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Michelle Perrot Modos de habitar La evolucién de lo cotidiano en la Precisamente por tratarse del periodo de formacién de la sociedad burguesa, el siglo XIX proporciona la clave para desentrafiar el contenido de la idea de privacidad que, a principios del XX, ya se habia convertido en uno de los componentes mas activos de la ideologia dominante. Estos nuevos modos de habitar van a tener un claro reflejo en la configuracin de los espacios residenciales privados, que de este modo daran cobijo a unas nuevas relaciones familiares. Michelle Perrot establece los puntos de inflexién de esa generalizacién de la intimidad que, antes, s6lo habia corres- pondido a las clases altas y siempre en un sentido puramente discriminatorio. La vida privada debe quedar encerrada entre muros. No esti permitido indagar ni dar a conocer lo que ocurre en la casa de uun particular», escribe Littré (Dictionnai- re, 1863-1872). Segin él, la expresion ‘canuro de la vida privada», inventada por Talleyrand, Royer-Collard Stendhal, habria tomado cuerpo, como muy pronto, hhacia 1820. ‘Semejante clausura se lleva a cabo de varias maneras, Hay grupos reducidos y microsociedades que, mediante un proce- so de nidificacién, acotan en el espacio pliblico lugares reservados para sus juegos ¥ sus coneilidbulos. Clubes, circulos aris- toeriticos y burgueses, albergues y dormi- torios, cuartos particulares alquilados du- rante una noche para una reunion galan- te, cafés, cabarets y tabernas, 0 esas «ca sas del pueblo» —cuyos reservados aco- gen reuniones clandestinas y cimaras sin- dicales— cuadriculan la ciudad. La socie dad civil no es ese vacio que hubiese preferido de buena gana el Iegislador sus- picaz, sino un hormigueo de alveolos de convivencia donde bullen los secretos* ‘De manera mis trivial, las clases domi- nantes —que viven con ia obsesion de la ‘multitud necia y sucia— se las arreglan para poder contar, en los lugares piblicos y concretamente en los transportes colec- tivos, con ambitos protectores:.palcos de teatro que prolongan el sal de barco 0 cabinas de bao, asi como 2 compartimentos de primera clase; luga- res, todos ellos, que evitan la promiscui- dad y mantienen las distinciones. «La invencién del dmnibus ha supuesto la muerte de la burguesia!, escribe Flau- bert, que convierte por contraste el simén parisiense, que circula con las cortinillas echadas, en el simbolo mismo del adulte- Espejo de virtudes Pero el dominio privado por excelencia es Ja casa, Fundamento material de la familia y pilar del orden social. Escuchemos a Kant, transcrito por Bernard Edelman, cuando celebra su grandezametafisica’ «La easa, el domicilio, es el inico bastion frente al horror de la nada, de la noche y de los oscuros origenes; encierra entre sus ‘muros todo lo que Ia humanidad ha ido acumulando pacientemente por los siglos de los siglos; se opone a la evasion, a la pérdida, a la ausencia, ya que organiza su. propio orden interno, su sociabilidad y su pasion, Su libertad se despliega en lo stable, lo cerrado, y no en fo abierto ni lo indefinido. Estar en casa es lo mismo que reconocer la lentitud de la vida y el placer de la meditacion inmévil (..), La identi- ‘dad del hombre es por tanto domiciliaria, y.ésa es la raz6n de que el revolucionario, el que caroce de hogar y de morada —y {que tampoco tiene por tanto ni fe ni ley condense en si mismo toda la angustia de 1 Ta errabundes (..). El hombre que no es de ninguna parte es un criminal en poten- La casa es un clemento de fijacién, De ahi la importancia de las ciudades obreras en las estrategias patronales de formacién dde una mano de obra estable, asi como de las ideologias de prevision social o fami liar. Frédéric Le Play y sus discipulos se dedicaron a indagar sobre las viviendas populares; la precision de sus descripcio nes, una fuente preciosa para el historia dor, equivale a una diseccién de los com- porlamientos. En otros tiempos, la fisiog~ ‘nomica detallaba el rostro, espejo. del ‘alma; @ partir de entonces, el orden de tuna alcoba va a desvelarnos el de una vida. En las pequefias localidades de la IIT Repitblica Francesa, la cast del maestro tiene que ser una casa de cristal, y su aleoba, «un pequefio santuario del orden, del trabajo y del buen gusto», lo contrario del «cuchitril descuidado del célibe desor- denado, que abandona su domicilio en ‘cuanto puede y no siente gusto por nada ue sea hermoso», segiin el inspector Ri- chard, que esboza en 1881 la traza de la vivienda ejemplar, Lecho austero, «de ca dete», ropa inmaculadamente blanca y ‘objetos menudos «que demostraran que el inquilino es respetuoso con su propia per- sona, sin llegar al rebuscamiento», suelo de madera encerado, sillas de paja, «lim- pias de cualquier tipo de manchas», una 14 (1988) A&Y 1 Salim inglés de tos aos 1880. 2 Remy Gosahe, La seiora ten visa, 1908. 43 Etmicrocosmos de ln car, de Le Magasin puoresque, 1887 2 buena biblioteca», provista sobre todo de clisicos provedentes de la escuela de Magisterio, una vitrina para las coleccio- nes cientificas, una jaula «con pajaros cantores», y algunas plantas verdes; 0 sca, Ja disereta presencia de una naturaleza do- ‘mesticada: tal es el marco ideal para un perfecto misionero de la Repiiblica. Como linico Iujo, sobre la mesa, «un magnifico tapete, hecho con un chal antiguo, sacado del guardarropa materno», que rememore Ia dignidad de las raices y ia buena educa- cion de una madre atenta y esmerada Mis adelante se afladir un piano, algu- ros abjetos de adorno, «bellos modelos de esculturay y-teproducciones de obras Iaestras que «los procedimientos del he- liograbado han puesto hoy dia al alcance de todos tos bolsillos». He aqui «una bonita vivienda» que todos —las autori dades, los padres y los alumnos— podrin visitar sin rubor ante una intrusién en la intimidad, La casa es ademés una realidad moral y politica, No hay elector sin domicilio, ni notable sin casa propia en la ciudad y amplia residencia en el campo. Como sim- bolo de disciplinas y de reconstrucciones, la casa conjura el peligro de las revoluci nies, Viollet-le-Duc publica su Histoire dune maison en. 1873, después de la Co- ‘muna que llamea al fondo del paisaje. El aio del centenario de la Revolucion Fran- esa, Ia seccién de economia social de la A BY (1988) 14 Exposicién Universal (1889) _escogié como tema «La casa a través de las eda- des». Las actividades del gobierno inclui rin muy pronto lo doméstico. EI mundo resumido Pero, durante el siglo XIX, Ia casa sigue siendo un asunto de familia, su lugar de existencia y su punto de reunion, Encarna Ja ambicién de la pareja y la figura de su éxito: fundar un hogar es lo mismo que hhabitar una casa. Las parejas jovenes so- portan cada vez menos la cohabitacion, Viollet-le-Duc: «Yo he visto cémo las mis tiernas relaciones afectuosas de familia se gastaban y se extinguian en la vida en comiin de los hijos casados que seguian viviendo junto a sus ascendientes.» Tener su propia casa, su home —el término se difunde en torno a 1830— 0, en sentido mas popular, el propio rine6n (carrée), es el medio y la sefal de la autonomia. En conflicto politica con sus padres, Gustave de Beaumont y su joven esposa buscan «un hueco donde esconderse». «Tenemos, Clementine y yo, unas ganas enormes de poseer un pequetio home. Pensamos que incluso la cabafia mis insignificante, si uno es su duefio, es un paraiso terrenal» > (1839), «No hay suerte mis envidiable que vivir con independencia dentro de la pro- pia casa, en medio de la familia de uno», eseribe el proletario Norbert Truquin, que ha recorrido el mundo y ha andado de revolucién en revolucién (1888). El inte- rior, que va a designar en adelante no tanto el corazén del hombre como el de la casa, es la condicion de la dicha, y el B confort, la del bienestar. «Amigos mios, incluid esta palabra en vuestro dicciona- Fio, y ojalé que podais poseer todo lo que expresay, aconseja Jean-Baptiste Say ala clase median, ectora de La Décade philo- sophique (1794-1807); y opone este «lujo de comodidad» al gasio de ostentacion’. Como ciencia de! hogar, la economia do- mistica supone equilibrio de vida. Ta casa es también propiedad, objeto de inversion, en un pais donde ia parte correspondiente al capital inmobiliario si- gue siendo importante y su rendimiento resulta honorable. La piedra es la forma primordia de esos patrimonios a proposi- to de los euaes Jacques Capdevielle sugie- re que, al margen de su posesion, consti tuyen un modo de luchar contra ia muer- te. (Una apuesta vita? Por la posesion de una casa inventariada, dividida en lotes, los herederos son eapaces de despedazarse ransformando el nido en nudo de viboras La casa es también el terrtorio median- te el cual sus poseedores tratan de apro- piarse de la naturaleza gracias a la exube- rancia de los jardines y de los invernade- 10s donde las estaciones quedan abolidas; del arte, gracias a la acumulacion de las colecciones 0 al concierto privado; del tiempo, mediante los recuerdos de familia 1 de viajes; y del espacio, a través de los 4 libros que describen el planeta, y de las revistasilustradas —desde L'Mlustration a las Lectures pour tous 0 al Je sais tout, que lo ponen ante los ojos’. La lectura —exploracién desde una butaca—es una ‘manera de colonizar el universo hacigndo- fo legible y, mediante la fotografia, visible. La biblioteca abre la casa al mundo; y encietra ef mundo en la casa ‘Con el cambio de siglo empieza a tomar cuerpo un vivo deseo de integracion y de dominacién del mundo por medio de la casa. El desarrollo téenico —el telefono y Ja eletricidad— permite pensar en la cap- {acion de las comunicaciones, incluso en Ja incorporaci6n del trabajo para todos a domicilio. La pequefia empresa familiar donde trabajan todos bajo la mirada del padre es una aspiracion. ampliamente compartida y el tema de algunas utopias perpetuamente recurrentes. Zola (Travail 1901), lo mismo que Kropotkin, discierne en ella auténticas potencialidades de una futura liberacion. El varén, inseguro de su identidad social, encontraria en ella de nuevo su dignidad de jefe de familia ® Los artistas, por su parte, imaginan una casa totaby, centro de sociabilidad esco- sida y de creaci6n, remodelada —tal es la ‘casa. modem siyle-— hasta en el detalle de sus formas. E, de Goncourt consagra dos volimenes a ia descripeién de La maison um artiste. «La vida amensza con con- Yertire en piblica» —esribe, al tiempo aque designa ala casa como refugio por excelencia— y con afeminarse: el hombre, $0 pena de acabar domesticado, ha de reconguistar la casa por encima de las mujeres, sterdotisas de lo cotidiano. Este mismo es tambien el pensamiento de Hiysmans y de todos aquéllos a los que inguieta, en os albores del siglo XX, la emancipacion de la mujer nueva ‘GOs. odio, familias! ;Contraventanas cerradas, pucrtas atrancadas, poscsiones celosas dela dichal» escrbiri mis tarde ‘André Gide. Fortaleza de In privacy que protegen a la vez el umbral, Ios conseries ~uardianes del templo— y la noche, el verdadero momento de lo intimo: la casa es escenario de luchas internas, microcos- mo atravesado por las sinuosidades de las fronteras donde se enfrentan lo pibli- 60 y lo privado, hombres y mujeres, pa- Ares e hijos, amos y eriados, familia © individuos. Distibucion uso de las habi- taciones, escaleras y pasills de cieula- cidn de personas y cosas, lugares de retra- miento, de los cuidados y os placer del cuerpo y del alma; todo ello obedece a las estrategas de encuentro y de evasion que airaviesan el deseo y la inquietud de uno mnismo. Gritos y susurtos,risas y sollozos ahogados, murmullos, ruidos de pasos 14 (1988) A&V. que acechan, puertas que rechinan y el inexorable reloj de péndulo, tejen las on- das sonoras de la casa, El sexo se esconde en el corazin de su secreto. Interiores burgueses Con seguridad, este modelo de casa —la casa modelo— es el propio de las intimi- dades burguesas. Un modelo que desgra- na sus variantes de innumerables porme- nores desde el Londres victoriano a la Viena de fin de siglo ¢ incluso, mas al este, hhasta el corazn de Berlin y de San Peters- burgo. Cabe la hipotesis de una relativa Unidad del modo de vida burgués del siglo XIX y de las formas de habitar, reforzada incluso por Ia circulacion europea de los lipos arquitectonicos. Se trata de una sutil mezcla de racionalismo funcional, de un muy reducido y de nostal- , particularmente viva en los paises en los que subsiste una vida cortesana. Incluso en los paises democra- ticos, Ia burguesia s6lo tardiamente con- quist6 la legitimidad del gusto, y su deco- Tacién ideal siguid siendo la de ios salones, ¥ palacios del siglo Xvi, la del «placer de Vivir, No obstante, jeuintos. matices, cuintas disparidades engendradas por las culturas nacionales, religiosas o politicas, en las relaciones sociales, en las familiares, en los roles sexuales y, por consiguiente, A GY (1988) 14 1 Ignaz Schock, Proyecto para ama biblioteca, ta90, 2 Mihaly Munkacsy, Ineriorparisione, 1877, 3. Interior ural con cocina-sta 4 Lorenao Valles, Bvt de arti, 5 Marie Petit, Las plonchodorar, 1882 {6 Voloskov A’ Jakovlevich, £1,183 en las estructuras y los usos de la casa que los expresan! En La lengua absuelia® compara Elias Canetti las distintas casas de su infancia, En Rustchuk, region del Danubio infe- rior, en torno a un patio-jardin donde entran los cingaros todos los viernes, hay tres casas idénticas que acogen las vivien- das de los padres, de los abuelos, de un tio y de una tia. Viven habitualmente en casa inco o seis jovenes sirvientas billgaras vyenidas de las montafas, que andan de un lado para otro de la casa con los pies descalzos; al anochecer, recostadas en los divanes turcos del salén, cuentan historias de lobos y vampiros. En Manchester, un ama de llaves gobierna la nursery, situada en el piso superior; ratos perdidos de soledad pasados en descifrar las figuras del papel de las paredes; el sibado por la noche, los nos descienden al salon y recitan poemas a los invitados, que se desternillan de risa; el domingo por la ‘mafiana hay jolgorio: los chiquillos tienen libre acceso a la aleoba de los padres y saltan sobre sus camas separadas, como cra costumbre en la Inglaterra protestan- te. El orden de los ritos y los lugares apropiados compartimenta el espacio y el tiempo. En Viena, apartamento en el piso superior con balcOn y antecimara, en la que una doncella muy estirada selecciona alos visitantes; paseos ceremoniosos por el Prater. «Todo giraba en torno a la familia imperial; ésta era Ia que daba el tono, y este tono era el que prevalecia en la nobleza y hasta en las grandes familias burguesas.» En Ziirich, por el contrario, «ano habia Kaiser ni nobleza imperial (.). De cualquier forma, yo tenia la seguridad de que en Suiza no habia nadie que no tuviera su propio lugar, que no contara por si mismo». No cabia la posibilidad de relegar a las criadas a la cocina, como en ‘Viena; hacian sus comidas en la mesa familiar, por lo que la madre del autor no quiere oir hablar ya de ellas. Con esto se refuerza la intimidad: «Mi madre estaba alli siempre a nuestra disposicién; no habia nadie que se interpusiera, no la perdiamos nunea de vistay; era un aparta- mento singularmente estrecho. La topo- sgrafia decide las costumbres, La casa rural, espacio de trabajo Pero hay otras facetas no menos impor- tantes. Ante todo, la oposicion entre la ciudad y el campo, fractura profunda de las intimidades, sin olvidar que en los confines del siglo Xx la mayor parte de la poblacién europea sigue siendo rural. El campo no ignora ni la intimidad ni el seereto, pero éstos no son consustanciales al espacio abierto: el muro corresponde 1s al silencio; y la brecha, a la confidencia La ‘casa’ se extiende ala explotacin: la casa y el oustal incluyen las tierra. Rudi- mentaria y superpoblada, la casa-cdifcio es un instrumento de trabajo mis que un interior; a mirada del viajero etndlogo 0 del edueador urbano no ve en ella mas {que promiscuidad animal, sobre todo Cuando animales y personas duermen bajo el mismo techo. Bl exterior —el granero, las breias, la zanja en los prados cereados con setos, el bosquecllo en medio de los campos Fasos en que se resguardan las pastoras, las orllas umbrosas del rio—; todos esos parajes son, por encima de la habitacién comin, 10s. sitios propicios para los juegos del amor y los cuidados del cuerpo; en la casa todo el mundo se halla bajo las miradas de los demis. La transgresion resulta dif y solo se vuelve factible con el consentimiento mis o me- nos tacito de los otros. Disimular un em- barazo, y mis ain un_alumbramiento igué torturadora angustia para aquellas {que no pueden beneficiarse de la conni- veneia de las mujeres del ugar La individualizacion de las costumbres, Tigada a las migraciones y a la amplicion el horizonte provocada por los: medios ‘de transporte, desde los ferrocartiles hasta las bicicletas’ (gracias a éstas, la gente joven se va a bailar a otros sitios), con- Vierte en insoportables semejantes atadu- ras. En periodos de entreguerras, la nega- tiva de las mujeres a aceptar la Cohabita- cién con sus suegras y el deseo de un espacio intimo y de una cogueteria que se traduce en limpieza,serén dos factores del éxodo femenino y del ealibato masculino Ciudad abierta Apretujadas en infectos cuchitriles, las clases populares urbanas desarrollan de manera diferente su intimidad. Las pro- miscuidades de las que parecen gustar incluso en sus placeres —para el mismo Zola, el baile popular es pura excitacién sexual— son a los ojos de las clases altas el signo de una sexualidad primitiva y de una condicién salvaje que, en virtud de su deseo creciente de dignidad, los mismos 16 militantes aceptan cada vez con mas difi- ccultad. «Las gentes viven alli en completa confusion, como animales. Estamos en pleno mundo salvaje», dice Jean Allemane al describir las viviendas obreras; mis 0 menos lo mismo que, cincuenta aiios an- tes, decia el doctor Villermé en su encues- ta Sobre los obreros de la industria text Tanto el patronato industrial como los ‘médicos propagandistas de la higiene pit blica elaboran politicas de vivienda dest nadas, mediante una distribueion adecua- da de la poblacién, a salvar a los obreros de la tuberculosis y el alcoholismo. La nocién de «vivienda minima», con normas de comodidad y de cubicacién del aire, empieza a perflarse a finales del siglo XIX. EL mismo movimiento obrero, durante ‘mucho tiempo relativamente insensible a cesta «cuestiOn de 1a vivienda», empieza a reivindicar @ comienzos de ‘siglo «aire puro» y «salubridad> Sin poner en duda los beneficios de una filantropia de la vivienda cuyos resultados no dejan de ser, por lo demas, muy limita dos hasta 1914, conviene desde luego seilalar su ceguera obsesiva con respecto a las formas de la vida cotidiana de las clases populares!2. Forzadas a «vivir en Ia calle», éstas se las ingenian para sacar partido de las posibilidades de los inmue- bles colectivos y del barrio, del espacio intermedio, de esa zona de ayuda mutua y ‘comunicacion. Durante el siglo XIX, las prioridades presupuestarias de los obreros se dirigen no a la vivienda —fuera de su alcance— sino al vestido —mas accesi- ble—, cuyo interés se difunde cada vez ‘mis porque permite precisamente partici- par en el espacio piblico sin avergonzarse hacer en él un buen papel (Ia bella figura de los italianos, expertos en este paticu- lar), como habia percibido con exactitud Maurice Halbwachs, Un ereciente deseo de intimidad Con cl aumento de la sedentarizacion de Ja clase obrera y el agravamiento de las ‘condiciones del alojamiento, quejas y de- seos se van precisando. Durante la en- ‘cuesta parlamentaria de 1884, los obreros interrogados —y es la primera vez que ello sucede— sé extienden en recrimina- ciones contra la suciedad de las viviendas, las «alcobas llenas de chinches», y los inmuebles de alquiler: paredes mugrien- tas, letrinas siempre atascadas, olores nauseabundos, etc. De modo mas positi- vo, manifiestan determinadas peticiones: un poco mas de espacio, al menos un par de cuartos y, si hay hijos, «si el padre de familia se respeta, tres o cuatro piezas no son demasiadas». La decencia conyugal se pone por delante de la reivindicacion de los excusados. En cuanto les es posible, los obreros empiezan a separar la habitacion de los padres de la de los hijos. Tener una cama de madera en lugar de un jergin cequivale a sentirse instalado: una obrera, hhacia 1880, trat6 de matar a su compaiie- ro porque habia gastado el dinero ahorra- do para la compra de una cama, lo que hhabria significado la consolidacién de Ia pareja. Maréchal, al esbozar un proyecto de construcciones obreras, no se atreve a dejar previstos unos IVC particulares: «El pueblo no demanda tener retretes en casa.» Pero si que pide casas de dimensio- hes modestas, con una gran variedad de fachadas, «a fin de que no haya en ellas hada que pueda hacer pensar que se trata de una ciudad obreray. Horror al encuar= telamiento y deseo de una vivienda indivi- dualizada Son cosas que se manifiestan claramente en estos textos !2 La necesidad de calor, de limpieza y de aire puro y, muy pronto también, de inti- ‘iad familiar; un deseo loco de indepen- dencia y el gusto por los espacios de «tiempo libre», en los que uno se puede entretener con Io que quiera; son otros tantos aspectos de un programa que no se reduce a ser una imposicién burguesa. Los anarquistas suefian con él. Cuando imaginan la ciudad futura, después de la Revolucion, Pataud y Pouget la describen ‘como una ciudad jardin. Y, por los mis- mos afios, los encuestadores. britanicos subrayan en la clase obrera inglesa una necesidad agudizada de la privacy del home, ahasta tal punto gravita el temor a una intromisién del vecino» ' 14 (1988) ARV. 1 BI Pais popular 2 La modestavvienda de un contabl 3 Una cus rural Moe d tere, 1878 «Los obreros le atribuyen més valor a la vivienda que a la ciudad», eseribe Mi- cchel Verret en su libro sobre El espacio obrero contemporinco", Antes de 1914 semejante situacién esta alin lejos; pero empieza a aproximarse. Un triple deseo de intimidad familiar, conyugal y personal atraviesa el conjunto de la sociedad y se afirma con particular insistencia a comienzos del siglo Xx. Se ‘expresa concretamente en una repugnan- cia mayor a admitir los apremios de la promiscuidad y la vecindad, yen un au- mento de la repulsion ante el panoptismo de los espacios colectivos —prision, hos- pital, cuartel, internado— o de los contro- les ejercidos sobre el cuerpo: un diputado de extrema izquierda, Glais-Bizouin, pre- senta en 1848 un proyecto de ley en contra de los cacheos aduaneros. El deseo de un incon propio es la expresion de un sentido creciente de la individualidad del cuerpo y de una con- Ciencia individual levada hasta los limites del egotismo por los escritores. «Hay que Cerrar puertas y ventanas, recluirse en uno mismo como un erizo, encender en la cchimenea de casa un amplio fuego, ya que have frio, y evocar en el propio corazén tuna idea grande» "5, escribe Flaubert. «Ya {que no podemos descolgar el sol, hemos dde cerrar todas nuestras ventanas y encen- der las uces en nuestra habitacién **.» Sin ninguna duda, el hombre interior ha pre- A&Y (1988) 14 3 cedido al propio interior. Pero, XIX, la habitacion es el espacio del en- sueiio; en ella se reconstruye el mundo. Ya puede verse todo lo que esta en juego en el espacio privado, donde se ‘materializan las miras del poder, las rela- ciones interpersonales y la busqueda de uno mismo. Por ello no es sorprendente que la casa adquiera tal importancia en el arte y la literatura. Jardines soleados de ‘Monet, ventanas entreabiertas de Matisse, sombras erepusculares de la kimpara en Vuillard: la pintura penetra en la casa y sugiere sus secretos. La silla de paja de la alcoba de Van Gogh nos revela toda su soledad. ‘Muda durante mucho tiempo a propé- sito de los interiores, la literatura empieza enseguida a describirlos con una minucio- sidad en la que se evidencia el cambio de la mirada sobre los espacios y las cosas iQué camino se ha recorrido desde los secos croquis de Henry Brulard a los meticulosos inventarios de Mawnort, el doble de Martin du Gard", y, finalmen te, a La Vie, mode d'emploi de Georges Perec! sgl pb, te Cn re Sp Ine Joep Use Oh 7

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