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MODERACIÓN Y TRADUCCIÓN
Lvic15
CORRECTORA
Neera
DISEÑO
Daniela Herondale
Jessibel
SINOPSIS 1 CAPÍTULO 15 110
CAPÍTULO 13 89
CAPÍTULO 14 99
L
a apuesta era simple.
Extraes un nombre del sombrero.
Esa es la chica que tienes que seducir.
No era difícil para mi hacer, de hecho fue algo que hice todo el tiempo.
Era conocido por romper corazones. El sexo solo fue eso, sexo. Y no me tomó
demasiado para tener a una mujer sobre su espalda.
Y entonces, extraje su nombre: Jules Peterson.
Mi antigua mejor amiga. Mi primer beso. Ella rompió mi corazón en
un millón de pedazos hace tres años. Ella precisamente me dejó cuando más
la necesité.
Y como quien fuera cosa del destino, ella entró a mi vida una vez más,
casi en el momento perfecto.
Ella era un traslado, carne fresca y puso un objetivo en su espalda.
Era mi turno hacerle pagar. Era mi turno para romper su corazón.
Sostener ese odio, ese furor, ese maldito corazón roto, hizo algo en ti.
Te rompe y me rompió, me corrompió, como lo hice con Jules.
Ella solía ser mi todo, pero ahora no es más que La Apuesta.
L
amo mis labios, la rubia de pechos grandes sentada a mi lado pone
mi miembro duro como una roca. Sé que debería concentrarme en
la mierda que el profesor está diciendo, pero no me importa. Sólo
puedo pensar en las cosas que hará con sus labios y su lengua en una hora.
Un fuerte chirrido llena la habitación interrumpiendo al señor
Johnson, y momentáneamente me saca de mis pensamientos sobre Layla, o
tal vez es Lacey, no lo recuerdo. Miro hacia la chica de al lado y hacia la
puerta.
Quienquiera que sea, estará en problemas. En la universidad, a los
profesores no les importa si llegas tarde o no apareces, así que no estoy
seguro de por qué el señor Johnson hace un espectáculo con los que llegan
tarde, aun así, estoy seguro que va a empezar a quejarse en un segundo.
Todo mi mundo gira sobre su eje cuando veo a la persona que entra
en la habitación. Grandes ojos azules, labios suaves y rosados, y largos rizos
rubios, tal como los recuerdo.
Jules.
Mi corazón comienza a latir fuera de mi pecho con sólo una mirada.
De ninguna manera. Debo estar soñando, drogado o borracho, o las tres
cosas combinadas, porque no hay una maldita manera de que ella esté
realmente aquí, mucho menos en esta clase.
No la he visto en tres años.
Tres. Malditos. Años.
Su recuerdo es como un hierro candente en mi piel. El día en que se
fue, fue el día en que perdí un pedazo de quien era... un pedazo que tiré
sobre mi hombro y que nunca me molesté en encontrar de nuevo. Aprieto
los dientes y mi mandíbula se flexiona con la presión.
El señor Johnson se da la vuelta, con el dedo ya levantado como si
estuviera a punto de gruñirle, pero cuando ve al dulce ángel de pie en medio
de la habitación, su cara cambia, transformándose en otra cosa. Ni siquiera
él se atreve a gritarle a esta dulce criatura.
Dulce criatura. Casi resoplo. Esta chica, bueno, claramente una mujer
ahora, dadas las curvas que esconde y los vaqueros ajustados que muestran
su completo trasero me rompieron.
—Lo siento. No quise interrumpir. Me costó mucho encontrar la clase
—susurra, con su voz de cantante llenando la habitación.
Bate sus largas pestañas inocentemente y todo lo que él hace es
aclararse la garganta y hacer un movimiento para que ella se siente.
La mayoría de los imbéciles en esta sala probablemente piensan que
está actuando, haciendo el acto inocente, la mujer que no puede hacer nada
malo, pero yo sé más. Todo en ella es dulce y gentil. No le haría daño a una
mosca. Nunca vio nada como una molestia, ni siquiera a mí.
Jules siempre ha sido la persona más dulce que conozco... hasta el
día en que me arrancó el corazón del pecho y se fue, llevándose los pedazos
destrozados con ella. Su dulzura se volvió agria el día en que se mudó, y
todo porque quería complacer a su padre. Ni siquiera peleó. No luchó por
nosotros, por nuestra amistad, por la oportunidad de un amor.
Se fue... se fue cuando la necesitaba más que nada, más que el aire,
más que la vida. Perderla fue como perder un pedazo de mi alma, me mató,
pero sobreviví. Me reconstruí y me convertí en el hombre que soy hoy.
—Disculpe —susurra, caminando por el pasillo central acercándose
cada vez más a mí.
Cada paso que da me enfurece. No quiero que esté cerca de mí, y
mucho menos que esté en la misma habitación que yo. Ella ubica un asiento
abierto en la fila frente a mí, y se desliza en él, pero no sin antes levantar
los ojos para inspeccionar la habitación.
El profesor ya ha empezado a hablar de nuevo, y la mayor parte de la
habitación está enfocada en la pizarra, garabateando cada pequeña palabra
que él escribe, de manera que nadie nota sus miradas. Mete un mechón de
pelo rubio detrás de su oreja y luego, como si todo el maldito universo
quisiera condenarnos, sus ojos se fijan en los míos.
Esos grandes ojos azules, los que una vez estuvieron tan llenos de
vida, de maravilla, de amor por mí, por nosotros. En ese instante, el maldito
mundo entero podría explotar a nuestro alrededor y no nos daríamos
cuenta. Parece sorprendida de verme, tan sorprendida como yo de verla, y
luego una pequeña sonrisa tira de sus labios regordetes.
—Remington... —la chica de al lado gime, frotando su manicura
contra mi muslo, y de repente mi miembro se ha desinflado.
Me siento mal del estómago, mis entrañas se retuercen, todo por culpa
de Jules.
Me brinda un pequeño saludo y luego se acomoda en su asiento.
¿Qué demonios? ¿Qué demonios acaba de pasar? ¿En serio acaba de
saludarme? La ira al rojo vivo me atraviesa. ¿Quién demonios se cree que
es? Saludándome, actuando como si no supiera qué demonios hizo. La hora
parece seguir adelante, y con cada minuto que pasa, mi ira parece crecer.
Me siento como una olla de agua hirviendo. A un solo segundo de bullir.
—¿Todavía quieres salir después de clase?
—No —digo entre dientes.
—¿Por qué? No me digas que es por esa chica que te acaba de saludar.
¿Quién es ella de todos modos?
Uso mi mano, quito la suya del muslo y agarro mi bolígrafo con fuerza
suficiente para romper la maldita cosa. Tal vez debería decirle, sí, pero la
rubia de dulce sonrisa y suave corazón acaba de arruinar mi maldito día,
mi año, demonios, mi vida.
—No es nadie. Ni siquiera la conozco, así que deja de actuar celosa —
susurro cuando todo lo que quiero hacer es gritar.
Me pregunto si Jules puede oírme, eso espero. No quiero que intente
llegar a mí, que intente hablar conmigo. No quiero que ella tenga nada que
ver conmigo.
—Bien, entonces ¿por qué?
Hace pucheros, y yo me alejo de ella.
Esta aula es demasiado pequeña, llena de demasiada gente, y siento
que me estoy asfixiando. Su mera presencia me hace sentir como si me
arrancaran el corazón del pecho otra vez.
—Tengo que irme, Remington.
Sacudo la cabeza, sin comprender lo que dice.
—¿Qué demonios, Jules? ¿Por qué?
Sé que no debería decir malas palabras, pero no lo entiendo. Ya he
perdido a mi madre. Si pierdo a Jules también, me arriesgaré a caerme de la
parte más profunda.
Muerde su labio inferior entre sus dientes mirándome como si no
quisiera decir lo que va a hacer a continuación.
—Sabías que mis padres se estaban divorciando, y mi madre, está
demasiado ocupada con el trabajo para que yo viva con ella. Tengo que
mudarme con mi padre.
Parpadeo.
—¿Mudarte? ¿Marcharte?
Mis pulmones se desinflan, mi corazón se rompe por la mitad.
—Sí. —Frunce el ceño—. Traté de razonar con ellos, Remington. Le
pregunté a mi madre si podía quedarme con ella. Soy lo suficientemente
mayor, pero ella dijo que no. Viaja demasiado y no puede arriesgarse a
dejarme sola durante días.
Entiendo lo que dice, pero todo lo que puedo sentir es dolor, ira,
angustia.
—Eres mi mejor amiga, Jules. Te necesito.
Mi voz se quiebra y mis entrañas se retuercen dolorosamente.
—Lo sé. —Las lágrimas brillan en sus grandes ojos azules—. Tenemos
el teléfono. Puedo llamarte, para ver cómo estás. Puedo venir a visitarte.
Aprieto mi mano en un puño. Estoy enfadado, con Jules, con sus
padres, con mi propia madre por elegir el maldito licor en vez de a sus hijos.
—Sabes qué, no te preocupes por mí. Ve a vivir con tu papá.
Mis palabras la atraviesan, y puedo decir que duelen. Alarga su mano,
aterrizando en mi bíceps, pero me encojo de hombros. Si se preocupara por mí
tanto como dice, encontraría la manera de hacer que esto funcione.
—No actúes así. No es que quiera hacerlo.
Puedo oírla hablar, pero todo lo que puedo sentir es la traición. Si se va,
si ya no va a estar aquí, entonces debería terminar con esto, arrancarme el
maldito corazón en vez de dejarla hacerlo.
—Vete, Jules. Ve a empacar tus cosas y sal de mi vista. No quiero volver
a verte nunca más.
Apenas consigo sacar las palabras. Dios, duele decirlo, duele mucho.
—¿Qué? No lo dices en serio.
Me agarra de nuevo, pero doy un paso atrás, poniendo espacio entre
nosotros.
Esto es todo. El fin.
—Sí. Nunca me preocupé por ti, por nuestra amistad. No significa nada.
Igual que mi madre. Nada. —Puntué las palabras, mirándola fijamente. Sus
labios rosados tiemblan, los labios que he pensado en besar toda mi vida, sus
manos tiemblan, y cuando las lágrimas empiezan a caer, me doy la vuelta.
—Tú... no puedes... —empieza, pero me doy la vuelta, entrando en su
espacio.
Nunca le he hecho daño, nunca quise que me tuviera miedo, maldita
sea si eso es lo último que quería, pero verla ahora mismo con lágrimas en los
ojos, pareciendo que es ella quien tiene derecho a que le rompan el corazón,
me enfurece. Sólo hay dos mujeres que he amado en mi vida, y ya he perdido
una, ahora la estoy perdiendo también.
Dejándome sin nadie...
—No me importas. Vete. Ahora. Nos has arruinado. Has arruinado
nuestra amistad.
—No puedo cambiar algo sobre lo que no tengo control, Remmy.
—Yo tampoco. Ahora sal de mi vista. No quiero volver a verte nunca
más.
Su boca se abre como si fuera a decir algo, pero sacudo la cabeza,
dándole una mirada de advertencia. No quiero escuchar otra palabra saliendo
de su boca. No quiero volver a ver sus labios rosados, sus grandes ojos azules
o sus suaves rizos rubios.
—Remington —alguien llama, sacándome de mi recuerdo, y parpadeo
dejando que la imagen de la cara de Jules manchada de lágrimas
desaparezca de mi mente. Me doy cuenta entonces de que la gente está
empezando a salir de las aulas. Maldición. Mis ojos se mueven al asiento de
enfrente, en el que estaba Jules antes de que me separara. Está vacío ahora,
gracias maldita sea. Ahora todo lo que tengo que hacer es deshacerme de
esta chica y podré salir de aquí.
—Mira, Lacey... —empiezo, levantándome.
—Es Layla, en realidad —dice con desdén y disgusto en sus ojos.
—Uhh, sí, lo siento, de todos modos... tengo cosas que hacer. ¿Te
enviaré un mensaje más tarde?
Meto toda mi mierda en mi mochila y empiezo a bajar las escaleras,
negándome a dejarla hablar. En cuanto salgo del aula, la veo.
Jules. Mi corazón. Mi maldita mejor amiga.
Sus ojos conectan con los míos, mientras una sonrisa tira de sus
labios rosados, y da un paso adelante. Aprieto mi mochila, cada músculo de
mi cuerpo se tensa.
Con un demonio.
¿Qué carajo cree que está haciendo?
M
i corazón late tan furiosamente dentro de mi pecho que creo que
se liberará de mi cuerpo y correrá por el pasillo. Han pasado tres
años... tres largos años desde el día en que él tomó mi corazón y
lo pasó por la proverbial licuadora. Doy un paso adelante, mis pies se
mueven solos.
Luce tan diferente ahora, más grande, más alto. Tan alto que tengo
que mirar hacia arriba. Mis ojos recorren su cuerpo, está tonificado y
musculoso, como el de un atleta. Se me hace agua la boca al verlo.
Los vaqueros rasgados y la camiseta blanca que lleva no hacen nada
por ocultar su cuerpo cincelado. Su pelo castaño oscuro sigue tan rebelde
como siempre, yendo en todas direcciones. Lo único que parece no haber
cambiado son sus ojos verde oscuro que actualmente atraviesan los míos,
como un fuego furioso parpadeando en sus profundidades. Mantiene la
cabeza alta, en señal de la arrogancia que rezuma desde dentro.
Tiene el ceño fruncido, y en vez de parecer feliz de verme, parece
enfadado, imposiblemente enfadado. Todavía no puede estar enojado porque
me mudase, ¿verdad? No, no hay manera. El Remington que conocí nunca
me guardaría rencor.
Aun así, recuerdo las cosas que dijo esa noche la última vez que lo vi.
Incluso entonces, nunca creí que fuera en serio lo que decía. ¿Cómo podría?
Habíamos sido amigos desde la escuela primaria, no podías olvidarte de
alguien... no podías empezar a odiarlo por algo que no era realmente su
culpa.
Mi cuerpo reacciona a su presencia como siempre lo hizo cuando
éramos niños y me encuentro dando un paso adelante, y luego otro hasta
que estoy frente a él envolviendo mis delgados brazos alrededor de su centro.
—Remmy —suspiro, sintiéndome demasiado feliz de verlo. Por una
fracción de segundo, todo está bien en el mundo de nuevo. Mi padre no está
muerto. Mi madre es feliz. Remington y yo somos amigos de nuevo. Me apoyo
en él, cerrando los ojos, y dejando que su calor se filtre en mis huesos, en
cada poro de mi cuerpo.
Sigue oliendo igual, a jabón y menta. Su cuerpo, aunque más duro,
se sigue sintiendo igual, y sonrío contra su pecho. No puedo creer que esté
realmente aquí. No esperaba verlo, no hoy, y tal vez nunca más.
Entonces el momento pasa, y soy arrastrada de vuelta a la realidad
cuando alguien me aparta de él. Mis ojos se abren y me doy cuenta de que
nadie me ha alejado de él, sino que él me está alejando. Mi boca se abre y
estoy a punto de preguntarle qué pasa cuando veo la ira reflejada en sus
ojos.
Sus dedos envuelven mi brazo, su agarre es tan duro como el acero y
comienza a bajar por el pasillo mientras me arrastra tras él. Apenas puedo
seguir su rápido ritmo, su altura hace que sus pasos sean más grandes que
los míos. Aparentemente, no soy la única confundida porque todos los que
pasamos parecen tan sorprendidos y atónitos como yo.
Doblamos la esquina y abre la primera puerta que pasamos,
empujándome dentro de la habitación. Tropiezo con mis pies y me agarro a
una mesa para equilibrarme cuando me suelta con un empujón. Mi corazón
está en mi garganta, y mis pulmones arden, negándose a llenarse de aire.
Miro alrededor del aula vacía, preguntándome qué demonios pasa cuando
él abre la boca y empieza a gritarme.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo? No puedes entrar aquí
fingiendo que me conoces —sisea, sus palabras se sienten como un cuchillo
romo cortando mi pecho.
¿Fingir que le conozco? No entiendo lo que quiere decir, ni tampoco
entiendo por qué está tan enfadado, tan insidioso. Solíamos ser mejores
amigos, ciertamente, él lo recuerda, ¿verdad? ¿Hubo algún accidente
mientras estaba fuera? ¿Se lastimó y se golpeó la cabeza? ¿No recuerda
quién soy?
—¡No me hables, no me saludes, ni siquiera respires en mi dirección
y definitivamente no me llames Remmy! Me llamo Remington. Ya nadie me
llama Remmy, especialmente no tú —ataja, exhalando un aliento
desordenado, su mirada se oscurece—. Sólo mantente fuera de mi camino,
y lejos de mí. No quiero tener nada que ver contigo.
Su insinuación de que no soy su amiga me devuelve a la realidad, y
de repente yo también estoy enfadada, más que enfadada.
—No es posible que sigas enfadado por algo que pasó hace cinco años
—resoplo y una risa amarga se aloja en la punta de mi lengua.
Da un paso adelante, su cuerpo se cierne sobre mí, sus ojos son
oscuros, tan oscuros que casi parecen negros. Nunca le he tenido miedo,
nunca en toda mi vida, pero ahora mismo, hay algo tan desconcertante, tan
intimidante en él que casi quiero salir corriendo por la puerta.
—Oh, créeme... no estoy enfadado. Nunca me preocupé por ti. Me
alegré de que te mudaras, de que por fin me librara de tus malditas quejas.
Sólo era tu amigo por Jackson —se burla, me sonríe y creo que ni siquiera
sabe lo mucho que me han herido sus palabras, no podría, no sabe lo que
le pasó a mi hermano.
El recuerdo de mi hermano es más de lo que puedo manejar en este
momento, las heridas de su pérdida aún están frescas, aún en carne viva.
No puedo hacer esto con él, no sin tener un colapso mental. Paso por delante
suyo y abro la puerta, agradeciendo a Dios que no intente agarrarme.
Apenas puedo ver a dónde voy mientras camino a toda velocidad por
el pasillo, encontrándome con varias personas al salir. Tengo que salir...
necesito un poco de aire fresco. Me siento como si me asfixiara, mis
pulmones se sienten privados de aire, sin importar cuántas veces inhale y
exhale.
Una vez fuera, fuerzo el aire en mis pulmones, respirando un par de
veces para detener el ataque de pánico que estaba a punto de llegar.
Abrazarle fue una mala idea, hablar con él probablemente fuera una
idea aún peor. Me equivoqué al pensar que no me guardaría rencor desde
ese día. Estaba herida, destrozada por perderle, por las cosas que dijo, pero
nunca le hubiera tratado como él me trató a mí.
Presiono una mano sobre mi pecho y alejo los pensamientos de mi
hermano y mi padre. Perderlos fue duro, y es la única razón por la que estoy
aquí ahora. Ni en mis sueños más salvajes hubiera sospechado que
Remington estaría aquí también. Pensé que se alejaría de su familia tanto
como pudiera, y aun así se quedó delante de sus narices.
Saco mi teléfono del bolsillo y compruebo la hora. ¡Mierda! Mi pequeña
conversación con Remington me retrasó y ahora voy a llegar tarde a otra
clase. Vuelvo a meter mi teléfono en mis vaqueros apretados y empiezo a
correr por el campus. Mi próxima clase no está tan lejos y por la gracia de
Dios, de alguna manera llego a la clase sólo un poco tarde. El profesor ya
está hablando cuando entro y por supuesto, como en la última clase, todos
los demás estudiantes están sentados en silencio en sus sillas.
Todos los ojos están puestos en mí mientras intento colarme en la
habitación y encontrar un asiento. Mis mejillas se calientan con todos los
ojos que escudriñan mi cuerpo... Es mitad del semestre, así que cualquiera
que sea nuevo va a llamar la atención, al menos eso es lo que me digo para
no pasar todo el día sintiéndome cohibida.
Me siento en el primer asiento libre que encuentro, tratando de reunir
mis pensamientos lo suficiente para al menos escuchar lo que el profesor
está diciendo. Saco un bolígrafo, un cuaderno y me preparo para aprender.
—Un día difícil, ¿eh? —susurra alguien a mi lado.
Giro la cabeza y miro fijamente al tipo que está a mi lado. ¿Realmente
me veo tan agotada? Lo miro con curiosidad. Es atractivo a la manera de un
chico americano, definitivamente nada como Remington, eso es seguro.
Alejo ese pensamiento. No debería comparar a nadie con ese imbécil.
—Sí, se podría decir eso —respondo, brindándole una pequeña
sonrisa antes de volver mi mirada al frente de la sala donde el profesor
comienza a dibujar un diagrama en la pizarra.
—Supongo que eres nueva aquí, ya que estoy seguro de que recordaría
haber visto una cara tan bonita en esta clase.
—Gracias, y sí, soy nueva. ¿Es tan obvio?
Aparto un mechón de pelo de mi frente y veo como el chico observa
mi cara.
—En realidad no, pero como dije, estoy seguro de que habría notado
a alguien tan atractiva como tú entrando en clase.
Le brindo otra sonrisita, sin querer ser grosera, aunque no me
importan mucho sus cumplidos, sobre todo después del día que he tenido
hasta ahora. Abro mi libro e intento concentrarme en el material que tengo
delante, pero sigo repitiendo todas las cosas horribles que Remington me
dijo. Es como si mi mente quisiera torturarme, haciéndome revivir ese
momento una y otra vez.
Pensé que tal vez, sólo tal vez, estaría feliz de verme cuando nos
viéramos de nuevo, pero pensé mal. Aun así, aunque no quisiera verme, no
esperaba que me tratara tan mal. Estoy tan absorta en pensar en Remmy
que casi no me doy cuenta de que el chico que está a mi lado me está
mirando. ¿Por qué me está mirando? ¿Hay algo en mi cara?
Golpeo mi bolígrafo en mi cuaderno con impaciencia y espero que la
clase acabe. Trato de ignorar la sensación de sus ojos sobre mí y me
concentro en la pizarra por unos minutos más. El profesor dice algo sobre
una tarea que enviará a nuestros correos electrónicos, y luego todos
comienzan a moverse, arrastrando los pies fuera del salón de clases.
Pestañeo, dándome cuenta lentamente de que acabo de soñar despierta
durante toda una clase.
—Soy Cole, por cierto —dice finalmente el chico que me ha estado
mirando durante al menos los últimos diez minutos. Extiende su mano justo
cuando me levanto y como la chica agradable que soy, la tomo, saludándole.
Sé que es algo extraño, pero soy de la vieja escuela. Él rezuma una confianza
que es casi contagiosa.
—Jules —digo mientras me toma la mano un momento más de lo
necesario, llevándosela a los labios como si fuera un Romeo.
Planta un suave beso en la parte superior, y tiemblo un momento
antes de que me libere.
—Jules. Mmmm, es un nombre precioso. —Sonríe, mostrándome sus
dientes perfectamente rectos y blancos—. ¿Te gustaría venir a una fiesta
esta noche, Jules?
Agarro el cuaderno contra mi pecho y considero su pregunta.
¿Me gustaría ir a una fiesta? Probablemente no sería una mala idea
para mí ir, salir y socializar, pero después del día que he tenido, creo que
pasaré.
—Oh, no, gracias. Me acabo de mudar aquí. Aún no he desempacado
y necesito ponerme al día con las clases que he perdido. Los deberes no se
hacen solos.
Una burbuja de risa se desliza por mis labios y me doy cuenta de lo
tonta que parezco. Este día se ha ido a la mierda, y la verdad, sólo necesito
volver a mi habitación, acostarme y leer un libro. No hay nada que un buen
libro no pueda curar.
—Parece que venir a una fiesta es exactamente lo que necesitas si me
preguntas. Pareces estresada y como si necesitaras relajarte por unas horas.
Encontrar algo que te distraiga de toda la locura. —Hace una breve pausa,
sus ojos azules se acercan a mis labios—. Sabes, ¿olvida tus problemas?
¿Relajarme? ¿Encontrar una distracción?
Tal vez tenga razón, tal vez necesito hacer algo para distraerme.
—Lo pensaré.
—Genial. Permite darte mi número. Puedes mandarme un mensaje si
decides venir. Te enviaré la dirección.
Me muerdo el labio inferior por un momento, es un hábito nervioso
mío. ¿Realmente quiero darle a este chico mi número?
En el fondo de mi mente sé que debería hacerlo... soy joven, y nueva
aquí, ¿cómo diablos voy a hacer amigos o disfrutar de la universidad si todo
lo que hago es quedarme en mi habitación? ¿Si no doy mi número, ni salgo
con nadie? ¿De qué me tengo que preocupar? Lucho en contra de la paranoia
y decido darle mi número.
—Seguro.
Sonrío, y saco mi teléfono, viendo como sus ojos se iluminan. Una
cálida sensación me atraviesa mientras él me da su número y lo tecleo en
mi teléfono. Luego le envío un mensaje rápido con un emoji sonriente para
que sepa que soy yo.
—Gracias, Jules, y en serio, considera salir esta noche. Te presentaré
a todos, te mostraré los alrededores.
Me guiña el ojo y me encuentro sonriendo.
Es tan extraño sonreír y reír cuando siento que no debería.
—Muy bien, Cole.
Pestañeo y salimos de clase juntos. Casi se siente normal estar
hablando con un chico. Hasta hoy, nunca me había fijado en los hombres.
No es que no me diera cuenta, pero más bien los mantuve a distancia.
Perder a Remington me mató y me empujó a centrarme en nada más que en
mis notas. El amor, los chicos, las relaciones, estaban totalmente fuera de
cuestión. Al menos hasta ahora.
—¿A dónde te diriges? —pregunta Cole mientras caminamos por la
acera.
—Sólo voy a volver a mi habitación por un par de horas. Mi próxima
clase es a las dos —digo.
El sonido de la risa que hay delante llama mi atención y levanto la
mirada, mis ojos se posan en un grupo de chicos, cuatro de ellos para ser
exactos, uno de ellos es Remington. Mis pies se sienten como bloques de
cemento y me paro en seco, mientras Cole sigue caminando hacia adelante
hasta que se da cuenta de que ya no estoy a su lado.
—¿Jules? —dice mi nombre como si lo hubiera estado diciendo toda
su vida.
Sus ojos se mueven entre mí, y hacia donde estoy mirando. La mirada
de Remington es fuego y furia, y puedo sentirla penetrando en mi piel,
atravesándome incluso desde esta distancia.
—Uhh sí, ¿qué pasa?
Obligo a mi mirada a volver a él, evitando la mirada de Remington a
toda costa. Cole sigue mirando al grupo de chicos, y se siente como si
estuviera juntando algo en su mente, entonces parpadea, y me mira de
nuevo, con una sonrisa en sus labios.
—Envíame un mensaje, ¿de acuerdo? —dice y yo asiento, viéndole
caminar hacia el grupo de chicos.
Por un momento me quedo mirando, mis ojos observan los de
Remington. Ojos que recuerdo que estaban llenos de tanta felicidad y
emoción... ojos que pertenecen a alguien que pensé que sería mi mejor amigo
para siempre, ¿y tal vez amante?
Sacudo mi cabeza, me digo que debo dejarlo pasar, antes de soltar un
suspiro. Luego me doy la vuelta, decidiendo tomar el camino largo alrededor
del campus, y de vuelta a la casa que comparto con las otras dos chicas que
van a la escuela aquí, dos chicas que probablemente morirían si alguien
como Cole las mirara. Dos chicas que no son yo.
Pensé que ir a una nueva universidad sería difícil.
Aunque nunca esperé que Remington estuviera aquí.
V
erla con Cole Robson no debería haberme molestado, no
realmente. Entonces, ¿por qué demonios se sentía como si alguien
me estuviera apuñalando en el corazón una y otra vez con un
maldito tenedor? Intenté ignorar el dolor, pero era demasiado evidente, y eso
sólo me molestó más.
Saber que ella está aquí, en Northwoods, en mi maldita escuela, me
irrita más allá de lo creíble. Quiero decirle que se vaya, que se dé la vuelta
y que regrese a su lugar de origen, pero no lo haré. En su lugar, voy a hacer
lo siguiente mejor y hacer de su vida un infierno.
Las probabilidades de que consiga que se vaya de la ciudad por su
cuenta son escasas o nulas, pero si la empujo y la obligo a salir de la ciudad
con las mejillas llenas de lágrimas, dudo que vuelva nunca más.
La música de la fiesta de abajo vibra a través de las paredes y el suelo.
Demonios, la fraternidad está llena esta noche. Alan seguro que corrió la voz
sobre esta noche. La primera gran fiesta del semestre e íbamos a hacer
nuestra legendaria apuesta esta noche.
—¿Escuché que te acostaste con Layla otra vez?
Thomas me da un codazo en el brazo. Tener sexo con la misma mujer
dos veces no era realmente lo mío. Raramente lo hice, sin embargo, no había
muchas mujeres tan buenas para las mamadas como ella. Aun así, no había
tenido sexo con ella más de una vez. Si se refería a las mamadas como sexo,
entonces eso era todo lo que hacía.
—No lo hice. Solo me la chupó. Hay una diferencia —reprocho,
tomando un largo trago de la botella de cerveza en mis manos. Después de
enterarme de que Jules estaba aquí... voy a necesitar mucha más cerveza y
muchas más chicas.
—Muy bien chicos, ¿han escogido ya? —pregunta Cole con emoción
repartiendo una gran cantidad de papeles cuadrados y bolígrafos después
de poner el sombrero de la NWU en el centro de la mesa.
—Conocen las reglas. Las chicas deben estar presentes en la fiesta —
anuncio, brindando a Thomas una mirada conocedora.
Él es famoso por dejar caer en el sombrero nombres de chicas que ni
siquiera se presentan a las fiestas, haciendo diez veces más difícil ganar. No
es que ganar te dé mucho más que el derecho a presumir, pero apesta
cuando no consigues ninguna chica durante seis semanas. Tomo otro trago
de mi botella de cerveza, dejando que el líquido frío enfríe mi interior
caliente.
—¡Cállate, Rem!
Pone los ojos en blanco, tomando un trago de su vaso. Me río y escribo
los nombres de las tres primeras chicas que se acercaron y me hablaron,
luego las tiro al sombrero. Kia, Thomas, Cole y Alan hacen lo mismo, y
pronto el sombrero está lleno de nombres de fiesteras desprevenidas.
Nombres de mujeres que ni siquiera se dan cuenta de cuánto van a cambiar
sus vidas en las próximas seis semanas.
—Así que recuerden, si es virgen, obtienen más puntos. Cualquier
otra cosa que no sea sexo no cumple la apuesta. El ganador se lleva el
derecho de presumir y no tiene que hacer ninguna limpieza de la casa
durante los próximos seis meses. En el punto de las seis semanas, tienen
que romper con ella y hacerle saber que no fue más que una apuesta. Si no
pueden hacerlo, o no lo hacen, entonces salen de la apuesta y pierden.
—Gracias por explicar las reglas, Capitán Obvio.
Un repaso de dichas reglas nunca le hace daño a nadie.
Alan le da una buena sacudida al sombrero, casi perdiendo algunos
pedazos de papel en el proceso. Un tipo de energía nerviosa corre a través
de mí. ¿Por qué demonios me siento tan nervioso? No tengo razón para
estarlo... he hecho esto muchas veces. Además, es sólo sexo.
Completamente inofensivo, todo diversión.
Uno por uno, cada uno de nosotros sacamos un solo papel del
sombrero. Despliego el mío en mis manos, sin preocuparme por ningún
esplendor dramático y me quedo mirando el nombre.
¡No, maldición! Demonios, no. De ninguna manera en el infierno. Eso
no puede estar bien. Ni siquiera está aquí, ¿verdad? Miro hacia arriba y
alrededor del grupo, pensando que debe ser una broma, pero nadie en esta
sala sabe de mi conexión con ella, así que no hay manera de que uno de
estos imbéciles haya hecho esto para arruinarme. No, esto es el destino, es
el karma pateando mis bolas.
Vuelvo a mirar el papel, con la mano temblorosa, esperando que tal
vez el nombre haya cambiado mágicamente en los últimos segundos, pero
incluso después de parpadear, veo que no es así.
Jules Peterson sigue siendo el nombre garabateado en tinta azul. Me
siento mal del estómago. No sólo me arruinó una vez antes, sino que ahora
ha reaparecido en mi vida para hacerlo de nuevo. Los músculos de mi
mandíbula se mueven mientras intento averiguar qué demonios voy a hacer.
—¿A quién conseguiste, Rem? —pregunta Cole, frunciendo el ceño.
Aparentemente, tampoco consiguió la chica que quería.
Doy la vuelta al papel y lo sostengo para que lo pueda leer.
—¡Mierda! Es a quien quería —se queja.
¿A quién quería? Por un momento, pienso en lo que vi esta tarde. Ellos
caminando juntos, ella sonriéndole, aparentemente feliz. Debí haberme
dado cuenta de lo que estaba pasando entonces. Era obvio que Cole estaba
persiguiéndola, reclamándola como su próxima conquista.
—Toma, puedes quedártela.
Le doy un golpe con el papel y le quito el trozo que tiene en la mano.
—¡Demonios, sí! —Casi salta de la emoción—. Esto va a ser tan genial.
Ni siquiera sabrá qué la golpeó. —Sonríe—. Ya me ha dado su número,
meterse en esas bragas vírgenes no debería ser muy difícil ahora.
Un bulto se forma en mi garganta por sus palabras. Virgen. De
ninguna manera Jules sigue siendo virgen. Puede que se haga la inocente y
hasta parezca pura, pero no hay forma de que su cereza siga colgando entre
sus piernas. No. No puedo pensar en Jules y el sexo en la misma frase. Deja
que le rompa el corazón. Se lo merece.
Frustrado, salgo de la habitación sin ni siquiera oír los nombres que
los otros chicos sacaron. Ya estoy harto, y ella sólo ha estado aquí un
maldito día. Paso mis dedos a través de mi pelo en frustración, me agarro a
los escalones, deteniéndome cuando llego al final de la escalera. Vuelco mi
cerveza, vaciando su contenido en mi garganta antes de observar la
multitud.
Débil. Ella me vuelve débil. Mis ojos la buscan inmediatamente, como
si fuera un imán atrayéndome o algo así. No me lleva mucho tiempo. Solo
tres segundos como mucho para encontrar sus rizos rubios dorados
llamándome como un faro en la habitación. Lleva maquillaje, no mucho,
pero lo suficiente para que sobresalgan sus ojos, y el mismo par de vaqueros
ajustados de antes, los que muestran su perfecto trasero.
Un trasero al que me encantaría hincarle el diente...
Maldición, ¿por qué tiene que ser guapa, y perfecta, y...? ¡No! Ella no
es nada para mí. Basura, mierda, escoria bajo mis pies, eso es lo que es. Me
tomo un par de respiraciones tranquilas recordándome que ella es la razón
por la que estamos aquí. Ella es la maldita razón por la que soy como soy.
Sacudo la cabeza y leo el nuevo nombre en mi mano.
Cally Brice. Trato de devanar mi cerebro, conectando el nombre a una
cara. Pelirroja, creo. Miro alrededor de la habitación una vez más hasta que
veo a la chica que creo que es Cally.
Está en la esquina opuesta de la habitación, lejos de Jules. Gracias a
Dios, necesito estar tan lejos de ella como pueda. Cally me ve cuando
empiezo a caminar hacia ella y sus ojos se iluminan. Es bastante guapa,
grandes ojos verdes, mirándome con ojos saltones. Esto va a ser pan
comido... Tendré la apuesta ganada para esta noche.
—Hola, Cally, ¿verdad?
Parpadea hacia mí como si no pudiera creer que acabo de decir su
nombre.
—Umm, sí —tartamudea, y sonrío.
—Te ves hermosa esta noche.
Lo dejo salir, sabiendo qué decir para derretir sus bragas. Soy tan
bueno en eso, que los chicos me dijeron una vez que podría sacarle las
bragas a una monja si lo intentaba. No lo hice, en caso de que te lo
preguntes.
Ella coloca un mechón de pelo rojo detrás de la oreja.
—Gracias... no es nada en realidad, sólo un poco de maquillaje, y...
Por el rabillo del ojo, veo a Cole acercándose a Jules. Ella está
sonriendo, y riendo, aún no me ha visto.
Le advertí, le dije que la arruinaría si no me dejaba en paz, que no se
interpusiera en mi camino, y, aun así, encontró el camino a mi casa, a mi
fiesta, a la guarida del león. Tiene un cerebro dentro de su cabeza y si fuera
lista, ya habría metido su cola entre sus piernas y corrido hacia el otro lado.
Cole se acerca demasiado, se inclina para susurrarle algo al oído. Sus
ojos se abren de par en par y se muerde su regordete labio inferior que está
pintado de rojo esta noche.
Esos labios, su pelo, ese maldito cuerpo. En mi mente, puedo verla
retorciéndose debajo de mí, su pequeño sexo apretado tragándose mi
miembro. Siempre me he preguntado cómo se vería mientras se desmorona,
mientras aprieta mi miembro con fuerza. Dios mío. Se está formando un
golpeteo detrás de mis ojos, lo que justifica la aparición de un maldito dolor
de cabeza.
¡A la mierda Cole! ¡A la mierda ella! Puede arrancarle el corazón...
destrozarlo y romperlo en un millón de pedazos. Inhalo por la nariz, razono
conmigo mismo. No importa, ella no es nadie, nada. Te rompió el corazón.
Me recuerdo a mí mismo.
Sí, te rompió el corazón, pero no puedes dejar de pensar en ella. Estar
con ella, dentro de ella. Mis manos se enroscan en puños, olvidándome de
la chica delante de mí, de la fiesta, de la maldita gente a mi alrededor. Pero
por alguna razón, no puedo borrarla. Cuando se inclina un poco más, y sus
labios casi tocan los de ella, pierdo el control. Fundamentalmente lo pierdo
y encuentro mi cuerpo reaccionando a lo que pasa sin pensar en las
consecuencias.
—Oye... —grita Cally, pero la aparto como a un mosquito.
Dentro de mi cabeza, me digo que no me importa nada, nada en
absoluto. Sólo importa hacer que la chica delante de mí sienta el mismo tipo
de pérdida que he sentido los últimos tres malditos años. Ella no puede
venir aquí y pasar el mejor momento de su vida.
—He cambiado de opinión —le gruño a Cole y agarro a Jules por su
delgado brazo.
Su piel es cálida, suave, y huele a vainilla y canela. El olor me golpea,
como una tonelada de ladrillos en las tripas. Tiro de ella hacia mí, mientras
veo cómo su cara se transforma de la risa y la felicidad, a la ira y la confusión
en un instante.
—¿Cole?
Ella mira entre nosotros con una expresión desconcertada.
—Rem —advierte Cole, sus ojos casi suplican como si supiera lo que
voy a hacer.
Sacudo la cabeza, impidiéndole que diga nada. Me importa una
mierda lo que diga. Ella fue mía primero, y siempre lo será, y tenemos una
historia. Es mía para arruinarla, mía para romperla. Cuando no digo nada,
ella empieza a luchar contra mi mano.
—Suéltame —gruñe entre dientes, tratando de hundir sus pies en el
suelo.
¿Cree que es lo suficientemente fuerte para luchar contra mí? Soy casi
veinte centímetros más alto que ella, mucho más fuerte y si quiere ponerse
técnica con ello, no tengo problema en demostrárselo.
Con una sonrisa, me concentro en el dolor que come, respira y vive
dentro de mí.
—No. Te lo advertí, Jules, te dije que, si no te apartabas de mi camino,
habría consecuencias. No es mi culpa que no sepas escuchar una mierda.
—¡No eres el dueño de la escuela, Remmy! Además, me invitaron a
esta fiesta. ¿Por qué no puedes dejarme en paz? No puedes controlarme, o
decirme dónde puedo y dónde no puedo ir, ¡no eres un maldito dios! —grita
sobre la música que suena en la casa.
Su actitud combativa me excita tanto y al mismo tiempo me enfurece.
Tiro de ella a través de la multitud, y pierde el equilibrio una o dos veces,
pero con mi mano en su brazo, se las arregla para mantenerse erguida.
Cuando llego al borde de la habitación, abro la puerta trasera y la saco al
patio trasero poco iluminado. El aire frío pica en mi piel, pero es una
sensación bienvenida dada la rabia hirviendo dentro de mí.
Una vez fuera, la suelto como si su piel estuviera en llamas y la
empujo contra el costado de la casa. Tocarla me recuerda a la época en que
éramos niños... cuando le agarraba la mano y caminaba con ella. Me
recuerda a la persona que era antes de que me rompiera.
—Invitada o no, te dije que no mostraras tu maldita cara a mi
alrededor.
Ella mira hacia la puerta como si pensara que Cole o alguien más
vendrá a rescatarla. Estúpida. Tan estúpida. Aprieto mis dientes, sintiendo
la necesidad de sacudirle algo de sentido común. Ya no conoce el hombre
que soy, la persona en la que me convertí por ella.
No hago daño a las mujeres, no a menos que cuente romperles el
corazón como si les hiciera daño, pero quiero hacerle daño a Jules. Quiero
que ella sienta mi dolor... quiero ser dueño de su cuerpo, de su corazón.
Quiero sus lágrimas, su miseria. Quiero sentir todo eso.
Me inclino hacia su cara y digo—: Si esperas que un caballero venga
a rescatarte, estarás esperando mucho tiempo. Cole no te salvará de mí. No
es tan tonto como para meter las narices donde no le corresponde, y
tampoco lo intentaría. Soy el rey de este campus. Es mi patio de recreo y me
acuesto y tomo a quien quiero.
—¿Qué te pasó, Remmy?
Su voz se quiebra, sus ojos son suaves, incluso parecen que suplican.
Como si no supiera lo que me hizo, cómo me destruyó, cómo me rompió el
corazón. Quiere hacerse la estúpida, la víctima. Le mostraré lo que es ser la
víctima.
—Soy Remington —grito, viendo como se estremece—. Y puedes dejar
de hacer ese pequeño acto inocente, como si no supieras qué demonios
hiciste.
Sacude la cabeza, haciendo que los rizos rubios vuelen, y no puedo
dejar de hacer lo que hago a continuación. Soy un imbécil, un bastardo, un
maldito imbécil, pero soy quien soy, y Jules tuvo su oportunidad de
salvarme, de ser mía, ahora no es nada, nada más que una maldita apuesta.
—No lo entiendo, nunca... —empieza, pero no quiero oír sus excusas.
No me importa nada de lo que tenga que decir. Sus palabras no son
más que mentiras. Jadea ante mi repentino movimiento mientras avanzo
hacia ella, tratando de presionarse contra la casa para poner más espacio
entre nosotros.
—Arrodíllate —ordeno.
Su expresión pasa de desconcertada a temerosa y aunque mi
estómago se retuerce y se hace un nudo y siento que podría vomitar, estoy
disfrutando de esto, mi sangre bulle, el monstruo dentro de mí engulle el
intercambio, alimentando a la bestia dentro de mí.
—¿Qué? De ninguna manera, esto no está sucediendo Rem...
Se están diciendo demasiadas palabras, sus excusas sólo me
enfurecen más. Con mis dos manos, la empujo sobre sus hombros,
forzándola a arrodillarse e ir al suelo. Grita como si la hubiera herido, pero
sé que no lo hice. Apenas la he tocado, todavía.
—Consecuencias. Para todo lo que haces, hay una consecuencia.
Ahora la tuya es chupar mi miembro como la pequeña zorra buena que eres,
o voy a arruinar toda tu existencia aquí. Te lo advertí, Jules. Te lo advertí,
maldición, pero no me escuchaste. No me tomaste en serio, pero tal vez la
próxima vez lo hagas —gruño, alcanzando el botón de mis tejanos.
¿Qué tan jodido es que esté duro? ¿Que mi miembro esté gritando por
penetrarla?
—No hagas esto, Remington. Por favor, no... —ruega, con lágrimas en
los ojos.
Y pienso en ese día, el día en que la necesité. Habría hecho y dicho
cualquier cosa para mantenerla conmigo entonces. Mis ruegos, mis súplicas
pasaron desapercibidos, sin que se les prestara atención.
Bajo mis pantalones y siento una satisfacción enfermiza cuando sus
labios empiezan a temblar. Estoy tan atrapado mirando su cara y sus
grandes ojos azules que no me doy cuenta de que tira su puño hacia atrás
hasta que es demasiado tarde. Sus pequeñas manos se posan en mis
pelotas, y todo el aire de mis pulmones se disipa. Mi estómago se revuelve y
caigo de rodillas cuando ella se aleja de mí y se apoya en sus inestables
piernas. Un relámpago de dolor pasa a través de mis bolas.
—No me toques y no vuelvas a amenazarme. Has cambiado,
Remington, y la persona que eres y la persona que soy, ya no son personas
que corren en los mismos círculos. Ya no te conozco. El Remington que
conocí nunca habría hecho lo que acabas de hacer. Tócame otra vez y
encontraré la manera de hacerte pagar.
Y ésa es la verdad, la maldita verdad. Ni en un millón de años habría
puesto mis manos sobre ella de esa manera. Nunca me hubiera emocionado
ver el miedo parpadear en sus ojos, pero ya no era esa persona. Éste era el
nuevo yo, y la única versión que ella iba a tener.
—Te voy a romper, Jules. Te haré pagar por esto —espeto cada
palabra, agarrándome las pelotas, mi mundo entero gira fuera de control.
Un maldito día, un día es todo lo que le tomó a ella volver a mi vida y
desmoronar todas las paredes perfectamente construidas que rodean mi
corazón. Un día es todo lo que le llevó a ella hacer que mi estúpido agujero
negro de corazón latiera de nuevo.
—Lo espero con ansias —se burla, vuelve a entrar en la casa,
dejándome solo fuera sin nada más que la sensación enfermiza de lo que
casi le hice, y la realidad del hombre en que me he convertido.
D
os días. Ése es el tiempo que ha pasado desde que Remington me
mostró un lado de él que no pienso volver a ver. Cada vez que
cierro los ojos, ahí está, una imagen de sus ojos enfadados. Todo
lo que puedo ver es a él forzándome a arrodillarme, ordenándome que chupe
su miembro. No puedo evitar encogerme. ¿Quién demonios se cree que es?
Nunca antes me puso las manos encima, y aunque no me hizo daño, no
físicamente, definitivamente me hirió emocionalmente.
—¿Qué película quieres ver? —grita Cally, mi compañera de cuarto,
desde la sala de estar.
—No puedo ver una película ahora mismo. Tengo como tres tareas
para mañana —resoplo, tratando de olvidarme de Remington, de la fiesta y
de todos los eventos de esa noche.
Me habría ahorrado mucho tiempo si no hubiera tratado de hacer
amigos y me hubiera quedado en casa haciendo los deberes.
—Creí que tenías a alguien que vendría.
Bridget, mi otra compañera de cuarto, aparece en la cocina. Tiene su
largo pelo rubio en un moño desordenado, y un par de gafas en la punta de
su nariz. Como yo, Bridget se preocupa por sus notas, y menos por la bebida
y los chicos. La universidad no es más que otro paso en su vida.
—Bueno, lo tenía... no sé si va a venir ahora.
Hace pucheros, sentándose en el sofá antes de sacar su teléfono. Eso
explica por qué está vestida como si fuera a una fiesta en el barrio.
Bridget toma una botella de agua de la nevera y me sonríe.
—¿Cómo van las clases?
—Bien, sólo trato de averiguar dónde se encuentra todo.
—Sí, el campus es enorme, pero te acostumbrarás a él. Como
cualquier cosa nueva. Lleva tiempo.
Sonrío, sintiéndome agradecida de haber conocido a Bridget.
Es amable y bondadosa y se ofreció a dejar que me quedara aquí sin
pagar alquiler, al menos hasta que pueda cambiar todo con las
universidades. Mi madre está tratando de ayudarme, pero con su trabajo
sin parar, ya es bastante difícil hablar con ella por teléfono, y mucho menos
ayudar con cualquier cosa.
—Seguro, pero lo estoy disfrutando.
—Sí, fue a una fiesta conmigo la otra noche.
Cally se levanta del sofá y Bridget sonríe.
—Ya te está corrompiendo, ¿verdad?
Sacudo la cabeza.
—No. En realidad, la invité a venir conmigo. Me lo pidió alguien que
acababa de conocer y no quería ir sola. Pero no voy a ir de nuevo. Me di
cuenta de que las fiestas no son realmente mi escenario.
Bridget asiente como si estuviera de acuerdo conmigo.
—El mío tampoco. Soy una persona hogareña. Todo lo que necesito es
un vaso de vino, un buen libro y estoy bien para la noche.
—Aburrido.
Cally se ríe desde el sofá. Justo entonces, suena el timbre de la puerta.
Cally se escabulle del sofá como si hubiera un incendio y empiezo a recoger
mis libros decidiendo que estudiar en mi dormitorio es una idea mucho más
inteligente ahora mismo.
No me importa ver a Cally teniendo sexo con alguien en nuestro sofá,
no es que piense que lo haría, pero no planeo quedarme y averiguarlo.
Bridget debe sentirse igual porque se da vuelta con su botella de agua en la
mano y comienza a bajar por el pasillo hacia su habitación. Yo cargo todas
mis cosas en mis brazos y me giro para caminar hacia mi dormitorio, pero
mi cuerpo se paraliza cuando veo quién es el que está en la puerta.
Remington.
La sangre de mis venas se convierte en hielo y no puedo hacer que
mis estúpidos pies se muevan, es como si estuvieran cementados en el suelo
o algo así. Tan pronto como me ve, sus ojos pasan de ser juguetones, una
mirada que conozco muy bien, a ser totalmente repugnantes y odiosos.
¿Por qué me odia tanto?
No lo entiendo, y aun así una parte de mí quiere saberlo. Quiero ir a
él, abrazarle y pedirle que me cuente lo que ha pasado. Pero tengo miedo,
miedo de lo que pueda hacer, y peor aún de cómo pueda reaccionar.
Ya no somos mejores amigos, ya no somos nada, y eso significa que
no hay nada que le impida hacerme daño. No hay líneas, nada que cruzar
porque en la mente de Remington todo es un blanco legítimo.
No le importa nada, lo cual no es propio de él. Es peligroso, y un juego
al que no quiero jugar. Cally cierra la puerta, y la tensión en la habitación
se hace más fuerte. Puedo sentirla en mi lengua.
No creo que sepa lo que está pasando, y aunque probablemente
debería decirle, ya que es mi compañera de cuarto y todo lo que sé, no
cambiaría nada. Remington Miller es un dios de North Woods, y yo sólo soy
una transferida sin nombre. Probablemente me echaría de la casa si él se lo
pidiera.
—Estoy tan feliz de que hayas aparecido. Iba a empezar una película,
¿quieres algo de beber? —pregunta Cally, sin darse cuenta de los puñales
que me está lanzando.
De alguna manera, sé que esto es malo, que él sepa dónde vivo,
quiénes son mis compañeras de cuarto.
Pagarás por esto.
Sus palabras resuenan en mis oídos. Todavía puedo sentir el veneno
en su voz, aferrándose a mi piel. Soy una don nadie en su mundo, una don
nadie en esta universidad, y él es un dios con mujeres que se lanzan a él y
hombres que desean ser él. Hacerme desaparecer no sería muy difícil.
Destruirme aún más fácil.
—Cally, nena, te importa si tengo una pequeña charla con tu amiga.
Su profunda voz seductora hace que la sangre bombee por mis venas.
Me encuentro sacudiendo la cabeza sin pensar. Corriendo desde la sala de
estar, casi corro por el pasillo hasta mi dormitorio.
Sus pesadas pisadas llenan el espacio detrás de mí, y sé que no hay
manera de que pueda escapar de él. Debí haber escuchado. No debería
haberlo empujado. Al llegar a mi puerta, la abro, y tiro mis libros al suelo.
Justo cuando me doy la vuelta para cerrarla de un portazo, su pie se mete
en el marco de la puerta. Mi mirada cae en el lugar. Todavía lleva botas de
combate, lo que es extraño para mí en este momento en el que está tan cerca
y quiere partirme en dos.
—¿No te dije... no te advertí?
Su voz es mortal, y me estremezco, preguntándome si es por miedo o
por otra cosa. Desde aquella noche en que me puso de rodillas y me ordenó
que chupara su miembro, he estado sintiendo cosas, cosas que no deberían
sentir por un hombre tan malo y temible como Remington.
Empujo contra la puerta, tratando de cerrarla, pero sólo hace falta un
pequeño empujón para que me domine. Abre la puerta y entra en la
habitación, mi habitación, sus ojos nunca se apartan de los míos, el fuego y
la rabia hierven a fuego lento en sus ojos profundamente verdes.
¿Por qué tiene que ser tan guapo, estar tan enfadado y ser tan malo?
Y no, no puedo estar pensando en él así ahora mismo. No es la misma
persona que conocí una vez.
Su enorme mano se agarra al borde de la puerta y luego la cierra. Nos
atrapamos dentro y doy un paso atrás. La habitación se siente más pequeña
que de costumbre ahora que él está en ella. El sonido de la cerradura al ser
cerrada hace que mi corazón lata a cien por hora. Late tan fuerte que todo
lo que puedo oír por un momento es el zumbido de la sangre en mis oídos.
¿Él también puede oírlo? ¿Qué tan fuerte late mi corazón?
¿Qué pasó con el chico que amaba?
—Fuera —susurro, mi voz y mi cuerpo son débiles.
Debí haberle escuchado, haber escuchado su estúpida advertencia.
Nunca antes fui alguien que rompía las reglas, pero las reglas de Remington
son tontas, más que tontas, son estúpidas.
—No. Estoy aquí para enseñarte una lección.
Sonríe, pero no es su sonrisa habitual, no, esta sonrisa promete
sufrimiento. Sus ojos se mueven arriba y abajo de mi cuerpo, y me siento
como si estuviera bajo un microscopio.
—No hice nada...
Mis labios tiemblan al revelar mis emociones, y odio que me haga
reaccionar así. Da un paso adelante, su cuerpo se impone, ondulante de ira,
de venganza, y sé que el chico que amé una vez, el chico que fue mi mejor
amigo, mi todo, ya no está dentro de él.
—Tú existes, y ésa es una razón suficiente para mí.
Ni siquiera tengo la oportunidad de responder, antes de que esté sobre
mí, sus dedos escarban en mi piel de forma brusca. Esta vez sé que no podré
darle un puñetazo en las pelotas, pero eso no significa que deje que me haga
daño. Le pateo y le araño, pero me domina como si no fuera más que una
mosca molesta.
Primero me empuja la cara hacia la cama, su rodilla presiona en la
parte baja de mi espalda para mantenerme en su lugar. Mi cara está en las
sábanas de la cama, y lucho contra su agarre. Las garras del miedo se
hunden en mis entrañas cuando escucho el sonido del botón de sus tejanos.
¿No es... no lo haría? ¿Lo haría?
—Remington, detente —ordeno, echando la cabeza a un lado para
obtener un muy necesario respiro y asegurarme de que puede oírme.
Siento sus manos deslizarse en la cintura de mis pantalones de yoga.
—No tienes ni idea de con quién jodidos te estás metiendo. De quién
soy ahora. Soy el dueño de esta escuela... las chicas quieren que las tome,
los chicos quieren ser yo, y dirijo el lugar como un rey. Podría matar a
alguien, y a nadie le importaría, nadie siquiera pestañearía.
El pánico se apodera de mí, negándose a soltarme. Es el dueño de esta
escuela, y de toda la gente que está en ella, todos menos de mí. No es mi
dueño. Dejo que eso me dé el coraje necesario para luchar contra él. Me
retuerzo, doblo mis caderas y las hago rodar, haciendo lo que puedo para
despistarlo.
—Pelea, Jules, pelea, maldita sea. Hace que todo esto sea mucho más
estimulante.
—No eres mi dueño...
El resto de mi frase se ahoga cuando siento el aire frío contra mi
trasero cubierto por mis bragas. Pasa mis pantalones de yoga por los muslos
y hunde más de su peso corporal en el mío.
Aunque estoy asustada, aterrorizada de lo que va a hacer, una parte
de mí está tentada de ceder a la oscuridad dentro de él, dejar que la libere
en mí. Me pregunto, si me entrego a él, si le dejo tenerme, si eso cambiaría
algo. Si lo traería de vuelta a mí.
—Ya lo veremos.
Puedo sentir su aliento caliente contra mi oído. Antes de que pueda
reunir mi ingenio, está rasgando mis bragas por las piernas, el poco esfuerzo
que le cuesta hacerlo es lamentable. Mi pecho pesa mientras intento
recuperar el aliento. No va a hacer esto, ¿verdad? No me violaría. No él,
incluso tan enojado como está, no cruzaría esa línea.
Entonces lo siento... y no sólo a él, sino a su miembro, es enorme, y
se desliza por la raja de mis glúteos, haciéndome temblar de miedo, pero
hay algo más que miedo a fuego lento en mi vientre. Hay algo totalmente
distinto. La calidez llena mi ser, enviando riachuelos de placer directo a mi
corazón. Estoy confundida, completamente confundida. No debería querer
esto, y extrañamente, lo quiero.
He imaginado el sexo con él desde que descubrí lo que era en la clase
de educación sanitaria de séptimo grado. Pero nunca, nunca me imaginé
que fuera así. Siempre supuse que sería mi primero, pero pensé que sería
dulce y suave, no esta cosa cruda, sucia y ruda.
La mano de Remington palmea mi carne caliente, su toque es
sorprendentemente suave mientras desliza su miembro entre mis glúteos,
arriba y abajo, arriba y abajo. Puedo oírle inhalar y exhalar como si intentara
calmarse. Mi propia respiración está fuera de control y me pregunto si esto
es todo. Si es aquí donde me reclama.
—¿Debería tomar tu sexo o tu culo?
Empiezo a retorcerme de nuevo, deseando poder al menos ver su cara,
tratar de encontrar al niño dentro de él que una vez conocí.
—Déjame ir... has demostrado tu punto.
Siento que muero, mientras el placer se arremolina entre mis piernas.
—No, no creo que lo haya hecho todavía.
Su mano viaja desde mis glúteos, alrededor de mi cuerpo y serpentea
entre mis piernas. Sus dedos son gruesos y a mi cuerpo le cuesta separar
las cosas que hace de la persona que es ahora.
Estas son todas las cosas que quise alguna vez, sus manos sobre mí,
sus labios sobre los míos, y tal vez parte de mí aún las quiere, pero no con
el hombre que es ahora. Quiero al viejo él, al chico que me tomó la mano,
que me sonrió y me secó las lágrimas. Quiero a mi mejor amigo de vuelta.
Sin avisar, empieza a frotar suaves círculos contra mi clítoris.
—Tal vez penetre los dos. Le diré a todos que fuiste una zorra que me
rogó para tomar los dos agujeros.
Mi cuerpo reacciona a su toque, aunque sus palabras sean crueles, y
su voz enojada. Quiero hablar, decir algo, pero temo gemir en su lugar, así
que para salvar la cara, aprieto mis labios.
No deja de frotarme, de provocar a mi clítoris y me está volviendo loca.
—Remington —su nombre cae de mis labios goteando de necesidad y
podría patearme a mí misma por no poder mantener la boca cerrada.
—Mmm, tu sexo ya está mojado. Te gusta esto, ¿verdad? Apuesto a
que ni siquiera eres virgen. Apuesto a que te has acostado con un montón
de cabrones como yo. Has hecho tu camino en la vida teniendo sexo.
—No —grito, justo cuando él hunde dos dedos en mi canal. Me
estremezco, todo mi cuerpo se tensa mientras el dolor y el placer se mezclan.
—Maldición... estás tan apretada —silba y sus dedos se quedan
quietos dentro de mí.
Gimoteo contra las sábanas, y él quita un poco de su peso de mi
cuerpo antes de empezar a moverse de nuevo, metiendo sus dedos
profundamente dentro de mí. Está metido hasta los nudillos, frotando en
un lugar mágico. Un lugar que ni siquiera sabía que existía hasta ahora. El
placer se construye, acercándome al borde. Esto es una locura, está mal,
muy mal, pero se siente bien. No puedo aguantar mi gemido por más tiempo.
—Perfecto, perfección absoluta —susurra, probablemente sin querer
que lo escuche.
Me da un beso en la nuca mientras me penetra con los dedos,
abriéndome, rompiéndome el corazón y el cuerpo otra vez.
No tardo mucho en mojarme cada vez más con la necesidad, todo mi
cuerpo tiembla, mis piernas tiemblan cuando un orgasmo inminente se me
acerca. Sólo me he hecho correr, y nunca me he sentido como ahora,
destrozando la tierra, consumiendo cada una de las células de mi cuerpo.
Todo lo que puedo sentir es sus dedos hundiéndose más y más en mi carne
hasta que no siento nada más que un placer dichoso ondulando a través de
mi cuerpo.
Mi sexo tiembla alrededor de sus dedos, mis músculos se tensan,
tratando de empujarlo hacia afuera mientras mi liberación sale de mí y llega
a su mano.
—Tu sexo es muy bonito. Nunca hubiera esperado que fueras tan
sensible a mi odio, supongo que los dos estamos llenos de sorpresas.
Me muerdo el labio inferior lo suficientemente fuerte como para
hacerlo sangrar, y me asqueo ante el cobre de la sangre contra mi lengua.
Cuando Remmy retira sus dedos, me quedo tambaleando, mi cuerpo echa
de menos su toque y el fuego que enciende dentro de mí.
Se queda encima de mí, tumbado sobre mi cuerpo, respirando con
dificultad, como si fuera él quien necesitara un minuto de descanso después
de lo que acaba de pasar. Una vez que su respiración está bajo control,
finalmente levanta su cuerpo del mío, la ausencia de su toque me deja
sintiéndome fría. Anhelo su toque, sus palabras, aunque sean crueles. Una
vez más, soy esa niña que se enamora del mejor amigo de su hermano.
Antes de que pueda decir o hacer algo, me quita los pantalones y los
tira al suelo junto a la cama. Me pone de espaldas y luego vuelve a estar
sobre mí, con todo su cuerpo empujándome al colchón. En esta posición,
puedo verlo, ver lo que piensa, lo que siente. Miro su cara endurecida, me
pregunto qué va a hacer a continuación, y aún peor, si voy a dejar que lo
haga.
Mi corazón se acelera y mi respiración es superficial ahora que
estamos cara a cara. Todavía está enfadado, nada más que odio y tristeza
se refleja en sus ojos. Es entonces cuando lo miro, viendo esas emociones
que se arremolinan, que me doy cuenta de que no estoy enfadada con él. No
lo odio por hacer esto.
No podría ni aunque quisiera. En cambio, siento algo completamente
diferente... siento remordimiento. Siento que esto es en lo que se ha
convertido, siento que no haya amor en su vida, que haya perdido la luz, la
bondad que una vez tuvo.
Sintiendo la necesidad de traer de vuelta a ese hombre, me agarro de
su camisa, tomando un puñado de la tela, acercándolo aún más mientras
levanto mi cabeza del colchón. No creo que... Simplemente presiono mis
labios contra los suyos y lo beso. Sus labios están calientes, e inhalo su
aroma, sumergiéndome de cabeza en las emociones que está sacando de mi
interior.
Mi boca se fusiona con la suya, un hambre que araña mi vientre. Los
dulces e inocentes besos que compartimos antes cuando éramos niños no
son nada comparados con este beso. Este beso encierra una necesidad, una
posesividad a la que quiero aferrarme.
Remington profundiza el beso y por un momento, me olvido de lo
heridos que estamos, de lo enfadados que estamos por habernos perdido.
Por un momento, somos las mismas personas que solíamos usar la fuerza
de nuestro beso para decir cosas que ninguno de los dos podía.
Pero el momento pasa tan rápido como comenzó y en segundos, se
aleja, sus labios lucen hinchados y su pecho agitado. Capto un parpadeo de
confusión que se refleja en sus ojos antes de saltar de la cama, dándome
inmediatamente la espalda. Puedo oírle abrocharse los pantalones. Estoy
sorprendida, mis pensamientos se desordenan, pero una cosa destaca en mi
mente. No quiero que lo que acabamos de compartir termine ya.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto, mi voz es débil.
No quiero que se vaya, no quiero que huya de mí, no después de haber
visto al chico que conocí una vez. Miro sus anchos hombros, sus músculos
ondulando bajo su camisa, su cuerpo lleno de tensión.
No esperaba el beso, o mi reacción hacia él y tal vez eso es lo que
necesita, sorprenderse. No lo sé realmente, pero no puedo dejar pasar lo que
pasó. Estoy esperando una respuesta, pero nunca llega, y aunque no me
sorprende, estoy dolida.
—¡No te vayas! —ordeno, pero ya ha salido por la puerta, cerrándola
de golpe detrás de él, dejándome sentada en la cama desnuda de cintura
para abajo con nada más que el recuerdo de sus labios sobre los míos.
¿Qué acabamos de hacer? Cuando siento que mis piernas están lo
suficientemente firmes para soportar mi peso, me deslizo de la cama y recojo
mi ropa desechada. Justo cuando me estoy subiendo las bragas, la puerta
se abre de nuevo.
Cally está de pie en la puerta con la boca abierta, la traición y dolor
se reflejan en su ahora fría mirada.
—¡Sabías que me gustaba! ¿Cómo pudiste hacerme esto? Pensé que
eras mi amiga.
—No es así, Cally.
Y no lo es. Sin embargo, ella no lo entendería. Nadie lo entendería.
Nadie conoce del pasado que compartimos.
Cruza los brazos sobre su pecho, y puedo decir que no me cree.
Alcanzo mis pantalones de yoga, sintiéndome ligeramente expuesta y un
poco humillada. Empiezo a ponérmelos cuando ella empieza a hablar de
nuevo.
—Sí, claro —resopla—. Porque estuvo aquí mucho tiempo, y te falta
mucha ropa para alguien que no acaba de echar un polvo. Realmente pensé
mejor de ti, supongo que me equivoqué.
Se da la vuelta y se va, y por segunda vez esta noche, mi puerta se
cierra de golpe.
Me siento como si no fuera a hacer nada bien otra vez. Remington
quiere romperme el corazón de nuevo y Cally cree que la he traicionado.
Sacudo la cabeza, pensando en mi hermano y mi padre en ese
momento. Desearía que Jackson siguiera vivo. Me daría el consejo que
necesito, le daría una paliza a Remington por actuar de la forma en que lo
hace. Pero él se ha ido y también mi padre, y sin ningún otro sitio al que
acudir, hago lo único que puedo hacer... lloro.
C
amino a toda velocidad por el campus, aunque mi corazón se
acelera como si corriera a toda velocidad. Mi mente se tambalea,
mis pensamientos están completamente desordenados.
¿Qué demonios acaba de pasar?
No lo entiendo. Estaba allí para darle una lección, para herirla, para
arrancarle el corazón como ella arrancó el mío. Todo lo que hice, todo lo que
le dije, se suponía que iba a llevar a que me odiara tanto como yo la odio a
ella. Quería ver el mismo dolor en sus ojos que siento... que siento cada vez
que la miro. En lugar de eso, me miró con lástima y arrepentimiento.
Luego me besó. ¡Me besó, maldita sea!
Y lo peor de todo... le devolví el beso.
La besé, demonios. No he besado a nadie en tres años. No puedo
contar con cuántas chicas he tenido sexo en ese tiempo, pero nunca he
besado a ninguna de ellas. Besar es demasiado personal, es lo que hace la
gente cuando quiere acercarse, recordar a la persona y si hay algo que no
quiero hacer con nadie es acercarme... y especialmente no con ella, no otra
vez.
¿Por qué demonios la devolví el beso?
La odio, ¿verdad? Mi cerebro me dice que sí, pero mi corazón me dice
otra cosa. Mi corazón me dice que estoy enfadado, confundido... pero no que
la odio. Lamo mis labios, su sabor aún perdura allí. Mi mente quiere quitar
ese sabor de mi boca, mientras que mi cuerpo quiere deleitarse con él. Mis
pensamientos están llenos de imágenes de ella y necesito despejar mi
maldita cabeza y sacarla de mi mente de una vez por todas.
Intento pensar en cualquier cosa menos en sus labios, sus ojos
perforando los míos, la forma en que su sexo se apretó alrededor de mis
dedos tan fuerte que pensé que iba a morir. He cruzado una línea, una que
nunca había cruzado con ninguna mujer antes de esta noche. Nunca he
forzado a nadie, no es que tuviera que forzar a Jules, estaba claro que ella
estaba más que interesada en mí, sólo era la forma en que lo hacía,
tomándola, usando su cuerpo sin permiso.
Estuvo mal. Fue correcto. Fue espantoso.
Por mucho que quisiera hacerle daño, no había forma de que pudiera
tomarla sin su permiso. Quería hacerle daño, arrancarle el corazón, pero no
quería cometer un crimen para hacerlo. Me gustaba que mis mujeres
estuvieran dispuestas, pero ella no tenía por qué saberlo, podía estar
pensando que yo iba a hacerlo todo el tiempo, y probablemente lo hizo, hasta
que se dio la vuelta y me miró a los ojos. Siempre tuvo el poder de ver a
través de mí.
Maldición. Paso las manos por mi pelo con frustración, tirando con
fuerza de mis mechones deseando que me den las respuestas que necesito.
¿Por qué no puede simplemente irse? Su recuerdo me persigue y ahora es
más que un recuerdo, está aquí, delante de mis narices arruinándome de
nuevo.
Saco mi móvil, compruebo el chat del grupo con todos los chicos
aparece diciéndome que tengo más de veinte notificaciones perdidas, pero
no me importa. La apuesta es lo último que pasa por mi mente en este
momento. Quiero ganar, pero me preocupa el efecto que Jules tiene sobre
mí, y necesito poner esa mierda en orden antes de intentar tomarla.
La idea de tener sexo con ella pone mi miembro de acero. La he
deseado desde que éramos adolescentes, y podría haberla tenido tantas
veces. Quería que fuera mi primera, mi última, mi siempre. Aprieto los
dientes. Necesito encontrar una manera de olvidarla, de olvidar su recuerdo.
He intentado todo a lo largo de los años: chicas, cervezas, hierba. Nada la
ha alejado de mi mente.
Concentro mi atención en mi teléfono, encuentro el nombre de Cally
y le envío un mensaje. Sé que no es mi apuesta, pero descubrir que era la
compañera de habitación de Jules sólo añadió diversión. Ahora tengo una
entrada, en la vida de Jules, para hacerla lo más miserable posible. Le pido
a Cally que se reúna conmigo en la cafetería para desayunar mañana y no
me sorprende que responda enseguida, diciéndome que le encantaría.
Cuando llego a la casa, todos los chicos están en la sala de estar
bebiendo cerveza. Agarro dos de la nevera, y me trago una de inmediato para
calmar mis nervios, mientras me siento con la segunda. Estoy consumido
por la necesidad de encontrar una cura para su recuerdo. Tengo que dejar
atrás el pasado que compartimos, y no se me ocurre una forma más rápida
que emborracharme con los chicos. No es una cura, pero servirá por ahora.
Me tomo la segunda cerveza, y luego otra, y otra más hasta que tengo cinco
cervezas en un zumbido que finalmente empieza a hacer efecto.
—¿Estás bien, Rem? —pregunta Thomas, la preocupación está
grabada en sus rasgos mientras mira las latas de cerveza en la mesa delante
de mí.
Típicamente, no bebo tanto, y especialmente no en las noches de
escuela, pero esta noche necesito toda la cerveza que pueda conseguir.
Asiento, odiando que por una vez me vea obligado a mentir a mis
amigos.
—Nunca he estado mejor, Tom. Nunca he estado mejor.
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Pasan otros tres días, cada uno de los cuales consiste en lo mismo.
Despertarse, ducharse, comer, acostarse, comer, enjuagarse y repetir. Seb
no trata de hablarme de él otra vez y estoy agradecida por ello. Hoy me siento
en el salón en vez de en el dormitorio, lo que supongo que es un pequeño
paso adelante. No lo sé realmente. No tengo la ambición de ser nada. Todo
lo que hago es vivir mi vida como una cáscara de la persona que fui una vez
antes.
Miro por la ventana, mirando al patio trasero, mirando a la nada.
Puedo oír a Seb en su oficina, moviendo las cosas. Su teléfono suena y un
segundo después lo contesta.
—Sí, lo sé. —Su voz es monótona, como mi vida actual—. Bueno, lo
hizo él mismo. La suspensión es la menor de sus preocupaciones, en este
momento.
Debería sentir algo, cualquier cosa al oír a Seb hablar de su
suspensión, pero no me importa. No tengo ninguna emoción hacia las cosas
que estoy escuchando.
La ira, la tristeza, el odio, esos sentimientos ya se han ido, fueron
dejados atrás con la vieja Jules.
—Le va tan bien como a alguien que pasó por lo que ella pasó.
Seb suena frustrado, pero no puedo sentir lástima por involucrarlo.
Necesitaba un lugar donde ir, un lugar donde sé que nadie podría tocarme,
hablarme.
—Sí, te haré saber si algo cambia.
El silencio se instala en la casa una vez más. La silla de Seb roza el
suelo de madera y un momento después, siento su presencia en la
habitación. No dice nada, y me pregunto si tal vez se fue.
Entonces su garganta se aclara.
—Papá quiere verte... hablar contigo...
Me trago sus palabras, pero no respondo. No tengo nada que decir, y
que él venga aquí y me hable no cambiará nada.
Seb se acerca al sofá para mirarme, sus facciones están tensas, la
preocupación le arruga la frente, y me pregunto por qué he venido aquí.
Mirar a Seb es como mirar una versión mayor de él. La pesadilla, mi ruina.
Seb se sienta a mi lado, mientras su mano se agarra a la mía.
Su tacto es cálido, y mi cuerpo reacciona a él con un escalofrío.
—No puedo retenerlo para siempre, Jules. Quiero ayudarte y sabes
que haré todo lo que pueda, pero necesito que encuentres la forma de salir
de esto. Necesito que encuentres el camino de vuelta.
Pestañeo y miro desde su mano, en la mía, antes de volver a mirar su
cara. Mandíbula afilada, ojos verdes penetrantes, un hoyuelo en la esquina
de su boca. Cada vez que miro a Sebastian, lo veo.
Me aprieta la mano suavemente, trayéndome de vuelta al presente.
—¿Lo intentarás, Jules? No tienes que salir de casa ni ir a ningún
sitio, pero necesito que intentes hablar con alguien, aunque sea sólo
conmigo, aunque sea una conversación sobre nada en absoluto.
La sonrisa que me da es una que solía derretir todas mis
preocupaciones, pero ya no tengo preocupaciones. No hay nada que pueda
herirme, porque herirme, significaría que tendría que sentir, y eso es lo que
Seb me está pidiendo que haga... sentir, y todavía no estoy allí.
Le quito la mano y me levanto caminando hacia el dormitorio, sin decir
una sola palabra.
—Vamos, Jules, por favor —dice Seb con la voz ronca, emociones que
me niego a reconocer obstruyen su garganta—. Te lo ruego...
Me detengo a mitad de camino, pero sólo porque Seb no ruega, no es
típico de él, y escucharle así, bueno no voy a mentir y decir que no llega a
mi corazón, porque lo hace, pero si hacerle daño me protege entonces
supongo que es una elección que tengo que tomar.
Continúo caminando hasta llegar a mi dormitorio, luego me deslizo
dentro, cerrando la puerta suavemente detrás de mí. Otro día sin dolor...
otro día sin él.
********
********
Los días se mueven lentamente sin Jules. Me obligo a correr todas las
noches sólo para evitar ir a ella. Sebastian no lo ha admitido, pero sé que
ella se está quedando con él, y se necesita todo en mí para darle tiempo,
espacio. Cada día sin ella se siente como una eternidad. Mi razón para
respirar empieza y termina con ella.
Aprieto los dientes, presiono más fuerte, mis pulmones arden, un
delicioso dolor se forma en mis músculos, mientras doy la vuelta a la
manzana y corro el resto del camino hasta la casa. Al acercarme, veo a
Sebastian y a mi padre parados afuera. Parece que están en una
conversación acalorada, en la que no quiero involucrarme. Ya tengo
bastante dentro de mi cabeza. No necesito añadirle más, a menos que tenga
algo que ver con Jules.
—Rem, tienes que venir conmigo —ordena Sebastian tan pronto como
llego a la entrada. Su mandíbula está apretada, y parece enojado.
—¿Qué está pasando? —pregunto entre respiraciones, el sudor gotea
por la frente y el pecho, empapando mi camiseta. Mi padre tiene una extraña
mirada en sus ojos, una que nunca he visto antes.
—La policía te está buscando. Quieren que entres ahora mismo.
Pongo los ojos en blanco. Que se jodan, no hay nada que investigar o
cuestionar. No he hecho una mierda, todavía no. Tendrían algo que
investigar si pudiera ponerle las manos encima a Cole, pero hasta ahora, no
tengo ninguna pista de dónde está.
Me levanto la camisa, me limpio la frente con la tela.
—¿Tengo tiempo para cambiarme y ducharme?
Seb sacude la cabeza, y eso sólo me frustra más.
—Bueno, supongo que vamos a ir entonces —me quejo, dirigiéndome
al todoterreno.
—Deja que te hagan sus preguntas, hijo. La jodiste, sí, pero sé que no
heriste a Jules como dicen que lo hiciste.
Ni siquiera me importa, no hay nada que pueda hacer para que me
crean, no sin revelar lo que pasó esa noche y no le haré eso a Jules. No
volveré a hacerle daño, nunca.
Sebastian y mi padre se suben al todoterreno, y empezamos a ir hacia
la comisaría de policía. Tengo ganas de preguntarle cómo está ella, si todavía
no habla ni come, si todavía tiene pesadillas, pero me preocupa que no me
diga la verdad, aunque se la pregunte.
Papá es el único que me ha hablado de su estado actual. Sebastian es
frío y distante y no suele mencionar a Jules, si es que lo hace, cuando lo
veo.
—Sé que crees que lo hice, pero no lo hice. La amo demasiado como
para hacer algo tan tonto.
—¿Crees que porque me dices que la amas te creeré?
El tono de su voz me coge desprevenido, y antes de que pueda
responder, vuelve a hablar.
—Se niega a comer, a hablar, a ducharse, y a veces tengo que ir a su
habitación por la noche porque me preocupa que pueda dejar de respirar...
que se dé por vencida, que deje de intentarlo.
No hay palabras, no hay respuesta a lo que acaba de decir. Me duele
el corazón, literalmente.
—Eres mi hermano Rem, y te quiero, pero le hiciste daño, le hiciste
mucho daño, y sé que lo sientes, y que no querías que esto se saliera de
control, pero así fue. Lo hizo, carajo, y ahora hay consecuencias por tus
acciones.
—Yo no lo hice, Seb. Tomé la grabación, pero no las fotos. La salvé esa
noche, de él...
La confesión se me escapa de los labios con facilidad.
—¿Qué? ¿Quién es él?
—No puedo decir. No quiero que Jules tenga que revivir esa noche. Si
digo algo, harán más preguntas, irán a ella, la meterán en todo esto, y no
quiero herirla más de lo que ya lo he hecho. No puedo soportarlo.
Sebastian suspira.
—Así que te tomarás la culpa por las fotos, ¿para qué? ¿Para
protegerla? Van a terminar interrogándola de todos modos.
Me encojo de hombros.
—Entonces ella puede decirles lo que quiera. Si quiere decirles la
verdad, de lo que realmente pasó esa noche, entonces puede hacerlo. Si no
lo hace, entonces asumiré la culpa.
Nos detenemos en la comisaría y aparcamos en el pequeño
aparcamiento de enfrente. Abro la puerta, pero mi padre me agarra del brazo
y me impide salir.
—Tal vez deberíamos conseguir un abogado antes de hablar con ellos.
—Papá, no tomé las fotos —gruño.
Me estoy cansando en serio de tener que decirle eso a la gente. Puede
que haya sido tan estúpido como para compartir esa grabación con los
chicos, pero si tuviera fotos de Jules, no las estaría compartiendo con todo
el campus.
Ésas serían mías, todas mías.
—Escuchaste lo que dijo el abogado con el que hablaste. No hay nada
de lo que puedan acusarme. La grabación fue jodida pero no ilegal y no tomé
esas malditas fotos. Lo he negado un millón de veces y lo seguiré negando,
porque no fui yo.
Suspira y me suelta el brazo. Estoy seguro de que piensa que estoy
siendo obstinado, pero no les diré algo a estos imbéciles sólo porque quieran
oírme decirlo. Salgo del coche con mi padre siguiéndome.
—Voy a volver a mi casa —anuncia Seb—. Llámame cuando termines,
e iré a buscarte. No tengo la paciencia de sentarme en otra sesión de
interrogatorio.
Entramos, todos los ojos se levantan y se posan en mí, como si fuera
un criminal trastornado o algo así. Es un pequeño departamento de policía
y parece que todo el mundo sabe por qué estoy aquí. El Detective García
viene a la esquina y me saluda en su habitual forma sin emociones.
—Señor Miller, por favor sígame. —Se mueve hacia atrás y yo empiezo
a caminar, mi padre me pisa los talones—. Lo siento, señor, no podrá venir
con nosotros para el interrogatorio de hoy.
—¿Y eso por qué? ¿Está mi hijo bajo arresto?
La voz de mi padre rebota en las paredes, llenando el pequeño espacio.
—No en este momento, pero tengo una orden para recoger una
muestra de ADN, lo cual haré.
—¿Muestra de ADN? ¿Para qué? No la violó, ¡maldición!
Mi padre expulsa la ira que cubre sus palabras.
—Tenemos a alguien que se ha presentado afirmando que no es la
primera vez que hace algo de esta naturaleza. La segunda chica ha salido y
ha dicho que la has agredido sexualmente. Fue a un hospital para un
examen de violación que dio positivo.
Mi pulso se acelera, mi estómago se está retorciendo en un nudo
apretado. Me han tendido una trampa... no hay otra forma de explicar por
qué me han puesto todo esto. Nunca he tenido sexo con una mujer más de
una vez, y nunca tomo a una que no esté dispuesta. Nunca. Puede que haya
herido a Jules, pero hay una fina línea entre violar a alguien que no te quiere
y grabar algo sin su conocimiento.
—¿Qué? —gruño—. Eso es ridículo. ¿Por qué me acusas de algo tan
repugnante? Nunca haría eso.
El detective me mira fijamente a los ojos mientras habla.
—Porque la chica te nombró específicamente. La señorita Layla Hart,
¿le suena su nombre, señor Miller?
Mis labios se curvan, mis venas se llenan de hielo.
—Tienes que estar bromeando.
Durante las siguientes horas, soy interrogado por los mismos dos
detectives que me interrogaron la primera vez. Alguien entra y toma una
muestra del interior de mi mejilla para buscar ADN. No sé cuántas veces me
hacen las mismas preguntas una y otra vez. Quieren que me derribe, que
confiese, pero no hay una mierda que confesar.
Después de un tiempo, trato de ahogarlos. Pienso en la cara de mi
padre cuando me acusaron de violación. Sé que no quería creerlo, pero
cuando le miré a los ojos, pude ver la duda que le asaltaba. Quiero estar
enojado con él por no creer en mí, pero ¿cómo puede hacerlo después de
todo lo que he hecho? Después de las formas en que lo he decepcionado.
Todas las pruebas apuntan hacia mí, así que no puedo culparlo por dudar
de mí. Si no supiera con certeza que no soy esa clase de hombre, dudaría
de mí mismo.
Rechacé un abogado hace horas. No le vi el sentido. No pueden
hacerme confesar algo que no hice y no hay pruebas de que haya hecho
algo, porque no sucedió.
—Bien, señor Miller, esas son todas las preguntas que tenemos, por
ahora. Pero pronto tendrás noticias nuestras —dice el detective, claramente
descontento con el resultado.
No me importan sus malditos sentimientos. Saldré de la habitación y
bajaré al pasillo antes de que cambien de opinión y me encierren en una de
estas celdas. Cuando llego a la pequeña sala de espera en la parte delantera
de la estación, me doy cuenta de que mi padre ya no está aquí.
Salgo de la estación, esperando que esté fuera, pero después de
buscar en todas partes, no lo veo. No debería sorprenderme que se haya ido,
pero, aun así, duele. La gente tiene tendencia a dejarme y esto es sólo otro
recordatorio de eso. Cada vez que necesitas a alguien, no está ahí, o al
menos así es con mi familia.
Saco mi teléfono para marcar el número de mi padre, pero no puedo
obligarme a pulsar el botón de llamada. Decido volver al campus, no
importa, ya que aún estoy con mi ropa de entrenamiento de todos modos.
Son sólo unas cinco millas más o menos, así que debería estar allí en menos
de una hora. Empiezo a correr, pero rápidamente se convierte en una
carrera en toda regla, y adquiero velocidad con cada zancada. Mis pulmones
arden, pero es un buen ardor, uno que me hace sentir como si finalmente
pudiera respirar. Al menos aún puedo controlar mi cuerpo, porque, joder,
ya no tengo control sobre nada más ahora mismo, sobre todo mis emociones
o mi vida. Y mientras corro como si tratara de superar todas las desgracias
que están ocurriendo en mi vida ahora mismo, me pregunto cómo llegamos
a este punto...
¿Cómo se jodió tanto mi vida?
E
n cuanto Sebastian entra en mi habitación, sé que pasa algo.
Tiene una mirada nerviosa en su rostro, una mirada que
está al borde del terror. Sin saberlo, puedo decir que está a punto
de decirme algo que no me va a gustar.
—Jules, alguien está aquí para hablar contigo.
Cierro los ojos y niego. Mi pecho empieza a temblar con respiraciones
irregulares. Puedo sentir el pánico arrastrándose.
—No, no, no quiero hablar con nadie.
—Lo sé... pero me temo que no hay manera de evitarlo. Lo siento,
Jules, pero es la policía y realmente quieren hablar contigo. Creo que sería
bueno para ti.
—Lo que sería bueno para mí es que todos me dejaran en paz —me
desespero, sintiendo una punzada de ira por primera vez en semanas.
—Están en la sala de estar esperándote. ¿Quieres salir o quieres que
los deje entrar aquí?
Me encuentro negando. De ninguna manera los quiero aquí, este ha
sido mi espacio seguro durante semanas, y no voy a dejar que lo invadan.
Salgo de la cama. Sebastian suspira fuerte, pasando una mano por su
cabello y sé que se siente aliviado.
—Estaré en mi habitación si me necesitas, ¿de acuerdo? A menos que
quieras que salga contigo.
—No, lo haré sola —digo, no hay necesidad de involucrarlo más en
este lío.
Salgo a la sala y encuentro un hombre y una mujer sentados en el
sofá, ambos me sonríen en cuanto me ven.
—Señorita Peterson, encantado de conocerla —me saluda la mujer.
Su voz es suave y reconfortante, muy parecida a la de una manta
favorita, y sé sin duda que es una psiquiatra. He visto psiquiatras antes, mi
padre me hizo ir a ver uno cuando me costó mucho hacer frente a la
mudanza.
—Soy Susan, ¿estaría bien si te llamo Jules?
Asiento ligeramente y me siento en el sillón. Algunas partes de mí
quieren volver al dormitorio y esconderse en la cama, mientras que otras
partes saben que es hora de hablar, aunque sea un poco.
—Jules, este es el detective que dirige la investigación por la que
estamos aquí hoy. Sólo estará aquí escuchando y tomando notas. Yo seré
quien te haga las preguntas, ¿te parece bien? —Asiento de nuevo y ella
continúa—. Sé que va a ser difícil para ti hablar de esto, pero es muy vital
que obtengamos alguna información de ti.
Respiro superficialmente, pero el aire ni siquiera llena mis pulmones.
—Bien, sólo pregunta para que esto termine rápido —le digo y aunque
sé que sueno grosero, sólo me sonríe, sin prestar atención a mi tono áspero.
Susan mira al detective un momento y luego se aclara la garganta.
—Jules, ¿Remington Miller te asaltó sexualmente?
Me duele el corazón al oír su nombre, la herida con costra sobre mi
corazón ahora palpita con sangre fresca. Me duele tanto que tardo un
segundo en darme cuenta de lo que me acaba de pedir.
—No, no lo hizo —divulgo y observo como el detective garabatea algo
en su cuaderno de notas.
Quiero preguntarle qué está escribiendo y por qué, pero no lo hago.
No quiero someterme a nada más de lo necesario.
—La grabación que fue enviada a los estudiantes de su escuela, ¿sabe
cuándo y dónde fue tomada?
Intento mantener mis paredes en alto y no dejar entrar ninguna
emoción, pero esto se hace cada vez más difícil a cada segundo con ellos
haciendo preguntas que casi me obligan a recordar al hombre que me partió
el corazón en dos.
—Fue tomada en mi habitación, unos días después de que empecé la
escuela aquí, tal vez el cuatro de abril.
—¿Estás segura? Tenemos razones para creer que fue tomada en una
fiesta a la que usted asistió unos días después de eso.
Me muevo en mi asiento de repente teniendo la necesidad de
levantarme y salir corriendo. ¿Por qué preguntarían sobre la fiesta? Aparte
de intentar olvidarlo, he hecho todo lo posible por olvidar esa noche.
—Jules, ¿estás consciente de que las fotos fueron enviadas a la
escuela poco después de que se enviara la grabación?
La miro confundida, sin entender lo que dice.
—¿Fotos? ¿Qué clase de fotos?
—Fotos de ti. Fotos que parecen haber sido tomadas en esa fiesta a la
que tú y Remington asistieron.
Una repentina sensación de fatalidad inminente me empapa como el
ácido que cae del cielo.
—Qué tipo de fotografías —repito.
—No estabas completamente vestida en estas fotos y parecía que
estabas desmayada. Parece que las fotos fueron tomadas sin su
consentimiento.
—Quiero verlas —exijo, cada músculo de mi abdomen se tensa y como
si ella esperara que pidiera verlas, saca una carpeta negra de su lado. Me la
entrega, y mi corazón comienza a correr dentro de mi pecho, el sonido llena
mis oídos. Algo se siente como si se envolviera alrededor de mi garganta,
dificultando la respiración, la deglución.
Abro la carpeta y... el mundo se me cae. Lo que encuentro es
exactamente lo que ella declaró, pero una parte de mí esperaba que tal vez
estuviera mintiendo. Mientras miro las fotos, veo que soy yo, medio desnuda
en una cama, es de la noche en que Cole me drogó. Los recuerdos me
vuelven a la mente y es difícil pensar en otra cosa. Cierro la carpeta y la tiro
sobre la mesa, con las manos hundidas en el pelo. ¿Por qué no desaparecen
los recuerdos?
Él. El hombre que me rompió el corazón, envió los recuerdos, pero sin
él, estoy sujeto a su memoria, pero con él, estoy sujeta al recuerdo de su
dolor.
—¿Sabes quién te tomó estas fotos, Jules?
—Sí —digo desesperada, pero no me explico más—. No quiero hablar
de esa noche. ¿Hemos terminado?
—Jules, sabemos que esto es difícil para ti, pero hay otra chica que
se ha presentado. —Hace una breve pausa, sus ojos se mueven entre el
detective y yo—. Ya no estás sola, y tu declaración puede ayudar a otras
chicas en el futuro.
—¿Otras chicas?
—Sí, alguien se ha presentado y ha acusado a Remington de violarla.
Su acusación me hace tambalear.
Una ráfaga de ira rompe mis barreras como una ola que se estrella
contra el borde de un acantilado.
—Te equivocas. Remington nunca haría eso. Lo estás acusando
injustamente.
Me decepcionó y me traicionó de muchas maneras, pero sé... sé en mi
corazón que él no haría algo así.
Tanto Susan como el detective me miran con una mirada
desconcertada.
—Jules, he oído la cinta y he visto las fotos...
—Remington no las tomó y ¿qué cree que pasó exactamente en esa
cinta?
Trato de recordar esa noche, otro recuerdo que tengo que sacar de mi
cerebro porque traté de enterrar cada uno de los recuerdos, pensamientos
y sentimientos cuando se trata de él. Sé que me dijo algunas cosas groseras
esa noche, pero ¿sonaba como si me estuviera violando?
—No está realmente claro lo que pasó sólo por el sonido. ¿El sexo en
ella fue consentido? No sientas que necesitas protegerlo, Jules.
Mis fosas nasales se inflaman y aprieto los puños. ¿Por qué intentan
que admita algo que nunca sucedió?
—No hubo sexo. Él sólo... —Hago una pausa, sin querer decir lo que
realmente pasó, pero luego me doy cuenta de que ya han escuchado la cinta
y la única manera de aclarar esto es decirles la verdad—. No tuvimos sexo,
él... sólo me hizo llegar al orgasmo... con su dedo y luego se fue.
Mis mejillas se calientan al confesar.
Susan asiente sin juzgar, animándome a seguir hablando.
—Pero, ¿qué pasa con esa fiesta? La gente te vio salir con Remington
esa noche.
Salto desde mi asiento, sin poder permanecer más tiempo sentada.
—No quiero hablar de esa noche, ¿de acuerdo? —grito, incapaz de
controlar el volumen de mi voz.
Susan también se levanta y da un paso hacia mí. Mostrándome sus
manos, con las palmas hacia arriba como si estuviera tratando de calmar a
un animal salvaje.
—Jules, puedes decirnos qué pasó. Sé que es difícil, créeme, lo sé,
pero esta información podría ser crucial para la investigación de Remington.
Lo que sea que te haya hecho, podría habérselo hecho a esta otra mujer.
¿No quieres ayudarnos?
¿Ayudarles? ¿Ayudarles a hacerle daño? Sé la respuesta sin siquiera
pensarlo.
—No hizo nada para herirme, me salvó esa noche. Estaba siendo tan
idiota, tenía un mal presentimiento, pero lo aparté.
Después de que digo las primeras palabras, el resto sigue con
facilidad, las palabras siguen apareciendo, y ni siquiera me importa
detenerlas.
—No sabía que había algo en la bebida. No probé nada, y de repente
me sentí muy rara. Caliente y fría a la vez. No quise ir con él, pero me llevó
al dormitorio, y luego empezó a quitarme la ropa. Le pedí que se detuviera,
pero no lo hizo... le rogué que se detuviera y cuando eso no funcionó, traté
de empujarlo, pero era demasiado fuerte.
Mi voz se quiebra al final, mi alma rota se rompe un poco más y ni
siquiera me doy cuenta de que estoy llorando hasta que Susan me da un
pañuelo.
Me seco las lágrimas y continúo.
—Remington entró en la habitación y me quitó a Cole de encima, luego
le dio un puñetazo.
No creo que deba decirle a la policía que pensé que lo iba a matar, así
que dejo esa parte fuera. Lo último que Remington necesita claramente
ahora es encontrarse con un cargo por asalto.
—Luego me ayudó a vestirme y me sacó de allí. Eso es todo lo que
pasó esa noche.
—¿Quién es Cole? —pregunta Susan, y me estremezco al oír su vil
nombre.
No creo que pueda hablar o pensar en él ni un segundo más, pero
luego recuerdo lo que dijo Susan al principio. Esto podría ayudar a otras
chicas en el futuro. Si no hablo ahora, Cole se irá como un hombre libre,
dándole la oportunidad de hacerle esto a otra mujer y eso en sí mismo es
suficiente para mantenerme hablando.
—Cole era el compañero de cuarto de Remington. Tenía una extraña
obsesión conmigo. Él es quien me drogó e intentó... —Ni siquiera puedo decir
la palabra en voz alta, porque entonces se siente como si fuera real, como si
hubiera ocurrido, y aunque sé que casi lo hizo, es más fácil de tragar si no
lo digo.
—Luego, unos días después de eso, me acorraló. Compartimos una
clase juntos, él no apareció, así que pensé que estaba a salvo, pero después
de la clase, me acorraló y trató de obligarme a decirle a Remington que lo
quería. Me amenazó con que yo pagaría si no lo hacía. Tenía miedo, pero no
iba a decirle a Remington porque era una mentira, no lo quería.
Las lágrimas manchan mis mejillas.
—No lo quería —susurro más para mí misma que a nadie más en la
habitación.
—Lo sé, Jules, sé que no lo hiciste. —Susan se acerca a mi lado, me
tiende la mano. Pone su mano en mi brazo, su toque es suave y
reconfortante mientras frota su pulgar sobre mi piel. Me recuerda cómo mi
madre me consolaba de niño, cómo Remington me consolaba la noche en
que todo esto sucedió, y extraño ese consuelo... lo extraño.
—Nunca fue Remington. Fue Cole. Remington me salvó, y no dije nada
hasta ahora porque quería olvidar.
—No tienes que explicarte, esto es completamente normal —me
asegura Susan y de alguna manera eso me hace sentir mejor.
No sé por qué, pero estaba segura de que la gente me juzgaría por lo
que pasó, pero ahora al mirarla, viendo que no hay ningún juicio en su
mirada, y sólo comprensión, sé que me equivoqué.
Una garganta se aclara detrás de nosotros haciéndome girar para
enfrentar el ruido, es entonces cuando me doy cuenta de que el detective
está ahora de pie, y que Seb ha entrado en la habitación.
—Tenemos toda la información que necesitamos ahora. Sólo tengo
una pregunta, señorita Peterson.
La mirada del detective se suaviza en cuanto ve mi cara.
—¿Sí? —dejo salir, parpadeando entre las lágrimas.
—¿Cuándo fue la última vez que viste o supiste algo de Cole?
—Ese día me acorraló después de la clase. Puedo mirar mi agenda de
llamadas y decirte la fecha exacta, pero no puedo recordarla de memoria.
—Eso sería genial, señorita Peterson. Envíeme la información por
correo electrónico tan pronto como pueda y gracias de nuevo. Siento haberla
hecho pasar por esto otra vez.
Me brinda una sonrisa comprensiva y me da una tarjeta. La tomo,
sosteniéndola en mi mano húmeda.
—Dado que estamos repartiendo tarjetas, aquí está la mía. —Susan
también me da una tarjeta—. Si necesitas hablar de nuevo, o simplemente
desahogarte, el número de mi oficina está arriba y mi móvil abajo. Puedes
llamarme a cualquier hora, día o noche.
Si me hubieras preguntado hace dos horas si alguna vez la llamaría,
mi respuesta habría sido un infierno no, pero ahora que he hablado con ella,
lo considero. Definitivamente mantendré su tarjeta cerca de mí.
—Gracias —les digo a los dos y veo como Seb los acompaña a la salida.
En cuanto oigo cerrarse la puerta principal, me tumbo en el sofá. Hablar de
esa noche me quitó un peso de encima, pero también me hizo confirmar que
sucedió y eso fue casi más aterrador que recordarlo.
Sebastian vuelve a entrar en la habitación, con una mirada triste.
—No quise espiar, pero escuché muchas de las cosas que dijiste, más
que nada porque estabas gritando, lo cual me alegra que hicieras. No tienes
ni puta idea de lo contento que estoy de verte enfadada y gritando.
Le doy una sonrisa triste.
—Te debo una Seb. Te debo mucho.
Él sonríe, caminando hacia donde estoy acostado en el sofá. Sin
avisar, me está tirando a su pecho y sus brazos me rodean con fuerza.
—Nunca me hagas eso de nuevo, nunca. Entiendo por qué lo hiciste,
que estabas herida, pero tenía miedo, Jules, mucho miedo.
Nunca fue mi intención herir a Sebastian, pero ahora veo que sí.
—Lo siento —admito, sintiendo sus brazos apretados a mi alrededor.
—No lo estés. La única persona que necesita disculparse es ese cabrón
por hacerte daño, y te juro, Jules... la policía mejor que lo encuentre antes
que yo, porque si lo encuentro yo primero, es hombre muerto. Nunca va a
volver a hacer esta mierda de nuevo.
Sus palabras me aseguran que tomé la decisión correcta a la hora de
decirles lo que sabía. No sólo limpió el nombre de Remmy, sino que también
señaló a la policía en la dirección correcta para encontrar al verdadero
criminal. No podía quedarme quieta y dejar que acusaran a Remington de
hacer algo que sé en mi corazón que no haría.
—¿Qué crees que pasa ahora? —pregunto, sintiendo una frialdad que
me atraviesa mientras me libera.
Sus ojos brillan con la oscuridad.
—Ahora encontramos al bastardo.
Ahora que todo está sobre la mesa, tengo que aceptar lo que pasó.
Primero, necesito digerir lo que Cole me hizo. Entonces necesito trabajar en
lo que Remmy ha hecho y, o encuentro una manera de perdonarlo o
encuentro una manera de seguir adelante con mi vida.
Ninguno de los dos caminos será fácil, pero la vida nunca lo es.
C
asi le cierro la puerta en la cara al detective García cuando lo veo
parado al otro lado. Lo único que me impide hacerlo es que hoy
muestra algo de emoción en su cara. Sus ojos oscuros sostienen
una disculpa, y me aferro a esa mirada.
—Será mejor que estés aquí para disculparte o para decirme que ha
habido un cambio en el caso.
Mis dedos muerden el marco de madera de la puerta mientras hablo.
—¿Le importa si entro, señor Miller?
¿Me importa...?
—Por supuesto, entre —murmuro y doy un paso atrás para que pueda
entrar.
Cruzó la puerta y entró en el vestíbulo y cierro la puerta tras él. Paso
por delante de él y entro en la sala de estar. Mira alrededor de la habitación,
a la cocina que se abre en la sala de estar. El lugar está bastante limpio para
ser una fraternidad, si se me permite decirlo.
—¿Quieres sentarte?
—Claro, gracias. —Se sienta en el sofá y yo en el sofá de dos plazas,
esperando que se explique—. En primer lugar, aunque resulte que usted no
violó a Layla Hart ni tomó las fotos de la señorita Peterson, no me disculparé
con usted. Por un lado, tomaste la grabación y se la mostraste a tus amigos,
lo cual puede no ser ilegal en este estado, pero aun así es una cosa de
imbéciles. Además, sólo estaba haciendo mi trabajo y todas las pruebas
apuntaban a ti, por eso no me disculparé.
—Me parece justo. —Tiene razón, aunque no me guste—. Entonces,
¿por qué estás aquí?
—¿Por qué no nos dijiste lo que realmente pasó esa noche de la fiesta?
—Jules me pidió que no se lo dijera a nadie. Sabía que, si te lo decía,
irías a interrogarla y ella no quería hablar de ello.
García me da un guiño sombrío.
—Jules nos lo contó todo ella misma. Le hicimos saber que alguien
más te acusó de violación y nos dijo que nunca lo harías. Luego nos habló
de Cole y de la amenaza que hizo. También interrogamos a la señorita Hart
de nuevo, y admitió que no fue usted quien la violó, sino Cole. La amenazó
y la convenció de que le echara la culpa a usted.
—Ese pedazo de mierda.
Puede que haya estado enfadado con Layla, pero demonios, no se lo
desearía a nadie. Sólo trataba de protegerse, como yo trataba de proteger a
Jules no diciendo una mierda. La cara del detective García se endurece
cuando abre la boca para volver a hablar.
—¿Sabes dónde está Cole? Hemos buscado en todos los sitios que nos
dicen que frecuenta, pero nadie lo ha visto, no desde que se publicó la
grabación.
—Créeme, si tuviera una sola pista de dónde está, estaría allí en un
abrir y cerrar de ojos para aplastarle la cara.
García me brinda una pequeña sonrisa.
—Como padre de dos niñas, aprecio tu entusiasmo, pero como
detective, te aconsejo que no lo hagas. Deja que la ley haga su trabajo. Si se
te ocurre algo que pueda ayudarnos a encontrarlo, por favor llámanos de
inmediato antes de hacer algo por tu cuenta.
Si lo encuentro primero, rezará para que la policía llegue antes de que
termine con él. Contra la ley o no, no hay nadie que me impida romperle la
cara a ese cabrón. Por Jules, por Layla, pagará por depredar a mujeres
inocentes.
—No puedo prometerle que no haré nada, detective, y estoy seguro de
que entiende por qué. En cuanto a más información sobre él, son más que
bienvenidos a revisar su antigua habitación y preguntar a cualquiera de mis
otros compañeros si saben de su paradero. Por lo que sé, ninguno de ellos
lo ha oído o visto.
—Comencemos con su dormitorio, y veré cómo contactar con tus
compañeros de cuarto.
Me brinda una mirada de alivio como si no esperara que le hubiera
ayudado de ninguna manera, pero ése no soy yo. Estoy enojado por haber
sido acusado injustamente, pero estoy más enojado porque, ese enfermo hijo
de puta está ahí fuera en algún lugar haciendo Dios sabe qué.
Me levanto, le enseño la vieja habitación de Cole, la mayoría de las
cosas de Cole están todavía dentro de ella. García pasa cerca de veinte
minutos atravesando la habitación antes de salir del dormitorio moviendo
la cabeza.
Se va poco después, me da su tarjeta, y me deja que me revuelque en
mis propias penas una vez más. Quiero agradecer a Jules por hablar de lo
que pasó, pero parece una cosa tan estúpida. No es como si lo hubiera hecho
para salvarme el culo. Todo lo que hizo es decir la verdad... una verdad que
probablemente duela mucho decir.
Maldición, es tan fuerte, tan perfecta.
Estoy a segundos de volver a subir las escaleras y entrar en mi
habitación para ducharme e irme a la cama cuando un fuerte golpe resuena
en la habitación. ¿Quién diablos podría ser? Vuelvo a la puerta, abriéndola,
medio esperando que sea García otra vez, tal vez con algunas preguntas
más, pero en cambio, encuentro a Seb ahí de pie, con las manos metidas en
los bolsillos.
—Hola —murmura.
—Hola.
No espera a que lo invite a entrar. Pasa por delante de mí, entrando
en la sala de estar como si fuera el dueño del maldito lugar. Cierro la puerta
detrás de nosotros y lo sigo como un cachorro perdido. Cuando él se sienta
en uno de los sofás, hago lo mismo.
—Siento no haberte creído. No es que no quisiera creerte, pero las
pruebas contra ti eran bastante asombrosas, y sin que Jules hablara, sólo
hizo que todo fuera mucho más difícil de entender.
Lo entiendo... y no lo culpo en absoluto. Es mi hermano, y al final del
día, nada podría cambiar eso.
—No estoy enfadado contigo. Te di muchas razones para dudar de mí
y honestamente, de alguna manera me alegré de que no me creyeras. La
cagué a lo grande con Jules. La decepcioné, dejé que mis emociones
gobernaran mis acciones.
Hago una breve pausa para preguntarle si está bien, cómo se siente,
pero no lo hago.
—Me alegro de que haya podido contarles lo que pasó y que nadie más
haya tenido que hacerlo por ella. Ésa era su historia para contar y la de
nadie más.
Sebastian sonríe.
—Todavía te ama. Incluso a través de toda la mierda estúpida que
hiciste, a través de los errores que cometiste, esa chica todavía te ama.
Sacude la cabeza con incredulidad, y mi pulso se acelera al pensar
que ella es mía otra vez.
—¿Está... está bien?
—Lo está haciendo bien, sonriendo y hablando, lo cual es mucho
mejor que como era antes.
Eso me hace sonreír, sabiendo que está volviendo a ser la misma de
antes. Un mes. He pasado un mes entero sin ella. En el gran esquema de
las cosas, no es mucho tiempo, no cuando pasé tres años sin ella, pero fue
suficiente, después de haberla recuperado.
—Quiero ir a ella, hablar con ella, disculparme, suplicarle y rogarle —
lo admito.
—Yo esperaría, al menos hasta mañana. Dale esta noche para que
respire, para que piense en todo lo que ha pasado hoy.
Asiento, de acuerdo. Por mucho que no quiera esperar, sé que
Sebastian tiene razón.
—Ahora sólo tenemos que encontrar a Cole, hacerle pagar por lo que
hizo.
Seb asiente, una oscuridad parpadea en sus ojos.
—Quiero que pague tanto como tú. Por herirla, por culparte a ti.
Quiero decir que esa grabación fue una jugada de idiota, pero Cole yendo
tras Jules, tratando de...
Su mandíbula se flexiona, y sé que no quiere decirlo. Ninguno de
nosotros lo hace, ninguno quiere pensar en lo que casi hizo.
—Pagará, Sebastián. Puede que vaya a la cárcel, pero pagará.
—No hagas nada que te ponga tras las rejas. Tienes a Jules, si te pasa
algo, ¿a quién tiene ella?
Sonrío.
—Sabes que ella me dijo lo mismo antes.
Pone los ojos en blanco.
—Lo creo. Es la más inteligente de todos nosotros, nunca entenderé
cómo terminó contigo.
Lo golpeo en el brazo.
—Hombre, ¿en serio?
—¿Qué? Incluso tú admitiste que no la mereces.
—Así es, eso no significa que la vaya a dejar. Es mía y mientras me
quiera, seré suyo.
Me casaré con ella, le daré bebés y la haré mía mientras ambos
vivamos, pero primero tengo que probarme a mí mismo, ganar su confianza
de nuevo.
Necesito mostrar que soy digno de su amor.
—Muy bien, suficiente. No quiero escuchar más sobre tu épica
historia de amor. Necesito volver a la casa para ver cómo está Jules, y luego
ir a la cama. He estado trabajando toda la noche últimamente, y me están
empezando a cansar mucho.
Asiento.
—Lo mismo, entre la investigación, la búsqueda de Cole, y el intento
de evitar que vaya a ella, he estado perdiendo la cabeza. Tal vez pueda
dormir un poco esta noche.
Sonrío. Sólo se puede esperar, ¿verdad?
Cuando Seb y yo nos levantamos de los sofás y empieza a dirigirse
hacia la puerta, su teléfono suena en su bolsillo.
Lo saca y mira la pantalla. Ni siquiera tengo que mirarle bien la cara
para ver el miedo ceniciento en sus ojos.
—¿Qué está pasando?
—Tenemos que irnos. Acabo de recibir una notificación de que alguien
entró por la puerta corrediza de cristal de la casa.
Ni siquiera pienso. Acabo de empezar a moverme. Si algo le pasa de
nuevo, si la toca de nuevo, lo mataré.
M
e doy una larga ducha caliente, y luego me hago un chocolate
caliente. No es tan bueno como el que suelo comprar en la
esquina junto al campus, pero aun así sabe bien, y además es
chocolate. ¿Quién deja pasar el chocolate?
No es hasta que la taza está medio vacía que me doy cuenta de que
mi gusto ha vuelto a la normalidad. Sebastian se fue hace unos treinta
minutos, para hacerme saber que volvería pronto. No me dijo adónde iba ni
qué hacía, y aunque no es asunto mío, me siento un poco culpable por
asustarlo como hice durante el mes pasado.
Me arrastro a la cama con un libro y trato de disfrutar de la historia
mientras sorbo mi chocolate caliente y rozo las páginas del libro de bolsillo
en mis manos. Es la primera vez que tomo un libro en semanas, la primera
vez que puedo concentrarme en algo más que en mis pensamientos.
Había perdido completamente el interés en cualquier tipo de
entretenimiento, pero al abrirme a esa terapeuta esta mañana, me quité un
gran peso de encima y ahora, cuando respiro, puedo hacerlo de verdad.
Realmente puedo sentir el aire llenando mis pulmones.
Sé que estoy lejos de volver a mi antiguo yo alegre, pero al menos he
dado pasos hacia ello. Al menos ahora puedo ver la luz al final del túnel,
cuando esta mañana todavía estaba en completa oscuridad. Oírles hablar
de Remmy como lo hicieron, acusarle de cosas tan horribles sólo rompió las
paredes que contenían mis emociones y hablar de lo que pasó las destrozó
aún más.
No importa cuán enojada, herida y devastada esté por lo que me hizo,
no puedo vivir en un mundo en el que Remmy esté en la cárcel por algo que
no hizo y todo porque no hablé. Pensar en él ahora se siente diferente. Antes
de hablar con Susan, no sentía casi nada por él y los sentimientos que me
atravesaban no fueron agradables.
Ahora que me he permitido sentir de nuevo, recuerdo todos los buenos
momentos que compartimos y me pregunto si tal vez pueda perdonarlo,
eventualmente. Trato de imaginar mi vida en el futuro, trato de pensar en
una vida que me haga feliz, un futuro en el que me gustaría vivir.
Dejo el libro a mi lado, sin poder concentrarme más en él. Mi cabeza
comienza a palpitar mientras me devano los sesos pasando por un millón
por escenarios en mi cabeza.
Pienso en mis amigos, en la escuela, en lo que quiero estudiar y en
dónde quiero vivir. Después de unos minutos, me doy cuenta de que cada
escenario tiene a Remmy en él. No hay un solo futuro que pueda imaginar
sin él y eso me asusta un poco.
No sé si podemos volver a estar juntos otra vez, pero sé que lo necesito
en mi vida de alguna manera. Incluso si es sólo como un amigo. Lo amo y
no puedo negarme eso. Siempre lo he amado, aunque no siempre fue el
mismo tipo de amor, fue amor de todas formas.
Me froto las sienes. Dudo que alguna vez esté completa sin él cerca de
mí. Siento que tiene partes de mi alma dentro de él y que, sin él, siempre
me faltará una parte de mí misma. Nunca podría ser completamente feliz
sin él a mi lado. Ahora la pregunta es, ¿podemos encontrar un camino de
regreso al otro? Quiero decir, ¿él quiere encontrar una manera de volver a
mí?
Un fuerte ruido en la sala de estar me saca de mi revolcamiento. Me
quito la manta a patadas y salgo de los límites de mi dormitorio, de puntillas
hacia la sala de estar. En todo el tiempo que he vivido aquí con Sebastian,
nunca ha traído a nadie a casa.
Seguramente me lo diría si lo hiciera, ¿verdad? Me digo a mí misma
que estoy exagerando y poniéndome nerviosa después de todo el asunto de
Cole. Sé que es normal sentirme así, más aún después de todo lo que he
experimentado desde que me mudé aquí.
Sin embargo, me doy cuenta de que no es así en cuanto salgo al
vestíbulo. Mis ojos tardan un momento en adaptarse a la oscuridad, pero
cuando lo hacen, veo una figura de pie en la sala de estar, la puerta corrediza
de cristal detrás de ellos rota, el cristal salpicando el suelo. Un grito se
atrapa en mi garganta y por un solo segundo, el mundo entero se congela a
mi alrededor.
Cole.
Mi cuerpo grita que corra, pero mis músculos se rehúsan a moverse,
mis pies pegados al suelo. El órgano dentro de mi pecho late furiosamente
y todo lo que puedo oír es el zumbido de la sangre en mis oídos. Esto es
todo, aquí es cuando él me tiene.
—No pensé que sería tan fácil llegar a ti, encontrarte.
Su voz se siente como hojas de afeitar cortando mi piel. No hay nadie
que me salve esta vez, nadie que me proteja de él. Trago alrededor del bulto
de miedo que se forma en mi garganta en el último segundo. Todo mi cuerpo
tiembla de miedo y sin pensarlo, vuelvo por donde vine, mis pies descalzos
resbalan contra el suelo mientras pongo toda mi fuerza en poner la mayor
distancia posible entre nosotros. En el proceso, mi cuerpo choca con la
pared, mi pecho se agita, se forman manchas en mi visión.
Ha venido por mí.
—Oh no, no te irás —silba en voz alta.
Escucho sus pesadas pisadas directamente detrás de mí, y en cuanto
su mano agarra mi brazo, grito. Grito tan fuerte que el sonido suena en mis
oídos. Su agarre sobre mí se aprieta y su mano se siente como fuego contra
mi carne.
—No —grito, golpeando mi cuerpo contra la pared en un esfuerzo por
conseguir que me libere.
—Sí, demonios que sí. Esperé todo un maldito mes para llegar a ti.
Durante treinta días, Jules, tenemos que hacer algunas compensaciones.
Esto no puede estar pasando de nuevo.
Me sacude con fuerza, agarrándome por los dos brazos. Mi cabeza
golpea contra la pared, mi cerebro se sacude dentro de ella mientras las
estrellas aparecen ante mis ojos. Se me doblan las rodillas y casi me caigo
al suelo, pero la sensación de Cole tirando de mi ropa, intentando quitarme
la camisa, me provoca una oleada de ira.
No. No dejaré que me haga daño.
Con esa ira viene la claridad y la fuerza. Dejo quietos mis brazos y
dejo que cuelguen a mis lados. Dejo de luchar con él y en su lugar hago de
zarigüeya, la táctica funciona casi instantáneamente, confundiéndolo, y sólo
lo suficiente para que no vea mi rodilla volando hacia su ingle, no hasta que
es demasiado tarde.
Un doloroso gruñido se desgarra de su garganta mientras se dobla,
presionando su mano contra sus bolas.
—Voy a matarte —gruñe con un odio como nunca antes había visto
en sus ojos oscuros.
En cuanto me deja salir de su control, subo corriendo las escaleras y
llego a mi habitación justo cuando él llega a la escalera de abajo.
Cierro la puerta y paso la llave, pero no soy tonta, sé que esa pequeña
puerta endeble no va a detenerlo y no hay ninguna manera en el infierno de
que lo deje entrar aquí conmigo. Miro alrededor de la habitación, pensando
en lo que podría poner delante de esa puerta para impedir su entrada.
Cuando mis ojos conectan con el aparador al otro lado de la
habitación, sé que no hay forma de que pase por esa cosa. Me acerco
corriendo y empiezo a mover la pesada cómoda de seis cajones hacia la
puerta. Gruño, mis movimientos son lentos al principio. Estoy segura de
que esta cosa pesa más que yo, y se nota cuando mis músculos gritan por
el ejercicio repentino. Con la adrenalina corriendo por mis venas, me doy
cuenta de que soy capaz de moverla como si fuera un levantador de pesas
que hace esto a diario.
No escucho nada desde el pasillo y espero que tal vez se haya ido.
Puede que lo haya hecho, ¿verdad? Es sólo una ilusión, me digo a mí misma.
No vendría hasta aquí sólo para atacar e irse. Miro fijamente a la puerta, el
miedo me cubre por dentro. Corro a la mesita de noche y agarro mi teléfono,
está resbaladizo en mis manos sudorosas y casi se me cae la maldita cosa
varias veces. El icono en la pantalla muestra cinco llamadas perdidas. Lo
desbloqueo y marco el primer número que se me ocurre.
Remington responde después del primer timbre.
—¿Jules?
—Está aquí, Cole está aquí —Las palabras salen tan rápido que no sé
si él puede entenderme—. Entró y yo no lo sabía. Me escapé y me he
escondido en mi habitación. Cerré la puerta con llave, pero creo que todavía
está aquí.
—Lo sé, nena, ya vamos. Estamos en camino. En cinco minutos,
estaremos allí en cinco minutos.
Puedo oír el motor del coche acelerando en el fondo.
—Estoy asustada —susurro, mientras mis ojos se dirigen a la puerta.
El hecho de que no haya ningún ruido que venga del otro lado sólo
aumenta mi miedo. ¿Qué está haciendo? ¿Adónde se fue? ¿Por qué no está
atacando? Trato de calmar mi respiración, mi latido, pero no puedo
calmarme. No puedo dejar de tener miedo, porque él está aquí... ha venido
por mí otra vez.
—Está bien, sólo quédate ahí, Jules. No dejaré que te haga daño otra
vez. Cuatro minutos más, eso es todo. Escóndete en el armario si es
necesario.
La voz de Remmy viene a través del teléfono y aunque puedo oír el
tono y el miedo en su voz, el mero sonido me ha calmado lo suficiente como
para detener el inminente ataque de pánico.
Esa pequeña calma se evapora cuando oigo a alguien subir las
escaleras y bajar el pasillo. Escucho algo raspando contra la pared...
—Sal, Jules.
La voz apagada de Cole entra por la puerta cerrada, y mi cuerpo
empieza a temblar, los dientes cascan dentro de mi cabeza.
—Remmy... está... está justo fuera de la puerta —susurro al teléfono.
—Tres minutos Jules, sólo... mantén la calma nena...
El miedo en la voz de Rem me aterroriza aún más.
Bang. Cole patea la puerta y el fuerte ruido me asusta tanto que dejo
caer el teléfono al suelo. Me revuelvo, recogiéndolo con mi mano temblorosa.
—¡¿Jules?!
La voz de pánico de Rem me llena los oídos tan pronto como aprieto
el móvil contra mi oreja.
—Estoy aquí, está tratando de patear la puerta.
Bang. Otra patada hace eco en la habitación. Bang. El sonido es tan
fuerte y violento que lo siento en mis huesos. Siento la ira, la energía que
está ejerciendo con cada patada.
—Dos minutos, Jules, dos minutos —me asegura Remmy.
—No sé si la puerta aguantará tanto tiempo —chillo, mirando con los
ojos abiertos como el aparador se mueve con cada patada.
Bang. La última patada hace que la cómoda se aleje de la puerta un
centímetro y la siguiente después de eso tiene la manija de la puerta
desprendida. Cada patada carcome la única cosa que me protege de él. Mi
corazón late tan rápido que ya no lo siento latir. Siento como si todo mi
cuerpo vibrara con el miedo.
—Jules, ¿estás ahí?
No respondo, las palabras se me atascan en la garganta cuando veo a
Cole abriendo la puerta. Salto, dejo caer el teléfono donde estoy y corro hacia
la cómoda, tratando de empujarla contra la puerta.
Empujo desde un lado mientras él empuja desde el otro, casi como si
estuviéramos en un tira y afloja invertido. Utilizo cada gramo de fuerza que
tengo, pero puedo sentir que se me está acercando centímetro a centímetro.
Clavo mis talones en el suelo, pero sigo deslizándome, la cómoda se aleja de
la puerta con cada empujón.
—Voy a disfrutar mucho haciéndote sangrar, perra.
La voz de Cole está mucho más cerca ahora y cuando miro hacia
arriba y giro la cabeza alrededor del vestidor, me doy cuenta de que está a
medio camino de entrar en la habitación. Empuja su cuerpo a través de la
pequeña abertura y consigue entrar.
Estoy atrapada... atrapada, sin ningún lugar a donde ir.
—¿Era eso realmente necesario?
Sus ojos brillan de rabia cuando se tambalea hacia mí. Su mano me
envuelve la garganta y en segundos me golpea contra la pared más cercana.
Si hubiera aire en mis pulmones, se iría, pero no hay aire... porque el agarre
de Cole es tan fuerte que parece como si respirara a través de una pajita.
—Ahora en vez de sólo penetrarte... voy a hacerlo y luego cortaré la
garganta. Estoy seguro de que tu precioso Remmy disfrutará encontrándote
con mi esperma goteando de tu sexo, mientras tú estás tirada indefensa en
el suelo ahogándote con tu propia sangre.
Sus manos carnosas empiezan a rasgar mi ropa, rasgando la tela con
una mano mientras mantiene la otra fuertemente alrededor de mi garganta.
Cada vez es más difícil respirar, más difícil mantener los ojos abiertos, pero
eso no me impide luchar contra él.
Lucharé con él hasta mi último aliento si es necesario. Lo araño,
golpeo, abofeteo y pateo como si fuera un animal salvaje. Hago cualquier
cosa, y todo lo que puedo para evitar que me toque. Le araño la cara y le doy
en el ojo, haciéndole silbar de dolor y apretar su agarre en mi garganta.
Añade su otra mano y aprieta hasta que mi visión se nubla.
¡No! Le clavo las uñas en la piel, sintiendo cómo le atraviesan la carne,
pero no se mueve, no hasta que oye el fuerte golpe de la puerta. Se vuelve
hacia la puerta que se está moviendo, con los ojos bien abiertos.
Cole me libera en el momento en que Rem y Seb aparecen en la
habitación. Cole le da un puñetazo a Rem, pero es demasiado rápido. El
puño cerrado de Rem golpea la cara de Cole medio segundo después. El
impacto hace que Cole se tambalee hacia atrás y lo siguiente que sé es que
Seb está encima de él, tacleándolo hasta el suelo. Sebastian comienza una
lluvia golpes en la cara de Cole.
Mi cuerpo está temblando, toda la habitación girando a mi alrededor,
y entonces Remmy aparece frente a mí, arrodillado en el suelo.
—¿Estás bien?
Sus ojos me miran como si me estuviera escaneando en busca de
lesiones. Levanta sus manos para tocar mis hombros, pero no se lo permito,
sino que me abalanzo sobre él, lanzando mis brazos a su alrededor. Cierro
los ojos y entierro mi cara en el cuello, inhalando profundamente.
—Estás bien ahora, estoy aquí —me susurra en el pelo y me inunda
con olas de alivio.
Sé que lo que dice es verdad.
Está aquí ahora y estoy a salvo.
Puedo oír las sirenas de la policía acercándose desde lejos, y me aferro
más a Remmy. Me tiene en sus brazos, protegiéndome de Cole, de la sangre
que está en los puños de Sebastian, del caos que nos rodea.
Me mantiene unida mientras me desmorono de nuevo. Y, aun así,
cuando el mundo se derrumba sobre mí, encuentro que es la única persona
que quiero que me sostenga.
—¿Llamaste a la policía? —pregunto.
—Sí, ¿no llamaste a la policía antes de llamarme a mí?
—No.
Ese hecho sólo se me ocurre ahora.
—Está bien. Están aquí ahora, eso es todo lo que importa.
La policía llena la habitación, haciéndola parecer cada vez más
pequeña, pero Rem nunca me deja ir. Esposan a Cole y lo sacan de la
habitación mientras me aferro a Remmy con un agarre mortal.
—Lo siento... lo siento mucho —Remmy sigue repitiendo en voz baja
y es cuando me doy cuenta de que ya sé la respuesta a mi pregunta anterior.
¿Podría perdonarle alguna vez? Sí.
—Te amo. Siempre te he amado y no creo que eso cambie nunca.
Al oír mis palabras, sus brazos se tensan hasta casi dolerme.
—Yo también te amo, Jules. Demasiado. No sé qué me pasa. No sé por
qué sigo arruinándolo, pero sé que te amo y que haré todo lo que pueda para
demostrártelo si me dejas.
—No quiero que sigamos más separados —digo—. Quiero estar
contigo... siempre.
—Y lo estarás. A partir de este día, somos tú y yo, Jules. Tú y yo.
Dos semanas después
L
a vida volvió a la normalidad, o a lo más normal posible. Todo lo
que me importa es que Jules es mía otra vez. Juré trabajar por ser
un mejor hombre, por tomar mejores decisiones.
Tenía planes, planes que implicaban recuperar el tiempo perdido, que
implicaban ponerle un anillo en el dedo y darle mi apellido. No se lo pediré
hoy, ni siquiera mañana, pero pronto.
Pronto la haré completamente mía, como siempre fue destinada a
serlo. Pero antes de eso, es importante para mí que se curen de las heridas
que he creado y del ataque que Cole le infligió. Me dice a menudo que se
siente segura conmigo, que no quiere que vaya a ningún sitio sin ella, y
nunca lo haré, nunca.
—Jules.
La voz de mi padre llena mis oídos, arrancándome de mis
pensamientos.
—Papá Miller —saluda Jules a mi padre con una sonrisa y suelta mi
mano para darle un abrazo.
Hoy es nuestra primera cena de domingo juntos en más de un mes y
estoy disfrutando de su brillo. Sigo corriendo a diario, principalmente para
lidiar con la ira que corre por mis venas por Cole, por ser tan estúpido e
inmaduro. Además, me ayuda a despejar la cabeza.
—¿Cómo te sientes, niña bonita? —pregunta mi padre mientras voy a
la cocina a ayudar a Sebastian a terminar la cena.
—Bien. Sintiéndome más y más como yo misma cada día.
Su confesión conmueve mi alma. Sólo podía desear el día en que ella
volviera a ser la persona alegre de siempre. Extraño ese lado de Jules.
Sebastian me da un codazo en el hombro y le miro. Lleva una
permanente mirada de vergüenza en su cara por cómo me ha tratado
durante el último mes y cada vez que lo veo, quiero borrar la mirada de su
cara. Es mi hermano, sí, y mi familia, pero sólo porque somos familia no
significa que tenga que creerme. No puedo culparlo por reaccionar como lo
hizo, especialmente con toda la evidencia apuntando hacia mí, y él
queriendo proteger a Jules.
—¿Cómo estás? —pregunta.
—Bueno, me iría mejor si dejaras de mirarme como si lo sintieras todo
el tiempo. ¿Quieres que te quite esa mirada de la cara?
Sonrío. Sebastian sonríe.
—Podrías intentarlo. —La sonrisa se desliza una pizca—. Me siento
como un imbécil. Soy tu hermano, debí haberte creído.
—Deja de sentirte mal. Era parcialmente culpable de todos modos.
Herí a Jules, quizás no tanto como Cole, pero aun así la herí. Tenías todo el
derecho de no creerme. Estoy agradecido de que hayas estado ahí para Jules
cuando yo no podía estarlo. Si no fuera por ti...
Me quedo atrás, con un dolor distintivo formándose en mi pecho. No
quiero pensar en lo que hubiera pasado con Jules si no hubiera tenido un
lugar donde ir.
Sebastian pone su mano en mi hombro, evitando que el pensamiento
se arraigue.
—Todo lo que importa es que la tienes de vuelta, que se está curando,
y que no volverás a cometer los mismos errores. Te ama, y sé que tú la amas,
así que no hagas nada estúpido para arruinarlo.
—Oh, no lo haré. Nunca voy a renunciar a ella, nunca.
Sebastian sonríe.
—Bien, porque si lo haces, te patearé seriamente el maldito trasero.
—No te preocupes, no tendrás que hacerlo. Me patearé mi propio
trasero.
Los dos nos reímos y ayudo a Jules a poner la mesa para la cena
mientras Sebastian termina la ensalada y los palitos de pan.
—Te amo —susurro contra los labios de Jules mientras la tiro contra
mi pecho.
Ella me rodea con sus delgados brazos, y me saboreo la sensación de
ella a mi alrededor. Han pasado dos semanas, dos semanas de sostenerla,
y, aun así, no me canso de tenerla en mis brazos. Hace tiempo, quería
vengarme... quería que sintiera mi dolor, pero ahora todo lo que quiero es
quitarle el dolor, quitarle las pesadillas que aún la acosan.
El amor, el profundo e indisciplinado tipo que reclama cada onza de
tu alma tiene una forma de cambiar las cosas, y me cambió, completamente.
El sonido de la barriga de Jules me hace retroceder.
—¿Hambrienta?
Sonrío.
—Muerta de hambre.
—Date prisa ahí dentro, Seb. Jules se va a comer la casa.
Jules me da un codazo en el estómago y sacude la cabeza con una
pequeña sonrisa en sus labios rosados. En ese mismo momento, un fuerte
golpe en la puerta de entrada nos asusta a todos. Después de pasar las
noches en la comisaría, no me sorprendería que el Detective García pasara
a vernos. Suelto a Jules y camino hacia la puerta, abriéndola sin siquiera
mirar a través de la ventana de cristal hacia el lado.
Tan pronto como abro la puerta, mi boca se abre. La conmoción y la
emoción pintan mis rasgos cuando no veo a nadie más que a mi hermano
mayor, Alexander, parado ahí con una sonrisa de conocimiento en su cara.
Es más grande, incluso más alto, y tengo que parpadear un par de veces
para asegurarme de que es él el que está delante de mí.
—¿Vas a dejarme entrar, Rem, o tengo que quedarme fuera?
Sonríe, mientras sus ojos marrones teñidos de rojizo parpadean con
diversión. Me aparto del camino, dándole espacio para entrar.
—¿Qué está pasando? ¿Quién es...?
Las palabras de Sebastian se interrumpen cuando ve a Lex.
—Mierda —murmura en voz baja—. Papá, tienes que ver esto.
Lex pone los ojos en blanco, actuando como si estuviéramos siendo
dramáticos o algo así, pero en realidad, hace más de un año que no lo vemos,
así que hacer que entre aquí sin avisar va a llevar un poco de tiempo
acostumbrarse.
—Qué demonios, hijo, el juego está en marcha, y Jules y yo estamos...
La mirada de Lex se posa sobre mí.
—Hola, papá. Jules.
Papá y Jules vienen caminando a la vuelta de la esquina un momento
después.
—Bueno, que me condenen. Tengo a todos mis chicos en casa de
nuevo. —Nuestro padre envuelve a Lex en un fuerte abrazo—. Esta vez te
quedas, ¿verdad? Por favor, dime que no te has vuelto a alistar.
—No, ya estoy en casa para siempre —responde Lex.
Las emociones no se ven en su cara, casi como si las estuviera
escondiendo, o no se permitiera sentir nada como hizo Jules y si ése es el
caso entonces me siento increíblemente triste por Lex.
—Gracias a Dios. Te he echado de menos, hijo, ¿cómo estás? ¿Cómo
fue tu vuelo? Si nos hubieras avisado que venías a casa, habríamos hecho
una fiesta o algo así.
Lex sacude la cabeza.
—Y eso es exactamente por lo que no te lo dije. La cena de los
domingos con mi familia es todo lo que podría pedir.
Humilde, amable, decidido y terco, ésas eran sólo unas pocas
palabras para describir a mi hermano. Unirse a la infantería de marina era
todo lo que quería, y creo que fue bueno para él, le dio disciplina. Pero ahora
me pregunto qué le ha hecho el ver las partes oscuras del mundo.
—Jules.
Lex le guiña un ojo, y ella mueve la cabeza, caminando hacia él. Lo
rodea con sus brazos y él la aprieta con fuerza contra su pecho.
—¿Supongo que Seb y Rem todavía te están volviendo loca? —
pregunta.
—No tienes ni idea —rechina mientras él le da un último apretón.
—¿Tienes hambre? —pregunta Seb.
—¿Me conoces siquiera?
Lex se ríe y es profunda, cordial, algo que me llevará tiempo
acostumbrarme a escuchar. Amo a mi hermano, pero también se fue cuando
lo necesitábamos. Como siempre, me había acostumbrado a que los que
necesitaba en mi vida se fueran.
—Bueno, vamos a comer.
Mi padre le da una palmada en la espalda a Lex, y todos nos dirigimos
al comedor. Agarro un juego extra de cubiertos, plato y vaso y los pongo en
la mesa en el lugar habitual de Lex. Se instala en su asiento, charlamos y
comemos. Lex nos dice lo que ha estado haciendo los últimos dos años o al
menos las partes que puede compartir con nosotros. Seguido de cómo va a
usar la Ley del Soldado para asistir a clases aquí en la universidad.
—Si necesitas ayuda con algo, házselo saber a Rem o a mí. Estaré en
el edificio de administración y Rem, bueno, es un estudiante así que puede
ayudar, supongo. Oh, y Jules también —ofrece Sebastian mientras Lex toma
un trago de su agua.
—Ya tengo un apartamento. Sólo tengo que inscribirme en las clases
—anuncia.
Obviamente, ha estado planeando esto desde hace tiempo, la
pregunta es, ¿por qué no llamó para decirnos que volvía a casa? Había
muchas preguntas sobre la reaparición de Alexander en nuestras vidas, y
no muchas respuestas.
*********
FIN
C
assandra nació y creció en Alemania. Se movió a los Estados
Unidos cuando cumplió sus dieciocho años. Ella es ahora una ama
de casa con tres niños y felizmente casada. El amor a la lectura
trascendió a la escritura cuando puso sus dedos en el teclado y comenzó a
escribir sobre el lado oscuro del romance.
J
.L. Beck es una autora de superventas del USA Today. Ella ha
escrito más de cincuenta diferentes novelas románticas. Comenzó
su viaje de escritora en el año 2014 y no ha frenado ni un segundo
desde entonces.
Ha sido cautivada por el romance real y le encanta leer sobre fuertes
hombres Alfas, tanto como atrevidas heroínas que saben o no saben lo que
quieren. Es mejor conocida por brindar un felices para siempre pero termina
las cosas con suspenso una o dos veces.
Cuando no está escribiendo su siguiente libro, puede encontrarla
ejerciendo su papel de madre de sus dos adorables niños y casada con su
chico de la secundaria.
Está obsesionada con Starbucks, las redes sociales y es
definitivamente una persona que ama a las perros más que a los gatos.