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1. Entre vacas y gansos: escuela, lectura y literatura! Ana Maria Machado \” Fatuve hace poco en una capital latinoa- mericana,. para el lanzamiento de uno de mis libros para jévenes, Un deseo loco (Editorial Norma). Durante una hora hablé sobre el libro ante un ptiblico de 120 profesores que se habjan reunido a la noche, al final de una jornada de traba- jo, y habfan pagado entrada para escucharme; es decir que estar alli les habfa costado. Era de suponer que les interesa- ban los libros, la lectura y la literatura. Discurri sobre la obra que iba a publicar, expliqué cémo surgid, hablé sobre los temas que abordaba, y en especial sobre el encuentro entre el pensamiento cientffico y el imaginario, ademas de men- cionar cuestiones de diferencias de clase y la tematica del primer amor. Y, principalmente, lo que me parece la cues- tién fundamental del libro: el lenguaje narrativo en si, el acto de escribir, visto desde el Angulo de un narrador adolescen- ! Trabajo presentado en el V Simposio sobre Literatura Infantil y Lec- tura, Encuentro Iberoamericano por una Educacién Lectora, Madrid, noviembre de 1998. te. Lef un capftulo de la obra. Después abri el debate con el ptiblico, La primera pregunta, formulada por un profesor que no debfa de tener mAs de cuarenta anos, fue la siguien- te: “JCuantos personajes tiene este libro?”. Nadie entre el ptiblico parecié considerar fuera de lugar la pregunta, pero yo sali de alli desconsolada, Si en una gran ciudad como Montevideo, llena de excelentes librerfas, en un pafs que cuenta con un buen sistema de bibliotecas, que se enorgullece de haber resuelto sus problemas de analfabetis- mo hace mas de medio siglo, entre profesores interesados en el tema, es ése el tipo de pregunta que imaginan que debe suscitar la literatura en el esp/ritu humano, evidentemente no queda ninguna esperanza de que a los jévenes llegue a gus- tarles leer. La continuacién del debate demostré que todos buscaban aprender técnicas y trucos para resolver un dificil problema actual: écémo podemos hacer para que los chicos lean mas? Como si fuese una receta de torta o una formula quimica. Les pregunté qué estaban leyendo ellos, maestros y profesores. Ya fuera por timidez o por sinceridad, no llegé del publico ninguna respuesta que revelara ninguna lectura me- dianamente fecunda, ni siquiera de revistas semanales de informacién general. Contaré otra experiencia que vivi hace ya un tiempo, en Mato Grosso, en el interior de Brasil, casi en la frontera con Bolivia. Una municipalidad local organiz6 un curso al que asistieron varias maestras del area rural, Una de ellas, que tenfa muy pocos estudios y una formacién pedagégica muy precaria, habfa viajado dos dias en canoa por el rio, en medio de Ja selva, para poder llegar, y le esperaba el mismo camino de regreso, Daba clases en una escuela de una sola aula, donde s¢ reunian al mismo tiempo unos cuarenta chicos, de entre 7 y 15 afios, En la escuela habia sdlo dos libros... y también en Ja vida de jos alumnos. Pero como les gustaba nuieho excuehar EueNtos, y los libros se hab{an agotado y el fepertorio de 1a maeatra se Nabla acabado, sugirid que cada uno pidiera a alguien de su casa que Je contara una historia y luego la compartiera en el aula. Varios de los chicos Ilevaron mas de una, escuchadas de abuelos, padres, tfos. Cada dia contaban uno de esos cuentos; después todos lo comenta- ban, dibujaban, reescribian. Asi fueron juntando los textos y los dibujos en un cuaderno especial; en realidad, en dos cua- dernos, uno con cuentos de miedo y “almas de otro mundo”, y otro con cuentos de animales, indios y el folklore de la orilla del rio. Ahora la escuela tenfa esos otros dos libros también. La pregunta que me hizo esa maestra fue sobre la convenien- cia o no de continuar desarrollando ese tipo de actividad y creando ese nuevo material de lectura que, evidentemente, no era “literatura”, pero sf el Unico disponible. Para justificar su actitud, mencioné que todavia disponfa de mucho material, habl6 de varias de las historias que le habian contado los chi- cos y de otras que ella conocia y recordaba, muy entusiasma- da; una verdadera biblioteca de literatura oral. Si pudiéramos comparar a los alumnos de ambos docen- tes, poniendo a su disposicién el mismo acervo de libros, no hay duda de cuales serian los mejores lectores, cuales consi- derarian la lectura como un bien preciado y capaz de desper- tar su avidez, cuales serian capaces de encontrar en los libros una fuente inagotable de atractivos. En otras palabras, es evi- dente que los alumnos del primer profesor deben leer obliga- dos, procurando fijar la mayor cantidad de elementos que les permitan después hacer una prueba llena de preguntas semipoliciacas, destinadas a descubrir si no prestaron aten- cién a algin detalle. Seguramente no viven la lectura como algo placentero y vital; con toda certeza trataran de dejar de leer en la primera oportunidad. Los alumnos de la segunda maestra, en cambio, sin duda habran despertado su vocaci6n de lectores y durante el resto de su vida llevaran consigo la curiosidad por lo que esconden los libros y la tentacién irre- sistible de leer lo que les caiga en las manos. Hace poco mas de un mes, en Liber, Barcelona, partici- pé en una mesa redonda que reunja a once especialistas, para debatir qué pueden hacer los adultos (padres y docen- tes) para que los chicos lean mas. Nuevamente se formula- ban las mismas preguntas sobre posibles técnicas para de- sarrollar el habito de la lectura, como si leer fuera semejante a cepillarse los dientes e hiciera falta convertirlo en un habi- to. Era tanta la gente que integraba la mesa que, después de las presentaciones, apenas si quedaba tiempo para hablar. Me limité a dos minutos, simplemente para proponer que se invirtiera la cuestién: équé pueden hacer los chicos para que los adultos (padres y docentes) lean mas?; écoémo hacen para ensefiarles que el imperativo de los verbos “amar” y “gustar” es puramente retérico? Es decir, no es posible orde- nar a alguien que ame o le guste algo. Nadie discutié el asunto. Como no me atrevo a creer que una mesa tan preparada, un ptiblico tan especializado, en un lugar tan dedicado a los libros, no supiera interpretar mi pregunta (que me parecié clara) y entender lo que yo decfa, sdlo puedo llegar a la conclusi6n de que no supe expresarme con claridad. O que creyeron que se trataba de un chiste. Me hace feliz tener esta oportunidad ahora, en el mismo pais, para intentar explicarme mejor. En términos sencillos, estoy convencida de que lo que lleva a un chico a leer, ante todo, es el ejemplo. De la misma manera en que aprende a cepillarse los dientes, comer con cuchillo y tenedor, vestirse, calzarse los zapatos y otras tan- tas actividades cotidianas. Desde pequefio ve como lo ha- cen los adultos, y entonces también él quiere hacerlo. No es algo natural, sino cultural. En los pueblos donde se come directamente con las manos no sirve de nada dar tenedor y cuchara a los chicos, si nunca han visto a nadie utilizarlos. Esto es tan evidente que no hace falta insistir. Si ningtin adulto cereano al nifo acostumbra leer, dificilmente el chi- co vaya a convertirse en lector. Esto podrfa resultar casi estremecedor cuando se cons- tata que en las familias no se lee y en las casas ya ni hay espacio para guardar libros. éEstarfan todos condenados, entonces, a un apartheid literario? Existe, sin embargo, una segunda oportunidad: la escuela. El] momento y el espacio de la salvacion de Ia literatura, del posible descubrimiento y formaci6n del futuro lector. Se multiplican entonces las ini- ciativas de apoyo a la produccién editorial para esa area, las campafias de fomento de la lectura, los proyectos destina- dos a que los libros infantiles lleguen a las escuelas. Nunca se hizo tanto en este aspecto. Todos nosotros somos militan- tes de esta causa y conocemos la situacién; tampoco es necesario que insista en esto. Mientras tanto, todos los que nos hallamos aqui reunidos, que vivimos este proceso de manera seria y responsable, nos estamos dando cuenta de que los resultados no se corresponden con el esfuerzo rea- lizado, y que, si bien es cierto que cada vez hay menos anal- fabetos y mas nifios que leen, por otro lado también es inne- gable que algo sucede en la transici6n a la adolescencia: la mayoria de las veces el joven lector pierde su impetu, quiere mantenerse en el mismo nivel de lectura “facil” (0 light, para emplear el término del mercado), pierde el gusto por la lectura y abandona los libros. Como si lectura y facilidad fueran una dupla indisociable. Como si superar un cierto misterio y descifrar un secreto no formaran parte intrinseca del placer de quien lee literatura. Este es un problema que me preocupa cada vez mas y sobre el cual he reflexionado bastante, como sin duda ha de ocurrirles a ustedes. Me parece que, en este proceso, sucedié algo que me recuerda un episodio del mundo deportivo que se difundié mucho como anécdota pero que es rigurosamente veridico, En la década del '60, la época de oro del ftitbol en Brasil, tuvimos dos jugadores asombrosos e incomparables, nunca superados. Uno era Pelé, el atleta perfecto, inigualable, pre- parado, inteligente, un genio de la pelota. El otro era Garrincha, un duende de piernas torcidas, que disputaba los 14 partidos como si fuera un chico jugando, gambeteaba como nadie, arrancaba carcajadas a los hinchas y lo apodaban “la alegria del pueblo”. Antes de uno de los partidos decisivos de la Copa de Chile de 1962, contra Rusia, Pelé estaba lesio- nado y no iba a jugar, asi que el técnico reunié al equipo en el vestuario y explicé la tactica que deberfan emplear: “Cuando el adversario venga por aca, ustedes juegan la pe- lota por alla; cuando ellos hagan esto, ustedes hacen aque- llo...”, y cosas por el estilo. Todos escucharon atentos, y al final Garrincha hizo una sola pregunta: “{Alguien combiné todo esto con los rusos?”, Tal vez sea esto lo que esté faltando en los programas de lectura. Decimos que leer es bueno, util, importante; incentivamos a los chicos a leer, pero nos olvidamos de combinarlo con los rusos, 0 sea, con los docentes, y éstos no juegan como se esperaba. No leen, no viven con los libros una relacién buena, Util, importante. Por lo tanto, no dan el ejemplo y no consiguen transmitir verdaderamente una pa- sién por los libros... ¥ sin pasién nadie lee de verdad. Siempre hay excepciones, claro: maestros y profesores maravillosos e inventivos, apasionados, que transmiten el fuego sagrado a la siguiente generaci6n. Tuve profesores asi, alos que agradezco y rindo homenaje, pues su contribucién a mi formacién como lectora y como persona ha sido ines- timable. Pero también ellos recibieron una formaci6n dife- rente. No sé qué es lo que sucede hoy en dia con la forma- cién de los docentes, pero es seguro que en general no les despertaron el entusiasmo por la literatura, y al carecer de esto no est4n preparados para transmitir a los j6venes lo que ellos mismos no tienen. No creo que nadie pueda ensefiar a otra persona a leer literatura. Por el contrario, estoy conven- cida de que lo que una persona transmite a otra es la reve- lacién de un secreto: el amor por la literatura. Es mas un contagio que una ensefanza. & Muchas veces tengo la impresién de que los maestros recién recibidos llegan a una escuéla como si fueran a una granja y no saben qué hacer con los libros delante de todos esos animalitos humanos que los miran con ojos brillantes y esperanzados. Asi, los docerites van alternando. A veces tra- tan alos alumnos como a gansos: los agarran del pescuezo, los inmovilizan y les introducen grandes cantidades de co- mida por el buche, teniendo cuidado de no alimentarlos realmente, porque lo que interesa no es eso, sino aumentar las futuras grasas especiales por las que valen en el merca- do. En otros momentos los tratan como a vacas: se sientan a su lado, los acarician, les tocan las partes intimas, pero s6lo para ordefiarlos, para extraerles lo que pueda resultar titil a la produccién del sistema, garantizar mas lucro y la perma- nencia del negocio, al comprobar que, al final, la granja fun- ciona y consigue transformar el pasto en leche. Entre el exceso de informaci6n indtil y la evaluacién utilitaria, la escuela suele debatirse sin salir del lugar (siem- pre con las honrosas excepciones de] caso, desde luego), a pesar de los inmensos esfuerzos que hace, pese a todo el apoyo que recibe, la cantidad de excelentes libros infantiles y juveniles que existen hoy en dia, el extraordinario desarro- llo editorial del sector, la disminucién de! analfabetismo a niveles tinicos en la historia, la multiplicacién de programas de acercamiento a la lectura o el fomento al libro. Hasta se ha logrado que los chicos lean mas que las generaciones anteriores, pero todo esto no significa que los adolescentes y los jé6venes continden leyendo. No se consigue realmente despertar a los jévenes a la lectura por medio del ejemplo, o, una vez despiertos, man- tenerlos interesados mediante la curiosidad. Ejemplo y cu- riosidad: para mi son los dos pies sobre los que deberia caminar el descubrimiento de la lectura. Pero, por alguna raz6n, la curiosidad juvenil no despierta, lo que es extrafifsi- mo. Por increible que parezca, no hay ganas de abrir la caja de Pandora, de mirar dentro del cuarto de Barba Azul, de descifrar el mensaje secreto, de encontrar el mapa del teso- ro, Para saber un poquito de estos secretos, a través de las generaciones los seres humanos no han vacilado en correr tiesgos, y hasta llegaron a enfrentar la ira de Dios y la expul- sién del Paraiso por no haber resistido la tentacién de probar el fruto del conocimiento. Ahora la curiosidad esta adorme- cida. Tal vez lo que esté ocurriendo, simplemente, es que los j6venes lectores no saben que existe la caja, el cuarto, el mensaje, el mapa, el fruto prohibido. Tanta gente les dice: “jAbre, mira, pruebal...” Pero como no ven a nadie que lo haga, como nadie les habla con pasién de lo que han lefdo, creen que todo es apenas una obligacién escolar y no sien- ten la menor curiosidad por hacer la minima exploracién. Imaginemos, sin embargo, un docente diferente. Al- guien que un dfa entra en el aula, abre un libro y lee: “Si realmente quieren saber de mi vida, lo primero que querrdn saber es dénde naci y cémo fue toda mi espantosa infancia, qué hactan mis padres antes de tenerme a mi, y toda esa basura al estilo David Copperfield”. Sigue leyendo un fragmento en que el relator dice que no le apetece contar nada de eso, y afiade: “Primero, porque es aburrido, y segundo, porque a mis padres les daria un ataque si yo me pusiera aqui a hablar- les de su vida privada. Para esas cosas son muy suscepti- bles, sobre todo mi padre. Son agradables, no digo que no, pero demasiado quisquillosos. Ademds, no crean que voy a contarles toda mi autobiografta, ni nada por el estilo. Sélo voy a hablarles de una cosa de locos que me pasé durante la Navidad pasada, justo antes de que me quedara tan agotado y tuviera que venir aqui y tomarme las cosas con calma. A D. B. tampoco le he contado mas, y eso que es mi hermano. Esta en Hollywood”. Que se resista el que pueda. El profesor que lea a sus alumnos un fragmento como éste estara entregandoles un mapa del tesoro, La curiosidad por la lectura. Para esto, bas- ta con que sea lector, porque entonces podra hablar con pasion sobre lo que esta escrito, aunque no alcance a trans- mitir a sus alumnos esa poderosa imagen, cinematografica y vertiginosa, de un vasto campo de centeno donde juegan muchos chicos al borde de un precipicio. Tal vez les hable sobre otra imagen poderosa, con la que comienza el libro Far from the Maddening Crowd (Lejos de la enloquecedora muchedumbre), de Thomas Hardy: en un hermoso prado inglés, en un precipicio a la orilla del Mar, esta pastando un inmenso rebaho de ovejas. De repente una se asusta, sale corriendo y salta hacia abajo. Todas saltan detras, a pesar de los ladridos de los perros y la corrida del pastor. En pocos minutos la familia propietaria de la mansién y de todas aquellas tierras pierde su riqueza. éQuién no querré saber lo que viene después? Y mas todavia si percibe la tension sexual que existe entre la bella hija de la familia y uno de los empleados, que siempre fue despreciado por su posicién subalterna pero que posee muchos carneros que no se arro- jaron al mar. Dos imagenes en paisajes semejantes, de peligro escon- dido en una belleza idflica, con sentidos tan diferentes... Cualquiera de nosotros que ame la literatura puede pasar horas hablando de escenas e imagenes, frases y personajes, situaciones e ideas de algunos de sus libros preferidos. Sin duda esto despertara ganas de leer en alguien que nos esté oyendo, asf como nosotros nos volvemos locos por leer un libro que despierte nuestra curiosidad. Pero imaginar que alguien que no lee pueda hacer leer a otros es tan absurdo como pensar que alguien que no sabe nadar pueda convertirse en instructor de natacion. Sin em- bargo, es esto lo que estamos haciendo. Recordando otra imagen, de otro libro: somos como ese rey que ordena a un general que levante vuelo por sus propios medios y después protesta porque su orden no fue cumplida. éLa culpa es de él? Me parece, entonces, que tal vez sea hora de cambiar un poco el foco de nuestra preocupacion. Los programas de incentivo cuantitativo de la lectura van Ilegando a un calle- jén sin salida, parecen estar cercanos a su techo, que, al fin y al cabo, es meramente estadistico. Cada vez se edita mas, es cierto; los ntimeros crecen y se multiplican. éPero qué se edita? 4Qué se lee? 4Qué se da a leer a los chicos y los jévenes? Ya hemos discutido bastante esta cuestion, y siem- pre insisto en que lo importante no es multiplicar una litera- tura de consumo, sino garantizar el encuentro con la litera- tura. No voy a reiterarlo. Lo que me interesa aqui es hacer hincapié en otro as- pecto: cuando entramos en el terreno de la calidad resulta imposible no discutir al docente. éQué criterio puede tener un profesor o maestro para lidiar con esta situacion o para elegir libros?

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