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DANIEL ROPS — .DEMIA FRANCESA HISTORIA DE LA IGLESIA ‘DE CRISTO XIV ESTOS CRISTIANOS, NUESTROS HERMANOS Esta edicién esta reservada a LOS AMIGOS DE LA HISTORIA HISTORIA DELA IGLESIA Vol. XIV Nihil Obstat: D. Vicente Serrano Madrid 14-10-71 Imprimase: Ricardo, Obispo auxiliar y Vicario Genoral Arzobispado de Madrid-Alealé © Luis de Caralt-Librairie Artheme Fayard Edicién especial para CIRCULO DE AMIGOS DE LA HISTORIA. Conrado del Campo, 9 Madrid-27 ADVERTENCIA AL LECTOR ADVERTENCIA AL LECTOR Ningiin tomo de esta HISTORIA DE LA IGLESIA lleva advertencia inicial al lector. Si éste constituye una excepcién es porque el autor, al escribirlo, se ha visto obligado a veces a adoptar posiciones sobre las cuales cree con- veniente una explicacién. I. —tal es su titulo— salié de Ja casa parroquial para diri- girse a pie hasta la iglesia a la cabeza de una comitiva de sefiores graves, vestidos de gris Es un anciano, atm arrogante, de rasgos re~ gulares, con el cabello cano. Con sus gruesas gatas de montura de oro parece més un profe- sor de universidad que un sacerdote. Lleva ESTOS CRISTIANOS, NUESTROS HERMANOS una pesada capa de terciopelo carmesi, ador- nada por delante y en el vuelo con un ancho galén bordado con motivos evangélicos. Ro- dean al prelado cuatro clérigos sin capa, pero revestidos como él con un alba blanca y una casulla, Una casulla de la forma que los ca- tdlicos Haman «péticar. Todas llevan, bor- dada en la espalda, una cruz de braz0s obli- cus, en la juntura de los cuales destaca un motivo decorativo, simbolo de Cristo o la ima~ gen del Resncitado en gloria. Lo mas inespe- rado en esta procesién nérdica es la gorguera a la espafiola que Ievan todos los clérigos alrededor del cuello. Empiezan a sonar las campanas. La igle- sia esta abarrotada: siempre est4 igual cuan- do viene el Obispo a hacer su visita anual. Los domingos ordinarios esti menos frecuenta~ da... Es una construccién antigua, un poco aplastada, como si tuviera rafces en el suelo. El interior est cubierto con béveda de ca- fién. En los muros hay escenas biblicas pinta- das al fresco. En todos los vanos hay vidrieras que representan solemnes personajes. Junto a los pilares hay cuadros de estilo Este joven monje se Hama Martin Lute- ro, pero hay muchos otros Martin Lutero en la’ Cristiandad. En Bohemia, en Alsacia, en Flandes, en Suiza, en Francia, otros hombres se plantean el mismo problema desgarrador. Este es el clima del tiempo. Un tiempo arre- batado en guerras y violencias, erimenes horri- bles, pecados miserables 0 delicados. Es un tiempo en que la Danza de la Muerte consti tuye tema familiar para los artistas, un tiem- po en que numerosos desequilibrados se lan- zan a la magia o a la necromancia. Un tiem- po en que han aparecido espiritus impios que empezaron a negar a Dios para oponerle el hombre del chumanismoy, duefio exclusive de su destino. Pero este hombre esta ahi, en la tierra, con el sentimiento punzante de su mi- seria y del abismo que lo separa de la Sobe- rana Justicia. ¢Quién responderd a la pregun- ta de Martin Lutero? Deberfa hacerlo la Iglesia: gno es ella la Ecclesia Mater que sabe y que consuela? Pero en el desorden en que el mundo se desgarra ni siquiera sus instituciones han sido preser- vadas. El Papado ha quedado debilitado tras el exilio de Avifién y el Gran Cisma. Vuelto a Roma, aparece demasiado comprometido, como poder temporal que es, en las intrigas y sangrientos conflictos de Italia. Y el orgu- Hloso_ movimiento intelectual que pretende ser un enacimiento» ejerce sobre él, por medio de artistas y escritores, una tentacién eviden- te. La situacién es grave, y un historiador ca- télico del siglo XX no duda al calificarla ast. Pero por haberla denunciado, quiz sin mesu- ra, aunque no sin verdad, Savonarola habia sido levado a la hoguera veinte afios antes... La jerarquia eclesidstica, de arriba a abajo, muestra las mismas causas y los mismos efec- tos. Demasiados obispos han perdido el sen- tido de su responsabilidad espiritual; dema- siados sacerdotes y religiosos se muestran, si no corrompidos, si ignorantes e inertes, com- placientes con la supersticién. La presencia en el seno de la Iglesia de altas figuras de san- tos, y también de masas atin humildemente ficles, no impide que el espectaculo sea la- mentable. Qué respuesta puede dar esta Iglesia, tan poco ejemplar, a la angustia de Martin Lutero y sus compajieros? Ciertamente, si ellos hubieran posefdo junto con aquella fe exigente que les era caracteristica esa humil- dad de espiritu que caracteriza a los auténti- cos santos, hubieran reconocido bajo la corte- za poco grata de las apariencias el rostro puro ESTOS CRISTIANOS, NUESTROS HERMANOS de la esposa de Cristo; y, a pesar de todo, hu- bieran recordado que las Puertas del Infierno no han de prevalecer contra el depositario de la Promesa, Pero hay que reconocer que su error tiene excusas. Lo que les proponen para calmar su angustia es un conjunto de prdc- ticas a menudo lamentables, de rutinas cuyo sentido es incomprensible, de devociones que parecen {érmulas mégicas. Toda esta prdc- tica decadente parece vacia de contenido reli- gioso. Se multiplican las oraciones a los santos, olvidando a veces con exceso que entre los hombres y Dios no hay mds que un media- dor: Cristo Jesis. Se compran indulgencias para adquirir la salvacién a bajo precio, igno- rando que sin espiritu de penitencia estas in- dulgencias no tienen més valor que un papel mojado. ¢Qué relacién puede haber entre el gesto de depositar un florin en la caja de un buldero y la aspiracién del alma a elevarse hacia Dios? Y por eso, el 31 de octubre de 1517, en la puerta del castillo de Wittenberg, Martin Lutero coloca un largo alegato con- tra las indulgencias, y empieza lo que va a ser Ja més grave revolucién religiosa de todos los tiempos. No habré ido demasiado répido? ¢No habria podido encontrar la respuesta que bus- ca_en los maestros que pretenden explicar los misterios de Dios? Ay! De todo lo que cons- tituye el edificio de la Iglesia, la Teologia no es precisamente lo que presenta una situacién menos ruinosa. La escolistica medieval esté en plena decadencia: es algo asi como una mé- quina que gira en el vacio, moliendo sélo viento, incapaz de captar la realidad de la Palabra de Dios. La doctrina de moda es, desde hace un siglo, la del franciscano Oc- Kham. Un sistema que supone a la vez una desnaturalizacién excesiva del hombre y una sobrenaturalizacién infinita de Dios. En las universidades se ha reemplazado al tomismo hasta el punto de que Lutero y sus émulos pueden suponer que la doctrina de Ockham constituye la doctrina oficial de la Iglesia EI ockhamista mas famoso de la época, Ga- briel Biel, ensefia que el pecado puede ser vencido por voluntad propia, pero que esto no constituye ningén mérito a los ojos de Dios: es preciso que éste acepte la obra del hombre y la tenga por meritoria. En este sis- tema la Gracia no es concebida como princi- pio universal que eleva las fuerzas espirituales hasta el plano de la justicia divina y las bue- nas obras como participando en la economia de la Salvacidn. El destino aparece como regi- do por el mecanismo glacial de un déspota. E] alma est inerme. Entonces, como la Keclesia Mater pare- cla incapaz de responderle porque sus précti- cas, mas que conducir a la verdad, parecen ser una pantalla ante ella; puesto que la doctrina que le ensefian conduce a la deses- peracién, Martin Lutero —y otros que, por otra parte, hacen lo mismo— se forja un tema personal y propio. Los elementos los en- cuentra en San Pablo. En San Pablo, el gran pecador a quien Cristo ha manifestado su gra~ cia tocdndole personalmente en el corazén. Los versiculos de la Bpistola a los Romanos, cien veces relefdos y meditados, le dan la res- puesta en un momento de iluminacién. «El Justo vivird de la fe», dice uno (I, 17). Y el otro: ostenemos que el hombre es justifica- do por la fe sin las obras de la Ley» (III, 28). Qué importa entonces el sentimiento desga- trador de su miseria que experimenta el peca~ dor? Es verdad que el pecador «es incapaz de alzarse él solo de su pecado>; es verdad también que al precio de los méritos de Cris- to «incluso las verdades gon pecado ante Dios» Pero alli esté Cristo que responde y que sabe Mamarlo con todas sus fuerzas. El pecador est como recubierto por él con una capa de luz: no es cambiado en el fondo, pero es arrebata- do hacia Dios por un poder mayor que todos los del Infierno. {Creer! ;Tener fe! Eso es lo imico necesario. Al que cree verdaderamente, aunque sea el ultimo de los pecadores, Dios le atribuye los méritos de Cristo. Este es el descubrimiento de Martin Lu- tero, y con él ha encontrado la liberacién de su angustia, la paz del corazén. Para suplir la insuficiencia de la Teologia, é1 crea todo un sistema, En lo que se refiere a la salva~ cién, en la religién incluso, no hay que consi- HIJAS DE LA REFORMA derar més que a Dios, sélo a Dios, y no contar con la aportacién ni con la cooperacién del hombre. Sélo la Gracia vale. Todas las «buenas obras», 1a caridad y la penitencia, pueden ser estimables en si, pero no tienen Ja menor im- portancia en la economia de la Salvacién. To- das Jas intercesiones, por ejemplo la de la Vir- gen Maria o la de los santos, son inconcebibles. Sélo vale el recurso directo a la Palabra de Dios tal como se encuentra en la Escritura: «Ningiin intérprete de la Palabra de Dios, més que el autor de la Palabra», repite el re formador. ¢Acaso no ha dicho San Pablo: «El Espiritu mismo testifica a una con nuestro espirita_que somos hijos de Dios» (Romanos, VIII, 16)? De donde se deriva la exclusién de la autoridad y la mediacién de la Iglesia, sea ante la fe, por su ensefianza, sea ante la Gra- Gia, por los sacramentos. Por lo que a éstos se refiere, Lutero conserva sélo tres: aquéllos cuyo origen cree encontrar en la Escritura: el Bau- tismo, la Penitencia y la Eucaristia, que él llama Cena, y los vacia de su virtud operato- ria de modo que el rito no obra en si. Queda asi, pues, trastornado todo el edificio doctri- nal de la Iglesia, con esta violenta dialéctica Mena de vehemencia en la que el «libre exa- men» se_opone a la tradicién, el recurso di- recto a Dios se opone a las disciplinas ecle- sidsticas, y el espiritu a la letra. Cémo iba a poder aceptar la Iglesia se- mejante subversién? La querella de las in- dulgencias era ya cosa pasada. Ahora era el contenido mismo de la religién lo que se po- nia en tela de juicio. ¥ la Iglesia responde al innovador: «Es verdad que, en la obra de sal- vacién, todo en definitiva viene de Dios, y que su Gracia es indispensable; pero Cristo, nues- tro nico mediador, nos ha dicho: “Transfor- maos”; es decir, reclama nuestra colaboracién. ¥ San Pablo, tan amado por Lutero, dice: “Con temor y temblor, trabajad por vuestra salyacién” (Filipenses, TI, 12), y ha proclama- do igualmente que el hombre con sus pruebas completaba lo que faltaba a la pasién de Cristo (Colosenses, 1, 24). La fe es indispen- sable, pero es sélo el principio de la justifica~ cién, que se acaba por el acto de caridad o 21 de penitencia, y en la recepcién de los sacra mentos instituidos por Cristo para operar en nosotros la obra de Salvacién. En cuanto a la Palabra de Dios, si bien es verdad que es el alfa y omega, también lo es que ha sido con- fiada como un depésito a la Iglesia. Es ella quien, en su conjunto, ha recibido los dones del Espiritu Santo; es ella quien, por la Tra- dicién, explica_y prolonga legitimamente la ensefianza de la Escritura; es ella también quien, asociando el més miserable de los pe~ cadores a los méritos de los santos, lleva a sus miembros a la Salvacién. Término a término, entre la doctrina catélica y la luterana se pue- da establecer una radical oposicién.» ‘Asi, sistematizando la revelacién que cree apoya su idea —cEil justo vive por la fe—, Lutero acaba por predicar una «opinién sepa- rada>, como se decia en los inicios del Cris- tianismo, una doctrina que no es la de la Co- munidad. «Opinién separada» es lo que en griego se lama herejia. Herejia noble, por otra parte. Error por mds, como hay también error por menos: jSélo Dios! jSélo la fe! {Sdlo la Escritura! Pero que precisamente es més peligrosa, porque puede tentar a las almas exigentes. Cuando tres afios después, tras el incidente de Wittenberg, se hace evidente que no se trata de una querclla de monjes ni de una discusién de escuela, sino que alli se po- nen en tela de juicio los fundamentos mismos de la fe, y que hay cristianos, en mimero cre~ ciente, que se adhieren a la nueva doctrina, el Papa condena a Lutero, lo excomulga, y éste responde quemando piiblicamente la Bula a él dirigida. Es la ruptura, una ruptura que el joven monje agustino estaba muy lejos de considerar posible cuando daba a la publici- dad sus noventa y cinco tesis contra las indul- gencias. ¢Acaso no afirma una de estas tesis, la ndmero 38: «No hay que despreciar la Gra cia que el Papa da, porque ella es una decla~ racién del perdén de Dios?» Pero en la mis- ma naturaleza de las «opiniones separadas> reside la tendencia a alejar cada vez més a los que las profesan de las orillas que han aban- donado. Mientras tanto habian ido interviniendo ESTOS CRISTIANOS, NUESTROS HERMANOS multiples causas de todo tipo, y Lutero se habia visto arrastrado por una corriente pode- rosa, Apenas habian transcurrido diez afios desde la fijacién de las Tesis de Wittenberg, cuando Alemania entera aparecia trastomada y los paises vecinos recibian ya las sacudidas. E] éxito prodigioso de las tesis Iuteranas no se explica sélo por razones religiosas; hay que pensar en otras explicaciones, las que propo- nen catélicos y marxistas. En primer lugar in- terviene la politica. En muchos paises germa- nicos, especialmente en Prusia, y en otros después, por ejemplo, en Suecia, y més tarde en Inglaterra, fue el poder civil quien decidié el paso de todo el pueblo de una fe a la otra. Para enriquecerse secularizando los bienes de Ja Iglesia, para asentar su autonomfa, empu- jados a veces por el sentimiento nacional en- tonces en pleno impulso, los sefiores y los so- beranos adoptan las nuevas ideas. El estado de desequilibrio en que entonces se halla el mundo, facilita los rapidos progresos del lute- ranismo. Europa atraviesa una crisis social debida a la aparicién de la economia capitalista, y una crisis intelectual debida a la répida dilatacién del campo de los conocimientos humanos. Tampoco hay que excluir la posibilidad de que Ia libertad sexual concedida al clero por el reformador —gacaso no se ven en la Kscritu- ra Apéstoles casados?— actia de modo fun- damental en el arrebato entusiasta con que ciertos clérigos adoptan la nueva teologia. Puras 0 impuras, todas estas fuerzas van en el mismo sentido. Y, al formidable asalto, la Iglesia parece no oponer més que condenacio- nes de principio, como si la inercia y la ru- tina le impidieran operar por si misma las re- formas que tantos de sus mejores hijos procla- maban como necesarias, es decir, hacer lo que tantas otras veces ha hecho ya en el curso de su historia: en tiempos de San Gregorio, de San Bernardo, de San Francisco de Asis y de Santo Domingo: ponerse a la cabeza de la co- rriente reformadora y dirigirla. Lo hard mds tarde, demasiado tarde, en el Concilio de Trento. Pero mientras tanto, algunos espiritus demasiado ardientes habran desesperado de ella, y la Cristiandad de Occidente quedaré escindida. En el movimiento cuyo principal prota- gonista es Lutero se manifiestan sin embargo signos inequivocos de insuficiencia y desunién. E} individualismo radical que constituye la hase de la Reforma, favorece las tendencias divergentes, incluso las tentativas més llenas de error. Al mismo tiempo que Lutero se han alzado otros reformadores, entre los que hay algunos que Ievan al extremo tesis semejan- tes a las suyas. Asi, en los medios populares, los , el segundo no es para Calvino un recuerdo simbélico, como era para Zwin- glio, sino, como maximo, la evocacién de una presencia’ que sdlo la fe puede captar. La «consubstanciaciém» que admitia ain Lutero, y todo lo que en la misa recuerda el sacrificio de Cristo, queda definitivamente suprimido. Y¥ lo mismo hace con todo lo que ha ido siendo aglutinado por la Tradicién a la plega- ria judia primitiva. Nada de incienso, nada de cirios, nada de férmulas litirgicas ni cere- monias pomposas, En construcciones riguro- samente despojadas de todo ormamento, el culto se reduce casi exclusivamente al minis- terio de la Palabra. El ministerio del Altar, conservado por los luteranos, es relegado, y 1a Comunién, practicada bajo las dos especies por los ficles sentados en torno de una mesa, se identificara hasta el maximo posible con una comida. Calvino da pues un sentido nuevo al protestantismo. Le da un orden. Lutero ha- bia conservado algunos elementos de la orga~ nizacién catélica, por ejemplo la jerarquia episcopal que permitia que los obispos siguie- ran siendo los jefes regionales de la Iglesia, aunque no tuvieran ya el poder de consagrar a los sacerdotes que nombraban. Pero en el sis tema de Calvino los «Pastores» son hombres que han sentido la vocacién de predicar la Pa- labra a la comunidad de fieles, y ésta les re~ conoce el derecho a ejercerla. Cada Iglesia es, pues, libre, como libre es cada parroquia. Los consejos 0 «consistorios» que agrupan a sus representantes no poseen, ni de lejos, los poderes dogmaticos y disciplinarios de la je- rarquia catélica. Es un régimen democratico Jo que Calvino instaura, afirmando que se funda en el ejemplo de la Iglesia primitiva. Sin embargo Calvino, hombre de cardcter autoritario y que sabe a qué aberraciones pue- de Hegar cl hombre pecador, no quiere que la Iglesia de los santos, tal como se ve en la tierra, sea entregada a los excesos de las pa- siones, El «libre examen» tiene para él limi- tes, y la comunidad cristiana,

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