cuando dejen de ser «irraciona- les» y se vuelvan «modesnas». Siguiendo a Wittgenstein, Rorty 10 7. Peter Winch, «Certainty and Authority», en A. Philips Griffiths (comp.), Wittgenstein Centenary Essays, Carabridge, 1991, pag. 235. '8. Richard Rorey «Sind Aussagea universelle Geltungsanspruche?r, Devts- che Zeitschrift fr Philosophie, 6, 1994, pig. 986. 80 /LAPARIOALK pemnERKTC considera que lo que estd en juego sea una cuestién de racionali- dad, sino una cuestion de creencias compartidas. En este context, lamar a alguien irracional, afirma, «no es decir que no esté haciendo un uso apropiado de sus facultades mentales, Es decir tinicamente que no parece compartir con nosotros el suficiente niimero de creen- cas y deseos como para conversar fructiferamente con él sobre el punto en discusién».? Abordar la accién democrética desde un punto de vista witt- gensteiniano puede por tanto ayudarnos a plantear de otro modo Ja cuestién de la lealtad a la democracia. De hecho, nas vemos abocados a reconocer que la democracia no exige una teoria de la verdad ni nociones como la de validex incondicional y universal, sino més bien un puiiado de précticas y de iniciativas pragméticas orientadas a persuadir a la gente para que amplie la gama de sus compromisos hacia los demés, para que construya una comunidad ms incluyente. Este cambio de perspectiva revela que, al hacer hincapié exclusivamente en los argumentos necesarios para ga- rantizar la legitimidad de las instituciones liberales, los te6rieos morales y politicos de los tiltimos tiempos han estado planteando una pregunta erc6nea. El verddtlero problema no es el de encontrar argumentos para justificar la racionalidad o la universalidad de la democracia liberal, argumentos que sean aceptables para toda per- sona racional o razonable. Los principios liberal democraticos s6lo pueden defenderse como elementos constitutivos de nuestra forma de vida, y no deberiamos tratar de fundar nuestco compromiso con ellos en algo supuestamente més seguro. Como indica Richard Flathman -otro te6rico politico influido por Wittgenstein, los acuerdos que existen respecto a muchas de las caracteristicas de la democracia liberal no necesitan estar sostenidos por ninguno de los sentidos filoséficos de la certidumbre. Desde este punto de vista, «Nuestros acuerdos respecto a esos juicios constituyen el lenguaje de nuestra politica. Es un lenguaje al que hemos llegado y que con- tinuamente modificamos mediante nada menos que una historia del discurso, una historia en la que hemos pensado sobre ese len- 9. Richard Rorty, «Justice asa Larger Loyalty», articulo presentade en la Vil Conferencia de Fildsofos del Este y el Oeste, Universidad de Hawai, enero. de 1995; publicada en Justice and Democracy: Crass-Cultural Perspectives, R, Botenkoe y M. Stepanianis (comps.}, University of Hawaii Press, 1997, pig. 19. rin rhe Trcensre, LA TEons POLINGs V LA DEMOCRADA/ 81 guaje al mismo tiempo que nos fbamos volviendo capaces de pen- sar en él? La apropiacién de Wittgenstein por Rorty es muy itil para eri- ticar las pretensiones de los flésofos de inspiracisn kantiana como Habermas, que quieren encontrar un punto de vista que se encuen- tre por encima de la politica y desde el cual se pueda garantizar la superioridad de la democracia liberal. Sin embargo, creo que Rorty se aparta de Wittgenstein cuando considera el progreso moral y politico en los términos de la universalizacién del modelo liberal democratico. De un modo francamente extrafio, Rorty se aproxi- ma mucho a Habermas en este punto. Sin duda, hay una impor- tante diferencia entre ambos. Habermas cree que ese proceso de universalizacién deberd producirse mediante la argumentacién ra- cional, y también considera que exige la extraccién de argumentos a partir de premisas transcultucalmente validas para justificar la superioridad del liberalismo occidental. Rorty, por su parte, con- sideca que la universalizacién es una cuestién de persuasion y de progreso econdmico, € imagina que todo ello depende de que las personas tengan unas condiciones de existencia mas seguras ¥ com- partan mas creencias y deseos con otros. De ahi su convicci6n de que puede construirse un consenso universal en tomo a las instituciones liberales mediante el crecimiento econdmico y un adecuado tipo de «educacién sentimental». Lo que nunca cuestiona, sin embargo, es Ja propia creencia en !a superioridad del modo de vida liberal, y a este respecto no se mantiene fiel a su inspiracién wittgensteiniana, De hecho, podria hacérsele el reproche que hizo Wittgenstein a Ja- mes George Frazer en sus «Remarks on Frazer’s Golden Bough, al comentar que parecta que a Frazer le resultaba imposible compren- der una forma de vida distinta de la de su tiempo. La democracia como sustanciz o como conjunto de procedimientos Hay un segundo ambito en la teorfa politica en el que un enfoque inspirado en el concepto wittgensteiniano de las précticas y los jue- gos del lenguaje también podria contribuir a elaborar una alterna- 10, Richard E. Flathman, Towards a Liberalism, Ithaca y Londres, 1989, pig. 63. 82,/LA preaDaun oeMDeeAmICn tiva al marco racionalista. Se trata del Ambito constituido por el conjunto de cuestiones relacionadas con la naturaleza de los proce- dimientos y su papel en la concepcién moderna de la democracia. La idea crucial que Wittgenstein proporciona en este terreno es la que expresa al afirmar que para que haya acuerdo en las opiniones primero ha de haber acuerdo en ef lenguaje utilizado. Y también cs crucial el hecho de que subraye que esos acuerdos en las opiniones son acuerdos en las formas de vida. Estas son sus palabras: Por consiguiente, usted esta diciendo que el acuerdo humano decide lo que es cierto y lo que es falso. Es lo que los seres hurnanos dicen que es cierto y falso; y estén de acuerdo en cl lenguaje que usan. No es un acuerdo de opiniones, sino un acuerdo sobre formas de vida. Respecto a la cuestién de los «procedimientos», que es la cues- ti6n que quiero destacar aqui, lo anterior sefala la necesidad de que exista previamente un mimeco considerable de «acuerdos en los jui- cios» en una sociedad para que un conjunto de procedimientos dado pueda cesultar operativo. De hecho, segin Wittgenstein, coin- cidir en la definicién de un término no basta, y necesitamos poner- nos de acuerdo en cuanto al modo en que lo usamos. Wittgenstein lo explica del siguiente modo: «si el lenguaje ha de ser un medio de comunicacién no sélo tiene que existir acuerdo en las definiciones sino también (por extrafio que pueda parecer) en los juicios»."” Esto revela que los procedimientos s6lo existen como conjuntos complejos de practicas. Dichas précticas constituyen formas espect- ficas de individualidad y de identidad, y hacen posible la confianza en los procedimientos. Los procedimientos se pueden seguir y pueden ser aceptados debido a que se hallan inscritos en formas comparti- das de vida y en acuerdos sobre juicios. No pueden considerarse ‘como reglas creadas sobre la base de unos principios y aplicadas lue~ g0.a cada caso especifico. Para Wittgenstein, las regias son siempre formas abreviadas de las practicas, son inseparables de las formas especificas de vida. La distincién entre lo que es de cardcter proce- 11. Ludwig Wingenstein, Philosophical Investigations, 1, 241, Oxford, 1983. [Trad. casts Investigaciones filosdficas, Barcelona, Critica, 1988.) 12. Ibid, 1,242, UTTGeNsTEny LA TEoRAFOLinGAY La DeMocRACA/ 83, dimental y lo que es de cardcter sustancial no puede estar por tan- to tan clara como la mayorfa de los tedricos liberales querrian. En el caso de la justicia, por ejemplo, significa que no es posible opo- nerse, como hacen tantos liberales, a la justicia procedimental y sus- tancial sin reconocer que la justicia procedimental presupone ya la aceptacion de ciertos valores. Es el concepto liberal de la justicia el que postula la prioridad del derecho sobre el bien, pero esto es ya la expresién de un bien especifico, La democracia no es solo una ‘cuestién centrada en establecer los procedimientos correctos con independencia de las practicas que permitan las formas democréti- cas de la individualidad. La cuestién de las condiciones de existencia de las formas de- mocraticas de la individualidad y de las practicas y los juegos del enguaje en que quedan constituidas es una cuestién central inchi- so en una sociedad liberal democritica, que es un tipo de sociedad en la que los procedimientos desempefian un papel central. Los pro- cedimientos siempre implican compromisos éticos sustanciales, Por esta razén, no pueden operar adecuadamente si no se encuentran sustentados por una forma especifica de ethos. Este tiltimo punto es muy importante, ya que nos obliga a re- conocer algo que el modelo liberal dominante es incapaz de reco- nocer, a saber, que el concepto liberal democratico de justicia y las instituciones liberal democriticas necesitan un ethos democratico para funcionar adecuadamente y ser preservadas. Esto es exacta- mente, por ejemplo, lo que la teoria discursiva de la democracia procedimental de Habermas es incapaz de aprehender debido a la nitida distincién que dicho autor quiere establecer entre los discur- 505 practicos morales y los discursos practicos éticos. No basta con afirmar, como ahora hace, criticando a Apel, que una teoria dis- cursiva de la democracia no puede basarse tnicamente en las con- diciones formales y pragméticas de la comunicaciéa, sino que tam- bién ha de tener en cuenta la argumentaci6n legal, moral, ética y pragmatica, El consenso democratico y el pluratismo agonista ‘Mi argumento consiste en que, al proporcionar una explica- ion basada en la practica de la racionalidad, Wittgenstein abre, en sus Ultimas obras, una via mucho més prometedora que la sumi- £84 tA paeapous nenocshnck nistrada por el marco universalista racionalista para reflexionar so- bre las cuestiones politicas y para abordar Ia tarea de una politica democratica. En las circunstancias presentes, caracterizadas por un creciente desapego de la democracia, a pesar de su aparente triun- fo, es vital comprender el modo en que puede establecerse una sélida adhesién a los valores y las instituciones democraticos, y también lo cs comprender por qué el racionalismo constituye un obstéculo para dicha comprensién. Es necesario darse cuenta de que los valores democraticos no podran fomentarse ofreciendo so- fisticados argumentos racionales ni procediendo a realizar afirma- ciones de verdad trascendentes al contexto sobre la superioridad de la democracia liberal. La creacién de formas democriticas de individualidad es una cuestién de identificacién con los valores democriticas, y esto constituye un complejo proceso que se desa- rrolla mediante un variado conjunto de practicas, discursos y jue- 08 del lenguaje. Un enfoque wittgensteiniano de la teoria politica podria de- sempefiar un importante papel en cuanto a fomeatar los valores democraticos porque nos permite aprehender las condiciones de emergencia de un consenso democratico. Como dice Wittgenstein: (..1 Ja fandamentacin, la justificaci6n de la evidencia tiene wn limi tes pero el limite no est en que ciertas proposiciones nos parezcan verdaderas de forma inmediata, como si fuera una especie de ver por ‘nuestra parte; por el contrario, es nuestra actuacidn la que yace en el fondo del juego del lenguaje. Para Wittgenstein, of acuerdo no se establece sobre los significa- dos (Meinungen|, sino sobre las formas de vida (Lebensform). Con- siste en una Einstimamung, una fusién de voces que se hace posible gracias a una forma comin de vida, no en un Einverstand, un pro- ducto de la razén, como sucede en Habermas. Esto es, en mi opi- nién, de crucial importancia, y no s6lo sefiala fa naturaleza de todo consenso sino que revela también sus limites: ‘Cuando lo que se enfcenta realmente son dos principios irrecon- que he venido de- fendiendo' es una forma de teorizar inspirada en Wittgenstein y un intento de desarrollar lo que considero una de sus intuiciones fun- damentales: la de aprehender qué significa seguir una regla, En este punto de mi argumentacidn, es util teaer a colacion la in- terpretaciGn de Wittgenstein que propone James Tully, ya que coin- cide con mi propio enfoque. Tully esté interesado en mostrar en qué sentido la filosofia de Wittgenstein representa una vision del mundo alternativa ¢ la que informa al constitucionalismo modemno, de modo que sus preocupaciones no son exactamente las mismas que las mias. Sin embargo, hay varios puntos de contacto entre su posicién y la mfa, y muchas de sus reflexiones son directamente re- levantes para mis objetivos. De particular importancia es su manera de examinar cémo aborda Wittgenstein, en las Investigaciones fi- los6ficas, el modo correcto de la comprensién de los términos ge- nerales. Segiin Tully, podemos encontrar dos Iineas argumentales. La primera consisve en mostrar que «la compzensién de un término general no es una actividad tedrica consistente en interpretar y apli- car una teorfa o una regla generales 2 los casos particulares».© ‘Wittgenstein indica, utilizando ejemplos basados en los postes in- dicadores y en los mapas, que siempze resulta posible albergar dudas respecto al modo en que ha de interpretarse y seguirse una regla. Asi, por ejemplo, dice: Una repla se planta ante nosotros como un poste indicador. 2Mues- trae diteccién que debo tomar una vez que la haya rebasado? ¢¥ qué debo pensar, que me indica que siga la direccién de la carretera, Ja de tun sendero o la de una ruta alternativa campo a través? zPero en qué 14, Ibid, 611-612. 15. Aeste respecto, véase Chantal Moufle, El zetorno de lo politico. 16. Tally, Strange Multiplicity, pag. 105. 86 / La Paaccun oewocréca Ingar se dice de qué modo he de comprenderla, sien la direccién que sefiala 0 (por ejemplo) en la opuesea?"” La consecuencia es, como sefiala Tully, que una regla general no puede «explicar con precision el fendmeno que asociamos con la idea de comprender el significado de un término general: la capai dad para utilizar un término general, asi como la de cuestionar su uso aceptado, y esto en diversas circunstancias y sin ser objeto de du- das recursivas».™ Esto deberia llevarnos a abandonar Ia iclea de que la regia y su interpretacién «determinan el significado, y a recono- cer que la comprensién de un término general no consiste en apre- hender una teoria, sino que coincide con la capacidad de utilizarla en dlistintas circunstancias. Para Wingenstein, «seguir una regla> es una préctica, y nuestra comprensién de las reglas consiste en el dominio de una técnica. La utilizacién de términos generales debe por tanto considerarse como una «prdctica» o una «costumbre> intersubjetiva que no difiere demasiado de juegos como el ajedrez.o el tenis. Esta es la raz6n de que Wittgenstein insista en que es un error considerar toda acci6n realizada segiin una regla como una «interpretaciOn> y en que «existe un modo de aprehender una regla que 710 es una in- terpretacién, sino que se presenta bajo el aspecto de lo que lamamos “seguir la regla” o “ir contra ella” en los casos reales." “Tully considera que las amplias consecuencias de este plantea- miento se pierden cuando uno afirma, como Peter Winch, que la gente que utiliza términos generales en sus actividades cotidianas también sigue reglas, aunque esas reglas sean una comprensin im- plicita o una comprensién de fondo compartida por todos los miembros de una cultura. Tully argumenta que esto equivale a sos- tener un punto de vista sobre las comunidades que las considera como totalidades homogéneas y pasar por alco el segundo argu- mento de Witygenstein, que consiste en mostrar que «la mulriplici- dad de los usos ¢s demasiado variada, enmarafiads y creativa, y se encuentra ademds demasiado pucsta en cuestin, como para estar gobernada por reglas»." Para Wittgenstein, en lugar de tratar de reducir todos los juegos a lo que necesariamente han de tener en 17, Wittgenstein, Philosophical Investigations 1, 85 48. Ibid. 19. Tbid., pig. 201. 20. Tully, Strange Multiplicity, pig. 107. \ITIGENSIEIN, LA TEOHA FCLITCAY LA DEMNCRACA/ 87 comiin, deberiamos «mirar y ver si hay algo que sea comin a to- dos»; de este modo veremos «semejanzas, relaciones, y toda una se- rie de cosas parecidas» cuyo resultado constituye una intrincada red de semejanzas que se superponen y se entrecrizan», semejatizas que ‘Wittgenstein denomina «parecidos de familia» ?* Yo sostengo que esta es una intuicion crucial que socava el ob- jetivo mismo de quienes defiendea que el actual enfoque «delibe- rativo» es el objetivo de la democracia, esto cs, el establecimiento de un consenso racional basado en prineipios universales, Estos de- fensores de la democracia deliberativa creen que a través de una deliberaci6n racional es posible llegar a un punto de vista impar- cial, punto de vista desde cl cual podrian tomarse decisiones que atendieran por igual al interés de todos.” Wittgenstein, por el con- ratio, sugiere otra perspectiva. Si seguimos su estela, deberemos reconocer y valorar la diversidad de formas en que puede jugarse el «juego democratico», abandonando el intento de reducir esta di- versidad a un modelo uniforme de ciudadania. Esto implicaria res- paldar una pluralidad de formas de ser ciudadano demoerético y de crear las instituciones que hicieran posible seguir las reglas de- mocriticas de una diversidad de modos. Lo que Witegenstein aos censefia es que no puede haber una Ginica forma superior y mas «ra~ cional» de seguir dichas reglas, y que es precisamente ese reconoci miento lo inherente a la democracia pluralista. «Seguir una regla», dice Wittgenstein, «es similar a obedecer una orden. Se nos entrena a hacerlo; reaccionamos a una orden de un modo particular, , que en la actualidad se esté convirtiendo en la ten- dencia de més rapido crecimiento en la esfera politica. Sin duda, la idea principal, que en una sociedad y una organizaci6n politica democratica las decisiones politicas deberian alcanzarse mediante tun proceso de deliberacién entre ciudadanos libres ¢ iguales, ha acompaiiado a la democracia desde su nacimiento en la Atenas del siglo Vv. Las maneras de imaginarse la deliberacién asi como el nii- 96 / un aRADOR DEMOCRATS mero y condicién de los electores con derecho a deliberar han va- riado notablemente, pero hace mucho tiempo que la deliberacién viene desempefiando un papel central en el pensamiento demo- cratico. Por consiguiente, lo que hoy vemos ¢s el restablecimiento de un tema antiguo y no el repentino surgimiento de una nueva preocupacién. Lo que debe examinarse, sin embargo, es el motivo de este re- novado interés por la deliberacién, asi como sus modalidades ac- tuales. Sin duda, una de las explicaciones guarda relaciéa con los problemas a que deben enfrentarse las sociedades democraticas de hoy. De hecho, uno de los objetivos al que proclaman aspirar los demécratas deliberativos es el de ofrecer una alternativa a la con- cepcidn de la democracia que ha dominado la segunda mitad del siglo xx: el «modelo de agregacién». Este modelo fue establecido por la fecunda obra publicada por Joseph Schumpeter en 1947, Capitalism, socialismo y democracia,’ en la que argumentaba que, con el desarrollo de la democracia de masas, la soberania po- pular, tal como la entiende el modelo clisico de la democracia, se ha vuelto inadecuado. Hacfa falta una nueva concepcién de la de- mocracia que pusiera el énfatis en la agregacién de las preferen- cias, que se realizata a través de unos partidos politicos a los que la gente tuviera la posibilidad de votar a intervalos regulares. De ahi la propuesta de Schumpeter de definir la democracia como el siste- ‘ma en el que las personas tienen la oportunidad de aceptar o re- chazar a sus dirigentes mediante un proceso electoral competitivo. Posteriormente desarrollado por teéricos como Anthony Downs en Teoria econémica de la democracia,’ el modelo de agregacién se convirti6 en el estndar miimero uno en el campo que se autode- nomina «teoria politica empirica». El objetivo de esta corriente consistia en elaborar un enfoque descriptivo de la democracia, en ‘oposicion al enfoque clasico, que es de carder normativo. Los au- tores que se adhirieron a esta escuela consideraron que, en las condi- ciones modernas, determinadas nociones como las de «bien comin» y «voluntad general» debfan abandonarse, y que debia reconocerse que el pluralismo de intereses y valores es coextensive de la idea 1. Joseph Schumpeter, Capitalism, Socialiom and Democracy, Nueva York, 1947. [Tead. casts Copitalismo, socialism y democrari, Barcelona, Folio, 1996.] 2. Anthony Downs, Aw Economie Theory of Democracy, Nueva York, 1957. [rad. cast: Teoria econdmica de la democracia, Madci, Aguilas, 1973.) eh ue NoDRLO AGONTID DE LA DENOCRACA/ 97 misma de «pueblo». Ademds, dado que desde su punto de vista, el interés propio es lo que induce @ actuar a los individuos, y no la creencia moral de que deben hacer lo que constituye el interés de la comunidad, declararon que los intereses y las preferencias eran lo que debia componer las lineas sobre las cuales habria que organi- zar los partidos politicos, y proporcionar el material del que debe- ria ocuparse la negociacién y el voto. La participacién popular en Ja toma de decisiones deberia mas bien desincentivarse, pues s6lo podtia tener consecuencias disfuncionales para la marcha del siste- ma, La estabilidad y el orden era més probable que resultaran del ‘compromiso entre los intereses que de movilizar a las personas en pos de un consenso ilusorio sobre el bien comin. Como conse- cuencia de ello, la politica democrética quedé separada de su di- mensién normativa y empez6 a considerarse desde un punto de vis- ta puramente instrumental. El ptedominio del enfoque de la agregaci6n, con su reduccién de Ja democracia a un conjunto de procedimientos para el tratamiento del pluralismo de los intereses grupales, es lo que empezé a cuestio nar la nueva ola de la teorfa politica normativa, inaugucada por John Rawls en 1971 con la publicaci6n de su libro Teoria de la justicia y también es lo queen la actualidad impugna el modelo deliberativo. Los autores que se adhirieron a esta cozriente declaran que esto es 1o que se encuentra en el origen del actual descontento que suscitan las instituciones democraticas y constituye también el fandamento de la incontenible crisis de legitimidad que afecta a las democracias occidentales. Desde su punto de vista, el futuro de la democracia li- beral depende de que logre recuperar su dimension moral. Pese a ‘no negar «el hecho del pluralismo> (Rawls) y la necesidad de abric un espacio para los muy diversos conceptos del bien, los demécratas deliberativos afirman que sin embargo es posible alcanzar un con- senso més profundo que el de un «mero acuerdo sobre los proce- dimientos», un consenso que podria calificarse como «moral». La democracia deliberativa: sus objetivos Desde luego, los demécratas deliberativos no estan solos en su deseo de ofrecer una alternativa a [2 perspectiva del modelo de 3, John Rawls, A Theory of Justice, Cambridge, Massachusetts, 1974 98 / La panama DemocrAricn agregacién dominante, con su punto de vista reduccionista sobre el proceso democratico. La especificidad de su enfoque reside en promover una forma de racionalidad normativa. Es también ca~ racteristico su intento de proporcionar una sélida base de lealtad a Ja democracia liberal mediante la reconciliacion de la idea de la so- berania democratica con la defensa de las instituciones liberales. De hecho, vale Ja pena recalcar que, pese a ser criticos con un cierto género de modus vivendi del liberalismo, la mayoria de quienes abo- gan por una democracia deliberativa no son antiliberales. Subra~ yan el papel central de los valores liberales en la concepcién moderna de la democracia, a diferencia de las anteriores criticas marxistas. Su objetivo no es abandonar el liberalismo sino recuperar su dimen- sign moral y establecer un estrecho vinculo entre los valores libera- les y la democracia. Su principal afirmaciéa es que resulta posible, gracias a proce- dimientos adecuados de deliberaciéa, alcanzar formas de acuerdo que satisfagan tanto Ia racionalidad (entendida como defensa de los derechos liberales) como la legitimidad democratica (tal como queda representada por la soberanfa popular). Su iniciativa consis- te en volver a formular el principio democratico de soberania po- pular de tal forma que se eliminen los peligros que pudiera plantear 2 los valores liberales. Es la conciencia de estos peligros fo que a menudo ha hecho que los liberales descontiasen de la participacién popular y se mostraran dispuestos a encontrar modos de desincen- tivarla o limitarla. Los demécratas deliberativos creen que estos peligros pueden evicarse, y de este modo permiten que los liberales abracen los ideales democréticos con mucho més entusiasmo del que han mostrado hasta ahora. Una de las soluciones propuestas, consiste en reinterpretar la soberanfa popular en términos inter- subjetivos y en redefinirla como eun poder generado por medios comunicacionales».* Existen muchas versiones diferentes de democracia delibera- tiva, pero se pueden clasificar grossa modo en dos escuelas prin- cipales, Ia primera de ellas ampliamente influida por John Rawls, y por Jiirgen Habermas la segunda. Me conceatraré por tanto en es- tos dos autores, asi como en dos de sus seguidores: Joshua Cohea, partidario de Rawls, y Seyla Benhabib, por la variante habermasiana, 4. Véase por ejemplo Jirgen Habermas, «Three Normative Models of Demo- racy», en Seyla Benhahib comp.) Democracy and Difference, Princeton, 1966, pag. 29. ents PR MODELO KGONISTCO DE LA DEMOCRACA/ 99 Por supuesto, no niego que existan diferencias entre estos dos enfo- ques ~difecencias que indicaré a lo largo de mi examen-, pero tam- bign exisren importantes convergencias que, desde el punto de vista de mi investigacién, son mas significativas que los desacuerdos. Como ya he indicado, uno de los objetivos del enfoque delibe- zativo, un objetivo que comparten tanto Rawls como Habermas, consiste en asegurar un fuerte vinculo entre Ja democtacia y el liz beralismo, refutando a todos aquellos detractores que, tanto de Ja derecha como de la izquierda, han proclamado la naturaleza con- tradictoria de la democracia liberal. Rawls, por ejemplo, declara que su ambicién es elaborar un liberalismo democratico que dé res- puesta tanto a la exigencia de libertad como a la de igualdad. Quie- re encontrar una soluci6n al desacuerda que ha existido en el pen- samiento democratico de los siglos pasados cenzre la tradicién asociada a Locke, que confiere un mayor peso a lo que Constant llamaba «las libertades de los modernos» -la libertad de pensamiento y de conciencia, ciertos derechos basicos de la per- sona, derechos de propiedad y el imperio de la ley-, y la tradicién, asociada a Rousseau, que otorga mis peso a lo que Constant llamé las «las libervades de los antiguos», esto es, las libertades politicas igua- les y los valores de la vida publica.’ Por lo que se refiere a Habermas, su reciente libro Between Facts and Norms deja claro que uno de los objetivos de su teoria proce- dimental de la democracia es poner en primer plano la «coorigina- lidad» de los derechos individuales fundamentales y de la sobera- nia popular. Por una parte, el autogobierno sirve para proteger los derechos individuales; por otra, esos derechos proporcionan las condiciones necesarias para el ejercicio de la soberania popular, Una ver que se afrontan de esa manera, dice, «puede uno entender de qué modo la soberania popular y los desechos humanos van cogidos de la mano, y por consiguiente aprehender la cooriginalidad de la au- tonomia civica y privada».® Sus seguidores, Cohen y Benhabib, también subrayan la inicia- tiva conciliadora que se halla presente en el proyecto deliberativo. 5. John Ravils, Political Liberalism, Nucra York, 1993, pg, 5. 6. Jirgen Habermas, Between Facts and Norms: Contributions to a Discourse ‘Theory of Law and Democracy, Cambridge, Massachusetts, 1996, pig, 127. (Trad. casts: Facticidad y validee, Madsid, Teorta, 1998.) Universidad Nacional de Vil'a Maria 100 /1a porno penocrénca Pese a que Cohen afirma que es erréneo imaginar las «libertades de Jos modernos» como algo exterior al proceso democrético y que los valores igualitarios y liberales han de contemplarse como elemen- 0s de la democracia y no como obligaciones que se le imponen,’” Benhabib declara que el modelo deliberativo puede transcender la dicotonafa entre el énfasis liberal en los derechos y las libertades indi- viduales y el €nfasis democratico en la formacién colectiva y la for- maci6n de la voluntad.* ‘Otro punto de convergencia entre ambas versiones de la de- mocracia deliberativa es su insistencia comiin en la posibilidad de fandac la autoridad y la legitimidad en algunas formas de razona- miento piblico, asi como su creencia compartida en una forma de racionalidad que no sea meramente instrumental sino que posea una dimensién normativa: lo «razonable» para Rawls y la «racio- nalidad comunicativa> para Habermas. En ambos casos se esta- blece una fuerte separacin entre el «mero acuerdo» y el «consenso racional», y ademas el campo propio de la politica se identifica con elintercambio de argumentos entre personas razonables que se gufan por el principio de imparcialidad. ‘Tanto Habermas como Rawls creen que podemos encontrar en las instituciones de la democracia liberal el contenido idealiza- do de la racionalidad préctica. El punto en el que divergen es el de la clucidacién de la forma de la raz6n prdctica encarnada cn las ins- rituciones democraticas. Rawls hace hincapié en el papel de los principios de justicia logrados a través del mecanismo de la «posici6n original» que fuerza a los participantes a dejar de lado todas sus particularidades e intereses. Su concepcién de la sjusticia como equidads, que establece la prioridad de los principios liberales bd- sicos, unida a los «fundamentos constitucionales», proporciona el marco para el ejercicio de la «razén piblica libre». Por lo que se re- fiece a Habermas, se observa una defensa de lo que él sostiene que es un enfoque estrictamente procedimental en el que no se ponen Ii- mites al alcance ni al contenido de la deliberaci6n. Son las restric- ciones procedimentales de la situaci6n de discurso ideal las que eli- 7, Joshua Cahen, «Democracy and Libersy», en J. Blster (comp.), Deliberative Democracy, Cambridge, 1988, pig. 187. [Trad. cas: «Democracia y hbertad», en La emocracia deiberativa, Barcstona, Gedise, 2001.) ', Seyla Benhabib, «Toward a Deliberative Model of Democratic Legivimacy>, en Seyle Bechabib (comp.), Democracy ana Diffevence, Princeton, 1996, pig. 77. oni ee PN HODELO AGONISTID DE LA DEMOCRACA / 103 minardn las posiciones que los participantes no puedan consensvar cen el ediscurso» moral. Como recuerda Benhabib, las caracteristi- cas de dicho discurso son las siguientes: a) la participacién en la deliberacién se rige por las normas de igual- dad y simetria; todos tienen las mismas oportanidades para iniciat los actos de habla, para cuestionas, preguntar y abrir el debates b) to- dos tienen derecho a cuestionar los temas contemplados en la con- versacién; y c) todos tienen derecho a iniciar argumentos reflexivos sobre las propias reglas del procedimiento del discurso y sobre la for- ‘ma en que se aplican y se cumplen. En principio, no existen reglas ‘que limiten la agenda de la conversacién, o la identidad de los pasti- cipantes, con tal de que cualquier persona o grupo excluido pueda demostrar justificadamente que se ve afectado de manera relevante or la norma propuesta que se esté cuestionando,? Para esta perspectiva, la base de legitimidad de las institucio- nes democraticas deriva del hecho de que las instancias que exigen un poder obligatorio lo hacen partiendo de la presuncién de que sus decisiones representan un punto de vista imparcial que atiende por igual a los intereses de todos. Cohen, tras afirmar que la legiti- midad democratica surge de decisiones colectivas entre miembros iguales, declara: «De acuerdo con la concepcién deliberativa, una decisin es colectiva siempre que surja de disposiciones de eleccién colectiva vinculante que establezcan condiciones de razonamiento li- bre y piblico entre iguales que son gobernados por las decisiones».!° ‘Desde este punto de vista, para que un procedimiento sea de- mocratica no es suficiente con ener en cuenta los intereses de todos y lograr un compromiso que establezca un modus vivendi. El obje- tivo es generar un «poder comunicativo», y esto exige establecer Jas condiciones para un asentimiento libremente otorgado por to- dos los interesados, de aht la importancia de buscar procedimientos que garanticen la imparcialidad moral. S6lo entonces puede uno estar seguro de que el consenso que se obtiene es racional y no un mero acuerdo. Esta es la raz6n de que el acento se ponga en la na- turaleza del procedimiento deliberativo y en los tipos de razones que se consideran aceptables para los partiipantes en liza. Benhabib lo expresa del siguiente modo: 9. Benhabiby «Toward a Deliberative Model», pig, 70 10. Cohen, «Demacracia y libertad, pag. 236 102 /.a pRaooua aenocnanca Segtin el modelo deliberativo de democracia, ¢s una condicién necesaria para lograr la legitimidad y la racionalidad con respecto a los procedimientos de la toma colectiva de decisiones en una socie- dad y una organizaci6n politics que las instituciones de esta forma de gobiemo estén dispuestas de tal modo que lo que se considere par- te del interés comiin de todos resulte de unos procesos de delibera- . Ades, ahora Habermas acepta que existen cuestiones que han. de permanecer al margen de las practicas del debate racional piibli- co, como los asuntos existenciales que no conciernen a cuestiones relacionadas con la «justicia» sino con la «vida buena» ~éste es para Habermas el émbito de la ética—o con conflictos entre grupos de in- terés vinculados a problemas distributivos que slo pueden resol- verse mediante compromisos. Sin embargo, considera que «esta diferenciacién en el campo de los asuntos que requieren decisiones politicas no niega ni la importancia principal de las consideraciones morales ni la viabilidad del debate racional como forma misma de la comunicacién politica»."” Desde su punto de vista, las cuestiones po- 11, Benhabib, «Toward a Deliberative Model, pig. 69. 12, Jiurgen Habermas, «Further Reflections on the Public Spherer, en C, Cal- shoun (comp.), Habermas and the Public Sphere, Cambridge, Massachusets, 1991, pig. 48, coe ewe PN MODELO RGONESTOO DE LA DEMOERAEK/ 103 Iiticas fundamentales pertenecen a la misma categoria que las cues- tiones morales y pueden decidirse de forma sacional. Al contrario que las cuestiones éticas, no dependen de su contexto. La validez de sus respuestas proviene de una fuente independiente y tiene un al- cance universal. Habermas mantiene con firmeza que el intercambio de argumentos y contraargumentos, tal como se plantea en su enfo- que, es el procedimiento mas adecuado para conseguir la formacién racional de la voluntad de la que pueda surgir el interés general. La democracia deliberativa, considerada aqui en ambas ver- siones, concede al modelo agregativo que en las condiciones mo- dernas es preciso reconocer una pluralidad de valores e intereses y que se debe cenunciar a un consenso sobre lo que Rawls llama perspectivas «globales» de naturaleza religiosa, moral o filosGfica. Sin embargo, sus defensores no aceptan que esto implique la im- posibilidad de un consenso racional sobre las decisiones politicas, entendiendo por consenso algo distinto al simple modus vivendi, «s decir, considerdndolo como un tipo de acuerdo moral que resulte del libre razonamiento entre iguales. Gon tal de que los procedi- mientos de la deliberaci6n garanticen imparcialidad, igualdad, fran- queza y ausencia de coaccién, conseguirdn guiar la deliberacién hacia intereses generalizables en los que puedan coincidir todos los participantes, produciendo de este modo resultados legitimos. Los habermasianos hacen mucho més hincapié en la cuestién de la le- gitimidad, pero no existe ninguna diferencia fundamental entre Ha~ bermas y Rawls en esta cuestién. De hecho, Rawls define el princi- pio liberal de legitimidad de una manera que es congruente con el punto de vista de Habermas: «Nuestro ejercicio del poder politico es adecuado, y por consigniente justificable, slo cuando se ejerce de acuerdo con una constitucién cuyos puntos esenciales cabe ra- zonablemente esperar obtengan el respaldo de todos los ciuda- danos a la luz de los principios y las ideas que aceptan como raz0- nables y racionales»." Esta fuerza normativa que se concede al principio de justificacién general concuerda con el discurso ético de Habermas, y esta es Ia razn de que uno pueda argumentar en favor de la posibilidad de volver a formular el constructivismo po- litico rawlsiano mediante el lenguaje de! discurso ético."* De he~ 13. Rawls, Political Liberal, pig. 217. 14, Bote es el argumenta expuerto por Rainer Fors en la revision del «Polical Liberalism que se eneuentra en Constellations 1, 1, pig. 168. 104 / a pou oewocRACA cho, esto es en cierto modo lo que hace Cohen, y por eso nos pro- porciona un buen ejemplo de la compatibilidad entre los dos en- foques. En particular, subraya los procesos deliberativos y afirma ue, si se la considera como un sistema de acuerdos sociales y po- Iiticos capaces de vincular el ejercicio del poder al libre razona- miento entre iguales, la democracia no sélo exige a sus participantes que sean libres e iguales, sino también que sean «razonables». Con esto quiere decir que «se proponen defender y criticar instieuciones y programas en funciGn de consideraciones que otros, como libres ¢ iguales, tienen razones para aceptar, dado el hecho del pluralis- mo razonable»."* La huida det pluralismo ‘Tras haber perfilado las principales ideas de la democracia deli- berativa, pasaré a estudiar con més detalle algunos puntos del de- bate entre Rawls y Habermas con la intencién de traer al primer plano lo que considero la deficiencia crucial del enfoque deliberati- ¥o. Dos son los asuntos que considero particularmente relevantes.. Fl primero es que una de las afirmaciones principales del «libe- ralismo politico» defendido por Rawls sostiene que se trata de un liberalismo que es politico, no metafisico. y que es independiente de las opiniones globales. Se establece una separaci6n definida en- tre el Ambito de lo privado, donde coexisten una pluralidad de puntos de vista globales diferentes e irreconciliables, y el ambito de lo puiblico, donde se puede establecer un consenso traslapado sobre un concepto compartido de la justicia. Habermas sostiene que Rawls no puede tener éxito en su es- trategia de evitar las euestiones filosélicamente controvertidas, por- que es imposible desarrollar su teoria de la manera independiente que proclama, De hecho, su nocién de fo «razonable», al igual que su concepto de «persona», le conducen necesariamente a cuestiones relacionadas con los conceptos de racionalidad y verdad que pre- tende eludic'® Ademas, Habermas declara que su propio enfoque es 15. Cohen, «Democracia y libertad», pig. 245, 16. Jingen Habermas, «Reconciliation Through the Public Use of Reasons Re- ‘marks on Jobo Rawls’ Political Liberals, The Journal of Philosophy XXCH, 3, 1995, pig. 126, oti ee a ws wooet0 AGoNISTICO OF LA DeMOCRICK 105 superior al rawlsiano debido a que su cacdcter estrictamente pro- cedimental le permite «dejar abiertas mds cuestiones porque confia ms en el proceso de opinién racional y de formacién de la volun- tad»."” Al no postular una separacién radical entre fo piblico y lo privado, se encuentra mejor adaptado para acomodar le amplia deliberacién que implica la democracia. Rawls replica que el enfo- que de Habermas no puede ser tan estrictamente procedimental como pretende. Ha de incluir una dimensién sustantiva, dado que los asuntos relacionados con el resultado de los procedimientos no se pueden excluir de su disefio."* Pienso que los dos tienen razén en sus respectivas criticas. De hecho, el concepto de Rawls no es tan independiente de las opinio- nes globales como él cree, y Habermas no puede ser tan puramen- te procedimental como afirma. Es muy significativo que ambos sean incapaces de separar lo pitblica de lo privado, o lo procedimental de lo sustancial, tan claramente como declaran. Lo que esto revela es la imposibilidad de lograr lo que cada uno de ellos, aunque de diferente manera, se propone en realidad, esto es, la delimitacién de un Ambito que no esté sujeto al pluralismo de los valores y en el que pueda establecerse un consenso sin exclusiones. De hecho, la Circunstancia de que Rawls evite las doctrinas globales viene moti- vada por su creencia en que no es posible ningan acuerdo racional eneste campo, Esta es a razén de que, para que las instituciones li- berales sean aceptables para gente con diferentes opiniones mora- les, filoséficas y religiosas, deban de ser neutrales respecto a los puntos de vista globales. De ahi Ia radical separacién que trata de instalar entre el Ambito de lo privado, con su pluralismo de valores iereconciliables, y el ambito de lo piiblico, en el que el acuerdo po- licico sobre el concepto liberal de justicia quedaria garantizado mo- diante la creacién de un consenso traslapado sobre la justicia. En el caso de Habermas, se hace un intento similar para esca- par de las implicaciones del pluralismo de los valores mediante la distincién entre la ética, un 4mbito que permite la existencia de conceptos contrapuestos de la vida buena, y la moral, un émbito en el que se puede aplicar un procedimentalismo estricto y lograr Ja imparcialidad, legandose de este modo a la formulacién de unos 17, bid, pig. 134. 18. John Rawls, «Reply to Habermase, The Joumal of Philosophy XCIL, 3, 1995, pags. 170-174, 106 /.4 prADou oewocRsCs principios universales. Rawls y Habermas quieren fundar la adhe- sién a la democracia liberal en un tipo de acuerdo racional que ex: ~cluya la posibilidad de la impugnacidn. Por esta raz6n se ven obli- gados a relegar el pluralismo a un ambito no piiblico con el fin de aislar a la politica de sus consecuencias. Fl hecho de que sean inca- paces de mantener la rigida separacién que defienden tiene impli- caciones muy importantes para la politica democritica. Pone de manifiesto el hecho de que el smbito de la politica -incluso en el caso de que afecte a cuestiones fundamentales como la justicia 0 los prin- cipios basicos- no es un terreno neutral que pueda aislarse del plu- ralismo de valores, un terreno en el que se puedan formular solucio- ones racionales universales. La segunda cuesti6n es un asunto diferente que concierne a la relacién entre la autonomia privada y la autonomia politica. Como. hemos visto, ambos autores se proponen reconciliar las «libertades de los antiguos» con las «libertades de los modernos» y argumen- tan que los dos tipos de autonomia van necesariamente juntos. Sin embargo, Habermas considera que s6lo su enfoque consigue esta- blecer la cooriginalidad de los derechos del individuo y la partici- paci6n democratica. Afirma que Rawls subordina la soberania de- mocratica a los derechos liberales porque considera la autonomia publica como un medio para autorizar la autonomia privada. Sin embargo, tal como ha sefialado Charles Larmore, Habermas, por su patte, privilegia el aspecto democratico, dado que sostiene que la importancia de los derechos individuales reside en el hecho de que hacen posible el autogobierno democritico.” Asi pues, hemos de concluir que, también en este caso, ninguno de los dos es capaz de llevar a cabo lo que anuncia. Lo gue quieren negar es la naturaleza paradéjica de la democracia moderna y la tensin fundamental en- tre la légica de la democracia y la l6gica del liberalismo. Son inca- paces de reconocer que, pese a que sea efectivamnente cierto que los derechos individuales y cl autogobierno democratico son constitu- tivos de la democracia liberal, cuya novedad reside precisamente en Ja articulacién de ambas tradiciones, existe una tensidn entre sus respectivas «gramticas» que nunca podrd ser eliminada. Sin duda, y contrariamente a lo que han argumentado adversarios como Carl Schmitt, esto no significa que la democracia liberal sea un régimen condenado al fracaso. Esa tensién, pese a no poder ser erradicada, 18. Charles Larmore, The Morals of Modernity, Cambridge, 1996, pig, 217. i et PRA UN MODELO AzONSTCD OF LA DEMOCRAC / 107 se puede abordar de diferentes modos. De hecho, una gran parte de Ja politica democratica se ocupa precisamente de la negociacién de esta paradoja y de la articulacién de soluciones precarias.” Lo exrOneo es Ja biisqueda de una solucién racional final. No sélo no puede tener éxito, sino que ademas conduce a plantear restriccio- nes indebidas al debate politico. Fsa bisqueda deberia ser recono- cida como lo que realmente es: otro intento de aislar a la politica de los efectos del pluralismo de valores, esta vez tratando de fijar de tuna vez por todas el significado y le jerarquia de los valores liberal democraticos basicos. La teoria democratica deberia renunciar a estas formas de escapismo y enfrentarse al reto que conlleva el re- conocimiento del pluralismo de valores. Esto no significa aceptar un pluralismo total, y es necesario poner algunos limites al tipo de confrontacién que se considerar4 legitimo en la esfera publica. Sin ‘embargo, habria que reconocer la naturaleza politica de los limites en lugar de presentarlos como un conjunto de requisitos exigidos por la moral o la racionalidad. 2Qué lealtad a la democracia? Si tanto Rawls como Habermas, aunque de maneras diferentes, se proponen alcanzar una forma de consenso racional en vez. de un «simple modus vivendi» 0 un «mero acuerdo», es porque creen que proporcionando bases estables a la democracia liberal ese consen- so contribuird a garantizar el futuro de las instituciones liberal de- mocraticas. Como hemos visto, mientras que Rawls considera que el asunto clave es la justcia, para Habermas la cuestin central guarda relacién con la legitimidad. Segiin Rawls, una sociedad bien orde- nada es una sociedad que funciona segtin los principios estableci- dos por un concepto de justicia compartido. Esto es lo que produ- ce la estabilidad y Ia aceptacién de las instituciones por parte de los ciudadanos. Para Habermas, una democracia estable y que funcio- ne correctamente requiere la creacién de una forma de gobierno in- tegrada mediante la percepcién racional de su legitimidad. Esta es la zaz6n de que para los habermasianos la cuestién central resida 20, He desarcollado este argumento en mi artculo «Carl Schmitt and the Peta lox of Liberal Democracy», en Chantal Moufe(comp.), The Challenge of Carl Sch- tt, Londses, 1999; véase también el capitulo 2 del presente volumen 108 /ca peH00.8 oENOERATCA en encontrar un modo de garantizar que las decisiones adoptadas por las instituciones democraticas representen un punto de vista imparcial, capaz de expresat por igual los intereses de todos, lo que 2 su vez exige establecer unos procedimientos capaces de generar resultados racionales mediante Ia participacién democrética. En palabras de Seyla Benhabib, «en las sociedades democréticas com- plejas la legitimidad debe ser concebida como el resultado de la de- liberacién publica, libre e irrestricta de todos en las materias de in- terés comin», En su deseo de mostrar las limitaciones del consenso democr: tico en el modelo de agregacién ~que sélo se interesa por la racio- nalidad instrumental y el fomento del interés propio los demécratas deliberativos insisten en Ja importancia de otro tipo de racionali- dad, la racionalidad que opera en la accién comunicativa y en la libre raz6n publica. Quieren convertir esto en la principal fuerza impul- sora de los ciudadanos demécratas y en la base de su lealtad hacia las instituciones comunes, Su preocupacién por el estado actual de las instituciones de- mocraticas es una preocupacion que comparto, pero considero que su respuesta es profundamente inadecuada. La solucién a nuestra dificil siruaci6n actual no consiste en sustituir la dominante «racio- nalidad medios/fines» por otra forma de racionalidad, por una ra- ional «deliberativa» y y lo «sustancial», o entre lo «moral» y lo «ético», es decis, no es posible mantener las Separaciones que son centrales en el enfoque habermasiano. Los procedimientos siempre implican compromisos éticos sustanciales, y nunca puede existir nada que se parezca a unos procedimientos puramente neucrales. Considerada desde este punto de vista, la lealrad a la democra- cia y la creencia en el valor de sus instituciones no dependen de que se les proporcione un fundamento intelectual. Ambas cosas, leal- 23. Chantal Mouffe, EI rtorno de lo politico, capital 4 24, Véase «Wittgenstein, la teoria politica y Iz democracia», capitulo 3 de este volamea. PAR WN HCOELD ROONISICO OE LA DEOCRAC FL11 tad y ceeencia, se encuentran mds en la naturaleza de lo que Wit- tgenstein compara a «un apasionado compromiso con un sistema de reierencia. De ah que, pese a ser creencia, sea en realidad una for- ma de vida, o una forma de evaluar la propia vida» Al contrario de lo que sucede con la democracia deliberativa, esta perspectiva también implica reconocer los limites del consenso: «Cuando lo que se enfrenta realmente son dos principios irreconciliables, sus parti- darios se declaran mutuamente locos y herejes. He dicho que “com- batiria® al otro -pero, ino le daria razones? Sin duda; pero, zhasta dénde legariamos? Mas alla de las razones esta la persuasion.»”® El hecho de yer las cosas de esta forma deberfa hacer que nos percatasemos de que tomaros en serio al pluralismo nos exige abandonar el suefio de un consenso racional que implique la fan- tasia de que podemos escapar de nuestra forma de vida bumana. En nuestro deseo de un conocimiento total, dice Wittgenstein, «He- mos llegado hasta el hiclo resbaladizo, donde no existe la friccién, y asi, en cierto sentido, las condiciones son ideales, pero también, y justamente por eso, somos incapaces de caminar: por consiguiente, necesitamos friccién. Vuelta al duro suelo».” ‘Vuelta al duro suclo significa en este caso aceptar cl hecho de que, lejos de ser meramente empfricos 0 epistemolégicos, los obs- téculos que se oponen a los artificios racionalistas como la «condi- ci6n original» o «el discurso ideal» son ontol6gicos. De hecho, la deliberacién publica libre e irrestricta de todos los ciudadanos so- bre los asuntos de interés comin es una imposibilidad conceptual, puesto que las formas de vida particulares que se presentan como sus «impedimentos» son precisamente su condicién de posibilidad. Sin ellas, nunca podria producirse ninguna comunicacién ni deli- beracién, No existe en absoluto ninguna justificacin para atribuic un privilegio especial a un supuesto «punto de vista moral» regido por la racionalidad y la imparcialidad mediante el cual pudiera lo- rarse un consenso universal racional. 25. Ludwig Wittgenstein, Cultere and Value, Chicago, 1980, pig, 85e, 26. Ludwig Wirgenstein, Sobre la certez, Barcelona, Gedisa, 1988, 611-612. 27. Ludwig Witgenstein, Philosophical Investigations, Oxford, 1958, pg. 46e. 1112 sa eapaoous oswocrtmon Un modelo «agonisticon de democracia Ademés de hacer hincapié en las précticas y los juegos del len- guaje, una altemnativa al marco racionalista requiere también la aceptacién del hecho de que el poder es constitutivo de las relacio- nes sociales. Una de las deficiencias del enfoque deliberativo con- siste en que, al postular la disponibilidad de una esfera piblica en la que el poder hubiera sido eliminado y en la que se pudiera reali- zar un consenso racional, este modelo de politica democratica es incapaz de reconocer tanto la dimensién de antagonismo que im- Plica el pluralismo de valores como ja imposibilidad de erradicarlo. Esta es la raz6n de que sea incapaz de apreciar la especificidad de lo politico y de que sdlo pueda concebirlo como un Ambito especi- ficamente propio de la moral. La democracia deliberativa propor- ciona un muy buen ejemplo de lo que alirmaba Carl Schmitt res- pecto del pensamiento liberal: «De un modo muy sistematico, el pensamiento liberal elude o ignora el Estado y la politica, y se ins- tala en cambio en una caracterfstica polaridad recurrente de dos esferas heterogéneas, a saber, la de la ética y la de la economia».”* De hecho, frente al modelo agregativo, inspirado en la economia, Ja tinica alternativa que los demécratas deliberativos pueden ofre” cer es la de reducir la politica a la ética. Para remediar esta grave deficiencia, necesitamos un modelo democratico capaz de aprehender Ja naturaleza de lo politico. Ello requiere desarrollar un enfogue que sitie la cuestién del poder y el antagonismo cn su mismo centro. Ese es el enfoque que quiero defender, el enfoque cuyas bases teéricas quedaron perfiladas en Hegemonta y estrategia socialista.” La tesis centeal del libro sostie- ne que la objctividad social se constituye mediante actos de poder, Ello implica que cualquier objetividad social es en tiltimo término politica y que debe llevar las marcas de la exclusiGn que gobierna su constitucidn. Este punto de convergencia, 0 mas bien de mutua reduccién, entre a objetividad y el poder es lo que entendernos Por «hegemonia». Esta forma de plantear el problema indica que el poder no deberfa ser concebido como una relaci6n externa que tie~ ne lugar entre dos identidades ya constituidas, sino més bien como 28, Carl Schmit, The Concept of the Political, New Brunswick, 2976, pig, 70. 29, Emesto Laclau y Chantal Moufie, Hegemonia astrategiasocilista, Ma. sid, Siglo XX1, 1987, ote eli x MoDeL0 AGERSTICG DE LA DewOCRAC/ 13 el elemento que constiruye las propias identidades. Dado que cual- quiet orden politico cs la expresién de una hegemonia, de una pau- ta especifica de relaciones de poder, la préctica politica no puede ser concebida como algo que simplemente representa los intereses de unas identidades previamente constituidas, al contrario, se tiene que entender como algo que constituye las propias identidades y que ademas lo hace en un terreno precario y siempre vulnerable. Afirmar la naturaleza hegemdnica de cualquier tipo de orden social es verificar un desplazamiento de la relacién tradicional en- te la democracia y el poder. Segiin el enfoque deliberativo, cuanto més democratica sea una sociedad, menor sera el poder que forme parte de las relaciones sociales. Pero si aceptamos que las relacio- nes de poder son constitutivas de lo social, entonces la pregunta principal que ha de atender la politica democratica no es la de eémo climinar el poder sino la de como constituir formas de poder mas compatibles con los valores democraticos, Aceptar la naturaleza del poder como algo inherente a lo social implica renunciar al ideal de una sociedad democrética como rea- lizacién de una perfecta armonia o transparencia. El caracter demo- cratico de una sociedad sélo puede venir dado por el hecho de que ningGin actor social limitado pueda atribuirse la representacién de la totalidad y afirmar que tiene el «control» de las fundamentos, Por consiguiente, la democracia requiere que la naturaleza pu- ramente construida de las relaciones sociales encuentre su comple- mento en los fundamentos puramente pragméticos de las pre- tensiones de legitimidad del poder. Esto implica que no existe una distancia insalvable entre el poder y la legitimidad, obviamente no en el sentido de que todo poder sea automdticamente legitimo, sino en el sentido de que: a) si un poder cualquiera ha sido inca- paz de imponerse, es porque ha sido seconocido como legitimo en algunos circulos, y b) sila legitimidad no se basa en un fundamen- to aprioristico, es porque esté basada en alguna forma de poder cexitosa. El vinculo entre la legitimidad, el poder y el orden hege- ‘ménico que esto implica es precisamente lo que exciuye el enfoque deliberativo al postular la posibilidad de un tipo de argumentaciéa racional en el que se ha eliminado al poder y donde la legitimidad encuentra su fundamento en la racionalidad pura. Una vez. que ef terreno te6rico ha sido delineado de este modo, podemos empezar a formular una alternativa tanto para el modelo de ageegacién como para el modelo deliberativo, una alternativa 1114 Ls eacoia oeMocRAnca que propongo denominar «pluralismo agonistico».*° Para aclarar la nueva perspectiva que estoy proponiendo: se necesita una pri- mera distincién, la distincién entre «la politica y «lo politico». Con «lo politico» me refiero a la dimensién de antagonismo que es in- herente a las relaciones humanas, antagonismo que puede adoptar muchas formas y surgir en distintos tipos de relaciones sociales. La «politica», por otra parte, designa el conjunto de pricticas, discur- sos e instituciones que tratan de establecer un cierto orden y orga~ nizar la coexistencia humana en condiciones que son siempre po- teacialmente conflictivas porque se ven afectadas por la dimension de «lo politico». Considero que s6lo cuando reconocemos la dimen- sién de «lo politico» y entendemos que «la politica» consiste en do- mesticar la hostilidad y en intentar atenuar el amtagonismo poten- cial que existe en las relaciones humanas, podemos plantear lo que considero la cuesti6n central de la politica democratica. Segtin los racionalistas, esta cuestién no consiste en cémo alcanzar un con- senso sin exclusién, ya que ello implicaria la erradicacién de lo po- litico. La politica se propone la creacién de la unidad en un con- texto de conflicto y diversidad; esta siempre relacionada con la creacién de un «nosotros» mediathe la determinacién de un «ellos», La novedad de la politica democrética no cs la superaci6n de esta oposicién nosotrovellos ~que es una imposibilidad— sino la dife- rente forma en que ésta se plantea. La cuestin crucial estriba en es- tablecer esta discriminacién entre el nosotros y el ellos de un modo ‘que sea compatible con la democracia pluralista. Considerado desde el punto de vista del «pluralismo agonisti- com, el objetivo de la politica democrética es construir de tal forma el «ellos» que deje de ser prcibido como un enemigo a destruiz y se conciba como un «adversario», es decir, como alguien cuyas ideas combatimos pero cuyo derecho a defender dichas ideas no pone- 30, Tal como age se define, el «plaralismo agonistico» es an intento de ponee cen prdcticalo que Richard Roy lamaria una wcedescripcidn» de a autocomprensiéa bisica dl régimen liberal demeécraca, una anrocompreasin capae de tubrayar Ia im- pportancia del reconocimiento de su dimensiéa conlliciva. Por coosiguiene, el plars- liso agonfstico que yo defiendo debe distinguese de la forma en que John Geay usa el misma término para referirse a lx mas ampliarivalidad entre conjuatos completos de formas de vide a las que considers como «la més profunda verdad, una verdad de Ja que el liberalismo agonistico no es més que un ejemplo». Véase en John Grey, En- ightenment’s Waker Politics and Culture at the Close of the Mader Age, Londees, 1995, pig. 84, Pea UW MEDELO AGOHESTICO DE LA DEMOCRACIAT 115 mos en duda. Este es el verdadero significado de la tolerancia libe- ral democratica, que no implica condonar las ideas a las que nos ‘oponemos o ser indiferentes a los puntos de vista con los que no es- tamos de acuerdo, sino tratar a quienes los defienden como a legi- timos oponentes. Sin embargo, esta categoria del «adversario» no climina el antagonismo, que habria que distinguir de la nocién li- beral del competidor con la que a veces es identificado. Un adver- sario es un enemigo, pero un enemigo legitimo, un enemigo con el que tenemos una base comin porque compartimos una adhesin a Jos principios ético-politicos de la democracia liberal: !a libertad y la igualdad. Pero estamos en desacuerdo en lo que se refiere al sig- nificada y a la puesta en prictica de esos principios, y este desacuer- do no es un desacuerdo que pueda resolverse mediante la delibera~ cion y el debate racional. De hecho, dado que el pluralismo del valor no se puede erradicar, no existe una resolucién racional del con- flicto, de ahf su dimensién antagonista.”' Esto no quiere deci, por supuesto, que los adversarios no puedan superar su desacuerdo, pero tal eventualidad no prueba que se haya erradicado el antago- nismo. Aceptar el punto de vista del adversario es experimentar un cambio radical en la identidad politica. Es més una especie de con- versién que un proceso de persuasién racional (de manera similar a Jo que Thomas Kuhn afirmaba al decir que la adhesién a un nuevo paradigma cientifico es una conversién). Por supuesto, los com- promisos también son posibles; son parte inseparable de la polit ca; pero deberian considerarse como un respiro temporal en una confrontacién que no cesa. Iniroducir la categoria del «adversario» requiere hacer mas compleja la nocién de antagonismo y distinguir dos formas dife- rentes en las que puede surgir ese antagonismo, el antagonismo pro- piamente dicho y ef agonismo. El antagonismo es una Incha entre enemigos, mieniras que ef agonismo es una lucha entre adversa- rios. Por consiguiente, podemos volver a formular nuestro proble- 431, Esa dimensién antegénics, que nuncs puede eliminarse por completa ya la {que 9610 65 posible de la socialdemocracia europea, pero, tal como atestigua Ja reciente declaracién conjunta briténico-alemana, las sefiales del virus de la tercera via estan presentes en todas partes y la enfermedad podrfa estar extendiéndose. Sus caices ban de encontrarse en el hecho de que Ja aceptacién por parte de la izquierda de la importancia del pluralismo y las instituciones liberal democréticas se ha visto acom- pafiada por la creencia errénea de que eso significaba abandonar cualquier intento de ofrecer na alternativa al actual orden hegemé- nico. De ahi la sactalizacién del consenso, el borramiento de la dis- tincién entre la izquierda y la derecha y la urgencia que manifiestan actualmente muchos partidos de la izquierda por siruarse en el centro. Sin embargo, esto pasa por alto un punto crucial, un punto re- facionado no sélo con la evidencia primaria de la lucha que se de- sarrolla en la vida social, sino también con el papel integrador que 4. Anna Coote, «lt fads on top at Number Ten», The Guardian, 11 de mayo de 1998, 126 / a Pnavoua venecréncs desempeiia el conilicto en la democracia moderna. Como ya he ar- gumentado a lo largo de estos ensayos, el cardcter especifico de la democracia moderna reside en el reconocimiento y en la legitima- cién del conflicto, asi como en la negativa a suprimirlo mediante la imposiciéa de un orden autoritario. Una democracia que funcione correctamente exige una confrontacién entre las posiciones politi- cas democriticas, y esto requiere un debate real sobre las posibles alternativas. De hecho, el consenso es necesario, pero debe ir acom- pafiado del desacuerdo. No existe contradiccién en el hecho de afir- mar esto, como desearian algunos. El consenso es necesario en las instituciones que son constitutivas de la democracia. Pero siempre existird un desacuerdo en lo que se refiere al modo en que deberia llevarse a la practica la justicia social en dichas instituciones. En una democracia pluralista, dicho desacuerdo debe considerarse le- gitimo y ser, de hecho, bien recibido. Podemos estar de acuerdo en laimportancia de «la libertad y la igualdad para todos», pese a que estemos en franco desacuerdo respecto a lo que esto significa y res- pecto al modo en que ambas cosas, libertad e igualdad, deberfan ponerse en practica, con lo que ello implica en cuanto a las dife- rentes configuraciones de las rélaciones de poder. Tal es precisa- mente el tipo de desacuerdo que constituye el meollo de la politica democratica y sobre esto ha de versar la lucha entre la izquierda y la derecha. En consecuencia, en lugar de abandonarlas por anticua- das, es mejor redefinir esas categorias. Cuando las fronteras politicas, se vuelven borrosas, la dindmica de la politica resulta obstaculizada ¥ se entospece la constitucién de las identidades politicas distintivas. Se instala el desinterés hacia los partidos politicos y se desincentiva la participacién en el proceso politico. Por desgracia, como ya hemos ‘empezado a presenciar en muchos paises, e! resultado no es una so- ciedad arménica y mas madura en la que no existen agudas divisio nes, sina el auge de otro tipo de identidades colectivas agrupadas en tomo a formas de identificacién religiosa, nacionalista o étnica. En ‘otras palabras, cuando la confrontacién democratica desaparece, lo politico en su dimensién antagénica se manifiesta a través de otros canales, Los antagonismos pueden adoptar muchas formas y es ilu- sorio creer que podrdn llegar a ser eliminados algiin dia. Esta es la ra- 26n de que sea preferible darles una salida politica dentro de un sis- tema democritico plural y «agonisticon. El deplorable espectéculo que da Estados Unidos con la trivia- lizacién de los envites politicos proporciona un buen ejemplo de la i {nou sv seven? 1127 degeneracién de la esfera publica democratica. El culebr6n sexual de Clinton fue una consecuencia direcra de este nuevo tipo de mundo politico homogeneizado ¢ insulso que resulta de los efectos de su estrategia de triangulacién. Esta, sin duda, le permitié ganar un se- gundo mandato, ya que neutraliz6 a sus adversarios mediante una abil utilizacién de las ideas republicanas que agradaban a los vo- tantes y su combinacién con politicas de izquierda en cuestiones relacionadas con el aborto y la educacién. Sin embargo, el coste de tal estrategia fue el de empobrecer atin més la esfera de una pol tica publica ya anteriormente debilitada. Deberiamos darnos cuenta de que una falta de controversia democratica en relaciéa con las verdaderas alternativas politicas conduce a antagonismos que se ‘manifiestan en formas que socavan la propia base de la esfera pt- blica democratica. El desarrollo de un discurso moralista y la ob- sesiva revelacién de escindalos en todos los ambitos de la vida, asi como el aumento de varios tipos de fundamentalismo religioso, son con demasiada frecuencia algunas de las consecuencias del vacfo creado en la vida politica por la ausencia de formas de iden- tificacin democrética informadas por valores politicos rivales. Esta claro que el problema no se limita a Estados Unidos. Una mirada a otros paises en los que, debido a la existencia de tradicio- nes diferentes, la baza sexual no puede jugarse tal como se hace en el mundo angloamericano, muestra que la cruzada contra la corrup- cin y los pactos mezquinos pueden desempefiar un papel parecido en Jo que se refiere a sustituir la ausencia de una linea de demarca- ci6n politica entre los adversarios. En otras circunstancias, sin em- bargo, la frontera politica podrfa trazarse en torno a las identida- des religiosas 0 en torno a valores morales no negociables, como sucede en el caso del aborto, pero lo que esto revela, en todos los casos, es un déficit democritico creado por el desdibujainiento de la division entre fa izquierda y la derecha asi como por la triviali- zacién del discurso politico. El creciente predominio del poder juridico también debe enten- derse en el contexto del debilitamiento de la esfera politica demo- cratica ptiblica en la que deberfa tener lugar Is confrontacién ago- nistica. Dada la creciente imposibilidad de concebir los problemas de la sociedad de una forma politicamente adecuada, existe una marcada tendencia a privilegiar el campo juridico y a esperar que el derecho proporcione las soluciones a todos los tipos de conflictos. La esfera jaridica se esté convirtiendo en el terreno en el que los 128 /LA oRanoH peMoERA TEA conflictos sociales encuentran su forma de expresién, y se conside- ra que el sistema legal es responsable de organizar la coexistencia humana y de regular las relaciones sociales. Con el borramiento de la divisién entre la izquierda y Ia derecha, las sociedades liberal de- mocriticas han perdido la capacidad de ordenar simbélicamente las relaciones sociales de forma politica, e igualmente la capacidad de dar forma a las decisiones 2 las que han de hacer frente mediante discursos politicos. La actual hegemonia del discurso juridico encuentra defensa y concreci6n teérica en personas como Ronald Dworkin, que aficma la primacia de un poder judicial independiente, un poder que él considera el intérprete de la moralidad politica de una comunidad, Segiin Dworkin, las cuestiones fundamentales a las que ha de en- frentarse una comunidad politica en las areas del desempleo, la edu- cacién, la censura, la libertad de asociacién, etcétera, quedan me- jor resueltas si los jueces intervienen, con tal de que interpreten la constitucién haciendo referencia al principio de la igualdad politica. Se le deja muy poco espacio al debate politico. Otra consecuencia, incluso mas preocupante atin, del déficit democratico unido a la obsesi6a de la politica centrista es el papel cada vex mayor que desempefian los partidos de la derecha popu- lista. De hecho, lo que yo planteo es que el aumento de este tipo de partidos deberia entenderse en el contexto de una forma politica marcada por el «consenso de centro», que permite a los partidos populistas desafiar el consenso dominante y aparecer como las jini- cas fuerzas antisistema capaces de representar la voluntad del pue- blo. Merced una hébil retdrica populista, pueden articular mu- chas peticiones de los sectores populases tachados por las élites modernizadoras de retrgrados y presentarse como los tinicos ga- rantes de la soberania del pueblo. Creo que esta situacién no ha- bria sido posible si se hubiera dispuesto de mas opciones politicas reales dentro del espectro democriitico tradicional. La politica y lo politico Por desgracia, el enfoque que prevalece en la teoria politica, dominada como esta por la perspectiva racionalista e individualis- ta, es completamente incapaz de ayudarnos a comprender qué es lo que esté pasando. Por esta raz6n, y contra los dos modelos domi- 4 # extn UNA POLIT sw abvERSARID? 129, nantes de politica democritica, el de «agregacién™, que la reduce a la negociacién de intereses, y el «deliberativo» o «dialégico», que considera que las decisiones en materias de interés comin deberian provenir de la libre e irestricta deliberacién piblica de todos, he propuesto considerar la politica democrdtica como una forma de «pluralismo agonistico», con el fin de subrayar que en la politica democrética moderna ef problema eracial estriba en cOmo trans- formar el antagonismno cn agonismo. Desde mi punto de vista, el ob- jetivo de fs politica democratica debiera ser el de suministrar el marco en el cual los conflictos puedan adoprar la forma de una confrontacién agonistica entre adversarios en lugar de manifestar- se como una lucha antagénica entre enemigos. Considezo que las carencias de la politica de la tercera via nos ayudan a comprender por qué la consideracién de la democracia moderna como una forma de pluralismo agonista tiene consecuen- . Puede encon- ‘rarse una presentacién de sus tess principales en Guy Anas, Alain Cailléy otros, Vers une économie plurielle, Paris, 1997. nw oxi sv aoversaa0? 137 1. Una significativa reduccién de la duracion legal y efectiva del tiempo empleado en el trabajo, reduccién combinada con una politica de redistribucién activa entre los empleados asalariados. 2. Estimular el desarrollo masivo de muchas actividades no fu- que caracteriza al campo de la politica. Esto tiene graves consecuencias, ya que son precisamente estas de~ cisiones, que siempre se toman en un terreno indecidible, las que es- 142,/1A aRAo0.8 oewocRATICA tructuran las relaciones hegeménicas. Son decisiones que implican un elemento de fuerza y de violencia que nunca se puede eliminar y que no es posible aprehender adecuadamente con el solo lenguaje de la ética y a moralidad. Necesitamos hacer una reflexién sobre lo que es propio de la politica. Seamos claros. No estoy diciendo que la politica deba diso- ciarse de las preocupaciones éticas o morales, sino que su relacion debe plantearse de un modo diferente. Quisiera sugerir que es im- posible hacerlo sin indagar la problematica de la naturaleza de la sociabilidad humana, que informa Ia mayor parte del pensamiento politico democrético moderno. Para captar las carencias de la pers- pectiva dominante hemos de volver a sus origenes, esto es, al pe- iodo de la Ilustraci6n. Una guia dtil para esta investigacion es la que nos proporciona Pierre Saint-Amand en The Laws of Hosti- ity, un libro en el que propone una antropologia politica de la Hus- tracién.' Al examinar de cerca los escritos de Montesquieu, Voleai- re, Rousseau, Diderot y Sade a la luz de ia perspectiva desarrollada por René Girard, Saint-Amand pone en primer plano ef papel cla- vve desempefiado por la Logica de la imitacién en el concepto que todos estos filésofos tienen de lassociabilidad, desvelando al mismo tiempo su dimensiGn reprimida. Saint-Amand muestra de qué modo, en su intento de fundar la politica en la Razén y la Nataraleza, los Filésofos de la Hustracién se vieron abocados a presentar una ‘vision optimista de la sociabilidad humana, considerando Ia violen- cia como un fenémeno arcaico que realmente no pertenece a la na- turaleza humana. Segiin ellos, las formas de conducta antagonistas y violentas, todo lo que sea una manifestaci6n de hostilidad, podia erradicarse gracias al progreso de los intercambios y el desarro- Ilo de la sociabilidad. La suya es una perspectiva idealizada de la sociabilidad que s6lo reconoce un lado de lo que constituye la di- namica de la imitaci6n. Pierre Saint-Amand indica cémo, en la En- ciclopedia, la reciprocidad humana sc considera algo exclusiva- mente dirigido a la realizaci6n del bien. Esto es posible pocque solo se tienen en cuenta una parte de los afectos miméticos: aquellos que estén vinculados a la empatia. Sin embargo, si uno reconoce Ia naturaleza ambivalente del concepto de imitacién, su dimension an- tagonista puede ser puesta en evidencia, y lo que tenemos entonces 1, Pleste Seint-Amand, The Laws of Hostility: Politic, Violence and the Br lightenment, Minneapolis, 1996. oven 143, ¢s una imagen muy distinta de la sociabilidad. La importancia de Girard estriba en que revela la naturaleza conflictiva de la mimesis, el doble vinculo mediante el cual el propio movimiento que une & Jos seres humanos en su deseo comiin hacia los mismos objetos se encuentra también en el origen de su antagonismo. La rivalidad y la violencia, lejos de ser Iz parte exterior del intercambio, son por tanto su omnipresente posibilidad. La reciprocidad y la hostilidad no pueden disociarse, y hemos de daraos cuenta de gue el orden social siempre se hallara sujeto a 1a amenaza de la violencia. ‘Al negarse a reconocer la dimensién antagonista de la imitacién, los Filésofos no consiguieron comprender la compleja naturaleza de la teciprocidad humana. Negaron el lado negativo del inter- cambio, su impulso disociativo. Esta negacién fue la condicién mis ma para la ficcién de un contrato social del que se habrfan elimi- nado la violencia y la hostilidad, y en el que la reciprocidad podria adoptar la forma de una comunicacién transparente entre los par- ticipantes. Pese a que en sus escritos muchos de ellos no podian elu- dir por completo las posibilidades negativas de la imitaci6n, fueron incapaces de formular conceptualmente su cardcter ambivalente. Es la naturaleza misma de su proyecto humanista, la ambicién de fundar la autonomfa de lo social y de garantizar la igualdad entre los seres humanos, la que les Hleva a defender una visicn idealizada de la sociabilidad humana. ‘No obstante, dice Saint-Amand, Sade revela el cardcter ficticio de este punto de vista, ya que denuncié la idea de un contrato social e hizo apologia de la violencia. Sade puede ser considerado como una forma de «liberalismo aberrante» cuyo mévil podria ser el de ‘que los vicios privados trabajen en favor del vicio general. Sade no puede separarse de Rousseau, cuya idea de una comunidad transpa- rente es reproducida por Sade de forma perversa: la voluntad gene~ ral se convierte ea la voluntad voluptuosa, y la inmediater de la co- municacién se transforma en la inmediater del libertingje. 0 La principal leccién que hemos de aprender de este breve viaje a los comienzos de nuestra perspectiva democrética moderna con- siste en que, al contrario de lo que argumentan Habermas y sus se- guidores, el aspecto epistemolégico de la Tustracién no debe con- +144 7 pao ormncedicn siderarse como una condicién previa de su aspecto politico, es de- cis, del proyecto democratico. Lejos de constituir la base necesaria para la democracia, el punto de vista racionalista sobre la natura~ leva humana, con su negacién del aspecto negative iaherente a la sociabilidad, aparece como su punto mas débil, Al excluir e! reco- nnocimiento de que no es posible erradicar la violencia, hace que la teoria democritica sea incapaz de aprehender la naturaleza de «lo politico» en su dimensién de hostilidad y antagonismo. Los liberales contempordneos, lejos de ofrecer una perspectiva mis adecuada de la politica, estan en cierto modo menos dispuestos atin que sus antecesores a reconocer su «lado oscuro». Como he- mos visto, creen que el desarrollo de la sociedad moderna ha esta- blecido definitivamente las condiciones para una «democracia de- fiberativa» en la que las decisiones sobre asuntos de mutuo interés resulten de {a libre e irrestricta deliberacién piblica de todos. En una sociedad democratica bien ordenada, la politica es, segtin ellos, cl terreno en el que deberd establecerse un consenso racional me- diante el libre ejercicio de la razén piblica, como en Rawls, 0 mediante Jas condiciones establecidas por una comunicacién sin distorsiones, como en Habermat. Como he mostrado en el capitu- lo 4, os partidarios de la democracia deliberativa conciben las cues- tiones politicas como cuestiones de naturaleza moral, por tanto, como cuestiones susceptibles de recibir un tratamiento racional. El objetivo de la democracia es establecer procedimientos que garanti- cen la posibilidad de alcanzar un punto de vista imparcial. Para empezar a pensar sobre la democracia de un modo dis- tinto, ya es hora de comprender que la critica de la epistemologia de la Tlustraci6n no constituye una amenaza para el proyecto de- mocrético moderno. Deberfamos fijarnos en Hans Blumenberg, quien, en The Legitimacy of the Modern Age, distingue dos aspec- tos diferentes en la Tustraci6n, uno de . Sin embargo, el problema de estos cenfoques consiste en que, pese a ser por regla general mds receptivos al papel de la ret6rica y la persuasién, asi como a la importancia de las «diferencias», adolecen del hecho de que bien evitan, bien no en- fatizan suficientemente la necesidad de poner algunos limites al pluralismo, y ademas no reconocen la naturaleza hegemdnica de todo consenso posible asi como la violencia imposible de erradicar que ello implica. No me estoy refiriendo aqui a lo que considero como una for- ma premoderna de discurso «éticor, a la ética neoaristotélice del bien que invocan los comunitaristas. En EI retorno de lo politico, ya he destacado el hecho de que este discnrso resulta inadecnado para una democracia pluralista moderna.* Lo que tengo en mente son los enfoques «éticos» posmadernos, enfoques que critican todo intento de reconciliacién. Desde mi punto de vista, estos en- foques no consiguen aprchender la especificidad de lo politico por- que observan el ambito de la politica a través de la lente de otro juego del lenguaje: el de la ética, Esta es Ja raz6n de que su «ago- 43. Chantal Mouffe, EI retorno de lo politico, capitulo 2. 1148 / Ls papa oemocnAC adquiera el significado de un obstculo inherente al propio concep- to de amistad. Citando a Pierre Aubenque, Derrida afirma que en ‘este caso podria decirse que la «perfecta annistad se destruye a si mis- ma». Por tanto, por un lado tenemos un telos que ¢s posible con- ccbir y determinar pese « que, de hecho, no pueda ser alcanzado, y por otto, el zelos sigue siendo inaccesible debido a que se contradice a si mismo en su propia esencia.’ El hecho de considerar el «futuro» de la democracia pluralista segiin un esquema similar puede ayudarnos a aprehender la diferen- cia entre el modo en que concibe Ia democracia un racionalisca como Habermas y la forma agonistica y problemética que yo defiendo. En el primer caso, el consenso democratico se concibe como una aproximacién asintotica a la idea reguladora de una comunicacién libre e irrestricta, y los obstaculos son percibidos como parte de su naturaleza empirica. En el segundo caso, se reconoce ta imposibili- dad conceptual de una democracia en la que se materialicen la jus- ticia y la armonia. En realidad, la democracia perfecta se destruiria a sf misma, Esta es Ia razén de que deba concebirse como un bien que s6lo existe en [a medida en que no puede ser alcanzado. v Este énfasis en la imposibilidad conceptual de la reconcilia~ idn, zes suficiente paca aceptar la imposibilidad de erradicar el antagonismo? {Nos proporciona el tipo de perspectiva ética que exige un concepto agonistico de la democracia? Varios autores han argumentado recientemente que la «ética del psicoanalisis», tal como ha sido elaborada por Jacques Lacan, es 1o que nos pro- porciona el tipo de «ética de la disarmonfa» que requiere la poli- tica democrética, Slavoj Ziéek ha mostrado el papel que desempetia la teorfa lacaniana en lo que se refiere a socavar las propias bases 6, sea conteadiceiin surge del hecho de que uno debe desear el mayor bien para tun amigo, esto es, que él ella $8 convierta en un dios. Sin embargo, no ex posible de- scar esto poral menos ties tazones: a) con un dios ya no es posible a relacibn de amis tad; by la amistad nos ordena amar al otro en la forma que le es propia, deseando que Lo ella sign siendo como es, por lo que uno no puede deificara un amigo; y ¢) la per- Tecta 0 verdaders amistad, la de la persona justa y virwosa que deses ser como un ios, tiende a una autarquia divina que se las arregla fcilmente sin el otro y que no ‘guard celacin con la amistad. sinh concen / 149 de una comunicacién intersubjetiva libre de limitaciones y de vio- lencia.’ De hecho, Lacan revela el modo en que el propio discurso ¢ autoritario en su estructura fundamental, debido a que, como consecuencia de la libre difusién de los marcadores de significan- tes, s6lo mediante la intervencién de un marcador de significantes que actée como patrén puede surgir un campo de significado co- herente. Para él, el estatuto del marcador de significance amo, es decir, del marcador de significante de la autoridad simbdlica, cuyo fundamento reside (inicamente en si misma (en su propio acto de enunciacién), es estrictamente trascendental: el gesto que «distor- siona» un campo simbélico, que «curva» su espacio mediante la introduccién de una violencia infundada, es, en sentido estricto, correlativo a su propia fandacién. Esto significa que si tuviéramos que sustraer la distorsién de un campo discursivo, el campo se de- sintegearia, se «destaparian. ‘Yannis Stavrakakis, por su parte, indica que, para Lacan, una de las iniciativas cruciales de Freud es la de negar el «bien en tanto tal», que ha constituido el eterno objeto de la biisqueda filosofica en el campo de la ética. Stavrakakis nos revela que: «Lo que se en- cuentra mis alld de los sucesivos conceptos de lo bueno, més alld de los modos del pensamiento ético tradicional, es su fracaso tiltimo, su incapacidad para controlar la imposibilidad central, la carencia constitutiva en torno a la cual se organiza la experiencia humana>.* Esta imposibilidad es lo que Stavrakakis denomina

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