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La mujer trabajadora enel siglo XIX Joan W. Scott La mujer trabajadora alcanz6 notable preeminencia durante el sigo xx. Naturalmente, su existencia es muy anterior al adveni- amiento del capitalismo industrial. Ya entonces se ganaba el sustento como hilandera, modista, orfebre, cervecera, pulidora de metales, productora de botones, pasamanera, nifiera, lechera o criada en las iudades y en el campo, tanto en Europa como en Estados Unidos. Pero en el siglo XIX se ia observa, se la describe y se la documenta con una atencién sin precedentes, mientras los contemporéneos di cuten la conveniencia, la moralidad e incluso la licitud de sus activi- dades aslariadas. La mujer trabajadora fue un producto de la re Juci6n industrial, no tanto porque la mecanizacién creara trabajos para ela alli onde antes no habia habido nada (aunque, sin duda, se fuera el caso en ciertas regiones), como porque en el transcurso de la misma se convirtié en una figura problematica y visible. La vsbilidad de la mujer trabajadora fue una consecuencia del hecho de que se la percibiera como problema, como un problema ue se describia como nuevo y que habia que resolver sin dilacién. te problema implicaba el verdadero significado de la feminidad y la compatibilidad entre feminidad y trabajo asalariado, y se planted 0 términos morales y categoriales. Ya se tratara de una obrera en tna gran fabrica, de uma costurera pobre o de una impresora eman- ‘pada; ya sc la describiera como joven, soltera, madre, viuda entra- da en af0s, esposa de un trabajador en paro o habil artesana; ya se Inconsiderara el ejemplo extremo de las tendencias destructivas del ‘capitalismmo o de la prueba de sus potencialidades progresistas, en todos ios casos la cuestién que la mujer trabajadora planteaba era la Sine: debe una mujer trabajar por una remuneracién? ;Cémo influia el trabajo asslariado en el cuerpo de la mujer y en la capaci- dad de ésta para cumplir funciones maternales y familiares? Qué «dase de trabajo era iddneo para una mujer? Aunque todo el mundo estaba de acuerdo con el legislador francés Jules Simon, quien en Et cuerpo encorvado, una mano fcupada eal nuevas maguinas y ‘tren laproduccin, La presencia de Ia'mujer ene trabajo no urge ene ‘plo Rx, sin embargo, este Spo perebe como un «problemas. 7Que Ea sueedido para que lame tanto la Ssteneén? {Por qué se contrapone feminidady trabajo? Todo el discurso el siglo presenta como una twabajadora de segunda y le niegs su tpacidad de productora que podria Fideturas, dete 406 LA MUJER CIVIL, PUBLICA Y PRIVADA 1860 afirmaba que «una mujer que se convierte en trabajadora ya no es una mujer», la mayorfa de las partes que intervienen en cl debate acerca de mujeres trabajadoras encuadraba sus argumentos en el marco de una reconocida oposicion entre el hogar y el trabajo, entre la maternidad y el trabajo asalariado, entre feminidad y produc: tividad! En general, los debates del siglo x1X versaban sobre una historia, causal implicita en torno a la revoluci6n industrial, que en la mayor parte de las historias posteriores de mujeres trabajadoras se tuo como un supuesto. Esta historia localizaba la fuente del problema de as mujeres trabajadoras en la sustitucion de la produecién domésti- ca por la produccién fabril, que tuvo lugar durante el proceso de industrializacién. Como en el periodo preindustrial se pensaba que las mujeres compaginaban con éxito la actividad productiva y el cuidado de los hijos, el trabajo y la vida doméstica, se dijo que el supuesto traslado en ta localizacin del trabajo hacia dificil tal cosa, cuando no imposible. En consecuencia, se sostenta, las muj- res S6lo podrian trabajar unos periodos cortos de su vida, para retirarse del empleo remunerado después de casarse o de haber tenido hijos, y volver a trabajar luego tnicamente en el caso de que el marido no pudiera mantener a la familia, De esto se seguia su concentracion en ciertos empleos mal pagados, no cualificados, que fan el reflejo de la prioridad de su mision maternal y de su isin doméstica respecto de cualquier identificacién ocupacional a largo plazo. El «problema» de la mujer trabajadora, por tanto, estribaba en que constitufa una anomalfa en un mundo en que ei trabajo asalariado y las responsabilidades familiares se habian con vertido en empleos a tiempo completo y espacialmente diferencia- dos. La «causa» del problema era inevitable: un proceso de desarro- Ilo capitalista industrial con una légica propia Por mi parte, considero que la separacion entre hogar y trabajo, ‘més que reflejo de un proceso objetivo de desarrollo historico, fue ‘uns contribucién a este desarrollo. En efecto, suministr los térmi- nos de legitimacién y las explicaciones que construyeron el «proble- ma» de la mujer trabajadora al minimizar las continuidades, dar por supuesto la homogeneidad de experiencia de todas las mujeres y acentuar las diferencias entre mujeres y hombres. Al representarse al obrero cualificado masculino como el «trabajador» ejemplar, como modelo de «trabajador, se dejaba de lado las diferencias de formacién, la estabilidad en el empleo y el ejercicio profesional entre los trabajadores varones y tambien, por ende, analogas diferencias cen la irregularidad y el cambio de empleo entre trabajadores de uno y otro sexo. La asociacién de trabajadores varones con la dedicacién de por vida a una misma ocupaciGn y la de las mujeres con carreras interrumpidas, imponia un tipo de ordenacion particular en una in muy distinta (en la que habia mujeres que manten puestos permanentes de trabajo cualificado, mientras que muchos hombres pasaban de un empleo a otro y soportaban periodos de desempleo crdnico). Como resultado de todo ello, se postu el sexo como la dinica razén de las diferencias entre hombres y mujeres en el mercado laboral, cuando estas diferencias podrfan también haber- se entendido en términos de mercado laboral, de fluctuaciones eco- LAMUJER TRABAJADORA ENELSIGLO XIX 407 we Se eee eee eS, historia de la separacion ry trabajo selecciona y orga- partipan nl laoracin dela niza la informacion de tal modo re sta logra cierto efecto: el de inn, sus peaueta dex es subrayar con tanto énfasis las diferencias funcionales y biol6gicas indasiatensoncapisiss la mujer entre mujeres y hombres que se termina por legitimar © institucio- abaa como hander Yl imagen tliat estas diferencias como base de Ia organizacion socal. Esta! gstna coopera mia interpretacién de la historia del trabajo de las mujeres dio lugar —y Peje'cn: Gribade ide as: El mazo contribuyé— a la opinion médica, cientifiea, politica y moral que delino recibi6 ya el nombre de del mismo. En verdad, quisiera llamar la atencidn sobre el hecho de que, para el siglo XIX, la idea de division sexual del trabajo debe leerse en el marco del contexto {ea ret6rica del capitaismo industrial sobre divisiones mas genera- les del trabajo. La division de tareas se juzgaba como el modo mas ficient, racional y productivo de organizar el trabajo, los negocios Y la Via social; la linea divisoria entre lo itil y lo «natural» se borr6 Cuando el objeto en cuestion fue el «género». ‘Lo que me propongo en este ensayo es estudiar el discurso acerca ela mujer trabajadora un objeto de invest LAMUJER TRABAJADORA EN EL SIGLO XIX 407 némicas 0 de las cambiantes relaciones de la oferta y 1a demanda, La historia de Ia separacidn de hogar y trabajo selecciona y orga- niza Ia informacién de tal modo que ésta logra cierto efecto: el de Subrajar con tanto éntass las diferencias funcionales y bildgicas entre mujeres y hombres que se termina por legitimar e institucio- nalizar estas diferencias como base de la organizacién social. Esta interpretacién de la historia del trabajo de las mujeres dio lugar —y contribuyé— a la opinién médica, cientifica, politica y moral que recibié ya el nombre de «ideologia de la domesticidad», ya el de sdoctrina de las esferas separadas». Seria mejor describirla como el discurso que, en el siglo XIX, concebia la division sexual del trabajo como una divisién «natural» del mismo. En verdad, quisiera llamar la atencién sobre el hecho de que, para el siglo XIX, la idea de divisién sexual del trabajo debe leerse en el marco del contexto dela retorica del capitalismo industrial sobre divisiones mas genera- les del trabajo. La division de tareas se juzgaba como el modo mas eficiente, racional y productivo de organizar el trabajo, los negocios Yla vida Social; la linea divisoria entre lo ati y lo «natural» se borré ‘cuando el objeto en cuesticn fue el «género> Lo que me propongo en ese ensayo es estudiar el dscurso acerca {el género que hizo de la mujer trabajadora un objeto de investiga- La abueta a madre y ls hijos garam elbrai l bra, [a mis pequefiadescansa sobre sling, Desde ates de {Ddustializacon capitalist la mujer ttabaja como la imagen ‘el sistema cooperativo familiar ‘erdura durante gran parte del Siglo x Grabado, siglo x, £1 mazo delve 408 LA MUJER CIVIL, PUBLICA Y PRIVADA Industrializacién trabajo de las mujeres: ‘continuidades En a plaza, pscando alos hijor Sor Caples Someta aponen de un minumo espacio para Snterambvar hstoran, A medindos de Sol, cn Inglaterra, somrtyen el 0 por 10 de as traaladorasferenioas. Essa, siglo xn Ear nto Pars Mince Carnvaet. ign y un tema de historia. Quisiera examinar cémo el dilema casa- hogar lleg6 a convertirse en objeto principal de andlisis para las ‘mujeres trabajadoras; cOmo se relaciona esto con la creacién de una fuerza de trabajo femenina, definida como fuente de mano de obra barata y s6lo adecuada para determinados tipos de trabajo. En consecuencia, se considerd que esta divisin del trabajo constituia un hecho social objetivo, derivado de la naturaleza. Yo atribuyo su existencia no a desarrollos hist6ricos inevitables, no a la «naturale- Za, sino a procesos discursivos. No quiero sugerir que las dstincio- nes relativas al sexo fueran nuevas en el siglo XIX; pero sf es cierto. ue se articularon de manera nueva con nuevas consecuencias socia- les, econdmicas y politica. La historia més corriente del trabajo femenino, que enfatiza ls importancia causal del traslado de la casa al lugar de trabajo, des cansa sobre un modelo esquemético de la transferencia de prociuc- . En la temporada baja, complementaba su salario «trabajando como tiada por horas, unas cuantas veces cuidé de la casa de un cabaliero, yy me ocupé de fareas de aguja>*. En lo que respecta a Lucy Luck, Seria un error decir que entre la casa y el trabajo habia siempre una neta separacién, Si, durante el siglo xvi, trabajo de aguja fue sindnimo de mujer, en este aspecto las cosas no variaron en el XIX. El predominio dei trabajo de aguja como trabajo femenino hace dificil sostener el argumento de separacion tajante entre la casa y el trabajo y, por tanto, de la disminucién de oportunidades aceptables de trabajo asalariado para las mujeres. En verdad, el trabajo de aguja se exten- 4i6 a medida que crecta la produccién de vestimenta y se difundia el uso de zapatos y de cuero, lo cual suministraba empleo estable @ algunas mujeres, y un dltimo recurso a otras. Los talleres de ropa daban empleo @ mujeres en diferentes niveles de habilidad y de salario, aunque la gran mayoria de los trabajos tenian una paga imregular y pobre. En las décadas de los treinta y de los cuarenta, tanto en Francia como en Inglaterra, el trabajo para las costureras (Canto en su casa como en talleres manufactureros, donde los salarios eran miserables y las condiciones de trabajo, pésimas) aument6 gracias al enorme crecimiento de la industria de la ropa de confec- Cin. Aunque durante el siglo (en los afios cincuenta en Inglaterra y en los ochenta en Francia), se comenz6 a producir ropa en régimen fabri, siguieron prevaleciendo los ya meneionados talleres manufac- tureros. En la ultima década del siglo, la aprobacion de la legislacion protectora de la mujer, junto con exenciones fiscales para la produe- cién doméstica, aumentaron el interés del empleador por una oferta dde mano de obra barata y no reglamentada. El trabajo a domiciio alcanz6 su punto maximo en 1901 en Gran Bretaia y en 1906 en Francia, pero esto no quiere decir que a partir de entonces haya dediinado de manera permanente. Muchas ciudades del siglo xx 412 LA MUJER CIVIL, PUBLICA Y PRIVADA Personaje recurrente de la teratura, leodta, dead el ipa v Por exedencia. En ello Xx con el Erecimento del Indust de ropa, sa ‘numero aumenta considerablemeate son, incluso hoy en dia, centros de subcontratacién que, a igual que la industria doméstica del siglo XVitt y el sobreexplotado trabajo @ domicilio del x1X, emplean mujeres para el trabajo por piezas en el negocio de la vestimenta. En este tipo de actividad, la localizacion y la estructura del trabajo de las mujeres se caracteriza més por la Se ceas a pete oe ambien El caso de la jn de ropa pone t en tela de juci la idealizads deseripcién del trabajo en la casa como especialmente ‘adecuado para las mujeres, pues permite a éstas combinar la dedica- ign al hogar con el trabajo rentado. Cuando se toman en cuenta los niveles de salario, el cuadro se torna notablemente mas complejo. En general, a los trabajadores de esta rama de la producciGn se les ppagaba por pieza, y sus salarios eran muchas veces tan bajos que las ‘mujeres apenas podian subsistir con sus ingresos; el ritmo de trabajo era intenso. Ya trabajara sola en su cuarto alquilado, o en medio de ‘una bulliciosa familia, Ia tipica costurera tenia poco tiempo para dedicar a sus responsabilidades domésticas. En 1849, una camisera Jondinense le cont6 a Henry Mayhew que apenas podia mantenerse con fo que ganaba, aun cuando muchas veces, «en Verano, trabajaba desde las cuatro de la mafiana hasta las mueve o diez de Ia noche (todo el tiempo que podia ver). Mi horario habitual de trabajo va de LA MUJER TRABAJADORA EN EL SIGLO XIX cinco de a maftana a nueve de la noche, invierno y verano», En verdad, la localizaciGn del trabajo en la casa podia consttuir para la ia familiar una perturbacién tan grande como cuando una madre se ausentaba durante todo el dia; pero la causa de los inconvenientes 1no estribaba en el trabajo en si mismo, sino en los salarios increfble- ‘mente bajos. (Naturalmente, de no haber sido tan grande la necesi- dad econdmica de una mujer, podia haber moderado el ritmo del trabajo y combinar las faenas del hogar con las remuneradas. Estas mujeres, una minoria de las costureras, tal vez constituyeran la confirmacion de un pasado idealizado en que la domesticidad y la actividad productiva no entraban en conflict.) ‘Aunque la industria de la vestimenta nos ofrece un ejemplo evi- dente de continuidad con las practicas del pasado, también los em- pleos «de cuello blanco» preservaban ciertas caracteristicas decisivas del trabajo de las mujeres. Se trataba de empleos que comenzaban 1 proliferar hacia finales del siglo x1x en los sectores, por entonces en expansiGn, del comercio y los servicios. Naturalmente, estos ei pleos implicabvan nuevas clases de tareas y desarrollaron otras hal lidades que las que se adquirian en el servicio doméstico 0 en los trabajos de aguja, pero absorbian la misma clase de mujeres que habian constituido tipicamente la fuerza de trabajo femenina: mu- chachas j6venes y solteras. Oficinas gubernamentales, empresas y ccompariias de seguros contrataban secretarias, dactildgraias y archi- ‘veras, las oficinas de correos prefirieron mujeres para la venta de sellos, las compariias de teléfono y telégrafo empleaban operadoras, las tiendas y los almacenes reclutaban vendedoras, los hospitales recientemerite organizados cogieron personal de enfermeras, y 10s sistemas escolares estatales buscaron maestras. Los empleadores estipalaban en general una edad limite para sus trabajadoras y, a veces, ponian obstéculos a los matrimonios, con Jo cual mantenian luna mano de obra muy homogénea, por debajo de los veinticinco afos y soltera. Puede que cambiara el tipo de lugar de trabajo, pero no hay que confundir eso con un cambio en la relacidn entre hogar y trabajo para las trabajadoras mismas; a la inmensa mayoria de las Afectadas, el trabajo las habia sacado fuera de la casa, ‘Asi, pues, en el curso del siglo XIX se produjo un desplazamiento de vasto alcance de servicio doméstico (urbano y rural, de hogar, oficio y agricola) a los empleos de cuello blanco. Por ejemplo, en Estados Unidos, en 1870, el 50 por 100 de las mujeres que perciben salarios, son criadas; hacia 1920, cerca del 40 por 100 de las trabaja- doras estaban en empleos de oficina, eran maestras 0 dependientas de tienda, En Francia, hacia 1906, las mujeres constitufan mas del 40 por 100 de la fuerza de trabajo de cuello blanco. Esta transfor- maci6n del servicio proporcioné nuevas ocupaciones, sin duda, pero también represents otra continuidad: la permanente asociacién de la mayoria de las mujeres asalariadas con el servicio antes que con empleos productivos. ‘Naturalmente, sefalar la continuidad no significa negar el cambio. ‘Ademés del enorme desplazamiento del servicio doméstico al traba- jo de empleadas, se abren oportunidades profesionales alas mujeres de clase media, grupo relativamente nuevo de la fuerza de trabajo. Muy bien podia ocurrir que gran parte de la atencién que se prest6 4K: aud LA MUIER CI TL, PUBLICA Y PRIVADA al problema del trabajo de las mujeres en general tuviera origen en luna creciente preocupacién por las posibilidades de casamiento de Jas muchachas de clase media que se hacian maestras, enfermeras, inspectoras fabriles, trabajadoras sociales, etc. Eran mujeres que, en el pasado, habrian ayudado en una granja familiar o en una empresa familiar, pero que no habrian percibido salarios por si mismas. Quizd sean ellas —una minoria de las mujeres asalariadas del siglo Xix— Jas que dan fundamento a la afirmacién de que la pérdida del trabajo que se realizaban en la casa comprometia las capacidades domésticas de las mujeres y sus responsabilidades en la reproduccién. Cuando Jos reformadores se refirieron a las «mujeres trabajadoras» y presen taban el empleo fabril como su caso tipo primordia, probabemen te generalizaran a partir de su temor ante la posicién de las mujeres en las clases medias. ps " Por tanto, no hay que tomarse en serio el argumento de que la industrializacién provocé una separacién entre el hogar y el tra bajo y forz6 a las mujeres a elegir entre la domesticidad o el trabajo asalatiado fuera del hogar. Ni tampoco cabe tomarse en serio la afirmaci6n segiin la cual esto fue Ia causa de los problemas de las mujeres, al restringirlas a empleos marginales y mal pagados. En cambio, més bien parece que un conjunto de afirmaciones de carée- ter axiol6gico acerca del trabajo de las mujeres haya orientado las decisiones de contratacién de los empleadores (tanto en el como en el XIX), con total independencia de la localizacién del trabajo. Dénde trabajaban las mujeres y qué hacfan no fue resultado de ciertos procesos industriales ineluctables, sino, al menos en parte, de calculos relativos al coste de la fuerza de trabajo. Ya sea en la rama textl, en Ia fabricacion de calzado, en la sastreria o el estam- pado, ya sea en combinacién con la mecanizacion, la dispersion de Ia produccién 0 la racionalizacion de los procesos de trabajo, la introduccién de las mujeres significaba que los empleadores hablan decidido ahorrar costes de fuerza de trabajo. «En la medida en que el trabajo manual requiere menos habilidad y fuerza, es deci, en la medida en que la industria moderna se desarrolla —escriben Marx y Engels en El Manifesto Comunista—, en esa medida el trabajo de las mujeres y de los nifios tiende a reemplazar el trabajo de los hombres»®. Los sastres de Londres explicaban su precaria situaciin durante los afios cuarenta del siglo x1X como una consecuencia del deseo del patron de vender mas barato que los competidores para lo. cual contrataba mujeres y nifios. Los impresores norteamericanos vefan en el empleo de tipégrafas en los afios sesenta, como «la dltima estratagema de los capitalistas», que tentaban ala mujer a que abandonara «su esfera propia» para convertirla en «cl instrumento para reducir los salarios, lo cual hunde a ambos sexos en Ia actual Servidumbre no compensada de la mujer»’. A menudo los sindicates masculinos obstaculizan la entrada de mujeres en su seno, oinsisten fen que, antes de adherirse a los mismos, ganen ya salariosiguales a Jos de los hombres. En 1874, los delegados al London Trade’s Coun- cil vacilaron antes de admitir en sus propias filas una representante del sindicato de mujeres encuadernadoras, porque ela mano de obra femenina era mano de obra barata, y muchos delegados [..] no podrian encajar ese hecho» LA MUJER TRABAJADORA EN EL SIGLO XIX Las mujeres se asociaban a la fuerza de trabajo barata, pero no todo trabajo de ese tipo se consideraba adecuado a las mujeres. Si bien se las consideraba apropiadas para el trabajo en las fabricas textiles, de vestimenta, calzado, tabaco, alimentos y cuero, era raro encontrarlas en la mineria, la construcci6n, la manufactura mecénica © los astlleros, aun cuando en estos sectores hacia falta la mano de obra que se conocfa como «no cualificada». Un delegado francés a la Exposicién de 1867 describia claramente las distinciones de acuer- do con el sexo, los materiales y las técnicas: «Para el hombre, la madera y los metales. Para la mujer, la familia y los tejidos»’. Aunque hubiera diversas opiniones acerca de qué trabajo era o no apropiado para las mujeres, y aunque tales opiniones se formaran en diferentes épocas y distintos contextos, siempre, sin excepciOn, ‘en materia de empleo entraba en consideracién el sexo. El trabajo para el que se empleaba a mujeres se definia como «trabajo de mujeres», algo adecuado a sus capacidades fisicas y a sus niveles innatos de productividad, Este discurso producta division sexual en el mercado de trabajo y concentraba a las mujeres en ciertos em- pleos y no en otros, siempre en el iltimo peldaio de cualquier Jerargivia ocupacional, a la vez que fijaba sus salarios a niveles, inferiores a los de la mera subsistencia. El «problema» de la mujer trabajadora surgia cuando diversos distrtos electorales debatian los, efectos sociales y morales —asi, como la factbilidad economica—de tales précticas. Si a tan mentada separacién objetiva de casa y hogar no cuenta en el «problema» de las mujeres trabajadoras en el siglo XIX, ,qué es lo que cuenta? Pienso que antes que buscar causas técnicas 0 «estructurales especificas, debemos emplear una estrategia que estu- die los procesos discursivos mediante los cuales se constituyeron las, divisiones sexuales del trabajo. Esto dard como resultado un anélisis ‘més complejo y critico de las interpretaciones histéricas predomi- nantes. La identificacién de la fuerza de trabajo femenina con determina os tipos de empleo y como mano de obra barata qued6 formalizada ¢ institucionalizada en una cantidad de formas durante el siglo 21x, tanto que legs a convertirse en axioma, en patrimonio del sentido comin. Incluso quienes trataban de cambiar el estatus del trabajo de la mujer tuvieron que argumentar contra lo que consideraba «he- chos» observables. Estos , tal como hicieron las politicas de la mayorta de los sindicatos masculinos, que dieron por supuesta la inferioridad de las mujeres trabajadoras en tanto productoras. El paso de la legistacién protectora de las mujeres, desde las primeras leyes fabri- les al movimiento internacional de finales del siglo XIX, hizo propia (y asi lo afirmé) la representacion de todas las mujeres como inevi- tablemente dependientes y de las mujeres asalariadas como un grupo La division sexual del trabajo: un producto de la historia, efecto de discurso 41s 416 CCarretes por el suelo, manos ocupadas ‘ena labar bajo la direccion de ln nds ta. Encl propo hog Ooh {alres, a proednvenejeerquas a ‘A Rasp, sig 3, Taller de ‘modes Aces, Msio Rest. Economia politica LA MUJER CIVIL, PUBLICA Y PRIVADA insélito y vulnerable, necesariamente limitado a ciertos tipos de empleo. En este vasto coro de acuerdos, las voces disidentes de algunas feministas, lideres laborales y socialistas experimentaban grandes dificultades para hacerse ofr. La economia politica fue uno de los terrenos donde se origins el discurso sobre la division sexual del trabajo. Los economisaspolti- cos del siglo XIX desarrollaron y popularizaron las teoris de ss predecesores del siglo Xvi. ¥ pese a las importantes diferencias hacionales (entre, por ejemplo, tedricos britanicos y frances), as como a las diferentes escuclas de economia politica en un mismo pais, habia ciertos postulados basicos comunes. Ente elo se hall bra idea de que los salarios de los varones debian ser suficientes no solo para su propio sostén, sino también parael de ura familia, pues, dde no ser asi —observaba Adam Smith, sla raza de tales abo jadores no se. profongaria més alld de ia primera generscim Por el contraio, los salarios de una esposs, «habida cuenta del atencién que nccesariamente debia dedicat a los hijes. [se] sr pola querno debian superar To sufclente como paras propo Sustento» ‘Otros economistas politicos ampliaban a todas las mujeres esta suposicién acerea de fos salaios de la esposa. Segtn cellos, és, fuera cual fuese su estado civil, dependian de los hombres po nats raleza. Aunque algunos te6ricos sugirieran que los slanos de i mujeres debian cubir sus costes de subsistencia, otros sostenan gue Say, por ejemplo, afirmaba que los salarios de las mujeres caerian LAMUJER TRABAJADORA ENELSIGLOXIX 41° siempre por debajo del nivel de la subsistencia, debido a la disponi- bilidad de mujeres que podian apoyarse en el sostén familiar (las que estaban en estado «natural») y, por tanto, no necesitaban vivir de sus salarios, En consecuencia, fas mujeres solas que vivian al margen de contextos familiares y aquellas que eran el tinico sostén de sus familias, serian irremediablemente pobres. De acuerdo con su céleu- lo, los salarios de tos varones eran primordiales para las familias, pues cubrian los costes de reproduccién; en cambio, los salarios de Jas mujeres eran suplementarios y, 0 bien compensaban deficit, o bien provefan dinero por encima del necesario para la sobrevivencia os La asimetria del eéleulo del salario era asombrosa: los salarios de los varones inchuian los costes de subsistencia y de reproduccion, mientras que los salarios de las mujeres requerian suplementos fi: milares ieluso para la subsistencia ndividval. Ademis, se suponia que los saarios provetan el sostén econémico necesaro para una familia, que permitan alimentar alos bebésy convertilos en adultos apios para el trabajo. En otras palabras, los hombres eran responsi bles dela reproduccin Fn este discurso «teproduccions no tiene sigificado biolgico. Pata Say, «reproductions y «produecion» eran sinénimos, pues am bos se relerian a la actividad que introdueta valor en las 2osas, que iransformaba la materia natural en productos con valor socialmente reconocido (y, por tanto, intercambiable). El dar a luz y el criar hijos, actividades que realizaban las mujeres, cran materias primas. La tansformacin de ninos en adultos (capaces a si vez de ganarse Ja vida) era obra del salario del padre; era el padre quien daba asus ¥ Js dienes eigen los productos ‘allzados seguramente por una tive ‘mal panda, Dependicnte del hombre, ‘ecomsdera que el alr de [a mujer {slo un complemento¥ por io tanto Sempre menor al masculine. C. Kune YG. Gelger, siglo Xi. Eswablecrmieno de lfreria, Vien, Museo Eat 418 LA MUJER CIVIL, POBLICA Y PRIVADA Lato muscu debe ovener se fala. Lo trabajadores peeiben a ‘mujer como un peligro que puede Neer cael ein prefieren en casa. Fo a imagen ‘yjeres manejando los montacargas por los que ascienen mineral y Ineo El patuelo con que 52 ‘brian ia edbez Tes do el nombre de “olincusess, Francia, 1903, Minas aeearbon hijos valor econémico y social, porque su salario inclufa la subsisten- cia de los hijos. En esta teoria, el salario del trabajador tenia un doble sentido. Por un Indo, le compensaba la prestacion de su fuerza de trabajo al mismo tiempo, le otorgaba el estatus de creador de valor en l familia, Puesto que la medida del valor era el dinero, y puesto que cl salario del padre inclufa la subsistencia de la familia, este salario cra el tinico que importaba. Ni la actividad doméstica, ni el trabajo remunerado de la madre era visible ni significativo. De ello se seguia que las mujeres no producfan valor econémico de interés. El trabajo «que realizaban en su casa no se tenia en cuenta en los andliss dele reproduccién de la generacién siguiente y su salario se describie empre como insuficiente, incluso para six propia subsistencia. La deseripcién que la economia politica hacia de las «leyes» sobre sala: rios femeninos creaba un tipo de lgica circular en la que los saarios bajos eran a la vez causa y prueba del , escribia Eugéne Buret en 1840, Y el periéico de los trabajadores,titulado L’Atelier, comenzaba un analisis de la pobreza emenina con lo que para ello’ era una perogrullada: «Puesto que las mujeres son menos productivas que los hombres...» En la titima ddécada del siglo, el socialist fabiano Sidney Webb conciuia un largo estudio sobre las diferencias entre salarios masculinos y femeninos con las siguientes palabras: «Las mujeres ganan menos que os hom bres no s6lo porque producen menos, sino también porque lo que ellas producen tiene en general un valor inferior en el mercado.» LA MUJER TRABAJADORA EN EL SIGLO XIX Este autor observaba que a estos valores no se llegaba de manera puramente racional: «Alli donde la ganancia es inferior, casi siempre toexiste con una inferioridad del trabajo, Y la inferioridad del tra- bajo de las mujeres parece influir sobre sus salarios en las industrias cen donde tal inferioridad no existe»™, Laidea segimn la cual el trabajo de hombres y el de mujeres tenian diferentes valores, de que los hombres eran més productivos que las mujeres, no exclufa por completo a estas diltimas de la fuerza de trabajo de los paises en vias de industrializacién, ni las confinaba al corazén de la Vida doméstica. Cuando ellas o sus familias necesita- ban dinero, las mujeres salian a ganarlo. Pero cuanto y como podian ganar estaba en gran parte premodelado por estas teorias que defi nian el trabajo de la mujer como més barato que el de los hombres. [No importaba cudles fuesen sus circunstancias —que se tratara de solteras, casadas, cabezas de familia o Gnico sostén de padres 0 hermanos dependientes—, sus salarios se fijaban como si fueran suplementos de los ingresos de otros miembros de una familia. Aun cuando la mecanizacién mejorara su productividad (como ocurri6 en Leicester, Inglaterra, con la industria de géneros de punto en Ia década de 1870), los salarios de las mujeres permanecieron en los mmismos niveles (en relacidn con el de los varones) que tenfan en el, trabajo que realizaban en su casa. En Estados Unidos, en 1900 las, mujeres, tanto en empleos semicualificados como en tos no cualifi cados, ganaban s6lo el 76 por 100 del jornal de los hombres igual- mente sin cualificacién profesional. Pero la economia politica también tuvo otras consecuencias. Al proponer dos «leyes» diferentes sobre salarios, dos sistemas distintos para calcular el precio de la fuerza de trabajo, los economistas distinguieron la fuerza de trabajo segin el sexo, lo que explicaron en términos de division sexual funcional del trabajo. Ademis, al invo- car dos conjuntos de leyes «naturales» —las del mercado las de la biologia— para explicar las diferentes situaciones de varones y mu- jeres, offecian una poderosa legitimacién a las practicas predomi- nantes. La mayoria de las criticas al capitalismo y a la situacién de Ja mujer trabajadora aceptaban la inevitabilidad de las leyes de los economistas y proponian reformas que dejaban intactas tales leyes. ‘Aunque habia feministas (de uno y otro sexo) que exigian que las mujeres tuvieran acceso a todos los empleos y se les pagaran salarios iguales alos de los varones, la mayoria de los reformadores sostenfan (que no se debia exigir a las mujeres que trabajaran. A finales det siglo X0x, en Inglaterra, Francia y Estados Unidos, esto implicaba pedir alos empleadores que pusieran en prictica el ideal del «salario familiar», el salario suficiente para mantener mujer e hijos en el hogar. Ei pedido del «salario familiar» aceptaba como inevitable la ‘mayor productividad e independencia de los varones, asi como la ‘menor productividad y la necesaria dependencia de las mujeres res- pecto de aquéllos. La asociacién entre mujeres y mano de obra barata era més firme ain a finales del siglo XIX. Ya una de las premisas de economia politica, se habia tornado, a través de las pricticas de un heterogéneo grupo de agentes, en un fendmeno ‘social todavia més visible. 419 420 LA MUJER CIVIL, PUBLICA Y PRIVADA La clasificacién sexual de los empleos: las practicas de los empleadores Las précticas de los empleadores eran otra baza para la produc- cién del discurso sobre la divisién sexual del trabajo. Cuando los empleadores tenian que cubrir empleos, en general estipulaban no sélo la edad y el nivel de cualificacién profesional requerido, sino también el sexo (y, en los Estados Unidos, la raza y laetnia) de los trabajadores. Era frecuente que las caracteristicas de los empleos y de los trabajadores se describicran en términos de sexo (lo mismo que de raza y de etnia). En las ciudades norteamericanas, durante los afios cincuenta y sesenta, los anuncios de empleo en los peri6di- 0s solian terminar con un «No presentarse irlandeses». Las manu facturas textiles briténicas reclutaban «muchachas fuertes y saluda- bles» 0 «familias formadas por nifias» para el trabajo en el taller! En el sur de Estados Unidos especificaban que estas nilias y sus familias debian ser blancas. (Contrariamente, la industria tabacalera del sur empleaba casi exclusivamente trabajadores negros.) Ciertos propietarios de fabricas escoceses se negaban a emplear mujeres casadas; otros realizaban distinciones mas minuciosas, como, por ejemplo, aquel administrador de una fabrica de papel de Cowan (en Penicnick), cuando, en 1865, explicaba asi su politica: «Con el pro- Pésito de evitar que los nifios queden descuidados eu sus casas, no empleamos madres de nifios pequefios, a menos que se trate de viudas © mujeres abandonadas por sus’ maridos, o cuyos maridos sean incapaces de ganarse la vida» ‘A menudo los empleadores describen sus empleos como si éstos poseyeran en. sf mismos ciertas cualidades propias de uno u otro sexo, Las tareas que requieren delicadeza, dedos dgiles, paciencia y aguante, se distingufan como femeninas, mientras que el vigor mus- cular, Ia velocidad y la habilidad eran signos de masculinidad, aun- que ninguna de estas descripciones se utilizara de modo coherente en todo el variado espectro de empleos que se oftecfan y, de hecho, fueran objeto de intensos desacuerdos y debates. Sin embargo, tales deseripciones y las decisiones de emplear mujeres en ciertos sitios y no en otros terminaron por crear una categoria de «trabajo de mi jeres». Y también a la hora de fijar los salarios se tenia en mente el sexo de los trabajadores. En verdad, a medida que los eeu: los de beneficios y pérdidas y la busca de una ventaja competi- tiva en el mercado se intensificaban, el ahorro de costes laborales se eonvertia en un factor cada vez més importante pare ls em pleadores. Los empleadores desarrollaron una variedad de estrategias para recortar los costes laborales. Instalaron méquinas, dividieron y sim- plificaron las tareas en el proceso de produccidn, bajaron el nivel de habilidad (y/o educaci6n y experiencia) requerida para su trabajo, intensificaron el ritmo de producciGn y redujeron los salatios. Eso no siempre implicaba la incorporacién de mujeres, pues habia ma- chos trabajos que resultaban inadecuados para mujeres y otros en los que la resistencia de los trabajadores masculinos hacia impensa- ble la contratacién de mujeres. Pero si la tendencia de recortar costes laborales no siempre condujo a la feminizacién, la contrata- cin de mujeres solia significar que los empleadores estaban procu: rando ahorrar dinero. LA MUJER TRABAJADORA ENEL SIGLO XIX 421 Un obrero mie el pie del cente nent on aban aedcor de imena A mcs dei eo deta ‘oars de re en gure {S2hucis perme on aban Sst a mano de obra mascuing Erni sig on, Zap. Pars, aad, siglo Zapteri. Ps Minoo Carnevale En 1835, el economista escocés Andrew Ure describié los princi- pios del nuevo sistema fabril en términos familiares a los duenios de mmanufacturas: En realidad, el objetivo y la tendencia constantes de toda mejoria ‘en la maquinaria es siempre reemplazar el trabajo humano o bien Aisminuir su coste, sustituyendo la industria de hombres por la de mujeres y nifos, o la de artesanos experimentados por trabajadores inarios. En la mayor parte de las tejedurias de algodén, el hilado lo reaizaban integramente nifas de dieciséisafios o mas. La sustitu- ion de Ia miquina de hilar comin por la selfactine tiene como onset elimina de una gran parte de los hilanderes aro res adultos, para quedarse tan s6lo con adolescentes y nifios. El aro de una fabricacefeana a Stockport [..] que pracias a esta Sustituein ahorraria 50 libras semanales en saarios.. En la industria del calzado de Massachusetts de los afios setenta 4el siglo XIX, os fabricantes experimentaron con una variedad de cambios en la divisién sexual del trabajo en sus establecimientos. Unilizaban hebras en lugar de tachuelas para dar forma a los zapatos, con lo cual transferian el trabajo de hombres « mujeres, e introdu- cian miquinas de cortar que manejaban estas ailtimas. En ambos casos, los salarios de las mujeres eran més bajos que los de los 422_LA MUJER CIVIL, PUBLICA Y PRIVADA Los trabajos sulen ser presemados ‘como respondiendo a caidas Sexuales areas delicous ¥ que Fequieran dedos gies y pacteacia son ‘plas para mujeres. 1890, ndusina emboreladore. varones a quienes reemplazaban. También en la industria de la impresién, a mediados de! siglo, cuando en los centros urbanos se ‘expandié la publicaci6n de periddicos, se comenz6 a emplear muje- res como medio para disminuir costes laborales. Los editores inten taron satisfacer la necesidad de un numero mayor de linotipistas para las ediciones matutinas y vespertinas de los diarios mediante la formacién y contratacién de mujeres para los nuevos puesos La oposicién de los tipégrafos sindicalizados mantuvo estas pricticas cn niveles minimos e impidié efectivamente 1a feminizacién de esta actividad. Sin embargo, en muchas ciudades pequeias, se siguid empleando grandes cantidades de mujeres (con salarios més bajos que los de os hombres) en la industria de la impresién y de lt encuadernacién de libros. En las éreas en expansi6n del trabajo profesional y de oficina (de cuello blanco»), las mujeres resultaron empleadas miuy convenientes por muchas razones. En la ensefianza y el cuidado de nifios se veia tuna tarea de crianza y formacién que les era propia, la dactlografia se asimilaba a la ejecucién pianistica y los trabajos de oficina se suponfan muy adecuados a su naturaleza sumisa, a su tolerancia yu capacidad de repeticién, asi como a su gusto por los detalles. Se consideraba que estos rasgos eran «naturales», tanto como el «he cho» de que el coste de la fuerza de trabajo femenina fuese neces riamente menor que el de la masculina. En los Estados Unidos, en las décadas de los afios treinta y cuarenta del siglo XIX, los grandes debates sobre la educacién pablica implicaban cuestiones relativas a coste y al amplio acceso piblico a escuelas comunes financiadas con fondos fiscales. Los federalistas y los jacksonianos estaban igualmer- te interesados en que si tales escuclas se establecian, su coste fuera ‘minimo. Jill Conway explica el giro hacia las maestras, asi como el LA MUJER TRABAJADORA EN EL SIGLO XIX 423 status inferior de la ensefianza en Estados Unidos respecto de la tmayoria de los paises de Europa Occidental, como resultado del énfasis en la reduccidn de costes. «El objetivo de contener los costes hizo completamente logico el reclutamiento de mujeres, pues todas, las partes que intervenian en el debate sobre educacion estaban de auuerdo en que las mujeres no eran codiciosas y prestarian servicio por salaios de subsistencia» *, Razonamiento semejante informaba las decisiones de introducir mujeres en el trabajo de oficina en el servicio gubernamental y en las firmas comerciales privadas. En Gran Bretafa, de acuerdo con Samuel Cohn, se empleaba a mujeres allidonde el trabajo era intenso y debido a que se daba una creciente escasez de varones para los empleos de oficina. El empleo de muje- Fes produjo un cambio de estrategia; un deseo de incrementar la eficacia econsmica y recortar costes laborales, mientras al mismo tiempo se eclutaban trabajadores con mejor educacién”. El ditec- tordel servicio de telégrafos de Gran Bretaia observaba en 1871 que los salarios que atraigan a los operadores varones de una clase inferior de la comunidad, atraerin operadoras de una clase supe- sior»®. Su homélogo francés, quien habfa estudiado cuidadosamen- te la experiencia britanica con personal femenino, comentaba en 1882 que «el reclutamiento de mujeres se produce en condiciones de education generalmente superiores a las que se exigen a los nuevos oficinistas»™. Por andlogas razones, pero con més reticencias, a finales dela década de 1880, la Administracién de Telégrafos alema- 1a comenz6 a emplear a mujeres como «asistentes» (una posicion con diferencia de titulacion y de sueldo respecto de los hombres). En el servicio de telégrafo francés, en los aiios ochenta, mujeres, y hombres trabajaban en habitaciones separadas y en diferentes turmos, se supone que para disminuir el contacto entre los sexos y las innorles conecuencias que’ de ello podian derivar. Aden, bos espacios tajantemente diferenciados subrayaban los diferentes ‘status de trabajadores trabajadoras, estatus que se reflejaban a su vezen diferentes escalas salariales para cada grupo. La organizacién el trabajo en el servicio telegrafico en Paris era una evidente de- ‘mostracion de fa divsién sexual del trabajo y, al mismo tiempo, su realizacin concreta El servicio postal francés comenz6 a emplear mujeres en los cen- tos urbanos en la ultima década del siglo pasado y esto se consider tum punto de partida importante, aunque ya hacia décadas que las mujeres manejaban los correos provinciales. La administracidn pos- tal acept6 solicitudes de mujeres cuando, en un periodo en que el correo experimentaba una notable expansin de volumen, a fa vez que presiones para que el servicio resultara financieramente: mas cfcez, los hombres dejaron de aspirar a sus plazas en virtud de los sueldos que se ofrecian, Finalmente, se cre6 una categoria especial de trabajadoras, a de dames employées, puesto de oficina con un salario fio y sin ninguna oportunidad de progreso. Estas condiciones ée empleo produjeron un enorme cambio en la fuerza de trabajo iominmo ocumo a causa de las espectcaiones de edad —habia empleos de oficina o de venta que solo cogian mujeres de entre diecséis y veinticinco afios— y del requisito de que las ‘mujeres fuesen solieras. En Inglaterra y en Alemania, a las emplea- 24 LA MUJER CIVIL, PUBLICA Y PRIVADA, Sindicatos das de oficina se les pusieron trabas para el matrimonio, Jo cual aumenté el cambio ya mentado ¢ hizo imposible que las’ mujeres combinaran el matrimonio y el trabajo de oficina.) El resultado de todo ello fue una tajante division entre carrera masculina y carrera femenina en el servicio postal, distincién que reflejaba Ia estrategia ‘gerencial. Un jefe de personal describia esto en los siguientes términos: Hoy en dia hay una categoria de empleados que en cierto mozio se asemeja a los autiliares de oficina de antafo. Se trata de las dames employées. Tienen las mismas obligaciones que aguélios, pero 90 pueden aspirar al nivel de jefe (...] La feminizacion es un medio ‘adecuado para dar mayores oportunidades de progreso a los emple- dos varones. La cantidad de estos dltimos es menor y el nimero de plazas de supervision tiende a aumentar; en consecuencia, esté caro ‘que los empleados varones de oficina tienen mayores probabilidades de obtener el cargo de jefe” La organizacién espacial del trabajo, las jerarquias de los salaros, ta promocisn y el estatus, asf como la concentracién de mujeres en determinados tipos de empleo y en ciertos sectores del mercado de trabajo, termind por constituir una fuerza de trabajo sexualmente escindida. Los supuestos que estructuraron en primer lugar la segre- gacién sexual —el de que las mujeres eran mas baratas y menos productivas que los hombres, el de que solo eran aptas para el trabajo en ciertos periodos de la vida (Cuando eran jovenes y solt- ras) y el de que solo eran idéneas para ciertos tipos de trabajo (no cualificados, eventuales y de servicio)— daban la impresin de ser el producto ‘de los modelos de empleo femenino que ellos misnas habjan creado. Por ejemplo, los salarios bajos se atribuian a la inevitable «avalancha» de mujeres en los empleos que les eran ade cuados. La existencia de un mercado de trabajo sexualmente segre gado se considers entonces una prucba de la existencia previa de un division sexual «natural» del trabajo. He sostenido, en cambio, que nunca existié nada parecido a una division sexual «natural» de tr bajo y que tales divisiones son, por el contrario, productos de pric ticas que las naturalizan, précticas de las que la segregacién del mercado laboral en razén del sexo es simplemente un ejemplo. Otro ejemplo de la indole discursiva de la divisién sexual del ‘trabajo puede hallarse en la politica y las practicas de los sindicatos. En su mayor parte, los sindicatos niasculinos trataban de proteger sus empleos y sus salarios manteniendo a las mujeres al margen de ‘sus organizaciones y, a largo plazo, al margen del mercado de traba- jo. Aceptaron la inevitabilidad del hecho de que los salarios femeni- nos fueran mas bajos que los de los hombres y, en consecuencia, trataron a las mujeres trabajadoras mas como una amenaza que como potenciales aliadas. Justificaban sus intentos de excluir a las mujeres de sus respectivos sindicatos con el argumento de que, en términos generales, la estructura fisica de las mujeres determinaba su destino social como madres y amas de casa y que, por tanto, no podia ser una trabajadora productiva ni una buena sindicalista. La solucién, ampliamente apoyada a finales del siglo XIX, consistié en LA MUJER TRABAJADORA ENELSIGLO XIX 425 En ciertas eas de trabajo en Estados ‘Unidos, los empleadoressuelenexigit el sexo y raza de los tabajadores. En in imagen, rbajadoras negras dl algodda: us patrones contin precticando hubltes beredados dela ‘Scavind. Siglo tx, Traboo de ‘lgodom en una cluded industrial reforaar Jo que se tomaba por una division sexual «natural del trabajo, Henry Broadhurst dijo ante el Congreso de Sindicatos Bri- tinicos de 1877, que los miembros de dichas organizaciones tenian eldeber, «como hombres y maridos, de apelar a todos sus esfuerzos sta mantener un estado tal de cosas en que sus esposas se mantu- Miran en suesfera propia en el hogar en lugar de verse arrastradas ‘competir por la subsistencia con los hombres grandes y fuertes del mundo». Con pocas excepciones, los delegados franceses al Con- feo de Trabajadores de Marsella del afio 1879 hicieron suyo lo que Michelle Perrot llamo «el elogio del ama de casa»: «Creemos que el agar actual de la mujer no est en, el taller ni en la fabrica, sino en Incas, en el seno de la familia... Y en el Congreso de Gotha de 1875, reunin fundacional del Partido Socialdemdcrata Aleman, los Alas dsetieron acest del trabajo de as mujeres , final E ira el «trabajo femenino alli donde [adr ser nocivo para la salud y In moralidad»®. ‘Lo mismo que los empleados (pero no siempre por las mismas Tazones), 10s portavoces sindicales invocaron estudios médicos y entficos para sostener que las mujeres no eran fisicamente capaces derealizar el «trabajo de los hombres» y también predecian peligros para li moralidad de las mismas. Las mujeres podian llegar a ser ssocialmente asexadas» si realizaban trabajos de hombre y podian ‘rar a sus maridos si pasaban demasiado tiempo ganando dinero fuera de cast. Los tipSgrafos norteamericanos contestaban los argu- ‘menos de sus jefes a favor del cardcter femenino de su trabajo Ponicado de relieve que la combinacién de muisculo e intelecto que Si farea requeria era de la mas pura esencia masculina. En 1850 ‘advertian que la afluencia de mujeres en el oficio y en el sindicato ‘olverian simpotentes» a los hombres en su lucha contra el capi- talsmo*. Por: -hubo sindicatos que aceptaban mujeres como afilia- dds sindicatos formados por las propias trabajadoras. Esto ocurrié ite en la industria textil, la de la vestimenta, la del fabaco vel calzado, donde las mujeres constituian una parte impor- fante de ls fuerza de trabajo. En algunas areas, las mujeres eran Attias en los sindicatos locales y en los movimientos de huelga, aun 426 LAMUJER CIVIL, PUBLICA Y PRIVADA Em agullas reas donde las mujeres consttufan una importante fuerza de {tabajo se agraparon en sindicatos, Tales el cas dela industnia det ‘alzado. Frances Johaston 1395? ‘bien decals en Lyn Massochuset cuando los sindicatos nacionales desalentaban o prohibian su pat cipacién. En otras, formaban organizaciones sindicales nacionales de mujeres y recutaban trabajadoras de un amplio espectro de ocupa- “ones. (Por ejemplo, la Liga Sindical Britanica de Mujeres, creada en 1889 fund6 en 1906 la Federacion Nacional de Mujeres Trabaja- ddoras, la cual, en visperas de la Primera Guerra Mundial, contaba con unas 20,000 afiliadas.) Pero cualquiera que fuese la forma que adoptara, su actividad solia definirse como actividad de mujeres; constitufan una categoria especial de trabajadoras con independen- cia del trabajo especifico que realizaran y, en general, se organiza- bban en grupos separados 0, en el caso de’los American Knights of Labor (Caballeros Americanos del Trabajo), en «asambleas femen- nas». Por otra parte, en los sindicatos mixtos, las mujeres se les asignaba siempre un papel decididamente subordinado. No todas esas asociaciones seguian el ejemplo de las asociaciones obreras del norte de Francia, que en el periodo 1870-1880 exigian autori- cin escrta de sus maridos 0 de'sus padres a las mujeres que desea- ran hablar en meetings, pero muchas sostenian que, por definicion cl papel de las mujeres consistia en seguir al lider masculino, Est Jane Leis, Women n England, op. ce pa 16 435

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