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Copias 91 JORGE LUIS BORGES ATLAS Colaboracién de Maria Kodama Editorial Sudamericana see ei SEE poy EB nectamesa.ct sa er ISBN 95007-0673 Diketio rifle: Norberto Coppola Creo que Stuart Mill fue el primero que hablé de la pluralidad de las cau- sas; en lo quesse refiere aeste libro, que ciertamente no es un Atlas, puedo sefialar dos, inequivocas. La primera se lama Alberto Girri. En el grato decurso de nuestra residencia en a tierra, Marfa Kodama y yo hemos reco- rrido y saboreado muchas regiones, que sugirieron muchas fotografias y muchos textos, Enrique Pezzoni, la segunda causa, las vio; Girri observ que podrian entretejerse en un libro, sabiamente cactico. He aqu{ ese li- ‘bro. No consta de una serie de textos ilustrados por fotografias o de una se- rie de fotografias explicadas por un epigrafe. Cada titulo abarca una uni- dad, hecha de imagenes y de palabras. Descubrir lo desconocido no es una cespecialidad de Simbad, de Erico el Rojo o de Copémico. No hay un solo hombre que no sea un descubridor. Empieza descubriendo lo amargo, Jo salado, lo céncavo, lo liso, lo &spero, los siete colores del arco y las veinti- tantas letras del alfabeto; pasa por los rostros, los mapas, los animales y los astros; concluye por la duda o por la fe y por la certidumbre casi total de su propia ignorancia, Marfa Kodama y yo hemos compartido con alegrfa y con asombro el ha- Iazgo de sonidos, de idiomas, de crepisculos, de ciudades, de jardines y de ‘personas, siempre distintas y tinicas. Estas paginas querrfan ser monumen- tos de esa larga aventura que prosigue. LLB. La diosa gatica (Cuando Roma lleg6 aestas tierras ti- timas y a su mar de aguas dulcesinde- finido y quiz4 imterminable, cuando César y Roma, esos dos claros y altos nombres, legaron, la diosa de made- ra quemada ya estaba aqui. La llama- rian Diana 0 Minerva, a la manera indiferente de los imperios que no son misioneros y que prefieren reco- nocer y anexar ias divinidades venci- das. Antes ocuparfa su lugar en una jerarquia precisa y serfa la hija de un dios y la madre de otro y la vincula- rfan alos dones de la primavera 0 al horror de la gue:ra. Ahora la cobija y la exhibe esa curiosa cosa, un museo. 9 Nos llega 'sin mitologia, sin la palabra que, fue suya, pero con el apagado ‘amor de generaciones hoy sepultadas. Es una cosa rota y sagrada que nuestra ociosa imaginacién puede enriquecer irresponsablemente. No oi- remos nunca las plegarias de sus adoradores, no sabremos nunca los ritos, 10 El totem, Plotino de Alejandria, cuenta Porfi- tio, se neg6 a hacerse’retratar, ale- gando que él era solamente la som- bra de su prototipo platénico y que el retrato seria sombra de una Sombra. Siglos después Pascal redescubrirfa ese argumento contra el arte de la pintura. La imagen que vemos aqu{ esa fotografia del facsfmil de un {do- Jo del Canad, es decir, es sombra de Ja sombra de una sombra. Su origi- nal, llamémoslo asf, se erige, alto y sin culto, detrés de la tiltima de las tres estaciones del Retiro, Se trata de un regalo oficial del gobierno del Ca- nada. A ese pais no le importa ser LL representado por esa imagen barbara. Un gobiemio sudamericano mo se ‘treverfa al albur de regalar una imagen de una divinidad an6nima y tosca. ‘Sabemos estas cosas y sin embargo nuestra imaginaci6n se complace con Ja idea de un totem en el destierro, de un totem que oscuramente exige mi- tologias, tribus, incantaciones y acaso sacrifcios. Nada sabemos de su cul- to; raz6n de mas para sofiarlo en el creptsculo dudoso. César ‘Aqui, lo que dejaron los puitales, Agqut esa pobre cosa, un hombre muerto que se lamaba César. Le han abierto ~cniiteres en la carne los metaies. Aqut la atroz, aqui la detenida ‘maquina usada ayer para la gloria, ara escribir y ejecutar la hisioria ~¥ para el goce pleno de la vida. ‘Aqui también el otro, aquel prudente emperador que dectiné laureles, ~que comand6 batallas y bajeles 1) fue honor y fue envidlia de la gente Aqut también el otro, el venidero cuya gran sombra seré el orke entero. B ee Trianda Antignas sombras _generosas no quieren que yo perciba a Irlanda.o ue agradablemente la perciba de un ‘modo histérico. Esas sombras se lla- man el Erigena, para quien: toda nuestra historia es un largo suetio de Dios, que al fin volverd a Dios, doc trina que asimismo declaran el dra- ma Back to Methuselah y el famoso poema “Ce que dita Bouche ?Om- bre” de Hugo; se llaman también George Berkeley, que juzg6 que Dios esta minuciosamente sofindo- nos y que si despertara de su suefio desaparecerian el cielo y la tierra, como si-despertara el Rey Rojo; se 14 aman Oscar Wilde, que de un desti- no no sin infortunio y deshonra ha dejado una obra, que es feliz e ino- ente como la mafiana o el agua. Pienso en Wellington, que, después dela jomada de Watetloo, sintié que luna victoria no es menos terrible que una derrota. Pienso en dos méximos poetas barrocos, Yeats y Joyce, que usaron la prosa o el verso para un mismo fin, la belleza. Pienso en George Moore, que en “Ave Atque Vale” cre6 un nuevo género literario, lo cual no importa, pero lo hizo deliciosa- ‘mente, lo cual es mucho. Esas vastas sombras se interponen entre lo mu- cho que recuerdo y lo poco que pude percibir en dos o tres dias poblados, como todos, de circunstancias, De todas ellas la més vivida es la Torre Redonda que no vi pero que mis 15 | ‘manos tantearon, conde monjes que son nuestros bienhechores salvaron ‘para nosotros en duros tiempos el griego y el latin, es decir, lacultura. Para ‘mf Irlanda es un pais de gente esencialmente buena, naturalmente cristia- 1a, arrebatados por la curiosa pasién de ser incesantemente irlandeses. ‘Caminé por las calles que recortieron, y siguen recorriendo, todos los habitantes de Ulysses. Unlobo Purtivo y gris en la penumbra titima, va dejando sus rastros en la margen de este rio sin nombre que ka saciado Tased de su garganta y cuyas aguas no repiten estrellas. Esta noche, el lobo es una sombra que esté sola ¥y que busca a la hembra y sient frto. Es eliliimo lobo de Inglaterra. Odin y Thor to saben. En su alia casa de piedra un rey ha decidido aacabar con tos lobos. Ya forjado hha sido el fuerte hierro de tu muerte. Lobo sajén, has engendrado en vano. ‘No basta ser cruel. Fres el iliomo, Mil afios pasarén y un hombre viejo te sonardé en América. De riada puede servirte ese futuro sueno. Hoy te cercan los hombres que siguieron por la selva los rastros que dejaste, furtivo y gris en la penumbra titima. cu Estambul Cartago es el ejemplo més evidente de una cultura calumniada, nada po- demos saber de ella, nada pudo saber Flaubert, sino lo que refieren sus ‘enemigos, que fueron implacables. No es imposible que algo parecido ocu- rra con Turqufa, Pensamos en’un pais de.crueldad; esa noci6n data de las, ‘Cruzadas, que fueron la empresa més cruel que registra la historia ylame- nos denunciada de todas. Pensamos en el odio cristiano acaso no inferior al odio, igualmente fanitico, del Islam. En el Occidente le ha faltado un gran nombre turco a los otomanos. El tinico que nos ha Ilegado es el de Sulei- ‘mn el Magnifico (e solo in parte vide il Saladino). {Qué puedo yo saber de Turquia al cabo de tres dfas? He visto una ciu- dad espléndida, el Bésforo, el Cuerno de Oro y la entrada al Mar Negro, cen cuyas mérgenes se descubrieron piedras ninicas. He ofdo un idioma agradable, que me suena a un alemén més suave. Por aqui andarén los fan- tasmas de muchas y diversas naciones; prefiero pensar que los escandina- vos formaban la guardia del emperador de Bizancio, a los que se unieron Jos sajones que huyeron de Inglaterra después de la jomada de Hastings. Es indudable que debemos volver a Turqufa para empezar a descubrirla. 18 Le fue dada ta mttsica invisible ‘que es don del tiempo y que en el tiempo cesa; Ie fue dada la trigica belleza, le fue dado el amor, cosa terrible. Le fue dado saber que entre las bellas ‘mujeres de la tierra s6lo hay. una; ‘pudo una tarde descubrir la tuna 'y con la luna el dlgebra de estrellas. Le fue dada lainfamia. Décilmente estudié los delitos de la espada, laruina de Cartago, a apretada batalla del Oriente y del Poniente. Le fue dado el lenguaje, esa inentira, le fue dada la carne, que es arcilla, le fue dada la obscena pesadilla yenel cristal el otro, el que nos mira De los libros que el tempo ha acumnulado le fueron concedidas unas hijas; de Elea, unas contadas paraciojas, que el desgaste del tiempo no ha gastado. La erguida sangre del amor humano (la imagen es de un griego) le fue dada or Aquel cuyo nombre es una espada y que dicta las letras a la mano. Otras cosas le dieron y sis nombres el cubo, la pirdmide, la esfera, a innumerable arena, la madlera yun cuerpo para andar entre los hombres. Fue digno det sabor de cada dia; tal es ts historia, que es también ta mia, 21 S . ‘Venecia Los petiascos, los rios que tienen su cuma en las cumbres, la fsin de las aguas de esos rfos con las del Mar Adriatico, los azares o la fatalidades de la historia y de la geologia, la resaca, la arena, la forraacién gradual de las islas, la cercanfa de Grecia, los peces, las migraciones :le las gentes, las gue- ras dela Armérica y del Biltico, las cabatias de junco, las ramas entreteji- das con barro, la inextricable red de canales, los primitivos lobos, las incur- siones de los piratas dalmatas, la deticada terracota, las azoteas, el mar- ‘mol, las caballadas y las lanzas de Atila, los pescadores defendidos por su pobreza, los lombardos, e! hecho de ser uno de los puntos en que se en- cuentran el Oceidente y el Oriente, los dias y las noches de generaciones hoy olvidadas fueron los artifices. Recordemos también los anuales anillos de oro que el Dux dejaba caer desde la proa del Bucentauro y que, er-la penumbra o tiniebla del agua, son los indefinidos eslabones de una cadena ‘ideal en el tiempo. Seria aqui una injusticia olvidar al solicito buscador de los papeles de Aspern, a Dandolo, a Carpaccio, al Potrarca, a Shylock, a Byron, a Beppo, a Ruskin ya Marcel Proust. Altos in la memoria estén 2B Jos capitanes de bronce que invisiblemente se miran desde hace siglos, en Jos dos términos de una larga llanura, Gibbon observa que la independencia de la antigua reptiblica de Vene- cia ha sido declarada por la espada y puede ser justficada por 1a pluma. Pascal escribe que 10s rios son caminos que andan; Jos canales de Venecia 24 son los caminos por los que andan las enlutadas géndolas que tienen algo de enlutados violines y que también recuerdan la miisica porque son melo- diosas bf en un prologo Venecia de cristal y creptisculo. Cre- ecia para mi son dos palabras casi sincnimas, pero nuestro creptisculo ha perdido la luz y teme la noche y el de Venecia es un creptiscu- lo delicado y eterno, sin antes ni después La cortada de Bollini Contemporéneos del revélver, del rifle y de las misteriosas armas at6mi- cas, contemporiineos de las vastas guerras mundiales, de la guerra del ‘Vietnam y de la del L{bano, sentimos la nostalgia de las modestas y secre- tas peleas que se dieron aqui hacia mil ochocientos noventaitantos a unos pasos del Hospital Rivadavia. La zona entre los fondos del cementerio y el amarillo paredén de la cércel se Ilam6 alguna vez la Tierra del Fuego; la gente de aquel arrabalclegia (nos cuentan) esta cortada para los duelos a cuchillo. Esto habré ocurtido una sola vez y luego se dirfa que fueron mu- chas. No habia testigos, salvo, quiza, alggn vigilante curioso que observa- rfa y apreciarfa las idas y venidas de los aceros. Un poncho haria de escudo en el brazo izquierdo; el puital buscaria el vientre o el pecho del otro; silos uelistas eran diestros la contienda podria durar mucho ‘Sea lo que fuere, es grato estar en esta casa, de noche, bajo los altos cie- los rasos, y saber que afuera estdn las casas bajas que atin quedani, los hoy ausentes conventillos ycorralones yas tal vez apcrifas sombras de esa po- bre mitologia. 6 El templo de Poseidén Sospecho que no hubo un Dios del Mar, como tampoco un Dios del Sol; ambos conceptos son ajenos a mentes primitivas. Hubo el mar y hubo Po- seid6n, que era también el mar. Mucho después vendrfan las teogonfas y ‘Homero, que segtin Samuel Butler urdié con fabulas ulteriores los interku- dios cémicos de la Iliada. El tiempo y sus guerras se han llevado la aparien- cia del Dios, pero queda el mar, su otra efigie. ‘Mi hermana suele decir que los nifios son anteriores al cristianismo. A ‘pesar de las ctipulas y de los iconos también lo son los griegos. Su religiGn, por lo demés, fue menos una disciplina que un conjunto de suefios, cuyas divinidades pueden menos que el Ker. El templo data del siglo quinto an- tes de nuestra era, es decir, de aquella fecha en que los filésofos ponfan todo en duda, No hay una sola cosa en el mundo que no sea misteriosa, pero ese miste- rio es mis evidente en determinadas cosas que en otras. En el mar, en el color amarillo, en los ojés de los ancianos y en la mtsica. El principio Dos griegos estén coniversando: Sécrates acaso y Parménides. Conviene que no sepamos nunca sus nombres; la historia, ast, seré més iisteriosa y més tranguila. El tema del diflogo es abstracto. Aluden a veces a mitos, de los que am- bos descreen. Las razones que alegan pueden abundar en falacias y no-dan con un fin No polemizan. Y no quieren persuadir ni ser persuadidos, no piensan en ganar 0 en perder. estan de acuerdo en una sola cosa; saben que la diseusién es c! no impo- sible camino para llegar a una verdad. Libres del mito y de la metéfora, piensan o tratar. de pensar. No sabremos munca sus nombres. Esta conversacién de dos desconocidos en un lugar de Grecia es el he- cho capital de la Historia Han olvidado la plegaria y la magia, ~0 El viaje en globo ‘Como lo demuestran los suefios, como lo demuestran los Angeles, volat es una de las ansiedades elementales del hombre. La levitaciGh no me ha sido atin deparada y no hay raz6n alguna para suponer que la conoceré antes de morir. Ciertamente el avién no nos ofrece nada que se parezca al vuelo. El hecho de sentirse encerrado en un ordenado recinto de cristal y de hierro no se asemeja al vuelo de los pajaros ni al vuelo de los dngeles. Los vatici- nios terrorificos del personal de a bordo, con su ominosa enumeracién de miéscaras de oxigeno, de cinturones de seguridad, de puertas laterales de salida y de imposibles acrobacias aéreas no son, ni pueden ser, auspiciosas. Las nubes tapan y escamotean los continentes y los mares. Los trayectos lindan con el tedio. El globo, en cambio, nos depara la conviccién del vue- Jo, Ia agitaci6n del viento amistoso, la cercanfa de los pajaros, Toda pala- bra presupone una experiencid compartida. Si alguien no ha visto munca el 100, es instil que yo lo compare con la sangrienta luna de San Juanel Te6- ogo o con lara; si alguien ignora la peculiar felicidad de un paseo en globo ¢ dificil que yo pueda explicdrsela. He pronunciado la palabra felicidad; 30 creo que es la més adecuada, En California, hard unos treinta dfas, Maria Kodama y yo fuimos a una modesta oficina perdida en el valle de Napa. Serfan las cuatro o las cinco de la mafiana; sabfamos que estaban por ocu- rir las primeras claridades del alba. Un camién nos llev6 a un lugar atin més distante, remoltando la barquilla. Arribamos a un sitio de la Hanura que podia ser cualquier otro. Sacaron la barquilla, que era un canasto rec- tangular de madera y de mimbre y emperiosamente extrajeron el gran glo- ja, lo desplegaron en la tierra, separaron el género de nylon con ventiladores, ye! globo cuya forma era la de una pera invertida como en los grabados de las enciclopedias de nuestra infancia, crecié sin prisa hasta alcanzar la altura y el ancho de una casa de varios pisos. No habia ni Puerta lateral ni escalera; tuvieron que izarme sobre ‘a borda. Framos cin. co pasajeros y el piloto que periédicamente henchfs. de gas el gran globo eoncavo. De pie, apoyamos las manos en la borda de la barquilla. Clarea- bal dfa; a muestros piesa una altura angelical o de alo péjaro se abrian los vifiedos y los campos. to, el ocioso viento que nos llevaba com si fuera un lento rfo, nos acariciaba la frente, la nuca o las mejillas. Todos sentimos, creo, una felicidad casi fisica. Escribo casi porque no hay felicidad o dolor ue sean s6lo fisicos, siempre intervienen el pasado, las circunstancias, el asombro y otros hechos de la conciencia. El paseo, que duraria una hora y media, era también un viaje por aquel paraiso perdido que constituye el si- alo diecinueve. Viajar en el globo imaginado por Montgolfier era también 3 volver a las paginas de Poe, de Julio Verne y de Wells. Se recordaré que 4 sus selenitas, que habitan el interior de la luna, viajaban de una a otra gale~ | fa en globos semejantes al nuestro y desconocian el vértigo. Un suefio en Alemania Esta mafiana sofé un suefio que me dejé abrumado y que fui ordenando después. ‘Tus mayores te engendran. En la otra frontera de Ios desiertos hay auilas polvorientas o, si se quiete, depésitos polvorientos, con fils paralelas de pizarrones muy gastados, cuya longitud se mide por leguas 0 por leguas de leguas. Se ignora el ntimero preciso de los depésitos, que sin dda son mu- chos. En cada uno hay diecinueve filas de pizarrones alguien los ha carga- do con palabras y con cifras ardbigas, escritas con tiza. La puerta de cada luna de las aulas ¢s corrediza, a la manera del Japén,y esté hecha de un me- tal oxidado, La escritura se inicia en el borde izquierdo del pizarron y em- ppieza por una palabra. Debajo hay otra y todas siguen el rigor alfabétioo de Jos diecionarios enciclopédicos. La primera palabra, digamos, es Aachen, nombre de una ciudad. La segunda, que est4 inmediatamente abajo es Aar, que es el rio de Berna, en tercer lugar est Aar6n, de latribu de Levi. Después vendrin abracadabra y Abraxas. Después de cada una de esas palabras se fija el ntimero preciso de veces que las vers, oirés, recordiarés © promunciards en el decurso de.tu vida. Hay una cifra indefinida, pero in- ‘dudablemente no infinita para el ntimero de veces en que pronunciarés ‘rela cuna ya sepultura, el nombre de Shakespeare o de Kepler. Enel timo pizarr6n de un aula remota esté la palabra Zwitte, que vale en ale- mén por hermafrodita, y abajo agotards el nimero de imAgenes de la ciu- dad de Montevideo que te ha sido fijado por el destino y seguirés viviendo. ‘Agotarés el ntimero de veces que te ha sido fijado para pronunciar tal 0 cual hexémetro y seguirés viviendo. Agotarés el ntimero de veces que le ha sido dado a tu corazén para su latido y entonces habrés muerto. ‘Cuando esto ocurra las letras y los niimeros de tiza no se borrardin ense- guida, (En cada instante de tu vida alguien modifica 0 borra una cifra.) “Todo esto sirve para un fin que nunca entenderemos. 36 Atenas Enla primera matiana de mi primer dfa en Atenas me fue dado este suetio, Frente a mi, en un largo anaquel, habfa una fla de vo'imenes. Eran los de 1a Enciclopedia Briténica, uno de mis paraisos perdidds. Saqué un tomo al azar. Busqué el nombre de Coleridge; el articulo tenfa fin pero no princi- pio. Busqué después el articulo Creta; también conchifa pero no empeza- ‘ba, Busqué entonces el articulo chess. En aquel mornento el suefio cam- bid. En el alto escenario de un anfiteatro, abarrotado de personas atentas, yo jugaba al ajedrez con mi padre, que era también el Falso Artajerjes, a quien le habfan cortado las orejas y que fue descubierto, mientras dormia, por una de sus muchas mujeres, que le pasé la mano por el créneo, muy suavemente para no despertario, y que fue matado después. Yo movia una pieza; mi antagonista no movia ninguna, pero ejecutaba un acto de magia, que borraba una de las mfas. Esto se repitié varias veces. Me desperté y me dije: estoy en Grecia, donde toc’o ha empezado si es que las cosas, a diferencia de los articulos de la enciclopedia soriada, tienen principio, 37 j } De todas las ciudades del planeta, de las diversas ¢ intimas patrias que un ‘hombre va buscando y merecierido en el decurso de los viajes, Ginebra me parece la més propicia a la felicidad. Le debo, a partir de 1914, la revela- cién del francés, del latin, del alemén, del expresionismo, de Schopen- hauer, de la doctrina del Buddha, del Taofsmo, de Conrad, de Lafcadio ‘Heam y de la nostalgia de Buenos Aires. También la del amor, la de la amistad, la dela bumillaci6n, y la de la tentacién del suicidio. En la memo- tia todo es grato, hasta la desventura. Esas razones son personales; diré una de orden general. A diferencia de otras ciudades, Ginebra no es entfé- tica. Parfs no ignora que es Paris, la decorosa Londres sabe que es Lon- dres, Ginebra casi no sabe que es Ginebra. Las grandes sombras de Calvi- no, de Rousseau, de Amiel y de Ferdinand Hodler estan aqui, pero nadie Jas recuerda al viajero. Ginebra, un poco a semejanza del Jap6n, se ha re~ novado sin perder sus ayeres. Perduran las callejas montatiosas de la Viei- Ile Ville, perduran las campanas y las fuentes, pero también hay otra gran ciudad de librerfas y comercios occidentales y orientales. ‘Sé que volveré siempre a Ginebra, quizé después de la muerte del cuerpo. 38 Piedras y Chile Por agut habré pasado tantas veces. ‘No puedo recordarlas. Més lejana que el Ganges me parece la mariana 0 la tarde en que fueron. Los reveses de la suerte no cuentan, Ya son parte ' ide esa décilarcilla, mi pasado, que borra el tiempo o que maneja el arte ‘y.que ningtin augur ha descifrado. Tal vez en la tiniebla hubo una espada, cacaso hubo una rosa. Entretjidas sombras las guardan hoy en sus guaridas. ‘Sélo me queda la ceniza. Nada. Absuelto de las méascaras que he sido, seré en la muerte mi total olvido. La brioche Piensan los chinos, algunos chinos han pensado y siguen pensando que cada cosa nueva que hay en la tierra proyecta su arquetipo en el cielo, Al- guien o Algo tiene ahora el arquetipo de la espads, el arquetipo de la esa, el arquetipo de a oda pindica, el arquetipo del silogismo, el arque- tipo del reloj de arena, el arquetipo del reloj, el arquetipo del mapa, el ar- quetipo del telescopio, el arquetipo de la balanza. Spinoza observ6 que cada cosa quiere perdurar en su ser; e! tigre quiere ser un tigre, y la piedra, una piedra. Yo, personalmente, he observado que no hay cosa que no pro penda a ser su arquetipo y a veces lo es. Basta estar enamorado para pen- PE sar que el otro, o la otra, es ya su ar- Seen 8 guetipo. Maria Kodama adquirié en la panaderia Aux Brioche de la Lune esta gran brioche y me dijo, al traér- mela al hotel, que era el Arquetipo. Inmediatamente comprendi que tenfa razén. Mire el lector la imagen y juzgue Un monumento Ye Pensar que un escultor sale en busca de un tema, pero esa cacerfa ‘mental es menos propia de um artista que de un perseguidor dé sorpresas. Mis verosimil es conjeturar que el eventual artista es un hombre que brus- camente ve. Para no ver no es imprescindible estar ciego 0 cerrar los ojos; ‘vemos las cosas de memoria, como pensamos de memoria repitiendo idén- ticas formas 0 idénticas ideas, Estoy seguro de que el sefior Fulano'de Tal, de cuyo nombre no puedo acordarme, vio de golpe algo que ningtin hom- bre, desde el principio de la historia, habfa visto. Vio un botén. Vio ese ins- trumento cotidiano que da tanto trabajo a los dedos, y comprendié que ara transmitir esa revelacién de una cosa sencilla tenfa que aumentar su tamafio y ejecutar el vasto y sereno circulo que vemox:en esta pagina yen el centro de una plaza de Filadelfia. a ‘Como quien ve de lejos una batalla, como quien aspira el aire salobre y oye. Ja tarea de las olas y ya presiente el mar, como quien entra en un pafs o en . un libro, asi antenoche me fue dado asistir a una representaci6n del Pro- ‘meteo Encadenado en el alto teatro de Epidauro. Mi ignorancia del griego ¢s tan perfecta como la de Shakespeare, salvo en el caso de las muchas pa- labras helénicas que designan instrumentos o disciplinas que ignoraron los griegos. Al principio traté de recordar versiones castellanas de la tragedia, lefdas hace ya més de medio siglo. Luego pensé en Hugo y en Shelley y en. algiin grabado del titan atado ala montafia. Luego me esforeé en identifi ‘car una que otra palabra. Pensé en el mito que ya es parte de la memoria ‘universal de los hombres. Sin proponérmelo y sin preverlo, fui arrebatado 4 Toe , por las dos miisicas, a de os instrumentos y la de las palabras, cuyo sentido me era vedado, pero no su antigua pasién, Mis alld de los versos, que los actores, creo, no escandian, y de lailustre fabula, ese profundo rio, en la profunda noche, fue nifo, Lugano unto a las palabras que dicto habra, creo, laimagen de un gran lago medi- terréneo com largas y lentas montaifas y el inverso reflejo de esas montatias en el gran lago. Ese, por cierto, es mi recuerdo de Lugano, pero también hay otros. ‘Uno, el deuna mafiana no demasiado frfa de noviembre de 1918, en que mi padre y yo lefmos, en una pizarra, en una plaza casi vacta, letras de tiza ‘que anunciaban la capitulacién de los Imperios Centrales, es decir, la de- seada paz. Los dos volvimos al hotel y anunciamos la buena noticia (no ha- ba radiotelefonfa entonces) y no brindamos con champagne sino con rojo vino italiano. Otros recuerdos guardo, menos importantes para Ia historia del mundo que para mi historia personal. El primero, el descubrimiento de la balada ‘mis famosa de Coleridge. Penetré en ese silencioso mar de métrica y de imagenes que Coler‘dge sofié en Ios iltimos afios del siglo dieciocho antes de verel mar, que Ic defraudarfa mucho después, cuando fue a Alemania, porque el mar de la mera realidad es menos vasto que el mar plat6nico de Coleridge. El segundo (salvo que no hay segundo porque fueron més 0 ‘menos simltneos ios dos) ue la revelacién de otra no menos magica mii- sica, la poesfa de Verlaine. 4% Mi titimo tigre siempre hnubo tigres. Tan entretejida esté la lectura con los otros hiibitos de mis dias que verd deramente no sé si mi primer tigre fue el tigre de un grabado o aquel, ya muerto, cuyo terco ir y venir por la jaula yo seguia como hechizado del otro lado de los barrotes de hierro. A. mi padre le gustaban las enciclope- EPI dias; yo las juzgaba, estoy seguro, por las imagenes de tigres que me Ofrecian, Recuerdo ahora los de Montaner y Simén (un blanco tigre siberiano y un tigre de Bengala) y otro, cuidadosamente dibujado a pluma y saltando, en el que habia ‘aa eee algo de rio. A esos tigres visuales se agregaron los tigres hechos de pala- bras: la famosa hoguera de Blake (Tyger, tyger, burning bright) y a defini- cién de Chesterton: Es un emblema de terrible elegancia. Cuando lef, de nifio, los Jungle Books, no dejé de apenarme que Shere Khan fuera el vi- Ilano de la fabula, no el amigo del héroe. Querria recordar, y no puedo, un sinuoso tigre trazado por el pincel de un chino, que no habfa visto nunca un tigre, pero que sin duda habfa visto el arquetipo del tigre. Ese tigre plat6ni- co puede buscarse en el libro de Anita Berry, Art for Children. Se pregun- tard muy razonablemente ,por qué tigres y no leopardos o jaguares? Sélo puedo contestar que las manchas me desagracian y no las rayas. Si yo escri- biera leopardo en lugar de tigre el lector intuirfa inmediatamente que estoy ‘mintiendo. A sos tigres de la vista y del verbo he agregado otro que me fue revelado por nuestro amigo Cuttini, en el curioso jardin zoolégico cuyo nombre es Mundo Animal y que se abstiene de prisiones. Ese timo tigre es de came y hueso. Con evidente y aterrada felicidad legué a ese tigre, cuya lengua lami6 mi cara, cuya garra indiferente 0 cari- fiosa se demor6 en mi cabeza, y que, a diferencia de sus precursores, olia y pesaba. No diré que ese tigre que me asombr6 es més real que los otros, ya que una encina no es més real que las formas de un suefio, pero quiero agradecer aqui a nuestro amigo, ese tigre de came y hueso que percibieron ‘mis sentidos esa mafiana y cuya imagen vuelve como vuelven los tigres de los libros. ‘Midgarthormr ‘Sin fin el mar. Sin fin el pe2, la verde serpiente cosmogénica que encierra, verde serpiente y verde mar, la tierra, como ella circular. La boca muerde lacola que le llega desde le desde el otro confin. El fuerte anillo que nos abarca es tempestades, brillo, sombra y rumor, reflejos de reflejos. Es también la anfisbena. Eternamente ‘se miran sin horror los muches ojos. Cada cabeza husmea crasamente los hierros de la guerra y los despojos. Sonado fue en Islandia. Los abiertos ‘mares lo han divisado y lo han temido; volveré con el barco maldecido que se arma con las wiias de los muertos. Alta seré su inconcebible somira sobre la tierra plida en el dia de altos lobos y espléndida agonia del crepiisculo aquel que no se nombra. imaginaria imagen nos maceilla. Hacia el alba lo vien la pesadila. 49 Una pesadilla Cerré la puerta de mi departamento y me dirigf al ascensor. Iba a llamarlo ‘cuando un personaje rarfsimo ocups toda mi atencién. Era tan alto que yo ‘debf haber comprendido que lo sofiaba. Aumentaba su estatura un bonete Gnico. Sit rostro (que no vi nunca de perfil) tenfa algo de tértaro 0 de lo que yo imagino que es tértaro y terminaba en una barba negra, que tam- bién era obnica. Los ojos me miraban burlonamente. Usaba un largo so- bretodo negro y lustroso, lleno de grandes discos blancos. Casi tocaba el suelo, Acaso sospechando que sofiaba, me atrevi a preguntarle no sé en ‘qué idioma por qué vestia de esa manera. Me sonrié con soma y se desa- broché el sobretodo. Vi que debajo habfa un largo traje enterizo del mis- ‘mo material y con los mismos discos blancos, y supe (como se saben las co- ‘sas en los suefios) que debajo haba otro. En aquel preciso momento sentt el inconfundible sabor de la pesaailla y me desperté. 50 Graves en Deva Mientras dicto estas lineas, acaso mientras lees estas 'ineas, Robert Gra: ‘ves, ya fuera del tiempo y de los guarismos del tiempo, est muriéndose en Mallorca. Muriéndose y no agonizando, porque agonia es lucha, Nada més lejos de una lucha y ‘mis cerca de un éxtasis que aquel anciano inmé- vil, sentado, a quien acompafiaban su mujer, sus hijos, sus nietos, el mds pequerio en sus roiillas, y varios peregrinos de diversas partes del Mundo. (Entre ellos, creo, un persa.) El alto cuerpo s guia cumpliendo con sus deberes, aunque ni ve‘a, ni ofa, niarticulaba una palabra; el alma es- taba sola. Cref que no nos distinguia, pero al de- citle adiés me estrech6 la mano y bes6 la mano de Maria Kodama, Desde la puerta del jardin, su mujer nos dijo: You must come back! This is Heaven! Esto ocurtié en 1981. Volvimos en st 1982, La mujer le daba de comer con una cuchara y todos estaban muy tris tes y esperaban el fin. Sé que las fechas que he indicado son para él un solo instante eterno, lector no habré olvidado La Diosa Blanca; recordaré aqui el argu- mento de uno de sus poemas. Alejandro no muere en Babilonia a la edad de treinta y dos afios. Des- pués de una batalla se pierde y busca su camino por una selva durante mu- chas noches. Al fin ve las hogueras de un campamenio. Hombres de ojos oblicuos y de tez amarilla lo recogen, lo salvan y finalmente lo alistan en su ejército. Fiel a su suerte de soldado, sirve en largas campafias por los de: siertos de una geografia que ignora. Un dfa pagan alla tropa. Reconoce un perfil en una moneda de plata y e dice: Esta es la medalla que hice acuriar ara celebrar la victoria de Arbela cuando yo era Alejendro de Macedonia. Esta fabula mereceria ser muy antigua, ‘Los suefios Mi cuerpo.fisico puede estar en Lucerna, en Colorado 0 en El Cairo, pero. al despertarme cada mafiana, al retomar el hébito de ser Borges, emerjo jinvariablemente de un suefio que ocurre en Buenos Aires. Las imagenes pueden ser cordilleras, ciénagas con andamios, escaleras de caracol que se hunden en sotanos, médanos cuya arena debo contar, pero cualquiera de esas cosas es tuna bocacalle precisa del barrio de Palermo o del Sur. En la vigil estoy siempre en el centro de una vaga neblina luminosa de tinte gris ©-azal; veo en los suefias o converso con muertos, sin que ninguna de esas dos cosas me asombre. Nunca suefio con el presente sino con un Buenos [Aires pretétito y con las galerfas y claraboyas de la Biblioteca Nacional en a calle México. ;Quiere todo esio decir que, més allé de mi voluntad y de mi conciencia, soy irreparablemente, incomprensiblemente portefio? 4 ‘Labarea ‘Es una cosa de madera, est rota. No sabe, nunca lo sabré, que la premedi- taron y trabajaron hombres de la estirpe de Breno, que arroj6 su espada de hhierro (asf lo quiere la leyenda) y dijo las palabras Vae Victis, que también son de hierro. Habré tenido centenares de hermanas, que ahora son polvo. ‘No sabe, nunca lo sabréi, que sures las aguas-del Rédano y del Arve y de. ‘quel gran mar de agua dulce que se dilata en el centro de Europa: No sabe, nunca lo sabré, que ha surcado otro rio més antiguo y méis incesante que cualquier otro rfo y que se llama el’Tiempo: Los galos la labraron para ese largo viaje un siglo antes de César y fue exhumada al promediar el siglo diecinueve en el cruce de dos calles de la ciudad, y ahora, sin saberlo, se ‘muestra a nuestros ojos y anuestro asombro en un museo que est no lejos de la Catedral en la que predicé la predestinacién Juan Calvino. 56 Sl Esquinas Aqui habré la figura de una esquina cualquiera de Buenos Aires. No me di;én cual es. Puede ser la de Charcas y Maipt, la de mi propia casa; la imagino abarrotada por mis fantasmas, inextrica- blemente entrando y saliendo y atravesdndose. Puede ser la de enfrente, donde hay ahora un alto edificio con rampas, y antes, un largo con- ventilo con macetas de flores en el baledn, y an- tes una casa que ignoro y, en el tiempo de Rosas, un rancho, con In vereda de ladrillo y la calle de tierra. Puede ser la de ese jartiin que fue tu parai- so, Puede ser la de una confiterfa del Once, don- de Macedonio Feméndez, tan temeroso de la muerte, nos explicaba que morir es lo més trivial que puede sucedemos. Puede ser la de aquella biblioteca de Almagro Sur, donde me fue revela: a do Leon Bioy. Puede ser una esquina sin ochava, de las pocas que quedan. Puede ser la de aquella casa a la que Marfa Kodama y yo trajimos una cesta de mimbre con una leve gata abisinia que se Ilamaba Odin y que habja cruzado el Océano. Puede ser la de un érbol que nunca sabré que es ‘un rbol y que nos prodiga su sombra. Puede ser una de las tantas que vio por ttima vez Leandro ‘Alem, antes del carruaje cerrado y del balazo que bast6. Puede ser la de aquella librerfa en la que descubr, a o largo del tiempo, dos historias de la filosoffa china. Pue~ de ser la de Esmeralda y Lavalle, donde muri Estanislao del Campo. Pue- de ser cada una de las que forman el desparramado tablero. Puede ser casi todas y es asf el no visto arquetipo. 58 Hotel Esja, Reikiavik En el decurso de la vida hay hechos modestos que pueden ser un don, Yo acababa de llegar al hotel. Siempre en el centro de esa clara neblina que ven los ojos de los ciegos, exploré el cuarto indefinido que me habjan destinado. Tanteando las paredes, que eran ligeramente rugosas, y 10- cedonda. Era tan ancha deando los muebles, descubri una gran columna que casi no pudieron abarcaria mis brazos estira- dos y me cost6 juntar las dos manos, Supe ense- guida que era blanca. Maciza y firme se elevaba hacia el cielo raso. Durante unos segundos conoct esa curiosa feli- cidad que deparan al hombre las cosas que casi son un arquetipo. En aquel momento, lo sé, re- cobré el goce elemental que senti cuando me fue- ron reveladas las formas puras de la geometria euclidiana: el cilindro, el cubo, la esfera, la pird- mide. 39 Edlaberinto (Ree Eee Este e5 el laberinto dé Creta. Este es el laberinto de Creta cuyo centro fue el Minotauro. Este es el laberinto de Creta cuyo centro fue el Minotauro que Dante imagin6 como un toro con cabeza de hombre y en cuya red de piedra se perdieron tantas generaciones. Este es el laberinto de Creta cuyo centro fue el Minotavro que Dante imagin6 como un toro con cabeza de hombre y en'cuya red de piedra se perdieron tantas generaciones como ‘Maria Kodama y yo nos perdimos. Este es el laberinto de Creta cuyo cen- to fue cl Minotauro que Dante imaginé como un toro con cabeza de hom- bre y en cuya red de piedra se perdieron tantas generaciones como Maria ‘Kodama y yo nos perdimos en aquella mafiana y seguimos perdidos en el tiempo, ese otro laberinto. oO | Las islas del Tigre ‘Ninguna otra ciudad, que yo sepa, linda con un secreto archipiélago de verdes islas que se alejan y pierden en las dudosas aguas de un rfo tan lento {que laliteratura ha podido llamario inmévil. En una de ellas, que no he vis to, se mat6 Leopoldo Lugones, que habra sentido, acaso por primera vez en su vida, que estaba libre, al fin, del misterioso deber de buscar metifo~ ras, adjetivos y verbos para todas las cosas del mundo Hace muchos afios, el Tigre me dio imgenes, quiz err6neas, para las escenas malayas 0 africanas de os libros de Conrad. Esas imagenes me ser- virén para erigir un monumento, sin duda menos perdurable que el bronce de ciertos infinitos domingos. He recordado a Horacio, que sigue siendo para mi el ms misterioso de los poetas, ya que sus estrofas cesan y'no ter- ‘minan y asimismo son inconexas. No es imposible que su mente clsica se abstuviera deliberadamente del énfasis. Releo lo anterior y compruebo ‘con una suerte de agridulce melancolia que todas las cosas del mundo me evan a una cita o a un libro. e [Las fuentes | Entre tantas cosas, Leopoldo Lugones 1nos ha dejado estos firmes versos: Yo, que soy montanés, sé lo que vale a amistad de la piedra para el alma. No sé hasta qué punto Lugones podia lamarse montafiés, pero esa duda, de carfcter geografico, es me- nos importante que la eficacia estéti- ca del epiteto. EI poeta dédara la amistad del hombre y de la-piedra; yo quiero re- ferirme a otra amistad més eseucial y ‘més misteriosa, a la amistad del hom- bre y del agua. Més esencial, porque estamos hechos, no de carne y hueso, sino de tiempo, de fugacidad, cuya metéfora inmediata es el agua. Ya Heréclito lo dijo. @ En todas las ciudades hay fuentes, pero esas fuentes corresponden a ra- zones distintas. En las naciones agarenas proceden de una antigua nostal- gia de los desiertos, cuyos poetas cantaban, segiin se sabe, a una cistemao un oasis. En Italia parecen satisfacer esa necesidad de belleza que es tip: ca del alma italiana. En Suiza se diria que las ciudades quieren estar siem- pre en los Alpes y que las muchas fuentes piblicas tratan de repetir las cascadas de la montafia, En Buenos Aires son més omamentales y més Visibles que en Ginebra o en Basilea Milonga del pufial En Pehuaj6 me lo dieron unas manos generosas; ‘més vale que no presagie que vuelve el tiempo de Rosas. La empuftadura sin cruz es de madera y de cuero; abajo suena su oscuro suefio de tigre el acero. Soriaré con una mano ‘que lo salve del olvido; después vendré lo que el hombre de esa mano ha decidido. El pwial de Pehuajé no debe una sola muerte; el forjador lo forts para una tremenda suerte. 6 Lo estoy mirando, preveo senir de pucales o de espadas (da lo mismo) y de otras formas fatales Son tantas que el mundo entero esté a punto de morir. Son tantas que ya la muerte no sabe dénde elegir. 1e tu suerio tranguilo is tranguilas cosas, mpacientes, pufal. Ya vuelve el tiempo de Rosas. En un restaurante del centro, Haydée Lange y yo conversébamos. La mesa estaba puesta y quedaban trozos de pan y quiz4 dos copas; es verosi- mil suponer que habjamos comido juntos. Discutiamos, creo, un film de King Vidor. En las copas quedaria un poco de vino. Sent, con un principio. de tedio, que yo repetia cosas ya dichas y que ella lo sabfa y me contestaba de manera mecénica. De pronto recordé que Haydée Lange habia muerto ‘hace mucho tiempo. Era un fantasma y.no lo sabia. No sentf miedo; sent{ ue era imposible y quizé descortés revelarle que era un fantasma, un her- moso fantasma. El suefio se ramificé en otro suefio antes que yo me despertara. or Nota dictada en un hotel del Quartier Latin Wilde escribe que el hombre, en cada instante de su vida, es todo Jo que ha sido y todo lo que ser4. En tal caso, el Wilde de los afios présperos y de la, literatura feliz ya era el Wilde de la cércel, que era también el de Oxford y el de Atenas y el que morirfa en 1900, de un modo casi anénimo, en el Hé- teld’Alsace, del Barrio Latino. Ese hotel es ahora el hotel L"H6tel, donde nadie puede encontrar dos habitaciones iguales. Dirfase que lo labré un ebanista, no que lo disefiaron arquitectos o que fue levantado por albaifi- les, Wilde odiaba el realismo; los peregrinos que visitan este santuario aprueban que haya sido recreado como si fuera una obra péstuma de la ‘imaginaciGn de Oscar Wilde. Yo querta conocer el otro lado del jardin, le dijo Wilde a Gide en los afios iiltimos. Nadie ignora que conocié la infamia y la cércel, pero algo joven y divino habia en él que rechazaba esas desdichas, y cierta famosa balada, ‘que intenta lo patético, no es la més admirable de sus obras. Digolo mismo del Retrato de Dorian Gray, vana y lujosa reediciOn de la novela mas re- nombrada de Stevenson. cy {Qué sabor final nos dejan los libros que Oscar Wilde escribi6? El sabor ‘misterioso de la dicha. Pensamos en esa otra fiesta, el champagne. Recor- demos oon alegria y con gratitud “The Harlot’s House”, “The Sphinx”, los dislogos estéticos, los ensayos, los cuentos de hadas, los epigramas, las la- pidarias notas bibliogrficas y las inagotables comedias, que nos muestran personas muy estipidas que son muy ingeniosas. Eleestilo de Wilde fue el estilo decorativo de cierta secta literaria de su €poea, los Yellow Nineties, que busc6 lo visual y lo musical. No sin una son- risa ejerci6 ese estilo, como hubiera ejercido cualquier otro. ‘Una erttica técnica de Wilde me resulta imposible. Pensar en él es pen- sar en un amigo fntimo, que no hemos visto nunca pero cuya voz conoce- mos, y que extrafiamos cada dfa. ‘Ars Magna Estoy en una esquina de la calle Raymundo Lu- Tio, en Mallorca. Emerson dijo que el lenguaje es poesia fésil ara comprender su dictamen, bastenos recordar ue todas las palabras abstractas son, de hecho, metéforas, incluso la palabra metéfora, que en griego es traslacisn. El siglo trece, que profesaba el culto de la Escritura, es decir, de un conjunto de palabras aprobadas y elegidas por el Espiritu, no podifa pensar de ese modo. Un hombre de genio, Raymundo Lulio, que habia dotado a Dios de ciertos predicados (la bondad, la grandeza, la cter- nidad, el poder, la sabidurfa, la voluntad, la virtud y la gloria), ideo una suerte de méquina de pensar hecha de cfrculos concéntricos de madera, lenos de simbolos de los predicados divinos y que, rotacios por el investiga dor, darfan una suma indefinida y casi infinita de conceptos de orden teol6- ico. Hizo lo propio con las facultades del alma y con las cualidades de to- 0 das las cosas del mundo. Previsiblémente, todo ese mecanismo combina- torio no sirvié para nada. Siglos después Jonathan Swift se burls de élen el Viaje Tercero de Gulliver; Leibniz 1o ponder6 pero se abstuvo, por supues- to, de reconstruitlo, ‘Laciencia experimental que Francis Bacon profetiz6 nos ha dado ahora Ja cibernética, que ha permitido que los hombres pisen la luna y cuyas com- putadoras son, si la frase es lita, tardfas hermanas de los ambiciosos re- dondeles de Lulio. ‘Mauthner observa que un diccionario de la rima es también una méqui- na de pensar. La jonction Dos ros -uno, de clara fama, el Rédano; otro, casi secreto, el Arve juntan aquf sus aguas. La mitologfa no es una vanidad de los diccionarios; ‘es un eterno hébito de las almas. Dos rfos que se juntan son, de algiin modo, dos méimenes anti- ‘guos que se confunden. As‘ lo habré sentido La- vardén cuando escribié su oda, pero la ret6rica se interpuso entre lo que sentia y lo que vefa, y con- virtié a los grandes rios barrosos en ndcares y en perlas. Porlo demés, todo lo que ataiie al agua es poético y munca deja de inquietamos. Elmar que entra en la tierra es el fjord oel firth, nombres de resonancia infinita; los rfos que se pierden en el ‘mar evocan la gran metéfora de Manrique. En esta margen fueron sepultados los restos de Leonor'Suérez.de Ace- vedo, mi abuela materna. Habfa nacido en Mercedes durante la pequetia B ‘guerra que se lama todavia en el Uruguay la Guerra Grande, murié en Gi- nebra, hacia 1917. Vivi6 de la memoria de una proeza ecuestre de su pa- dre, en Ja alta pampa de Junin, y del odio, ya fatigado y puramente verbal, de “os tres grandes tiranos del Plata: Rosas, Artigas y Solano Lépez”, ‘Muri postrada; todos rodedbamos su lecho y ella dijo con un bilo de voz: Déjenmne morir ranquila y después la mala palabra que, por primera y titi ‘ma vez, of de su boca. 4 Madrid, julio de 1982 El espacio puede'ser parcelado en varas, en yardas o en kil6metros; el tiempo de la vida no se ajusta a medidas andiogas. Acabo de sufrir una quemadura de primer grado; el médico me dice que debo permanecer dicz © doce dias en esta impersonal habitacién de un hotel de Madrid. Sé que esa suma es imposible; sé.que cada fa consta de instantes que son lo ‘inico real y que cada uno tendra su peculiar sabor de melancolia, de ale- gia, de exaltacin, de tedio o de pa- si6n, En algan verso de sus Libros Proféticos, William Blake’ aseveré que cada minuto consta de sesenta y tantos palacios de oro con sesenta y tantas puertas de hierro; esta cita sin duda es tan aventurada y err6nea como el original. Parejamente el a Ulysses de Joyce cifra las largas singladuras de la Odisea en un solo dia de Dublin, deliberadamente trivial Mi pie me queda un poco lejos y me manda noticias, que se parecen al dolor y no son el dolor. Siento ya la nostalgia de aqu:l momento en que sentiré nostalgia de este momento. En la memoria el dudoso tiempo de la estadia seré una sola imagen. Sé que voy a extrafiar ese recuerdo cuando esté en Buenos Aires. Quizé esta noche sea terrible. 76 Laprida 1214 Por esa escalera he subido un nime- ro hoy secreto de veces; arriba me es- peraba Xul-Solar. En ese hombre sontiente, de pémulos marcados y alto se conjugaban sangre prusiana, sangre eslava y sangre escandinava (su padre, Shulz, era del Baltico) y también sangre lombarda y sangre latina; su madre era del norte de Ita- lia. Mas importante es otra conjun- ci6n: la de muchos idiomas y religio- nes y, al parecer, de todas las estre- Ilas, ya que era astrélogo. La gente, méxime en Buenos Aires, vive acep- tando lo que se llama la realidad; Xul | vivia reformando y recreando todas n las cosas. Habfa urdido dos idiomas; uno, el creol, era el castellano aligera- do de torpezas y entiquecido de inesperados neologismos. La palabra ju- _guete le sugerfa un jugo malsano; preferfa decir, por ejemplo, se foybesan, se toyquieran; asimismo decia: sansiéntese 0, a una estupefacta sefiora ar- sgentina: le recomiendo el Tao, agregando: :cdmo? no coriezca el Tao Te Ching? El otro idioma era la panlengua, basada en la astrologia. Haba in- ventado también el panjuego, una suerte de complejo ajedrez duodecimal que se desenvolvia en un tablero de ciento cuarenta y cuatro casillas. Cada ‘vez que me lo explicaba, sentia que era demasiado elemental y lo enrique- fa de nuevas ramificaciones, de suerte que nunca Jo aprendf. Soliamos leer juntos a William Blake, en especial los Libros Proféticos, cuya mitolo- sgfa él me explicaba y con la que no estaba sicmpre de acuerdo. Admiraba a ‘Tumer y a Paul Klee y tentfa, en mil novecientos veintitantos, la osadia de no admirar a Picasso. Sospecho que sentfa menos la poesfa que el lengua- Je,y que para él lo esencial era la pintura y la mtisica. Fabricé un piano se- micircular. Ni el dinero ni el éxito le importaban; vivia, como Blake 0 como Swedenborg, en el mundo de los espiritus. Profesaba el politefsmo; un solo Dios le parecfa muy poco. En el Vaticano admiraba una sélida ins- titucién romana con sucursales en casi todas las ciudades del atlas. No he ‘conocido una biblioteca més versétil y mas deleitable que la suya. Me dio a conocer la Historia de la Filosofia de Deussen, que no empieza, como las, ‘otras, por Grecia sino por la India y la China y que consagra un capitulo a Gilgamesh. Muri6 en una de las isias del Tigre. Le dijo a su mujer que mientras ella le tuviera la mano, él no se morirfa. 80, Al cabo de una noche, ella tuvo que dejarlo un instante, y, cuando volvi6, Xul se habfa muerto. ‘Todo hombre memorable corre el albur de ser amonedado en anéedo- tas; yo ayudo ahora a que ese inevitable destino se cumpla. 81 Eldesierto A unos trescientos o cuatrocientos metros de la Pirdmide me incliné, tomé un putiado de arena, lo dejé caer silenciosamente un poco mAs lejos y dije ‘en voz baja: Estoy modificando el Sahara.’El hecho era minimo, pero las no ingeniosas palabras eran exactas y pensé que habia sido necesaria toda mi vida para que yo pudiera decirlas. La memoria de aquel momento es una de las més significativas de mi estadia en Egipto. E122 de agosto de 1983 Bradley crefa que el momento presente es aquel en que el porvenir, que fluye hacia nosotres, se desintegra en el pasado, es decir que el ser es un de- jar de ser 0, como no sin melancolfa, dijo Boileau: 8 Le moment ot je parle est dé loin de moi. Sea lo que fuere, las visperas y la cargada memoria son més reales que el presente intangible. Las visperas de un viaje son una preciosa parte del via~ je. Fl nuestro a Europa comenz6, de hecho, anteayer, el 22 de agosto, pero lo prefiguré aquella cena del dieciocho. En un restaurante japonés nos reunimos Marfa Kodama, Alberto Girri, Enrique Pezzoni y yo. La co- ‘mida era una antologfa de sabores fugaces que nos llegaban del Oriente. El Viaje que nos parecfa inmediato, preexistfa en el didlogo y en el imprevisto champagne que nos ofrecié la duetia del local. A losingular, parami, de un sitio japonés en la calle Piedad se unieron las voces y la misica de un coro de personas que procedian de Nara o de Kamakura y que celebraban un cumpleafios. Estabamos asf en Buenos Aires, en las préximas etapas del viaje y en el recordado y presentido Japén. No olvidaré esa noche. ‘Staubach Harto menos famoso que el Niégara pero harto més tremendo y memora- ble es el Staubach de Lauterbrun- nen, el Arroyo de Polvo dela Fuente Pura. Me fue revelado hacia 1916; of desde lejos el gran rumor del agua vertical y pesada que se desmorona desde muy alto, en un pozo de piedra que sigue labrando y ahondando, casi ‘desde el principio del tiempo. Pasamos una noche ahf; para noso- ‘ros, como para la gente de la aldea, el ruido constante acabé por ser el s- lencio. Hay tantas cosas en la miiltiple Suiza que también hay lugar para lo terrible. 85 Colonia del Sacramento Por aquf también anduvo la guerra. Escribo también porque la sentencia puede aplicarse a casi todos los lugares del orbe. Que el hombre mate al hombre es tino de los hébitos més antiguos de nuestra singular especie ‘como la generacién o los suefios. Aqu‘, desde el otro lado del mar, se pro- yect6 la vasta sombra de Aljubarrota y de esos reyes que ahora son polvo. ‘Aqui se batieron los castellanos y los portugueses, que asumirfan después otros nombres. Sé que, durante la guerra del Brasil, uno de mis mayoressi- 1i6 esta plaza. Agu{ sentimos de manera inequivoca la presencia del tiempo, tan rara enestas latitudes. En las murallas yen las casas esté el pasado, sabor que se agradece en América. No se requieren fechas ni nombres propios; basta lo que inmediatamente sentimos, como si se tratara de una mmisica La Recoleta Aqui no esté Isidoro Suarez, que comands una carga de huisares en la bata- lla de Junin, que apenas fue. una escaramuza y que cambi6 la historia de América Aqui no esté Félix Olavarrfa, que comparti6 con é las campafias, la conspiraciGn, las leguas, la alta nieve, los riesgos, la amistad y el destierro. Aqui esté el polvo de su polvo. Aqu{ no esta mi abuelo, que se hizo matar después de la capitulacién de Mitre en La Verde. Aqui no esta mi padre, que me enseiié a descreer de la intolerable in- mortalidad, Aqui no esté mi madre, que me perdoné demasiacas coses. Aqui bajo los epitafios y las cruces no hay casi nada. Aqui no estaré yo. Estardn mi pelo y mis ufias, que no sabréin que lo de- ‘més ha muerto, y seguirén creciendo y serén polvo. Aqui no estaré yo, que seré parte del olvido que cs la tenue sustancia de que esté hecho el universo. Dea salvacién por las obras ‘En un otofio, en uno de los otofios del tiempo, las divinidades del Shinto se congregaron, no por primera vez, en Izumo. Se dice que eran ocho millo- nes pero soy un hombre muy timido y me sentiria un poco perdido entre 89 tanta gente. Por lo demés, no conviene manejar cifras inconcebibles. Diga- mos que eran ocho, ya que el ocho es, en estas islas, de buen agiiero. Estaban tristes, pero no lo mostraban, porque los rostros de las divinida des son kanjis que no se dejan descifrar. En la verde cum:bre de un cerro s sentaron en rueda. Desde su firmamento o desde una piedra o un copo de nieve habfan vigilado a los hombres. Una de las divinidades dijo’ Hace muchos dias, 0 muchos sigios, nos reunimos aqut para crear el Japén yel mundo. Las aguas, los peces, las siete colores del arco, las generaciones de las plantas y de los animales, nos han salido bien. Para que tantas cosas 1no los abrumaran, les dimos alos hombres la sucesién, el déa plural y la no- che una, Les otorgamos asimismo el don de ensayar algunas variaciones. La abeja sigue repitiendo calmenas; el hombre ha imaginado instrumentos. elarado, la lave, el calidoscopio. También ha imaginado la espada y el arte de la guerra. Acaba de imaginar un arma invisible que puede ser el fin de la historia. Antes que ocurra ese hecho insensato, borremos a los hombres. Se quedaron pensando. Otra divinidad dijo sin apuro: Es verdad. Han imaginado esa cosa atroz, pero también hay ésta, que cabe enel espacio que abarcan sus diecisete silabas. ‘Las enton6. Estaban en un idioma desconocido y no pude entenderias. La divinidad mayor sentenci6: Que los hombres perduren, sf, por obra de un haiku, la especie humana se salvo. Izumo, 27 de abril de 1984. Indice Prologo, 7 La diosa galica, 9 Eltotem, 11 César, 13 Irlanda, 14 Un lobo, 17 Estambul, 18 Los dones, 20 Venecia, 23 La cortada de Bollini, 26 El templo de Poseidén, 27 El principio, 29 El viaje en globo, 30, Un suefio en Alemania, 35, Atenas, 37 Ginebra, 38 Piedras y Chile, 40 Labrioche, 41 Un monumento, 43 Epidauro, 44 Lugano, 46 Mi tltimo tigre, 47 ‘Una pesadilla, 50 Graves en Deya, 51 Los suefios, 54 La barca, 56 Esquinas, 57 i Hotel Esja, Reikiavik, 59 Et laberinto, 60 Las islas del Tigre, 62 Hl Las fuentes, 63 Milonga del pufial, 65 | 1983, 67 Nota dictada en un hotel del Quartier Latin, 68 ‘Ars Magna, 70 La jonction, 73 Madrid, julio de 1982, 75 Laprida 1214,77 El desierto, 82 E122 de agosto de 1983, 83 i ‘Staubbach, 85 i Colonia del Sacramento, 86 La Recoleta, 88 / De la salvacién por las obras, 89 i 1 Midgarthormr, 49 , ‘emir de 188 en ow taller praicr Macchi, Salta » Cia $.4, Buenos Altes, at cops fotoprdfiens ero realized por “Amande Oncpstosfowcromes por Tt SAIC: compen popes pose Esudio Cayetano Cantar; ya enetadermacin for Talley Unlinde des Grdfics, La presente edi, gue extvo alc Sado de Norberto Coppole, comprende ino mi empires. 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