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Aproximación a las funciones de la cova dels

Nou Forats en el sistema defensivo de la


vall de Perputxent durante las revueltas de
al-Azraq (1247-1258): memoria de una ficción
Justo SELLÉS LÓPEZ

(…) y cuando el vigía veía algún barco, lo avisaba al emir y éste transmitía el aviso,
por medio de palomas mensajeras, a las costas, a fin de que estuvieran preparados (…)
Al-Muqaddasi (Ahsan at-taqasim fi ma`rifat al-aqalimr)
·
(…) I la muntanya era tan pendent i tan alta, que acabava en punta, i la roca eixia fora; i enmig d’aquella roca
havien estat fetes les coves, de manera que cap pedra que vinguera de dalt no podia fer cap mal a les coves (…)
I això [l’atac] durà molt de temps (…)
Jaume I (Llibre dels Feyts, 100 – Del començament de l’atac als sarraïns de les coves)
·
(…) I quan arribà el Diumenge de Rams, en eixir el sol, enviàrem missatge als sarraïns de les coves
dient-los que ens compliren el tracte [de rendició] que ens havien fet (…)
I ells es disposaren i recolliren la roba de vestir, i ens deixaren allà dalt molt de forment i d’ordi (…)
Jaume I (Llibre dels Feyts, 103 – De com es rendiren al Rei els sarraïns de les coves)
·
(…) I allí estigué don Pero Cornell, en emboscada, amb els seus cavalls armats, ben bé a mitja milla de distància;
i un dels sarraïns eixí fora i els digué que enviaren vint cavallers bons, i d’altres, i que ell els ficaria en dues torres,
i que caldria que anaren en sentir la crida o en veure el senyal de foc que els farien.
Jaume I (Llibre dels Feyts, 190 – Dels pactes que es feren per rendir Almassora)

En mayo de 1981, con motivo de su ingreso en la Real Academia de la Historia, el arabista Juan
Vernet leía una conferencia titulada Historia, astronomía y montañismo donde se recogían numerosos
indicios documentales sobre sistemas de transmisión de noticias mediante señales visuales utilizados
desde la antigüedad hasta la época medieval. Siguiendo el hilo de Vernet, un interesantísimo artículo de
Xavier Ballestín y Mercè Viladrich titulado Foc, fum, torxes i miralls: senyals visuals a l’època
tardoantiga i altmedieval se adentra en la búsqueda de más evidencias aparecidas en los textos árabes del
Islam medieval. Entre otros, el artículo recoge un texto de Abd al-Wahid al-Marrakushi donde se describe
el procedimiento de transmisión de noticias empleado por los Omeyas, que permitía enviar un mensaje
desde Alejandría a Trípoli en cuatro horas, y a Ceuta en una noche, saltando de fuego en fuego a lo largo
de los ribat de la costa. En nuestra tierra, sin embargo, prosperaron otros sistemas de vigilancia,
comunicación y defensa más modestos –aunque no por ello menos efectivos–, adaptados a las
posibilidades económicas y, sobre todo, a las condiciones orográficas y a las necesidades defensivas de
los campesinos asentados en nuestros valles, sencillas fortificaciones erigidas en lugares elevados con el
fin de vigilar los movimientos de las mesnadas cristianas en las zonas fronterizas y/o encontrar refugio
frente a sus cabalgadas.

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En 1247, cuando los musulmanes de estas tierras se sublevaron contra Jaime I, la vall de
Perputxent quedaba como un territorio de frontera, de modo que el macizo de Benicadell definía la
divisoria entre los dominios cristianos de la vall d’Albaida y los andalusíes de Perputxent, heredad de
Abu Abd Allah ibn Muhammad ibn Hudhayl, más conocido como al-Azraq, visir y señor de Alcalà de
Gallinera. Sin embargo, y pese a que los hombres de al-Azraq trataron de impedirlo, el control del castillo
de Benicadell –importantísimo por su situación estratégica– quedaría en manos cristianas, no sucediendo
lo mismo con las colinas orientales de esta sierra, las situadas sobre la propia vall de Perputxent, que
permanecerían bajo la influencia musulmana hasta el final de la revuelta, en junio de 1258.
Sobre una de estas colinas –concretamente
sobre la que hoy conocemos como La Barcella–
se levantó un fortín, seguramente para cubrir las
necesidades defensivas de la vall de Perputxent
durante las revueltas de al-Azraq; una atalaya
situada a 760 metros de altitud, a dos aguas,
coronando un collado completamente cónico con
una excelente panorámica sobre los valles de
Albaida y de Perputxent. Se trata de un recinto de
planta poligonal en el que todavía se distinguen los cimientos de cuatro bastiones levantados en sillería
seca y algún lienzo de muro construido en tapial; una pequeña fortificación naturalmente protegida en su
cara sur y oeste, donde un farallón rocoso hace innecesaria cualquier tipo de construcción defensiva. Al
respecto del fortín de La Barcella, en un artículo titulado Fortificaciones en yibal Balansiya. Una propuesta
de secuencia, Josep Torró expresa que podría corresponder a un puesto de uso circunstancial: el conjunto
cerámico parece tener una cronología muy concreta y la construcción está realizada precipitadamente,
ya que la fábrica de los bastiones consiste en mampostería de gran aparejo, ligada apenas con mortero.
Así, es muy posible que el fortín de La Barcella se construyese para controlar el movimiento de tropas en
la vall d’Albaida durante las revueltas acaecidas a mediados del siglo XIII. Por aquel entonces, los
cristianos solían incursionar el territorio enemigo con la finalidad de, entre otros, talar sus sembrados,
destrozar los sistemas de riego y, fundamentalmente, conseguir botín y tomar el mayor número posible de
cautivos para negociar su rescate o venderlos en el mercado de esclavos, por lo que resulta obvio que, en
un territorio tan expuesto a las cabalgadas feudales, los andalusíes tomasen sus precauciones defensivas.
Sin embargo, existen más evidencias sobre las funciones defensivas que pudo desempeñar este
enclave. En este punto, me parece oportuno e interesante reproducir un fragmento de la publicación El
Comtat. Una terra de castells, editada por el Centre d’Estudis Contestans: En el tall d’una gran cata
clandestina realitzada a la zona nord de la plataforma es veu un potent nivell de cendres a uns 30
centímetres del sòl, que podria obeir a possibles focs antics accidentals de la serra o bé al possible
abandó i destrucció del castell. Por otra parte, según consta en documento de la Orden de Montesa, el 8

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de agosto de 1273 el rey Jaime I ordenaba al alcaide del castillo de Penacadell que averiguase la verdad
sobre el lugar de Almaraien, entre los términos de Rugat y Perputxent, y en caso de pertenecer a
Perputxent lo pusiese a disposición de Ramón de Riusec. Este mandato respondía a un conflicto de lindes
surgido entre Rugat y Perputxent al respecto de la citada partida, y aunque nada prueba que la partida de
Almaraien corresponda con el lugar exacto donde se ubicaba el fortín, es muy probable que así fuera, por
dos motivos: 1) los estrictamente geográficos, puesto que en las proximidades de La Barcella confluyen
los actuales términos municipales de l'Orxa (Perputxent) y Salem (Rugat), y 2) por una cuestión de
concordancia lingüística, pues según el Diccionario de arabismos y voces afines en iberorromance,
Alimara significa, precisamente, señal de humo. Todo parece indicar que La Barcella actual correspondía
con el lugar que los musulmanes llamarían Alimarén y que los cristianos transcribieron como Almaraien
en sus documentos. Así, es probable que el potente nivel de cenizas que encontró el Centre d’Estudis
Contestans en La Barcella proviniese de los fuegos con que los andalusíes alertaban a los campesinos de
la vall de Perputxent la presencia de tropas feudales en la vall d’Albaida. No obstante, existía un grave
contratiempo: desde Alimarén no había una comunicación visual directa con la alquería de Benillup, ni
con el castillo de Perputxent; tampoco, con la alquería de Beniarrés y su torre, ni con una parte de los
campos de cultivo del valle, aunque sí –y excelente– con la cova del Nou Forats…
La cova dels Nou Forats es una cavidad
peculiar. Presenta una gran boca circular de unos
dieciocho metros de diámetro por tan sólo ocho de
profundidad. Está formada por dos tipos de
material: roca caliza y un conglomerado calcáreo
que resulta fácilmente disgregable. En su interior
encontramos diez oquedades; nueve de ellas son
obra del hombre y están excavadas sobre el
material disgregable: seis abiertas en la mitad superior de la pared, a no menos de siete metros de altura, y
otras tres excavadas sobre la misma bóveda, ligeramente desplomadas, a más de catorce metros. Cinco de
las cavidades artificiales son accesibles y están de algún modo comunicadas entre sí mediante pasadizos
y/o cornisas; sin embargo, las otras cuatro resultan totalmente inaccesibles mediante técnicas de escalada
convencional y aún difícilmente alcanzables mediante el empleo de modernos sistemas de anclaje debido,
precisamente, a la naturaleza disgregable del material. Es de prever que para su excavación se emplearan
escaleras de madera –no queda otra–, posiblemente confeccionadas con troncos de chopo dada su esbeltez
y abundancia en la zona. Pero, ¿cuál era su función? y, ¿quién pudo excavarlas? A este respecto, es de
suponer que quienes abrieron semejantes boquetes en una zona tan abrupta e inaccesible debían tener una
razón de peso para hacerlo, y que fuera lo que fuese aquello que allí se guardaba tenía que serles de tan
gran utilidad e importancia que, muy posiblemente, les fuera la vida en ello. Pero, ¿qué podían guardar
allí arriba?

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Si observamos el valle con atención, podemos comprobar que, por su posición, la cueva poseía
comunicación visual directa con todas las fortificaciones que custodiaban el valle: el fortín-atalaya de
Alimarén, los castillos de Perputxent y Benicadell –este último bajo dominio cristiano–, así como con la
hoy desaparecida torre de Beniarrés (en el hipotético caso que la construyeran, como solían, en un lugar
elevado como el cerro donde actualmente se levanta una ermita). La cueva poseía, pues, una posición
estratégica privilegiada. También podemos constatar que el castillo de Perputxent y buena parte de las
zonas de cultivo aledañas carecían de una comunicación visual directa con Alimarén, circunstancia que
dificultaba una rápida reacción defensiva frente a una cabalgada feudal. Con el fin de resolver esta
deficiencia, es posible que la cova dels Nou Forats desempeñara una función complementaria y
circunstancial en el entramado defensivo del valle durante las revueltas de al-Azraq, quizá como
“centralita de telecomunicaciones” en la re-transmisión de los mensajes procedentes desde Alimarén con
destino al castillo de Perputxent; o, al menos, eso es lo que podría pensarse en un principio…
Sabemos que los árabes eran muy dados a encender fogatas y realizar señales de humo; no
obstante, también empleaban otros métodos de transmisión de mensajes mucho más discretos y de los que
todavía no hemos hablado: el envío de palomas y la emisión de señales acústicas. ¿Y si la cova del Nou
Forats albergara un pequeño palomar en alguna de sus cavidades? Por aquel entonces, una paloma podía
salvarles la vida, era un bien que podía serles de gran utilidad e importancia. Además, los musulmanes
eran buenos colombaires y hasta no hace mucho, en la cueva anidaban las palomas torcaces, por lo que
ésta se muestra como un hábitat favorable para la cría de estas aves. Estas circunstancias podrían
llevarnos a pensar que, en periodos de fuerte convulsión, se utilizaran palomas con el fin de transmitir los
mensajes procedentes desde Alimarén, incluso que este mismo sistema se exportara a los valles interiores
donde al-Azraq ejercía su dominio. Sin embargo, esta posibilidad, aunque factible, se adentra
fabulosamente en los terrenos de la ficción y carece del más mínimo rigor científico.
Aún con todo, y aunque a día de hoy sepamos que no fue esa su principal función ni el motivo por
el cual se excavaron sus cavidades, esta posibilidad emanada de la ficción propició que se plantearan
algunas preguntas y que, no sin esfuerzo y riesgo –como se verá–, se encontraran muy interesantes
respuestas –ahora sí– en el plano de la realidad.

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Cabría suponer que, al abandonar las actividades que allí se produjesen, sus ocupantes destruyeran
las escaleras de acceso a las cavidades y les prendieran fuego. De ser así, existiría la posibilidad de
encontrar algún vestigio que nos ofreciera alguna pista sobre su uso, tal vez la nuez de una ballesta o, al
menos, los restos de algún recipiente cerámico donde guardasen agua, grano o algún tipo de alimento.
Desde luego, si algo había quedado en el interior de las cavidades superiores, allí debía continuar, puesto
que –como ya se ha dicho– resulta del todo imposible acceder mediante otro sistema diferente al
empleado para su construcción y muy poco probable que nadie se hubiese tomado la molestia de construir
una escalera y subirla hasta allí para buscar nada. Así, si realmente se quería avanzar en el conocimiento
de las funciones que podía desempeñar la cueva, no quedaba más opción que intentar subir hasta las
cavidades superiores pese a que las posibilidades de encontrar algo resultasen, ciertamente, remotas.
Fue así como la tarde del domingo 3 de
mayo de 2009, pertrechados con siete tramos de
escaleras, nos plantamos dentro de la cueva; y
así fue como en el interior de la primera y única
cavidad a la que accedimos, dispersos entre lo
que parecía un derrumbe localizado de la
bóveda, encontramos numerosos fragmentos
cerámicos, los restos de algunos utensilios de
madera y unos cuantos cantos rodados de
morfología esférica que, muy previsiblemente,
se usaron como pesas de una balanza. El acceso
resultó del todo peligroso y complicado, pero fue precisamente esa dificultad para alcanzar nuestro
objetivo la que permitió que los restos encontrados permanecieran a salvo del expolio durante más de
setecientos cincuenta años.
El hallazgo se ha informado a la Direcció General de Patrimoni Cultural Valencià y los
fragmentos recuperados aguardan su datación en el Museu Arqueològic Municipal d’Alcoi, aunque una
cosa ya es segura: son de origen andalusí, posiblemente del siglo XIII.
Pero, ¿qué funciones desempeñaba realmente la cueva? Un artículo de Josep Torró y Josep Maria
Segura, titulado El castell d’Almizra y la cuestión de los graneros fortificados, podría contener la
respuesta. Entre otras cuestiones, el citado artículo recoge los estudios de Maryelle Bertrand y otros
autores sobre aquello que los etnógrafos franceses de la época colonial llamaron greniers de falaise
(graneros de acantilado), una especie de almacenes comunales de índole troglodita existentes en la
cordillera del Atlas y otros lugares del Magreb, que fueron excavados en zonas abruptas de muy difícil
acceso y que hacían las veces de fortificación en épocas de fuerte agitación social. Su similitud con las
llamadas coves finestra de cingle existentes en la geografía valenciana –muy utilizadas durante los siglos
XII y XIII– hace suponer que éstas tuvieran similares funciones defensivas.

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Así pues, resulta muy probable que la cova dels Nou Forats fuese un granero fortificado donde los
habitantes de las alquerías de Benillup y Benitàixer –muy alejados del resto de fortificaciones– ponían a
recaudo de las cabalgadas feudales sus objetos de valor, al tiempo que encontraban refugio frente a éstas.
El enclave reúne todos los requisitos: los restos cerámicos encontrados confirman su origen andalusí, se
encuentra en una zona abrupta de complicado acceso –fácilmente defendible con un par de ballestas–,
está situado en un territorio de frontera y en las proximidades de dos alquerías, posee numerosos
compartimentos donde cada familia podía aprovisionarse de víveres, almacenar los excedentes de la
cosecha, guardar sus objetos de valor y, fundamentalmente, proteger sus propias vidas.
Estudios realizados en el alto Atlas occidental al respecto de los iguadar (una tipología de
graneros fortificados), han revelado algunos de los productos que se guardaban en estos recintos: cebada
y trigo, almendras, frutos de argán (del que se obtenía aceite para lámparas), mantequilla fundida, miel,
aceite, sal gema, higos, pieles de oveja, armas y objetos de valor como vestidos de fiesta, servicios de té,
vajillas de plata y balanzas.
Pese a todo, la desconexión visual del castillo de
Perputxent respecto del entramado defensivo y la
privilegiada posición de la cova dels Nou Forats continúa
dejando entreabierta la posibilidad de que esta modesta
fortificación natural jugara un papel complementario y
circunstancial en el sistema defensivo de este territorio de
frontera, tan expuesto a las incursiones feudales y
necesitado, por tanto, de un modelo eficaz de
comunicación, que se mostrase rápido, versátil y discreto.
Hasta el momento hemos hablado de fogatas, humaredas y palomas; sin embargo, un último
sistema de transmisión de señales queda pendiente de análisis: la comunicación mediante señales
acústicas. A este respecto, la noche del 7 de junio de 2009 se constató la posibilidad de una comunicación
acústica efectiva y del todo satisfactoria entre la atalaya de Alimarén y la cova dels Nou Forats –separadas
en 3.460 metros– mediante el empleo de un timbal y una trompeta. Esta prueba nocturna intentaba
reproducir las condiciones acústicas de la época y, sobre todo, verificar el alcance de dos instrumentos
muy utilizados en las guerras medievales: el timbal y el añafil. Por tanto, desde la atalaya de Alimarén
podía alertarse la presencia de elementos hostiles por medios acústicos, visuales o, en caso de una
meteorología muy adversa, mediante un mensajero pedestre, siendo los acústicos los que mejor se
adaptan a las comunicaciones de corto alcance, pues admiten la codificación del mensaje, salvan con
relativa eficacia las barreras naturales que la señal pueda encontrar a su paso y, además, permiten un
mayor rango de uso en situaciones climatológicas adversas. Así –e incurriendo de nuevo en el pecado de
la ficción–, es posible fantasear con la posibilidad de que en la vall de Perputxent los timbales y añafiles
se alternasen con fogatas y humaredas en la indispensable transmisión de las alertas fronterizas.

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El hallazgo de la cova dels Nou Forats demuestra que una ficción emanada de la observación y del
estudio documental de los acontecimientos predispone a la más absoluta de las fantasías y, si
perseveramos, nos permite rozar la realidad. No es menos cierto que, a menudo, se necesita una buena
dosis de entusiasmo e ingenuidad para conseguir algún resultado: entusiasmo, para alcanzar aquello que
la razón llama imposible; ingenuidad, para soñar que aquello que nos prohíben las inflexibles estructuras
del método científico nos abrirá la puerta de la verdad. Y al despertar, ya nada sirve; o sí…

A Pepi Carme Climent, Damián Bañuls, Jordi Candela, Carlos Sanchis y Fernando Jordá,
cuyo entusiasmo e ingenuidad salvó siete siglos de silencio.

BIBLIOGRAFÍA

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