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Historia Carlo Ginzburg MITOS, EMBLEMAS, INDICIOS Morfologia e historia po ecru Indicios Raices de un paradigma de inferencias indiciales Dios esté en los detalles A. Warburg Un objeto que habla de la pérdida, de la destruccion, de ta desaparicion de objetos. No habla de si. Habla de otros. {Los abarcard también? J. Johns En estas paginas trataré de hacer ver cémo, hacia fines del siglo XIX, sur- ‘816 silenciosamente en e1 mbito de las ciencias humanas un modelo epi Iégico (si asf se prefiere, un paradigma (1), al que no se te ha prestado ain la suficiente atencién. Un andlisis de tal paradigma, ampliamente empleadoen la prdctica, aunque no se haya teorizado explicitamente sobre él, tal vez pueda ayudarnos a sortear el tembladeral de la contraposicién entre “racionalismo” e “joracionaiismo”. I 1, Ene 1874 y 1826 aparecicron en la Zeitschrift fur bildende Kunst una serie de articulos sobre pintura italiana, Los firmaba un desconocido estudioso uso, Ivin Lecmolieff; cl traductor al alemén ra un no menos desconocido Jo- hannes Schwarze, Estos articulos proponian un nuevo método para la atribu- cién de cuadros antiguos, que desaté reacciones adversas, y vivaces discusio- nes, entre los historiadores del arte. Sélo algunos afios después el autor prescin- dirfa de la doble mascara tras la cual habia estado ocultindose: se traiaba del italiano Giovanni Morelli, nombre del que Johannes Schwarze es un caleo, y Lermolieff el anagrama, 0 poco menos, Aun hoy los historiadores del arte ha- ‘lan cocrientemente de *“método morelliano”. (2) 138 ‘Veamos sucintaments en qué consistfael tal método. Los muscos, sostenia Morelli, estén colmados de cuadros atribuidos inexactamente. Pero devolver cada cuadro a su autor verdatiero es dificultoso: muy a menudo hay que vérse- Jascon obras no firmadas, repintadas a veces, o en mal estado de conservacién. Ental situaci6n, se hace indispensable poder distinguir los originales de las co- pias. Pero para ello, segtin sostenia Morelli, no hay que basarse, como se hace habitualmente, en las caract "as mds evidentes, y por eso mismo més ficil- mente imitables, de los cuadros: los ojos alzados al cielo de los Personajes del Perugino, la sontisa de los de Leonardo, y asi por el estilo, Por el cdntrario, se debe examinar los detalles menos trascendentes, y menos influidos por las ca- racteristicas de la escuela pict6rica ala que el pintor pertenecta: los lébulos de Jas orejas, las ufias, la forma de los dedos de manos y pies. De ese modo More- Ui descubri6, y catalogs escrupulasamente, la forma ce oreja caracteristica de Botticelli, de Cosmé Tura y dems: rasgos que se hallaban presentes en losori- ginales, pero no en las copias. Valiéndose de este método, propuso decenas y ddecenas de nuevas arribuciones en algunos de los principales museos de Eurc- pa. Con frecuencia se urataba de atribuciones sensacionales: en una Venus~ acostada, conservada ca la pinacoteca de Dresde, que pasaba por ser una copia del Sassoferrato de una pintura perdida del Ticiano, Morelli identilicé a una de las poquisimas obras seguramente aul6grafas de Giorgione. Pesea estos resultados, of método de Morelli fue muy criticado, aunque tal vez influyera en ello ta casi arroganic seguridad con que lo proponia, Al fin, tile dado de mecanicista y de burdo positivista, cayé en descrédito, (3) (Por otra Parte, puede que muchos de los estudiosos que acostumbraban referirse.en for- ma displicente a su método siguieran haciendo uso de él en formal fesipan susatribuciones. La renovacién del interés por los trabajos de Morell'se la do- bemosa Wind, quien vio en ellos un ejemplo tipico de la moderna actitud hacia fa obra de arte —una actitud que lleva a gustar de los detalles, antes que del ‘conjunto de la obra—, Segin Wind, en Morelli se encuentra algo asi como una ‘exasperaci6n del culto por la inmediatez del genio, que el estudioso italiano habria asimilado en su juventud, en contacto con los cfrculos roménticos berl- neses. (4) Es una interpreiacién poco convincente, puesto que Morelli no se planteaba problemas de orden estético (cosa que le sera reprochada) sino pro- blemas previos, de orden filol6gico, (5) En realidad, las implicaciones del mé- ‘todo que proponfa Morelli eran distintas, y mucho més ricas. Ya veremos cémo el propio Wind estuvo 2 un paso de intuirlas. 2. “Los libros de Morelli —escribe Wind— presentan un aspecto bastante insdlito comparados con los de los demas historiadores del arte, Estin motea- dos de ilustraciones de dedos y orejes, cuidadosos registros de las tipicas min ciosidades que acusan la presencia de un artista detetminado, de la misma for- ma en que un criminal es acusado por sus huellas digitales... Cualquier museo de arte, estudiado por Morelli, adquicre de inmediaio el aspecto dz un museo criminal...” (6) La comparecién de marras ha sido brillantemenie desarrollada por Castelnuovo, quien alinea el método de los rastros de Morelli al lado del que, casi porlos mismos afos, era airibuido a Sherlock Holmes por sucreador, 139 Arthur Conan Doyle. (7) El concedor de materias artisticas es comparable con él detective que descubre al autor del delito (el cuadro), por medio de indicios que a la mayoria lo resultan imperceptibles. Como se sabe, son innumerables los ejemplos de la sagacidad puesta de manifiesto por Holmes al interpretar huellas en el barro, cenizas de cigarrillo y otros indicios parecidos. Para termi- nar de persuadimnos de la exactitud del paralelo trazado por Castelnuovo, vea- ‘mos un cuento como La aventura de la caja de cartén (1892), en el que Sher- Jock Holmes se nos aparece, lisa y llanamente, como “morell6filo”, Jusiamen- te, el caso comienza con dos orejas mutilaclas, que tna inocente seftorita recibe por correo. Y aqui vemos cémo el conocedor (Holmes) pone manos @ la obra. .Se interrumgi6, y yo [Watson] quedé somprendido, al mirarlo, de que observara fijamente, y con singula atencibn, el perfil de a sefrita. Por un momento fue po- sible leer en su rostro expresivo sorpresa y satisfacciGn a la ver; aungue, cuando cella se volvié para descubrir el motivo de Su repentino silencio, Holmes ya estaba tan impasible como siempre, (8) Mas adelante Holmes explica a Watson (y a los lectores) el camino segui- do por su fulminea elatoracién mental: No ignorard usted, Watson, en su condiciGn de médico, queno hay parte alguna del ‘cuerpo humane que presents mayores variantes que una oreja. Cada creja pose ca- ‘acteristicns props, y se diferencia de todas as demas, En la “Reset antropologi- ca” del ano pasado, encontrard usied dos breves morografias sobre este tema, que son obra de mi pluma, De modo que examin€ las orejas que venkan en la ej coa ojos de export, y rogitré cuidadosamente sus eeractersticas anatémieas. lmagi nese cud no seria mi sonpresa cuando, al detener mi mirada en la sorta Cushing, observé que su oreja correspordia en forma exacta a la oreja femenina que acaba 'ba de examinar. No era posible pensar en una coincidencia. En ambas exisia ‘mismo aeortamiento del pabellin, la misma amplia curva de ibulo superior, igual ircunvoluciGn del cartlago interno. En todos 1s puntos esenciales se traaa de la ‘misma oreja. Desde lego, enseguida comprendi ia enorme importancia de seme- Jjante observacion, Era evidente que Ia victima debia ser una consangutne, proba Dizmente muy estrecha dela seria. (9) 3. May pronto veremos las implicaciones de este paralelo. (10) Por ahora conviene tener en cuenta otra preciosa intuicién de Wind: ‘A algunos de los eriticos de Morelli les parecia extrafa la afirmacién de que “a la personalidad hay que buscarla alii donde el esfuerzo personal es menos intersa" Pero'en este punto lapsicologia moderna se pondrfa sin duda de parte de Morel: nuestros pequeiios gestos inconscientes rovelan nuestro cardecter en mayor grado aque cualquier oma actinid formal, de las que solemos preparar caidacosamen- te (11) ‘Nuestros pequefios gestos inconscientes”... La expresién genérica de “psicologia modema’” podemos, sin mds, sustiwirla por el nombre de Freud. En efecto, las pdginas de Wind sobre Moreili han atraido la atencién de los estu- diosos (12) hacia un pasaje largo tiempo olvidado del famoso ensayo de Freud 140 El Moisés de Miguel Angel (1914). En 1 escribia Freud, al comienzo del se- ‘gundo pérrafo: ‘Mucko antes de que pudiera yo haber oidohablar de psicoandlisis vine a enterarme dde que un experto en are, el ruso Ivin Lermolieff, cuyos primeros ensayos se pu- blicaron en alemén enire 1874y 1876, habia provocado una revolucién en las pina- ccotecas de Europ, volviendo a poner en discusi¢n la atibucién de muchos cuacros ‘ls diferentes pintores, ensefiando a distinguir con seguridad entre imitaciones y originales, y edificando nuevss individualidades aristicas a partir de as obras que hhabjen sido libradas de anteriores atribuciones. Habia alcanzado exe resultado _prescindiendo de la impresién general y de lot rasgos fundameniales de la obra, su= brayande en cambio la earacteristicaimportancia de los detalles secundarios, de las peculiaridades insignificantes, como la conformacién de las uias, de los 16bulos auriculares, de Ia aureola de los santos y ottes elementos que por lo comin pasan inadvertidas, y que el copista no se cuida de imitar, en tanto que cada artista los rea- liza de una manera que lees propia. Mis tarde, fue muy interesante para mi entecar- ‘me de que tras el seudénimo ruse se escondis un m&dico italiano apettidado Mage “Ili, Nombrado senador del reino de Ttaia, Morelli murig en 1891. Yo creo que su Télodo se halla estrechamente emparentado con la técnica éel psicoandlisis médi cco. También ésta es capaz de penetrar cosas secretes y ocultas a base de elementos poco apreciados 0 inadvertidos, de deiritos 0 “Mlesperdicios” de nuestra observa isn (avch diese ist gewéshnt, aus gering geschiizten oder nicht beachteten Zen, ‘us dem Abhub —dem "refuse" — der Beobachtung, Geheimes und Verborgenes ‘averaten). (13) En un primes momento, cl ensayo sobre el Moisés de Miguel Angel apare- ci6anénimo: Freud reconocié la paternidad de ese escrito sélo en el momento de incluirlo en sus obras completas. Se ha llegado a suponer que la tendencia de Morelli de borrar su personalidad de autor, ocultindola tras seud6nimos, puede haber comtagiado, en cierta forma, también al propio Froud; y hasta se han for- mulado conjcturas, mas omenos aceptables, sobre el significado de esia coinci- doncia, (14) Lo conercto es que, envuelto en los velos del anonimato, Freud declaré de manera a un tiempo explicita y reticente, la considerable influencia, intelectual que sobre é1 ¢jercié Morelli en un periodo muy anterior al del descu- brimicnto del psicoanilisis (“lange bevor ich etwas von der Psychoanalyse héren konnic...”). Reducir tal influencia, como se ha pretendido, al ensayo so- bre el Moisés inicamente, 0 on forma més genérica a sus ensayos sobre temas rclacionades con Ia historia del arte, (15) significa limitar indebidamente el alcance de las palabras de Froud: “Yo creo que su método se halla estrechamen- te empareniado con la técnica del psicoandlisis médico”. En realidad, toda la declaracién de Freud que acabamos de citar asegura a Giovanni Morelli un lu- gar especial en Ia historia de la formacién del psicoandlisis. Se trata, en efecto, de yna vinculacién documentada, no conjetural, como en el caso de la mayor parte de los“*precursores” y “antecesores” de Freud. Para mejor,sutomadeco- nocimiento de los eseritos de Morelli, como ya hemos dicho, sucedié en el pe- iodo “preanalitico” de Freud. Debemos yémoslas, pues, con un elemento que contribuyé de manera direcia a Ia concreci6n del psicoandlisis, y no (como en ¢l caso de Ja pagina sobre el sueio de J. Popper, “Lynkeus”, recordada en las 141 reediciones de la Traumdeutung), (16) con una coincidencia sefialada a paste- rriori, una ver. progucido el descubrimiento. 4, Antes de tratar de entender qué pudo habér tomado Freud de la Lectura de los escrites de Morelli, conviene fijar con precisién el momento en que tavo lugar tal lectura. Mejor digho; los momentos, puesio que Freud habla de des diferentes encuentros: “Macho antes de que pudiera yo haber ofdo flablar de psicoandlisis vine a enterarme de que un experto en arte, el ruso Ivan Lermo- lief”; “mds tarde, fue muy interesante para mfenterarme de que tras e! seu ‘dSnimo ruso se escondia un médico italiano apellidado Morelii...”. ‘La primera afirmaci6a s6lo es datable conjewraimente. Como terminus ante quem podemos establecer el aiio 1895 (fecha de publicaciGn de los Esiu- dios sobre la histeria, de Freud y Breuer), 0 ¢! de 1896 (en que Freud utilizé por primera vez el término “psicoanilisis”). (17) Cofid fermiaus post quem, elano 1883. En efecto, en diciembre de ese afto Freud relat, en una larga carta a su novia, el “descubrimiento de la pintura” que realiz6 durane una visita a la pina- coteca de Dresde. Antes, la pintura no habfa Negadé a interesarle; ahora, escri- Dia,“me despojé de mi barbaric y he empezado a admirar™. (18) Es dificil supo- ner que antes de esta iiltima fecha Freud sc sinticra atraido por los escrites de un esconocido historiador del arte; en cambio, resulta perfectamente plausible ‘que emprendiera su lectura poce después do Ia cartaa su novia sobre la pinaco- teca de Dresde, cn vista de que los primoros ensayos de Morelli recogides en ‘yolumen (Leipzig, 1880) estaban referidos a las obras de maestros italianos ‘existentes en las pinacotecas de Munich, Dresde y Berlin. (19) El seguade encuentro de Freud con los escritos de Morelli es datable con aproximacién tal vez mayor. El verdadero nombre de [vin Lermolieff se hizo ppiblico por primera vez en la portada de la traduccién inglesa, aparecida en 1883, de los ensayos que recordamos; en las reediciones y traduceiones poste- riores a 1891 (afiode la muerte de Morelli) figuran siempre tanto el nombre co- mol seud6nimo. (20) No se excluye la posibilidad de que alguno de esos vohi- ‘menes fuera a dar tarde o temprano a manos de Freud, aunque, probablemente, su conocimiento de la identidad de Ivin Lermolieff tuvo tal vez lugar por pura ‘asualidad, en sotiembre de 1898, mientras curioseaba en una ligreria de Mild. En la biblioteca de Freud que se conserva en Londres figura, en efecto, un ‘ejemplar del libro de Giovanni Morelli (Ivan Lermolieff), Della pithera itali ra. Studi storico critici.- Le gallerie Borghese e Doria Pamphili in Roma, Mi- in, 1897. En la falsa portada del libro esti manusctita la fecha de compra: Mi lin, 14 de setiembre, (21) La nica estada de Freud en Milin iwvo lugar en el otofio de 1898. (22) En ese momento, por otra parte, el libro de Morelli revestia para Freud un motivo adicional de interés. Desde hacia algunos meses, Freud se venia ecupando de los lapsus: poco antes, en Dalmacia, habia tenido lugar el episodio, analizado més tarde en Psicopatologia dela vida cotidiana, de su fa- Ilido intento por recordar el nombre del autor de los frescos de la catedral de Orvieto, en Umbria. Ahora bien, tanto el autor real de los frescos (Signorelli), ‘como los que erréneamente habia creidio recordar Freud en un primer momen- 10 Botticelli, Boliraffio), eran mencionados en el libro de Morelli. (23) 142 ero, zqué podia representar para Freud —el Freud de la juventud, muy le- jos atin del psicoandlisis— la lectura de los ensayos de Morelli? Es el propio Freud quien lo sefiala: la postulacién de un méiodo interpretativo basado en lo secundario, en los datos marginales considerados reveladares. Asi, los detalles que habitnalmente se consideran poco importantes, o sencillamente trivisles, “bajos” ,proporcionaban la clave para tener acceso a las més elevadas realiza- ciones del espiritu humano: “Mis adversarios”, escribfa irénicamente Morelli, on uina ironfa muy a propdsito parael gusto de Freud, “se complacerten carac- terizarme como un individuo que no sabe ver el significado espiritual de una obra de arte, y que por eso les da una importancia especial a medios exteriores, como las formas de la mano, de la oreja y, hasta, horribile dictu, de tan antipa- tico objeto como son las ufias”. (24) También Morelli podria haber hecho suya la méxima virgiliana cara a Freud, escogida como epigrafe a la Interpretacion de los sueios: “Flectere si nequeo Superos, Acheronia movebo”. (25) Por afia- didura, para Morelli esos daios marginales eran reveladores, porque constitufan los momenios en los que el control de! artista, vinculado con la tradicién cultu- ral, se relajaba, y cedia sa lugar a impulsos puramente individuales “que se le escapan sin que él se dé cuenta”. (26) Mas todavia que la alusiGn, no excepcio- nal por esa época, a una actividad inconsciente, (27) nos impresiona la identifi- cacién del nticleo intimo de la individualidad artistica con los elementos que ‘escapan al control de la conciencia, 5, Hemos visto delinearse, pues, una analogia entre el mStodo de Morelli, el de Holmes y ei de Freud. Ya nos hemos referido al vinculo Morelli-Holmes, lo mismo que al que lleg6 a entablarse entre Morelli-Freud Por su parte, S. Marcus ha hablado de Ia singular convergencia entre los procedimientos de Holmes y los de Freud. (28) 1 propio Freud, por lo demas, manifest a un paciente (el “hombre de los lobos”) su interés por las aventuras de Sherlock Holmes, Peroa un colega (T. Reik) que establecfa un paralelo entre el método psicoanalitico y el de Holmes, le hablo en forma mag bien admirativa, en la pri- ‘mavera de 1913, de las técnicas atributivas de Morell. En los tres casos, se tra- ta de vestigios, tal vez infinitesimales, que permiten captar una realidad mas profunda, de otro modo inaferrable. Vestigios, es decir, con mas precisi6a, sin- tomas (en el caso de Freud), indicios (en e! caso de Sherlock Holmes), rasgos pictoricos (en el caso de Morelli), (29) {COmo se explicaesta triple analogia? A primera vista, la respuesta es muy sencilla, Freud era médico; Morelli tenfa un diploma en medicina; Conan Doy- Je habia ejercido ia profesiGn antes de dedicarse ala literatura, En los tres c2S0s se presiente laaplicaci6n de! modelo de la sintomatologta, o semidtica médica, la disciplina que permite diagnosticar les enfermedades inaccesibles ala obser- | ‘yacién directa por medio de sfntomas superficiales, a veces imelevantes a ojos | del profano (un doctor Watson, pongamos por caso). A propésito, puede obser- ' ‘varsc que la dupla Holmes-Waison, el detective agudismo y el médico obtuso, sepresenia el desdoblamiento de una figura real: uno de los profesores del joven Conan Doyle, conocido por su extraordinaria capacidad de diagnosticacién. (30) 143 Pero no es cuestiGn de simples coincidencias biogréficas; hacia fines del siglo XIX, y con més precisi6n en la década 1870-80, comenz6 a afirmarse en las ciencias humanas un paradigma de indicios que tenfa como base, precisamente, la sintomatologia, aunque sus raices fueran mucho mis antiguas. / Bis 1. Durante milenios, ¢! hombre fue cazador. La acumulacin de inaumera- bles actos de persecucién dc la presa le permitid aprender a reconstruir las for- ‘mas y 1os movimientos de piezas de caza no visibles, por medio de huellas en el barro, ramas quebradas, estiércol, mechones de pelo, plumas, concentraciones de olores. Aprendié a olfatcar, registrar, interpretar y clasificar rastros tan int nitesimales como, por ejemplo, los hilillos de baba. AprendiG a efectuar com- plejas operaciones mentales con rapidez fulminea, en la espesura de un bosque cn un claro leno de peligros. Generaciones y generaciones de cazadores fueron enriqueciendo y trastai- tendo todo exe patrimonio cognoscitivo. A falta de documentaci6n verbal para agregar a les pinturas rupesifes y a las manufacturas, podemos recurtir a los cuemins de hadas, que a veces nos trasmiten un eco, si bien tardio y deformado, del conocimicato de aquellos remotos cazadores. Una fabula oriental, difundi- da cnire quirguices, tértaros, hebreos, turcos... 1), cueata que tres hermanos se encueatran con un hombre que ha perdido un camello (en ciertas variantes, se traia de un caballo). Sin vacilar, Io describen: es blanco, tuerto, lleva dos odresen la grupa, uno leno de vino y el ou de aceite, {Quicre decir que To han visio? No, no 19 vieron. Se los acusa de robo y son juzgados; pero los tres her manos se imponen, pues demucstran al instante que, por medio de indicios mi niimos, han podido reconstruir el aspecto de un animal que nunca han Es evidente que los tres hermanos son depositarios de un saber de ti negético, por més que no sc los describa como cazadores. Lo que caracteriza a este tipo de saber ¢s su capacidad de remoniarsc desde datos experimentales aparentemente sccundarios a una realidad complcja, no experimentada on for~ ma directa. Podemos agregar que tales datos son dispuestos siempre por el servador de manera de dar lugar a una secuencia narrativa, cuya formulaci6n ‘mas simple podria ser a de “alguien pas6 por ahi”. Tal vez. la idea misma de na- rracién (diferente de la de sortilegio, cncantamicnto 0 invocacién) (32) haya nacido por primera vezen una sociedad de cazadores, de la experiencia del des- ciftamiento de rastros. El hecho de que las figuras retGricas sobre las que ain hoy gira cl longuaje dc la descifracién cincgética—la parte por cl todo, cl cfec- to por la causa— puedan ser reducibles al eje prosistico de la metonimia, con rigurosa exclusién de la metifora, (33) reforzaria esta hipdiesis que es, obvia- mente, indemostrable. El cazador habria sido el primero en “coniar una histo- ria”, porque era el tinico que se hallaba en condiciones de leer, en los rastros mudos (cuando no imperceptible) dejados por la presa, una serie coherente de acontecimientos. 10. 144 “Descifrar” 0 “lees” los rastros de los animales son metforas. No obstan- 10, se siente la tentacién de tomarlas al pie de Ia letra, como ta condensacién ‘verbal de un proceso histérico que Hlev6, en un lapso tal vez prolongadisimo, a la invenciéa de Ia escritura. Esa misma conexién ha sido formulada, en forma ée mito sitiol6ico, por la tradicién china, que atribufa la invencién de la eseri- ura aun alto funcionario que haba observado las huella impresas por un ave sobre la ribera arenosa de un rio. (34) Por otra parte, si se abandona el mundo de los mitos y las hipStesis porel de Ia historia documentata, no pueden dejar de impresionarnos las innegables analogfas existentes entre el paradigma cine- ‘gético que acabamos de delinear y el paradigma implicito en Jos textos adivina- torios mesopotimicos, redactados a parti del tercer milenio 2. C. 35) Ambos presuponen el minucioso examen de una realidad tal vez infima, para descubrir los rastros de hechos no experimentables directamente por e! observador. En un caso, estifrcol, hvellas, pelos, plumas; en el otro, visceras de animales, gotasde aceite en el agua, astros, movimientos involuntarios del cuerpo y cosas por el estilo. Ciertamenie, la segunda serie, a diferencia de ta primera, era practica- mente ilimitada, en el sentido de que todo, o casi todo, podfa convertirse para Jos adivinos mesopotémicos en objeto de adivinacién. Pero la divergencia mas imporianie a nuestros ojos es otra: la adivinacién se dirigia al futuro, yet desc feamiento cinegético al pasado (aunque fuera aun pasado de un par de instan- tes, nadia mis). Con todo, la actitud congnoscitiva era, en ambos casos, muy si- milar: las operaciones intelecutales involucradas —andlisis, comparaciones, Clasificaciones— eran formalmente idénticas. Pero s6lo formalmente, puesto queel contexto social era en tovlo sentido diferente. En particular, se ha subra- yado (36) que la invencidn de la escritura molde6 profundamente la adivit ida mesopotimica, ya que, en efecto, a las divinidades se les atribuia, junto con las dems prerrogativas de los soberanos, el poder de comunicarse con los sibditos por medio de mensajes “escritos” en los astros, en los cuerpos humma- os 0 en cualquier otra parte. La funcién de los adivinos era descrifrar esos mensajes, idea que estaba destinada ¢ desembocar en la multimilenaria imagen del “libro de la naturaleza”. Y la identificacién de la disciplina méntica con el desciframiento de los caracteres divinos inscritos en la realidad se vefa reforza- da por las caracteristicas pictograficas de Ia escritura cuneiforme: también clla, como la adivinacién, designaba cosas por medio de cosas. (37) ‘Una huella representa a un animal que ha pasado por alli. En relacién con Ja materialidad de la huella, del rastro materialmente entendico, el pictograma constituye ya un paso adelante por el camino de la abstraccin intelectual, un ‘paso de valor incalculable. Pero lacapacidad de abstracci6n que la adopcién de Ja escritura pictogréfica supone es, a su vez, muy poca cosa en comparacién con la capacidad de abstraccién que requiere el paso a la escritura fonética, De hecho, en la escritura cuneiforme siguieron coexistiendo elementos pictogréfi- os y fonéticos, asi como, en la literatura adivinatoria mesopotémica, la paula- Lina intensificacién de los rasgos aprioristicos y generalizantes no climin6 la tendencia fundamental a inferir las causas de los efectos. (38) Esa actitud es la ‘queexplica, por un lado, Ja contaminacién de la lengua adivinatoria mesopotd- ‘ica con términos técnicas tomados del Iéxico jurilico, y por otra parte Ia pre~ 4s sencia de pasajes de fisionémica y de sintomatologia médica en los watados adivinaiorios. 39) Tras un largo rodeo, volvemos pues a la sintomatologta. La hallamos ints- ‘grando una verdadcra constelacisn de disciplinas (término éste que es eviden emente anacrdnico) de aspecio singular. Podriamos incurrir en la tentacién de contraponer dos seudociencias, como 1a adivinacién y la fisionémica, a dos ciencias como el derecho y lamedicina, y airibuir la heterogeneidad de tal asi- milaciGn 2 nuesira distancia, espacial y temporal, de las sociedades de las que ‘venimos hablando. Pero serfa una conclusién superficial, Algo habia que unia de verdad, en la antigua Mesopotamia, a estas diforentes formas de conoci- ‘miento (siempre que no incluyamos en tal grupo a laadivinaci6n inspirada, que se fundaba en experiencias de tipo exiitico). (40) Habta una actiuad, oriemtada al anilisis de casos individuales, reconstruibles slo por medio de rastios, sin- tomas, indicios. Los propios textos Ue jurisprudencia mesopotéinicos, en lugar de consistir en la recopilaciOn de diferentes leyes u ordenanzas, se basaban en ladiscusién de una casuistica muy concreta. (41) En resumen, es posible hablar dde paradigma indicial o adivinatorio, que seguin las distintas formes del saber se dirigia al pasado, al presente o al futuro. Hacia el fuuuro, se contaba con la adi- vvinaciéa propiamente dicha, Hacia el pasado, el presente y cl fuuaro todo a un tiempo, se disponia de la sintomatologia médica en su doble aspocto, diagnés- lico y pronéstico. Haciael pasado, se contaba con la jurisprudencia, Pero dewas de ese paradigma indicial o adivinatorio, se vistumbra el gesto tal vez. mds tiguo de la historia intelectual det género humano: el del cazador que, tendido sobre el barro, escudrifia los rasiros dejados por su presa. 2, Cuanto hasia aqui hemos dicho explica por qué era posible que un diag- néstico de trauma craneano, formulado en base a un estrabismo bilateral, halla~ ra sitio en un tratado mesopotimico de adivinacién, (42) Mas genéricamente, ello explica cl surgir, histricamente hablando, de una consielacién de discipli nas basadas cn el desciframiento de sefiaies de distinio género, desde os sin- tomas a la escritura. Si pasamos de la cultura mesopotimica a la griega, tal ‘constelacién cambia profundamente, al constituirse nuevas disciplinas como la historiografia y la filologia, y a causa iambién de la obtencidn de una nueva au- tonomia social y epistemolégica por parte de disciplinas antiguas, como la me~ dicina, El cuerpo, el lenguaje y la historia de los hombres quedaron sometidos por primera vez a una bisqueda desprejuiciada, que excluia por principio la in- tervencién divina. Es obvio que de tan decisiva mutacién, que por cierto es la que caracterizé la cultura de la polis, atin hoy somos los herederos. Menos ob- vvio ¢s el hecho de que en ese cambio tuvo pape! preponderante un paradigma definible como sintomatico o indicial, (43) Ello se hace especialmente eviden- teen cl caso de la medicina hipocrética, que definié sus métodos reflexionando. sobre la nocién decisiva de sintoma (semejon). Slo observando atentamente y registrando con extremada minuciosidad todos los sintomas —afirmaben los hipocriticos—es posible elaborar “historias” precisas de las enfermedades in- iduales: la enfermedad es, de por si, inaferrable. Esa insistencia en la natura- leva indicial de 1a medicina se inspiraba, con toda probabilidad, en a contrapo- M46 sicién, enunciada por el médico pitagérico Alcmeén, entre la inmediatez del conocimiento divino y la conjeturalicad del humano. (44) En esa negacién de la tasparencia de la realidad hallaba implicta legitimacién un paradigma ini- ‘ial que, de hecho, regia en esferas de actividad muy diferentes, Para los grie- gos, dentro del vasto territorio del saber conjetural estaban incluidos, enue mu- hos otros, los médicos, Ios historiadores, los politicos, los alfareros, les car- pinteros, los marinos, los cazadores, los pescadores, las mujeres... Los limites de ese terrivorio, significativamenie gobenado por una diosa como Metis, 1a primera esposa de Zeus, que personificaba la adivinacidn mediante el agua, es- ‘aban delimitados por términos talcs como “conjetura”, “conjewsrar” (Lekmor, leknairesthai). Pero, como se ha dicho, este paradigma permanccis implicito, avasallado por el prestigioso (y socialmente més elevado) modelo de conac: miento elaborado por Plats. (45) 3. Eltono, defensivo a pesar de todo, de ciertos pasajes del “corpus” hipo- crético (46) permite inferir que ya en el sigio V a. C. habia empezado a mani- festarse el cuestionamiento, que ha durado hasta nuestros dias, ala inseguridad de la medicina, Semejante perpetuacién se explica, por cierto, mediante ol he- cho de que las relaciones entie médico y paciente—que se caracterizan por la jimposibilidad, para ¢l segundo, de controlar el saber y el poder que el primero conserva— no han cambiado mucho desde los tiempos de Hipdcraies. Sicam- biaron, por el contrario, en el curso de casi dos milenios y medio, los términos de esa polemica, en consonancia con las profundas transformaciones experi- meniadas por las nociones de “rigor” y de “ciencia”. Como es obvio, el histo ecisivo en este sentido est constituido por el surgimiento de un paradigma ccientffico, basalo en la ffsica galileana, si bien se reveld més duradero que ¢s- ta ultima, Por mas que la fisica moderna, sin haber renegado de Galileo, no pue- a definirse hoy como “galileana”, cl significado epistemolégico y simbolico de Galileo para Ia ciencia en general ha permanecido iniacto, (47) Resulta cia- ro, entonces, que el grupo de disciplinas que hemos denominado indiciales (in- cluida la medicins) no encuentre en modo alguno un lugar en los criterios de cientificidad deducibles del paradigma galileano. En efecto, se trata de discipli ‘nas eminentemente cualitalivas, que tienen por objeto casos, situaciones y do- cumenios individuales, en cuanto individuales: _ precisamente por eso alcan- zanresultados que tienen un margen insuprimible de aleatoriedad: basta pensar en el peso de las conjeturas (el término mismo es de origen adivinatorio [48]) cn la medicina 0 en la filologia, ademés de en la méntica. Muy distinto cardcier posefa la ciencia galileana, que hubiera podido hacer sua la méxima escoldsti- ca individuum est ineffabile, de lo individual no se puede hablar. El empleo de Ja matematica y del método experimental, en efecto, implicaban respectiva- ‘mente la cuantilicacton y la reiterabilidad de los fenGmenos, mientras el punto de vista individualizante exclufa por definicion la segunda, y admitia la prime ra con funciGn solameme auxiliar. Todo ello explica por qu la historia nunca logrs convenirse en una ciencia galileana. Més aun, fue precisamente en el ttanscurso del siglo XVII cuando Ta incorporacién de los métodos del anticua- riado al tronco de la historiografia lev a ia luz, indirectamente, los kejanos orf- 147 ‘genes indiciales de esta ditima, que habfan permanecido ocultos durante siglos. Este dato de hase ha permanecido inmutable, a pesar de los vinculos cada vez. ‘mis estrechos que unen ala historia con las ciencias sociales. La historia no ha dejado de ser una ciencia social sui generis, irremediablemente vinculada con To concreto, Si bien el historiador no puede referirse, ni explicita ni implicita- ‘mente, a series de fenémenos comparables, su estrategia cognoscitiva, asi co- ‘mo sus c6digos expresivos, permanecen intrinsecamente individualizantes (aun- que el “individuo” sea, dado e1 caso, un gnapo social o toda una sociedad), En ese sentido el historiador es como el médico, que utiliza los cuadros nosografi- cos para analizar la enfermedad especffica de un paciente en particular. Y el co- rnocimiento histérico, como el del médico, es indirecto, indicial y conjesural (49) Pero la contraposicin que sugerimos es demasiado esquemética. En el marco de las disciplinas indiciales, hay una —Ia filologta, y més concretamen- tehablando, la critica textual— que, desde su aparicién ha constituido un caso en cierto modo atfpico. En efecto, su objetivo ha llegado a establecerse por me- dio de una dristica seleccién —destinada a reducirse aun mis— de sus corres- pondientes componentes, Este proceso intemo de Ia disciplina filolégica se desplegs en relacidn con dos hiatos hist6ricos decisivos: la invencién de la es- critura y lade la imprenta. Como es bien sabico, la critica textual nacié después {del primero de esos hechos (es decir, en el momento en que se decide tanscri- bir los poemas homéricos), y se consolid tras el segundo (Cuando las primeras, y-con frecuencia apresuradas ediciones de losclisicos fueron reemplazadas por ‘otras ediciones més atendibles). (50) Se empezé por considerar no pertinentes, al texto todos los elementos vinculados con la oralidad y la gestualidad; des- pués, se sigui6 igual criterio con los elementos relacionados con el aspecto ma- terial de la escritura. Ei resultado de esta doble operacién Fue la paulatina des- materializacion del texto, progresivamente depurado de toda referencia a lo sensible: si bien la existencia de algén tipo de relacién sensible es indispen- sable para que el texto sobreviva, el texto en sf no se identifica con su base de sustentacidn, (51) Hoy todo esto nos resulta obvio, pero de ninguna manera lo, cs, Pignsese solamenta en la decisiva funcién que curmple la entonacida en las Titeraturas orales, o bien la caligraffaen la poesia china; ello nos permite perca- tamos de que la nocidn de texto a que acabamos de aludirse vincula con una to- ‘ma de posicién cultural de incalculables consecuencias. Que la solucidn adop- tala no fue determinada por la consolidacidn de los procesos de reproduccién mecénica, en ver de manual, est demostrado por el muy significativo ejemplo de China, donde la invencién de la imprenta no lev a abendonar la vincula- cin entre texto literario y caligrafia, Pronto veremos que el problema de los “textos” figurativos se planted hist6ricamente en muy distintos términos.) Esta nocién profundamente abstracta de texto explica por qué la critica textual, si bien segufa siendo ampliamente adivinatoria, posefa en si misma aquellas posibilidades de desarrollo en sentido rigurosamente cientitico que ‘madurarfan en el transcurso del siglo XIX. (52) Mediante una decision radical, sa critica consideraba tnicamente los elementes reproducibles (manualmente cen un principio, y después, a consecuencia de Gutenberg, en forma mecéinica) (del texto, De os manera, y aun asumiendo como objeto de su estudio casos in- ug duales, (53) la critica habia Llegado a evitar el principal escollo de las cien- cias humanas: lo cualitativo. No deja de ser sugestivo que Galileo, en el mo- ‘mento mismo en que fundaba, por medio de una reduccién igualmente dréstica, Ia modemaciencia de la naturaleza, se remitiera.a la filologia. El tradicional pa- ralelo que en la Edad Media se trazaba enire el mundo y el libro estaba basado enlaevidencia, en la inmediata legibilidad de ambos: Galileo, en cambio, st- brayé que “Ia filosofia... escrita en este grandfsimo libro que continuamente se ‘nos aparece abierto ante nuestros ojos (yo me refiero al Universo)... no puede entenderse si antes no se aprende a entender la lengua, y a conocer los carac- teres en los que esté escrito”, es decir “wriéngulos, circulos y otras figuras geo- métricas”. (54) Para el fildsofo natural, como para el fildlogo, el texto es una ‘entidad profunda e invisible, que se debe reconstruir més alld de los datos de los sentidos: “las figuras, los mimeros y los movimientos, pero no ya los olores, ni Jos saboresni los sonidos, los cuales fuera del animal viviente no creo que-sean otra cosa que nombres”. (55) Con esa frase, Galileo imprimfaa la ciencia de la naturaleza uncardcter de significado tendencialmente antiantropocéntrico y antiantropomérfico, que ya ‘no perderia. En el mapa del saber se habia producido una rasgadura, que estaba ddestinada a agrandarse cada vez mas. Y por cierto que entre el fisico galileano, profesionalmente sordo alos sonidose insensible alos sabores y losolores, yel médico de su misma época, que aventuraba diagndsiicos aplicando el ofdo a peches catarrosos, olfaicando heces y probando el sabor de orinas, no podta cxistir mayor contraposicién. 4, Uno de tales facultativos era Giulio Maneini, de Siena, protomédico del papa Urbano VIII. No hay pruebas de que conocicra personalmente a Galileo, pero es muy probable que ambos se hayan tratado, puesto que frecuentaban on Roma los mismos circulos, desde la corte papal ala Accademia dei Lincei, y las mismas personas, como Federico Cesi, Giovanni Ciampoli o Giovanni Fa- ber. (56) Gian Vittorio Rossi delineé, bajo el seudénimo de Nicio Eritrea, un. vivacisimo retrato de Mancini, de su aieismo, de su extraordinaria capacidad diagnéstica (que es descrita mediante términos tomados del Iéxico adivinaio- tio) y de su falta de escnipulos para hacerse regalar cuadros —en pintura era “jntelligentissimus”—por sus clientes. (57) Ciertamente Mancini habia redac- tado una obra titulada Alcune consideration appartenenti alla pittura come di diletto di un geniiluomo nobile e come introduttione a quello si deve dire, que circul6 ampliamente en forma manuscrita (su primera impresiGn integral se re- ‘monta apenas a dos décadas atris) (58) Ya desde el titulo, el libro muestra estar dirigido no a los pintores, sino a los nobles aficionados, a ¢sos virtuosi que en cada vez mayor nimero concurrfan a las exposiciones de cuadros antiguos y modemos que se realizaban cada afio,el 19 de marzo, en el Panteén. (59) Sin la existencia de ese mercado antistico, la parte tal vez més novedosa de las Consi- derationi de Mancini —es decir, la dedicada a la “recognition della pittura”, a os métodos para reconocer las falsificaciones, para distinguir los originales de las copias y demas— (60) jams habria sido escrita. El primer intento de funda- cign de la connoisseurship (como se la llamaria un siglo més tarde) se remonta 149, pues a un médico célebre por sus fulmineos diagnGsticos, un hombre que, al ‘wopezar con un enfermo, de una répida ojeada “quem eaitum morbus ille asset habiturus, divinabat” (61) Se nos permitir’, en este punto, ver en la combina- «i6n ojo clinico / ojo de conocedor algo més que una vulger coincidencia. Antes de emprender la tarea de seguir las argumentaciones de Mancini, se ‘debe hacer hincapié en un supuesto previoque es comina él,aese gentithuomo nobile a quien estaba dirigida la obra y a nosotros. Se trata de un supvesto no explicito, porque errneamente se lo consideraba obvio: el de que entre un cua- dro de Rafael y la copia de ese cuadro (tanto si se trataba de una pintura como de un grabado u, hoy, de una fotografia), existe una diferencia insuprimible. Las implicaciones comerciales de ta supuesio —es decir, que una pintura, por éefiniciGa, es un unicum, algo irrepetitle— (62) son evidentes. Com ellas se re- laciona la aparicién de una figura social como la del conocedor, Pero se trata de ‘un supuesto que brota de ura toma de decisiGn cultural de ninguna manera obli- ¢gatoria, como lo demuestrac! hecho de que la misma no se aplica a textos escri- tos. Nada tiene que ver aqui el supuesto caricter eterno de la pintara y la Titera- tura, Ya hemos visto a través de qué mutaciones hisiGricas la nocién de texto escrito se fue depurandode una serie de elementos considerades no pertinentes. En cl caso de la pintura, tal depuraci6n no se verific6, hasta ahora al menos. ES poreso que, a nuestros ojos, las copias manuscritas 0 ias ediciones del Orlando furioso pueden reproducie sxactamente el texto deseado por $i autor, Aristo; ‘cosa que no pensames jams de las copias de un rotrato de Rafacl. (63) El diferente estatus de las copias en pintura y literatura explica por qué Mancini no podfa hacer uso, en cuanto conocedor, de los métodes de la critica textual, aun cuando estableciera, como principio, una analogfa entre el acto de pintar y el de escribir. (64) Pero partiendo precisamente de esa analogf, Man- cini se volvi6, en busca de ayuda, a otras disciplinas en proceso de formacién. __-Etprimer problema que s> planteaba era el de la datacién de las obras \ricas. Para ese fin, afirmaba, hay que adquirir “vierta prictica en el conoci miento de la variedad de la pintura en cuanto asus tiempos, como el que estos anticuarios y bibliotecarios poseen de los caracteres, por los cuales reconocen Ja época de una escriuara”. (65) La alusiGn al “conocimiento ... de los caracte 1es" debe ser relacionada casi con seguridad con los métodos elaborados por Jos mismos afios por Leone Allacei, bibliotecario de la gran Biblioteca Vati- cana, para Ia dataciGn de manuscritos griegos y latinos, métodos que medio siglo més tarde serfan retomados y desarrollaclos por Mabillon, el fundador 4c laciencia paleogréfica. (66) Pero“mésallé de la propiedad comtin del siglo” —continuaba Mancini— existe “la propiedad propia c individual”, tal como “vemos que en los escritores se reconoce esta propiedad diferenciada”. El ‘yinculo anal6gico entre pintura y escritura, sugerido en principio a escala ma- croscépica (“sus tiempos”, “el siglo”), venfa a ser repropuesto, en consecuen- cia,a escala microscopica, individual. En ese marco, los métodos prepaleogra- ficos de un Allecci no eran utilizables. Sin embargo, por los mismos afios habia habido un intento aisiado de someter a andlisis, desde un punto de vista no habi- ‘ual, los escritos individuales. E! médico Mancini, cltando a Hipdcrates, obser- ‘aba que es posible remontarse de Iss “operaciones” a las “impresiones” del al- 150 ‘ma, que a su vez tienen raices en la “propiedad” de Jos cucrpos aislados: “por cuya suposicién, y con la cual, como yo creo, algunos buenos ingenios de este nucstro siglo han escrito y querido dar regla de conocer el intelecio ¢ ingenio ajeno con el modo de escribir y de la escritura de esteo aquel hombre”. Uno de esos “buenos ingenios” era muy probablemente ef médico bolonés Camillo Raldi, quien en su Tratado de cdmo por una carta misiva aulbgrafa se pueden conocer la naturaleza y cualidad del escritor inclufa un capitulo que puede scr considerado el més antiguo texio de grafologia que haya visto la luz en Europa, Se traia del Capitulo VI det 7ratado, intitulado: “Cudies son las significaciones que de la figura del cardcier se pucden tomar”; aqui “carécter” designaba a “la figura y ol retrato de Ia letra, que elemento se llama, hecho con la pluma sobre al papel”. (67) Con todo, y pose a las palabras clogiosas ya recordadas, Manci- ni 32 desinteres6 del objetivo declarado de la nacicate grafologia, lareconstruc cin de la personalidad del que escribia por medio de un andlisis que particra del “cardcter” gréfico trazado para llegar al “cardcter” psicolégico (se trata aqui de una sinonimia que wna voz mésnos remite.a unatinica y remota matriz,temé- tica). En cambio, Mancini se detuvo cn cl supuesto basico de la nucva discipli- na, el de que las distintas graffes individuales son diferentes y, més aun, ini tables. Si se aislaban en les obras pictdricas elementos igualmente inimitables, seria posible alcanzar el fin que Mancini se habia prefijado: la claboraci6n de tun método que permitiera distinguir las obras originales de las falsificaciones, Jos trabajos de los maestros de las copias, o de los productos de una misma cs- cucla, Todo ello explica la exhortacién a controlar si en las pinturas, seveosa franqueza del maestro, y en particular en esas partes que por necesidad se Inacen de resofcin y nose pueden bien hacer eon ia imitaciém, como son ea expe- Cial el cabello, la barba, los ojos. Que el ensortijamienia de los cabellos, cuando se lo ha de imitar, se los hace con penuria, la que en Is copie después aparece, y, si el copiador no los quiere imitar, enionces no tener. a perfeccién de maestro. Y sies- tas partes, en la pintura, soa Como los trams y grupos en laeseritura, quepiden esa frangueaa y resolucidn de maestro, Aun lo mismo se debe observar en algunos es- pitts y vasos de luz [sic}, que ée a poco por el maestro son hechos de un t2z0 ‘een una resolucién por una no imiteble pincelads;« igual en los pliegues de ropas ‘yu luz los cusles dopendon més de Ia fantasia del maestro y su rezolucin que de Ja verdad de Is cosa puesta en eu ser. (68) ‘Como se ve, el paralelo entre el acto de escribir y el de pintar, ya sugerido por Mancini en varios pasajes, es retomado aqui, desde un punto de vista nuevo ¥ sin precedentes (si se exceptia cierta fugaz. alusidn de Filaretes, que puede haber sido desconocida para Mancini) (69). La analogia se subraya por medio el uso de términos t6cnicos repetidamente citados en los tratados de pinturade Ja €poca, como “franqueza”, “trazos", “grupos”. (70) Incluso la insistencia en la “velocidad” tiene el mismo origen: en una época de creciente desarrollo bu- rocratico, las peculiaridades que aseguraban el €xito de una buena letra cursiva ministerial en el mercado escriturial, por asf decirlo, eran, ademas de la elegan- cia, la rapidez en el ductus. (71) En general, la importancia que Mancini arribu- ye a los elementos ormamentales atestigua una reflexiOn para nada superficial 151 sobre las caractertstices de los modelos escrituriales que prevalecian en Talia entre fines del siglo XVI y principios del XVII. (72) Elestudio de la grafta de los “caracteres” demostraba que la identificacién de la mano del maestro debia buscarse, de preferencia, en aquellos sectores de un cuadro que a) eran realiza- dos mas rapidamente, y — en consecunecia— 6) tendencialmemee més disocia- dos de la representaciGn de Io real (disposiciGn del tocado y la cabellera, plie- gues de la vestimenta que “dependen més de la fantasia del maestro y su reso- ucién que de la cosa puesta en su ser”). Ya tendremos ocasidn de volver mas adelante sobre la riqueza que ocultan estas manifestaciones, una riqueza que ni Mancini ni sus contempordneos estaban en condiciones de develar. 5, “Caracteres”. La misma palabra reaparece, en su sentido cabal o en for- maanaldgica, hacia 1620, en los escritos del fundador de la fisica moderna, por tun lado, y en los dc los iniciadores de la paleogratia, la grafologia y la connois- seurship, espectivamente, Por supuesto que entre los “caracteres” inmateriales {que Galileo leia con los ojos de su mente (73) en el libro de la naturaleza, y 1os que Allacci, Baldi o Mancini descifraban maierialmente en papeles y pergami- nos, telas o tablas existia slo un parentesco metaf rico. Pero la identidad de iérminos pone de relieve aun mds la heterogeneidad de las disoiplinas que he mos situado en forma paralela. Su componente de cientificidad, en la acepcién zalileana del término, decrecia bruscamente, segiin se pasara dc las “propieda- 4es" universales de la geometria a las “propiedades comunes de! siglo” de los escritos y, luego, a la “propiedad propia e individual” de las obras pictricas 0, sin més, de la caligrafia. Esta escala decreciente confirma que el verdadero obstéculo para la aplica- cin del paradigma galileano era la existencia 0 no de una centralidad del cle mento individual, en cada una de las disciplinas enunciadas. La posibilidad de tun conocimiento cientifico riguroso iba desvaneciéndose en la misma medida ue los rasgos individuales eran considerados de mas en mas pertinentes. Cla- ro que la decisién previa de dejar de lado los rasgos individuales no garantiza- ba por si misma la aplicabilidad de los métodos fisico-matematicos (sin la cual no se podia hablar de adopcién del paradigma galileano propiamente dicho); pero al menos no la excluia. 6. En este punto se abrian dos caminos: 0 se sacrificabe el conocimiento del elemento individual a la generalizaciGn (mas 0 menos rigurosa, mas 0 me- nos formulable en lenguaje matemético), o bien se trataba de elaborar, si se quiere a tientas, un paradigm diferente, basado en el cofiocimiento cieniico, pero de una cientificidad ain completamente indefinida, de lo individual. Ei primero de esos caminos seria recorrido por las ciencias naturales, y s6lo mu- cho tiempo después fue adoptado por las llamadas ciencias humanas; y la cau- sa es evidente, La propensién a borrar los rasgos individuales de un objeto se halla en relacién directamente proporcional con la distancia emotiva del obser- vador. En una pdgina del Tratado de arquitectura, Filaretes, tras afirmar que es imposible construir dos edificios exactamente idénticos (tal como, a pesar de las apariencias, las “jetas de los tértaros, que tienen todas el rostro de un mismo 152 ‘modo, 0 bien las de los de Etiopia, que son todos negros, si bien los miras, en- contrarés que hay diferencias en los parccidos”), admite con todo que existen “muchos animales que son parecidos uno al otro, como ser moscas, hormigas, gusanos y ranas y muchos peces, que de esa especie no se reconoce uno del otto". (74) A los ojos de un arquitecto eurcpeo, Ins diferencias, incluso mini- ‘mas, enire dos edificios (curopeos) eran relovantes, en tanto que las que separa- ban a dos “jetas” tirtaras o etfopes resultaban desdefiables, y las de los gusanes © las hormigas directamente inexistentes. Un arquitecto tirtaro, un etiops igno- rante en temas de arquitectura 0 una hormiga habrian propuesto jerarquias di- ferentes. El conocimienio individualizante es siempre antropecéntrico, etno- ceéntrico y asi por el estilo, Es claro: también los animales, los minerales 0 las plantas podian ser considerados desde una perspectiva individualizante, por ejemplo adivinatoria; (75) y sobre todo, en el cesode ejemplares que estuvieran claramente fuera de la norma. Como se sabe, la teratologfa era una parte impor- tante de la mantica. Pero en las primeras décadas del siglo XVII Ia influencia que, ann indirectamente, posifa ejercer in paradigma como el galileano ten: subordinar el estudio de los fenémenos anémalos a la biisqueda de la norma, la adivinacién al conocimiento totalizador de Ia naturaleza, En abril de 1625 no- cid cerca de Roma un ternero de dos cabevas, Los naturalisias vinculados con la Accademia dei Lincei se interesaron por el caso. y en los jardines del Belvede- +e vaticano dos intelectuales estrechamente vinculados con Galileo, Giovanni Faber, secretario de la citada academia, y Ciampoli, discutieron el extraordina- rio suceso con Mancini, cl cardenal Agostino Vegio y el papa Urbano VII. El primer interrogante fue: el ternero bicéfalo, ;debia ser considerado un animal, 0 dos? Para los médicos, el elemento que distinguia al individuo era el cerebro: para losémulos de Aristételes,el corazén. (76) Enel resumen escrito al respec- 0 por Faber, se advierte el presumible eco de la interyencién de Mancini, el in- ico médico presente en esa reunién. Vale decir que, a pesar de su interés por la aswrologia, Mancini (77) analizaba las caracteristicas especificas del parto 'monstruoso, no para identificar auspicios en funcién del futuro, sino para llegar una definicén mas concreta de! individuo normal, aquel que—por pertenecer ‘una determinaca especie— podia con todo derecho ser considerado repetible. Con igual atencion que la que solfa dedicar al exemen de las obras pict6ricas, Mancini debio escudrinar laanatomia del ternero bicéfalo. Pero la analogia con su actividad de connoisseur se deten‘a alli, En cierto sentido, precisamente un petsonaje como Mancini expresaba el punto de contacto entre el paradigma adivinatorio (el Mancini diagnosticador y connoisseur) y el peradigma totaliza- dor (cl Mancini anaiomisia y naturalists). Ei punto de contacto, pero también la diferencia, Pese a las apariencias, la muy precisa descripciGn de la autopsia del temero, redactada por Faber, y Ios pequenifsimos grabados que la acompatia- ban, y que represeniaban los Grganos internos del animal, (78) no se propontan captar la “propiedad propia c individual” del objeto en cuanto tal sino, mas allé de dicha propiedad, las “propiedades comunes” (aqui, naturales, no historicas) de la especie. De esa forma, se retomaba y afinabs la tradicién naturalista que reconocia por jefe a Aristétcles. La vista, simbolizada por la aguelisima mirada 153 {21 lince, el animal emblematico que figuraba en el escudo de la Accarlemia dei ince, de Federico Cesi, se rransformaba en el Grgano privilegiado de aquellas disciplinas a las que el ojo suprasensorial de la matcmética les estaba veda- ao. (79) 7. Enire esas ciencias se contaban, al menos en apariencia, las ciencias hu- manas (como las éefinisfamos hoy). Y en cierto sentido cra una inclusién afor- tiri, aunque més no fuera por ¢l tenaz. antropocentrismo de estas disciptinas, tan candorosamente expresado en la ya recordada pdgina de Filarcies. Y sin ‘embargo, hubo intentos de introducir el método matemitico también en el estu- dio de los hechos humanos. (80) Resalta comprensible que el primero y més logrado de e30s intentos —el de los aritméticos politicos — asumiera como su ‘objeto propio los gestos humanos més determinados desde el punto de vista biol6gico: cl nacimiento, la procreacién, la muerte. Esta dristica reduccién per- rmitia una investigaci6n rigurosa y, al mismo tiempo, bastaba para los fines in- formativos, militares 0 fiscales de los esiados absolutos, que dads la escala de ‘sus operaciones se orientaban en sentido exclusivamente cuantitativo. Pero la indiferencia por lo cualitativo de los abanderados de 1a nueva ciencia, la esta dfstica; no aléaii26 a borrar por completo el vino de esta ditima disciplira con la esfera de tas que hemos llamado indiciales. Fleiculo de probabitidades, como lo proclama el tftulo de la clfsica obra de: Rernouilli (Ars conjectandl) tratabade dar una formulaci6n matemitica rigurosa a los problemas que-dema- nera absolutamente diferente yahhabfan sido afrontados por la adivinacicin. (81) Pero el conjunto de las ciencias humanas permaneci6 sdlidamente unido a lo cualitativo; y no sin malestar, sobre todo en el caso de la medicina. A pesar de Jos progresos cumplidos, sus métodos aparecian inciertos, y sus resultados du- dosos. Un escrito como La ceriezza della medicina, de Cabanis, aparecido a fines del digio XVIII (82), reconocfa esta carencia de rigor, por més que a con tinuaciGn se esforzara por reconocerle a la medicina, pese.a todo, una cientifici- dad sui generis. Las razones de la “incerteza” de la medicina parecfan ser dos, fundamentalmente. En primer lugar, no bastaba catalogar las distintas enferme~ dades de manera de integrarlas a un esquema ordenado: en cada individuo, fa enfermedad asumia caracteristicas diferentes, En segundo término, el.conoci- micato de !as enfermedades segufa siendo indirecto, indicial: el cuerpo vivi -te.era, por definicién, intangible. Por supuesto, era posible seccionar el cadi- ‘ver, pero jcémo remionitarse desde el cadaver, ya afectado por los procesos de la muerte, a las caracteristicas del individuo vivo? (83) Anteesta doble dificultad, era inevitable reconocer que la eficacia misma de los procedimientos de la me- dicina era indemostrable. En conclusi6n, a imposibilidad para la medicina de alcanzar el rigor propio de lasciencias de la naturaleza derivaba de la imposibi- Tidad de Ia cuantificacién, como no fuera para funciones puramente auxiliares. La imposibilidad de la cuantificaci6n se derivaba de 1a insuprimible presencia de lo cualitativo, de lo individual; y la presencia de lo individual dependia del hecho de que el ojo humano es mas sensible. las diferencias (aunque sean mar- finales) entre los seres humanos que a las que se dan entre las rocas Olas hojas. 154 Ty En as discusiones sobre Ia “incerteza’” de la modicina, esiaban formulados ya los funuros dilemas epistemolégicos de las ciencias humanas. 8. En Is citada obra de Cabanis podia leerse entre lineas una impaciencia Tauy comprensible, Pese alas més o menos justificadas objeciones que se le pu- 4ieran formular en el plano metodolégico. la medicina seguia siempre siendo una ciencia plenamente reconocida desde el punto de vista social, Perono todas las formas de conocimiento indicial se beneficiaban en ese perfodo de un pres- tigio semejante. Algunes, como ia connoisseurship, de origen relativamente re- ciente, ocupaban un lugar ambiguo, al margen de las disciplinas reconocidas. | tras, més vinculadas con la préctica cotidiana, estaban lisa y lanamente fuera 4e todo reconocimiento. La capacidad de reconocer un caballo defectuoso por Ja forma del corvején, o de prevenir la Hegada de un temporal por un cambio inesperado en la direccion del viento, o la intencion hostil de ura persona que adoptara una expresiin cefuda, no se aprendia por cierto en los tratados de ve- terinaria, meteorologia o psicologfa. En cualquier caso, esas formas del saber ‘eran més ricas que cualquier codificacién escrita; no se transmitfan por medio de litros, sino-de-viva voz, con gestos, mediante miradas; se fundaban en suti- Jezas que por cierto no eran susceptibles de formalizacién, que muy amenudo ni siquiera eran traducibles verbalmente; constitufan el patrimonio, en parte anitario y en parte diversificado, de hombres y mujeres pertenecientes a todas Jas clases sociales. Estaban unidas por un suril parentesco: todas ellas nactan de la experiencia, de Ia experiencia concreta. Este cardcter concreto constituia la fuerza de al tipo de saber. y también su limite, es decir la incapacidad de servir- se del instrumento poderoso y terrible de la abstraccién. (84) | Desde hacia ya tiempo, la cultura escrita habfa tratado de producir una for- mulacién verbal concreta de ese corpus de saberes locales. (85) En general, se habfa tratado de formulaciones chiries y empobrecidas. Piénsese, sin mds, en el abismo que separaba a la esquematica rigidez. de los tratados de fisionémicade la penetracién fisiognémica flexible y rigurosa que podian ejercer un amante, 1m mercader de caballos o un jugador de cartas. Tal vez. fuera sOlD en e! caso.de Ja mecicina donde la codificacion escrita de un saber indicial habfa dado lugar aun verdadero enriquecimiento... pero la historia de los vinculos entre la medi- cina culta la medicina popular atin est por escribirse. Durante el sigio XVIN, Jasituacién cambia, Existe una verdadera ofensiva cultural dela burguesfa, que se apropia de gran parte del saber, indicial y no indicial, de artesanos y campe- sinos, codificdindolo y al mismo tiempo intensificando un gigantesco proceso de aculturacién, ya iniciado (como es obvio, con formas y contenidos muy dife- rentes) por la Contrarreforma, El sfmbolo y el instrumento central de esa ofen- | sivaes, por supaesto, la Encyclopédie. Pero habria que analizar también cierios episodios mimisculospéro reveladores, como la réplica de aquel no identifica- do oficial de albafil romano que Je demuestra a Winckelmann, presumible- mente estupefacto, que ese “guijarro pequedio y chato” que podia reconocerse centre los dedosde ia mano de una estatua descubierta en el puerto de Ancio era Ja “tapita de una vinagrera’, ‘La recopilacin sistemdtica de estos “pequefios discemnimientos”, como Jos llama Winckelmann en otra parte, (86) aliment6 entre los siglos XVIII y XIX 155 la reformulacién de saberes antiguos, desde Ia cocina a la hidrologia o la vete- rinaria. Para un mimero cada vez mayor de lectores, el acceso a determinadas cexperiencias fue mediatizado més y mis por las péginas de los libros. La nove- Ia Hlegé hasta a proporcionar a la burguesia un sustituto y al mismo tiempo una reformulacién de los ritos de iniciaciGn, o sea el acceso a la experiencia en ge- neral. (87) Y fue precisamente gracias a la literatura de ficcién que el paradig- ‘ma indicial conocié en este perfodo un nuevo e inesperado éxito. 9. Ya hemos recordado, a propésito de! remoto origen, presumiblemente ‘cinegético, del paradigma indicial. la fabula o cuento oriental de los tres herma- ‘os que, interpretando una serie de indicios, logran describir el aspecto de un ‘animal que jamés han visto, Este relato hizo su primera aparicién en Occidente. Ia recopilacién de Sercambi. (88) Luezo regresaria, como marco de una re- copilacién de relatos mucho mas.amplia, presentada como traduccién del persa allitaliamo por “Crist6bal armenio” que aparecié en Venecia, a mediados del si- glo XVI, bajo el titulo de Peregrinaggio di tre giovani figliuoli del re di Seren- dippo ('Peregrinaje de tes j6venes hijos del rey de Serendib”). Con estas ca- racteristicas, el libro fue repetidas veces impreso y traducido: primero al ale- ‘din, luego, en el transcurso del siglo XVIII, a favor de la moda orientalizante de 1a época, a las principales lenguas europeas. (89) El éxito de lahistoria de los hijos del rey de Serendib fue tan grande que Horace Walpole acufié en 1754 el neologismo serendipity, para designar “los descubrimientos imprevistos, lleva- dos a cabo gracias al azar ya la inteligencia”. (90) Algunos afios antes de esto, Voltaire habia reelaborado, en el tercer capitulo de su Zadig, el primero de los relatos del Peregrinaggio, que habia leido en traducci6a francesa. En esta re- elaboracién, el camelio del original se habia convertido en una perra y un caba~ lio, que Zadig-lograba describir minuciosamente descifrando las huellas deja- ‘das por los animales en el terreno. Zadig, acusado de robo y conducido ante los jueces, se disculpaba reproduciendo en alia vor el razonamiento mental que le habia permitido trazar el reirato de dos animales que jamés habia visto: ‘J'ai vu sur la sable les waces d'un animal, weelles un petit chien. Des sillons légers et longs, sable entre les races des paites, mont fait connaiire que c’était une chienne dont les mamelles étaient pendantes, et qu'ainsi elle avait fait des petits, ly a peu de jours... 91) Enesias Ifneas, y en las que las segufan, se hallaba el embrién de la nove~ 1a policial, En ellas se inspiraron Poe, Gaboriau, Conan Doyle; direcamente Jes dos primeros, tal vez. indirectamente el tercero. (92) Las razones del extraordinario éxito de la novela policial son conocidas, y sobre algunas de cllas volveremos més adclante. De todos modos, cabe obser- var éesdc un principio que esc géacro novelistico se basaba en un modclo cog- noscitivo al mismo tiempo antiquisimo y modemo. Ya hemos hecho referencia ‘su antigiiedad, incluso inmemorial. En cuanto a su modemidad, basta citar la pagina cn la que Cavier exalt6 los métodos y los éritos de la nueva ciencia pa- eontolégica: J'al jug aisément que c%6 156 +. joudh, quelgu'an qui voit seulementla piste d'un pied fourchs pouten con- lore que Ianimal quia laiseé cet empreinte ruminait, et estte conclusion est tout aussi ceraine qu'aucune autre en physique et en morale. Cete seve piste donne done a celvi qui l'ebserve, et la forme des ders, et la forme des mactoires, et la forme des vertbhres, eta forme de ous les os des jambes, des cuises, des épaules ct du bassin de I'animal gui vient de passer: est une marque plus sire que toules celles de Zacig. (93) licio tal ver mas seguro, aunque similar en el fondo: el nombre de zai se habia vuelto hasta tal punto simbdlico que en 1880 Thomas Huxley, enel ciclo de conferencias que pronuncié para difundir los descubrimientos de Darwin, definid como “método de Zadig” al procedmiento que mancomunata Iahistoria, la arqueologia, la geologia, la asironomia fisica y la paleontologia; es decir la capacidad de hacer profecias retrospectivas. Disciplinas como éstas, profundamente impregnadas de diacronia, no podian sino estar referidas al pa- radigma indicial 0 adivinatorio (y Huxley hablaba en forma explicita de adivi- nacidn dirigida al pasado), (94) descartando el paradigma galileano. Cuando las causas no son reproducibles, s6lo cabe inferirlas de los efectos. Tl 1. Los hilos que componen la trama de esta investigacién podrian ser com- parados con los que forman un tapi. Llegados a esta altura, los vemos ya ‘ordenados en una mala tupicla y homogénea. La coherencia det disefio puede ser verifieads recorriendo con Ia vista el tapiz en distintas direcciones. Si lo hacemos verticalmente, establecemos una secuencia del tipo Serendib-Zadig - ce-Gaboriau-Conan Doyle. Si lo hacemos horizontalmente, nos enconiramos, a.comienzns del siglo XVII un Dubos, que cita una junto a otra, en orden de- cereciente de plausibilidad, Ia medicina, la connoisseurship y la identificacién de la leira manuscrita, (95) En fin, silo hacemos en forma diagonal, saltamos de uno 2 otro contexto histérico, y én los orfgenes de Monsieur Lecog (el detec- tive creado por Gaboriau, que recorre febrilmente un “tereno inculto, cubieno denieve”, moteado por huellas de criminales, compardndolo con una‘“inmensa pagina en blanco, donde las personas que buscamos han dejado escrites no solamente sus movimientos y pasos, sino también sus pensamientos secretos, Jas esperanzas y las angustias que las agitaban”), (96) veremos perfilarse suto- res de tratados de fisionSmica, adivinos babilonios ocupados en descifrar los ‘mensajes escritos por los dioses en las piedras y en los ciclos, cazadores del Neolitico. El tapiz es el paradigma que sucesivamente, seguin cada uno de tos contex- tos, hemos ido Hamando cinegético, adivinatario, indicial 0 sintomético. Esté claro que esos adjetivos no son sindnimos, aunque remitan aun modelo episte- ‘molégico comin, estructurado en disciplinas diferentes, con frecuencia vincu- ladas entre s{ por el préstamo mutuo de métodos, o de términes-clave. Ahora, centre los siglos XVIII y XIX, con la aparicién de las “ciencies humanas”, la 157 constelaci6n de las disciplinas indiciales cambia profundamente: surgen nuc ‘os asiros, destinados a un répido eclipse, como la frenologia, (97) 0 a un cx traordinario éxito, como la paleontologfa: pero sobre todo s¢ afirma, por su prestigio epistemolégico y social, la medicina. A ella se remiten, explicita 0 implicitamente, todas las “ciencias homanas”. Pero,za qué poreién de la medi- cina? A mediados del siglo XIX vemos perfilarse una altemativa: por un lado, 21 modelo anaiémico: por el oto, el sintomtico, La metifora de la “anatomia de | sociedad, usada hasta por Marx, en un pasale crucial, (98) expresa la aspira- cidn aun conocimiento sistemstico en una época que habia visto ya derrambar- se el tltimo gran sistema filos6fico, el hegeliano. Pero a pesar del gran éxito del marxismo, las ciencias humanas han terminado por asumir cada vez mis (con una relevante excepciéa, como veremos) e! paradigma indicial de la siniomati- ca, Y aqui nos reencontramos con la triada Morelli-Freud-Conan Doyle, de la ‘que habiamos partido. 2, Hasta ahora habiamos venido hablando de un paradigma indicial (y sus sinénimos) en sentido general. Es el momento de desarticulario. Una cosa es snalizar huellas, astros, heces (humanas y animales), catarros bronguiales, c reas, pulsaciones, terrenos nevadios o cenizas de cigartillos; otra, analizar gra- ffas, obras pictéricas 0 razonamienios. La distincién entre naturaleza (inanima- da 0 viva) y cultura es fundamental, mucho mas, en verdad, que la distinciGn infinitamente mas superficial y cambiante entre las distintas disciplinas. Ahora bien, Morelli se habia propuesto rastrear, dentro de un sistema de signos cultu- ralmente condicionados, como el sistema pict6rico, las sefiales que posefan la involuntariedad de los sintomas y de la mayor parte de los indicios. Y no sola- mente eso: en esas seflales involuntarias, en las “materiales pequenteces —un caligrafo las Hamarfa garabatos—", comparables a las “palabras y frases favo- ritas” que “la mayor parte de los hombres, tanto al hablar como ai escribir... in- troducen en su mensaje, a veces sin intencidn, o sea, sin darse cuenta”, Morelli reconcefa cl indicio més cortcro de la individualidad del artista, (99) De ese modo, este estudioso retomata (tal vez indirectamente) (100) y desarrollaba los Principios metodoldgicos cnunciados tanto tiempo antes por su predecesor Giulio Mancini, No era casual que esos principios hubieran llegado ala madu- racién después de tanto tiempo, Precisamente por entonces, estaba surgiendo una tendencia cada vex mis decidida hacia un control cuslitativo y capilar s0- tre la sociedad por parte del poder esiatal, que utilizata una nocién de indivi- duo basada también en rasgos minimos e involuntarios. 3. Cada sociedad advierte 1a necesidad de distinguir los elementos que la componen, pero las formas de hacer frente a esta necesidad varfan segtin los tiempos y los lugares. (101) Tenemos, ante todo, el nombre; pero cuanto més. compleja sea la sociedad, tanto més insuficiente se nos aparece el nombre cuando se trata de circunscribir sin equivocos la identidad de un individuo. En el Egipto grecorromano, por ejemplo, si alguno se comprometia ante un notario adesposar una mujer a llevar a cabo una transaccién comercial, se registraban junto con su nombre unos pocos y sumarios datos fisicos, unidos a la mencién 158 decicatrices (si es que las tenia) 1 otras seftas particulares. (102) En todo c280, Jas posibilidades de error o de sustitucién dolosa de personas se mantenfan ele- vadas. En comparacién, et hecho de trazar una firmaal pie de los contratos pre- sentaba muchas veniajas: a fines del siglo XVII, el abate Lanz, en un pasaje de su Storia pitiorica, dedicado a los métodos de los connoisseurs, afimabaque la ‘no imitabilidad de la letra manuscrita individual habia sido querida por la natu- raleza para “seguridad” de la “sociedad civilizada” (burguesa). (103) Por su- ‘puesto, las firmas también se podéen falsificar, y, sobre todo, exclufan de cual- ‘quier control alos no alfabetizados, Y a pesar de esos defectos, durante siglos y siglos las sociedades europeas no sintieron la necesidad de métodes mas segu- 10s y pricticos,¢e comprobacién de la identidad, ni siquiera cuando el naci- miento de la gran industria, la movilidad geogréfica y social con ella vinculada y la vertiginosa conformacisn de gigantescas concestraciones ubanas cambia- zon radicalmente los datos del problema. Y sin embargo, en sociedades de esas ccaracteristicas, hacer desaparccer Ias propias huellas y reaparecer con una iden- tidad cambiada era un juego de nifios, no ya solamente en ciudades como Lon. ddres 0 Paris. Con todo, s610 en las iltimas décadas de! siglo XIX se propusieron desde distintos scetores, yen competencia entre si, nuevos sistemas de identifi- cacién. Era una exigencia que nacfa de les altemativas de fa contemporinea Iu ccha de clases: la creacién de unaasociaciGn imternacional de trabajadores, lare- presidn de la oposicién obrera después del episodio de la Comuna de Paris, los cambios en la criminalidad. La aparici6n de las retaciones de producci6n capitalistas habfa provocado —an Inglaterra desde 1720, aproximadamente, (104) en el resto de Europa ca si un sigio después con el Codigo Napoleén— una transformacién de la legisla- Cidn relscionada con e! nuevo concepto burgués de propiedad, que Heve a au- mentar el nimero de delitos punibles y 1a gravedad Ge las penas. Le tendencia 2 Ja puniciOn de a lucha de clases fue acompafiada por la ereccidn de ua sistema carcelario basado en la detencién protongada. (105) Pero la cdrvel produce cri- minalcs. En Francia, ¢1 nimero de reincidentes, cn continuo aumento a partir de 1870, aleanzé hacia fines del siglo un porceniaje cercano a la mitad de los, sometidos a proceso. (106) El problema de identificar a los reincidentes, plan- teado enesas décadss, constituy6 en los hechos Ia cabeza de puente de un pro- recto general, més o menos consciente, de control generalizado y sutil sobre la sociedad. Para la identificacién de los reincidentes se hacia necesario prober: a) que un individuo habia sido ya condenado, y b) que dicho individuo era el mismo {que habia sufridola anterior concena. (107)El primer punto qued6 resueto con Ja creacién de los registros de policfa. El segundo planteaba dificultades més graves. Las antiguas penas que sefialaben para siempre aun condenado, mar- indolo 0 mutiléndolo, habfan sido abolidas. El lirio impreso en la espaida de ‘Milady haba permitido a D’Artagnan reconocer en ella a una envenenadora ya castigada en el pasado por sus crimenes, mientras que dos evadidos como Edmond Dantés y Jean Valjean nabfan podido reaparecer en el escenario social bajo falsas y respetables personalidades (estos dos ejemplos bastarfan para de- ‘mostrar hasta qué punto la figura del criminal reincidente pesaba sobre la ima- 139, sginacién del sigloXIX). (108) La respetabilidad burguesa pedia signos de reco- nocimiento menos sanguinarios y humillantes que los que existéan durante el ancien régime, pero igualmentc indclebles, La idea de un enorme archivo fotografico criminal fue en wn principio des- cartada, por losinsolubles problemas de clasificacién que planteaba: efecto, aislar elementos “discretos” en el continuum de las imagenes? (109) La variante de la cuantificacién aparecfa como mas sercilla y mas rigurosa. Desie 1879, un empleado de la prefectura de Paris, Alphonse Bertillon, elabord un método antropométrico, que ilustraria en varios ensayos y memorias, (110) ba- sado en minaciosas mediciones corporales, que confluian en una ficha perso- nal. Esté claro que una equivocaciGn de poces milimetros daba pie a un error judicial, pero el defecto principal del método antropométrico de Bertllon era ‘tro: el de ser puramente negativo, Permitia, en el momento del reconccimien- to, descartara dos individuos disfmiles, pero no permitfa afiemar con seguridad {que dos series idénticas de datos se refirieran a un solo individuo. (111)La ine-

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