El Estado de La Cuestion Geertz Reflexiones Antropologicas PDF

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| Clifford Geertz Reflexiones antropolégicas sobre temas filosoficos Los capftuios de! prasente volumen se han extraido de Available Light, publicado en inglés, ‘en 2000, por Princeton University Press, Princeton, Nuova Jersey ‘Traducciin de Nicolés Sanchez Dura y Gloria Lorene (Cubioria de Mario Eskonaai Cundanrgucmerete ohn. avian ext ec dee cp bao ‘Scie taba oy wp nope oo eral ne racy > ‘Sfpeesdmartocompurcisota mrogetayelenmarto merece yc Serta Ge merpores ce ourrmcare sya © perm pe (© 2000 by Princeton University Pros (© 2002 de la traduccién, Nicolas Sanchez Ouré y Gloria Lorens (© 2002 do todas las eaiciones en castellano, Ediciones Paidés Ibérica, S.A., Mariano Cubs, @2 - 0602 Barcelona yy Editorial Paidés, SAICE Defensa, 599 - Buenos Aires ‘ntipy/Aew.paidos.com ISBN: 84-409-1174-8, Dopdsito logat B. 31.070/2002 Impreso en Novagrafik, S.L. \Vwvaldi, 5-081 10 Monicada | Retxac (Barcelona) Impraso on Espana - Printed in Spain SUMARIO Historia y antropologia ....... wees 82 «Conocimiento local» y sus limites: algunos obiter dicta 103 3. El extrafio extrafiamiento: Charles Taylor y 4. El legado de Thomas Kuhn: el texto apropiado en el momento justo ..............- 5. Una pizca de destino: la religién como experiencia, significado, identidad, poder ...............- . 145 6. Acta del desequilibrio: la psicologia cultural de jerome Bruner . 7. Cultura, mente, cerebro/cerebro, mente, cultura... 191 10 REFLEXIONES ANTROPOLOGICAS SOBRE TEMAS FILOSOPICOS 8. El mundo en pedazos: cultura y politica en el fin desiglo oes...) eee ees 2UI El mundo en pedazos_. : Qué es un pais sino es una nacién? Qué es una cultura si no es un consenso? . 228 249 fndice analitico y de nombres ............- . 269 CapiruLo 2 EL ESTADO DE LA CUESTION ZIGZAG Una de las ventajas de la antropologia en tanto que tarea académica es que nadie, incluyendo aquellos que la practican, sabe a ciencia cierta qué es la antropologia. Quienes observan cémo copulan los mandriles, quienes transcriben mitos en f6r- mulas algebraicas 0 excavan esqueletos del Pleistoceno, aque- los que estudian con precisi6n las correlaciones entre los dife- rentes modos higiénicos del control de esfinteres y las teorias del malestar, aquellos que descodifican jeroglificos mayas o clasifican los sistemas de parentesco en tipologias, segtin los cuales el nuestro aparece bajo cl rétulo «esquimal», todos ellos se llaman a si mismos antropélogos. Al igual que aquellos que analizan ritmos de percusion africana, organizan toda la historia humana en fases evolutivas que culminan en la China comunista 0 el movimiento ecologista o reflexionan exhausti- vamente sobre la naturaleza de Ia naturaleza humana. Obras tituladas (escojo al azar) Los cabellos de la Medusa, The Head- man and I, The Red Larip of Incest, Ceramic Theory and Cultu- ral Process, Do Kamo, Knowledge and Passion, American School Language, Circumstantial Deliveries y The Devil and Commodity Fetishism se presentan como estudios antropolégicos y asi se reivindicaba el trabajo de un individuo que cayé involuntaria- 44. REFLEXIONES ANTROPOLOGICAS SOBRE TEMAS FILOSOFICOS mente en mis manos hace unos afios y cuya teoria era que los macedonios derivaban originariamente de Escocia, dado que todos ellos tocaban la gaita. De todo esto se derivan ciertos resultados, ademas de un buen niimero de finos ejemplos de como el alcance de una per- sona sobrepasa su comprensidn; pero, sin duda, el resultado més importante es una crisis de identidad permanente. A los antropélogos se les suele preguntar, y ellos también se plantean a si mismos la misma pregunta, en qué difiere su tarea de la que realiza el socidlogo, el historiador, el psicélogo o el cientifico politico, pero carecen de respuesta, al margen de que muchas veces no exista tal respuesta, Los esfuerzos por definir su espa- cio van desde argumentos despreocupados de corte «club social» («somos todos de alguna manera el mismo tipo de gente; pen- samos de la misma manera») a los Ilanamente institucionales («un antropélogo es alguien entrenado en un departamento de antropologia»). De todos modos, ninguna de estas respuestas es plenamente satisfactoria, No es que nosotros estudiemos gentes «tribales» o «primitivas», pues en la actualidad la ma- yoria de nosotros no lo hacemos y, de todos modos, no anda- ‘mos tan seguros de saber lo que es, si es que es algo, una tribu un primitivo, ni tampoco que analicemos «otras sociedades», porque la mayoria de nosotros, estudiamos las nuestras, te- niendo en cuenta ademas que cada vez hay mds entre nosotros que pertenecen a esas tales «otras sociedades»: sti lankenses, nigerianos, japoneses. No se trata tampoco de que estudiemos «cultura», «formas de vida» o «el punto de vista del nativo», porque en estos tiempos hermenéutico-semisticos zquién no lo hace? No hay nada particularmente nuevo en el estado de la cues- ti6n. Ya era asi en sus inicios, fueran cuando fueran (¢Rivers? éTylor? Herder? ¢Herddoto?) y, sin duda, sera asi en sus pos- trimerias, si es que alguna vez llegan. Pero en afios recientes ha ganado cierta fuerza y ha dado pie a cierta ansiedad que no se EL ESTADO DE LA CUESTION 45 ha detenido ante actitudes del tipo «bueno, va con la cosa mis- ma», Se ha agudizado una molestia crénica, una de esas que se hacen sentir con fuerza, una de esas que exasperan. La dificultad inicial con la que tropieza cualquier intento de escribir la antropologia como una tarea coherente es que aquella se compone, muy especialmente en Estados Unidos, pero de un modo significativo a su vez en cualquier parte del munda, de un grupo de ciencias concebidas de modo muy di- ferente y que més bien andan juntas por accidente en la medida en que todas ellas tratan de un modo u otro con (por citar otro titulo antiguo que hoy nos parecerd a todas luces sexista) E/ hombre y sus Obras. La arqueologia (excepto la clsica, que pa- trulla eficazmente sus fronteras), la antropologia fisica, la an- tropologia cultural (0 social) y la lingiiistica antropolégica han formado una especie de consorcio de acogida de fugitives, cu- yo fundamento ha sido siempre tan oscuro como afirmada su correceién. La ideologia de los «Cuatro Campos», declarada en discursos y venerada en los departamentos, ha mantenido unidos una excéntrica disciplina de puntos de vista dispares, investigaciones precariamente conectadas y aliados improba- bles: el triunfo, sin duda genuino, de la vide sobre la logica. Pero ello sélo se logra con sentimiento, habito y grandes Uamamientos a las ventajas de la amplitud. A medida que avan- zan técnicamente las diferentes ciencias extra-antropolégicas de las que dependen las diversas ciencias intra-antropolégi- cas, la logica ha emprendido su desquite. Especialmente en los casos de la antropologia fisica y la lingiiistica, se ha sefialado el distanciamiento con respecto a la antigua alianza, En el primer caso, los avances en genética, neurologia y etologia han vuelto del revés el viejo enfoque de medir cabezas y han conducido a un ndmero cada vez mas amplio de estudiantes interesados en la evolucién humana a pensar que sus intereses pertenecen ala biclogia y a ser respetuosos con esa disciplina. En el segundo caso, la aparicién de la gramatica generativa ha contribuido a la 46 RE XIONES ANTROPOLOGICAS SOBRE TEMAS FILOSOFICOS construccién de un nuevo consorcio con la psicologia, los es- tudios computacionales y otras empresas high-tech que se re- cogen Iamativamente bajo el epigrafe de «Ciencia Cognitivan. Incluso la arqueologia, entreverada con la paleontologia, la bio- gcografia y la teoria de sistemas, ha ido ganando autonomia y puede que comience uno de estos dias a autodenominarse de forma més ambiciosa. Todas estas costuras descosidas recuer- dan a universos en fuga: filologia, historia natural, economia politica, el Imperio Habsburgo. Las diferencias internas to- man la palabra. ‘Aun asi, no es este movimiento centrifugo, a pesar de su fuerza, la causa principal de la actual sensacién de desasosiego. La historia, la filosofia, la critica literaria, ¢ incluso dltimamente la psicologia, han experimentado una diversificacién interna simi. lar, por razones similares, y, sin embargo, sc las han arreglado para mantener al menos una cierta identidad general. El holding de la antropologia se sostendra sin duda, por algin tiempo, aunque fragilmente, ya sea cuanto menos porque aquellas per- sonas interesadas en el animal humano a quienes no les llama la atencién la sociobiologia y aquellas otras preocupadas por el Tenguaje a quienes no entusiasma la gramatica transformacional pueden encontrar aqui un hogar a salvo del imperialismo de en- tomélogos y légicos. Los problemas mas convulsos estin ha- ciendo su aparicién en la rama de la disciplina que es todavia la mayor, visible y la que es considerada usual y comiinmente co- mo la més distintiva (aquella a la que yo mismo pertenezco): la antropologia social —cultural, sociocultural—. Si hay proble- mas en los margenes, atin los hay mas en el niicleo. La dificultad principal aqui, la més vivida y la mas comen- tada, aunque dudo que sea la mas importante, estriba en el problema de «la desaparicién del objeto». Independientemer te del problema de si los «primitivos» merecieron en el principio tal denominacién o de si, todavia en el siglo XIX, pervivian en el mundo muchos pueblos «sin contacto con la civilizaciém, lo EL ESTADO DE LA CUESTION 47 cierto es que hoy apenas ningtin grupo merece tales calificati- vos. La alta Nueva Guinea, la Amazonia, puede que algunas partes del Artico o del Kalahari son algunos de los escasos luge- res donde hallar candidatos a (por invocar otros términos obso- letos) sociedades «intactas», «simples», «elementales», «salva- jes», y éstas, al nivel al que se hallan hasta el momento, son répidamente incorporadas en los proyectos de amplio alcance de otros, del mismo modo que con anterioridad lo fueron los indios americanos, los aborigenes australianos y los africanos nil6ticos. Los «primitivos», del estilo de aquellos que incluso hicieron famosos a Boas, Mead, Malinowski o Evans-Pritchard, son la pequefia parte de unos fondos perdidos. La inmensa ma- yoria de antropélogos sociales no navegan hoy dia a islas igno- tas o paraisos en la jungla, sino que se adentran en el corazén de esas formidables entidades de la historia del mundo como son la India, Japén, Egipto, Grecia o Brasil. No es, sin embargo, la desaparicin de un objeto de estu- dio tan supuestamente exclusive como ése lo que ha sacudido en mayor medida los fundamentos de la antropologia social, si- no otra privacién originada por el trato con sociedades menos recénditas: la pérdida del aislamiento en la investigacién. Aque- los que se perforaban la nariz, se tatuaban el cuerpo o enterra- ban su cabeza en los drboles nunca fueron los habitantes soli- tarios que nosotros vimos en cllos y que sélo nosotros éramos. Los antropélogos que se marcharon a Talensi, la tundra o Ti- kopia lo hicieron todo: economia, politica, leyes, religion; psi- cologia, tenencia de la tierra, danza y parentesco; cémo se educaba a los nifios, se construfan las casas, se cazaban las fo- cas, se narraban las historias. No habia nadie mas, salvo, oca- sionalmente y a una distancia colegial, otro antropélogo, 0 si habja alguien més, él o ella era atrinconado mentalmente —un misionero, un comerciante, un oficial de distrito, Paul Gau- guin—. Pequefios mundos tal vez, pero sin duda a nuestra dis- posicién. 48 REFLEXIONES ANTROPOLOGICAS SOBRE TEMAS FILOSOFICOS De todo ello ya no queda rastro. Cuando se visita Nigeria, México, China 0, como en mi caso, Indonesia y Marruecos, uno se encuentra no precisamente sélo con «nativos» y cabafias de adobe, sino con economistas calculando los coeficientes de Gini, con politélogos haciendo escalas de actitudes, historia- dores cotejando documentos, psicélogos haciendo experimen- tos, socidlogos contando casas, cabezas u ocupaciones. Entran en accién abogados, criticos literarios, arquitectos, incluso filé- sofos, no contentos por més tiempo con «descorchar el viejo enigma y contemplar las paradojas en su efervescencia». Cami- nar descalzo por la Totalidad de la Cultura no es ya una opci6n y el antropdlogo que lo intenta se halla en serio peligro de su- frir un ataque imprevisto cn una publicacién de un textualista indignado o un demégrafo enloquecido. La nuestra es hoy dia claramente un tipo especial de ciencia, o al menos deberia ser- lo pronto. Ahora que el «Hombre» es toda la respuesta, nos preguntamos de qué lo es. ‘La reaccién ante esta cuestin desgarradora ha consistido no tanto en ofrecer una respuesta como en hacer de nuevo hin- capié en el «método» considerado, al menos desde Malinows- kc, el alfa y omega de la antropologia social, a saber, el trabajo de campo etnografico. Lo que nosotros hacemos y otros no, 0 lo hacen sélo ocasionalmente y no tan bien, es —segiin este punto de vista— hablar con el hombre en el atrozal 0 con la mujer en el bazar desenfadadamente, de tal modo que una co- sa conduce a otra y todo remite a todo, en lengua vernécula y durante extensos periodos de tiempo mientras observamos, desde la maxima proximidad, como se comportan aquéllos. La especialidad de «lo que los antropélogos hacen», su enfoque holistico, humanista, principalmente cualitativo y fuertemente artesanal de la investigaci6n social es (y asi nos hemos enseiia- do nosotros mismos a argumentar) el meollo del asunto. Puede que Nigeria no sea una tribu ni Italia una isla; pero una habili- dad artesanal aprendida entre tribus o practicada en unas islas EL ESTADO DE LA CUESTION 49 puede desvelar dimensiones del ser que permanecen ocultas a tipos mejor y més estrictamente organizados, como es el caso de economistas, historiadores, exégetas y teéricos politicos. Lo més curioso de este esfuerzo por definirnos en térmi- nos de un estilo particular de investigacién, coloquial y espon- taneo, atrincherado entre habilidades particulares, improvisa- dor y personal y no en términos de lo que estudiamos, las teorias a las que nos adscribimos o los logros que esperamos encontrar, es que todo ello ha resultado mas efectivo fuera dela profesién que dentro de ella, Nunca habja sido mayor el prestigio del que goza hoy la an- tropologia, o la antropologia sociocultural, en la historia, la fi- " Tosofia, la critica literaria, la teologia, el derecho, la ciencia po- Iitica y, hasta cierto punto, en (los casos duros) la sociologia, la psicologia y la economia. Claude Lévi-Strauss, Victor Turner, Mary Douglas, Eric Wolf, Marshall Sahlins, Edmund Leach, Louis Dumont, Melford Spiro, Ernest Gellner, Marvin Harris, Jack Goody, Pierre Bourdieu y yo mismo (que sin duda viviré lo suficiente para arrepentirme de ello) son citados continua- mente por casi todo el mundo y para todo tipo de propésitos. La «perspectiva antropolégica», por lo que atafie al intelectual en general, esta de moda y todo indica que lo que los espe- cialistas denominan su «alcance» no hace més que crecer. En el interior de la disciplina, por el contrario, la atmésfera es menos animosa. La sola identificacion del «talante que se deriva del trabajo de campo» con aquello que nos hace diferentes y justi- fica nuestra existencia en el mundo metodolégico ha acrecen- tado nuestra preocupacién por la respetabilidad cientifica, por un lado, y por su legitimidad moral, por otro. Poner toda la carne en un asador tan casero genera cierto nerviosismo, que a veces adquiere el rostro del panico. La inquietud del lado cientifico tiene que ver en gran me- dida con la posibilidad de que las investigaciones que se apo- yan tanto en el factor personal —este investigador, ahora aquel 50. REFLEXTONES ANTROPOLOGICAS SOBRE TEMAS FILOSOFICOS informante de aquel lugar— puedan ser suficientemente «ob- jetivasn, «sistematicas», «reproductibles», «acumulativas», «pre- dictivas», «precisas» 0 «comprobables» como pata ofrecer algo mas que cierto niimero de historias verosimiles. El impresio- nismo, intuicionismo, subjetivismo, esteticismo y quiz por en- cima de todo la sustitucisn de la evidencia por la retérica y el argumento por el estilo parecen peligros claros y presentes: el es- tado de mayor terror, la ausencia de paradigma, una afliccin constante. Qué tipo de cientificos son aquellos cuya técnica principal es la sociabilidad y cuyo instrumento principal son ellos mismos? ¢Qué podemos esperar de ellos que no sea pro- sa recargada y preciosas teorias? En cuanto la antropologia sc ha desplazado hasta tomar su lugar como una disciplina entre otras, ha surgido una nueva forma de un viejo debate excesivamente familiar, Geistwissens- chaften versus Naturwissenschaften, y lo ha hecho de modo espe- cialmente virulento y degradado; un déa vu, de nuevo. Avan- zando en zigzag en estos tiltimos tiempos, como dijo Forster en cierta ocasi6n refiriéndose a la India en su biisqueda de un lu- gar entre las naciones, Ia antropologia se ha visto cada vez mas dividida entre aquellos que extenderian y ampliarian la tradi- cién recibida —aquella que rechaza ante todo la dicotomia histo- ricista/cientifista y que, junt6 a Weber, Tocqueville, Burckhardt, Peirce o Montesquicu suefia con una science humaine— y aque- Ilos otros que, temerosos de ser obligados a dejar la mesa por no vestir adecuadamente, transformarian el campo en algin ti- po de fisica social, completada con leyes, formalismos y prue- bas apodicticas. En esta batalla cada vez mas encarnizada que se desenca- dena tanto en citas académicas en Ambitos refinados como en «reevaluaciones» de obras clisicas hechas con una mirada rup- turista, los cazadores de paradigmas tienen las mejores cartas, al menos en Estados Unidos, donde, declarandose a si mismos ala corriente principal», dominan las fuentes de financiacién, EL ESTADO DE LA CUESTION 51 las organizaciones profesionales, los diarios y los centros de in- vestigacién, y sc encuentran felizmente preadaptados a una mentalidad de minimos aceptables que hoy invade nuestra vi- da publica, Se encuentran por doquier jévenes hombres (y aho- ra mujeres), severos seguidores de Cornford, decididos ahora a dejarse la piel para conseguir todo el dinero posible, incluso si el dinero que captan no alcanza lo suficiente. Pero aquellos situados en el lado mas débil (politicamente hablando), més inclinados a un estilo libre de ver las cosas, se ven afligidos por sus propias crisis nerviosas, de corte moral ms que metodoldgico. Su preocupacién no estriba en deter- minar si la investigaci6n «yo antropélogo, ta nativo» es riguro- sa, sino en si es decente. Y esto tiltimo si es motivo de fuerte preocupacién. Los problemas comienzan con las incémodas reflexiones so- bre el compromiso del estudio antropolégico con los regimenes coloniales durante el apogeo del imperialismo occidental y con sus actuales secuelas, reflexiones surgidas al hilo de las acusacio- nes que los intelectuales del Tercer Mundo elevaron sobre la complicidad de la antropologia en la divisién de la humanidad entre aquellos que saben y deciden y aquellos que son conocidos y por quienes se decide, y que son especialmente molestas para académicos que se veian a si mismos como amigos del nativo y que siguen pensando que lo comprenden mejor que nadie, inclu- so mejor que a si mismos. Pero la cosa no acaba ahi, Funcionan- do con los enormes motores de la duda de si posmoderna —Hei- degger, Wittgenstein, Gramsci, Sartre, Foucault, Derrida, y mis recientemente Batjin—, la ansiedad se ha extendido hasta con- vertirse en una inquietud mas general sobre la representacién del «Otro» (inevitablemente con mayascula, inevitablemente sin- gular) en el discurso etnografico como tal. gNo es toda la tarea sino dominacién levada a cabo con otros medios: chegemonia», «mondlogo», «vouloirsavoire, «manvaise foi», «orientalismon? <«cQuignes somes nosotros para bablat por ellos?» 52. REVLEXIONES ANTROPOLOGICAS SOBRE TEMAS FILOSOFICOS Fista es una pregunta que no puede set rechazada sin mas, como asi lo han hecho trabajadores de campo endurecidos, que la han tratado de parloteo de café o de antropélogos de es- taciones de servicio; pero seria deseable que la pregunta se abordara con menos apasionamiento, se fustigatan menos los supuestos fallos de mente y caracter por parte de los cientifi- cos sociales burgueses y se llevaran a cabo intentos de ofrecer una respuesta. Ha habido ya algunos de esos intentos, dubita- tivos y mas bien gestuales, pero al menos, y como de costum- bre, la hipocondria se ha entendido como un autoexamen y el «jabajo con nosotros!» como critica (pues, a la postre, los des- contentadizos son también burgueses). La cambiante situaci6n del etnégrafo, tanto intelectual como motal, originada por el des- plazamiento de la antropologia desde los margenes del mundo moderno hasta su centro, est4 tan pobremente dirigida por el grito de guerra como por el grito dela ciencia. El mero malestar ¢s tan evasivo como el mero rigor y mucho més egoista. Sin embargo, y por el momento, todo pareceria ocurrir pa- ra bien. La vision marginal de la antropologia como una pode- rosa fuerza regenerativa en los estudios sociales y humanos, ahora que finalmente se ha convertido de Ileno en una parte de ellos y no es sdlo una distraccién menor y periférica, parece ha- ber dado mejor en el blanco que la visién desde el interior, se- gan la cual el transito de la oscuridad de los Mares del Sur a la celebridad mundial es tan sélo testimonio de la falta de cohe- rencia interna en la antropologia, de su debilidad metodolégi- ca, su hipocresia politica y, a la vez, de su probable irrelevancia practica. La necesidad de pensar radicalmente, de defender y difundir una aproximacién a la investigacién social que tome en serio la propuesta de que, a la hora de comprender a los «otros», en mindscula y en plural, es de enorme utilidad estar entre ellos del mismo modo que ellos estan entre ellos mismos, ad hocy a tientas, esta siendo extraordinariamente fructifera. Y no es del todo sorprendente que tales frutos resulten amena- EL ESTADO DE LA CUESTION 53 zantes para algunos atrapados en su mismo centro: como dice Randall Jarrell en algdn lugar, el problema con las épocas do- radas es que las personas que las viven se quejan constante- mente de que todo parece de color amarillo. Lo que es sor- prendente es lo prometedor, incluso Io salvifico, que suele resultar para los otros. La conjuncién de popularidad cultural y desasosiego pro- fesional que hoy en dia caracteriza a la antropologia no es ni una paradoja ni la sefial de una moda pasajera. Indica que «la manera antropol6gica de mirar las cosas», «la manera antropo- logica de descubrir las cosas» (que es mas 0 menos lo mismo) y «da manera antropolégica de escribir sobre las cosas» tienen al- go que ofrecer a finales del siglo xx —no s6lo en el émbito de los estudios sociales— que no es asequible en otros campos y que nos encontramos en vias de determinar de qué se trata exactamente. Por un lado, las expectativas pueden parecer muy elevadas —en el esplendor del estructuralismo Jo fueron sin lugar a du- das— y, por otro, la inquietud estaria demasiado al descubier- to. Con todo, arrastrado en direcciones opuestas por los avan- ces técnicos en disciplinas allegadas, dividido en su interior por accidentales demarcaciones trazadas precariamente, sitiado por un lado por un cientifismo renaciente y, por otro, por una avanzada forma de presin, progresivamente privado de su te- ma original, de su aislamiento investigacional y de la autoridad que confiere ser duefio de todo lo que se examina, el campo no s6lo permaneceria razonablemente intacto, sino lo que es més importante, ampliarfa la oscilacién de talantes que lo define so- bre areas de pensamicnto contemporiinco cada vez mas exten- sas. Hemos adquirido cierta destreza en avanzar en zigzag. En nuestra confusion esta nuestra fuerza. 54 REFLEXIONES ANTROPOLOGICAS SOBRE TEMAS FILOSOFICOS CULTURA DE GUERRA La antropologia es una disciplina conflictiva, en perpetua busqueda de maneras de escapar de su condicién, fracasando continuamente en sus intentos de encontrarlas. Comprometida desde sus inicios con una visién global de la vida humana —so- cial, cultural, biolégica e histérica al mismo tiempo—, se des za una y otra vez hacia partes aisladas, lamentandose de dicha circunstancia ¢ intentando sin éxito proyectar algan tipo de nueva unidad que reemplace aquella que imagina haber poset. do en otra ocasi6n y que ahora se desecha con ligereza debido ala desesperanza de los que actualmente la practican. La pala- bra clave es «holismo», esgrimida en encuentros profesionales y en las llamadas a la movilizacién general (de una gran varie dad) en revistas profesionales y monografias. La realidad, tan- to en la investigacién que hoy se realiza como en los trabajos que se publican, es enormemente diversa. ¥ discusiones, discusiones sin fin. Las tensiones entre las grandes subdivisiones del campo antropolégico —antropolo- gia fisica, arqueologia, antropologia lingiiistica y antropologia cultural (o social) — se han llevado razonablemente bien dados Jos usuales mecanismos de diferenciacién y especializacién, de forma que cada subcampo se ha convertido en una disciplina relativamente auténoma, Esto no ha ocutrido sin lastimeras in- vocaciones a ancestrales eruditos —habia por aquel entonces gigantes— que supuestamente «do hacfan todo». Pero las fisu- ras en la antropologia cultural como tal, el corazén de la dis. ciplina, se hicieron cada vez mds visibles y mas dificiles de con- tener. La divisin en escuelas de pensamiento enfrentadas —en enfoques globales concebidos no como alternativas metodolé- gicas sino como sélidas visiones del mundo, moralidades y po- sicionamientos politicos— crecié hasta un punto en el que eran més habituales los conflictos que las conclusiones y més bien remota la posibilidad de un consenso general sobre algo fun- EL ESTADO DE LA CUESTION 35 damental. El nerviosismo que esto causa, y la sensacion de pér- dida, es considerable y, sin duda, profundamente sincero; pero es algo probablemente mal ubicado. La antropologia en gene- ral, y la antropologia cultural en particular, obtiene su mayor vitalidad de las controversias que la animan. Su destino no es gozar de posiciones seguras y asuntos zanjados. El reciente debate, muy celebrado en la prensa intelectual y en los circuitos académicos, entre Gananath Obeyesekere y Marshall Sahlins, dos de las figuras més célebres y combativas en la materia, consistié en cémo entender la muerte del Colén del Pacifico, el capitan James Cook, a manos de los hawaianos en 1779.! (Colén «descubrié» América cuando buscaba la In- dia; Cook, tres siglos después, «descubrié» las Islas Sandwich —y, con anterioridad, encontré Australia y Nueva Zelanda— cuando buscaba el Paso del Noroeste.) Con enfado, elocuencia e inflexibilidad —en ocasiones, también, de un modo agria- mente divertido— ponen en primer plano algunos de los as- pectos centrales que mas dividen el estudio antropolégico. Después de leer a ambos y ver cémo se vapulean mutuamente por espacio de alrededor quinientas paginas, lo que le ocurrié a Cook, y por qué, parece mucho menos importante y proba- blemente menos determinable que las preguntas que surgen sobre cémo dar sentido a los actos y las emociones de gentes distantes en tiempos remotos. ¢En qué consiste rigurosamente «conocer» a los «otros»? ¢Es posible? ¢Es bueno? ‘Aun a riesgo de simplificar excesivamente (pero no much ninguno de los dos combatientes es dado a posturas matiza- das), podemos decir que Sahlins defiende sin fisuras la postura de que hay culturas distintas, cada una de ellas con «un sistema cultural total de accién humanam y cuya comprensién viene da- 1, Gananath Obeyesekere, The Apotheosis of Captain Cook: European Mytbria ‘king, Princeton, Princeton University Press, 1992; Marshall Sablins, How «Natives» Think, About Captain Cook, for Example, Chicago, University of Chicago Press, 1995. 56 REFLEXIONES ANTROPOLOGICAS SOBRE TEMAS FILOSOFICOS da en términos estructuralistas, Obeyesekere defiende con ple- na conviccién la postura de que las acciones y las creencias de las personas tienen funciones practicas particulares en sus vi- das y que estas funciones y creencias deben ser comprendidas en términos psicolégicos? El argumento inicial de Sahlins, que ha variado poco por no decir nada desde su presentacién hace dos décadas, es que Cook aparecié por accidente en las playas de Hawai (esto es, en la «gran isla» de todas las islas de Hawai) en el tiempo de la gran ceremonia llamada Makahiki, que durante cuatro me- ses celebra el renacimiento anual de la naturaleza y en la que el evento central era la legada por mar, desde su hogar, del dios Lono, simbolizado en una imagen provista de un inmen- so atuendo tapa y piel de pajaro a la que se hacia desfilar du- rante un mes por la isla siguiendo la direccién de las agujas del reloj. Los hawaianos dividian el afio lunar en dos periodos. Du- rante uno de ellos, el tiempo de Makahiki, la paz, los sacerdo- tes indigenas Kuali’l y el dios de la fertilidad, Lono, modela- ban su existencia y el rey permanecia inmovilizado. Durante el resto del afio, tras la partida de Lono, cuando su imagen de piel de pajaro se ponia de espaldas, venia un tiempo de guerra en el que dominaban los sacerdotes inmigrantes Nabulu y el dios de la virilidad, Ku, y en el que el rey era activo. Cook, que Ile- g6 desde la direccién correcta y de la manera correcta, fue identificado por los hawaianos, 0 al menos por algunos sacer- 2, Muchas de las afirmaciones mas simples y accesibles de los puntos de vista de Sahlins se encuentran probablemente en Historicel Metaphors and Mythical Realities: Structure inthe Early History of the Sandwich Islands Kingdoms, Ann Acbor, University of Michigan Press, 1981, ampliadas posteriormente en un capitulo de su Islands of His- ‘ory, Chicago, University of Chicago Press, 1985 (trad. cast: Islas de historia: la muer- te del capitin Cook. Metéfora, antropologia e historia, Barcelona, Gedisa, 1987). Para los puntos de vista mis generales de Obeyesekere, ver The Work of Culture: Symbolic Transformation in Psychoanalysis and Anthropology, Chicago, University of Chicago Press, 1990, EL ESTADO DE LA CUESTION 37 dotes involucrados, como Lono encarnado y fue consagrado como tal mediante complejos ritos en el gran templo de la isla. Mas tarde, por motivos personales, si bien de nuevo en for- tuita consonancia con el calendario que gobierna el periodo Makahiki, Cook se marché rumbo al horizonte por el que ha- bia venido. Poco después de izar velas, sin embargo, la rotura de un méstil le obligé a regresar a la isla para su reparacién. Es- te movimiento inesperado fue interpretado por los hawaianos como un desorden cosmologico que presagiaba, si se le dejaba curso libre, un levantamiento social y politico, «una crisis ¢s- tructural donde todas las relaciones sociales (...] alteran sus sig- nos». Fue el final de Cook, stibito y confuso: fue apufialado y golpeado hasta la muerte por centenares de hawaianos tras pi- sar tierra contrariado y disparando compulsivamente su arma. Consagrado como un dios por llegar en el momento justo y de la manera adecuada, fue asesinado como un dios —sacrificado para mantener la estructura intacta e irreversible— por regre- sar a Hawai en el momento y de la manera inadecuados: un ac- cidente histérico atrapado en una forma cultural. Obeyesekere responde con un sonoro «ino!» a todo este argumento tan manierista y sospechosamente hilvanado —y ello, al parecer, debido no tanto a razones empiricas como a ra- zones morales y politicas—. Es, segiin él, degradante para los hawaianos (y para él mismo en calidad de antropélogo oriundo de Sri Lanka que trabaja en una universidad americana) que se les describa como salvajes infantilizados ¢ irracionales tan ce- gados con sus signos y sus presagios que son incapaces de ver Jo que tienen ante sus ojos, un hombre como otro cualquiera, e incapaces, a su vez, de reaccionar ante él con un sencillo espi- itu prictico y un sentido comin ordinatio. El informe de Sablins es tachado de etnocéntrico, pues ad- judica a los hawaianos la visién europea de que la superioridad tecnol6gica de los europeos lleva a los pasmados primitivos a considerarlos como seres sobrenaturales. Y —esto es lo que 58 REFLEXIONES ANTROPOLOGICAS SOBRE TEMAS FILOSOFICOS realmente incomoda, especialmente a alguien como Sahlins, el cual, como la mayoria de los antropélogos, Obeyesekere in- cluido, se ve a si mismo como una tribuna para sus asuntos, su defensor piblico en un mundo que los ha arrinconado como des- venturados ¢ insignificantes— el argumento de Sahlins se ve como neoimperialista: un intento de acallar «las voces reales» de los hawaianos y, en verdad, de los «nativos» en general y reemplazaclas por las voces de aquellos que en un principio los conquistaron, luego los explotaron y ahora, en la fase académi- ca y bibliografica de la gran opresién conocida como colonia- lismo, los ocluyen. Por lo que se refiere a la investigacién de Sahlins y a su rei- vindicacién de basarse en hechos, Obeyesekere escribe: Cuestiono este «hecho», que he demostrado que fue creado por la imaginacién europea del siglo xvmmt en adelante y se basa- ba en «modelos de mitos» anteriores que pertenecian al temible explorador y civilizador que es un dios «para los nativos». Dicho claramente, dudo que los nativos crearan su dios europeo; los europeos lo crearon para ellos. Este adios europeo» es un mito de conquista, de imperialismo y civilizacién —una triada que no puede separarse facilmente. La subsiguiente guerra erudita entre los dos antropélogos puede seguirse en el enmarafiado alegato acusatorio de Obeye- sekere, en el que utiliza cualquier arma a su alcance para gol- pear a su contrincante (menciona el terrorismo en Sri Lanka, Cortés entre los aztecas, El corazén de las tinieblas, y algo que denomina «psicomimesis simbélica»), y en la defensa de Sah- lins, més suave, pertinaz y de otro tenor, que aporta cada vez un nuevo dato. (Un tercio del libro de Sahlins consiste en die- cisiete apéndices de espectacular particularidad, incluidos «Sa- cerdotes y genealogias», «Politicas de calendarion, «Atua en las Marquesas y més allé», «Los dioses de Kamakau», «Lono en EL ESTADO DE LA CUESTION 59 Hikiau».) Ambas partes aportan un sinfin de hechos, hechos supuestos, hechos posibles que se refieren virtualmente a todo lo que es conocido o que se cree conocer sobre la desgracia de Cook y las condiciones que la rodearon. Sahlins goza de cierta ventaja natural en todo este fluir de datos, pues, como experimentado oceanista de gran reputa- cién, ha escrito abundantemente sobre etnohistoria de la Poli- nesia en general y de Hawai en particular. El trabajo de Obe- yesckere se ha centrado en Sri Lanka y su conocimiento del tema que aqui hemos expuesto es el resultado de tres o cuatro afios de lectura sobre el tema y de una breve «peregrinacién a las islas de Hawai para contrastar mi versidn con la de los aca- démicos de la historia y la cultura hawaiana». Pero dado que ambos académicos se apoyan en el mismo corpus limitado de material primario—tablas de barcos, diarios de marineros, historias orales transcritas; informes de misione- 108, algunos dibujos y grabados, algunas cartas— todo esto, en si mismo, no marca una diferencia decisiva. Pero si hay algo, de lo que él mismo parece no darse cuenta, que sitia la carga de la prueba en Obeyesekere —cuya manera de argumentar refleja cierta lasitud metodolégica—. («Encuentro horrorosamente di- ficil aceptar», «se podria argumentar con igual facilidad», «pa- rece [...] razonable asumin», «es dificil de creer», «encuentro es- ta explicacién extraordinariamente plausible» ¢ invocaciones similares a la supuesta obviedad de las cosas en juego jalonan su texto de principio a fin.) Si se tratara del debate estudiantil que a veces parece set, Sahlins, mas ingenioso, mejor centrado ¢ in- formado, ganaria sin esfuerzo. Pero no es un debate de ese estilo. Al margen de la revérica cientificista de ambos contrincantes sobre la «btisqueda de la verdad», de los diestros y a veces innecesarios insultos acadé- micos (Obeyesckere dice, a propésito de nada, que Sablins adolece de una falta de «profunda preocupacién ética», mien- tras que Sahlins opina, en relacién con ello, que Obeyesekere 60 REFLEXIONES ANTROPOLOGICAS SOBRE TEMAS FILOSOFICOS es un «terrorista» literario) y de la prédiga ostentacién de finos detalles que sdlo entusiasmaria a un abogado, lo que les divide no es, en el fondo, un mera cuestién de hechos. Aunque ambos coincidieran en cémo los hawaianos vieron a Cook y éste a aqué- los —y sus posturas no estén en este punto tan encontradas co- mo ellos pretenden—, aun asi, su oposicién con respecto a todo lo que en antropologia es de importancia seria total. Lo que les divide, y a una buena parte de la profesién con ellos, es su com- prensién de la diferencia cultural: lo que ¢s, lo que la produce, lo que la mantiene y lo profunda que puede llegar a set. Para Sah- lins es sustancia; para Obeyesekere, superficie. 2 Alrededor de los tiltimos veinticinco afios, la era post-todo (posmodernidad, estructuralismo, colonialismo, positivismo), el intento de reflejar «c6mo piensan “los nativos”» (o cémo pensa- ban) o lo que estaban haciendo cuando hacian lo que hacian, fue blanco de muchos ataques de corte moral, politico y filosofico. Incluso la pretensién de «conocer mejor que cualquier antro- pélogo debiera tener, al menos implicitamente, resultarfa un tan- to ilegitima. Decir cualquier cosa sobre las formas de vida de los hawaianos (0 de cualesquiera otros) que los mismos hawaianos no cuentan de si mismos supone asumir la responsabilidad de es- cribir por otros Jo que tiene lugar en sus consciencias, de escribir el guién de sus almas. Los dfas en los que la antropologia afir- maba «los dangs creen, los dangs no cteet» son ya historia. Las reacciones ante esta situacién —lo que Sablins lama en uno de sus ensayos més recientes «Goodbye to Tristes Trope»-— han sido variadas, un poco cadticas, ademas de ser expresién de inquietud.’ Los posmodernos se han preguntado si los infor- 3. «Goodbye to Trster Tropes: Ethnography in the Context of Modern World History», The Journal of Modern History, 5, 1993, pags. 1-25 EL ESTADO DE LA CUESTION. él mes ordenados de otras maneras de estar en el mundo —infor- mes que ofrecen explicaciones monolégicas, exhaustivas y de una méxima coherencia— merecen credibilidad alguna y si mis bien no estamos tan atrapados en nuestros modes de pen- samiento y percepcién que somos incapaces de comprender, y mucho menos de dar crédito, a los de los otros. Los académi- cos de orientacién politica, firmes y con gesto enérgico, seguros del suelo que pisan, han fomentado un trabajo antropoldgico que mejore el nivel de vida de las personas descritas, radique &ste en lo que radique, y la subversién deliberada de las desi- gualdades de poderes entre «Occidente y el Resto». Se ha exi- gido la «contextualizacién» de sociedades particulares en el «moderno sistema del mundo (“capitalista”, “burgués”, “utili- tarista”)» como un gesto opuesto a su aislamiento en, al hilo de otro de los juegos de palabras de Sahlins, «islas de la historia». Se ha exigido la restauraci6n de una dimension histérica para las culturas «primitivas» o «simples», que tan a menudo se han des- crito como «frias», sin cambios y con estructuras cristalinas: bodegones humanos. Y se ha instado tanto a volver a poner el acento en catacteristicas comunes, familiares y panhumanas (todos razonamos, sufrimes, vivimos en un mundo indiferente a nuestras esperanzas) como en rechazar los contrastes, agudos e inconmensurables, que hacen su aparicién en la légica y la sensibilidad de unas personas y otras. Todos estos aspectos estan presentes en la disputa que mantienen Sahlins y Obeyesekere, afloran una y otra vez de di- ferente forma y en diferentes conexiones —en intensos debates sobre si los relatos decimonénicos sobre las costumbres y tra- diciones de los hawaianos sirven para reconstruir el pasado his- t6rico © si bien aquéllos estén tan manipulados por los prejui- cios cristianizantes de los misioneros que los registraron, sobre si Cook y sus colaboradores habian aprendido suficiente len- gua hawaiana como para entender lo que aquéllos les decian y sobre si la perspectiva estructuralista debe asumir que las creen- 62 REFLEXIONES ANTROPOLOGICAS SOBRE TEMAS FILOSOFICOS cias de los hawaianos se extendian uniformemente por toda la poblacién, cuyos miembros son presentados estereotipada mente, segiin la acusacién de Obeyesekere «como si {los ha- wainanos) estuvieran representando un esquema cultural sin reflexién»—. Al final, los argumentos, opuestos en cada punto, se enfrentan de manera rigida y simple, en un estilo maniqueo. Para Obeyesckere, los hawaianos son racionalistas «prag- miticos», «calculadores» y «estratégicos»; como nosotros mis- mos, realmente como cualquiera, a excepcién tal vez de Sablins, ellos «valoran reflexivamente las implicaciones de un proble- maa la luz de criterios practicos», Para Sahlins, ellos son otros distintos, existen dentro de «esquemas» distintos, un «sistema cultural total de accién humana», «otra cosmologia», comple- tamente discontinua con la «cacionalidad moderna, burgue- sa», gobernada por una légica «que [tiene] la cualidad de no parecer para nosotros suficiente y sin embargo ser suficiente para ellos», «Diferentes culturas», en su opinién, «diferentes racio- nalidades». «La racionalidad practica» de Obeyesekere, dice Sahlins (también la califica de «antropologia pidgin» y de «nativismo pop»), deja constancia de que «la filosofia utilitarista ¢ instru- mentalista de Hobbes, Locke, Helvétius y compaiiia an esta entre nosotros». La «teoria de la historia estructural» de Sah- lins, para Obeyesckere (a la que tacha de «reificada», «supe- rorganica», «rigida» y «pseudohistérica»), muestra que lo que ain nos invade es el modelo irracionalista de mentalidad pri- mitiva —Lévy-Bruhl, Lévi-Strauss, los aztecas de Tzvetan To- dorov y el Freud de Tétem y tabti, que pensaba que los nifios, los salvajes y los psicéticos tienen todos algo en comtn. Lo que esta en juego es, por tanto, una pregunta que ha ase- diado a la antropologia durante mas de cien aiios y que nos sigue asediando atin mas en este mundo descolonizado en el que tra- bajamos: ¢qué podemos hacer ante pricticas culturales que nos re- sultan tan extrafias ¢ ilogicas? ¢Cémo son de extrafias? ¢Cémo EL ESTADO DE LA CUESTION 63 de ilégicas? ¢En qué radica precisamente la raz6n? Estos son interrogantes que no cabe plantearse tinicamente sobre los ha- waianos del siglo xvm, los cuales desfilaban ruidosamente con imagenes de piel de p4jaro, vefan en un cocotero («un hombre con su cabeza en el suelo y sus testiculos hacia arriba») el cuer- po de un dios y anudaban sus vidas en una sofisticada madeja de sacralidad y prohibicién —el sabido tabi— que a veces los inmovilizaba. Cabe preguntarse también sobre los ingleses del siglo Xvi, marinos y navegantes, surcando los mares sin muje- res en busca de descubrimientos —arcadias, curiosidades, ca- laderos, maravillas y el Paso del Noroeste—, y sobre la socie- dad inquisitiva y agresiva, el mundo en el que el conocimiento es gloria, que con la esperanza diltima de la salvacién temporal enviaba a sus hombres alli.* Los hawaianos y los navegantes de la Iustracién estén aleja- dos de nosotros tanto en el tiempo como en el espacio. Al me- nos esto es verdad con respecto a los hawaianos que vivian en el ritmo de la existencia de Ku y Lono. (Kamehameha II puso mas o menos fin a ese ritmo con su famosa hoguera de las vanidades en el siglo x1x, una auténtica inversién de signos; y lo que no dio por concluide lanzando iconos al mar y compartiendo la mesa con mujeres lo concluyeron la cristiandad, la cafia de azticar y el barco de vapor.) ¥ también es verdad de los navegantes que se sumergicron en aquel ritmo de existencia, navegantes osados, ignorantes y resueltos al progreso. Miramos retrospectivamente a esos dos «pueblos» y a su legendaria primera toma de contac- 4, Ninguno de los dos autores tiene mucho que decir al respecto, aunque Obe- yesekere promete una biografia psicounalitica de Cook, en la que oftece ta imagen que Cook tenia de si mismo como un Préspero «domesticando una tiesta salvaje» cuando cen verdad era un Kurtz que «se convierte en el mismo salvaje que dl desprecia» hasta Llcgar a su «complejo sexual», donde tal vez se nos ofrezca mas. Para un examen ex- tenso del entomo cultural (el Cambridge de Wordsworth), del que surgid un explorador- descubridor, un joven astronomo ascsinado de manera similar a como lo fue Cook, pero ‘en Oahu y treinta aes después, véase Greg Dening, The Death of William Gooch: A History’s Anthropology, Honolulu, University of Hawaii Press, 1995. 64 REFLEXIONES ANTROPOLOGICAS SOBRE TEMAS FILOSO cos toa través de la nebulosa del modemno orden de vida (0, ahora que los imperios euroamericanos y la divisién mundial «este- oeste» se han debilitado o desaparecido, del orden posmodemo de vida). Es més, los contemplamos desde nuestra posicin par- ticular dentro de ese orden. Hacemos de ellos lo que podemos, desde lo que somos o hemos devenido. No hay nada fatal para Ia verdad o la honestidad en todo ello. Pero es inevitable y ab- surdo pretender algo distinto. En su favor podemos decir que ni Sahlins ni Obeyesckere pretenden otra cosa. Sus posiciones personales y sus agendas profesionales son sinceras y visibles. Obeyesekere sostiene que, como auténtico «nativo» (o ceposnativo»?) que es y como tes- tigo directo de los dolorosos esfuerzos actuales de una ex colo- nia atormentada con una violencia inducida, est inmunizado frente a las autodecepciones occidentales y bien situado para mirar el Pacifico del siglo xvitt, blanco y de color, tal como realmente fue. Dedica su libro a un taxista de Sri Lanka asesi- nado, que solia Ilevarle en coche por Colombo, en recuerdo de «dos miles de asesinados de todo el mundo [...] gente corriente a cuyos familiares apenas se les dio la oportunidad de Horar su muerte». Escribe que es «precisamente por [mis] dificultades existenciales por lo que mi interés por Cook [y su “ira” hacia Sablins y su trabajo] crecié y florecién. En respuesta, Sablins se pregunta, y con raz6n, en qué me- dida él y Cook son «de algiin modo responsables de la tragedia que padecié el amigo de Obeyesekere> y hasta qué punto re- sulta apropiado incluir una tragedia tal en una disputa acadé- mica. Piensa que, aunque blanco y occidental como es, se halla nds libre de prejuicios etnocéntricos que aquél que, explicando «antiguos conceptos hawaianos de Hombres Blancos mediante creencias propias de Sri Lanka y apelando a su propia experien- cia [...]se desliga paulatinamente de lo hawaiano y se aproxima al folclore nativo de Occidente de lo divino versus lo humano, lo spiritual versus lo material». EL ESTADO DE LA CUESTION 65 Las victimas iltimas[...] son las gentes hawaianas. El buen sen- tido empirico de Occidente sustituye su propia manera de ver as co- sas, la abandona con una historia ficticia y una etnografia pidgin. [...] ‘Los rituales tradicionales [...] se han desvanecido; se han borrado las brechas sociales sobre las que gira la historia hawaiana, Los hawaia- nos salen a escena come las victimas inocentes de la ideologfa euro- pea. Privados [...] de accién y cultura, su historia se reduce a la ‘ausencia de sentido: vivieron, sufrieron; y después murieron. Es esta curiosa inversién —el ofendido y herido «sujeto na- tivo» como universalista ilustrado y el desplazado e irénico «ob- servador extranjero» como un historicista relativizador— la que da al debate su enorme emocién y, a la postre, amenaza con transformar la busqueda de un pasado esquivo en una rifia personal. Por muy conscientes que seamos, siguiendo a Obe- yesekere, de la necesidad de dar plena cuenta del hecho de que Jo que conocemos del «primer contacto» con el mundo de Hawai nos llega bajo el tamiz de las perspectivas de aquellos que nos Jo narraron y de que nunca nadie ha vivido en un mundo total- mente desprovisto de preacupaciones practicas, la reduccién de lo hawaiano a la «elaboracin de mitos europeos» més bien parece un producto de resentimiento desenfocado —su «ira» ideolégica— que el resultado de la evidencia, la reflexién y el «sentido comin». ‘Y aunque, siguiendo a Sablins, nos percatemos del peligro de perder para siempre las profundas particularidades de pue- blos desaparecidos en tiempos clausurades al convertirlos en razonadores generalizados movidos por preocupaciones pric- ticas y aunque reconozcamos que hay otras muchas formas de silenciar a los otros que las imaginadas en el revisionismo pos- colonial, hay problemas que subsisten. Encerrar esas particula- ridades en formas bien definidas que encajan unas con otras cual piezas de un puzzle no elimina la posibilidad de ser acusa- dos de hacer trampas etnogréficas y de excesiva sagacidad. 66 REFLEXIONES ANTROPOLGGICAS SOBRE TEMAS FILOSOFICOS Repletos de certezas y acusaciones, ambos abatidos cien ve- ces en el juego, Obeyesekere y Sablins han intentado plantear, pese a todo y de un modo que ninguno de los dos habria podi- do hacer por separado, problemas teéricos fundamentales, aa vez que han sefialado cuestiones metodolégicas criticas con respecto a ese delicado asunto de «conocer al otro». (Proble- mas y cuestiones sobre los cuales, Iegados a este punto, debe- ria yo confesar que creo que Sahlins aborda de un modo mu- cho mas persuasivo, dejando a un lado el brillo estructuralista que enyuelve sus anilisis. Sus descripciones son més circuns- tanciadas, su retrato de los hawaianos y los briténicos mucho més penetrante y su comprensién de los aspectos morales y po- liticos entrafia mayor seguridad, libre de la confusién de un presente revuelto.) Sian elevado o no el nivel de la discusi6n antropolégica, Jo que a la larga es de una gran importancia en un campo en el que nunca se obtienen respuestas en las paginas finales de los libros, depende de si los que vienen detrés —ya un buen nii- mero en cada bando— pueden mantener encendida la intensi- dad al mismo tiempo que contienen el impulso de la ofensa y la lucha descarnada por la victoria; de si pueden, entre el rencor y el pundonor, proseguir la conversacion. UN PASATIEMPO PROFUNDO ‘Todas las ciencias humanas son promiscuas, inconstantes y estén mal definidas, pero la antropologia cultural abusa de su privilegio. Vedmoslo: En primer lugar, Pierre Clastres. Un graduado de 30 afios, que ha cursado estudios en el berceau del estructuralismo, el la- boratoire anthropologique de Claude Lévi-Strauss, abandona Paris a principios de los sesenta y se dirige hacia un lugar re- EL ESTADO DE LA CUESTION o7 moto de Paraguay. Alli, en una regién casi desierta de extrafias, selvas y animales atin mas extrafios —jaguares, coaties, buitres, pecaris, serpientes arboricolas, monos aulladores—, Clastres vive un afio con un grupo aproximado de cien indios «salvajes» (como les llama aprobatoriamente aunque también con algo de temeroso respeto) que abandonan a sus ancianos, pintan sus cuetpos con franjas oblicuas y recténgulos curvos, practican la poliandria, se comen a sus muertos y golpean a las muchachas en la menarquia con penes de tapir para conseguir que se vuel- van, como cl tapir de largo hocico, intensamente ardientes. Ellibro que Clastres publica a su regreso lo titula, con una laneza deliberada, casi anacrénica y premoderna, como si se tratase del diario recién descubierto de un misionero jesuita del siglo xv, Chronique des indiens Guayaki [Cronica de los in- dios guayaquis]? Devotamente traducida al inglés por el nove- lista norteamericano Paul Auster («Creo imposible no amar es- te libro») —y publicada con un retraso de veinticinco afios en EE.UU.—, la obra esti escrita, al menos en su forma, de tal modo que recuerda excesivamente el viejo estilo etnogratico. Ofrece una descripcién vital de los «guayaquis» que empieza con el nacimiento, sigue con la iniciacién ritual, el matrimonio, la caza y la guerra, hasta llegar a la enfermedad, la muerte, los funerales y, tras éstos, el canibalismo. Luego estan las clisicas fotografias de pose muy cuidadas estéticamente: nativos semi- desnudos que miran a la cémara con expresion vacia. ¥ tam- bién los bosquejos a pluma y a lipiz que podemos encontrar en los museos —dibujos de hachas, cestos, utensilios para encen- der fuegos, abanicos matamosquitos, estuches de plumas— y que apenas ya encontramos en las monografias. Y a pesar del lirismo ocasional, que remeda Tristes Tropiques (Tristes trépt- 5. P.Clastres, Chronicle of the Guayoki Indians, Nueva York, Zone Books, 1998. (Publicado oxiginalmente como Chronique des indiens Guayaki, Pars, Plon, 1972) (trad. cast: Criniea de los indios guayaguls: toque saben los aché,cazadores némadas del Para guay, Barcelona, Alta Fulla, 1998). 68 REFLEXIONES ANTROPOLOGICAS SOBRE TEMAS FILOSOFICOS cos], sobre los sonidos de la selva o los colores del crepisculo, Ja prosa es directa y concreta, Ocurrié esto y aquello, Creen es- 10, hacen aquello, Sélo la voz en primera persona meditativa y fiinebre, que cede de vez en cuando a la indignaci6n moral, su- giere que en todo ello puede haber algo més que una mera des- cripcidn de rarezas distantes. En segundo lugar, James Clifford, Formado como historia- dor intelectual en Harvard a comienzos de los sctenta y con- vertido por propia iniciativa primero a la antropologia y luego a los estudios culturales (actualmente es profesor en el progra- ma de Historia de la Conciencia en la Universidad de Califor- nia, Santa Cruz), a sus 52 afios esta mds cerca de la Mitad del Viaje de lo que Clastres estaba cuando viajé a Paraguay, pero ambos son de la misma generacién académica: la de la contra- cultura, Clifford vaga en los noventa, timido e inquisitive, no entre «nativos» abandonados o entre «pueblos», sino por lo que él ha llamado «zonas de contacto» —exposiciones etnolé- gicas, parajes turisticos, seminarios sobre arte, asesorias de mu- seos, conferencias de estudios culturales, hoteles para viaje- ros—. Visita la casa de Freud en Londres, llena de motivos antropolégicos. Recorre el Honolulu de los congresos de pro- fesionales, una ciudad hibrida y anunciada por la publicidad, y pasa entre los forofos de la Pro-Bowl y los barcos de guerra hundidos en el Afio Nuevo chino justo cuando la Tormenta del Desierto estalla en el golfo Pérsico. Rememora su juventud co- mo «miembro de la etnia blanca», hijo de un profesor de la Universidad de Columbia, mientras coge el metro en un Nue- va York en el que suena miisica folk. Medita sobre la historia, la dominacién y la «dinamica global» ante una empalizada ru- sa—que data de los afios veinte del pasado siglo— reconstruida para que sirva de herencia multicultural en la «California “pos- moderna”», Al libro que reine estos itinerarios y paradas en una fabula de nuestro tiempo Clifford lo titula Routes, poniendo el acento EL ESTADO DE LA CUESTION 6 en el juego de palabras con roots (rafces), y le afiade un subti- tulo cuidadosamente contempordneo: Travel and Translation in the Late Twentieth Century [Viaje y traduccién a finales del si. glo xx].° Aqui no se construye un relato continuo, ni etnogra- fico ni de cualquier otra clase, si bien la voz en primera perso- na aparece por doquier, en un tono bastante asertivo y aéin més autorreferencial. Hay, por el contrario, una serie desordenada de «exploraciones personales», disefiadas no para describir «ativos en sus aldeas» ni «tradiciones puras y diferencias cul- turales discretas», sino «gentes yendo a sitios», «ambientes hi- bridos» y «culturas del viaje».’ La prosa es desigual e indirecta. A veces resulta «académi- ca», esto es, abstracta y argumentativa, otras veces es «experi- mentale, es decir, retraida ¢ impresionista; siempre discursiva, da con una mano y quita con la otra, escoge caminos alternativos para perseguir un concepto y retrocede sobre sus propios pa- sos para volver a retomar el tema, La extensidn de los trabajos oscila entre las tres o cuatro paginas y las cuarenta o cincuenta. Las fotografias son reproducciones de ilustraciones de catélogos —ilustraciones de ilustraciones— o desenfocadas instanténeas de aficionado, hechas por el propio Clifford sobre la marcha. No hay descripciones de bodas, luchas, cultos, declamaciones, muertes o duelos, ningiin informe de cémo se educa a los nifios ose aplaca a los demonios. Y si en el caso de Clastres, salvo un pasaje de Montaigne, hallamos una sola cita en todo su libro, un resumen parafraseado de algunas paginas de una historia de la conquista de Paraguay escrita por religiosos, en Clifford hay literalmente cientos de ellas, a veces una docena por pagi- na, de autores que van de Mijail Bajtin, Stuart Hall, Walter Benjamin, Antonio Gramsci y Frederic Jameson a Malinows- 6. J. Clifford, Routes: Travel and Translation in the Late Twentieth Century, Cam- bridge, Harvard University Press, 1997, 7. Tbid., pigs. 21, 70 REFLEXIONES ANTROPOLOGICAS SOBRE TEMAS FILOSOFICOS i, Mead, Rushdie, Gauguin, Amitav Ghosh, Michel de Certeau y Adrienne Rich —la mayorfa de ellas escogidas més para crear una determinada atmésfera que por su relevancia—. El llama a todo esto collage: «Escrito bajo el signo de la ambiva- lencia [...] in medias res [...] manifiestamente inacabado».* Como las cajas magicas de Joseph Cornell, «la aprisionada belleza de encuentros casuales —una pluma, unos rodamien- tos a bolas, Lauren Bacall—», o como aquellos hoteles de Pa- tis declassés, «lugares de colecci6n, de yuxtaposicién, de en- cuentro apasionado desde los que los surrealistas iniciaron sus extrafios y maravillosos viajes urbanos», Routes «fija una relaci6n entre elementos heterogéneos en un conjunto signifi- cativo (...], lucha por mantener cierta esperanza y una liicida incertidumbre».? En resumen, nos encontramos con 1) un peregrino roman- tico embarcado en una Bisqueda, cara a cara con un Otro Ra- dical en lo mas profundo de la selva. («Al fin me encontraba entre los salvajes», dice Clastres. «La enorme separacién [...] en- tre nosotros [...] hacia que incluso pareciera imposible que pu- diésemos entendernos mutuamente.»)”” 2) Un espectador re- servado, a media distancia, moviéndose con incomodidad por un ball de espejos posmodernos. («Noche en las calles abarro- tadas: el humo de los puestos de comida, hombres y mujeres jévenes que salen apresuradamente de un club de artes mar- ciales, un dragén, el conjunto de jazz. de la Universidad de Ha- wai con una seccidn de saxofones compuesta de asiaticos [...] Un edificio Liran‘] explota a cémara lenta.»)"" Apenas si pare- cen pettenecer al mismo universo, mucho menos a la misma profesién. 8, Ibid. pags. 10, 12. 9 Ibid, pigs. 18, 12 10. Clastres, op. cit, pigs. 91-92. 11. Clifford, op. it, pig. 241 EL ESTADO DE LA CUESTION 7 Y, sin embargo, estos dos hombres que describen, imaginan y comparan el mundo, con formaciones y compromisos distin- tos y que seguramente nunca se conocieron (Clastres muri a Jos 43 afios en un accidente de coche en 1977, dos afios antes de que Clifford empezase a publicar; Clifford, a pesar de todo su interés por la antropologia francesa, ni siquicra menciona a Castres), consiguen entre los dos formular en los términos més desolados el tema més critico que afecta a la antropologia cul- tural en estos tiempos poscoloniales, pospositivistas, postodo, y que no ¢s otro que el del valor; la viabilidad, la legitimidad, y por ello el futuro de una investigacién de campo sobre el terreno, localizada, a largo plazo y a corta distancia —Io que Clifford en un momento dado llama con cierta ligereza «un pasatiempo profundo» y que Clastres exalta casi en todo momento («Tan sélo tenia que mirar en torno a mi en la vida diaria: incluso con un minimo de atenci6n siempre podia descubrir algo nuevo»). Sin una teorfa principal, sin ningtin tema que sobresalga, y ahora que todos los nativos son ciudadanos y los primitivos mi- norias, sin ni siquiera un nicho profesional bien establecido indiscutible, la antropologia cultural depende més que cual- quier otra ciencia, social o natural, de una prictica de investi- gacién especifica a la hora de establecer su identidad y autori- dad, de reclamar la atencién debida. Si el trabajo de campo desaparece, o de cualquier manera empezamos a verlo con mie- do por un lado y esperanza por otro, la disciplina entera desa- parecerd con él. Los remotos ¢ incomprensibles «salvajes» de Clastres, en- cerrados en un mundo de caza, violencia, duras pruebas y ani- males demoniacos —las fatales metéforas de la selva— son, de 12. Tbid., pig, 56-y nota 2; Clastres, op. cit, pig. 315. 72 REFLEXIONES ANTROPOLOGICAS SOBRE TEMAS FILOSOFICOS hecho, mucho menos primitivos de lo que en principio podria parecer.” En verdad son refugiados, arrumbados hace dos afios y medio por el gobierno de Paraguay en un puesto comercial administrado por el gobierno en los limites de la selva: hom- bres estragados espiritualmente, despojados de su cultura, «pa- cificados». Arrojados alli entre sus antiguos enemigos (con los que han acordado un casi parédico «tratado de paz»), con fugaces incursiones en la selva en busca de caza y cémodamen- te vigilados por un protector paraguayo que siente hacia ellos mis simpatia que la mayoria de sus compatriotas, que los miran como si se tratara de ganado; cuando Clastres entra en contac- to con ellos ya sufren un claro proceso de extincién. Cuando Clastres se va, su nimero ha descendido del cen- tenar de miembros que eran en un principio a setenta y cinco, en el mejor de Jos casos. Cinco afios después, aunque Clastres no los visita durante su estancia en Paraguay («Carecia de valor para ello. ¢Qué hubiera encontrado alli?»), son menos de trein- ta. En el momento de la muerte de Clastres, casi todos han desaparecido «devorados por la enfermedad y la tuberculo- sis, desprovistos de los cuidados minimos, sin nada». Eran, di- ce Clastres utilizando una obsesionante imagen, como objetos perdidos, equipaje abandonado. «Obligados, sin ninguna espe- ranza, a abandonar su prehistoria, fueron arzojados a una his- toria que no podia hacer nada con ellos salvo destruirlos.» ‘Toda la empresa (colonial) que se inicié a finales del siglo Xv llega a su fin; un continente entero se vera pronto libre de sus pri- meros habitantes y esta parte del orbe podré, y con razén, pro- clamarse «Nuevo Mundo». «Tantas ciudades asoladas, tantas na- ciones exterminadas, tantos millones de personas pasadas por la espada, jy la parte més rica y hermosa del mundo trastornada 15. Castres, op. cit, pig. 276. 14. Ibid, pig. 345. EL ESTADO DE LA CUESTION B por el negocio de las perlas y la pimienta! Mecénicas victorias.» ‘Asi saludaba Montaigne la conquista de América por la civiliza- ién occidental.” Sobre la base de una antropologia fisica algo improvisada, y extremadamente discutible y anticuada, Clastres mira a los guayaquis como si con toda probabilidad fuesen los restos de los primeros pobladores humanos de la zona y quizd de todo el continente, Aunque el color de su piel va del «clasico cobrizo de los indios, si bien menos intenso, al blanco —no el blanco rosado de los europeos, sino cl grisaceo de una persona enfer- ma—», Clastres los llama, como también hacen los paraguayos y antes lo hicieron los espafioles, «indios blancos». Y asi es co- mo ellos se ven a si mismos; cuando se da el caso inusual de que nace un nifio de piel oscura y, por tanto, maldito, su abue- la tiene la obligacién de estrangularlo. Independientemente de su color, la mayorfa de los guaya- quis originarios fueron asesinados o asimilados en el curso de una guerra de conquista por el grupo «mongoloide» de los Tupi-Guarani, fuertemente militarista, legado después que ellos y que todavia es el principal grupo indio de la region. Los pocos que escaparon a Ia pura y simple aniquilacion abandonaron los cultivos que habfan practicado durante lar- go tiempo y se encaminaron a la selva para convertirse en ca- zadores némadas, arrojados a la pobreza, al exilio y a la re- gresion cultural no, como en otros lugares del continente, por los europeos, quienes sdlo los atacaron en el siglo XVII, sino por otros indios. Asi, los guayaquis, los primeros entre los pri- meros habitantes, no son simplemente «salvajes», Son los salva- jes de los salvajes, las evanescentes huellas de lo socialmente elemental: 15, Ibid, pigs. 345346 74 REPL ONT ANTROPOLOGICAS SOBRE TEMAS FILOSOFICOS [Los guaranies] no pueden aceptar las diferencias; incapaces de suprimiclas, intentan incluirlas en un cédigo familiar, en un simbolismo tranquilizador. Para [los guaranies], los guayaquis no pertenecen a una cultura diferente, pues no puede haber dife- rencias entre las culturas: estén fuera de las normas, mas alla del sentido comin y por encima de la ley: ellos son Salvajes. Incluso los dioses les son contrarios. Toda civilizacién [...] tiene sus pa- ganos.'* Asi pues, es lo «Salvaje», esto es, la civilisation sauvage, y su destino lo que mas preocupa a Clastres, que en esto se muestra como un estructuralista ortodoxo, aunque é| nunca utiliza el término ni aplica el vocabulario acufiado por el estructuralis- mo. Como su mentor, del que supuestamente habria sido su heredero, Clastres contrasta aquellas sociedades (Lévi-Strauss Jas Hama «calientes») que estan atrapadas en un implacable interminable proceso de cambio histérico con aquellas ottas (Lévi-Strauss las Hama «frias») que rebusaron contundente- mente ser parte de ese proceso, se resistieron a él y buscaron, con un éxito en el mejor de los casos temporal, mantener sus culturas estaticas, libres, comunitarias y sin deformaciones. «No hay adultos», eseribié recientemente alguien [lo hizo en realidad aquel paladin de la civilisation civilisée, André Malraux, como Clastres sabe y supone que sus lectores también sabrén]. Es una extrafia observacién para hacerla en nuestra civilizacién, que se enorgullece de ser el epitome de la edad adulta. Mas por esta misma raz6n es posible que esto sea cierto, por lo menos en nuestro mundo. Pues una vez que hemos traspasado nuestros propios limites, deja de ser verdad lo que aqui en Europa, y entre nosotros, si lo es. Puede que nosotros nunca lleguemos a ser adultos, pero eso no significa que no los haya en cualquier otra parte. La pregunta es: ¢dénde esté la frontera visible de nues- 16. Tbid., pag. 15, cursiva en el original EL ESTADO DE LA CUESTION rer tra cultura, en qué trayecto del camino esta el limite de nuestro dominio, dénde comienzan las cosas diferentes y los nuevos sig- nificados? No es una pregunta retdrica, ya que somos capaces de situar la respuesta en un tiempo y espacio definido [...] La res- puesta llegé a finales del siglo xv, cuando Cristébal Colén descu- brio los pueblos de mas alla los salvajes de América. En las Islas, en el México de Moctezuma o en las costas de Brasil, los hombres blancos franquearon por primera vez el limi- te de su mundo, un limite que inmediatamente identificaron co- mo la linea que dividia la civilizacién de la barbarie. [...] Los In- dios representaban todo lo que era ajeno a Occidente. Ellos eran el Otro, y Occidente no dud6 en aniquilarlos. [...] Eran habitan- tes de un mundo que ya no les pertenecfa: los esquimales, los hombres de la sabana, los australianos, Probablemente es dema- siado pronto para poder calibrar las consecuencias mis impor- tantes de este encuentro. Fue fatal para los indios; pero por algtin extrafio cambio del destino, podria ser también la muerte ines- perada de nuestra propia historia, de la historia de nuestro mun- do en su forma actual.” Clastres escribié su libro para dejar testimonio, del modo mas circunstanciado y detallado posible (aunque a veces no es- 1€ claro si describe lo que ve, lo que ha oido o algo que él cree que debe ser asi), de las creencias y las prcticas presentes en la vida de los guayaquis —los mitos del jaguar y las pruebas en las distintas etapas de la vida, las desorganizadas guertas in- conclusas y el cardcter efimero y débil de los lideres—. Mas exactamente, lo escribié para exponernos a nosotros, quienes, a diferencia de €l, nunca podremos encontrarnos con estos sal- vajes adultos, la logica que encerraba su vida —canibalismo, infanticidio, penes de tapir y demas— y su belleza moral: En cuanto a mi, desco recordar sobre todo la piedad de los [guayaquis], la gravedad de su presencia en el mundo de las cosas 17. Ibid., pags. 141-142. 76 REFLEXIONES ANTROPOLOGICAS SOBRE TEMAS FILOSOFICOS y de los seres, resaltar una fidelidad ejemplar a un saber muy anti- {guo que nuestra propia violencia salvaje ha arrasado en un solo ins- tante. [..] ¢Es absurdo disparar fechas a la luna nueva cuando sigue su curso por encima de los érboles? No para los [guayaquis]: saben que la luna esté viva y que su aparici6n en el cielo hace que las mu- jeres pierdan su sangre menstrual que da [...] mala suerte a los ca- zadores. Ellos se vengan, pues el mundo no es inerte y hay que de- fenderse. [..] Durante muchos siglos han mantenido tenazmente su timida y furtiva vida de némadas en el coraz6n secreto de la sel- va. Pero su refugio fue violado y eso fue parecido a un sacrilegio."* En cualquier caso, se tratase de sacrilegio, de conquista 0 de la moderna mania de cambio y progreso, ellos no tuvieron eleccién. «No habia nada que hacer. (...] Habia muerte en sus almas. [...] Todo habia acabado.»? a Aunque Clifford comparte la feroz hostilidad de Clastres ha- cia (por decizlo al estilo de Clifford, més a la moda y menos elo- cuente) Ia «globalidad», los «imperios», la «hegemonfa occiden- tal», el «ncoliberalismo rampante», la «mercantilizacién», el «actual equilibrio de poder de las relaciones de contacto», las «jerarquias de clases y castas» y, por supuesto, «el racismo», y comparte, ademés, su simpatia por los «dominados», los «exoti- zados», los «explotados» y los «marginados», no cree como Clastres que la inmersién total en lo simple y lo distante sea la via principal para recuperar /es formes élémentaires de la vie sociale. En vez de ello, cree que su mision es «criticar la clasica biisque- da —“exotista, antropoldgica, orientalista”— de reveladores “ti- pos culturales, aldeanos o nativos”, “condensados epftomes de conjuntos sociales”», Esto es precisamente lo que Clastres inten- 18, Ibid., pig. 348. EL ESTADO DE LA CUESTION 7 taba hacer con toda pasi6n: llegar al nicleo de las cosas exami- nando de cerca y de manera personal a un pufiado de indios que eran como un baqueteado ¢ inttil equipaje olvidado, Clifford, que no esta muy interesado en el nticleo de las cosas, dice que s6lo quiere desplazar lo que él Ilama «el habito del tra- bajo de campo» —«un sujeto sin género, sin raza y sexualmente inactivo [que interactia] intensivamente con sus intetlocutotes (como minimo a niveles hermenéutico/cientificos)»— en tanto que caracteristica definitoria de la «auténtica antropologia» y los «auténticos antropélogos». Quiere acabar con la «funcién acre- ditativa» de ir a las junglas, quiere deconstruir el «poder norma- tivo» que da vivir entre Ia gente que arroja flechas a la luna, Pero, sin lugar a dudas, tiene en mente un objetivo més amplio y ra cal de lo que sugieren estas consignas familiares y abutridas. Tie- ne el firme propésito de liberar a la antropologia de su parro- quialismo de primer mundo, de su comprometide pasado y de sus ilusiones epistemolégicas —con la intencién de impulsarla con fuerza «en direcciones postexotistas y poscoloniales». El trabajo de campo intensivo no produce interpretaciones privilegiadas o completas. Ni las aporta el conocimiento cultural de las autotidades indfgenas, de los que «estén dentro», Nuestra si- tuacién es diferente segtin seamos habitantes o viajeros en nuestros «campos de conocimiento. ¢Es esta multiplicidad de localizacio- nes simplemente otro sintoma de la fragmentacién posmodema? ePuede hacerse de ella algo mas sustancial colectivamente? ¢Es posible reinventar la antropologia como un foro donde hallen su lugar trabajos de campo diversamente encaminados —un espacio donde los diferentes saberes contextuales se comprometan a un didlogo critico y un debate respetuoso—? Puede la antropologia favorecer una critica de la dominacién cultural que incluya los pro- pios protocolos de investigacién? La respuesta no est clara: pervi- ven fuerzas poderosas, flexibles y centralizadoras.” 20. Clifford, op. et, pag. 91. 78 REFLEXIONES ANTROPOLOGICAS SOBRE TEMAS FILOSOFICOS Los recorridos de Clifford por museos, exposiciones, parajes turisticos, monumentos y lugares similares son menos casuales ¢ inocentes de lo que parecen. Estén disefiados para acelerar un cambio de rumbo y de «taices» de la investigacién antropolé- gica: pretenden alejarla de las descripciones estaticas, altamente resolutivas, al estilo de las que hizo Clastres, de este o aquel pue- blo, en este o aquel lugar, de esta o aquella manera; orientarla ha- cia unos estudios menos rigidos y «descentrados» de pueblos, modos de vida y productos culturales en movimiento —viajando, mezclando, improvisando, chocando, luchando por la expresion y la dominacién. Tales espacios, acontecimientos, sitios, escena- tios son, a partir de un término del estudio Ojos imperiales de Mary Louise Pratt sobre la literatura colonial de viajes, los que reciben el nombre de «zonas de contacto».”" Una zona de contacto es, en palabras de Pratt (citadas por Clifford), «el espacio en el que pueblos separados geografica e hist6ricamente entran en contacto unos con otros y establecen progresivas relaciones que usualmente entrafian condiciones de coercién, de desigualdad radical y de conflicto irresolublen. Re- salta, segtin Pratt, «el modo en el que estdn constituidos los su- jetos en sus relaciones mutuas»; pone el acento en la «copresen- cia, la interacci6n, el encaje entre las formas de entender las cosas y unas pricticas determinadas [...] dentro de unas rela- ciones de poder radicalmente asimétricas».” Ver el tipo de ins- tituciones de las que se ocupa Clifford, espacios de exhibicién y conmemoracién cultural, desde esta perspectiva es contemplar- las como arenas politicas —«lugares de intercambio, de avance y retroceso, cargados de poder». En estas arenas, de hecho co- Wages, cajas magicas de la vida real, es donde encuentra su cam- po la antropologia de estilo libre y rumbo incierto de Clifford. 21, M. L. Pratt, Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation, Londres, Routledge, 1992 (trad. cast: Ojos imperiales, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1997). 22. Thid., pigs. 6-7. EL ESTADO DE LA CUESTION 79 Entre los trabajos reunidos en Routes, la mayoria de los cuales parecen totalmente circunstanciales, donde mejor que- da constancia de esto es en el titulado «Cuatro museos de la costa noroccidental», una comparacion no sélo de los museos co- mo tales, dos nacionales y mayoritarios, dos tribales y alternati- vos, sino de sus diferentes enfoques a la hora de abordar el ¢ leccionismo y la exhibicién de objetos indios y, de modo ain mis efectivo, en el ensayo titulado «Meditacion en Fort Ross», una descripcién muy original y poderosa, si bien algo sinuosa, del norte del Pacifico —Siberia, Alaska y la costa del Pacifi- co— en tanto que «zona de contacto regional». «La América rusa era una prolongacién de Siberia.» «En Fort Ross [...] la historia “occidental” llega de la direccién equivocada.»” Pero en su mayor parte, incluso en los trabajos menos sustan- ciales y elaborados, ya pesar de su gentil personalidad oli me tangere, la sericdad moral de la obra de Clifford, su preocupacion personal por el futuro humano y el lugar en él de los desposeidos se despliega con tanta intensidad, claridad e incansable energia co- mo la que, con una voz mas profética, muestra Clastres: En Fort Ross tenia la esperanza de echar un vistazo a mi pro- pia historia relacionada con otras en una zona de contacto regio- nal. [...] Localizado al borde del Pacifico, mi hogar durante di ciocho afios, las historias decimondnicas del fuerte, vistas desde un incierto fin-de-siéele, pueden proporcionar suficiente «profun- didad» para arrojar luz sobre un futuro, sobre algunos futuros po- sibles. (..] La historia ¢s pensada desde diferentes lugares dentro de una inacabada dinémica global. ¢Dénde estamos nosotros en este proceso? ¢Es demasiado tarde para reconocer nuestros dife- rentes caminos hacia la modernidad y a través de ella?

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