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Sexualidad femenina Epiva E. O. L. Coleccién Orientacién Lacaniana Publicacién de la Escuela de 1a Orientacién Lacaniana miembro de la Asociacién Mundial de Psicoandlisis (A.M.P. Director responsable: Graciela Brodsky Director de la publicaci6n: Anibal Leserre Director Adjunto: Guillermo Rafces Redacei6n: Ennia Favret, Carlos Gustavo Motta, Nieves Soria y Manuel Zlomik. Comreccin: Nora Alvarez, Nora Cherni, Blanca Sanchez, Patricia Kerszenblat Traducciones: Silvia S. Baudini, Nieves Soria, Patricia Boggiano, Susana Toté Composicisn y Armado: Espacio & Punic ISBN 987-99805.2-2 Registro de la propiedad intelectual en trémite Impreso en la Argentina, Printed in Argeniina, Indice Presentacin .... {Existe el narcisismo femenino? Posicién masoquista, posiciGn femenina, Colette Soler Las mujeres y el sacrificio. Colette Soler Posiciones femeninas del ser. Erie Laurent. La verdadera, la falsa, 1a no-toda, Nieves Soric La pequefia K (...). Germén l. Garcia (Falta a perpetuidad? Ménica Torres ... Sintoma y estrago del otto sexo. Serge Cottet Una chica es mirada. Frida Nemirovsky Frigideces. Enric Berenguer. Servidumbre sexual, Diana Etinger de Alvarez Mujer, semblante y cuerpo. Vicente Palomera... ‘Una salida en relaci6n al falo y el retorno de un resto, Beatriz E, Udenio .. Marfa: La consagraci6n de un nombre. Carlos Gustavo Motta... 105 4s 123 131 137 8 PRESENTACION SEXUALIDAD FEMENINA . faltan en las contribuciones de los autores, las referencias clinicas, que nos muestran las salidas a los laberintos del sexo en que hom- bres y mujeres estén prisioneros, y que sefialan que la imposibilidad 1no s6lo encuentra la impotencia. Desarrollos de la dialéctica falo- centrista que distingue los registros del ser y del tener, encuentran su ubicaci6n en estas paginas. Por lo tanto, en cierta medida, los textos aqui reunidos retoman el debate de los afios treinta, debate —como ha sefialado B. Lau- rent— tapado por el éxito del psicoandlisis de nifios y las problemé- ticas concomitantes del “maternaje” (buenas 0 malas), de la profi- laxis sobre el sexo y de 1a educaci6n de los niftos. Retoman el deba- te porque presentan los desarrollos freudianos y los esfuerzos por parte de Lacan, para que el psicoandlisis se ocupe de aquellos temas que le atafien: la sexualidad, el falo, 1a castracién, el goce... Debate en su actualidad al considerar a la sexualidad femenina como uno de los temas de nuestra civilizacién, tomando que la ensefianza de Lacan indica las dificultades de la sexuaci6n y la imposibilidad de la reduccién del goce en algtin tipo de simbolo, o en un significante tinico, De diversos modos, los articulos aquf reunidos ubican la pregun- ta freudiana z Was will das Weib? en concordancia con otras pregun- tas y diversas consideraciones, por ejemplo: ;Es posible una clini diferencial de 1a posicién masoquista y de la posicién femenina? ZEI masoquismo femenino es una fantasfa del deseo del hombre? asf como las dificultades de hallar un correlato entre 1a posicién fe- menina y una identidad sexual. Pero ya la pregunta freudiana, en su ‘misma formulacién, matizaba ¢ implicaba un més allé de la solu- cin falica. A su vez, 1a soluci6n lacaniana marca su orientacién en la clinica de la falta de identidad, que ubica una alternativa a los malentendidos de la, complementariedad de los sexos, a los fantas- mas ligados al goce maternal y al estrago maternal en su vertiente de empuje al hombre. Por tiltimo, setalemos que esta presentacién que ha tomado su gags raz6n de ser en los articulos aquf publicados, no intenta més que in- dicar al lector algunos puntos, algunos problemas y sus soluciones, que el tema de sexualidad femenina nos presenta. Indicar estas uestiones y dejar al lector en La via de la contingencia —que el te- ‘ma impone— para que pueda encontrar en estas paginas las reso- nancias de un debate que continta. Anibal Leserre ¢Existe el narcisismo femenino? Posicién masoquista, posicién femenina* Colette Soler “todo puede ponerse en la cuenta de la mujer en la medida en que. en la dialéctica falocéntrica, ella repre: senta el Otro absouta” La pregunta con la que Freud tropez6, “; Qué quiere la mujer’ continga asediando los discursos. Corrié una respuesta que decta: quiere sufrir, Los enunciados culpables de esta tesis son de Freud, especialmente en sus dos textos de 1919 y 1924, “Pegan a un nifio” y “El problema econémico del masoquismo”. en deci que hay mujeres masoquistas -las hay y también hombres. ‘No se contenta tampoco afirmando simplemente que las mujeres su- fren -sufren efectivamente por la carencia félica, pero no més de lo que sufren los hombres por ta amenaza de castracién. Sostiene que el deseo femenino es esencialmente masoquista, que apunta a gozar del dolor, incluso a hacerse mértir del Otro. Prejuicio, dice Lacan, y “monstruoso”. Los analistas postfteudianos, especialmente tas mu- Jeres fueron més que complacientes con ella y la tesis se mantuvo “indiscutida a despecho de 1a acumulacién”? de hechos clfnicos de sentido contrario, Pero, ,¢s esa la tesis de Freud, més all4 de sus enunciados? Las formulas de Freud, al menos si se las afsla, parecen no dejar ningdn lugar a dudas. Hay muchas; retengo dos, las més importan- tes, Evocando las puestas en escena de los masoquistas hombres, *ExposiciGn presentada en las Jomadas de la EEP, en Malaga, el 28-2-93 R COLETTE SOLER SEXUALIDAD FEMENINA 1B y repite que “su masoquismo coincide con una posicién feme- nina”*, Cuando introduce ta nocién de “masoquismo femenino”, més radicalmente atin, distinguiéndolo del masoquismo erégeno 0 ‘moral, lo define como “expresiGn del ser de la mujer". Freud comenta suficientemente estas formulas para que su senti- do no provoque duda en el contexto, Ellas no apuntan a aclarar el problema de la femineidad, sino el de los fantasmas y practicas per- versas, especialmente en el hombre’, Inscriben la equivalencia ima- ginaria que Freud descubre entre el “hacerse pegar” del masoquista y lo que é! llama el “papel” femenino en la relaciGn sexual. Para ha- cerse tratar como el objeto det padre -expresién que Freud hace equivalente a hacerse tratar como una mujer-, ef masoquista no tie- ne otro recurso sino hacerse pegar. Vemos aqut, que el término posi- ciGn femenina merece ser precisado. No designa directamente 10 {que nosotros nombramios una posicién subjetiva. Se refiere en pri- mer trmino aun lugar en la pareja sexual, donde es el otro, el hom- bre, sujeto del deseo. La insistencia de Freud en subrayar el 1azo det fantasma masoquista con el deseo edipico, la identificacién, fuerte- mente afirmaca, del otro que golpea con el padre -atin cuando en la imaginacién consciente del sujeto, es la madre- indican claramente ‘que alli explora una de las versiones de la pareja sexual. 1 declina: las metonimias de las representaciones de goce, a sa- ber: hacerse amordazar, atar, pegar, azotar, maltratar de una u otra forma, forzar a una obediencia incondicional, mancillar, rebajar*: et orden y 1a variedad de las pulsiones implicadas -orales, anales, s4di- cas, segiin se trate de ofrecerse a ser devorado, pegado, 0 posefdo sexualmente’; y finalmente, la serie de las encarnactones del objeto: el nifio malcriado, 1a mujer en tanto que est castrada y que padece el coito. Lo vemos, Freud explora metédicamente una de las versio- nes del objeto complementario del deseo masculino. Y descubre sin enunciarlo completamente, para su sorpresa, lo que Lacan formula- 14 algunos aflos mas tarde, que este objeto es a-sexual. Es lo que él dice también calificdndolo de “pregenital”. Su definiciGn de la “esencia del masoquismo es una confirma- cién, El masoquismo sustituye, segin él, una férmula de goce por otra, en una quasi metéfora: “ser pegado” sustituye a “ser amado” en el sentido genital. Freud califica de “regresiva” a esta sustitu- ciGn, lo que habitualmente se repite sin pensar més en ello. Pero con ese calificativo, introduce en realidad algo muy preciso y que a menudo permanece desapercibido. Para Freud, regresién quiere de- cir cambio real en el inconsciente. La represiGn borra un deseo de la escena, pero lo mantiene inmodificado, semejante a sf mismo en el inconsciente. La regresin, por el contrario, cambia el estado de las cosas en el inconsciente, dice Freud. Qué quiere decir sino que el deseo y el goce al que apela, se encuentran realmente modificados. Deduzcamos: para Freud, ser objeto al modo masoquista y ser obje- to en la relaci6n sexual, son dos modos de deseo y de goce diferen- tes. Freud califica ciertamente como “femenino” el masoquismo que descubre en el hombre. Pero lo hace para marear que en la gé- nesis de ese masoquismo, si el sujeto termina por aspirar a ser pega- do, es para ser como la mujer del padre, A partir de alli, que él agre- ue que esta sustituci6n regresiva, produce un cambio real en el in- consciente, indica por el contrario, la heterogeneidad de las aspir: ciones masoquistas y femenina. Al pasar, es notable que cuando Freud trata de aproximarse a la ‘cuestidn del deseo femenino, en sus textos ulteriores de 1925 y 19329, no recurre al masoquismo. La secuencia de sus elaboracio- hes es destacable. Responde en principio refiriéndose a la nifita: quiere el falo. Si preguntéramos “qué quiere el hombre”, es sor- Prendente que nadie piense en ello, sin duda por tener ya la respues- ta, habrfa que decir que quiere un objeto cuyo valor de més de go- Zar compense cl menos de gozar de la castracin. A pesar de su di- ferencia, estén en igualdad por lo tanto por su referencia comin al falo. Freud tiene solo una bnijula para distinguir el hombre y la mu- Jet: los avatares de la castracién, la referencia tinica, la tinica veri cable. No aborda la especificidad de 1a mujer sino por medio de la 4 COLETTE SOLER subjetivacién de la falta félica, Anotamos entre paréntesis, que esa falta es precisamente la que abre para una mujer la posibilidad de ser objeto, sin ser el objeto golpeado -aunque a veces ocurra que se haga pegar, lo quiera o no-. La secuencia de los desarrollos freudia- nos habré empezado. por lo tanto, por reducir el Otro al Uno- jbas: tante se lo reprochan! Ese reproche no esté completamente justifica- do, Freud afirma para todos el falocentrismo del inconsciente, pero supo reconocer que no estaba allf todo el misterio femenino. Al de- sembocar, hacia el final de sus elaboraciones, en la pregunta “;qué quiere la mujer?” , indica sin réplica, que él percibe la parcialidad de su soluciGn, en el sentido de una parte del todo y no de parcial Las primeras paginas del texto “La feminidad” plantean ademés muy explicitamente, que “no le compete al psicoandlisis describir lo que es la mujer”, pues, dice Freud, es una “tarea irrealizable™"”. Es- ta observaci6n es Ia continuacién de dos observaciones precisas. Freud se interroga sobre la posibilidad de asimilar pasividad y femi- neidad. Concluye categ6ricamente: “Esta concepcin es indtil y cerrénca™!, En la segunda vuelve sobre la hipétesis del masoquismo. Reafirma que el masoquismo es femenino pues “las reglas sociales y su constitucién propia obligan a la mujer a reprimir sus instintos agresivos”.!? Pero retrocede en aticmar que la mujer sea masoquista en cuanto tal —sefiala que también hay hombres masoquistas y ex- trae la consecuengia: “estamos listos para reconocer que 1a psicolo- ‘misma no nos da la clave del misterio femenino”. Coneluyo: Freud percibié que la referencia al falo no agotaba la ccuestién de 1a feminzidad, y é1 no confundié el més allé del falo con la pulsién masoquista. En ese sentido la tesis “mujer masoquista” no es la tesis freudizna. Freud la introdujo, la explor6, pero supo re- conocer que no era esa “La” respuesta. Por otra parte sefialo que en el final de su articulo sobre la se- xualidad femenina, Freud pasa revista -y es algo raro en su obra- a las diversas contribuciones aportadas a esta cuestiGn por sus alum- nos contempordneos. Evoca el artfculo de Helen Deutsch sobre el UALIDAD FEMENINA masoquismo de las mujeres! Se esperaria que, por lo tanto, tome posicién sobre la tesis. pero en absoluto, Es bastante curioso ver {que la felicita por algo muy diferente: porque ella ha reconocido la relacién primaria preedfpica, a la madre. De este modo, con su justa prudencia, permanece un poco adelante de los postfreudianos. Al explorar el fantasma masoquista, descubre en realidad... otra cos En primer lugar 1a funcién del fantasma mismo, en tanto que tras- ciende a las estructuras clfnicas para los dos sexos, y que en parte, permanece aislado del contenido sintomético de 1a neurosis. Luego Ia afinidad con el sufrimiento de lo que Hamamos desde Lacan, el goce. De hecho los textos que Freud consagra al masoquismo, pre ciosos en muchos aspectos, no nos ensefian nada de las mujeres en sf mismas, pero sf mucho de ta no relacidn sexual y del goce para- déjico del ser habtante. Las confusiones postfreudianas no merecen, quiz4s tanto interés. Al retomar la cuestién, Lacan, los expulsa casi mds acd de Freud mismo, La mayoria puso en Ia cuenta del “masoquismo” fenémenos muy heterogéneos. Confundieron en esta categorfa, primeramente Ia perversién masoquista propiamente dicha, en segundo lugar, lo que implica en sf misma la actividad de la pulsién del més alld del prin- cipio del placer, en tercer lugar. de manera mas general, 1o que cada sujeto paga por su deseo, como prenda del mas de goce que le ase- gura su fantasma, Sin duda el fantasma se apoya en un Iimite al g0- Ce, pero podemos darnos cuenta también , sin dificultad, en cada ca- 80, que la l6gica de una vida se reduce a una aritmética elemental, que funda el a priori del fantasma, y donde todo el asunto concier- ne a los mas de gozar que hay que pasar a pérdidas y ganancias, Sin embargo el consentimiento para pagar el precio no produce el ma- soquismo. O entonces es el masoquismo universal del sujeto y ha- bré que decir: todos masoquistas. y tanto més cuanto que tenga un deseo decidido. in duda las confusiones postfreudianas no son inocentes. espe- cialmente cuando se trata de las mujeres. A menudo vernos allf gra- 6 COLETTE SOLER ciosas tomas de partido donde aflora lo que Lacan detects como ideatizante en a imputaciin del masoquismo, Extraigo del libro de Helen Deutsch sobre La psicologia de las mujeres" un ejemplo pa- radigmético y divertido a la vez. Se trata de su comentario del célebre personaje de Carmen. Con una frescura conmovedora nos explica porqué ese personaje encarna profundamente a cada mujer. Es que Carmen, dice ella, se comporta con el hombre como el nifio que juega con la mosca a la que él sabe que va a arrancarle las alas. Cada mujer se agita hasta lo més pro- fundo de su ser. Asi es, pero {Por qué? Y este es el impagable co- mentario de Helen Deutsch: es que cada una, dice, reconoce allf el “masoquismo hiperfemenino” trégico e inconsciente de Carmen, pues no habrfa que engafiarse con ello, destruyendo al hombre, des- truye su propio coraz6n y asegura su propia pérdida. Sorprendente. Imaginemos un instante el argumento aplicado a todos los que ator- mentan en el mundo, a los verdugos de toda laya que constituyen la historia humana... Por lo tanto lene que hacerse una clinica diferen- cial de la posicién masoquista y de la posicidn femenina. Parto de 10 siguiente: tiene que haber algo que se preste a confusin para que la tesis haya podido sostenerse, invocando algunos hechos elinicos. Es- te entre otros: las mujeres mismas a menudo deploran su masoquis- ‘mo. {Qué tienen en comin un masoquista y una mujer? La respuesta es simple: uno y otra en la pareja que forman con su compaftero, su- puesto descante, se colocan en el lugar del objeto, Este lugar evoca evidentemente a un tercero, que es el analista, El masoguista, la mu- jer, el analista constituyen una serie en lo siguiente: los tres hacen “semblante de objeto” -seguramente con modalidades muy diferen- les, pues nada permite suponer que todo Io que hace semblante de objeto depende del mismo deseo, De allf la pregunta por el deseo masoquista, el deseo femenino y el deseo... del analista. Cuando hablamos del ser de la mujer, no olvidemos que es éste un ser dividido entre lo que ella es para el Otro y lo que ella es co- ‘mo sujeto del deseo, entre, por una parte su ser complementario de SEXUALIDAD FEMENINA n Ja castracién masculina, y su ser en tanto sujeto del inconsciente del otro. Lacan lo ha sefialado en su momento, su lugar en la pareja se- xual no tiene como causa directa su propio deseo, sino el deseo del otro. Para ella es suficiente con que se deje desear, en el sentido del consentimiento, Fl fenémeno de la violaciGn esta allf para indicar suficientemente que este consentimiento incluso no es una condi- ciGn necesaria, Este ser para el Otro, con el correr de los altos, a medida que progres su ensefanza, Lacan lo designé con formulas diversas. De entre ellas se pueden aislar tres: “ser el falo” Io que na- die podria ser en si mismo; “ser el objeto” y finalmemte en 1975 “ser el sintoma”, Con esta serie se esforzs en acercar cada vez més un més alld del semblante, que va de lo real de la castracién a to real del goce a-sexual, el cual no puede sino “mentir al compaiie- 10", Estas formulas dejan en suspenso la cuestiGn del deseo de esa © de ese que hacen de objeto. Por esto el deseo del masoquista, el deseo de Ia mujer y el deseo del analista, constituyen un problema. Por lo tanto queda por deducir en la mujer su deseo en su posicién en la pareja sexual, o para decirlo mejor con Lacan, por encontrar “el paso que lleva de la sexualidad femenina al deseo mismo” Evidentemente, podemos suponer que cl consentimiento que yo evocaba hace un momento ¢s el fndice de un deseo. Freud mismo lo entiende asi cuando se desliza del papel erético- ser posefdo gent ralmente- a la “disposiciGn” subjetiva que se supone corresponderle » ¥ que formula con un anhelo: ser amado ... por el padre. He dicho: “hacer de objeto” pues la expresién tiene el mérito de evar aparejado un matiz de artificio que subraya bien que, el ser Para el Otro, no podria realizarse sin la mediacién del semblante. Es verdad para el analista que se presta a la transferencia, como para la mujer la mascarada, 1a cual fue reconocida antes atin que Joan Ri vigre 1a nombre. Contrariamente a lo que podrfa creerse, es también cierto en lo que respecta al masoquista que s6lo pasa al acto en una escena, Freud subray6 con justicia el rasgo de juego inclufdo en su escenario, mientras que Lacan ha marcado, en varias ocasiones que Is COLETTE SOLER SEXUALIDAD FEMENINA 9 cen ef masoquista, eso no es de veras: ese que califica de chistoso 0 de “delicado humorista"” exalta “con su simulacién una figura de- mostrativa”.!* Podemos intentar una primera aproximaci6n a los modos del ob- Jeto en los tres casos: el masoquista se quiere objeto rebajado, culti- va la apariencia de deshecho, hace de desperdicio. La mujer, por el contrario se viste con el brillo falico para ser el objeto agalmatico. En cuanto al anatista, al compas de las metamorfosis que la transfe~ rencia le impone, pasa del estatuto de agalma del sujeto supuesto aber que es a la entrada, al estado de deshecho en que se convierte al final. De allf 1a cuestién de saber lo que puede levarlo a reprodu- cir ese “arreglo”. Sin embargo esto no es més que una primera aproximacién, pues el objeto agalmaético que sujeta el deseo no ob- tiene su poder mas que de la falta que 1 incluye. Este hecho de tructura esté en el fundamento de lo que podemos llamar una “mas- carada masoquista”. Sin ella, la tesis del masoquismo femenino hu- biera sido mucho menos plausible, Sin duda, la mascarada tiene va- rias facetas. Mas a menudo disimula la falta, actuando lo bello 0 el tener para recubrirla. Pero hay una mascarada masoquista que, a la inversa, hace ostentaci6n de la falta, o del dolor, © del dolor de 1a falta. Llega en ocasiones a rivalizar en la insuficiencia e incluso hasta fomentar falsas debilidades. Un ejemplo de mi préctica ha quedado como memorable para mf en lo que a ello respecta. Es el de una joven mujer que vivia lo que ella Hamaba “el infierno del descubierto”. A pesar del equfvoco lingiifstico del término, ese “descubierto”, ella lo entendfa en el sentido bancario més realista. Esto era objeto de la vigilancia det marido y de disputas casi coti- dianas con él, Como ella tenfa rentas mensuales. el descubierto tam- ign tenfa un exclo mensual, pasando de la familiaridad a la efectua- cién, mientras que las disputas oscilaban de las amonestaciones a los reproches, Habrén adivinado que el marido estaba Hamado al tu: gar del proveedor encargado de reabastecer 1a cuenta bancaria, EI no se sustrafa @ esto, aunque protestaba, sin hacer esperar, sin hacer demandar, y todo eso terminaba generalmente con lantos ... y con el amor. Este juego duraba desde hacfa un tiempo cuando, inmiscu- yéndose el destino, vino a colmar el descubierto y a desorganizar toda la vida de la pareja, una pequefia herencia. No me detengo en Jos detalles. “Ahora te haces la insolente” le decfa el marido. Era él quien ahora se quejaba (“ya no sirvo para nada”), y rehusaba... sus buenos oficios. La paciente termin6 por enunciar esta frase un poco extrafia: “Yo bien sabfa que €1 no debfa saber sobre mi dinero”, Se hizo presente entonces que esta persona desde su mayoria de edad, siempre habfa tenido dos cuentas bancarias, s6lo una era conocida , primero por el padre, luego por el marido, En esta cuenta ella tenfa Jo que Hamaba su “almohadita”, pues desde sus 18 afios, ella depo- sitaba todo el dinero que podia sustraer a la mirada del Otro, lo que Je permitfa, por otra parte disimular lo que ella ganaba y para las evidencias hacerse... la pobre. Esta mascarada, que por otra parte Megaba hasta la verdadera simutaci6n, utilizaba la fiecién de la falta de dinero como una metonimia de la falta félica en su valor seduc- tor. Sin embargo no habrfa que suponerle demasiado répidamente uun goce avaro del tener del cual ella no daba fndice alguno, por otra parte, mas bien lo que la fascinaba era el cardcter secreto de ese te- ner, No es diffcil de captar la légica de 1a mascarada masoquista: es una adaptaciGn inconsciente, si pudiera decitse, a la implicacién de la castracién en el campo del amor. A partit del momento en que el rasgo de la castracién imaginaria del objeto es una de las condicio- nes de la elecciGn de objeto en el hombre, todo ocurre como si la adivinacién del inconsciente impusiera un quasi célculo: si el ama a los pobres, entonces hagamos de pobre. Sin embargo, contrariamen- te a lo que deja suponer mi ejemplo precedente no habria que creer ue solo hay simulaciGn, pues la complacencia puede Hegar hasta el sactificio efectivo, Esta mascarada tiene en comin con el masoquis- ta que hace brillar el revés del objeto agalmético, la falta que funda ‘su brillantez, y que tal vez le anuncia el destino prometido en el 20 COLETTE SOLER SEXUALIDAD FEMENINA a amor, esto es fa reduccidn al objeto a. Lacan deca que el masoquis- ‘mo femenino “es una fantasfa del deseo del hombre”, esto nos da la clave. Se produce en el entrecruzamiento de dos factores: por una parte, la forma erotomanfaca del amor femenino, que apunta a ser el elegido y por otra parte las condiciones del deseo del hombre, que requieren que el objeto tenga la significaciGn de la castracién. La famosa complacencia de las mujeres al fantasma masculino que empuja a las “concesiones” sin Ifmite, que Lacan estigmatiza en “Televisién”, engendra entre otros efectos, 1a mascarada masoquista Y nos entrega su sentido: los rasgos del suftimiento y de la falta ex- hibidos hay que ponerlos en la cuenta de lo que Lacan lamaba “las desgracias del verstu” para designar las tribulaciones de quien se busca en el desee 0 el goce del Otro. Dejando de lado el papel que juega allf el semblante, 1a mascarada masoquista difiere enorme- mente del escenario perverso. En la mascarada, una mujer se some- te a las condiciones de amor del Otro para que el fantasma de! hom- bre encuentre en ella “su hora de verdad”, Pero a causa de la repre- si6n, la mascarada procede ciegamente, “ a cualquier riesgo”, dice Lacan, a falta de saber los resortes particulares del deseo que escon- de el inconsciente, Vemos lo que favorece la vertiente masoquista de la mascarada: siendo la castracién Ia tinica condiciGn del deseo ‘que valga para todos, esta mascarada es Ia menos azarosa de las mascaradas. Sin embargo también queda a merced del encuentro, bueno o malo, en la medida en que la castracién misma no tiene efecto para cada uno sino en las formas particulares, El masoquista no deja nada a la tyché. Por el contrario impone una relacién de go- ce por contrato. Mas que un derecho de goce pretende establecer un deber de goce reglamentado, donde la improvisacién esta excluida y del cual se hace el amo. Nada es mas opuesto a la posicién feme- nina, siempre a la hora del Otro, Con la hora de la verdad no hay acto posible. Cualesquiera que sean los parémetros mas 0 menos tipicos de los sex symbols de la época, con los que se alimenta una industria, el objeto sexual no es contractual. Es por ello sin duda hse que Lacan subraya que “Ia instancia social de 1a mujer” permanece “trascendente al orden del contrato”.2? tra oposicién avin més esencial, se sitiia a nivel de a qué apun- tan uno y otra a través y més alld del artificio del semblante. Pues debemos distinguir para cada uno lo que muestra de lo que quiere. Me parece que hay allf una oposicién simple: ciertamente no sabe- mos Io que busca una mujer, pero admitamos por el momento que To busca por el sesgo del amor. Por el contrario, el masoquista busca la sefial de angustia: es muy diferente. Dando muestra de una vo- luntad de goce afirmado que pretende realizarse por el dolor, realiza de hecho un deseo que no sabe y que apunta a la angustia del Otro, el punto donde los espejismos del semblante declaran knock out. Digamos que se hace causa de la angustia del Otro como sefal tni- ca de lo real del objeto més alld del semblante que no lo alcanza. En cuanto a la trasgresién de goce que é1 programa, se mantiene dentro de Ifmites muy sabios que no traspasan la fragmentaciGn que le impone el significante. Poner sus concesiones en la cuenta de la mascarada, es para la mujer marcar el carécter condicional de sus sactificios que no son més que el precio pagado por un sactificio muy preciso. Digamos resumidamente que una mujer toma a veces aire de masoquista, pe- 0 es para darse aires de mujer, siendo la mujer de un hombre, a fal- ta de poder ser La mujer. El amor al que apela como complemento de la castracién para asentar allf su ser, define el campo de su suje- ci6n al Otro y de una alienacién que duplica la alienacién propia det sujeto. Pero es también el campo, las feministas casi nos harfan ol- vidarlo, de todos sus poderes en tanto objeto causa del deseo. Sin embargo hay también para clla, evidentemente, un alcance més alld del semblante. Y atin mds que un alcance, segtin 1a tesis de Laca un “esfuerzo” -¢s el término de su texto sobre la sexualidad femeni na- incluso un acceso (cf el Seminario Atin) a un goce otro, que traspasa muy bien las discontinuidades del goce filico. Vemios que no es s6lo un efecto de ser, siempre del orden del semblante, lo que 2 COLETTE SOLER Ja mujer gana en el amor. El goce que obtiene por afiadidura y que va mis alld del semblante, nos permite relativizar aquello a 10 cual la hace renunciar su mascarada. El Gnico inconveniente: los azares del amor. Desde allf podemos repensar la posicién femenina al am- aro de Io que Freud llam6 primeramente el masoquismo moral. bien Freud no sostuvo que la mujer sea masoquista, por el contrario descubrié y afirmé el masoquismo universal en la civilizacién, Se teres6 tanto por el gusto del dolor que parece animar al perverso masoquista, s6lo porque objetaba la homeostasis del placer. Freud retoms esto en su “Malestar en la cultura” para decir que ésta educa al hombre para la posiciGn sacrificial. Hay un sacrificio inherente al surgimiento del sujeto como tal, pues es necesario que el ser se sa- crifique al significante y a ta pérdida que implica para que surja el sujeto mismo, pero la posiciGn sacrificial es otra cosa. Se juzga me- hos por los objetos a los que inmola que por el resorte del acto mi mo, digamos de la causa del sacrificio. Mas a menudo el sujeto sa- crifica un més de gozar por otro. Son sacrificios “condicionales que se necesitan por estructura, Al estar excluido el goce infinito, el hablanteser esté condenado a los conflictos... de goce. No hay otros conflictos. De este modo cada uno pasa su tiempo en sacrificar: una ‘cosa por otra, la familia por la ambicién, el amor por la profesién, la felicidad por el saber, el nifo por el hombre amado, la mujer po- bre por la mujer rica, etc. Pensemos en Marx y en a vida infernal que le costo su plus valfa, pensemos en Edipo y en el precio con- sentido por su pasién, Es un caso bien conocido que puede encon- arse en la historia del psicoandlisis: se trata de c6mo desiste la mujer en favor del objeto, en sujetos que renuncian a todas las am- biciones personales en beneficio del hombre amado al que se dedi can a sostener. Helen Deutsch describié de manera bastante exalta- da ese tipo de abnegacién que ella estuvo muy lejos de ejemplificar en su vida, pero donde cree reconocer la verdadera femineidad, De todos modos no es més que sacrificio condicional subordina- do a la satisfacci6n rarcisfstica de realizarse por la procuracién del SEXUALIDAD FEMENINA, 28 otro. El hombre y 1a mujer no hacen lo mismo con esos sactificios condicionales. Por lo comin las mujeres hacen mucho ruido por el precio que pagan... para lograr su objetivo. Los hombres son gene- ralmente més discretos, incluso padicos, pero es que la queja no le asienta al alarde viril, mientras que es propicia @ la mascarada fe- menina. Lo que Freud descubre en el capitulo VII de “El Malestar en la cultura” va més lejos. Es la verdadera posici6n sacrificial que eleva al sacrificio condicional a ta dignidad de un fin, en una l6gica infernal que quiere que el “masoquismo del yo", es decir. el goce apresado con el sacrificio de las satisfacciones pulsionales, aliente y ‘mantenga la ferocidad del supery6 glot6n que comanda, El “Kant con Sade” de Lacan hace eco al Malestar de Freud: una vez. sacrifi- cado todo lo patolégico de la sensibilidad al universal de la ley, queda entonces el objeto escondido que es en suma el sacrificio mismo, Estas astucias del renunciamiento, hacen del civilizado un ser goloso de la falta en gozar. La pregunta es si las mujeres coinci- den alli “en competencia” con el hombre. No es la tesis de Freud, lejos de ello. Su “Totem y taba", ya presentaba una sociedad de hu- manos de renunciamiento que no inclufa a las mujeres. Y cuando pretende que las exigencias del supery6 son més laxas en la mujer, ‘concluye con una buena Igica que est4 menos inelinada a sacri carse por la civilizacién y que queda més arraigada a las pulsiones primarias. Sin embargo y a contrario de la tesis freudiana ;nuestras reelaboraciones recientes, no han reactualizado la idea de un des- precio del tener propiamente femenino que va més allé de su alean- ce de mascarada? ;No he subrayado yo misma el supremo despren- dimiento de la Ysé de Paul Claudel en “Partage de Midi”? Ys, ver- dadera mujer, segiin Lacan, que sacrifica todo por un absoluto mor- tal. En ocasiones en 1a serie Madeleine, 1a esposa de Gide, en la cual Lacan reconoce a Medea, Las tres tienen en comin un acto ab- soluto que rompe las medias medidas de cualquier dialéctica. Una en su exaltacién, quema para siempre las més bellas cartas de amor. La otra sacrifica hasta los hijos bienamados para golpear al otro y —— ry COLETTE SOLER SEXUALIDAD FEMENINA 2s saciar su rabia, En cuanto a Ysé renuncia a todo. pero sin embargo no hace serie con las otras dos. Madeleine y Medea van juntas por el extremismo de su venganza. Si Lacan reconoce a la verdadera mujer en la ingrata figura de Madeleine, no es tanto porque golpea directo al corazén, en el punto de “dolor exquisito” con un acto que atraviesa los semblantes. Es lo que Gide ratifica cuando evoca el agujero negro que dejan las cartas perdidas, y que queda en el lugar del corazén, Ysé es otra cosa. abandona todo, pero no sacrifica na- da, pues para ella s6lo vale el encuentro de un goce del amor. Como un duelo concentra toda la libido del sujeto y lo vuelve un extraiio en el mundo por un tiempo, su amor la arrebata del mundo. Esta aniquilaci6n tiene sv I6gica: si el amor anula por un tiempo el efe: to de castracién y tanto mas si es absoluto, comrelativamente vact de su valor los objetos que a ella responden, Por eso Lacan recurre a la experiencia mistica cuando quiere evocar el goce que en la mu- jer no esté en relacién con el falo. En efecto, es notorio que el amor extitico del mistico lo sustrae a los intereses de la criatura y a todos los deseos de los mortales. No tiene nada que ver, sin embargo con la pasién masoquista del sactificio. EI mfstico testimonia que re- nuncia al mundo en la alegria, no por el gusto del dolor, sino por es- tar cautivo de Otra cosa: la tentacién, el suefio tal vez, de abolirse en el goce de un amor infinito. Tal es el horizonte lejano, casi divi no, donde se resuelve, mas all4 de su alcance de mascarada, ef ma- soquismo que equivocadamente se le imputa a aquellas que Lacan Tama “las apelantes del sexo”. ‘Traduccién: Silvia Baudini Versi6n no corregida por el autor. Notas + Lacan J. “Pour un Congres sur la sexualité Féminine”. Eerits, Paris, Seuil, 1966, p. 732. Ibid, p. 131 2 Freud S. “Un enfant est battu” (1919). Néurose, psychose et perver- sion, Paris, PULF., 1973,p.237 4 Freud S. “Le probleme économique du masochisme” (1924), Néurose, ppsychose et perversion op. cit. p.289. 5 Ibid, © Did, 7 Ibid, p. 292 5 Freud 8. “Un enfant est battu”, op. cit P 229. ° Cf respectivamente: “Quelques conséquences psychiques de la diffé- rence anatomique entre les sexes” “Sur la sexualité feminin” ambos en La vie sexuelle Paris P.U.F., 1969, p.123-132 y 139-155 y el capitulo La féminité” en Nouvelles conférences sur la psychanalyse, Paris, Gi Hlimard, 1936. "© La féminité op. cit. P159 4" Thid p. 158 2 Tid, p. 158 "8 Freud S. “Sur la sexualité feminine”, La vie sexuelle, p. 153 4 Deutsch H. La psychologie des femmes P.U.F, vol 1.1974, p.247 5 Lacan J. Télevition, Paris Seuil, 1973, p. 21 ' Lacan J. “Pour un Congres...” p. 735. 17 Lacan J. L’envers de la psychanalyse, Paris, Seuil, 191, ' Lacan J. “La psychanalyse dans ses rapports avec la réalité” p.s8. Lacan J. “Raison d’un échec”. Scilicet [op cit. p49, Lacan J. “Pour un Congres..." p. 731 > Lacan J. L’envers de la psychanalyse, Paris, Seuil, 1991, p.73. 2 Lacan J. “Pour un Congres...” p. 736. Retomo aquf el término por el cual Kant afsla el campo de los intereses “patolégicos” del sujeto del imperativo incondicional que confiere a la Jey moral su valor universal. = 26 COLETTE SOLER p Paar cn Las mujeres y el sacrificio* Version en espaol Lacan J. “Ideas cirectivas para un congreso sobre la sexualidad femenina”, Escritos 2, Siglo veintiuno editores, p. 71L Ibid, p. 709. 2 Ibid, p. 714. 18 Tid, p. 714. ® Tid, p. 709, ® Ibid, p. 715. Colette Soler El sintoma ligado al ser mujer debe distinguirse de lo que se de- sarrolla sobre el eje del tener. Pueden haber sintomas sobre este eje del tener, pero se encuentran en hombres y en mujeres, sin estar es- pecificamente ligados a la sexuacién, aunque se armonicen mejor con el ser macho que con el ser femenino. ‘Se puede abordar esta cuestién por el tema del sacrificio. En efecto, desde hace un tiempo, se insiste con la idea de que el sact cio seria especialmente femenino, que tendria una afinidad con lo femenino, incluso que el sacrificio del tener seria como el test de la posicién femenina, Creo que no se deberia mantener una confusién entre la posicién femenina y la posicién sacrificial. ‘Tres observaciones Primera observacién: el sactificio es inherente al sujeto. Ya que, para que haya un sujeto, hace falta que el ser sacrifique al signifi- cante, que acepte 1a pérdida que implica el lenguaje. En este sent do, se podria decir que hay un sacrificio original para que surja un * Publicamos aquf un extracto de la lecci6n del 24 de marzo de 1993 del curso de C. Soler titulado “Variantes del final de la cura”. a 28 COLETTE SOLER SEXUALIDAD FEMENINA, 2» sujeto. Salvo que harfa falta que sea pensado como presubjetivo, condicién del sujeto, De todos modos el efecto de pérdida produci- do por 1o simbélico, tiene por resultado que todo Io que adviene de Positivo para tos seres hablantes que somos, adviene sobre un fondo de pérdida-castracién, Este punto parece suficientemente evidente, no se ha esperado al psicoandlisis para que sea sensible en la lite- Tatura, en el arte, en la filosoffa y en el conjunto de la cultura, aun- que también denegado. La segunda observaci6n es 1a siguiente: ,cudles son los grandes sacrtificios vehiculizedos por ta tradicién, que se piensan en la tradi- cci6n antigua 0 en su reajuste en la tradici6n cristiana? No podemos olvidar el sacrificio de Abraham: el hombre, el pa- dre, que sacrifica al hijo y bajo la orden de Dios Padre. Esta imagen es con mucho tan consistente como la imagen de la Piet, frecuente- ‘mente evocada este tltimo tiempo, la imagen de la madre con su hi- Jo muerto en los brazos. ;Cémo es que, de las imagenes de la Piet en 1a cultura estemos mAs inclinados a deducir el deseo mortifero de la madre respecto del hijo, que del sactificio de Abraham el deseo mortifero del padre hacia el nifio? Debe haber una razén, si no una pregunta. Otro sacrificio, siempre en la tradicidn, el que es evocado en el juicio de Salomén. Dos mujeres se disputan un nifio. Para saber quién es la verdadera madre, Salomén sugiere que el nifio sea corta- do en dos, 10 que quiere decir sin embargo que se lo sacrifica a la Justicia distributiva. Salomén diagnostica la verdadera madre en tanto ella prefiere perder su nifto antes que verlo cortado en dos, es decir asesinado. No revisé en lo que subsiste de la tradicién, en lo que se vehicu- liza en la superficie de la cultura, los ejemplos de sactificios feme- ‘inos. Veo un sacrificio del lado madre, Qué encontrarfamos del lado mujer? gIfigenia, Alcestes, Antigona? Sacrificio de la hija, de 1a amante, de la hermana, Habrfa un estudio para hacer alll Todas estas referencias son anteriores al psicoandlisis. No obstan- te, las referencias anteriores al psicoandlisis nos importan. Nos im- portan casi més que las posteriores. {Por qué? Porque las referencias anteriores, cuando llevan las marcas de la estructura despejada por el psicoandlisis, 1o contirman, justamente en tanto nada le deben. Es cierto que antes del psicoandlisis se encuentran, por ejemplo, rastros de 1a no-relacién sexual, y también, Lacan lo sefiala, de la funcién del padre en ta psicosis. Dejemos en suspenso lo que seria el paradigma del sacrificio femenino 0 no en la tradicin, ‘Tercera observacién: en la “podemos olvidar la inclina- ciGn sacrificial del sujeto obsesivo, con mucho tan frecuente y con- sistente como la inclinaciGn sactiticial de las mujeres histéricas? Y si quisiéramos repartir, segin las frecuencias, la obsesiGn del tado hombre y Ia histeria més bien del lado mujer, apenas sabriamos a quign dar las palmas en cuanto al sacrificio. Sefialemos por otra parte que, en la filosofia, es Emmanuel Kant quien inventé lo que es necesario llamar correctamente la ética del sactificio, incluso si Sade revela en ella la verdad del goce. Estas tres observaciones son hechas para introducir una sospe- ccha, incluso una correccién sobre la idea de que habrfa una afinidad entre la posicin femenina y la posiciGn sacrificial El objeto del sacrificio Hay que definir precisamente lo que es un sacrificio. La defini- cin més amplia, mds simple serfa ésta: el sacrificio es una pérdida consentida, incluso buscada. A partir de aquf, se puede interrogar et sactificio a dos niveles. Se puede interrogar su objeto, aquello sobre lo cual recae, lo que es sacrificado, y luego se puede interrogar —y 8 toda otra cuestién— el acto del sacrificio, mas precisamente su causa. ¢Cudles son los objetos a sactificar? Todo objeto que vale. Para ue un objeto pueda ser objeto de sacrificio, hace falta que valga. ¥ = 30 COLETTE SOLER SEXUALIDAD FEMENINA aI es muy. muy amplio, Es quizds un bien, lo que Lacan llamé los bie- nes, Es quizds algo tan evanescente como la esperanza, 0 bien los ideales, 0 atin el éxito en un dominio dado, la profesi6n, la fami Jos amores, la tranquilidad, etc. EI sactificio no es entonces siempre un sacrificio de! lado del te- ner, Lo sacrificable es mucho més amplio. No est siempre a nivel del tener, pero tiene —zsiempre?— ese rasgo comin con el tener. ¥ o que lo caracteriza es caer bajo el golpe de la aritmética. Desde que hablamos del tener, estamos en el dominio del més o del me- nos, Podemos plantear la pregunta: “;cudnto? " (combien). Es inte resante ver por otra parte que esta palabra combien vehiculiza la pa- labra bien, Lacan lo seftal6 hace tiempo. Como quiera que sea, desde el momento en que se dice que lo sacrificable es necesariamente un objeto que vale, se implica el Principio del valor. Y no hay mds que un s6lo principio del valor a los ojos del psicoanalista: es el goce. Esto no quiere decir que todos los goces vienen a ser lo mismo, pero para definir lo que vale para alguien, volvemos siempre a que esto tiene para él un valor de goce, sea cual sea, Es verdadero incluso para los ideales, que tenemos el habito, y desde siempre, de oponer justamente a gs pulsiones y al goce, pen- sando que aquel que asume un ideal sacrifica pulsién a ideales. Es verdadero, a un cierto nivel, Pero aquello que Freud comenz6 a sos- pechar, y que plantea muy bien en su texto de 1914 “Introduccién del narcisismo"', es que, de sus ideales, el sujeto goza. Esto compl ca quizés un poco la oposicién entre semblante y goce. {Cémo dijo esto Freud? No lo dice en estos términos, pero podria traducirse de este modo: por sus ideales, el sujeto goza de la estima del otro y de sf. El sujeto, dice Freud, sin duda renuncia a sus pulsiones, pero re- Ccupera una satisfaccién narcisistica. Dicho de otro modo, a través de sus ideales, el sujeto goza de la idea de que es alguien muy bien. 2A Ios ojos de quién? A los ojos de! Otro esencialmente. Es muy sensible en la experiencia. Lo que se sacrifica es siempre plus-de-gozar. Se podria escribir el sactificio de esta manera: -(+4), la negativizacién de un plus-de- ‘gozar, cualquiera que sea. Esto implica que no hay universal de to sacrificable, que no alcanza con dejar caer un objeto para que haya sacrificio. Es necesario que este objeto valga para aquel que lo suel- ta. Que no haya universal de lo sacrificable, es algo que tiene su pe- s0 en el psicoandlisis. Esto quiere decir que lo que es sacrificio para uno no lo es necesariamente para el otro. Por ejemplo, no tener hijos para una mujer: es a veces un sac cio, a veces una carencia. Pero hay mujeres para las que no es una carencia en absoluto. Entonces, eso no es un sacrificio, No deberia darse que un “psicoterapeuta” se imagine que en tanto una mujer no tenga hijos, 0 no haya hecho el duelo por el hijo que to tuvo, no hi- z0 lo que tiene que hacer en su trabajo. Alguna me explicaba esto muy bien: “No sé si verdaderamente me equivoco, 0 si soy anormal. Normalmente (la palabra es encantadora*), deberfa sufrir por no ha- ber tenido hijos. Y deberfa suftir al considerar que he sacrificado mi vocacién maternal a la pintura, Y bien, no, por més que me esfuer- 0, busco, nada de suefios, lapsus, nada”. Y es cierto, nada. Ella no sacrificé su maternidad, nunca ha tenido el menor deseo de ella, y 50 no le falta, 7 Que no haya universal de Ib sactificable, es incluso la clave de ta meditacién de Kant sobre la moral. Kant intenta —es un bello pro- yecto— construir una moral universal, una ley moral. Relean 1a Critica de ta racén préctica*. Hay un lado exaltante en esta buisque- da de un principio moral tal que podrfa determinar la voluntad uni- versalmente, es decit determinar la voluntad de cada sujeto de una ‘manera que valga para todos, que sea reconocida en su valor pot to- dos. Cuando Kant dice para todos, eso quiere decir también para to- das, Busca un mandato posible que trascienda 1a singularidad del * En francés, normalement, que contiene la palabra male (macho), algo ‘subrayado por Lacan en su seminario (N. de T.) 2 COLETTE SOLER plus-de-gozar, que trascienda lo que hay siempre de particular en los apetitos, las repugnancias de los sujetos. Su empresa, para en- contrar esta ley moral, universal, es decir que hay que sacrificar to- do lo que pertenece a lo que é1 Hama lo patolégico. El término pa- toldgico en Kant, no designa la anomalfa, segdn el uso que hacemos del término hoy en dia, sino lo que se localiza en el padecer. lo que se localiza en la sensibilidad. Designa entonces el campo de los pla- ceres y de las penas, el campo del afecto. Kant discierne bien que, en este campo, no hay universalizacién posible, que es un campo donde reinan las diferencias. Y 1a moral de Kant es una moral de abolicién de las diferencias. Contrariamente al deseo de! psicoana- list El condicional Entonces, no hay universalizaci6n de lo sacrificable. Sin embar- 20, quizds lo importante en el sacrificio no es tanto lo que es sacri cado, como aquello a lo cual se sactifica gPara qué se sacrifica? {Cul es la causa del sacrificio? La existencia misma del sacrificio le ha creado un problema a Freud. B] reconoce en éste una paradoja, en todo caso con respecto al principio de! placer. ;Cémo puede un sujeto elegir la pérdida? ‘Sin duda hay que distinguir aqui dos tipos de sacrificio, de los cuales uno solo vale el nombre de sacrificio. Lo més frecuentemen- te, se sacrifica un plus-de-gozar por otro, no es el verdadero sacrifi- cio, Es lo que amo el sacrificio condicional. Se podria escribir de este modo el sacrificio condicional: la elecciGn de un plus-de-gozar excluye otro, entonces se encuentra de alguna manera negativizado. @) =) SEXUALIDAD FEMENINA 33 Un plus-de-gozar es sacrificado a otro. Este sacrificio condicio- nal se encuentra casi cotidianamente en la vida. Y es inevitable. Es incluso necesario, podria decirse, a partir del momento en que hay algo que no cesa de escribirse en raz6n de 1a existencia del lengua- je. Es que el goce esté siempre incompleto, que el goce infinito, co- ‘mo decfa Lacan, esté prohibido a quien habla, Estos sacrificios no merecen el nombre de sactificio, no hacen més que manifestar el vel de la alienacién, Se puede sacrificar la familia a la ambici6n, el amor a la profesiGn, la felicidad al saber, etc. ‘Vean lo que Lacan dijo de Marx. Para llegar a producir su con- cepto de plusvalfa, la clave de 1a economia capitalista, para Negara hacer pasar esto al saber, vean con qué vida de infierno Marx pago ‘esta pequefia invencién (no tan pequefia, cuando se ven sus conse- cuencias en la Historia)’. Asimismo, podrfamos tomar a Edipo: su pasiGn de saber, ;adénde lo lleva? Pero,.sean cuales sean los ejem- plos, no se tratard munca de nada mAs que de conflictos del plus-de- gozar. La época clésica, el siglo XVI, nos presentaba tragedias -Raci- ne, Comneille- animadas por conflictos de deber, Habria que releer los conflictos de deber en términos de los conflictos de plus-de-go- zat. Esto vuelve a la aritmética de los placeres. Sacrificar un objeto por otro que vale més, es una aritmética. Sacrificar la mujer pobre a a mujer rica, por ejemplo. O la inversa. Cuando se trata del Hom- bre de las ratas, se siente que eso se va a inclinar hacia la mujer ca, La Historia, la Guerra del Catorce, nos impidi6 verificarlo, mu- 1i6 demasiado pronto, pero el habfa partido para sacrificar la pobre ala rica. Elegir el objeto que vale més es un falso sacrificio. A nivel de las mujeres, hay un caso de figura patognoménica, frecuentemente evocado en el psicoandlisis, que es lo que Hamaré el desistimiento femenino. El desistimiento femenino en favor de su objeto, si es esto lo que se Hama la pendiente sacrificial femenina, no es més que una arit- mética del plus-de-gozar. Llamo desistimiento femenino a esta posi- M COLETTE SOLER cién, frecuentemente descripta —en particular por Helene Deutsch, pero no solamente por ella— que consiste en no desarrollar ninguna aspiraci6n personal, sino por el contrario, trasladar sus aspiraciones al hombre, el objeto masculino elegido. Esto consiste en realizarse por procuracién, a través de las realizaciones, el éxito, o el valor de un hombre. Es un caso de figura extremadamente frecuente, y hay que decirlo, itil para los hombres. Vean ta Historia, y verén con cudnta frecuencia los hombres han hecho realizaciones de excep- cin en un dominio cualquiera (en la politica, en el saber. en la cul- tura —en ef arte es menos cierto) son figuras de hombres acompa- ffados, acompaftados de una mujer. Es cierto de Marx mismo, evo- cado hace un rato, porque, en su vida de infierno, no estaba total- mente solo, Habfa una con é1, con quien compartfa esta vida, sin ‘compartir sus beneficios de saber. Esto no es sacrificio, ni renuncia a la satisfacciGn félica, al contrario. EI desistimiento femenino reposa sobre una identificacién narci ica al objeto, Freud mismo lo ha subrayado. El beneficio de esta posicién de desistimiento se formula: ser la mujer de... Es una posi- cin riesgosa subjetivamente porque el dfa en que el hombre en cuestién falta, es el derrumbamiento. En todo caso, sea cual sea el riesgo, esto no impide que no se trate de una posicién sacrificial una posicién de justa aritmética. Quizds to que hace ilusi6n es que los hombres y las mujeres en general no hacen el mismo uso de sus sactificios condicionales. En ‘general —pero habrfa que desarrollarlo— las mujeres hacen mucho ruido. Tienen una inclinacién a hacer toda una historia y mucho rui- do por el precio que pagan por las satisfacciones que obtienen. Ellas hablan menos de las satisfacciones que del precio y muy frecuente- ‘mente claman que han pagado muy caro. En este caso, uno tiene ga- nas de decirles: “{Que esto no suceda! ;Renuncien!”. Es cierto que sobre este punto, los hombres tienen una posicién que casi podrfa- ‘mos llamar de pudor, No se los escucha en general clamar por cudn- to pagan para satisfacer sus miras. {Por qué? Hay una raz6n para SEXUALIDAD FEMENINA. 3s ee esia diferencia. Es que precisamente, parece que por efecto de di ‘curso, la queja no entra para una mujer en conficto con los ideales ‘del sexo. Mientras que para un hombre, la queja resuena siempre del lado de la impotencia. En s{ misma, la queja cuestiona la posi- ei6n de virilidad, y esto forma parte de la transmisi6n materna, en ‘general, de ensefiar a su hijo @ no gemir, a cerrar los dientes. No nos ‘equivoquemos con las proclamaciones de los sujetos. De todos mo- ‘dos no es para nada un azar si en la civilizaci6n son las mujeres las _que se consagraron a sostener el rol de loronas en las grandes des- gracias. Ya solamente esto deberfa indicarnos que no'es porque se Hora que se sufre més. Hacer profesi6n de lorar, desde el momento que es posible, deberfa inspirarnos una sospecha. Gozar del sacrificio » Volvamos al sacrificio que es el sacrificio por el sacrificio, que ‘ft sacrifica un plus-de-gozar por otro, que sacrifica incondicional- mente, Evidentemente, desembocamos en esta formula parad6jica: gozar del sacrificio. No gozar de otro plus-de-gozar, sino gozar del ssctificio mismo, cuya escritura podrfa ser ésta: un menos-de-goce {que escribe el sacrificio de todos los plus-de-gozar pensables) ele- ‘ado al plus-de-goce: oo Esto se encuentra expresado en diferentes férmulas. +’ Gozar del sacrificio designa la renuncia convertida en satisfac- <8i6n, un gozar de la privacién, f6rmula que se utiliza mucho en este ‘momento, 2.» Aquf, encontramos a Kant, pero con Sade, tal como Lacan lo si- ., tiie en su “Kant con Sade”. Una vez sacrificados todos los objetos ., eo patol6gico, la ley no es sin objeto, como la angustia. Freud si- 36 COLETTE SOLER {u6 tal objeto. En Freud, el sacrificio no es sin el padre. El sacrificio ‘mantiene el 1220 a 1a voz del padre. Es lo que Lacan retoma al final del Seminario XI‘, diciendo que la fascinacién por el sacrificio punta al oscuro deseo del Otro. Podrfamos escribir la posicién de Kant en relacién al sacrificio. En su texto “Kant con Sade”, Lacan sitéa muy precisamente la ley moral de Kant con respecto ala férmula del fantasma: una vez caf- dos todos os objetos (a entender aquf como los objetos de lo pato- l6gico, los objetos de 1a sensibilidad, todos tos plus-de-gozar), que- da el puro sujeto, “El sujeto queda solo en presencia”, escribe La- can. Solamente, este sujeto s6lo en presencia no es sin estar conec- {ado a la voz que manda, Podrfamos escribitlo ast: a—>fg]o a (voz) Sobre este punto, la tesis de Lacan sobre Kant es simple: al sa- ctificar todos los objetos fenomenol6gicos de la sensibilidad, queda este objeto que hace un chich6n bajo el velo fenoménico. Es una ‘voz. que no tiene nombre. Serfa casi un abuso decir “voz del padre”, como dice todavia Freud, Es la voz, puro objeto, que manda, En es- te texto, Lacan pretende responder a la pregunta sobre “qué quiere Kant, con su ley moral?” y la respuesta que, por discrecién, no for- mula, serfa, sila formulara: “que quiere gozar”, gozar del sactificio. cTiene alguna afinidad este goce del sacrificio con la posicién femenina? No lo creo, si definimos la posiciGn femenina sin con- fundirla con la posicién histérica. Ya en Freud, esto serfa un poco dificil de sostener, a pesar de las apariencias, en la medida precisamente en que Freud nos dice que las mujeres tienen menos que los hombres (y Dios sabe que se le ha reprochado e! haberlo dicho) la aptitud para sacrificar sus intereses pulsionales a lo colectivo. Freud diciendo que las mujeres tienen ‘menos supery6 quiere decir que ellas estén menos listas para sacri- SEXUALIDAD FEMENINA ” ficar las satisfacciones pulsionales al universal. Una mujer kantiana, es més dificil que un hombre, digémoslo asf. Y cuando Freud escri- be “Totem y tabs”, describe la sociedad de los hermanos en renun- cia, pero no incluye en ella a las mujeres. La sociedad de los herma- ‘nos en renuncia es hombresexual. Y cuando dice que las mujeres estén enraizadas en la pulsi6n, es atin otra manera de decit que tie- nen, menos que los hombres, aptitud para gozar de la privacién, En cuanto a Lacan, siempre tomé una posicién totalmente acen- tuada sobre este punto, a saber que las mujeres no se caracterizan por un més de falta, sino por un menos de falta. Es su tesis sobre 1a mujer: un goce en més, alli donde en el hombre, la castracién; como 41 dice, libera el deseo. Lacan lo dice de la mujer, pero lo dice tam- biém de la madre, quien tiene, lo he evocado, esta posibilidad que los hombres no tienen, de ver aparecer en el objeto en lo real, bajo Ja forma del nifio. ¥ cuando, en 1958, Lacan quiere definir el sexo, Jo que se llama en francés el sexo, y que designa a las mujeres, las Hamas “los Hamantes del sexo"”. Los Hamantes: la palabra no ha si- do demasiado utilizada en francés, est4 construfda sobre el verbo Hamar. Los llamantes del sexo, en el contexto, es algo que designa Ja mira de goce sexual. Entonces, es cierto que nada en la ensefian- 2a de Lacan permitirfa sostener la inclinaci6n sacrificial femenina. Medea, Madeleine, Ysé... Objeciones posibles: ;Y Medea? ,Y la Madeleine de Gide? ce ‘Y¥s€? Respondo: en Medea y Madeleine, se trata del sacrificio con- dicional, tal como se encuentra en todos los sujetos. En cuanto a Y¥S6, no es en absoluto un sacrificio. Medea sacrificé sus hijos, quienes —es cierto— le eran muy ueridos*, {A qué los sacrific6? No los sacrificé por gusto por el sa- ‘Szificio, ella los sacrificé al goce supremo de la venganza del hom- ‘bre que la habia traicionado, y de 1a manera mAs ruin, El problema de 38 COLETTE SOLER no esté en evaluar si esté bien vengarse, Pero en la aritmética de los goces, Ia satisfaccién que Medea tenia al ver crecer a sus hijos no tuvo peso suficiente frente al goce de su venganza. Es sacrificio condicional —-aunque extremista, En cuanto a Madeleine, para inscribirla en ta serie det sacrificio estamos obligados a decir: esas cartas eran lo més precioso que te- nfa, Ni ella, ni Lacan lo dicen. Lacan no se ocupa de saber si esas cartas le eran preciosas. Estamos en el derecho de suponer que, en efecto, ella atribufa un precio a estas cartas. {Qué ser serfa insensi- ble a las cartas de amor més maravillosas y exaltadas? No es exce- sivo pensar que estas cartas le eran preciosas. Entonces, decimos: ella las quema, sacrificando lo més precioso. Pero ella sacrifica lo més precioso, ahi también, a la venganza. Es por lo que Lacan dice: “Gide no reconoce a Medea". Es una referencia muy precisa. Am- bas sacrifican algo precioso, una los hijos, la otra las cartas, a la venganza. Para Madeleine, hay algo mas. Lacan no lo coment6, pe- ro yo me lo permitiré, Es que cuando ella descubre —Io que para ella es una felonia infame— adénde iba Gide a pescar goce (goce que 61 le rehusaba, y que ella no querfa de todos modos), tenemos todas las razones para suponer que estas cartas, tan preciosas, se va- cfan de su valor. Ellas deben, al instante, aparecerle como puro bla- bla, por el golpe aparecerle como el lado engaftoso de! semblante. Las més bellas cartas de amor, y ella descubre que 1o verdadero det goce esté totalmente en otro lado. Ella se equivoca sin duda, ya que para Gide estas cartas valen como goce. Pero no es ni siquiera tan seguro que en el momento en que ella las quema, quema algo pre- ‘cioso: podrfamos también suponer (lla no dijo nada sobre este pun- to) que ella las quema en e! momento en que ellas se reducen al de- secho en que se han transformado para ella, De todos modos, Lacan nos dice de los actos de Medea y de Ma- deleine que son actos de verdaderas mujeres. Eso signa a la mujer, {Por qué? Por una raz6n que él explicita suficientemente, que es que eso golpea el coraz6n. Eso no golpea al tener, eso golpea al ser. SEXUALIDAD FEMENINA, Ed Eso no golpea del lado donde hay ms y menos, eso golpea en el coraz6n del ser, €s0 que era lo més esencial para el ser del otro — especialmente en Madeleine. Fso apunta al ser insustituible, irrecu- perable. Es el primer rasgo por el cual este gesto debe colocarse del lado femenino. Quizés es también femenino por el extremismo. El extremismo quiere decir que es un acto que corta con la dialéctica significante. En la dialéetica significante, siempre hay més, menos, matices. Un dfa nos injuriamos, pero al dia siguiente, o después, podemos decir: las palabras se adelantaron a mis pensamientos, no era exactamente 80. El significante, dominio del matiz, excluye cualquier absoluto. Con el significante, estamos siempre en lo relativo. Aquf, es absolu- to, Es un acto que borra el significante. En el caso de Madeleine, es verdaderamente el acto mas extremista que pueda concebirse: supri- mir, quemar las palabras donde otro habfa sublimado y depositado su amor. En este sentido, pienso que ni Medea, ni Madeleine son ¢Jeniplos que van en el sentido de la posicién sacrificial femenina, En rigor, esto ilustra el extremismo del ser, que quizés es propio de las mujeres. Porque el registro del tener las concierne menos, en to- do caso en tanto que seres sexuados. Ysé no sacrifica nada". Cuando encuentra este hombre, cuando ree que la experiencia del amor, absoluto de alguna manera, se Ofrece a ella, es el mundo el que se desvanece, Bs por lo que no ha- DIE de sactificio de Ysé, hablé de nadificacién. En Ysé ocurre lo inverso a lo que ocurre en el duelo. En el duelo @ien conocido, bien comentado en el psicoandlisis), el sujeto pierde ¢1 objeto mas importante para su libido, con el resultado de que la Ubido se retira de todos los demés objetos. Todo lo que contaba has- {@ aquf, los amigos, 1a vida cotidiana, el trabajo, incluso los hijos, 10s otros objetos, los padres, etc, todos estos otros objetos se desva- Recen. Es esto el momento crucial de un duelo: un objeto perdido __. SBsorbe toda la libido. En ef enamoramiento, y cuanto més absoluto {{y @8el amor, tenemos el proceso exactamente inverso. No es como en i 40 COLETTE SOLER Lamartine “Un s6lo ser 0s falta y todo esté despoblado”, es lo con- trario, En el amor, un ser aparece y todos los demas se desvanecen. Por un tiempo, no es mds que por un tiempo. A menos que eso no vaya hacia la muerte, como Ysé fo anhela, Entonces, si Ysé ilustra algo, no es en absoluto el extremismo de la venganza, es 1a tentacién del amor infinito, que, evidentemente, no puede realizarse més que en la muerte. Ysé elige el goce de lo absoluto. Hay una ldgica en este desinvestimiento, esta nadificacién de todos los objetos. Es que en el amor, en todo caso para una mujer, ser amado anula momenténeamente Ia castraci6n. La inclinacién de esto, perder el amor es equivalente a un efecto de castracién pa- ra las mujeres. Pero a partir del momento en que e! amor anula 1a castraci6n, evidentemente, produce un efecto de desinvestimiento de los objetos, ya que 10s objetos no son investidos mds que a par- tir de la castraci6n. Es por lo que el amor infinito es correlativo a la indiferencia infinita para todo lo que no es ese amor. Es del or- den de la experiencia mds banal: los enamorados no conocen més que a ellos mismos. No solamente en la literatura sublime de Claudel. Podrfamos por supuesto evocar aqui a Alcestes"", Alcestes: sa- crificio condicional. Antigona es ain otro caso de esta figura'?, Antigona sactifica todo de la vida de mujer que la esperaba, por el ser del hermano. Ni siquiera es por su propio ser —y es muy be- lo—, es por el ser del hermano, es decir por el ser familiar, por la continuidad familiar. Es de este modo que Lacan comenta Ia con- ducta de Antigona: no admitir que su hermano sea borrado de la lista de los humanos. Es verdaderamente consagrarse al ser, al precio de sactificar todo 1o que la esperaba de los bienes de este mundo. Espero entonces haberles vuelto sensible que ni Madeleine, ni Medea, ni Ysé, van en el sentido de afirmar ta posicién sacrificial femenina, Estos tres ejemplos son femeninos en tanto que afirman, SEXUALIDAD FEMENINA 4a muestran, que las apuestas que buscan el goce del ser priman sobre las apuestas que buscan aquel del tener. Cuando el ser esté verdade- ramente en cuestiGn, quizis el tener no resiste. ‘Traducci6n: Nieves Soria ‘Version no corregida por el autor. Notas 4S, Freud, “Pour introduie le nareissisme”, La vie sexuelle, PUP, Pais, isn Pati, 1969, pp. 7. Kant, Critique de la raison pratique. Vrin, Paris, 1974 24, Lacan, “Radiophonie”, Scilcet N° 23, Seu, Pais, 1969, p87. Lacan “Kant aves Sade", Bris, Sei Pais, 1966 pp. 785.700 #4. Lacan, Le Séminaire, Livre XI, Les Quatre concepts fondanentaux de la psy- ‘chanalyse, Seuil, Pats, 1973, p. 247 ie $4, Lacan, “Kant avec Sade”, op. cit, p 78. Lacan, “Pour on cong sua etal emi” crits op cit p. 734 * Euripide, “Medée", Thédrre complet, Bibliotheque. de la Pléiade, Patis, C roe ol a Phiiade, Pati, Gali- 7 J. Lacan, “Jeunesse de Gide ou la lettre et le dst”, Ecrts iy eet le sit", Ecrits, op. cit, p. 761 P. Claudel, Parrage de Midi, Comedie francaise, Pais 1977” 1 Buripie, “Alceste”. Tadéore comple, op cit Sophocle, “Antigone”, Tragedies, Belles Lettres, Paris, 1967 Posiciones femeninas del ser Eric Laurent No es un descubrimiento del psicoandlisis que la mujer sea mél- tiple y no una. Antes ya se sabfa que “Ia donna & mobile” y Ia litera- tura desde siempre, desde que existe, trat6 de hacer una lista de tas Posiciones femeninas: desde Euripides, que fué el primero en dar nombre de mujer a una tragedia, hasta Leporelio que intent6 hacer el catélogo de aquello de lo que puede gozar un hombre decidido, La reducci6n operada en esta lista entre la santa que niega cual- quier 1az0 con un hombre y la desvergonzada que lo hace con exce- $0, no es tampoco producto del psicoandtisis. La intervenci6n especifica de Freud fué suspender la relacién de Ta mujer con lo que serfa la unidad de la propia causa. Admitiendo la histeria masculina como central en la clinica de la histeria, Freud separaba el tero de su traduccién clinica. Decfa que en la sexuali- dad no existe una posicién fija, nica que garantice el eterno feme- nino, En el curso de su elaboracién siempre subrayé la dificultad de hallar un correlato entre la posicién femenina y una identidad se- xual, lo que dejaba el campo libre a la movilidad de la identifica- cién, Freud trat6 de hacer la lista de las posiciones femeninas partien- do de su propia experiencia. En su tiempo hubo una emergencia de nuevas formas de identi cacién femenina, Descubrfa la clasificacién de las psicosis pasiona- les de las que fué contempordneo. Descubrfa los narcisismos, fasci- 44 ERIC LAURENT nados por la propia imagen, en las mujeres mundanas de Viena. Descubrfa el lamento de 1a frigidez que acompafiaba la reivindica- cidn de la igualdad del derecho de gozar. Descubria también el peso de la exigencia de fidelidad, correlato del matrimonio roméntico, gue tenfa tan poco lugar en el matrimonio clésico. ¥ sobre todo, descubria al final del siglo XIX el enigma de la felicidad en el mal y el imperio del masoquismo. De todos modos, si bien desde el comienzo de los estudios sobre la vida amorosa, Freud subraya la importancia del dolor infringido Por el ser amado en la vida amorosa femenina, s6lo después del andlisis de su propia hija Anna Freud, introduce en el psicoandlisis el concepto de masoquismo femenino.! Los dos articulos claves sobre este concepto corresponden, en su redaccién, a los dos perfodos de andlisis de Anna 1918-1919 y 1924, Es en esta época, con el problema econémico del masoquismo, ‘que Freud introduce un cerebro de tres cabezas. Este masoquismo “se presenta a nosotros bajo tres formas: como modo de excitacién sexual, como expresiGn del ser de la mujer y como norma de com- portamiento en la existencia”? La dificultad para Freud al llamar femenina la voluntad de ser tratada “como un nifio pequefio, desamparado y dependiente ... s0- bre todo tratado como un nifio malo”, est4 marcada por el recurso a una expresi6n latina que justifica su eleccién. Freud dice: “si tenemos la oportunidad de estudiar casos en los cuales los fantasmas masoquistas han tenido una elaboracién parti- cularmente rica, descubrimos fécilmente que la persona esté coloca- da en una posicién caracteristica de la femineidad. Es por esta razn que he llamado a posteriori, quiz4s se pueda encontrar algo mejor, masoquismo femenino al masoquismo donde muchos de sus ele- ‘mentos pueden reenviar a ta vida infanti.”> Lacan subraya Ia dificultad de tal articulacién, haciendo notar que desemboca en promocionar una pulsién parcial al rango de un SEXUALIDAD FEMENINA 4s polo de la madurez genital*. Lacan hace objeci6n a Freud recordan- do otra advertencia del mismo Freud: “no reducir el suplemento de o femenino en confrontacién con lo masculino al complemento pa- sivo respecto al activo"’, A partir de esta objecién lacaniana hecha ‘al masoquismo femenino, esta presente la idea de que, si hay un ser de la mujer, es en un suplemento. Es un término que parece opuesto al de falta que marca el lugar de la niffa en la problemética freudiana, designada por un menos frente a la presencia de pene en el vardn. Se necesita toda la elabo- racién de Lacan del falo como significante, para poder calificar la posiciGn femenina como suplemento. Siguiendo el método estructuralista, Lacan distribuye la oposi- ci6n tener-no tener el pene, en una oposicién simbélica marcada-no ‘marcada teniendo como referencia el falo. La oposici6n estructural hace del falo un trazo que distribuye dos términos, marcado y-no marcado por la presencia del 6rgano. Lacan va ms alld de la operaci6n estructural, asignando al tér- ‘mino no-marcado un correlato por fuera del sistema simbélico, cali- ficado de goce. En cierto sentido sigue la indicaci6n freudiana al si- tuar el ser de la mujer a partir de un goce especftico. Pero Lacan no lo hace a partir de una coexitacién libidinal pro- veniente del desarrollo, sino a partir de una hipétesis sistémica: el goce femenino suplementario no puede ser abordado con la medida félica, pues la excede. ‘Numerosos casos clinicos de Freud y de sus discipulos testimo- nian del uso del concepto del masoquismo femenino, para dar cuen- ta del exceso de privacién al que conduce el amor de las mujeres, més alld de cualquier consideracién propia del principio del placer. Helene Deutsch ha resumido el masoquismo femenino como ‘una “salida de los limites normales”. Dice que el masoquismo pue- de sobrepasar los Limites normales: “la mujer se expone con alegria alas privaciones, al sufrimiento y hasta ala muerte” Una mujer se coloca, entonces, en la posiciGn de ser todo para 46 ERIC LAURENT SEXUALIDAD FEMENINA a un hombre 0 una causa, cualquiera sea la indignidad de uno u ott Si la incidencia de més allé del principio del placer ha podido ser calificada de masoquismo femenino, es porque se rompe 1a medida Falica, el “limite normal”, presente en la perversién masculina. Desde el punto de vista del amor hay, para una mujer, una zona que presenta como placa giratoria donde el sujeto avanza siempre més en la direccién de “dar todo al ser amado’ Direccién en la cual el sujeto intenta en nombre del amor, trans- formar todo su tener en ser: “Dar todo para ser todo”, en aquello que podemos Hamar, en homenaje a Marcel Mauss, el potlach amo- 1080. Avanzando en esta direccién se produce una vacilacisn, el sujeto puede percatarse que no es nada para el otro, que es un desecho maltratado, La falsa solucién del masoquismo femenino consiste en querer, entre el todo y nada, asegurarse un lugar en el fantasma del hombre. Es una falsa soluci6n, porque la verdad de la posicién fe- menina no es ser “todo o nada”, sino ser Otro para un hombre. Deducir el ser de una posicién subjetiva, partiendo de una falta, €s una operacién que se impone a partir del discurso psicoanalitic: Es més, Lacan nos hizo entender las relaciones con la filosofia con- temporénea de “El ser y la nada” de Sartre, corriente francesa que estructuraba el ambiente intelectual més alld de la universidad, G. Bataille, R. Queneau, M. Leiris, tratan de situar el sujeto par- tiendo de una negatividad y en esta perspectiva se interesan en la noci6n de pulsién de muerte freudiana, Lacan renueva la perspectiva sobre el masoquismo inscribiendo el goce femenino en el interior de este horizonte, pero de otra manera. Sehala que, si existe un ser de la mujer, si La Mujer existe, s6lo puede serlo en la psicosis. En el caso del presidente Schreber hace valer que “la adivina- ciGn del inconsciente ha advertido al sujeto que no pudiendo ser el falo faltante de le madre, slo le queda la soluci6n de ser la mujer que le falta a tos hombres”? En esta aproximacién entre paranoia y posicién femenina, Lacan examina la indicaci6n de Freud quien sostenfa que la “segunda fase del fantasma masoquista”, “soy golpeado por mi padre”, es, absolu- tamente la més importante. No me sorprenderfa si un dia mostrase que el mismo fantasma esté en la base del delitio paranoico.”* Si Lacan retoma esta indicacién freudiana es para determinar lo que separa ambas posiciones, la del masoquismo femenino y la del masoquismo delirante. El término utilizado por Lacan “adivinacién del inconsciente” merece un comentario, ;Es el inconsciente el que adivina? jes et sujeto? ges el destino? Frente a la idea de un inconsciente autométi- co que fija el destino por repeticién, Lacan recuerda la compatibili dad de los sistemas formales y de la deduccisn interpretativa. Pone al inconsciente en el cuadro de la “inteligencia adivinato- tia”, segdn el término usado por Jean Pierre Vermont. ¥ Lacan re- cuerda como, después de Ia invencién de la escritura se interpreta- ban los presagios, como la lectura de un texto en el que estarfa es- crito ef orden del mundo. Algunas civilizaciones Hevaron ta lectura hasta el punto de po- ner en evidencia una “légica adivinatoria” de “rigurosa binaridad” Entre el masoquismo femenino y 1a homosexualidad delirante, 10 que hay en comin es que La mujer schereberiana es la puesta en evidencia de la l6gica del todo, Lo que los separa es que ser La mujer que le falta a todos los hombres es una soluci6n psicética, esté formulada en términos uni- versales. Se trata de ser el Otro del Otro, Es Ia solucién y consiste, al no haber encontrado representante en el sistema simbélico, en hacerse su sustancia. Del discurso ha- blado por los hombres, de significacién félica incomprensible que ircula. El sujeto se hace el destinatario absoluto, el goce que falta al sistema. Se superponen en este punto 1a definicién del sujeto psicético 48 ERIC LAURENT como “amo en la ciudad de las palabras” y el “sitio” del goce fuera de la psicosis, No se trata para el sujeto de confrontarse con el dis- curso universal, sino de ser Otro para un hombre extrafdo del con- junto de los hombres. Es la indicacién que da Lacan cuando precisa el recorrido em- brollado, que es particular det acceso al Otro del falo en el ser par- lante y que no tiene nada que ver con fa falsa simetrfa “natural” de la diferencia de sexos: “La otredad del sexo se desnaturaliza por es- ta enajenaci6n, El hombre sitve de relevo para que la mujer se con- vierta gp ese Otro para sf misma como lo es para é1”. La metéfora de las postas recuerda la importancia de las carreras en las descripciones de la relacién del Uno y del Otro por el genial Zen6n, su Aquiles y la tortuga, recientemente mencionado en un coloquio sobre la 1égica del andlisis y del que pueden leer el co- mentario de J.-A. Miller, Que la mujer devenga Otro, seftala que el propio goce la divide entre una parte que resguarda el goce filico y otra parte extitica, Por esta raz6n Lacan se opone a reducir el goce mistico aun sus- tituto de la relaci6n félica. Eso serfa reducir et Otro al Uno. La ca- Tera de postas, en su embrollo, es la estructura que debe ser efec- tuada. Existen diversas variantes, la intriga histérica es una, El suje- to histérico no logra situar al Otro, si no es por ubicar una otra mu- Jer frente al lugar del Otro. En vez de servirse del hombre como posta para realizar la propia divisiGn, el sujeto histérico se desdobla y busca el lugar de la femineidad a través de los juegos en espejo de los celos. Como distinguir la posicién femenina det montaje histé- rico? Podemos hacerlo ayudéndonos con dos textos, uno del 58 y otro del 73. En el texto del $8 “Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina”, desarrolla el desdoblamiento norma de la nifia, sefala que la posicién particular femenina es el Penis- neid, la relevancia del rgano félico en el cuerpo del hombre ama- do. Pero la verdadera cuestién aparece después. Solo “después se SEXUALIDAD FEMENINA 49 pone en cuestiGn sobre si, por el hecho de que este pene real perte- nece al partenaire, la mujer se vuelca a un apego sin duplicidad”” En esta perspectiva se considera que en la vida de un sujeto femeni- no hay un tinico verdadero acontecimiento: el separarse de la madre para dirigirse al padre. Una vez conquistado este puesto, no hay més que las peripecias de un desapego siempre incompleto. El ape- go al padre no plantea ningin obstéculo, ya que el desapego hacia el hombre se produce casi “naturalmente” Es exactamente este el punto puesto en cuestiGn por Lacan, Mis que una reduccién casi natural del apego incestuoso al pa- dre muerto, constata, clfnicamente el llamado de una mujer dirigido a un hombre que fuese suficientemente Otro para rendirle culto, La- can puede decir que: “es un amante castrado o un hombre muerto, (...0 incluso los dos en uno), el que se oculta para la mujer detrés del velo para solicitar allf su adoraci6n”. Estas religiones privadas pueden presentar singulares formas clf- nicas. Por ejemplo, una sujeto elige por un lado un marido con un deseo suficientemente mortificado para dirigirse, por otro, a una se- rie de amantes impotentes. Otra, elige mantener todas las elecciones amorosas propias dentro de una profesién donde el riesgo de pérdi- daes alto, en relaci6n a las normas generales de nuestras sociedades recientemente pacfficas. El problema para el sujeto femenino es la fijacién del lugar més, allf del simil materno (semblante maternal), como dice Lacan, de donde provino la amenaza de castracién que no la concierne real- mente, En la constataci6n freudiana, la amenaza de castraci6n del padre es inoperante para un sujeto femenino ya castrado. Lacan deduce de esto una dificultad particular, la irrealizacién de la posicién paterna. ‘Ya que la amenaza no concierne al sujeto realmente, entonces quien la sostiene se encuentra irrealizado en posiciGn de Ideal. No s6lo es parte de un hecho de la clinica psicoanalitica, es tam- bién una estructura perfectamente generalizable. Hay que prestar 50 ERIC LAURENT mucha atenci6n cuando se amenaza: serfa necesario que esta ame- haza sea real, en caso contrario se encontrarén inmediatamente irrealizados. En el Penisneid freudiano, Lacan revela la estructura de recubri miento. Hay una yuxtaposicién entre el drgano real y el del muerto. En un primer sentido el éxtasis de Santa Teresa testimonia de una rela- cidn con el padre muerto, més alld de todo viviente. Son las flechas de Eros celestes. Veamos, en este caso, emo 1a religién libera de ta supersticiGn: tenemos Santa Teresa 0 Drécula. Lacan destaca la dificultad tipica de la posicién femenina: para que de la “receptividad del abrazo” a la “sensibilidad de vaina” sea posible, no debe haber una identificacién imaginaria a la medida f4- fica, 1 sujeto femenino que esta simbélicamente en posicién fatica, es realmente objeto de deseo. Solo hace falta hacer de un modo que ‘no haya obstéculo imaginatio. Hs en esto, que reside toda la importancia de la separacién de la identificaciGn imaginaria con el hombre en 1a histeria y de la mas- carada femenina. Hay dos tipos de ideas en relaci6n a la mascara: hay una idea in- genua que cree desenmascarar algo debajo de la mascara y otra que sabe que, bajo la méscara, s6lo hay otra mascara. No hay nada bajo Ja mascara, s6lo hay la estructura simb6lica inmersa en lo imagina- tio, a mascara es la escritura que resulta de la divisiGn subjetiva. La mascarada femenina no es una patologia, es la presentacién de un semblante del que, el sujeto, no debe ser engafiado, He aqui toda la diferencia entre el saber operar con el nada y el identificarse con el Uno. Quisiera, a partir del texto del 58, abordar un pequefio pérrafo del texto del 73, L'Etourdit. Lacan reformula el llamado femenino, Parte de un “me has satis- SEXUALIDAD FEMENINA 3 fecho hombrecito...” es una respuesta. El sujeto hombre es confron- tado no con el simbolo fético que hay que reconocer en los cuatro, tres, dos patas. sino con la satisfaccién femenina més alld de la pro- pia representacién. En este sentido se trata de una verdadera encarnacién del super- 6, una verdadera “sur-moitie” que no se reduce al supery6 mater- ro, generalmente representado 0 invocado por los psicoanalistas co- ‘mo figura arcaica del horror, mas allé del supery6 paterno. El supery6 materno es aGn demasiado amable, se trata del super- ‘y6 que representa ambos sexos, Ia exigencia de un goce més allé del goce félico del que no se quita facilmente 1a mirada, Se trata de situar el supery6 por lo real del goce y no por las prohibiciones de 1a conciencia. Esto es acorde en 1a doctrina cons- tante de Lacan sobre el superyé freudiano: es un verdadero empuje al crimen y no un sistema de interdicciones. {Qué hace el llamado de la Esfinge? Empuja al “hombrecito” a convertirse en el padre muerto o hacerse Tiresias. Hay un buen y un mal modo de hacerse Tiresias. El malo consis- te en hacerse amante castrado para fingir estar més alld de la medi- da falica. Hacerse Tiresias de esta manera, es como susurrarse uno al otro que somos iguales y nada nos separa. La buena manera de hacerse Tiresias, es saber adivinar que el im- Perativo de goce es mortifero s6lo para quien rehusa affontar la ori- ginalidad de la posicién femenina, para quien niega el origen de un decir femenino especttico donde el Otro tiene una incidencia directa, No hay mayor error que creer que las mujeres son narcisistas. Se trata s6lo de narcisismo secundario, pues estén abiertas a la inciden- cia directa del Otro, Antes de formularlo asf en el Seminario Avin, Lacan en el 58 re- currfa, a propésito de las mujeres, a un término singular: “narcisi mo del deseo”. Término casi antinémico en las categorias lacania- nas, 2En qué modo el narcisismo amor por sf mismo, puede aplicar- se al deseo que es ante todo, deseo del Otro? 32 RIC LAURENT Freud acepta la ficcién de la mujer narcisista. Lacan la rechaza. Freud subraya la fascinacién, el encantamiento que provoca este ti- po de mujer y lo explica por el reencuentro con el narcisismo pri- ‘mario al que cada uno ha debido renunciar. Definirfa asi a La mujer que se ama a sf misma: ta mujer frente al espejo fascinada por su propia méscara. Si vamos un poco mas alld serfa natural sustituir Narciso por la ninfa Eco. Con el término de “narcisismo de! deseo” Lacan rechaza la fic- cin y muestra que no hay nada de primario. Es una respuesta a la ivision primaria, que surge 1a mascara secundaria de! narcisismo del yo y que es comtin a los dos sexos. Lo que es especffico de la posicién femenina es el “narcisismo del deseo”, que podemos entender como “amor del deseo" 0 “deseo del deseo” y que viene al lugar del falo marcando la salida femeni- na, Es aquf que se desarrollaré el estudio de la privacién. En esta ““imago” de la mujer narcisista, bajo identificaci6n félica simb6lica- ser el falo ideal que conviene a 1a naturaleza fetichista del amor masculino, se esconde una relacién particular a la falta donde las mujeres pueden amar apasionadamente el nada. Es a zona a la que cada mujer puede ser empujada. Una vez més el hombre sirve de re- levo para que el sujeto femenino se reconozea Otro para sf mismo, pero aqut se trata de la pasién mortffera que puede engullir todo. Lacan convoca al sujeto moderno a hacer frente al supery6 fe- menino, No conviene atarse al méstil de la nave como Ulises para resistir al llamado. Indtil aferrarse al falocentrismo. Se trata, en cambio, de dar curso a todos los recursos de lo que puede ser dicho, para hacer valer hasta qué punto los dichos de la Esfinge no tienen poder mortal més que, para quien ignora que es necesario enftentar- os como ser sexuado. tendremos que vérnoslas, en un mundo que reprime, deniega, forcluye la castracién, con el llamado de “dioses oscuros” o bien el SEXUALIDAD FEMENINA, 33 ee sujeto seré capaz de reconocer que la voz de los Dioses es la de La mujer”. Ella se presenta como “sur-moitie” ante quien no quiere escu- charla, pero encuentra el propio estatuto y el propio lugar en el mo- mento en que quien se hace el destinatario puede tener en cuenta ‘una por una, qué goce se trata de obtener. Por eso es necesario que quien se autoriza del discurso del ana- lista, haga que la voz. del supery6 pueda demostrarse incompleta en vez de querer completarla, Esta voz del supery6 debe ser enfrentada con los tres términos usados por Lacan en L’Etourdit: hacerla inconsistente, indemostra- ble, indecidible. Es una reformulacién légica del imperativo ético del psicoan: sis. Serd por esta via que los hombres y las mujeres encontrardn una salida a los embrollos del sexo en los que estén prisioneros. ‘Traducci6n del italiano realizada por Ennia Favret. Revisi6n teniendo en cuenta el texto en francés, publicado bajo el mismo tf tulo en “L’Autze Sexe”, con la colaboracién de Nieves Soria. ‘Versi6n no corregida por el autor. 54 ERIC LAURENT Notas 1. Young-Bruehl E., Anna Freud, Londres, Mac Millan, 1988, p. 108, 109, 121 2, Freud, S., “Le probleme ¢conomique du masochime”, Nevrose, Psycho- se et Perversion, Paris, PUF, 1978, p. 289. 3. Freud, S. Op. cit, p. 290. 4, Lacan, J. “Propos directifs pour un congrés sur la sexu: Escrits, Paris, Seuil, 1966, p. 730. 5. Lacan, J., op. cit, p. 371 6, Deutsch, H., La psychologic des femmes, Paris, PUF, 1974, p. 234, 7. Lacan, J., “Question preliminare a tout traitement posible de la psycho- se”, Esctits, op. cit. p. 566. 8, Freud, S. “Un enfant est battu”, op. cit, p.235. 9, Vernant, J.-P., “Parole et signes muets”, Divination et rationalit ris, Seuil, 1974, p.9. 10. Vernant, J-P., op. cit, p. 24 11. Lacan, J., Escrits, op. cit, p. 732. femenine”, Pa La verdadera, la falsa, la no-toda. Nieves Soria En qué légica se inscribe la afirmacién de Lacan acerca del ac- to de la Madeleine de Gide, como aquel de una verdadera mujer? “Hasta dénde leg6 a ser to que Gide la hizo ser, permanecerd impenetrable, pero el nico acto en que nos mostré separarse ente- ramente de ello es el de una mujer, una verdadera mujer en su inte- gridad de mujer. Este acto fue el de quemar las cartas -que son lo que tuvo “de mis precioso”-. Que no nos dé otra razdn sino que “tuvo que hacer algo”, le afiade el signo de desencadenamiento que provoca la tinica twaicidn intolerable”. ! in referiré esta traici6n al hecho de que Gide (quien ya la ha- nado cien veces) accede esta vez a su primer amor fuera esto lo que la Hevard a querer abrir una hiancia en el ser de Gide. En este punto Lacan la compara con Medea, quien también suffe una traicién de amor que la leva a la venganz: “Algunos dicen que, repudiada por Jas6n para casarse con Glau- cea, fingié estar conforme para mejor vengarse de la ofensa. Para hacerse aceplar por su rival envidle un traje muy vistoso; pero em- ponzofiado por sus secretos artificios. Apenas se lo hubo puesto Glaucea, sintidse invadida de un fuego inexplicable que la devoré a ella y a Cresn que intentaba distraerla, y como si esta venganza no fuese bastante, atin degoll6 la despechada a los hijos que habia teni- do con Jasn. Después de consumtados estos crimenes, Medea mon- 56 NIEVES SORIA (6 en un carro arrastrado por alfgeros dragones, y vag6 durante al- gin tiempo sobre Corinto incendiado, emprendiendo luego vuelo hacia Atica, donde se cas6 con el rey Egeo”.? ‘Tenemos entonces la siguiente secuencia en ambos actos: trai- cidn amorosa, venganza que recae sobre los objetos preciosos del amado (que también lo son para la traicionada), “desencadena- miento” en Madeleine, errancia en Medea. Es decir que la “verda- dera mujer" surge como efecto de un acto que implica una salida (temporaria) de la cadena significante, y también una pérdida de las referencias. Ademds un sacrificio del tener en el orden félico, sacrificio cuya recompensa es el golpe recibido en el ser por el traidor. Que Lacan escriba “verdadera", muestra que é1 piensa que en es- te acto hay un signo especffico del ser femenino, como diferente del ‘masculino. Pero Lacan no escribe solamente sobre las “verdaderas muje- res", También lo hace sobre las falsas. En “La Tercera”, Lacan lo dird con todas las letras: “Bs evidente que se tiene un automévil como se tiene una falsa ‘mujer: uno se empefia en que sea un falo, pero su tinica relacién con el falo consiste en que el falo es lo que nos impide tener una rela- cin con algo que sea nuestra contrapartida sexual”? Siguiendo este texto, una falsa mujer serfa entonces aquella que impide al hombre tener relaci6n con el Otro sexo: en lugar de ha- cerse Otro se hace Uno, se parece al falo. Esta posicién en la mujer ya habfa sido, sin embargo, frecuente- mente sefialada por Lacan: —En “Ideas directivas...": “... Ia ausencia en la mujer del fetichismo que representa el caso casi manifiesto de este deseo deja sospechar un destino diferente de ese deseo” (de preservar el falo en la madre) “en las perversiones que ella presenta, Pues suponer que 1a mujer misma asume el papel de fetiche no ‘SEXUALIDAD FEMENINA 31 ee es sino introducir la cuestiGn de la diferencia de su posicin en ‘cuanto al deseo y al objeto”.* —En “La significacién del falo”: “Por muy paraddjica que pueda parecer esta formulacién, deci- ‘mos que es para ser el falo, es decir el significante del deseo del ‘Oto, para lo que la mujer va a rechazar una parte esencial de Ia fe- mineidad, concretamente todos sus atributos en la mascarada”.* —Finalmente, en “SubversiGn del sujeto...”: “Tal es 1a mujer detrés de su velo: es la ausencia de pene la que la hace falo, objeto del deseo”.® De estas afirmaciones de Lacan acerca de la verdad y la falsedad ‘en las mujeres, podemos concluir que habria cuatro posiciones posi- bles para las mujeres dentro del orden félico y la gia del todo, se- ‘gin elijan 1a vfa del ser o del tener el falo; y segdn afirmen o sacti- fiquen el falo en cada una de ellas. De este modo obtendrfamos las siguientes posibilidades (que no se excluyen todas entre sf): 1) La verdadera mujer: sacrifica el tener. (Abre una hiancia en el ser del hombre, pero puede sacrificar o no su propio ser: Medea, después de un tiempo de errancia, va a ser la mujer de otro hom- bre; Madeleine, segin Lacan, s6lo en el acto de quemar las car- tas demuestra separarse enteramente del ser en que la transform6 Gide). 2) La falsa mujer: afirma el ser. (Puede sacrificar 0 no el tener: en la mascarada ella rechaza sus atributos femeninos, pero esta via le est4 indicada por una ausencia que no es efecto de un rechazo; la del pene). 3) La mujer félica: afirma el tener. (Puede sacrificar 0 no el ser: el ejemplo de esta posicién es 1a mujer absolutamente identificada alla madre, Otro de la demanda absoluto). 4) La masoquista: sactifica el set, para encarnar el objeto a como resto en el fantasma de un hombre. (Hay una cafda del semblan- te félico, y una precipitaciGn en la posiciGn de desecho). No desarrollaré estas dos dltimas posiciones formuladas la una 38 NIEVES SORIA por J.-A. Miller en De mujeres y semblantes, y la otra por Colette Soler en “Posicién masoquista y posicién femenina”, y por Eric Laurent en “Posiciones femeninas del ser”.* ‘Tres afos después de “Juventud de Gide...", el interés de Lacan por situar una especificidad de lo femenino en algun personaje per- siste: en referencia a P. Claudel nos dit .. en otro lugar, en “Partage de Midi”, Claudel nos hizo una mujer, Ysé, que no esté tan mal. Se parece mucho a lo que es una mujer”.” Reencontramos este interés de Lacan en escritos de estos afios: en “Ideas directivas...” (1958) plantearé los lineamientos a seguir en 1a teorizacién de la sexualidad femenina. Tomaré dos parrafos de este texto: “... todo puede ponerse en la cuenta de la mujer en la medida en que, en la dialéctica falocéntrica, ella representa el Otro absoluto”.® la sexualidad femenina aparece como el esfuerzo de un goce envuelto en su propia contigiiidad (...) para realizarse a porfia del deseo que la castraci6n libera en el hombre déndole su significante enel falo”? En el primer pérrafo, encontramos al ser femenino situado en el lugar del Otro absoluto respecto de la dialéctica falocéntrica; en et segundo, la sexualidad femenina como un esfuerzo de imitacién y superacién del deseo masculino, en plena competencia félica. Encontramos la misma oscilacién en “La significacién del falo” (1958): “Pues si se mira de cerca el mismo desdoblamiento (que en el hombre) se encuentra en la mujer, con la diferencia de que el Otro del Amor como tal, es decir en cuanto que esté privado de lo que da, se percibe mal en el retroceso en que se sustituye al ser del mis- mo hombre cuyos atributos ama’’!° Ribos trabajos en este volumen SEXUALIDAD FEMENINA so El desdoblamiento al que se refiere aquf Lacan. es aquel que esté en juego entre amor y deseo en ta degradacién de ta vida erdtica en el hombre. Lacan sefiala que en la mujer s6lo aparentemente no hay tal desdoblamiento. En “SubversiGn del sujeto...” (1960) encontramos un pérrafo que podria ilustrar la posici6n a la que alude Lacan en relacién a Made- Ieine/Medea e Ysé: refitiéndose a la funcién de la castracién en el fantasma, relacionada con la funcin de asegurar el goce del Otro, dentro de los limites de la ley (del deseo), escribird: “A quien quiere verdaderamente enfrentarse a ese Otro, se le abre la via de experimentar, no su demanda, sino su voluntad. Y en- tonces: 0 de realizarse como objeto, hacerse 1a momia de tal inicia- ccién budista, 0 de satisfacer 1a voluntad de castraciGn inscrita en el Otro, lo cual desemboca en el narcisismo supremo de la causa per- dida (es la vfa de lo trégico griego, que Claudel vuelve a encontrar en.un cristianismo de desesperacién)”."" Encontramos aquf esta posici6n de enfrentamiento “verdadero” a ese Otro, que implica ir més all del punto de detencién de la carga objetal que mantiene al goce de! Otro dentro de los Itmites de la Ley (via la castracién). Bste ir mAs alld del limite falico leva al go- ce: “La castracién quiere decir que es preciso que el goce sea recha- zado, para que pueda ser alcanzado en la escala invertida de la ley del deseo”.! Este goce del Otro se encuentra més all del Ifmite del deseo, pe- To no més alld del fantasma; excede el limite félico, pero se produce como fantasia del neurGtico, en la que esté operando el patrén fali- co, Es un mAs allf del Ifmite, dentro del orden félico, subsidiario de lo que posteriormente Lacan formalizar4 como el orden del todo dentro de la l6gica de las formulas de la sexuacién. La oscilacién entre el Uno y el Otro que encontramos en los ps- rrafos citados, al intentar Lacan dar cuenta de 1a posicién femenina, podria ser una de las razones que lo Hlevaron a la elaboracién de las formulas de Ja sexuaci6n, y al intento de formalizar una I6gica que 60 NIEVES SORIA SEXUALIDAD FEMENINA, 61 contenga el orden del “no-toda” para dar cuenta del goce femenino. Y all no serdn ya Madeleine, Medea o Ysé, sino Santa Teresa 0 San Juan de la Cruz quienes ilustrarén la posiciGn del sujeto en el goce femenino. Interrogaremos las Ifneas principales de elaboracién de esta nue- vva l6gica, y la manera en que Lacan intenta resolver la ambigtiedad de un goce que, situéndose més all4 del falo, s6lo se define a partir del goce falco. Lacan formalizaré el orden del no-toda en el Seminario XIX, re- curriendo a la I6gica matemética, ya que “lo real es lo que encuen- tran al no poder escribir cualquier cosa en mateméticas, partien- do del siguiente principio: “no hay relacién sexual”, 10 que quiere decir que no se goza ni se es gozado sexualmente. x serd la funcién con la cual Lacan escribird sus formulas. Esta funci6n es 1a castraciGn, que se constituye en tanto existe el goce sexual, que hace de barrera a la relaci6n."* Todo hombre se define por esta funciGn que obtura la relaciGn sexual. La condicidn de es- to es que existe al menos uno (el padre del Edipo) que no esté cas- trado, ya que puede tenerlas todas. De este modo el padre se consti- tuye, como excepcién, en funcién de referencia para todos los de- és.'® Estos estarén sujetos entonces al goce falico, posible pero li- mitado, finito. Hasta aquf estamos en el orden del todo. ero Lacan dird que a partir de un imposible como causa, que es Ja castracién en las mujeres (ya que ellas no son castrables porque no tienen el falo), es posible negar la universal de Ia funcidn falica, introduciendo el “no-toda”, orden de relaci6n al goce diferente al “todo”: “Nada puede volver apropiado este “todos” a este “no-todas”, ya {que permanece entre 1o que funda simbélicamente ta funci6n argu- ‘mentativa de los términos, el hombre y ta mujer, permanece esta hiancia de una indeterminaciGn de su relacién comin al goce"”. El acceso a ta mujer serd planteado por Lacan como posible en su indeterminacién (ya que no se puede afirmar su existencia) a par- tir del momento en que la mujer no esté ligada esencialmemte a la castracién."* EI “no-todas” indica que en alguna parte, y nada més, ella tiene relacién con Ia funcidn falica, De este modo Lacan ubicaré al Otro ‘como concerniendo solamente a la mujer. Ella ilustra la figura det Otro por estar “entre centro y ausencia”, entre el sentido que ella to- ma.en el “al menos uno” (donde no lo encuentra mAs que en el esta- do de pura existencia) y el “no-toda” (la que no est contenida en la funcidn félica sin ser no obstante su negaciGn).!? La funcién félica no es entonces una funcién ordinaria, porque to que el falo denota es el poder mismo de significacién; entonces, con Ia sola condicién de articular x a un prosdiorismo (todos, no- toda, etc.) produce —por la bisqueda de una necesidad I6gica— que lo que se enganche a este prosdorsmo tomar significacién de hombre 0 mujer, segiin qué prosdiorismo se elija’ Asf, el “no-todas” quiere decir el “no imposible”, que es lo con- tingente. No es imposible que la mujer conozca la funcién félica, eentonces en la contingencia podré articularse lo que es del valor se- xual mujer La condici6n para que esto se articule ser la demostracién de la infinitud del goce femenino, infinitud que finalmente Lacan elegiré topologizar en el Seminario XX, Este goce infinito es irreductible y heterogéneo al goce falico, No es un rechazo del goce falico, es un goce de otro orden, suple- mentario, que no implica la negacién del goce félico: en el orden “no-todo" de las f6rmulas, lo que se niega es el universal, no el go- ce filico. Recordemos que no existe “al menos una” para quien no se cumpla la funcién de la castracién. La verdadera “no-toda”, entonces, lejos de la “verdadera” Made- leine-Medea, no solamente no rechazard el orden félico, sino que se serviré de la castracién como de un semblante detrés del cual oculta ese otro goce que le es especifico: “La mujer, la verdadera, la pequetia mujercita, se esconde detris 2 NIEVES SORIA de esta misma falta, es un total refinamiento, por otra parte plena- mente conform: a lo que nos ensefia el inconsciente al no triunfar nunca mejor que cuando falta” La verdadera “no-toda” hace velo de la falta (no vela la falta ni se identifica a ella). La falta, perteneciente al orden félico, oculta en ella el goce femenino, heterogéneo al orden falo-castraciGn. Es un goce que la “no-toda” mantiene oculto, un goce no fantasmatico que no se tratarfa de buscar (ya que no es posible, sino contingente) sino de ocultar detrds de la falta. No se tratard en esta posicién de que no haya “Iimites a las con- cesiones que cada una hace por un hombre: de su cuerpo, de su al- ‘ma, de sus bienes"®*, ya que eso sGlo puede hacerlo “por sus fantas- ‘mas, de los que es menos fécil responder” + Lo que Lacan nos ensefia con las formulas de la sexuaciGn es ue el infinito es inaccesible. “Un ntimero es accesible cuando pue- de ser producido como suma 0 como exponencia de los mimeros que son més pequefios que é1”.25 Es decir que por més lejos que va- yamos en el orden finito que es el goce félico, no legaremos jamas al goce infinito por esa via. Recordemos que el fantasma es una c: dena inextensible, Con el més: sumando o multiplicando el falo, ya sea en la Ifnea del ser o en la del tener: siempre habré més, nunca infinito. Con el menos: dividiendo no encontraremos més que el pa- ttdn falico y el resto de la operacién (objeto a), restando llegaremos al cero. Nunca al infinito, El infinito es de otro orden, y s6lo logra articularse por la via de 1a contingencia. SEXUALIDAD FEMENINA @ Referencias bibliogrficas 1, J. Lacan, “Juventud de Gide o la letra y el deseo”, Escritos 2. pig. 740. Ed. Si glo XXL 2, Giges y Peyro, Los dioses y los héroes, pég. 345. Ed. Daniel Jorvo. 3. J. Lacan, “La tercera”, Intervenciones y tevios 2, Ed. Manantal 4. J, Lacan, “Ideas directivas para un congreso sobre sexualidad femenin: critos 2, pig. 713. Ed. Siglo XX1 5. J.Lacan, “La significacicn del falo", Escritos 2, pig. 674, Ed. Siglo XXI. 6. J. Lacan, “Subversin del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freu- iano”, Escritos 2, pg. 805. Ba, Siglo XXL 7. J. Lacan, Seminario VIM “La transferencia”,inédito. Clase del 17/5/61 8. J, Lacan. “Ideas directivas para un congreso sobre sexualidad femenin crits 2, pig. 771. Ed. Siglo XXL 9. J. Lacan, Ibid, p. 714 10. J. Lacan, "La significacin del falo”, Escritos 2, p. 675. Ed. Siglo XX 11. J. Lacan, *Subversign del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freu- iano”, Escrtos 2, p. 806. Ed. Siglo XXI. 12. Tbid., pg, 807. 13, J. Lacan, Seminario XIX“... ou pire", clase del 15/12/71, inédito. 14, Ibid 15. Ibid, clase del 12/1/72. 16. Ibi, clase del 15/12/71. 17. Ibid, clase del 12/1772. 18. Ibid 19. Ibid, clase del 9/2772. 20. Ibid, clase del 19/1/72. 21. Abid, clase del 12/1/72 22. id. clase del 8/12/71 23. J. Lacan, TelevisiOn, pég. 128, Ed. Anagrama. 24. Ibid, 25.1. Lacan, “.. ou pire”, clase del 10/5/12, inédito, Bibliogratia =A. Lacan, Escritos 2. Ed, Siglo XXL J. Lacan, Intervenciones ¥ textos 2, “La tereera”. Ed. Manantial J. Lecan, Radiofonta y Televisién. Ed. Anagrama. J. Lacan, S. VIII “La transferencia’, inédito, J Lacan, 8. XIX“. ou pire”, inédito —1-A. Miller, “De mujeres y semblantes", Cuadernos del pasador. ~C. Soler. “Posicién masoquista y posicién femenina”, en esta publicacién, —C. Soler, “Las mujeres y el sacrificio”, en esta publicacién. —E, Laurent, “Posiciones femeninas del ser”, en esta publicacin, Es ES — La pequefia K (...) German L. Garcia caso asi merece ser registrado, S. Freud (9/5/1928) El encuentro entre Lou Andreas Salomé y Sigmund Freud con- solidé a comienzos de la década del veinte una amistad perdurable, sellada en la persona de Anna Freud. En efecto, Sigmund Freud sostenfa en su amiga de Gotinga un ideal de feminidad que hubiese deseado para su hija, en particular cuando 1a solterfa de ésta se le aparecia como la consecuencia del anslisis que —contra sus propias, reglas— condujo. Habfa analizado a su hija y enviaba dinero a Lou Andreas Salomé, una de las pocas que estaba en ese secreto y una de las que Freud deseaba para amiga de Anna, quién a su vez en- contraba en Lou una analista de esa feminidad que parecia sact car a su padre. Las biograffas de Sigmund Freud, los escritos autobiograficos de Lou Andreas Salomé, abundan en referencias que ponen de mani- fiesto este nudo: Lou es ofrecida a la hija, Anna, como modelo de luna feminidad que el “viejo padre” no parece haber encontrado en su mujer. Ese circuito se anima, es encarnado, cuando a mediados de no- viembre de 1927 Lou Andreas Salomé le escribe a Freud desde Go- tinga: “Hace unos pocos dias lleg6 aquf, enviada por usted, toda una carga humana altamente bienvenida: madre, hija y también el papa K (...). Ahora los papas se han ido, la hija esté bien alojada, y me dispongo a informar”. 66 GERMAN L, GARCIA En las cartas siguientes Freud Hamaré “K (...)" 4 la familia y Lou Andreas Salomé dira “pequena K (...)” para referirse a la hija. Lo que sigue es el caso que Sigmund Freud dice que merece ser re gistrado, La primera hora Lou Andreas Salomé acepta una conversacién preliminar para que a madre pueda abrir su corazén, se dé a conocer mejor y re- nuncie a buscar informacién en su hija. A su juicio, 1a familia K es “risuefia y saludable”, sus miembros se tratan con amor y respelo y pertenecen a cfrculos cat6licos, contra los que se rebela un poco “la nueva generacién”. Lou Andreas Salomé habla de 7 hijos, pero después se nombra a cuatro hermanas y un hermano (sin que quede claro, en cuanto a la pequefia K (...), si es una de las cuatro 0 bien tiene cuatro hermanas). El amor y respeto familiar le parecen importantes a Lou Andreas Salomé, tan importantes como para desear la curacién de la hija y su retorno a la vida comtin. 2Qué ocurre? La pequefia K (...) teme a los locales cerrados, a ser atropellada, a su permanencia al aire libre tanto como a ser encerrada, Es decir, que el espacio se ha vuelto acechante y cualquier /wgar es bueno para ser victima de un ataque. Ella habfa sufrido un atropelio, un shock que se apresura a co- municar, cuando diez afios antes un médico exirajo sus amigdalas. ‘También la rectificacién de su dentadura le habfa producido un efecto de atropello parecido y —observa Lou Andreas Salomé— en sus fotos de nifla aparece con cara asustada. Si bien fue traviesa, el regazo sigue siendo su asiento preferido y desde lactante, con dul- zura y afecto, se deja encerrar en brazos. Esté el atropello de las figuras masculinas —en particular, esos médicos que luego serén privilegiados en sus relaciones amoro- sas— y el encierro de los brazos maternos. La posici6n de la peque- SEXUALIDAD FEMENINA a ee fa K (...) es de atraccidn y rechazo: le atrac la “agresividad” de la actividad médica, pero se protege de esa atracci6n al comprometer- se con un hombre indeciso, neur6tico obsesivo manifiesto —segdn Lou Andreas Salomeé. {Qué tendencias, fantasfas, acontecimientos violentos que impli- caron al padre, transformaron su “impulsividad originaria” en una posicién histérica? Es la primera hora, la carta prosigue con especulaciones sobre problemas religiosos y concluye agradecida: “...por hoy sélo quiero darle las gracias por la familia (...) que me envi6”, Enlazar, aislar. La respuesta de Freud elogia la capacidad de Lou Andreas Salo- mé para enlazar, a su vez que confiesa la alegria de aislar algo. Di- vergencia a propésito del humor, un enigma: por qué las mujeres aprecian menos e! humor que los hombres Ms que contra Dios —dice Freud— est contra la providencia y el “orden moral universal”. Hay més de una ilusién y para Freud son molestas las que contradicen la raz6n, En cuanto a la familia cat6lica, risueha y saludable, Freud co- menta: “Me alegra saber que los K (...) fueron realmente a verla. No (odas las flechas llegan a su blanco. Espero que esta vez. no haya usted descuidado por completo sus intereses. No se lo quiero pre- ‘guntar para no cnojarme (...) Anna es magnifica, buena € intelec- tualmente independiente (...)”. La referencia a Anna fue aislada por una a Toller y otra a la propia madre de Freud, La respuesta de Lou Andreas Salomé invoca el paso del tiempo y la renovaci6n de las estaciones, antes de entrar a detallar el curso del andlisis de la pequefia K (...) —“...que le debo a usted y que proporciona toda clase de alegrfas”. Sorpresa: “Result6 de buenas a primeras una franca histeria, con 68 GERMAN L, GARCIA el enlace tipico con el padre, con estados de angustia con violencias y aniquilamientos, ante locales cerrados de los que uno no puede escapar, y ante miradas que se dirijen con sorpresa e indignacién a nosotros...” Los enlaces que realiza Lou Andreas Salomé incluyen un plural mayestatico donde ta pequefia K (...), ella misma y Freud navegan en el mismo barco, frente a miradas sorprendidas e indignadas. {Qué se podfa esperar, cuando se conoce el secreto de Anna?: “Es- peraba yo también inhibiciones en el curso de la vida erética, pero, en lugar de esto, se puso de manifiesto que las experiencias amoro- sas, inclusive en su realizaci6n sexual plena, no s6lo habfan tenido ar, sino que ademds se habfan llevado obviamente a cabo con acidad de deleite, con una naturalidad y también con una entrega ps{quica interior tales, con tal alegria y seriedad a la vez. co- ‘mo slo raramente suelen presentarse”. Si en los cfreulos de Freud crefan —como crefa el mismo Freud, por otra parte— que Anna no encontraba un hombre que sustituyera a semejante padre, la pequefia K (...) hace que Lou Andreas Salo- ‘mé proponga lo opuesto: “Empecé a vislumbrar la solucién det enigma al observar en qué grado debfan faltar (sic, subrayo) a cada tuna de sus parejas, sin menoscabo de sus cualidades amables, justo aquellas cualidades que eran particularmente caracterfsticas del pa- dre”. Un hombre amable que no se parezca al padre, una mujer en el camino de Don Juan: “Esta diferencia del elegido con respecto al padre conducfa a cambios, pese a la sinceridad del afecto de ambos, inclusive a una especie de “formaciGn en serie’, 0, en 10d0 caso, @ cierto desentreno, que formaba el contraste més violento tanto con la severidad de la educacién catSlica como con la franqueza frente a Jos padres, muy respetados, y a los que s6lo con mucho pesar les ocultaba algo”. Este desaffo a los padres, a los valores catGlicos, tenfa su contra- partida en el miedo que —enlazado con la regresién anal— se anu- daba con el recuerdo de prohibiciones y mandatos de 1a infancia, SEXUALIDAD FEMENINA o in con el com- con la figura del padre y con sus exigencias en rela portamiento y tos modales. La pequefta K (...), que al comienzo sufrfa la doble perturbacién de un atropello masculino y un encierro materno, aparece ahora en un desafio activo a los valores paternos y sufriendo el curioso sinto- ‘ma de un miedo al flato que le impide estar en sociedad, por temor a ser traicionada a los ojos y los ofdos de todo el mundo: “Pero lo més aterrador era el sentimiento vago de que podria eventualmente producirse y traicionarse también en esta forma, aunque con conse- ‘cuencias aniquiladoras, lo més inaudito, lo més imposible, como tal vez por ejemplo, el incesto”. EI no al padre, la bisqueda de hombres que carecieran de los atributos paternos, 1a elecciGn de médicos que puedan atropellarla y la hufda de los mismos en el personaje obsesivo, concluyen en 1a denuncia itrisoria del flato, que habla de la irrisién det padre mis- ‘mo, puesto que el incesto aparece en los momentos en que se mani- fiesta su caida: “Este supremo deseo inconsciente la asaltaba con la mayor vehemencia al tocar miisica con el padre, en aquellos pasajes dificiles de los que ni uno ni otro estaban totalmente a la altura, 1o que compensaban, sin embargo, con su temperamento igualmente furioso”. {Dénde remitir este enlace particular? La pequefia K (...) re- cuerda una fuerte impresiOn causada por su padre, hombre severo en el decoro y las maneras, cuando al pasear por un bosque fue él quien dejé escapar un flato y coment6 a la familia que también los cervatillos lo hacfan. La pequefia K (...) se asust6, percibié en esa brusca cafda de la imagen del padre que nada era imposible, Personas poco corrientes ‘Anna Freud, convertida en Ant(gona por el deseo de su padre, es Jo opuesto a la pequefia K (...) asustada por el descubrimiento 10 GERMAN L. GARCIA de un goce anal que comparte con el padre y que muestra co- mo muy frggil el ideal moral y estético de su alegre familia ca- lica, Freud aprovecha para burlarse de la satisfaccién genital, no sin antes alentar el trabajo de su querida amiga de Gotinga: “Debiera ocurrit con mayor frecuencia que personas poco corrientes experi- mentaran y pudieran contar cosas poco corrientes, como le ocurre a usted ahora con su K (..). Tenemos aquf a un tal Dr, Reich, hombre joven y honrado, pero impetuoso y un poco maniético, que venera ahora en el orgasmo genital el contraveneno de toda neurosis. Tal vez podrfa aprender de su andlisis de K (...) algdn respeto frente a la complicacién de lo psfquico. Tras la regresiGn anal de su paciente se encuentra ya su identificacién al padre, y tal vez detrés de ésta su complejo cientamente considerable de masculinidad?” En este comentario y esta pregunta queda poco del arrebato y la sorpresa de Lou Andreas Salomé cuando descubrié que la pequefia K (...) tenfa una sexualidad plena, con la realizaci6n de actos delei- tosos y naturales, alegres y serios. Por culpa del Dr. Reich eso ser dejado de lado, aunque la verdad es que Freud afirma —contra el actual y resignado canto a la impotencia generalizada— que la sa- lisfacciGn genital es un hecho, pero que eso no resuelve la “compli cacién de lo psiquico” que se presenta en un sintoma. Anna, la pequefia K (...), Lou Andreas Salomé, el Dr. Reich, Freud mismo, son personas poco corrientes. Como cualquiera de nosotros, por otry lado, Lou Andreas Salomé se apresura a decir que, por supuesto, el complejo de masculinidad esta ahf, como dice Freud, que no lo nombr6 por simplificar las cosas. Pero no deja de rebelarse al decir que “la manera de ser, muy fe- menina de la muchacha” no percibié la diferencia entre uno y otro del sexo opuesto y esto retorné como venganza en la neurosis. ,No dice Lou Andress Salomé que la pequeita K (...) padece las conse- cuencias de una ordalia inscripta en el orden familiar y social? En SEXUALIDAD FEMENINA 1 efecto, Ia pequefia K (...) detras del temor al flato muestra la volup- tuosidad (sic) de la ejecuci6n de la cosa prohibida, Existe la “libido de genitalidad” fijada al padre, “pe rica naturaleza erdtica pudiera permitirle otras parejas” GEs esta diferencia en la naturaleza erética lo que hace que la pequefia K (...), tan fijada al padre como Anna, pueda cambiar tan- fo de hombre como de satisfacci6n, disfrutando de su no? Lou Andreas Salomé introduce, entonces, al hermano varén: “aparece en K (...) un perfodo perfectamente delimitado de tra- vesura y de puerilidad durante ta infancia, precisamente después del nacimiento tardfo del primer hijo var6n, a cuyo propésito los pa- dres, después de cuatro hijas consecutivas, se alegraror’ enorme- mente. Sin embargo, lo operante en este comportamiento envidioso, celoso y de imitacién de lo masculino proviene manifiestamente del ofendido amor hacia el padre, del afin de poseerlo, si no de modo receptivamente femenino, cuando menos de este modo; esto es, pro- cede de la identificacién...”. Esto, dice Lou Andreas Salomé, se diferencia de otra salida, la de la muchacha que de modo algo invertido adhiere a la madre (co- ‘mo ocurre con una hermana de la pequefia K (...), al parecer tam bién como respuesta al nacimiento del hermano), A los trece afios la pequeiia K (...) volvié a ser la muchacha dul- ce y carifiosa de la primera infancia, abandonando la conducta tra- viesa de la latencia. Se instal6 entonces en una mezcla de adoracién y miedo hacia el padre, cuya simple mirada podfa hundirla en el te- ror y en el tanto. Por otra parte, nos enteramos de que los rasgos anales son com- artidos por los dems hermanos y que las bromas escatoldgicas se hacen con la madre, quiz4s como una venganza por la severidad ca- t6lica que condena los deseos genitales. ea que la Rn GERMAN L. GARCIA ‘Nuevas conexiones Lou Andreas Salomé es sorprendida por una nueva derivacién de la pequefia K (...), que se desplaza de la oscuridad de sus temo- res anales a la luminosidad del mundo de la pintura, sin que sepa- mos cémo se realiz6 ese milagro. Nos enteramos, en cambio, que Anna estaba al corriente al me- nos de los resultados del tratamiento de su pequefia otra, cuando Lou Andreas Salomé escribe: “Tal vez Anna le haya contado a us- ted que la pequefia paciente ha hecho brotar inconscientememte de su neurosis anterior —y totalmente ignorante desde el punto de vis- ta técnico— una pintora de fuerte personalidad”. Sus dificultades para dominar el dibujo de mano condujo al “viejo t6pico” del onanismo, con a culpabilidad relacionada con 1a ausencia (sic) de onanismo como un activo no-estarle-permitido. La explicitacién de esta diferencia liberé una capacidad de crea- cién que asombraron a un profesor. al punto de recomendarle que se guarde de aprender para conservar su originalidad. Lou Andreas Salomé sorprende al decir que finalizado el andlisis es interesante darse un empo para la conclusién definitiva: “...cudn importante puede ser, después de ferminado, reservarse un poco mAs de tiempo para recoger en cierto modo las espigas disper- sas por el campo segado, en lo que resulta, en ocasiones, que se tra- ta de gavillas enteras (...). Asf, pues, el padre conmovedor nos dejé un periodo complementario, el cual ha beneficiado también magnf- ficamente a la disolucién de la transferencia”. Habr4 tiempo para que vuelva a lanzarse el juego, puesto que unas cartas después Lou Andreas Salomé le adjudica a Freud una observaci6n que ella hace sobre la conexiGn entre la serie de aman- tes y el temor al incesto, para contarle que su pequefia K (...) se apasion6 por los peces de colores (=amantes) y Sofi algo que remi- ‘fa al momento en que nadaba con su padre, Por este hilo del incesto, Lou Andreas Salomé es sorprendida SEXUALIDAD FEMENINA, B una vez mds cuando la pequefia K (...) le dice que en la infancia concluy6 en que su padre era quién parfa, que el pene era un nitio y que la madre s6lo producia excrementos. El padre con hemorroides, sentado entre dos sillas, era alguien que se preparaba para alumbrar. Esto condujo a los hombres femeninos que le gustaban, a la ma- nera de tratar con delicadeza al pene porque suponfa que era doloro- so para los hombres (envolvié un pene con algodén hidr6filo, 10 acarici6, lo imaginé vestido con un sombrerito y volantes). Ahora el flato era un nifio y su padre padecfa de lo mismo. Sus flatos memo- raban el pene del padre que ella habfa robado, con la consecuente impotencia de ese “hombre” que era de su madre odiada.. El tiltimo comentario de Freud: “Lo que usted dice de su peque- fia K (...) es sorprendente. Me priva de la esperanza de encerrar ja- mis esta diversidad en un par de f6rmulas”. Frente a la evidencia de su padre anal, impotente, feminizado, la respuesta es que la femini- dad es indecidible (ningiin calculo permite decidir sobre lo que existe entre padre e hija). Las mujeres y las cosas [Ninguna verosimilitud, por seductora que sea, resguarda del error; aunque todas las partes dle un problema parezcan ‘ordenarse como las piezas de un rompecabezas. debiera te- nerse en cuenta que lo verosimil no necesariamente es Io verdadero y la verdad no siempre es verosimil. Y. por dlti- ‘mo, no es nada halagiefio que a uno lo incluyan entre fos cescolisticos y talmudistas, quienes se solazan en el juego de su propia agudeza, sin importarles cusn ajena a la reali- dad efectiva puede ser su tess. S. Freud, 1939 La realidad efectiva de las mujeres es la historia de las funciones m4 GERMAN L. GARCIA cumplidas por la diferencia sexual, en tanto puede ser usada en la construccisin de imégenes reguladoras, en la comunidad de los cuer- pos creada por la nominaciGn de una temporalidad. Jacques Lacan advierte que es “...oportuno recordar que image- nes y simbolos en la mujer no podrfan aislarse de las imagenes y de los simbolos de la mujer” (Ecrits, pag. 728). Sigmund Freud, por su parte, propuso que las imdgenes de la mujer simbolican la madre, la amada y la muerte. Simbolizan para un hombre, incluso podria de- cirse para el hombre que fué el sofiante de esos tres coffes que se convierten en objetos de andlisis de un articulo memorable. Simboliza significa que la “realidad efectiva” sera velada, que la diferencia sexual extrdpolada en discurso se interpola en el lenguaje en la clasificacién de los géneros segtin edades (nifia, mujer, ancia- na), Y segtin funciones (novia, esposa, madre). En la elaboracién de Freud el velo se Hlamé narcisismo y las interpolaciones y extrapola- ciones aparato pstquico: “En lugar de las condiciones a priori de Kant, nuestro aparato psfquico. Psique es extensa, nada sabe de allo”. Este aparato que transforma el tiempo de los cuetpos, organiza su distribuciGn en el espacio. La percepcidn es puesta en entredi- ccho, Ia ausencia se instala en la presencia. La diferencia sexual se convierte en contradiccisn, en tanto el sfmbolo marca con el valor negativo de la ausencia lo que se pre senta a la percepcidn: la diferencia sera, entonces, castracién para tun género y para el otro. Pero es el término que carga con la ausencia —fuera de la ley de Ja presencia—, el que seré llamado a encarnar en la maternidad 1a renovaciGn de la presencia, Al menos, asf es para Sigmund Freud: Procuraremos. pues, situar el suei de fa inyceci6n de Irma con una etapa en el desarrollo del ego de Freud —dice Lacan—, ego que tiene derecho a un respeto particular, porque es el de un gran creador en un momento eminente de su capacidad creadora. Ha- SEXUALIDAD FEMENINA 15 blando con rigor, no se puede decir que se trata de un falso ideal. Indudablemente, debe haber una psicologia del creador. {Pero es acaso ésta la leccién que tenemos que extraer de ta experienci freudiana y, en particular, si la examinamos bajo la lupa, de lo que acontece en el suefio de la inyecci6n de Irma?” La respuesta es no, no se trata del ego de los ideales sino de la verdad de Sigmund Freud, de su lugar en el discurso que profiere, del je que descubre en el suefo la realizacién del deseo Jacques Lacan Seminario Il, pag. 226). Y el deseo de Sigmund Freud, en su infatigable realizacién, avanza en la interrogaci6n de la Medusa. Me informo, al pasar, que Médougk es la forma femenina del participio presente activo de Médw (médo, que es medir, regular, contener en la medida justa ‘También cuidar, proteger, gobernar). Si la diferencia se ha vuelto castraciGn en la imagen, el simbolo introduciré la medida, el gno- mn, en el término falo. Las imagenes representan a la Medusa como una cabeza decapi- tada, ya esté muerta cuando es elevada a la dignidad de objeto artis- tico, es la Gorgona, el simbolo de ta mirada fascinante. Sabemos Por Freud que el terror en el arte no es el terror en la vida, de mane- Fa que esta imagen, esta cabeza cortada con tantas serpientes “como fue negada la castracién’”, fue medida con el falo. vidio explica de qué manera Persco habfa contemplado la ima- gen reflejada en el escudo que blandfa con la mano izquierda; y mientras un profundo suefio se apoderaba de las serpientes, le des- Prendié de un golpe la cabeza del cuello. Freud, como Persco, mira la garganta de Irma mediante el reflejo que produce el saber médico: “Debido a su renuencia a abrir la bo- ca, esta misma Irma pasa a aludir a otra sefiora que yo examiné una vez, y ademas, en cl contexto, a mi propia mujer”. Las imagenes que se refractan en este escudo son miltiples: “En la medida en que Irma presenta una placa diftérica que me lleva a recordar el cuidado que me inspir6 mi hija mayor, ella figura también a esta hija mf RMAN L. GARCIA 16 tras la cual, enlazada por ta identidad del nombre, se oculta 1a per- sona de una paciente que murié por intoxicacién” (Freud, O.C., 4, pag. 299, Ed. Amorrortu). Fascinado por la garganta —en el sentido de paralizado, como James Joyce por Dublin— Freud hace de Irma ta imagen de acumu- laci6n (Sammelbild) de una serie de mujeres sacrificadas (sic) por esa misma operaci6n, para enfrentar el delicado equilibrio entre ri- vales y aliados que aparecen en el suefio: “Por un lado tenemos un ‘grupo de representaciones en torno de mi amigo Otto, quien no me entiende, no me da la raz6n y me obsequia un ticor que hiede a ami- Io; por el otro, y ligado por oposicién, el de mi amigo de Berlin, quién me entiende, me darfa la raz6n y a quién debo tantas comuni- caciones valiosas, también sobre la quimica de los procesos sexua- les” (Idem, pag. 301). Y poco después dice Freud: “...invoco rasgo por rasgo al amigo contra el opositor” La acumulacién llamada Irma realiza otro deseo: Freud siempre tendrd... imagenes para cubrit esa garganta, Freud siempre fen- dra... aliados contra los rivales y rivales que justifiquen sus alian- zas: “Las palabras son manejadas por el suefio con ta misma fre- ccuencia que Tas cosas...”. Las referencias a la pequefia K (...) se encuentran en las cartas que intercambian S. Freud y Lou Andreas Salomé entre mediados de noviembre de 1927 y comienzos de mayo de 1930. Véase Freud-Sa- lomé: Correspondencia (Ed. Siglo XI, México, 1968). ¢Falta a perpetuidad? Monica Torres 1. La sexualidad femenina en Freud En su 33° Conferencia (1932-33) sobre “La feminidad” dice S. Freud: “Tampoco usted braderos de caber un enigma para S, Si Son varones estardn a salvo de tales que- de las mujeres presentes no se espera que sean mismas. Masculino y femenino es la primera di ferencia que ustedes hacen cuando se encuentran con otro ser hu mano y estén habituados a establecerla con resuelta certidumbre” Este texto; punto de Hegada en la obra freudiana sobre el tema de 1a femineidad, se emparenta estrechamente con “Algunas conse- cuencias psiquicas de las diferencias sexuales anatémicas” (1925) y “Sobre la sexuatidad femenina” (1931), Si uno trata de rastrear la evolucién del concepto en Freud, creo que es Icito recordar tres momentos, Un primer encuentro de Freud, no con las mujere histéricas, inaugural del psicoandlisis. esta poca en la cual Freud crefa en el trauma, es decir, que las histéricas habfan sido seducidas en la realidad por el padre, o un Subrogado paterno. A esta época corresponden los historiales Cata- lina e Isabel de “Estudios sobre la histeria” (1895); “La etiologi de la histeria” (1896); “Sobre las neuropsicosis de defensa” (1896). Y también el caso: “Emma” que aparece en “El proyecto de psico- 18 MONICA TORRES logfa” (1895). En todos estos casos Freud va a hablar de que la nia ha sido seducida en un acontecimiento real de su biografia por un “adulto impotente”. La enfermedad, los sfntomas sin embargo, no aparecerdn hasta que una segunda escena a la ver encubridora y re~ veladora de la primera, opere retroactivamente dindole a la primera valor traumético. Esto es sin duda, importante; porque aunque Freud crefa en la realidad de este acontecimiento traumético, nece- sitaba dos escenas, 1o que adelanta la escisi6n del yo, ta produccién del sujeto dividido por el inconsciente que en este momento es la defensa, Como todavfa no tiene el concepto de sexualidad infantil que apareceré en “Tres ensayos sobre una teoria sexual” (1905), todavia creer que lo que ha ocurrido entre las dos escenas es la pubertad. La sexualidad pecaminosa de un adulto impotente es sufrida pasiva- mente por la nifiita indefensa. Pero seré recién después de la puber- tad que ella comprenderé el sentido de aquella escena, cuando un recuerdo posterior la actualice, Dos tiempos entonces del trauma, para la histérica; una primera vivencia sexual prematura y traumética (insatisfactoria) y una re- presién posterior por recuerdo, con sintoma defensivo. Dice Freud en: “Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa” (1896), “no son las vivencias mismas las que poseen efecto trauma tico, sino s6lo su reanimacién como recuerdo, después que el indi- viduo ha ingresado en la madurez sexual”. Pero en una carta a Fliess del 21 de septiembre de 1897 (Carta 69), Freud admitiré que: “sus histéricas” lo han engafiado. Y asf. en “Tres ensayos de teorfa sexual”, y sobre todo en “Mis tesis sobre el papel de la sexualidad en la etiologfa de las neurosis” admitira pui- blicamente su error. Més de 30 aftos después, en el articulo sobre La feminidad que mencionamos, al comienzo Freud recordard este error asf como el pasaje a una nueva inteleccién: “Ahora se trata de una fantasfa de seduccién por el padre que expresarfa el complejo de Eaipo, tipico en ta mujer.” yori EXUALIDAD FEMENINA, » Podemos situar aquf una s "gunda época, La nifia es ahora prota- gonista activa de una fantasia de seduccidn, Esta nifa indefensa es ahora el “perverso polimorfo” de “Tres ensayos”. Esto le permite a Freud despegarse de la sexualidad natural, biolégica, que él habia relacionado con la pubertad. y hacer aparecer un concepto funda. mental: el de pulsién. Con la pulsién, también aparecerd la fantasia y el deseo reprimi- do en estas primeras pacientes. Ya en “La interpretacign de los sue. fios” (1900), en el “Método de la interpretacién de los suefos" 0 “Andlisis de un sueno paradigmatico”, la famosa Irma turbaba a Freud con su resistencia a aveptar “Ia solucisn” que Freud le propo- fa, 1 enigma de la femincidad que ya habfa sonreido enigmética- mente a Freud como “La Gioconda” de Leonardo da Vinci, tema sobre el que volveremios; en los rostros de Isabel, Catalina: hace inrupcién en este suefic. Marca de lo no reconocide; ombligo del Suefo; 10 “unerkannie” enfrentard a Freud con el fondo de la gar- ganta de Irma; la carne que no se ve, antecedente del genital fem nino; de lo “Unheimich” misterio angustioso de la femineidad, Fs a raiz de este sueno que Freud en la carta a Fliess del 12 de junio de 1900 (Carta 137) le dita que quizés deberia colocarse una placa en la casa donde Io sons; en la que “en esta casa el 24 de julio de 1895, le fue revelado a Sigmund Freud el seereto de los suehos” y quizds podriamos agregar tambign el secreto del sin. ‘oma histérico, ¥ comenzs a revelarse el enigma de la femineidad También en “La interpretacién de los suefios”, otra hist bella camicera” le ens. ¢ leyera: a. “la rd a Freud de qué se trata en el deseo. Par- Cialidad del objeto del deseo, la pincelada inconclusa de este suefio hha hecho pasar a la historia del psicoandlisi con a esta “hermosa carni- ‘dora del enigma del deseo, sabiamente seductora: no conocenios de ella sus sfntomas, sino su astucia, su deseo de deseo. Su saber no sabido sobre el desencuentro entre el deseo y su objeto genital”. 80 MONICA TORRES Otra enigmatica sefiorita victoriana, Dora. se iré con 1a sonrisa de la Monna Lisa. Es que Freud que habfa descubierto cierto engaio; lo que le per mite desplazar el acerto del trauma a la fantasfa y con ésto introdu- cir el concepto princeps de pulsién, no podia atin (y tardaria mucho tiempo en hacerlo), salir de 1a lectura del “Complejo-Padre” asi pues; a esta época corresponden tos trabajos de “Totem y Tabs” (1913); “Teorfas sexuales infantiles” (1908); “Sobre la degradacién general de la vida erética” (1912); “Sobre una particular eleccién de objeto en el hombre” (1910). Me refiero al acento puesto en el Complejo Padre para la mujer, es decir, el “Complejo de Edipo po- sitivo”. En ese sentido cabe también incluir en esta etapa “El Yo y el Ello” (1923) y sefialar como antecedentes de la proxima etapa re- ferida al complejo materno; el Complejo de castraci6n y ta Castra- cién en la madre, los textos “Pegan a un nifio” (1919); “Sobre la psicogénesis de un ceso de homosexualidad femenina” (1920). siniestro” (1919), y “La organizaci6n sexual infantil” (1923); ad- denda a “Tres ensayos de teorfa sexual”. Es en la tercer y tltima etapa donde Freud dard sus mejores trabajos sobre la sexualidad fe- menina, descubriré la prehistoria edfpica de la nifia y la imposibili- dad de la simetrfa de tos Ecipos. ‘Como antecedente de este nuevo descubrimiento no podemos ol- vidar “Un caso de paranoia contrario a la teoria psicoanalitica” (1915), con el descubrimiento del Superyé maternal. Se alinean ahora més claramente: “Algunas consecuencias psiquicas de las diferencias sexuales anat6micas” (1925); “El sepultamiento del Complejo de Edipo” (1924); “EI problema econémico del masoquismo” (1924); “Inhibi- ci6n, sintoma y angustia” (1925); “El tabi de la virginidad” (1918) que creemos es discontinuo con respecto a los otros dos textos so- bre la psicologfa de la vida erdtica 0 amorosa; ya citados. “El ma- lestar en la cultura” (1929-30); “Cabeza de Medusa” (1922-1940), el capitulo VIII de “Andlisis terminable ¢ interminable” (1937); el SEXUALIDAD FEMENINA BI capitulo VII de “Esquema del Psicoandlisis” (1940). Y no queremos dejar de citar los excelentes estudios sobre los personajes femeninos de “Lady Macbeth”, de Shakespeare y de Rebeca West en “Ros- ‘mersholm” de Ibsen, que aparecen en “Algunos tipos de cardcter di- lucidados por el trabajo psicoanalitico”: punto II: “Los que fracasan al triunfar”: Sorprendente anticipacién de Freud del descubrimiento del sentimiento de culpa en las mujeres; ya en 1916. Se incluyen por cierto en esta tercera etapa los artfculos “Sobre la sexualidad femenina” (1931), y “La feminidad” (1933). 2. El masoquismo femenino Fs en este contexto que en 1924 Freud escribe “El problema econémico det masoquismo” y allf como dice E. Laurent en su Se- minario: “Posiciones femeninas del ser: del Masoquismo femenino al empuje a la mujer”, plantea al masoquismo como a un monstruo de tres cabezas. Ahora bien, deberfa quedar claro que el llamado masoquismo fe menino, no se refiere solamente a las mujeres; se refiere a la posi- cin femenina. Freud lo habia adelantado en “Pegan a un nifio” de 1919: posicién masoquista y pasiva en relaci6n al padre. Se trata de a busqueda activa de una VinculaciGn sexual pasiva con el padre, ‘cualquiera sea el sexo del sujeto en cuestisn, Aqui femenino se refiere a pasivo y nos habla de los fines de la pulsién, Para el masoquismo se trata de la biisqueda activa de ha- cerse martitizar. En este texto se esboza cierta unificacién del dualismo pulsional, de Eros y Ténatos, alli Freud nos dice: “Asf el masoquismo moral pasa a ser el testimonio clésico de la mezcla de pulsiones, su peli- grosidad desciende de 1a pulsién de muerte, corresponde a aque! sector de ella que se ha sustrafdo de su vuelta hacia afuera como pulsién de destruccién, pero como también tiene el valor psiquico, MONICA TORRES la significaciGn de un componente erstico. ni atin 1a autodestruceisn de la persona puede producirse sin satisfaccisn libidinosa”. Bien, es desde el tercer momento freudiano que se retiere al complejo de castracién en su acepeién mds amplia, que podemos resignificar retroactivamente los conceptos anteriores sobre el te- ma. Ahora bien: {es que las mujeres son més masoquistas que los hombres? Todas falicas Freud se ocupa del deseo femenino y se pregunta: Qué quiere una mujer? A lo que se responde, ella quiere un hijo del padre. En ese senti- do la mujer freudiana es falica, Todas falicas. El pensamiento freu- diano esta organizado alrededor de ta idea de que en realidad, hay un solo sexo, hay un sexo que es el masculino y hay Otro sexo. El sexo femenino es siempre para ambos sexos el Otro sexo. Es en este sentido que hay que decir que para Freud la mujer hace serie, todas iguales en cierto sentido: todas fiélicas. Tambign es cierlo que Freud se pregunta por una satisfaccién pulsional que se sitéa “mds alld det principio del placer y que no responde a las leyes del deseo”. Si masoquismo es el nombre del goce en Freud, entonces él nos habla de! goce femenino en “Pegan aun nifio”, en “El problema econdmico del masoquismo” y también en “EL tabi de la virginidad” Lacan retoma esta linea y la subvierte; las mujeres nos dice, van ico, tienen acceso a un goce que va més alld de suplementario ¥ no comple= més alld del goce Ja medida falica; ese goce es un go! mentario (Alin). Ahora bien. ;Es posible pensar el masoquismo femenine como ‘ones femeninas del ser, justamente porque fas mu- una de las pos SEXUALIDAD FEMENINA 83 NA jeres tienen acceso aun go félico? La clinica nos dice que la cuestién del amor es predominante pa- ta las mujeres. Quizds desde allf podrfamos pensar la trampa del masoquismo. En relaci6n al amor hay un camino por el cual la mu- er intenta darle todo al otro, pero a cambio de todo, No se trata del dar todo por nada que podria ubicar la posiciGn contingente de las verdaderas mujeres, Al revés: es todo a cambio de todo. Tomemos el ejemplo de Madame Bovary. Ella 1o ha dado todo, su cuerpo, su alma, sus bienes. Pero hacia el final va a reclamarle a su amado, que pague, que responda, y es por esta vacilacién que podemos de- cir que Mme, Bovary no esta en la posiciGn femenina de las “verda- deras” mujeres. Drivilegiado que va més alld del limite 4. Madame Bovary no es Medea La posicién de Madame Bovary no es 1a de Medea ni la de la Madeleine de Gide. Si ella quiere dar todo su tener para ser. el riesgo que es que quiere ser toda y si no es toda para é1, cae entonces en el vacio, el desecho, cae del Otro, Ella querfa que él la salvara del no-todo; de Ja castraci6n, Sin embargo, habrfa un privarse de las mujeres que tienen que ver con la contingencia de las verdaderas mujeres. No hay la verdadera mujer sino en la contingencia, ya que no hay la ‘mujer, en verdad, E, Laurent en el mencionado seminario sobre “Las posiciones femeninas del ser”, nos habla de Mia Farrow. Tomemos dos mujeres de fines de siglo. Una de fines de siglo pasado y otra de fines de este siglo; la mencionada Mia Farrow y la Reina Victoria, Me he preguntado sobre la victoria de Mia, De la Reina Victoria, Hugo Freda en una conferencia dada en la EOL (inédita) nos habié en relacién a ta libertad, y para esto men- cion6 tres anécdotas: 4 MONICA TORRES 1) De pequefa la Reina Victoria no querfa aprender el alfabeto y fue una gobernants inteligente la que pudo leer ta relaciGn a la ver- dad de la pequefia Victoria: ella no mentia, quizas ella sabfa que el significante miente siempre porque no puede fijar completamente el goce. 2) En la adolescencia, cuando Victoria llega a ser reina, su pri- ‘mera disposicién es apartar a su madre de su cuarto y de su vida. 3) En la adultez, en una discusién con su marido, ella consigue que 61 abra fa puerta cerrada cuando deja de repetir “Soy la reina”, para poder decir “Soy tu mujer” De Mia Farrow. nos dice E. Laurent que cuando su partenaire la hiere en su pudor, Mfa reacciona con Ia ira de Medea, pone a sus hi- jos frente al video y los interroga sobre los supuestos abusos pat nos, Como una moderna Medea, ella que era la madre por excelen- cia, sacrifica ferozmente a la madre por la mujer. Fin del Siglo XIX: Descubrimiento del psicoandlisis. Una mujer que puede ser mujer sin dejar de cumplir su destino de reina, a con- dicién de apartar a ta reina madre y de que alguien, sin duda en po- sicién de analista, crea en su verdad para poder ensefiarle las letras. Fin del siglo XX: EI psicoandlisis fracasa de forma estent6rea en el vodevil de W. Allen y M. Farrow con todos sus terapeutas a cuestas, pero ella en un solo acto se presenta como una verdadera mujer, no vacila en sacrificar su maximo bien, sus hijos, para volverse contra él, con la ira de Medea. GES posible pensar entonces, en un privarse que no es masoquis- ta, que no es un sacrificio; que por lo tanto no va a conducit nial re- clamo ni a este quejarse del Otro. tan paradigmético en la histeria? (Podrfa una mujer dar con un hombre que no seré ni et uno ex- cepcional, ni el Ouo que la complemente? Un hombre que la ayude poner un limite al gace. Acotar este goce que fa site mas alld de 1a medida fatica. {.Quedaré para las mujeres la eleccién forzada del padre muerto © el hombre castrate? O ambos en uno; como lo dice Lacan en su 8s clase del 13/3/76 en su seminario “Joyce, el sinthoma” que se titula “Pedazos de real; donde nos habla de Ja pelicula de Oshima “E] imperio de los sentidos” y ubica el erotismo femenino en esta mujer que necesita matar y castrar a su partenaire. Llevar al extremo el fantasma de matar y castrar al hombre. 5. Denigraci6n o castraci6n de unas mujeres En sus articulos sobre las condiciones de amor, 0 condiciones erdticas, Freud nos habla de la degradacién general, de la eleccién Particular y del tabi de la virginidad, Al hablar de estas condiciones de amor, Freud separa ambos se- Xos; para el “todo hombre”, ser4 imprescindible el fetiche para neu- \ralizar la visién horrorosa de los genitales de la madre; el temor al relorno a la antigua clausura, el Unheimlich freudiano; la cabeza de Medusa. Si et hombre no logra neutralizar el efecto paralizante de este horror, quedaré ligado a la impotencia, como marca de lo ime- ductible del rechazo a la femineidad, Voy a tomar tres héroes de nuestro tiempo para pensar estas Suestiones. La herofna-éroe de la pelicula Orlando, versiGn de una novela de V. Wolf; la herofna de la “Lecci6n de Piano” (ambas pel Culas dirigidas y protagonizadas por mujeres, y por otro lado el pro- {agonista masculino de un clasico del cine, 1a pelfcula “Vértigo” de A. Hitchcock; para pensar el empuje a la mujer en las neurosis y la Giferente manera en que éste aparece en Ia histeria y en la neurosis obsesiva. En Orlando podrfamos decir que toda la pelicula transcurre en tun empuje a la mujer. Hay dos maneras posibles de situar al perso- naje: el empuje a la mujer o el atravesamiento del fantasma para arribar a la posiciGn femenina. A mi entender, cuando finalmente Orlando encuentra Ia felic dad, no serd ni en la poesfa ni en la politica, no en el amor ni el go- 86 MONICA TORRES ce sexual, tampoco en la maternidad, sino en el equilibrio casi per- fecto que en el final se hace cancién en la voz de un dngel. de un eunuco, que anuncia que la felicidad consiste en no ser ni hombre ni mujer. En este sentido me parece que la solucién de Orlando es una so- luci6n fatica (Identificacién al falo) En la Lecci6n de Piano, la pregunta es otra, Esta mujer muda desde que a los seis alos conoce 1a miisica y 1a misica reemplaza para ella 1a palabra, tiene una hija que parece no tener otro padre que la musica misma, Cuando decide casarse seré por carta y en su viaje al encuentro con su marido epistolar transportard sus dos amo- res: el piano y la nifa, El encuentro 0 por mejor decir, el desencuen- tro, ser con un extrafo en todos los sentidos: un hombre. un desco- nocido que confirmard con su torpeza la sotedad de esta mujer que habla a través del piano y de su hija, sin dirigirse, al parecer, a na- die. Pero habré quien se enamore de esa voz. dfona, y seré el que la Hevard al encuentro con ta sexualidad, 1a castracién y el amor, y a recuperar la voz. En un momento crucial eta deberd elegir entre la calavera de la pulsién de muerte; cuando el piano enganchado a su pie, la arrastra al fondo del mar; todo quietud y silencio al que parece abandonarse, cuando la vida la habfa marcado con la castracién del deseo y del amor, con la pérdide de la nifia como falo y hasta con la marca de la castracién en lo real Me acerco ahora més a nuestro tiempo: James Stewart actor fa- vorito de Hitchcock como dice E. Laurent, es el personaje ideal pa- ra representar al absesivo; ya que aparece un sefior tan normal, tan comin, tan igual a todos y tan oculto de su aspecto tenebroso. Hay una escena en la que el protagonista de Vértigo, no desviste 4 una mujer, sino que la viste. Como todo obsesivo se encuentra en- tre dos mujeres, una inalcanzable a 1a que su fobia dejaré morir y otra que lo tinico que puede hacer es distrazarse de 1a primera. No SEXUALIDAD FEMENINA 8 encuentra, pues, la mujer. ni en la una ni en fa otra, aungue la bi que y al mismo tiempo su sfrtoma Io impotentiza y lo sustrae del encuentro con una. Degradacién de la vida erética en sus encuentros con una de ellas; busqueda imposible de la mujer perfecta, feminizacién en la impotencia que lo petrifica: he ahf los pasos de nuestro obsesivo, El empuje a la mujer se divide en el obsesivo en, por un lado, al- canzar a La mujer sin barrar. la mujer perfecta buscada por tanto ci- neasta: el Fellini de 8 1/2, de Julieta de los espiritus, de la Ciudad de las Mujeres; el Woody Allen de Manhattan, el Hitchcock de Re- beca, una mujer inolvidable. Hitchcock con sus herofnas tan igua- les, tan parecidas, rubias, Kinguidas y frfas. Y por otro lado en ta ob- sesi6n masculina, la posicién pasiva que siempre lo es en relacién al padre y que torna imposible el encuentro con una mujer. En las formulas de la sexuacién con su Wégica del todo y la ex- cepcidn del lado masculino; la histérica si se quiere excepcidn se afirma como sujeto, y por lo tanto como hombre, 1.a posicién femenina del lado del no-todo hace a todas las muje- res excepcionales en tanto no toda, salvo la que haga de hombre y entonces cae del lado masculino y es la histeria, AY las verdaderas mujeres entonces? momentos de tychs. con- tingentes, La posicin femenina que admite la castraci6n y sen en falta, es precisamente lo contrario al empuje a la mujer. En la tragedia moderna hay algo que se presenta por el lado del absurdo, del sin sentido, LLa tragedia moderna se relaciona con el extravio del héroe y con la forma actual de respuesta al malestar en la cultura, que es precisamente ef empuje a la mujer en el discurso social Ahora bien, el analisia. como un Perseo de nuestro tiempo en el andlisis de una mujer debe poder castrarla para no denigrarla GY qué quiere decir castrarla? No es dejarla a merced de la “falta a perpetuidad”, Entre la falta en ser del comienzo; de la queja feme- ere al ser Be MONICA TORRES nina del comienzo; el efecto de la desfalizacién de la cura, puede atravesar un momento de “falta a perpetuidad” (ver “Lecciones cl nicas del pase; 1). en “C6mo terminan los andlisis". Folia, Pero, a mi entender, el fin de andlisis deberfa permitirle admitir el ser en falta, Atravesamiemto del fantasma que no suprime la falta, hace con- sistir el ser, pero no la mujer, ni siquiera por el pretendido camino de las verdaderas mujeres, ya que el atravesamiento del fantasma no implica liberarse de él, sf en cambio una cierta sensacién de liber- tad, acompafiada de la pérdida de la seguridad que el fantasma ase- guraba. Un nuevo nombre de goce, que, conserva el irreductible, el éxtimo. Alli, donde la imposibilidad ya no encubra la impotencia. Sintoma y estrago del Otro sexo Serge Cottet F1 hombre acompafiado de su sfntoma, la mujer de aquello que la devasta, eso hace pareja, disarménica, desde luego, pero no mas Fenga que esas comparsas que se dicen mal acompafiadas, parejas Patoldgicas, supuestamente perversas, quizés menos divertidas que 1a pareja freudiana formada por la mujer que nutre y el hombre que Protege, cuando no es 10 contrario; 0 ain la unién formada por un imbécil y una idiota, toma infinito de las variaciones vodevilescas Parejas cémicas en efecto, en la medida que el falo esté ahf aposta- do en la escena de los malentendidos como el comin denominador a los dos protagonistas, situacién que Kant, autor cOmico segun La- can, evoca en su Critica de la razén préctica como dos esposos que se arruinan: “lo que él quiere, ella también lo quiere", Sin embargo, las singulares consideraciones que hace Lacan sobre Ia f6rmula pa- Tadigmética del fracaso sexual, el muro del sexo, no tienen nada de divertido, Es que sin duda, el falo no esté ahi como en las anteriores en primera fila. El esfuerzo de Lacan por hacer disimétrica la relacién al sexo en Su promocién del Otro sexo como absolutamente disperso, incon- mensurable al Uno félico, es contempordneo de una formalizacién heterogénea de la relacién sexual en Ia cual, cito: “una mujer es pa- ra todo hombre un sintoma, mientras que el hombre es para una mu- jer todo lo que se quiera, una afliccién peor que un sfntoma, incluso un estrago”.! ¥0 SERGE COTTET La mujer sintoma En primer término, lo més féecil: gen qué una mujer es para un hombre un sintoma? Ya podemos decir que Lacan tiene en lo que a él respect, cierta doxa: el adagio que afirma que no se conoce bien a un hombre sino a condicién de saber quign es su mujer, constituye un argumento para semejante objetivacisn, mientras que la reefproca es menos convincente, La arbitrariedad de la eleccidn aparente, debe tener sus razones estructurales en lo que hace insignia del “todo-hombre”. Pero en el texto freudiano. la eleccién de una mujer es descripta co- mo condensadora de 1a neurosis, como to testimonia en su opinién el célebre fragmento del hombre de arena de los cuentos de Hoff- mann, a propdsito de la identidad de Olympia: “Esta es, de alguna manera, un complejo separado de Nathaniel que se le presenta a é1 bajo el aspecto de una persona"®, EncarnaciGn de 1a propia posicién del sujeto en tanto marioneta de su padre, Nathaniel condensa en un compromiso absurdo, ef amor narcisfstico por su propia imagen con su nostalgia por la infancia. ‘Un razonamiento andlogo se encuentra en “El hombre de las ra- tas", para quien las diferentes ligazones femeninas, quedan domina- das por la ley despiadada del complejo paterno, un rasgo de arro- . gancia y de provocacién para con él, completamente descifrable en Ja f6rmula de su fantasma sexual; es la formula inmortal articulada a la transferencia: “tantos coitos para la prima, tantos florines para el profesor”. Es decir que el Otro, especialmente en esta neurosis, es abordado bajo el sesgo de una contabilidad que hace a la mujer homogénea a todos los otros sfntomas, Freud supo reducirlos a la ‘mera duda sobre el amor. La correlacién del tipo clfnico con la eleccién amorosa, encuen- tra otra vez apoyo en la obra literaria, que anticipa los hallazgos de Freud sobre el fantasma, con la Gradiva de Jensen donde la metéfo- ra arqueol6gica debe hacer sensible 10 que la eleccién de objeto SEXUALIDAD FEMENINA, o debe al arcaismo del deseo: compromiso entre narcisismo y libido de objeto, entre goce y autopunicién, el amor freudiano estd estruc- turado como un sintoma. Matrimonios fallidos, ligazones prematuras bajo la rabrica de los Compromisos caracteristicos de 1a neurosis, mientras la repeticién de la decepcién a este respecto, conducirén pronto a los post-freu- dianos a asimilar sintoma y fracaso. Légicamemte y siguiendo el curso de esta inspiracién, los més ingenuos creyeron arribar a una alianza del amor y del principio de Tealidad, en el ideal del matrimonio definitivo del fin del andlisis, Menos dogmatico, Freud no ponia menos empefo en ver con sus Propios ojos a la futura mujer del “Hombre de los lobos”, aunque mas no fuera para verificar que ella no era uno (un lobo) antes de decirle: “Vaya només, mi viejo". Fijacién al fantasma, duda, impo- tencia, degradacién, pero también sumisién masoquista a una matrona, Freud apart con la mujer imposible de alcanzar que la madre contamina, todos los aspectos del matrimonio del sujeto masculino con la castracién, Aqu/ también, una vez més, la novela francesa de mitad del siglo XIX acompatié a Freud en su descripeién de las tormentas de la pu- bertad masculina, cuando El despertar de ta primavera de Wede- Kind, pone en escena la ausencia de referencias simbélicas del suje- fo en su confrontacién con la joven. Acaso Freud habrfa lefdo el Adolphe de Benjamin Constant, 0 Volupté de Sainte Beuve y segu- Famente las habria suscripto a las formulas que hacen del sexo, no un sfmbolo, sino un agujero en to real. Mujer sintoma, tal aparece entonces este objeto que Adolphe sedujo, antes de que se convierta en el agente de una turbacién y de una indecisién, residuo de una Proeza amorosa en la que la pasién se desmorona, se sume en la Piedad y ta indiferencia, La ruptura, siempre diferida hasta 1a muerte de la interesada, viene bien para ilustrar el mito masculino turbado por el otro sexo “como un pez por una manzana’ al igual que el estrago que él cau- 92 SERGE COTTET ala partenaire. En fin, las resonancias que la novela mantiene con las acrobacias a las que se entreg6 este empedernido “dandy en su odisea politica, contindan el sintoma; traiciones ininterrumpi- das, areglos y canalladas que no tienen nombre, sefalan suficiente- mente el goce del sujeto velado por la belleza trégica de la novela. Laeleccién de una Pero ya nuestra acepcidn del sintoma cambi6. En el contexto en que Lacan lo usa on 1975, no se trata de compromiso 0 de forma- cin del inconsciente. La eleccidn de una entre otras, sobrepasa el saber inconsciente. El funcionalismo ¢e los post-freudianos privilegia demasiado al in- consciente, al Edipo, a la resistencia como si la eleccién amorosa fuera esencialmente s{ntoma bajo transferencia, incluso acting-out, dirigido al analista, Desde el simple punto de vista de lo itil o de la funciGn, una mujer, si no le sirve al hombre mAs que para que él de~ je de amar a otra, anula el mito de una predestinacién del encuen- to, valoriza la fyché, el azar, lo real y, por ende, el objeto en cues- tiGn como ectépico a la determinacién inconsciente. ; Por eso, las férmulas de Lacan concernientes a la identificacion al s{ntoma, pueden parecer compatibles con la identificacién al de- seo: asf pues, en Encore, se trata del objeto a como causa por lo cual el sujeto se identifica a su deseo.* Sin embargo, hace falta adn que el sujeto masculino acepte dejarse engafar. Pues engafiado por ‘una mujer ser4 menos engafado por el inconsciente, de ahi una re~ sistencia a ceder aella y a prolongar la cura al infinito, como la ma- nera de creer en el inconsciente més que en una mujer. Estrago del Otro Pero entonces. ,qué le impide a esta hiancia de repercutir en el ennai SEXUALIDAD FEMENINA, 93 Otro sexo?, .por qué, suponiendo una guerra de los sexos, el hom- bre serfa peor que un sfntoma, para retomar los términos de 1975? GEn qué nos basamos? {En qué clinica? ;Las estadisticas sobre el sindrome depresivo, el suicidio de las jovencitas? Sabemos que la interpretacién global de estos hechos conduce una y otra ver. a condiciones controvertidas. El narcisismo femeni- no, su dependencia con respecto al amor del hombre... La dialécti- a falocentrista que distingue los dos registros del ser y del tener, confirma que la mujer en el amor tiene mas que perder que el hom- bre, en dar todo lo que tiene y todo lo que no tiene. Reticentes a de- sarrollar esta dialéetica, los alumnos de Freud fueron a buscar mas acd del Edipo las razones que tiene Ia joven para manifestar una de- manda de amor excesiva, incluso su reivindicaciGn de ser el nico objeto. ‘an retoma ese aporte en la constataciGn que él hace del estra~ go, que constituye para la mayor parte de las mujeres la relaciGn con su madre; ;podemos decir entonces, como Freud lo habia sefia~ lado, que la reivindicacién félica es transferida de ta madre al mari- do? Puesto que es primeramente a la madre a quien es imputada la castraci6n, esta construccién tiene la ventaja de hacer compatible el estrago maternal con el escollo de la relaci6n con el hombre®. Pero tanto como podamos imaginar un universo de mujeres regido por la privacién, deberemos verificar el determinismo que procede de ello. Sin duda, las relaciones por ejemplo de Melanie Klein con su propia hija son apropiadas para acarrear la conviccién de que una vez pasada la raya, no hay més I{mite a lo peor: de una forma miti- ca, la pieza de Nicolas Wright, Mrs. Klein, comentada por Eric Lau- rent, pone en escena el mito de la pura conciencia de sf femenina, de una sociedad de mujeres que viven haciendo omisién del Nom- bre del Padre. Este apdlogo pone en funcién un canibalismo y una avidez oral cuya victima es el hijo muerto, mientras que el padre del Psicoandlisis ya est4 encerrado en cl placard. Nos preguntamos si, en un universo tan desenfrenado, el psicoandlisis puede hacer las oa SERGE COTTET veces del Nombre del Padre como to sugiere el final de la piezé Ese contexto kleiniano es més bien favorable a un cambio radical de perspectiva. el cual, por el contrario, privilegia al hombre, de t0- dos modos bien venido en medio de esta galeria, En efecto, ,por qué profetizar a partir de relaciones entre madre © hija dignas del Grand Guignot** el encuentro imposible con el hombre? Laherencia de la madre Asi, tal fragmento de cura permite reconstruir en una nifia la gé- nesis de una relacién con los nifios: una relacién de armonia, muy precoz, hizo soportable el desamparo maternal afectado por un due- Jo, Hasta el matrimonio estas relaciones estén marcadas con el mis- mo signo en Tas que el hom Ta exime de un sfatoma fobic0, pero €! precio de una ficidn de i complementariedad de os dos sexos, pronto cuestionada por un pasaje al acto del marido. EI andlisis que vendré luego, aclarard a 1a paciente su ideologta de la felicidad £4 c a su idemtificaci6n viril. 7 ia t ensiooano Ja cuestién solamente desde el Angulo de la historia individual, tomada una por una, tenemos tantas razones pa- ra hacer del malentendido entre los sexos el eco de fantasmas liga- dos al goce maternal, como para lo contrario: el estrago maternal que empuja al hombre. ; Por eso parece que, en los avatares de la sexualidad femenina, es mejor enunciar la tesis de la herencia madre-hija, primero en el r gistro de la histeria donde el hombre sirve de relevo para plantear la cuesti6n del agalma femenino. Podemos seguir en este terreno una Hélene Deutsch, la de los buenos afios, 1930, fecha en que hace entrar en la histeria esas neu- rosis sin sintomas que llama “neurosis de destino”. 0 mejor dicho con un s6lo sintoma: el hombre. Hélene Deutsch toma el ejemplo de una joven que se sume en una serie de fracasos amorosos marc: Seno cetera SEXUALIDAD FEMENINA, 9s dos con un trazo de ese masoquismo femenino, que pronto va a ine vadir la literatura analitica de la 6poca: ruptura, abortos, hasta un fa llido suicidio con una pistota, EI fantasma que sostiene esta repeti- Ci6n, se singulariza en 1a busqueda de hombres que estan de duelo “viudos desolados cuya afliccién actuaba sobre ella como un filtro 7 Variante del amante castrado y del hombre muerto, la de amor ficcidn puede enunciarse asf: “que hermoso ser una mujer, amada como lo fue la mujer muerta’” Adivinamos con qué virtuosismo Hélene Deutsch va a desplegar todas las fases del conficto edfpico, para dar cuenta de un punto de imposible que la transferencia sobredetermina, Ella no seré amada jamés como la intelectual que aspira llegar a ser: en su encuentro con el hombre, el sentimiento de ser una idiota puede més y la fja a ese destino de ser como su madre, es decir nada més que 1a sirvie ta limitada de un matido trénico. El caso nos interesa porque Presta a revisiones de doctrina: el conflicto edipico especiticado por {a identificacién viril y 1a culpabitidad, no esclarece el pasaje al ac- (0. En efecto, el agalma que constituye la muerta no se descifra tan- to en el registro de los ajustes de cuentas con 1a madre, como que seiala un goce proximo a ese “que no habria que”. Esta fascinacién por la fdola muerta y no por el cadaver, consagra a ta mujer eterni zada por el duelo infinito con el hombre que ella misma renuncia alcanzar. {No es a este objeto etemizado al que ella se identifica en el suicidio? La Otra mujer El ejemplo, me parece. sirve para ilustrar las modificaciones aportadas por Lacan en los atios 70, en lo referente al uso que pode- ‘mos hacer de la Otra mujer cuando ella no es la madre. Aunque este Gemplo no conduce a ninguna mistica del goce. De otto modo, po- drfa sorprendernos ver a Lacan deducir el Otro goce no de cierta ex- 96 SERGE COTTE? periencia incomunicable sino de lo que es preciso Hamar el coito*. Contra un prejuicio metafisico concerniente al goce femenino como valor de refugio en relacién al falocentrismo, Lacan hace intervenir el suplemento de un timite franqueado en ta relaci6n sexual, Una mujer no esté como un pez en el agua con una castracién en ella desde el principio, sino pez en el agua de rosas de la completud amorosa. He ahf que es su goce mismo, y més legitimo el que, Ile- gado el caso, la divide. Cito “L’Eturdit”: “haciendo de su soledad partenaire mientras que la unién queda en el umbral”? La mujer y su goce, hacen dos, El que se extrae de ella, ella no lo conoce, si es de esa mutilacién en tanto que objeto a de donde procede el goce masculino al cual ella no puede identificarse. Cabe recordar que Lacen, a la manera de Rimbaud al evocar el didlogo de los goces: “mi alma el coito material cela”, quiere deducir el cardc- ter insaciable del amor, de los celos mismos de este goce que el hombre extrae de ella, Ella experimenta como un sintoma la ano- malta*** del goce del falo. Derribando una vez més otro prejuicio referente a los lugares respectivos del amor y del deseo en los dos sexos, el realismo de Lacan utilizaba esta estructura de los celos femeninos, afirmando {que para una mujer, es su goce mismo el que le hace creer que ama, mientras que un hombre, antes de saber por propia experiencia que Ja ama, solamente cree desearla. SEXUALIDAD FEMENINA 97 Referencias 1. Lacan, J., El Seminario, Libro XXIII, El Sinthome, “Palabras impues- tas", 17-02-1976, Ornicar? N° 8, hiver 1976-1977, p. 20. 2. Freud, S., “L'inquiétante éuangeté”, Essais de Psychanalyse appliqué, Paris, 1dées Gallimard, 1973, p. 83, note, 3. cf Guillermin, H., Benjamin Constant muscade, Paris, Gallimard, 1958. 4. Lacan, J, “El atolondradicho”. 5. Lacan, J, El Seminario, Libro XX, tin. 6. Lacan, 1 “El atolondradicho”. al Dewwsch, H., La psychanalyse des névroses, Paris, Payot, 1970, p. 22- 8. Lacan, J., “El atolondradicho”. 9. Lacan, J., “El atolondradicho”” Notas * Loi ei, Fig: despa * Grand Gugno Et el tat popular det siglo XIX on Pas e equivalent dl cine de tenn +2 ego orogrico con anomai(nomali)yan-hommai (pve y pane de homme: hombre). ve ‘Traduceién reatizada por Patricia Boggiano Una chica es mirada Frida Nemirovsky La esquizia del sujeto Esta presentaci6n la ubicaremos conjugando un recorte clinico con el apartado VI del Seminario Los cuatro conceptos fundamen- tales del psicoandlisis, por referencia a la esquizia del ojo y Ta mira- da, El caso nos permitiré ubicar la diferencia entre el estado de vigi lia y el suefio, para detenernos en el deslizamiento del sujeto que se demuestra en el “eso muestra” del suefio, En el estado de vigilia la mirada esté clidida, no s6l0 porque eso mira, sino también porque eso muestra. En el campo del suefio, en cambio, a las imagenes las caracteriza el eso muestra. La posiciGn del suefio es fundamentalmente la del “no ve". El sujeto no ve a donde va a parar, se deja llevar, puede incluso en oca- siones distanciarse, decirse que es un suefio, pero en ningéin caso puede captarse de la misma manera que en cogito se capta un pen- samiento. 1, La presentacién Se trata de una muchacha que se presenta interrogada por su in- satisfacci6n sexual, en tanto afirma no haber tenido nunca un orgas- mo. Agregando que esté segura de no gozar sexualmente ni con su marido, ni con ningén partenaire anterior. 100 FRIDA NEMIROVSKY Somete esta afirmacién a una comparacién con una sensacién corporal de excitecién eléctrica, que ha sentido en ciertas ocasiones, al despertar de suefios que no recuerda por més esfuerzos que haga. “Nunca una imagen”, dice, pero de lo que esté absolutamente segu- ra es de que esa sensaciGn corporal es lo més parecido a un orgasmo que ella puede imaginar. Esto va acompafado de obstéculos que no detallaré, pero que se resumen en una inhibicién muy extensa que le torna la vida insoportable. 2. La mirada que la excita. ‘Superada la inhibicién logra instalarse en un lugar muy valoriza- do por ella y en el que asume una responsabilidad muy importante, esto es, un lugar “muy”. Si lo subrayamos asf, es por referencia a la medida que juega para ella. Es en este contexto donde la sorprende una mirada masculina que la excita, la inquieta, y, sobre todo, le causa una profunda extrafieza, que le hace decir: No sé qué quiere de mi, pero insiste en mirarme a los ojos. Lo peor es que no me es indiferente. 3. El parecer La curiosidad que eso le provoca, no basta para Hevarla a res- Ponder a esa mirada, con el argumento que si lo hiciese, “parecerfa” ‘una guacha pistola. La significacién que ella le da a esa expresién es el de una mujer “buscona”. Esta consideracién cierra provisoria- mente este tema y no habla més de eso. 4, El cuerpo y sus vicisitudes. Vacaciones analfticas mediante, nos encontramos con una “x” que se ha desplazado al cuerpo, revistiendo cierta gravedad y que determinan la consulta médica. SEXUALIDAD FEMENINA, 101 Demostrada la ausencia de una causalidad orgénica, esto la de- vuelve a la pregunta acerca de qué quiere decir lo que le pasa cuan- do en verdad no es la anatomfa la que responde efectivamente a sus s{ntomas, sino como identificaci6n a enfermedades que su padre ha padecido desde que ella era muy pequefia y que adquieren una con- tigilidad muy marcada con los suyos. Un sintoma crénico del padre son los mareos y ella llama mareos cerebrales a lo que la mirada del Ouro le suscita, La respuesta ‘Su mareo cerebral se vuelve insoportable. Esto la decide a tomar una determinaci6n, que ella llama “cortar por lo sano”. Cambia su apariencia, que estaba muy abandonada y deslucida por sus sintomas orgénicos y decide averiguar qué hay detrés de la mirada de este inquietante observador. Bsto pone en juego una serie de vacilaciones, elucubraciones, comparaciones, so- bre el fondo de un sistema de medidas, y su afirmacién de que no puede sustraerse ante la tenacidad y la insistencia de ese hombre que la mira sin cesar, Pasa, entonces, a la acciGn; acepta una poster- gada invitacién, pues la inquietud se ha transmutado en halago. El primer paso consiste en pasar de ser mirada a ser hablada, pues es- cucha las palabras de amor que el le dirige. Subyugada, acepta un encuentro amoroso... que, no podia no de- silucionarla, La decepcién no es de amor, sino de goce y se rie, di- ciendo: jc6mo es posible que no guarden proporcién! Proporcién referida al instrumento y que precipita una exclamacién no exenta de anhelo: jpor qué no se dan ambas cosas en uno! Esto parece ilus- trar bien Io que Lacan afirma en “Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina”, en tanto la frigidez, por extenso que sea su imperio, y casi genérico, si se tiene en cuenta su forma tran- sitoria, supone toda la estructura inconsciente que determina la neu- incluso si aparece fuera de la trama de los sintomas. Lo cual 102 FRIDA NEMIROVSKY da cuenta. por una parte, del cardcter inaccesible a todo tratamiento somético, y por otra parte. del fracaso ordinario de los buenos ofi- cigs del compatiero més anhelado. Lacan afirma también allf que s6lo el andlisis la moviliza, a ve- ces incidentalmente 6. La esquizia Este afin de quererlo todo, precipi tructura de sefiuelo que la visiGn implica, Al pretender decir que este enamoramiento podrfa conducitla a ver mejor lo que siente, se equivoca y dice: puedo llegar a salir sin ver nada, Mi intervenci6n se reduce a hacerla escuchar lo que dijo jciegal, y la despido. y pone en evidencia la es- 7. La revelacion Esto desencadena un suefio que Hama: he tenido la revelacién, Esta consiste en poder poner en imagenes ta incégnita de su famosa excitaci6n ciega. Suefia que est4 con un hombre, pero ella tiene el atributo; esté segura que es de él; mientras 1o espera, sola en la ca- ma, que el coloque un casette con la melodia preferida, la invade 1a premura de 1a excitaciGn del érgano y entonces, boca abajo, asiste a lo que sale del pene, que para su asombro, es crema de afeitar. Mientras mira su mano salpicada, se da cuenta que el miembro se ha desprendido de ella y se encuentra a su lado, como miréndola. Se despierta con esa excitacién que nunca entendié a qué respondfa y dice: tuve la revelacién; el orgasmo s6lo es posible si se tiene el pe- ne, y Yo no lo tengo. Le interpreto que ese es el suefio de una gua- cha pistola. Su respuesta inmediata es: no crea que no lo pensé; guacha es no tener padre y yo soy guacha de pene. Asf se piensa, pero lo que et suefto revela, es que allf ve Io que no ve, apertura a la verdadera realidad, que la despierta con angustia. SEXUALIDAD FEMENINA 103 Si cotejamos ese ignorado goce del comienzo con el que se des- Pliega en el suefo. se verifica un desplazamiento en la estructura, que es el siguiente: este goce implica la separacién del drgano. Se {rata en este caso de cmo el ojo esté involucrado en a misma dia- léctica que la del pene. ¥ en consecuencia, la mirada sigue el desti- ‘no del falo. Vemos asf la homologia: pene-ojo - mirada-falo. A su vez comprobamos que Ia frigidez en este caso gira alrededor de un Frigideces Enric Berenguer La relaci6n de la mujer al falo, menos limitada al tener que la del macho, le da la posibilidad de una experiencia de goce a la que ella accede bajo el modo de hacer de objeto!. Pero esto no es sin consecuencias subjetivas. en la medida en que un goce no delimita- do por las coordenadas del falo, depone al sujeto a su propia abo! cin, Pero, de esta abolicién no podemos captar més que sus conse- cuencias de divisién, deductibles de la existencia misma de la de- fensa, asf como una cierta manera de no querer saber nada de esto. {Pero el sujeto —que en tanto tal no tiene sexo— dispone de otra respuesta que la del fantasma para dar significacién a un goce sea el que fuere? Si podemos deducit un goce que excede al falo, su carécter real lo vuelve inaccesible, y s6lo las coordenadas del fantasma pueden darle significacién. En trayecto de ida y vuelta Si Freud insiste sobre el desplazamiento del clitoris a la vagina, es necesario comprender que en el goce femenino, més allé de la fi- siologfa, no se trata de un punto de partida sino de un resultado, En efecto, llegar allf supone un recorrido que pasa por el Otro para re- gresar hacia el sujeto. Este pasaje por el Otro implica que se des- 106 ENRIC BERENGUER SEXUALIDAD FEMENINA, 107 plieguen las consecuencias de ta privacién, en el tratamiento que hace de ello a castracién y el retorno sobre fo que de la privacién no estd enteramente sometido a la castraciGn. Tener acceso a una ciemta asunci6n de la privacién supone saldar algunas cuentas con la castraciGn del padte. Es ésta una lectura posible del re-examen que Lacan hace del Edipo a partir de la privacidn en el Seminario XVI, El Reverso del Psicoandlisis, como “lo que [...] en su esencia [...] se desdobla en, por una parte, castracién del padre idealizado, |...] y por otra parte, [...] asuncién por parte del sujeto, femenino 0 no, del goce de ser privado"®. Se puede entender en este “desdoblamiento”, que hay dos elementos a distinguir, pero también que estén ligados. Fl andi sis opera sobre la via de su distincién, pero ésta no es posible sin si tuar su anudamiento, Su necesidad es una manera de comprender (que para acceder a la feminidad, es necesario pasar, no de 1a madre al padre, sino por el padre, Histeria y feminidad Dos casos nos orientarén para examinar las vicisitudes de dicho pasaje. Nuestra investigacién quiere separar neurosis y feminidad. Si la cuesti6n de la feminidad es imposible de plantear sin la divi- sin inheremte a las paradojas del goce y de sus efectos subjetivo: esto da lugar a distinguir entre las salidas que el sujeto articula, las, que dependen de la neurosis como tal, en 1a medida en que ellas presentan impasses especificos. Las paradojas del goce a las que nos referimos, son aquellas cuya légica es articulada por Lacan en las formulas de la sexuaciGn, las que guiardn nuestra reflexiGn, Es- tas férmulas nos permitirén quizds situar en el caso por caso esta tensién entre la légica del todo y la del no-todo, entre histeria y fe- minidad. Los dos casos que vamos a presentar brevemente, tienen un ras- i go comin: se trata de mujeres que, en un determinado momento, se han considerado como, 0 llamado frigidas. Las dos se caracterizan por un cierto no querer saber nada del goce. Sin embargo, las dife- rencias entre ellas permiten problematizar este término de “frig dez”; hay por otra parte un goce del que no se sabe nada, y por otra parte la relaci6n entre goce y creencia‘. En un caso, se trata de una mujer empujada al andlisis por 1a divisién que implica el goce se- xual, luego del encuentro con un hombre, En el otro caso, no es 1a divisi6n lo que esté en el origen de 1a cura, sino mds bien la queja de la falta en ser, a partir del momento en el que desfallece el sostén de la relacién con otra mujer, reemplazo de la relacién madre-hija. Un caso aparte M. evoca desde el comienzo Ia situaci6n en la que se encuentra, después de un afio y medio de relacién atormentada con un hombre al que ella admira en tanto que “persona” ¢ “intelectual”. Con este hombre que la ama y a quien ella ama, no ha tenido jamés satisfac- cin sexual, més bien una cierta repulsi6n, asociada a la discreta di- ferencia de edad entre los dos. Hasta entonces considerada como frfgida, ya que en las relacio- nes con otros hombres no habia estado nunca satisfecha. Como ella pensaba no haber tenido nunca orgasmo, resultaba menos grave no esperar la satisfacciGn con su nuevo amant Pero algo extrafo le ocurrid; tuvo una relacién sexual con uno de sus antiguos amantes, y no s6lo tuvo un orgasmo, sino que dice haberlo ya experimentado, sin considerarlo como tal. Testimonia ella asf de una divisién subjetiva que toma la forma de un deber. En tanto mujer, debe hacer algo con este nuevo goce que descubre, Se pregunta si de ahf en més debe dejar al hombre excepcional, con quien ella no puede —ni podré nunca— tener ac: ceso a ello, Ella se pregunta igualmente acerca de lo que la habia 108 ENRIC BERENGUER Unido a este homore y el por qué de esta dificultad a separarse de él Con estas dos cuestiones decide emprender un anélisis. Descubre inmediatamente que los hombres con los que ella ha podido gozar sexualmente, tienen rasgos comunes que hacen serie. Ligeramente més j6venes que ella, se distinguen por haberla tratado bastante mal. La relacién con ellos tiene una nota fraterna, y se opone a la relaciGn que ella mantiene con su hombre de excepcién, un poco mayor que ella y que la adora. Poco tiempo después, dos elementos decisivos aparecerén, Dice primero que su padre ha sido siempre un “caso aparte”, hombre de ideales elevados —sostenido hasta “el sactificio quijotesco"— de una moral exigente, Io que no tenfa relacién con ciertos aspectos dudosos de la historia familiar. Luego reporta una serie repetida de escenas de seduceién por parte de un hermano cinco afios mayor, a las que ella se prestaba de buen grado. Un comentario, con un tono de censura, por parte de un amigo, le hizo comprender los pecados cometidos, tanto més embarazosos cuanto que tomaba su primera comunisn “en estado de pecado mortal”, Para agravar la situacién, un tfo paterno ibz a celebrar la ceremonia. Para esta mujer la cuestidn del goce se articula en un margen en- tre la serie fratema de hombres que, sin mucha contemplacién ha- cen de ella un objeto, y por otra parte un amor de excepcin donde el goce sexual esta exclufdo. Es en la dialéctica entre estos dos ele- mentos opuestos que un goce en exceso se manifiesta por primera ver; hay un amor que harfa de ella la nica... pero algo fracasa, algo no puede cerrarse en esta operaciGn, puesto que ella no puede con- sentir al deseo de este hombre, y ella se prohibe el acceso a un goce con la barrera de la aversién 0 de la angustia. Pero este goce que hasta entonces la habfa dejado en la certeza de su frigidez, se pre- senta ahora, en otra parte, y la divide. Es evidente que su acceso al goce femenino pase por una dialéc- tica, por un efecto de retroaccién (apr’s-coup), entre el hombre “fuera de serie”, y un hombre que forma parte de una serie. Opera- SEXUALIDAD FEMENINA 09) cién donde es necesario tener en cuenta los dos tipos de hombre y Jos dos tipos de objeto, que podrfan designar dos goces: los hom- bres de 1a serie que pone en juego el rebajamiento, y en cuanto al hombre fuera de serie, s6lo el anélisis podrd agin dia decir algo de ste objeto més alld de la barrera de la angustia y de la aversiGn. ‘Vemos como ella aborda a través de la neurosis este goce que hacia de ella otra, y 1a volveria, gracias al amor, verdaderamente nica, Parece haber adquirido en su fantasma el sentido del pecado de excepcién, que harfa de ella un caso aparte como su padre. Pero més alld de la escena edipica, podemos aislar la serie de los hom- bres paternos por un lado, y el hombre de excepcidn por el otro, co- ‘mo términos opuestos entre los que su goce de mujer se introduce, encuentra su lugar, Términos opuestos correlativos a los diferentes lugares que ella misma ocupa en tanto que objeto: mujer cualquiera para unos, mujer tinica para el otro. Un goce en el que no se cree La sefiora F. se presenta primero como homosexual y luego co- mo frigida. Es una mujer que no parece haber tenido 1a menor creencia en el padre. El andlisis le ha, a lo sumo, permitido tardfa- mente un cierto respeto. Rechaza encarnar los atributos de la mas- carada femenina para el goce de un otro —ella la denuncia como vacia y detesta esta condicién femenina que encuentra falsa y que la condena al sentimiento de 1a falta en ser, particularmente cuando pierde el sostén de una mujer, para ella sustituto materno. El vaefo que encuentra en el interior del “espantapdjaros” femenino, esta re- doblado por el vacfo que deja un goce en el que ella no cree. En es- te sentido el andlisis le ha permitido dejar caer las justificaciones imaginarias del temor a la penetracién, para llegar a situar su rela- cidn al goce’en el nivel de 1a creencia Ha descubierto una constante en los hombres con los que ella se

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