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Traduccién de SERGIO J. VILLASENOR BAYARDO- Revision técnica de HEcTOR PéREZ-RINCON EVELYNE PEWZNER EL HOMBRE CULPABLE La locura y la falta en Occidente Prefacio de GEORGES LANTERI-LAURA UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA ' FONDO DE CULTURA ECONOMICA \ MEXICO Ala memoria de mi padre, el rabino GEORGES APELOIG (1908-1949) Amis hijos, Davip y Bensamin PREFACIO Un libro tan bien organizado, tan bien documenta- do, tan ricamente ilustrado con observaciones clini- cas pertinentes y reflexiones psicopatolégicas sobre El hombre culpable, ciertamente casi no necesita un prefacio que presente la estructura general cuando lo que se tiene que hacer es leerlo pagina por pagi- na, ¥ regresando a algunas de ellas, para aprovechar toda su originalidad. Por ello proponemos, a guisa de introduccién, algunas reflexiones sobre el tema esencial que lo anima. La nocién de culpabilidad, ciertamente polisémi- ca, remite por aiiadidura a areas muy diferentes y, tal vez, radicalmente heterogéneas: las religiones y lo sagrado, la moral y la ciencia de las costumbres, la conciencia intima del bien y del mal; el registro de la patologia mental retoma de cierta manera to- dos estos acentos. Interesémonos para empezar en aquello que no parece competer a la psiquiatria, ue- go preguntémonos si se trata de una simple yuxta- posicin un poco heteréclita, o si puede revelarse en ello alguna sistematizacién, jerarquica 0 no. Para quien se remite a las veligiones del Libro —el judafsmo, las tradiciones cristianas con sus cismas y sus herejfas, el Islam sunita y el Islam chiita— los lazos de la culpabilidad y de lo sagrado parecen im- ponerse de manera evidente por poco que se refle- 9 10 PREFACIO xione, y estarfamos tentados a decir que es la falta como experiencia vivida y como conceptualizacién, la que introduce lo religioso y, segtin ciertos puntos de vista, lo funda. La Biblia cuenta las peripecias de la alianza entre Yahvé y los descendientes de Abra- ham, alianza amenazada sin cesar por la falta esen- cial, la infidelidad: creer, no que existan otros dio- ses, sino que Yahvé no sea el mas poderoso de entre ellos; en la medida en que Yahvé se presenta siem- pre como un dios celoso, la falta mas grave, ante la cual todas las demas slo parecen remilgos, es la de cuestionar tal celo y, en cierta medida, Ja de buscar hasta donde puede conducir la infidelidad, sin dejar de saber que el celo divino se apacigua y que la alianza se renueva. Cuando esta tragedia pierde un poco de su intensidad, lo que manifiesta en el cre- yente la fidelidad a la alianza es el respeto minucio- so de las prescripciones de la ley. Por lo tanto, lo sagrado se convierte en aquello que la falta hace perder, v la culpabilidad impone el sentimiento doloroso de esa pérdida, con la espe- ranza pasiva y la biisqueda activa de la reconcilia- cién. El sacrificio constituye, entonces, un intento de reparacién ritual que, ciertamente, no puede apremiar al dios celoso a reconciliarse con el cre- yente arrepentido, pero que sf lo inclina a ello. Las tradiciones cristianas retoman muchos de es- tos aspectos y de sus consecuencias, pero acentuan- do, al parecer, dos registros. En primer lugar, la fal- ta esencial, més importante que ninguna otra y verdaderamente incomparable, es el pecado original, del que se derivan las miserias de la condicién hu- PREFACIO u mana, con las enfermedades, el mal y la muerte; re- sulta de una curiosidad maldita, se convierte en par- te integrante de la humanidad, se transmite inevita- blemente a aquellos que nada tienen que ver y prepara a priori una condena, excepto en el caso de la redencién hecha mediante un sacrificio inimagi- nable, e! del Hijo de Dios encarnado En cuanto a la tradicién cordnica, cuya riqueza no se reduce, evidentemente, a lo que con excesiva brevedad podemos indicar aquf, nos recuerda que lo sagrado nos obliga a reconocer que el hombre con- tina siendo responsable de todos sus actos y, en particular, de sus faltas, y a la vez que su destino esta trazado desde la eternidad, tan bien trazado que no puede ni librarse ni volverse irresponsable con el pretexto de que sus posibles esfuerzos jamas serén suficientes En otras tradiciones religiosas tales términos se conciliarian de modo diferente o no existirian, Eve- Iyne Pewener insiste, precisamente, sobre la articu- lacion de las caracteristicas de Jo religioso y de la representacién del mal en Occidente: intenta encon- tar, refractado en las expresiones individuales por impregnacion de las expresiones culturales, el tema recurrente de la imposible inocencia del hombre an- clado en el dogma del pecado original. Aqui simple- mente hemos querido sefialar algunos aspectos que aclaren las relaciones entre las nociones de la falta, del sacrificio, de la expiacién y de lo sagrado. Desde el momento mismo en que se evoca la nocién de falta, uno se encuentra atrapado dentro de un 12 PREFACID cierto ntimero de referencias casi inevitables; por ello debemos preguntarnos Un instante si constitu- yen un conjunto mas o menos ordenado o una amal- gama cadtica. La primera hipétesis parece mds digna que la otra, ¢pero adénde nos conduce? Uno puede esperar encontrar —o imponer— un orden jerarquico, y para ello no han faltado intentos.! Durante largo tiempo lo sagrado, en forma de tal © cual revelacién, pero también en forma de una trascendencia menos personelizada, ha desempefia- do el papel de fundamento de toda moral practica, ya sea que prevalezca una tradicién excluyendo a to- das las otras, ya sea que una ética promedio parez- ca destacarse entre varias tradiciones religiosas; desde este punto de vista lo divino enuncia, de una manera més o menos explicita, los mandamientos cuyo no acatamiento constituye las faltas: el mundo moral se reduce a una aplicacién efectiva de las ex gencias de lo sagrado y s6lo adquiere un poco de au- tonomia gracias a la casuistica, es decir, a la necesi- dad de poder decidir en los casos ambiguos en los que tales exigencias sagradas pierden su evidencia. De esta manera, el nivel morel se presenta como su- bordinado al orden religioso: Pero también se puede adelantar que los aspectos teligiosos de la nocién de falta se reducen a disfra- ces mds o menos eficaces de una moral humana 'C. M, Scheler, Le formalism en éthique et Féthique materi le des valeurs, trad. M. de Gandillac Paris, Gallimard, 1955; J.-P. Sartre, Cahiers pour une morale, Paris, Gallimard, 1983; R. Polin, La création des valeurs, Parfs, evr, 1944. PREFACIO 13 que, para desempeniar efectivamente su papel ante algunos, necesita por lo menos algtin tiempo, apa- rentar fundarse en una trascendencia; también se puede, a la manera de A. Comte, evocar los progre- sos de la humanidad, que antes que nada tiene ne- cesidad de pretextos religiosos, para luego poder deshacerse de ellos. Falta decir que lo religioso, aunque se le aleje o se le rechace, deja huellas dura- deras: muchos de los valores morales no son otra cosa que el resultado de un laicismo, como bien lo muestra Evelyne Pewzner. Es evidente que en toda practica psiquidtrica se encuentran muy frecuentemente diversos aspectos de la experiencia vivida de la culpabilidad. Uno puede entonces preguntarse si la patologia mental, ese ca- mino real hacia todas las polisemias y hacia todas las ambigiiedades de una tredicion, podria explicar el sentimiento de la falta, no sélo el morboso, sino en su universalidad. Antes de alegrarnos o de camar al psicologismo, debemos considerar por un instante una observa- cién previa. La patologfa mental se interesa, ciertamente, por la nocién de culpabilidad, pero lo hace con acepcio- nes sumamente diversas y con registros muy dife- rentes entre si. En la clfnica se trata de un senti- miento de falta que uno encuentra frecuentemente desde el momento en que un paciente se interroga sobre los origenes de una angustia que se puede ca- lificar de neurética, pero también de la busqueda, en 2 2 Of. E, Husserl, La philosophie comme science rigotreuse, trad. Q, Lauer, Paris, puF 1955. 4 PREFACIO ocasiones vana, de un motivo para la culpabilidad durante el acceso melancélico, delirante 0 no, o in- cluso de la descompensacién de una paranoia sen- sitiva, y el aspecto mas desesperante es, sin duda, que el paciente est seguro de haber cometido una falta, pero una falta que no logra conocer, 0 mas atin, el sindrome de Cotard,? en el que el sujeto ya no puede ni siquiera recurrir a la muerte. Por otro lado, la nocién de falta ocupa muchas veces, aunque de manera més bien artificiosa, el lu- gar de la nocién de etiologia, en particular en todas las sitiaciones en las que se pueden hacer pregun- tas relativas a la herencia 0 a la educacién: gla neu- rosis del nifio resulta de una educacion demasiado. rigida; las conductas perversas del adolescente re- sultan de una educacién demasiado permisiva? éLos antecedentes familiares vienen del lado mater- no o del paterno? En sintesis, ga qué se debe la transformacién y de quién es la falta. ..? En Occidente, dice la autora de El hombre culpa- ble, es grande la probabilidad de que el hombre, considerandose el responsable del advenimiento del mal en la creacién, se juzgue —personal o incluso ontolégicamente— culpable. 3 El sindrome de Cotard, también llamado psicosis del fin del mundo, es un tipo de melancolia delirante compuesta de nume- rosas ideas de negacién. En su forma general este sindrome, también llamado “delirio de la negacion de los rganos’, nifiesta precisamente por la idea delirante de no tener estémago 0 corazén, se acompafa de ansiedad, alucinaciones, sentimientos de estar muerto 0 de no poder morir, de aniquila- miento y de culpabilidad. [1.] PREFACIO 15 Esto significa que la nocién de falta desempefia un papel central en la patologia mental de Occiden- te, Esta nocién establece complejos parentescos con la historia individual y con la historia colectiva. Tal nocién puede llevarnos a registros diversos y en ella rencontramos la heterogeneidad radical que ya, en varias ocasiones, habfamos hallado. Todo el valor de este libro, su rigor y su riqueza, enfrentan con entu- siasmo y con éxito esa aseveracién. Es por eso que contiene paginas muy importantes para la psiquia- ria de finales del siglo xx G. LANTERI-LAURA PROLOGO. Esta obra es fruto de una reflexién sobre las rela- ciones entre la psicopatologfa y la cultura en Occ dente; no pretende ser ni un manual de psiquiatria ni un tratado de terapéutica. Solamente tiene la am- bicion de mostrar que el descubrimiento del senti- do, en psicopatologfa, exige recurrir a diversos cam- pos del conocimiento. El enfoque generalmente admitido, médico y psicol6gico, cualesquiera que sean los presupuestos tedricos sobre los cuales se basa, sdlo aporta, de hecho, una parte de los signifi- cados posibles. El hilo conductor de esta cbra es la idea de que lo religioso, fntimamente ligado al problema del mal, deja en cada uno de nosotros una huella duradera y modela la expresion de toda angustia. Sin embargo, no digo y jams he querido decir que “la religion en- ferme’; y no lo digo dado que no lo pienso asi. Me limito a decir, gracias a la reflexién —favorecida por una larga practica clinica— que he hecho sobre este problema, que lo religioso traza fuertes Iineas que todo sujeto tomaré prestadas aun sin darse cuenta. La interpretacién del trastorno mental requiere siempre la referencia al universo de sentido en el cual estamos inmersos, y estas referencias varian con las culturas consideradas. Me he limitado al estudio de la tradicién que mas 7 18 PROLOGO frecuentemente he encontrado en mi practica, el cristianismo latino; no he hablado ni del cristianis- mo ortodoxo ni del Islam; retrocedi ante la amplitud de la tarea, pero ahi hay, con seguridad, un rico do- minio de estudio y de investigacién. Inicialmente habfa proyectado estudiar los libros del catecismo en uso en el transcurso de los tiltimos decenios y la letra de los canticos que se entonan en las iglesias catélicas y los templos protestantes; me contento hoy con mencionar este enfoque como una posible via de investigacién. Este libro, en efecto, habré al- canzado su objetivo si llega a convencer al lector del interés de abrir el campo de la psiquiatria y de la psicopatologia a otras areas en Jas que abundan la memoria y el significado: la sociologia, la etnolo- gia y tal vez, sobre todo, la historia de las mentali- dades religiosas. Los consejos y el entusiasmo del editor, Jean Henriet, permiticron la publicacion de este libro; la relectura critica, atenta y constructiva de mi ma- nuscrito hecha por Alain Boyer me brind6 una ayu- da preciosa; les agradezco calurosamente a ambos. Y me alegra mucho que el profesor Georges Lante- ri-Laura aceptara escribir el prefacio de esta obra. INTRODUCCION El punto de partida de esta reflexién ha sido el ca- racter insistente, invasor, del sentimiento de culpa- bilidad en la mayoria de las formaciones psicopato- logicas encontradas en el transcurso de una larga practica clinica. El tema de la culpabilidad, presen- te en el discurso del paciente, tiene un lugar privile- giado en el discurso del médico; éste, deliberada- mente o no, le confiere a la culpabilidad un papel esencial en la interpretacion de los trastornos men- tales. El descubrimiento, en contextos no occidentales, de una expresién diferente del sufrimiento psiquico y de otro modo de interpretacion de los hechos psi- copatolégicos, permitié clarificar mejor este pro- yecto de investigacion; la perspectiva antropoldgica orienté el andlisis del material clinico, punto de par- tida de mi reflexién; el conocimiento de los estudios de psiquiatria y de psicopatologia comparadas le dio una direccién decisiva a este trabajo. En efecto, los estudios de antropdélogos y psiquiatras que tr bajan en medios no occidentales tienden a conven- cernos de que el sentimiento de culpabilidad, que cotidianamente nos interpela en nuestra préctica clinica, de hecho no es ineluctable; de alli que se ponga en duda la idea de que la culpabilidad podria pertenecer en rigor al hecho psicopatolégico. Si la 19 20 INTRODUCCION culpabilidad no desempefia en todos lados el papel eminente que nosotros conocemos, surge una inte- rrogacién concerniente z los lazos que eventualmen- te unen los hechos psicopatolégicos y el contexto cul- tural en el seno del cual aparecen. O, para decirlo de otra manera y precisar ctin més mi hipétesis, pode- mos preguntamos en qué medida la psicopatologfa revela una dimension fundamental de la cultura. Ciertas entidades psicopatolégicas bien circuns- critas no tienen equivalente en otros universos cul- turales; es el caso, en particular, de la neurosis ob- sesiva, la psicosis pararoica, la melancolfa, por lo menos en su forma autoacusatoria. Se sabe, final- mente, que ciertos sindromes encontrados en con- textos no occidentales no pueden entrar en nuestro cuadro nosolégico mas que de manera artificial, ar- bitraria. De esta forma, fuera de la perspectiva del pecado, no resulta evidente que la nocién de culpa- bilidad pueda retenerse como el eje central de la in- terpretacién del trastorno mental Con su expresién y con la interpretacién que sus- cita, el trastomno mental est, en efecto, en estrecha relacién con la problematica del mal, que a su vez tampoco puede disociarse de la concepcién religio- sa en una tradicién cultural dada. En la perspectiva occidental se tiende a considerar que el mal es in- herente al hombre mismo. Esta nocién de interios dad resulta mucho més impresionante aqui al con- siderar que esta ausente en contextos culturales diferentes, donde el orgen del mal esta situado siempre en el exterior de! sujeto, por ejemplo en un perseguidor que se puede localizar y nombrar; en INTRODUCCION 21 este caso la expresién mas tipica del sufrimiento y del desconcierto esta representada por la tematica de persecucién (asf es en Afsica Negra, por ejem- plo). En Occidente la idea de que el mal tiene sus rafces en el ser mismo abre la via de la culpabilidad, que designa el momento subjetivo de la falta. Asi uno se ve llevado a pensar que el simbolismo del mal propio de una tradicién determinada influye, de manera mas o menos oculta, aunque siempre poderosa, en la expresion del sufrimiento psiquico y la interpretacién que de él se hace. En la cultura occidental la-nocién de culpabili- dad es primera (originaria) y permite comprender lo esencial de la psicologia individual y de la dina- mica interpersonal (relaciones familiares y socia- les). Esta modalidad de relacién se presenta con una nitidez que tiene el valor de una demostracion en la melancolia y en la neurosis obsesiva; en efecto, estas dos entidades clinicas representan un material pri- vilegiado a partir del cual es posible encontrar los lazos existentes entre la produccién psicopatolégica —centrada en Ia culpabilidad— y la constelacion simbélica en la cual se origina el complejo cultural —centrada en la nocién de pecado. En lo esencial en esta obra se tratard de sefialar, mediante un doble movimiento, yendo de los sinto- mas a los simbolos y de los simbolos a los sintomas, la continuidad entre lo patolégico, lo normal y lo simbélico; el concepto unificador estara representa- do por la culpabilidad, el principio de inteligibilidad que permitird articular el hecho psicopatolégico mismo con la tradici6n mitica y religiosa. INTRODUCCION Toda practica en el campo de la psiquiatria nos interpela mas alla de la dimensién puramente mé- dica (admitiendo que ésta exista. . .) y nos conduce a significados que por todas partes rebasan un saber clinico y un simple saber hacer terapéutico. La complejidad del hecho psicopatolégico es tal que los esquemas puramente organicistas 0 puramente psi- cogenéticos (es decir, que sélo toman en cuenta la historia singular, factual del sujeto) no pueden ex- plicar la riqueza simbélica que encubre el discurso de la locura. De hecho, tales esquemas sélo podrfan desembocar en la aprehensién parcial de una rea- lidad que implica una dimensi6n —transindividual y transbiolégica— que hasta un periodo muy re- ciente la préctica tradicional occidental ha ignorado soberbiamente. Este desconocimiento constituye en si mismo un problema y se integra en un modo de pensamiento caracteristico de toda una evolucién cultural. El rodeo que parece necesario, frecuente- mente largo, en ocasiones sinuoso, deberfa permitir un enfoque renovado del problema de la interpreta- cién de los trastornos mentales. Esta reflexion se ha ordenado sobre la base de dos tipos de hechos; en primer lugar, el cardcter re- currente del tema de la culpabilidad en los pacien- tes vistos a lo largo de una practica clinica que tiene ya mas de quince afios; en segundo, las conclusio- nes de muchos trabajos de psiquiatria o de psicopa- tologia transcultural publicados durante los tiltimos veinte afios. Pero los hechos en si mismos sélo tie- nen una elocuencia limitada; si en cierto momento adquieren un relieve particular y dan lugar a tal 0 INTRODUCCION 23 cual tipo de interpretacion es sdlo a partir de los presupuestos teéricos.! Lo que es valido para la fisica lo es a fortiori para la psicopatologia; la mayor parte de los tratados contemporaneos de psiquiatria y de psicopatologia se contentan con sefialar la ausencia o la rareza de Jos sentimientos de culpabilidad en el curso de los sindromes depresivos encontrados en un contexto no occidental, pero esta precision —que ocupa muy poco espacio en tales obras— aparece como una va- riante anecdotica, una concesién hecha a la moda reciente de los estudios transculturales, y no precisa- mente como un hecho notable cuya existencia incita a relativizar el caracter absoluto del saber al cual es- tos manuales acuerdan, segtin parece, un alcance universal. La medicina occidental, de buen o mal grado, permanece profundamente ligada al dogma del método anatomoclinico y considera cualquier otro enfoque que se base en fundamentos tedricos diferentes como una gestién torpe, aureolada de irracionalidad y que conduce a la elaboracién de un modelo “carente de rigor cientifico”. La variacién en la frecuencia del sentimiento de culpabilidad, de una cultura a otra, merece algo mas y mejor que una advertencia subsidiaria o una nota a pie de pagina; allf hay una realidad inelucta- ble a partir de Ja cual puede elaborarse una refle- xién a profundidad sobre la especificidad de una cultura en la que la culpabilidad aparece como una 2 Of. 1, Prigogine e I. Stengers, La nowvelle alliance, Métha- morphose de la science, Paris, Gallimard, 1979. 24 INTRODUCCION dimensi6n esencial del funcionamiento psicopatol6- gico, as{ como del funcionamiento psicolégico en general. Tal vez hasta la fecha no se le ha dadoa este problema la importancia que merece. Se conocen numerosos estudios sobre la cuesti6n de la culpabi- lidad que emanan principalmente de filsofos y te6- logos. Bajo una perspectiva psicopatolégica uno sélo encuentra, por el centrario, un nuimero restrin- gido de estudios de tipe sintético; retendremos so- bre todo el estudio de A. Hesnard quien, en particu- lar en un libro que ya es célebre, L'univers morbide de la faute (El universo morboso de la falta),? publi- cado en 1949, intenté desarrollar la idea segin la cual “la enfermedad mental, cualquiera que sea su grado y su forma, es una existencia con el significa do humano de culpabilidad” > Algunos afios después de la publicacién en Fran- cia de El universo morboso de la falta se publicaba en Nueva York la obra de T. Reik, Mythe et culpabi- lité. Crime et chatiment de Vhumanité [Mito y culpa- bilidad. Crimen y castigo de la humanidad],* en la cual el autor se proponfa someter a una investiga- cién analitica el “sentimiento de culpabilidad uni- versal’, apoyandose, entre otras, en la idea de que la evolucién de la civilizacién tiene un parecido pro- fundo con el desarrollo del individuo. El principal reproche que se le puede hacer a Reik es el de haber levado la cuestién de la culpabilidad al plano de 2 A. Hesnard, Liunivers morbide de la faute, Paris, Pur, 1949. 3 Tbidem, p. 4 é 4 T. Reik, Mythe et culpabilité. Crime et chatiment de Thuma- nité, Paris, rur, 1979. INTRODUCCION 235 toda la humanidad (sentimiento universal de culpa- bilidad) y de haber brindade una respuesta inspira- da en una tradicién cultural especffica, es decir, lo- calizada y limitada, a la cual, mediante un verdadero esfuerzo, le acuerda un valor universal. Mas cerca de nosotros un cierto ntimero de autores (J. Laplan- che, J. Goldberg, G. Charron) han reflexionado sobre el lugar de la culpabilidad dentro mismo de la teo- rfa psicoanalitica. Algunas consideraciones sobre la relacién entre la cultura y la culpabilidad en psico- patologfa se encuentran esparcidas en diversos ar- ticulos recientes, obras en particular de autores nor- teamericanos, africanos y asiaticos. Estos estudios se han centrado sobre todo en la distincién entre el sentimiento de vergiienza y el sentimiento de culpa- bilidad, o sobre las diferentes modalidades de ex- presién de la depresién segtin las diversas culturas. Por otra parte, en el transcurso de estos tiltimos afios investigadores en ciencias humanas (sociélo- 08, polit6logos, antropélogos) se han interesado en delimitar esta realidad compleja que estard en el centro de nuestras preocupaciones: el Occidente. Diversos tipos de enfoque deben conjugarse, en efecto, para definir lo mejo> posible el mundo oc- cidental; lo religioso representa, en mi opinion, la via de acceso fundamental para comprender la gé- nesis de la cultura occidental y de la culpabilidad. Que yo sepa, no existe actualmente un verdadero trabajo de sintesis que se haya dado a la tarea de ar- ticular los fenémenos psicopatolégicos con las ca- racterfsticas socioculturales y religiosas fundamen- tales de Occidente. Para otras culturas se han hecho 26 INTRODUCCION Investigaciones de este tipo; podemos citar los tra- bajos de I. Sow sobre las bases culturales de la psi- quiatria africana. Un enfoque comparado muestra claramente que la culpabilidad occidental no puede comprenderse mas que a la luz de una concepcién original de la persona, que resulta de lo religioso, caracterizado en el cristianismo por el deseo ar- diente de una relacién de [usién con lo divino, deseo sin cesar comprometido, obstaculizado, por la dis- tancia irremediable entre el hombre y Dios, que in- troduce en el imaginario, més alld de la creacién y de la finitud, la nocién central y decisiva del pecado original En el enfoque cultural de la culpabilidad morbo- sano ha tardado en manifestarse la necesidad de re- currir a dreas aparentemente alejadas entre si y sin lazo evidente con los fenémenos psicopatolégicos Sélo una gestion de este tipo es susceptible de acla- rar los significados basicos del trastorno psiquico que la biologfa despoja de su contenido existencial y para el cual recurrir exclusivamente a la psicologia individual slo desemboca en un conocimiento trun- cado. Es legitimo preguntarse por qué en la historia de Occidente los proyectos de enfoque sintético han sido formulados tardiamente. Lo previo a toda pos- tura de este tipo ha sido, sin duda, una necesaria pero tardia y laboriosa “descentralizacién’, un cues- tionamiento del. etnocentrismo, por largo tiempo absoluto y triunfante. En nuestra tradicion médica el éxito del método anatomoclinico ha relegado largamente al claroscu- ro-de las divagaciones sospechosas de irracionali- INTRODUCCION 7 dad a todo enfoque no cientifico de los hechos pa- tolégicos. Las consecuencias de este “imperialismo’ doctrinal no tienen el mismo alcance para la pato- logfa general que para la psiquiatria. Esta tiltima, en efecto, es por su misma naturaleza portadora de sig- nificados que se sittian mas all4 de lo biolégico y de lo individual. El hecho psicopatolégico constituye permanentemente, cualesquiera que sean el des rrollo y la perfeccién del saber cientifico que se le aplique, un desaffo a todo intento de reduccién a un modo de conocimiento estrictamente racional. El trastorno mental es menos independiente que cual- quier otra expresién humana de lo mitico y de lo re- ligioso. El trastorno somatico en sf mismo comuni- ca, a la vez, los significados propios del sujeto y los significados comunes de un conjunto de individuos situados en una red determinada de relaciones so- cioculturales y de valores. Se presenta de entrada y abrumadoramente como un hecho humano total, como la expresion patética de un sufrimiento inex- presable; mientras se le pueda expresar, este sufri- miento toma prestados, esponténeamente, los re- cursos que pone a su disposicién el lenguaje, punto en el que se entrecruzan los significados sociales, miticos y religiosos que preceden a lo individual y lo trascienden. El hecho psicopatolégico, porque se si- tia en un cruce de caminos, representa una via de acceso privilegiada al conocimiento de una cultura. Su riqueza y su complejidad justifican recurrir a disciplinas que estudian aspectos diversos de la rea- lidad humana. La interpretacién del trastorno men- tal exige un rodeo, pasando por el conocimiento de la 28 INTRODUCCION cultura en el seno de la cual se expresa y por la com- paracién con otras formas de expresién del sufri- miento psiquico en universos culturales diferentes. La idea central que guiard nuestro itinerario con- siste en ver un encuentro no fortuito entre el desa- rrollo de Occidente y el progreso de la culpabilidad. Es decir que toda tentativa de elucidacién de este problema exige apelar a la referencia histérica que, al privilegiar los aspectos sociopoliticos y religiosos, permite despejar una configuracién original en la cual el hombre occidental puede capiar la especifi- cidad de su relacién con la naturaleza, con el otro, con lo divino. Asimismo, mediante este enfoque no se trata de establecer una relacion de causalidad en- tre la enfermedad mental y determinada conciencia religiosa, sino de estudiar las configuraciones de las ideas y de los valores, las redes ideolégicas que ca- racterizan el universo cultural occidental y que le pueden dar una expresién especifica a los fenéme- nos psicopatolégicos. En este desciframiento de los significados parece eminente el valor heuristico de los aspectos religiosos, en particular la problemati- ca del mal en los universos religiosos cuya influen- cia ha sido determinante. Historia de Occidente e historia del cristianismo han estado indisoluble- mente ligadas; en la convergencia o en la divergen- cia, en la armonfa o en la discordia, el universo mental est4 en comunicacién, abierta o secretamen- te, con el universo religioso, que informa todos los aspectos del mundo circundante. ‘Al abordar la cuestién de los fundamentos cultu- rales de la culpabilidad occidental podemos tomar, INTRODUCCION 29 de las culturas consideradas ‘undadoras —helénica, judia y cristiana—, la emergencia, la génesis de aquello que se convertiré en el andamiaje de la an- tropologfa occidental, cuyos ejes fundamentales es- tan constituidos por el cristianismo, por una parte, y por la otra la idea de progreso, a su vez heredera de las influencias salidas de ese crisol que fue el mundo grecorromano. A esta herencia compleja se apegan las ideas, menos universales de lo que a pri- mera vista parecen, de la supremacta de la raz6n y del control de Ja naturaleza por el hombre. Mal ab- soluto, valor absoluto del progreso y de la razon mar- can asi, poderosamente, la imagen del Occidente. El hecho vivo, concreto y total que constituye el trastorno mental no podré ser abordado y analizado antes de haber puesto en su lugar el trasfondo ideo- logico, el paisaje cultural en el cual se inserta el individuo; su discurso es, sin duda, radicalmente singular, pero, al mismo tiempo, es portador de sig- nificados colectivos, compartidos por el grupo so- ciocultural de referencia. Un acercamiento doble, histérico y antropolégico, también parece indispen- sable para la comprensién de los hechos concretos con los cuales nos confronta cotidianamente la préc- tica. El enfoque antropoldgico, en efecto, no puede dejar de lado la dimensién histérica, dado que una cultura es comparable a una formacién geolégica compleja en la cual se recoroce el resultado de un proceso de sedimentacién. La combinacién y la transformaci6on de las capas heterogéneas han he- cho nacer una sintesis original, incluyendo también aquellos indices que permiten remontarse a los ma- 30 INTRODUCCION teriales constitutivos, modelados y transformados por el tiempo. Este trabajo de metamorfosis ha de- sembocado en una configuracién en la cual la nove- dad radical deja aparecer, sin embargo, elementos ya conocidos. La literatura cristiana religiosa y filoséfica de los primeros siglos y de la Edad Media ha bebido di- rectamente de la fuente de Jas tradiciones griega y rornana (en particular del pensamiento estoico) y la tradicién cristiana ha retomado, modificado 0 am- pliado ciertos temas familiares a la religion helenfs- tica, En el curso de los tiltimos decenios se ha des- tacado la importancia de las fuentes griegas en el cristianismo, en particular por parte de los telogos catélicos. Al mismo tiempo, esta opinién ha matiza- do la perspectiva tradicional que vefa en el cristia- nismo la realizacién del judaismo del cual surgié; esa filiaci6n, considerada como directa ¢ implicita, origina la idea comtinmente admitida de que existe una tradicién “judeo-cristiana”. Sin duda la realidad es mucho mas compleja Ciertamente algunos temas cristianos se tomaron prestados de la tradicion judfa —en particular el monoteismo y Ja idea de la creacién ex nihilo—, pero el judafsmo y el cristianismo contemplan de manera diferente la relacién del hombre con Dios y la problematica del mal, dos puntos indisociables, centrales al problema. El momento crucial de nues- tra interrogacion tratard sobre el tema del pecado, que conduce, en efecto, a la esencia de la problemé- tica cristiana. Ahora bien, en la elaboracién y el desarrollo del INTRODUCCION u concepto de pecado, en el progreso de este proceso de interiorizacién del mal tan caracteristico de Oc- cidente, ha sido determinante la influencia de la re- ligién érfica y del pensamiento estoico. Si bien el pensamiento cristiano encontré en el judafsmo una cierta formulacion del pecado y una interrogacién permanente tocante a este tiltimo, las divergencias sobre la naturaleza del pecado forman, en Jo esen- cial, la linea de separacién entre el judatsmo y el cristianismo; Ja frontera entre ambos pasa, en efec- to, por la controversia que despierta el problema del pecado original. Este representa de alguna manera la sintesis inédita de dos grandes corrientes cultura- les, con respecto a las cuales marca un divorcio ra- dical. Aunque el pecado toma sus rafces de la cultu- ra grecorromana, por una parte, y de la tradicion judia, por la otra, el pecado original constituye una formacién completamente original con respecto a sus elementos fundadores. Ni el judaismo ni las re- ligiones helénicas compenden esta interioridad aca- bada implicita en la nocién cristiana de pecado. Precisamente desde la perspectiva de un mal ra- dical es posible comprender el lugar central de la culpabilidad en el funcionamiento dinamico de la per- sona en Occidente. Dualismo y mal radical se en- cuentran resumidos en la idea de una sexualidad culpable; ahora bien, veremos que la impureza de la carne y el sufrimiento redentor, centro de la refle- xi6n cristiana sobre el problema del mal, forman la trama misma del discurso del melancélico y del ob- sesivo. 7 La reaparicién de los temas culturales en la vi- 32 INTRODUCCION vencia individual constituye precisamente el objeto de este trabajo, centrado sobre la depresion melan- célica y la neurosis obsesiva, en la medida en que estas dos entidades clinicas constituyen una especie de caricatura de la problematica del mal dentro del contexto occidental. Tanto el obsesivo como el me- Iancélico estén torturados por la angustia obsesiva del pecado; ambos buscan incansablemente casti- garse por una falta que por lo general ubican en el nivel de la intencién misma. Ha parecido heuristico despejar los rasgos de personalidad de los melancélicos y de los obsesivos, subrayando las caracteristicas comunes, con el fin de mostrar la articulacién del modelo clinico asi es- tablecido con el modelo cultural de la personalidad, cuya construccién progresiva hemos subrayado a partir de los valores més fundamentales del contex- to occidental. Las observaciones clinicas detalladas han Ievado a considerar la problematica del melan- célico con respecto a la dimension que ha parecido més significativa, la de la victima expiatoria. Asi- mismo, el funcionamiento dinamico de la neurosis obsesiva se ha situado ea la perspectiva de una as- cesis purificadora, que tiende incansablemente a mantener la separacién entre lo puro y Jo impuro, entre el espiritu y el cuerpo, ya que este ultimo, constrefiido, vejado, maltratado, es para el obsesivo la sede misma del mal. i ‘Ast se conduciran las posibilidades de Ja inter- pretacién del trastorno mental. El modelo de per- sonalidad construido a partir de los datos clinicos relativos ala melancolfa y a la neurosis obsesiva con- INTRODUCCION 3 tiene de hecho, bajo una forma exagerada, los ras- gos caracteristicos pertenecientes al modelo occi- dental de la persona, que a su vez est estrechamen- te ligado a las realidades que constituyen la cultura. En realidad ciertas particularidades psicolégicas y psicosociales propias del contexto occidental pare- cen abrir la via de la culpabilidad. La estructura de Ja persona estd caracterizads por el encierro en sf mismo, por la interioridad y, en su dimensién ética, el sujeto se refiere comtinmente a una moral de la culpabilidad, La familia nuclear vuelve més inten- sos y, por lo tanto, mas culpabilizantes, todos los conflictos de relacién. Dentro de esta perspectiva se puede subrayar la pertinencia de la teoria psico- analitica que propone como eje central de interpre- tacién del trastorno mental (y més en general de la génesis y el funcionamiento de la personalidad) a a culpabilidad edfpica. Pero la interpretacion psi- coanalitica tiene sus limites en la medida en que, entre otras cosas, no es realnente pertinente mas que en un contexto en el que la culpabilidad indivi- dual constituye el resorte esencial del funciona- miento de la personalidad. El esquema psicoanaliti- co no podra estar pura y simplemente “aplicado” sobre realidades culturales diferentes, con el pretex- to de que poseerfa un valor que se supone universal. Los problemas planteados por la interpretacion en psicopatologia no pueden estar disociados de aquellos que se encuentran en las ciencias humanas en general. En historia, en sociologia o en etnologia no se pueden interpretar las conductas individuales sin tomar en cuenta el papel de los factores cultura- 34 INTRODUCCION les. De igual forma, la interpretacién del trastorno mental no es realmente posible y coherente a menos que el paciente sea considerado como un sujeto li- gado a.una red de valores culturales que a la vez sos- tienen y aclaran los aspectos esenciales de su perso- nalidad, de sus elecciones y de sus conductas. Dado que presenta lazos estrechos con la cultura, el hecho psicopatolégico merece un enfoque hermenéutico que apele a diferentes campos del conocimiento susceptibles de aclarar el simbolismo del mal en Oc- cidente; un enfoque pluridisciplinario de la realidad psicopatolégica aparece como condicién necesaria para encontrar la articulacién entre la expresién in- dividual del sufrimiento vivido y los significados fundamentales comunicados por la tradicién 0% dental. De modo que, en definitiva, la referencia a la cultura misma deberia permitir restituir al hecho psicopatolégico la riqueza y la densidad de su signi- ficado, significado perdido, estallado, “olvidado” en el desconcierto de la angustia desintegradora I, LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA ‘La PSICOLOGIA Y EL PROBLEMA DEL SENTIDO: La INTERPRETACION EN CIENCIAS HUMANAS De ENTRADA, el clinico tiene que enfrentarse con una realidad vasta y compleja: la experiencia vivida, la Erlebnis, no es un fenémeno puramente intimo y personal, dado que engloba todas las relaciones del individuo con el mundo. La vida requiere un modo particular de conocimiento, el "comprender” (das Verstehen), que es la aprehensién de la vida por ella misma, en mi y alrededor de mi. “El sujeto de la ciencia est4 aqui con su objeto y este objeto es el mismo en todos los planos de su objetivacién”,! ya se trate de lo psicolégico, de lo social 0 de lo histo- rico. El término "vida ps{quica” (Seelenleben) debe ser tomado, en efecto, en un sentido muy amplio: engloba la psicologia, la sociologia y la historia. El problema fundamental que se plantea entonces es el del sentido de los fenémenos que se estudian; el in- vestigador en ciencias humanas (0 sociales, segtin la terminologia anglosajona) se ve confrontado no a una concatenacién inmutable de los efectos y de las causas, sino a la tarea de la interpretacion que le im- 'W, Dilthey, Euvres complies, edicidn alemana, t. vi, p. 191. 36 LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA pone el objeto mismo de su estudio, puesto que los hechos humanos, cualquiera que sea el angulo des- de el cual se les considere, oponen la densidad de lo vivido a todo intento abstracto de fragmentaci6n. En el 4rea de la psicologia la prioridad del sentido no ha sido siempre algo implicito; las controversias se han centrado largo tiempo alrededor de la cues- tién de la causalidad, idealmente concebida segtin el modelo de la causalidad fisicoquimica, de tal forma que la psicologia que se pretende “cientifica” siem- pre ha tropezado con el problema del sentido de las conductas humanas. Ninguna opcién teérica, nin- guna orientacién metodolégica, permite eludir una cuesti6n tan fundamental? Se debe reconocer que existen dos modos de co- nocimiento mutuamente irreductibles; también hay que renunciar a hacer psicologia tal como se hacen las ciencias naturales.3 Renunciar al método y al pro- yecto propios de la ciencia clasica y preguntarse en- tonces si atin hacemos “psicologfa cientifica” no pa- rece una manera pertinente de plantear el problema. 2 Una cuestion que también ha sido objeto de muchas con- troversias es la del valor de la introspeccioi; no podrfamos hacer psicologia sin que el sujeto mismo, objeto de este estudio, tenga tuna participacién activa. Hay que admitir en efecto, que el suje~ toesel unico que puede aprehenderse a si mismo —como obje- to—, y al querer ignorar esta cealidad o intentar negar esta evi- dencia se corre el riesgo de no hacer psicologia de ninguna clase. 3 Cf. lo que escribe P. Veyne a propésito de Ja historia, en Comment on écrit Thistoire, seguido de Foucault révotutionne Thistoire, Paris, Seuil, 1978, p. 218: “Desconocemos que toda préctica, tal como el todo de a historia la hace ser, engendra el objeto que le corresponde, al igual que el peral produce peras y el manzano manzanas; no hay objetos naturales, no hay cosas”. LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA 37 El campo de la patologia mental nos ha ensefiado que no se puede aprehender el.conjunto de las ac- ciones humanas como simples comportamientos © como “acciones-reflejas”, dado que un enfoque de tal tipo frecuentemente se ve rebasado por el pro- blema de la subjetividad de. paciente-objeto-de- nuestras-investigaciones, y por la cuestién funda- mental de la relacién del sujeto enfermo con el mundo de los valores y de los simbolos. Toda praxis debe ser considerada como un conjunto de conduc- tas cargadas de significado, y la interpretacién de las mismas constituye justamente uno de los objetivos de la psicologia Si admitimos y reconocemos no sélo el interés, sino la necesidad de recurrir en psicologia a la pers- pectiva genética,’ se tiene todo el tiempo para com- prender que la génesis esta determinada no por uno sino por muchos factores, entre los cuales los cultu- rales desempefian un papel fundamental. También hay que integrarlos en la elabovacién del modelo de personalidad que se puede proponer. La construc- cién deun modelo, gestién fundamental en psicologia, debe completarse mediante el recurso a la interpre- tacién del modelo mismo, tomando en considera- cin las condiciones que adecuan el modelo a los fe- némenos observados. Esto implica analizar mas a 4 P. Greco, “Epistémologie de la psychologie”, en Logigue et connaissance scientifique, bajo la direccion de J. Piaget, Parts, Gallimard, (Enciclopédie de la Pléiade, 1967, p. 988): “Esencial para el psicoanilisis, la génesis no esti mucho més ausente del conductismo, y no és por nada que las ‘teorfas del comporta- tiento son todas, sin exception, ters del laming aprendi zajel". 38 LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA fondo su capacidad para explicar las realidades his- t6ricas y culturales que condicionan el desarrollo de} sujeto. Desde luego es posible echar mano de procedi- mientos tenidos por objetivos y cientificos (y uno no se priva de hacerlo. . .): experimentacion, medici6n, tratamiento estadistico de los resultados; no por eso le debemos menos a los significados individuales y colectivos fuera de los cuales no puede captarse el tenor verdadero de los comportamientos y de los he- chos analizados. Hay algo que se resiste al célculo y al enfoque objetivo de los fenémenos, y nos remite alo que simple y sencillamente no se puede expre- sar como una ecuacidn: el sentido. No hay que con- fundirse; no queremos decir que el modelo semanti- co procede de un enfoque puramente intuitivo, sino que la complejidad del objeto por el que se interesan Jas ciencias humanas requiere un enfoque pluridis- ciplinario. La ciencia moderna misma ha cuestionado el ca- racter absoluto de los enunciados cientificos. “Lar- go tiempo el caracter absoluto de los enunciados cientificos ha sido considerado como un signo de racionalidad universal; la universalidad seria, en este caso, negacin y rebasamiento de toda particu- laridad cultural. Pensamos que nuestra ciencia se abriré a lo universal cuando deje de negar, de distan- ciarse de las preocupaciones y las interrogantes de las sociedades en cuyo seno se desarrolla, en el momento en que sea, por fin, capaz de un didlogo con la natu- raleza, de la que sabrd apreciar sus muiltiples encan- tos. y con los hombres de todas las culturas, cuyas LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA 39 preguntas, a partir de ahora, sabré respetar.”> Duran- te largo tiempo se pensé en Occidente que la ciencia era el tinico campo de la actividad humana absolu- tamente puro de toda contingencia psicolégica o so- ciocultural. Pero Prigogine y Stengers acaban con esta ilusi6n al afirmar la existencia de un lazo signi- ficativo entre la ciencia. moderna y la cultura en la cual cobré auge y nos invitan a reflexionar sobre “la ciencia en la sociedad”. El hombre de ciencia pertenece a una cultura; ésta matiza sus preguntas y por consiguiente las respuestas que él puede brin- dar a los problemas que se ha planteado. Si los mismos cientificos subrayan el arraigo his- t6rico y social de las ciencias de la naturaleza, es di- ficil ver cémo el historiador, el socidlogo y el psicdlo- go podrian ser intérpretes de las conductas humanas sin tomar en cuenta los factores culturales de la per- sonalidad. Asf, la reflexién sobre la historia de un pueblo o las conductas de un sujeto individual no puede dejar de lado una reflexion sobre el universo cultural en el cual se insertani uno y otro y del cual to- man sus principales referencias simbélicas. Desde el momento en que uno se da a la tarea de interpretar las conductas normales o patolégicas la empresa psi colégica limitada a la perspectiva puramente indivi dual resulta insuficiente y hasta engafiosa. Hay que renunciar a la btisqueda de una ley uni- versal, al descubrimiento de una teorfa unitaria que le darfa al saber una triunfal “extraterritorialidad”. 51, Prigogine e I. Stengers, op. cit, p. 28, cursivas nuestras, § La expresion, empleada por Prigogine y Stengers en la p. 23, de la op. cit., se tomo prestada de 8. Moscovici. 40 LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA No se ha encontrado —y ya no se debe esperar des- cubsir “la formula magica de la cual algiin demo- rio matematico podria deducir el conjunto de las leyes fisicas”.” También hay que terminar con la nostalgia de una situacién objetiva: lus modelos no son verdaderos mas que dentro del contexto de la teorfa a la cual pertenecen, y ésta se relaciona siem- pre en mayor o menor grado con un trasfondo ideo- légico ¢ intelectual, con toda una tradicién de la cual no puede separarse mas que de manera violen- ta y arbitraria® En psicologia y en psicopatologta la interpret: cién consiste, entre otras cosas, en dar cuenta de la realidad psiquica”; en el contexto limitado y cerra- do de una concepcién unitaria, tal empresa compe- te al campo de la utopia o de la violencia reductora. Es muy poco probable que el establecimiento de una causalidad de tipo lineal, calcada del modelo de la etiologia orgénica, peda resolver algtin dia el problema de la forma y sobre todo del significado que pueden revestir las conductas psicolégicas y las a scifestaciones psicopatolégicas. Se podria aplicar a la psicopatologia lo que Paul Veyne escribe a pro- pésito de la historia y de la sociologia: “No existe un eden de los hechos, siempre el mismo, que dirigi- via constantemente a los otros hechos; la historia y 7 prigogine y Stengers, op. cit p, 219. Veanse también los p ginas 228, 273, 295, 296, en las cuales los autores insisten sobre Bins 72tlad de liberarse de tuna concepcion restringida, de une ta ajad objetiva, que no puede ser abordada con la ayuda deun solo esquema conceptual 8 Se peppen La logique dela découverte scientifique, Paris, Par yot, 1973, p. 77. LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA 41 la sociologfa estén condenadas a seguir siendo des- cripciones comprehensibles”? Desde el momento en que nos ubicamos en la perspectiva del sentido se presenta la necesidad de li- mitar lo mas precisamente posible el contexto par- ticular que brindan los significados a los cuales se refieren los individuos. En suma, el andlisis del con- texto garantiza la validez de la interpretacién; en efecto, permite evitar el riesgo dogmAtico inherente al recurso sistematico a una formula general que adopta el papel de clave universal. El descubrimien- to del sentido de toda conducta humana (ya sea nor- mal, desviada o patol6gica) s6lo es posible a partir del andlisis del medio real —a su vez tributario de toda una historia— en el seno del cual se despliega la actividad del sujeto. Los hechos humanos, considerados ya sea desde un punto de vista psicoldgico 0 sociolégico, etnolé. gico o histérico, se resisten a un enfoque que se pre- ienda puramente objetivo. Un modelo tinico, tenido por universalmente valido, se vuelve abstracto por el hecho mismo de que descuida las realidades, su- perficiales 0 profundas, que contribuyen a estructu- rar la identidad del sujeto. Las ciencias humanas en general, y la psicopatologia en particular, dependen de un enfoque hermenéutico; éste puede sufrir una verdadera amputacién si se coloca bajo el dominio de una doctrina tinica. 9B Veyne, op. cit., p. 181 42 LABUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA LA VOCACION HERMENEUTICA DE LA PSICOPATOLOGIA Las dos principales corrientes de la psicopatologta contentpordnea: el modelo bioquimico y el modelo seméntico La conceptualizacién organicista de la enfermedad mental dominaba todavia a finales del siglo xxx; el en- foque dinémico, en cambio, ha sido considerado a principios, y mas an a mediados del siglo xx, como una via privilegiada para estudiar y comprender los trastornos del espiritu. De hecho contintian existiendo dos corrientes en la psicopatologia contempordnea: una esté mas directamente ligada a la medicina, la otra se adscribe mas a las ciencias humanas Esta coexistencia se comprende en funcién de la “doble pertenencia” de la psiquiatria, ligada al mismo tiempo al campo médico y al campo de las ciencias humanas. Asi resultan posibles dos modelos; el mode- lo bioldgico que légicamente se inserta en la via mé- dica organicista, y el modelo seméntico que, sin negar la posible existencia de un proceso orgénico, privilegia la busqueda del sentido de los sintomas y de las con- ductas, ‘A partir del momento en que la locura se convir- tié en enfermedad mental, se plantea el problema de aplicarle el modelo preconizado por la ciencia mé- dica para todas las otras manifestaciones clinicas. En este sentido se ha podido ver en Pinel al “pro- motor de una ciencia médica de la enfermedad men- LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA 43 tal’.!° Pero a finales de] siglo xix surge la cuestin de una “psicopatologia” —y ya no sélo de una “neu- rofisiologia"— nacida de una preocupacién nueva, la de interpretar los sintomas, esas realidades con- cretas que el clinico encuentra dia tras dia. Se pue- de destacar que el concepto de neurosis (que remite ala idea de un origen psiquico de ciertos trastornos mentales) naci6 del fracaso de la aplicacién del mo- delo anatomoclinico al estudio de la histeria. La tendencia bioquimica contempordnea, enton- ces, esté ligada a la larga tradicién organicista que se afirmé desde el inicio del siglo x1x y que ha iden- tificado muy rapidamente lo psiquico y lo organi- co.!! El modelo que emana de esta tendencia trata de explicar las perturbaciones mentales y conduc- tuales en términos de una disfuncién en el nivel de los neurotransmisores. E] interés y la fertilidad de tal enfoque se ha demostrado en el tratamiento de cier tos estados depresivos y en el de la psicosis periédi ca, pero su aplicacién exclusiva prolonga el punto Cf M. Thuilleaux, Connaissance de la folie, Paris, Pur, 1973 El autor (p. 11) destaca que con el método clinico preconizado e instaurado por Pinel nacieron tos primeros conceptos biogené- ticos: "t Recordemos en este aspecto que Broussais (que vefa una relaci6n entre la itritacion del cerebro y la locura), al igual que Cabanis, exarniné “las relaciones de lo fisico y de lo moral esta- blecidas sobre las bases de la medicina fisiol Ia idea de un paraletismo psicofisiologico generat. En cuanto al descubrimiento de Bayle (1822) concerniente a las lesiones ana- témicas especificas en relacién con la parilisis general, es evi- dente que impuso al mundo médico el modelo anatomoclinico y aporté valiosos argumentos a los psiquiatras organicistas que harian escuela a lo largo del siglo x1x. 44 LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA. de vista mecanicista en el cual se diluye y desapa- rece la cuestin del sentido de los sfntomas y las conductas. Para evitar la trampa del reduccionismo organicista en el que se estanca el problema del sen- tido es importante que el psicopatélogo acepte ra- zonar de una manera diferente, ya no utilizando las categorfas del pensamiento médico; de hecho esto sélo es posible si su formacién es lo bastante gene- ral como para permitirle evitar las ataduras de una perspectiva unidimensional. EI mecanicismo materialista es, en suma, el ca- Ilej6n sin salida en el cual corre el riesgo de extra- viarse el modelo neurolégico de la personalidad, que reconoce como antepasados al dualismo carte- siano y como pregoneros (entre muchos otros) a Gall y a Cabanis. Desde luego, la inclusién de los as- pectos neurolégicos del modelo funcional de la per- sona no tiene como corolario obligado una toma de posicién mecanicista; la trampa del dogmatismo sin duda puede evitarse Cuando la causalidad orgénica, real o presunta, no representa el “todo” de la enfer- medad mental, es decir mientras siga siendo posible preguntarse por el sentido de los sintomas a través de los cuales se hace ver y oft Ja locura El enfoque hermenéutico no podria considerarse como una simple "solucion de espera”,!? de espera "2 Para Freud Ja tinica soluci6n realmente satisfactoria debfa ser newrofisiolégica; escribfa: “Existe una laguna que hasta la fe~ cha no puede ser Tlenada [. . .] Nuestra topografia mental no ti ne, por el momento, nada en comén con la anatomia; no con- cieme a localizaciones anatémicas, sino a regiones del aparato mental, independientes de su situacion en el cuerpo” (citado por P. Pichot en Les modbles de la persornalité ext psychologie, Sim- LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA 45 de algo “mejor” donde estarfa prohibido todo saber no objetivo; por el contrario, lo vemos como'una via privilegiada de acceso al conocimiento y al trata~ miento del sufrimiento psiquico, cualquiera que sea el grado de precision al que se haya podido llegar en el establecimiento de una causalidad organica. Cualquiera que sea la opcién teérica, la dimensién semantica sigue en pie. También se puede escoger de manera privilegiada el estudio de esta ultima; en ese caso la referencia a la estructura cerebral y al medelo bioquimico no re- sultard la més pertinente, puesto que la eleccién de un enfoque hermenéutico implica tomar distancia de Ja nocién misma de “enfermedad mental”, cal- cada de la nocién de enfermedad fisica, La basque- da de sentido es la tarea principal a la cual se entre- ga el clinico cuando, renunciando a encontrar la inscripcién orgdnica de la Iccura, intenta descifrar un mensaje mutilado o que se ha vuelto irreconoci- ble. La restitucion del sentido es, entonces, el obje- tivo espectfico del enfoque clinico profundo. El es- quema conocido (y tal vez tranquilizante) de la causalidad lineal se vuelve insuficiente y se debe renunciar a una teorfa tinice que se considera que detenta la totalidad del saber sobre la locura. El trastorno mental —al igual que la personalidad— reconoce una determinacién plurivoca y sdlo el en- foque pluridisciplinario parece capaz de responder a su complejidad. posio de la Asociaci6n de Psicologfa Cientifica de Lengua Fran- cesa, Paris, Pur, 1965, p. 79° cursivas nuestras). 46 LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA La psicopatologia como ciencia de la interpretacién La interpretacién en psicopatologia genera proble- mas muy complejos puesto que tiene que ver con una disciplina que, en la historia occidental, se sittia tradicionalmente en la encrucijada de la medicina y de las ciencias humanas. Por eso hay tanto riesgo de ver al clinico (y, por otra parte, en cierta medida, al paciente) dividido entre dos tipos de enfoque muy di- ferentes, por no decir divergentes, de la enfermedad mental. Aunque el siglo xx consagré la medicaliza- cién de Ja Jocura (creacién y organizacién de asilos, extension del modelo anatomoclinico al conjunto de los trastornos mentales), no la separé radicalmente del dominio de lo sagrado, si bien sélo de manera ex- cepcional es una posesién demoniaca, como lo ates- tiguan por ejemplo los conceptos de la escuela psi- quista alemana (en la cual, por otra parte, se inspird A. Morel), ni del dominio de la ética en el cual, al ha- berse vuelto “sinraz6n”, se opone en el hombre a todo aquello que puede permitirle el acceso al Bien supremo. También podemos decir que desde finales del siglo xvut el acercamiento a la locura no ha cesa- do de oscilar entre un modelo de tipo cientifico y uno més diffcil de calificar con un término tinico puesto que puede comprender tanto elementos “psicolégi- cos” propiamente dichos como valores metafisicos 0 religiosos. Debido a estas peripecias de una historia especifica e! conocimiento del hecho psicopatolégico en el universo occidental oscila, desde hace por lo menos dos siglos, entre la via “racional” (problema de la etiologia contemplado desde Ja perspectiva de LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA 47 las ciencias médicas) y la referencia a lo “irracional’ 0, al menos, a un principio diferente del de la expli- cacion, considerado insuficiente para dar cuenta de la densidad y la complejidad del pathos La heterogeneidad de la teorizacién freudiana,!3 tanto mas impresionanté cuando se intenta apre- hender su desarrollo desde el Esbozo de una psico- logia cientifica de 1895 hasta la introduccién de las pulsiones antagénicas, Eros y Tanatos, es caracte- ristica de la dificultad que encuentra el pensamien- to occidental cuando trata de pronunciarse acerca del estatus epistemoldgico del trastorno mental. Por otra parte, vale la pena subrayar que, a pesar de sus incursiones en diversas 4reas del conocimiento, Freud siempre intent6 regresar al micleo duro que para él representaba la biologia de las pulsiones, verdadero pasaporte para entrar al envidiado domi. nio de la ciencia. No se puede ignorar, en efecto, que el postulado implicito del psicoandlisis es la unidad y la identidad del espiritu humano, en todos los tiempos’y en todas las latitudes. Como lo subraya Roger Bastide, tal postulado es dificilmente conci- liable con el descubrimiento antropolégico de la di- versidad de las civilizaciones y la originalidad de cada cultura.!* En la perspectiva psicoanalitica asis- '3 Este punto ha sido particularmente bien aclarado por P. Bercherie; véanse, por una parte, Genése des concepts freudiens, Paris, Navarin, 1983, y por la otra “Loculaire quadrifocal. Epis- témologie de Vhéritage Freudien", Ornicar Revue du Champ Freudien (29, abril-junio de 1984), pp. 66-85 "Cf. R. Bastide, Sociologie et psychanalyse, Parts, Pur, 1950-y 1972, p. 78, 48 LA BUSQUEDA DE SENTILO EN PSICOPATOLOGIA timos, en suma, a una dodle reduccién, muy con- forme con la ideologia occidental, puesto que hay, a la vez, una reduccién de lo psicolégico a lo biolégi- co y una reduccién de lo social a lo individual.!? Para Freud se trata de un acontecimiento real, fun- dador de la civilizacién, que se considera explica la unidad del espfritu humano y de las culturas, con todas las debilidades que puede comprender esta perspectiva a la vez histérica, evolucionista y biolé- gica; para Roheim, cuyo punto de vista permite prescindir de la novela de la horda primitiva (pues los complejos son producto de la educacién y no de la repeticién imaginaria de hechos pasados), las costumbres y los ritos de las etnias mas diversas se explican por las leyes universales de la libido, y la especificidad de cada cultura depende de la orienta- cién particular que le da ala libido 0 a la resoluci6n del complejo de Edipo.!® El punto de partida no es la “realidad” en su complejidad y su heterogenei- dad, sino el “postulado” tedrico, que en lo sucesivo tiene la misin de remplazar lo complejo por lo sim- ple, lo particular por lo general. 15 Jbidem, p. 82: “[Segtin las teorias psicoanaliticas} la diver- sidad de las civilizaciones no sigue otra ley que la que explica la diversidad de los individuos [. .. Los pueblos liquidan sus com- plejos mediante mecanismos de defensa diferentes, pero todos tienen los mismos complejos. Asi se concilia bien la unidad de la libido con Ia pluralidad de las cvlturas”. 16 Jbidem, p. 98: “Lejos de que la filogenia sea Ia que explique Jas instituciones presentes, es la ontogenia la que da cuenta de la evolucién, de tal manera que los mitos ya no son més migajas del pasado, sino que representar, ‘proyectados en el pasado’, los conflictos que existen en el presente, simbolizandolos por ejem- plo bajo la forma de las hordas primitivas 0 del parricidio cicl6- peo’ LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA 49 Al invocar tanto el punto de vista organicista, ana- tomoclinico, que ha sido probado en medicina so- matica y muy particularmente en neurologia, como el modelo fisicalista 0, en fin, el de la libido y sus avatares, las diversas teorias que se encuentran en Occidente estan de acuerdo, en el fondo, sobre la imperiosa necesidad del descubrimiento de los inva- riantes, sobre la idéntica ambicién de establecer una teorfa con alcance universal, capaz de explicar ex- haustivamente la totalidad de los fenémenos obser- vados, cualesquiera que sean las contingencias de tiempo y de lugar. La diversidad de las experiencias y los sistemas propuestos para su interpretacion es un aporte fundamental de la artropologfa que inter- pela la tradicién occidental y sacude el viejo suefio recurrente de los universales, acariciado de siglo en siglo de una u otra forma. El eacuentro de un siste- ma de interpretacién del trastorno mental, cuya co- herencia interna y eficacia terapéutica no le deben nada a nuestras propias categorias de pensamiento, es, en suma, un elemento subversivo insidiosamente introducido por la antropologfa en el edificio tan res- petable del imperialismo occidental. {Qué decir aho- ra de nuestra pretensién de dominar todas las otras formas de pensamiento mediante una verdadera me- tateorfa universal, y por supuesto salvadora (el cono- cimiento racional considerado como aniquilador de las supersticiones, arcaismos y oscuridades de todo orden)? Ha surgido una nueva interrogante, que des- de luego podemos intentar reducir, pero a partir de Ja cual también puede intentars2 un enfoque renova- do de los hechos psicopatolégicos. 50 LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA Los estudios de psiquiatria transcultural en todo caso nos aportan la prueba tangible de que las ex- presiones psicopatolégicas, lejos de ser idénticas en todas partes, presentan diferencias notables segdin las reas culturales en las que se observan. Para re- cordar los ejemplos mas conocidos, se puede evocar el caso del Africa Negra tradicional, donde la me- lancolfa y la neurosis obsesiva son entidades psico- patolégicas raramente encontradas, mientras que en este mismo universo africano a todos los obser- vadores les ha sorprendido el predominio neto de las formas agudas de patologia mental por sobre las formas crénicas. También se sabe que las manifes- taciones somiaticas en Africa Negra y en el Magreb se observan con tanta frecuencia que nuestras cate- gorias semiolégicas, nosograficas y etiolégicas pier- den alli su pertinencia y su credibilidad. Podemos destacar, finalmente —pero esta claro que estos ejemplos no podrian explicar la totalidad de las di- ferencias observables de un contexto cultural a otro—, que la problematica correspondiente al sin- drome conocido como “anorexia mental esencial de las j6venes” es desconocida en Africa Negra. Todos estos hechos son elocuentes por si mismos; en la me- dida en que no coinciden con el contexto en el cual pensdbamos que podiamos encerrarlos, en la medi- da sobre todo en la que se “resisten” al esquema de interpretacién que algunos han creido dotado de un valor universal, nos interpelan y nos incitan a situar el trastorno mental en una perspectiva que permite captar su riqueza y su complejidad; solamente un enfoque diversificado, de practica pluridisciplina- LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA 51 ria, puede ayudarnos a circunscribir de Ja manera menos reduccionista posible wha realidad enraizada en toda una tradicion. Es importante precisar el lugar en el cual nuestro discurso encuentra su fuente; es importante para nosotros, hombres de Occidente, buscar en las ex- presiones mds elocuentes de nuestra propia cultu- ra la quintaesencia de su especificidad. Por su mis- mo exceso, la expresion psicopatolégica parece una via excepcional, privilegiada, para llegar a la esencia de los significantes mas fundamentales del universo cultural, Vemos asi cémo la psicopatologia es sus ceptible de participar en la elaboracién de una an- tropologia, En psicopatologia la adecuacién del mé- todo al objeto exige que se renuncie a la vez a una causalidad de tipo lineal y a un origen estrictamen- te intrapsiquico. Para delimitar este hecho total que es el trastorno mental hay que aceptar deslindarse del modelo de la ciencia clésica “nacido en una cul- tura que dominaba la alianza entre el hombre, si- tuado en la interseccién del orden divino con el orden natural, y el Dios legislador racional e inteli- gible, arquitecto soberano que habfamos concebido a nuestra imagen”.!7 La empresa psicopatolégica tendr& mayores oportunidades de estar adaptada a su objeto en la medida en que haya hecho suya la in- terrogante sobre los significados culturales del tras- torno mental. De qué manera puede estar ligada esta manifes- tacién al conjunto mitico-simbélico que le da su es- 1 Prigogine y Stengers, op. cit,, p. 59. 52 LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA. pecificidad a una tradici6n cultural? Si el sinzoma aparece como una formacién de compromiso, el pa- ciente y el terapeuta se esfusrzan por desmantelar el mecanismo de disfraz elaborado inconscientemen- te; dentro de esta perspectiva se sittia la gestién psi- coanalftica que se propone llegar al origen primero del disfraz mediante un precedimiento de desmitifi- cacién de la conciencia. Pe-o si el sintoma es consi- derado como una expresiér. “truncada’”, esta idea de faltante y de amputacién nos lleva més bien ala no- cién de “pérdida del sentido”. En este caso el sinto- ma debe ser considerado en su relacién con el re- gistro simbédlico que, mas alla del sujeto, puede desempefiar un papel en la restauracién del sentido. Es entonces cuando el psicopatélogo, di hacia otras formas del conocimiento distintas del saber médico, debe deslindarse de la sola actitud clinica en la cual se ha formado. Con toda seguridad el trastorno mental nos dice siempre alguna cosa de la cultura; en ese sentido, no puede ser interpretado més que apelando a los di- ferentes campos del conocimiento susceptibles de aclarar el simbolismo del mal en Occidente. La cul- pabilidad, tema central de la melancolia y de la neu- rosis obsesiva, no podria reducirse a una formacion privada de sentido que emana de un espiritu trastor- nado; no se deja reducir a una expresin contingen- te del sufrimiento y del desconcierto; no puede ge- neralizarse mas hasta el grado de ser considerada como la expresi6n universal y univoca de la desor- ganizacién del ser. En la enfermedad mental, en efecto, el hombre esta verdaderamente atrapado por LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA 53 el problema del mal, y el sufrimiento vivido toma prestadas sus expresiones mds caracterfsticas del lenguaje cultural. En este sentido la cultura y el dis- curso del enfermo pertenecen al mismo vasto campo de significados, como elementos de la misma totali- dad significante. De manera andloga, el discurso del enfermo puede ser considerado como un texto, ya tal titulo puede ser objeto de una exégesis. Nos enfrenta- mos entonces a la cuestién dela interpretacién de las expresiones con miiltiples sentidos, al problema de la hermenéutica de los simbo'os. Estos tiltimos, liga~ dos a la tradicién mitica y religiosa, impregnan el discurso cultural mismo, que permea todas las ex- presiones individuales. El lenguaje de la locura se en- cuentra siempre como eco mas o menos lejano y de- formado de otro lenguaje, que inadvertidamente le sirve de referencia y de sopor:e, y en el cual paciente y terapeuta, pertenecientes ambos al mismo conjun- to mitico-simbélico, reconacen significados comu- nes, No habria, como lo subraya P. Ricceur, un len- guaje no simbélico del mal experimentado, sufrido 0 cometido: “Ya sea que el hombre se confiese respon- sable o se confiese presa de un mal que lo inviste, lo dice de inicio con un simbolismo cuyas articulacio- nes podemos describir gracias a los diversos rituales ‘de confesién’ que la historia de las religiones ha in- terpretado para nosotros”.!® En un contexto no occi- dental no podemos captar el sentido de una conduc- ta, de un discurso, incluso de una simple mfmica, sin "8 Cf. P. Riczur, Le couflit des interprétations. Essais d’henné- newtique, Paris, Seuil, 1969, p. 285. 54 LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA ‘descentrarnos” con respecto a nuestras propias re- ferencias culturales.!? A fortiori la interpretacién del trastorno mental no es posible ni verdaderamente pertinente si no se tiene en cuenta la nocién de mo- delo cultural, que aclara las pertenencias del sujeto y sus lazos con los diferentes niveles de Jo real y de lo imaginario. Por ello la interpretacién en psicopato- logia debe abrirse a la perspectiva antropolégica que trata de captar la especificidad del simbolismo del mal en Occidente. SENTIDO Y TRADICION: DE LOS SINTOMAS, A LOS S{MBOLOS ORIGINARIOS Sintoma, simbolo y mito en el universo del sentido de Occidente La neurosis obsesiva y la melancolfa nos proporcio- nan —vya lo veremos— la expresién concreta, exage- rada y caricaturesca de una culpabilidad imposible de desarraigar, Cada dia, de hecho, la experiencia clinica puede convencernos facilmente de que todas las modalidades psicopatol6gicas encontradas en Occidente también conducen a la problemdtica esencial del mal interiorizado. El tema de la culpa- '9 La idea de “felicidad” es intraducible en japonés, Personal- ‘mente hemos podido explicar que I "culpabilidad”, tan familiar en Occidente en el sentido en que es comprendida de inmediato, podis parecer una idea sorprendente, incluso in- comprensible, en un contexto cultural que no obstante esté fuer temente mascado por la idea de renuncia y por la preocupacién de la purificacién: el de Tailandia. nocion LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA 55 bilidad sexual tiene un lugar central en la neurosis histérica, y la obsesi6n del mal bajo la forma del pe- cado atormenta el discurso psicético, en particular en la esquizofrenia, en la cual el tema del pecado y de la redencién, mediante el sufrimiento (automuti- lacién) y la muerte (suicidio), forma con una fre- cuencia inquietante la trama del delirio paranoide. Esto es atin més notable cuando la experiencia del mal puede expresarse en términos completamente diferentes; el Africa Negra tradicional nos ofrece un ejemplo caracteristico, dado que el origen del mal est siempre situado en el exterior del sujeto; en tal coyuntura la problematica del pecado y de la reden- cién a través del sufrimiento no tendria el eco ni la pertinencia que le reconocemos en el universo occi- dental, donde la identificacin del mal con el ser pe- cador, culpable, constituye una dimensién funda- mental. Tanto para el obsesivo como para el melancélico el mal es, de entrada y siempre, otra cosa distinta a una suciedad que podria quitarse mediante un lavado fisico; el mal es un dafio pro- fundo e intimo del ser al cual amenaza en su inte- gridad. El hombre atrapado por el mal, en la expe- riencia de la locura, parece darle un sentido concreto a los simbolos que Ricoeur llama prima- rios: la mancha, el sendero curvo o el vagabundeo. la carga o la culpa.2° 29 Cf. P. Ricceur, op. cit., p. 285; al lado de estos simbolos pri- marios, los simbolas miticos estin “tmucho mas articulados, com- prenden Ja dimensién del relato, con personajes, lugares y tiem- pos fabulosos, y cuentan el Comienzo y el Fin de esta experiencia de la que los simbolos primarios son ia confesion” 56 LABUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA De alli que se afirme la necesidad de completar el enfoque psicolégico individual mediante un en- foque que tenga en cuenta la dimensién cultural. Porque la interpretacién vuelve a entregarnos un mensaje que, de manera inevitable, se inscribe en un espacio lingiiistico (y por Jo tanto fuertemente simbélico). Pero el lenguaje es ya un molde; le im- prime al mundo una forma, es decir que lo hace existir de una manera particular que jamAs se pare- ce por completo a otra. Asf pues, siguiendo a G. Ro- heim, parece dificil sostener que “el inconsciente sea e] mismo para todas las culturas”?! Porque el lenguaje a través del cual se cescubre el inconscien- te leva la marca indeleble de la cultura: “es una es- tructura matriz que vacia el inconsciente en un mol- de original en el cual se funde y ya deja de ser distinguible”.2? En estas condiciones el problema no es el de afirmar que “el inconsciente est4 estructu- rado como un lenguaje” (Lacan), sino el de saber se- gin cudles grandes ejes simbélicos y miticos se es- tructuran, a la vez, el inconsciente y el lenguaje. Es por ello que parece necesario, contra el dog- matismo de las teorias del Uno, recurrir al fondo mitico-simbélico de una tradicién dada. El tema del pecado y el de la culpabilidad son centrales para la reflexién del problema del Mal en Occidente; el dis- curso del paciente se vuelve el eco amplificado de 21 Cf. G, Roheim, Psychanalyse e: anthropologie, Paris, Galli- mard, 1967, p. 495, traduccién frarcesa de Psychoanalysis and Anthropology, Nueva York, International University Press, 1950. 22S. Viderman, La consiruction de espace analvtique, Parts, Denoél, 1970, p. 63. LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA 57 esta obsesién del mal interno que roe al ser y lesio- na su relacién con lo sagrado. Tampoco puede uno dejar pasar la referencia al reg:stro mitico-simbéli- co para fundar validamente el ensayo de compren- sin del sintoma. Podrian objetamos que la dimensién simbélica esta muy presente en el enfoque psico- analftico, lo cual le darfa a éste el privilegio de ser un método universal de interpretacién, por haber descubierto el mito fundador de toda cultura y de todo inconsciente individual. A ello podrfamos res: ponder que la postura freudiana, lejos de tomar en cuenta todos los aspectos del simbolo, considera sin problema, como formaciones neuréticas, un buen namero de referencias mitico-teligiosas. Todo discurso normal o patolégico sobre la exis- tencia del mal y sobre la experiencia que todo ser puede tener de él conduce a algo completamente di- ferente de la sola dimensién del “displacer” que tras- torna la “homeostasis” del sujeto narcisista. Tal pers- pectiva nos incita menos a interrogarnos sobre una hipotética “funcién econémica’ garante de un equili- brio entre lo que es demasiado y lo que es muy poco, que a preocuparnos por las relaciones que el suijeto puede establecer con lo sagrado. En efecto, ¢eémo conservar toda la riqueza de la funci6n simbélica si se la reduce a un simbolismo del Yo? “Un simbolismo que no serfa més que un simbolismo del alma, del su- jeto, del yo, es desde su inicio iconoclasta, porque re- presenta una escision entre la uncién psfquica y las otras funciones del simbolo: funcién cdsmica, noc- turna, onirica, poética; un simbolismo de la subjeti- vidad ya marca la ruptura de la totalidad simbélica 58 LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA. E] simbolo comienza a estropearse cuando deja de actuar en varios registros: césmico y existencial."23 Por otra parte, Freud no pudo hacer por entero la economia de la cultura, puesto que precisamente present6 el sentimiento de culpabilidad como el pro- blema capital del desarrollo de la civilizacién.24 Sin embargo, no se postula ninguna especificidad cultu- ral, puesto que Freud, fiel a la postura que le es habi- tual, trae de lo biolégico —es decir, de aquello que es comtin al género humano— esta agresividad por la cual se manifiesta la pulsién de muerte y que ningu- na forma de civilizacién puede dejar de reprimir. Le- jos de que los hechos sociales y religiosos aclaren los hechos individuales, son estos tiltimos los que cons- tituyen el punto de partida del andlisis sociolégico en el freudismo. En estas condiciones, como lo subraya Roger Bastide, los ritos soviales y las ceremonias re- ligiosas se consideran respuestas a los problemas se- xuales, y la diversidad de las civilizaciones no sigue otra ley que aquella que explica la diversidad de los individuos, Asi, incluso si podemos evitar recurrir a la “novela histérica” de la horda primitiva, llegamos sin embargo a una verdadera patologizacién de la cultura, puesto que toda particularidad cultural es asimilada a una de las variedades posibles de los pro- cesos neuréticos. En suma, el psicoandlisis, aunque casi a su pesar, se ha enfrentado, como toda otra elaboracién teéri- 23 P Ricwur, op. cit, pp. 304-305. 2S, Freud, Malaise dans la civilisation, Paris, pur, 1976, wa- duccién francesa de Das Unbehagen in der Kiuitur; Viena, 1929. (El malestar en ta cultura, Buenos Aires, Amorrortu.] LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA 59 ca en ciencias humanas, 2 la necesidad de tomar en cuenta la realidad cultural. Pero, en su deseo de es- tablecer una Verdad Universal, Freud ha repensado un hecho psicolégico situado culturalmente —el sentimiento de culpabilidad— a partir de una cons- truccién mitica que convierte en un acontecimiento historico: el asesinato del padre primitive por la horda de hijos libidinosos e incestuosos. Extraiio iti- nerario que pasa por una interrogacién sobre la cul- tura para finalmente llegar a una reificacién de un mito que niega toda especificidad cultural y que tra- ta de acreditar la idea de la universalidad de la cul- pabilidad; ésta, directamente ligada a la problemati- ca edipica, se habria transmitido, desde los inicios de la civilizacién, por la via hereditaria25 He aqui algo que recuerda otra historia, la del pecado origi- nal, transmitid también por la generacién. Al pos- tular el realismo del origen, Freud elude el proble- ma de la especificidad cultural.2¢ La postura psicoanalitica, situada en un principio como producto de una cultura especifica que intenta interpretar después, sin duda puede pasar la prueba de su pertinencia con respecto a cierto némero de re- alidades psicoldgicas y psicopatolégicas. Esto, sin embargo, no le concede un poder hegeménico en ma- teria de la interpretacién de los hechos humanos.7 25 Cf Totem et tabou, op. cit 26 Uno puede interrogarse sobre las razones profundas y per sonales de este encarnizamiento por querer establecer el origen “material” de la culpabilidad y hacer de ello la herencia ineluc- table de toda la humanidad. 27 Bsa titulo de hermenéutica de la cultura que el psicoand- lisis, segiin P. Ricoeur (op. cit., pp. 122-123), se inscribe en el mo- 60 LA BUSQUEDA DE SENTID9 EN PSICOPATOLOGIA Surgen entonces dos cuzstiones fundamentales {Puede reducirse la cultura a una proyeccién? gEsta el sujeto enteramente determinado por el destino de la infancia, por lo que P. Ricoeur llama “destino-de- trés de la infancia, destino-detras de los simbolos reiterados que va estan alli, destino de la repeticion de las mismas teorias con diferentes vueltas de la es- piral”?28 Aqui se perfila la dimension reductora de Ia hermenéutica freudiana que ve en la libido la cau- sa suprema del psiquismo, y hace imagenes y fan- tasmas de las alusiones a una sexualidad inmadura, Ja de la infancia. Ahora bien, los simbolos no tienen por tnica funcién repetir nuestra infancia; también exploran nuestra vida adu'ta y, destaca P. Ricoeur, bajo esta segunda forma “son el discurso indirecto de nuestras posibilidades mAs radicales; con respec- to a estas posibilidades, el simbolo es prospectivo”. Centrado en la actualizacién de los sfntbolos arcai- cos, el psicoanilisis deja pasar en silencio la posibi- lidad de conocer o de reconocer los sinibolos pros- pectivos. Asi, se le amputa al simbolo una parte de su valor; reducido a no ser ms que un signo pierde su plenitud al perder su misterio, G. Durand se pro- vimiento de la cultura contemporgnea: “La verdad es que el psi- coanélisis trastorna las separaciones tradicionales, por més jus- tificadas que estén, por otra parte, por metodologias propias de otras disciplinas; a estos campos diferentes les aplica el pun- to de vista unitario de sus ‘modeles'’ modelo t6pico, modelo eco- némico y modelo genético (el inconscienve); es esta unidad de puntos de vista la que hace de la interpretacién psicoanalitica una interpretacién global y jimitada: global porque se aplica por derecho a todo lo humano; limiteda porque no se extiende mas alla de la validez de su (0 sus) modelo(s)" (p. 123). 28 P. Riceeur, op. cit, p. 119, LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA 61 nuncié firmemente contra lo que llama la rigidez del determinismo freudiano, aliado a la reduccién empobrecedora del simbolo a un sintoma sexual: “Freud no solamente reduce la imagen a ser el espe- jo vergonzoso del érgano sexual, sino que, mas pro- fundamente, reduce la imagen a no ser mas que el espejo de una sexualidad mutilada que se parece a los modelos provistos por las etapas de inmadurez sexual de la infancia”.2? En esa tradicién, que es la nuestra, las grandes figuras miticas y los relatos que ponen en escena las peripecias de su existencia, sus aventuras y sus altercados con los dioses y con los hombres, se colocan, con una predileccién que da que pensar, bajo el signo de lo penoso y de la cafda. Si Prometeo simboliza, al mismo tiempo que el pro- greso, el deseo de controlar la naturaleza y de domi- nar al mundo, no ha representado menos, durante siglos, la imagen de aquel que sul, que expia cruel- mente su exceso de amor por los hombres. Promo- tor de toda civilizacion, primer artesano del progre- so, material y moral, pagar con un largo suplicio su amor y su rebeldia.2° Resuta bastante ilustrativo para nuestro propésito ver la lectura cristiana que ha podido hacerse del mito prometeico; para los Pa- dres de la Iglesia Prometeo evocaba de alguna ma- nera un redentor futuro, como si hubiera viskumbra- do la misién salvadora de Cristo. Prometeo, sufriendo en su carne por haber amado demasiado a los hom- bres, pudo, para los cristianos, prefigurar el destino 29 G. Durand, Limagination symbclique, Paris, Pur, 1984, p. 46. 30 Cf. L. Sechan, Le mythe de Prométhée, Paris, evr, 1985, pp. 14-15. 62 LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA del Hombre-Dios. He aqui algo que muestra bien la fuerza y el impacto del modelo cristico en la tradi- cin occidental, puesto que este modelo ha introdu- cido una nueva Jectura de un mito del cual Hesiodo habia dado una version completamente diferente, viendo en Prometeo no a un benefactor sino al arte- sano de la decadencia de la humanidad, condenada por la falta del titan a la dura labor y al sufrimiento. Asi, la imagen de un Prometeo purificado por su mismo sufrimiento es el resultado de una herencia antigua profundamente transformada, remodelada por la tradicién cristiana; esta metamorfosis mues- tra que el tema cultural que domina y subordina a todos los demas es el tema cristiano del sufrimiento redentor, Por eso P. de San Victor, a quien cita L. Sé- chan en su obra, pudo escribir que: “La imaginacién cristiana del martirio y el tema del sacrificio estan presentes en las diversas versiones o interpretacio- nes del mito, ya sea que uno vea en Prometeo al anunciador, al parangén de la pasi6n cristica (como Io hizo Tertuliano) o que se haga de él el emblema de la conciencia en lucha contra lo arbitrario, el mode- Jo de la liberacion individual y del progreso sacial” 3! Si bien en toda tradicion cultural el mito tiene la funcién primordial de dar forma y sentido a las cuestiones mas angustiantes y fundamentales de la condicién humana, la diversidad de las experiencias antropoldgicas nos muestra que existen diferencias de una cultura a otra —a veces profundas— en la manera en que los grandes problemas existenciales 31 Gf las diversas versiones “modernas” de Prometeo pro- puestas a todo lo largo del siglo xix. LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA 63 son abordados, tratados y, a veces, resueltos. Bajo su enfoque especifico de la problematica del mal, Occidente ha privilegiado dos grandes temas que han formado la base de la culpabilidad caracteriza- da por su dimensi6n personal y ontolégica: los te- mas de la caéda y del exilio. En Occidente la culpabilidad ontolégica nos pa- rece el fundamento mismo de la persona; a la luz de esta hipétesis los sintomas y el discurso del sujeto enfermo pueden ser vistos como testimonios suma- mente simbélicos, susceptibles de darnos un men- saje esencial sobre las caracterfsticas de su propia cultura. En estas condiciones la problematica me- lancélica u obsesiva no es en absoluto extraiia 0 aje- na; por su fuerza ev cer ui cadora nos interpela y hace na- 1 interrogaci6n sobre el tenor de los simbolos fundadores: la caida y el exilio originales. A esta in- terpelacion no se puede esperar responder mas que tomando prestada la via larga del enfoque pluridis- ciplinario. Un rodeo necesario en la brisqueda del sentido en psicopatologia: el enfoque pluridisciplinario Si la exégesis es una ciencia escrituraria, la nocién de texto puede ser tomada en sentido analdgico; asf, se encuentra libre de la nocién de escritura; enton- ces se vuelve lfcito tratar como un texto el discurso de la locura, y la interpretacion del trastorno men- tal, mediante una verdadera exégesis de la vivencia patética, lo que justifica recurir a diferentes campos oa 64 LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA del saber y de la practica. El pensamiento simbélico encubre los aspectos mas profundos de la realidad y revela la ambigtiedad del ser.? El caracter multivo- co ligado a todas las expresiones simbélicas hace necesario el empleo de hermenéuticas “divergentes y rivales”. E] problema del sentido mtiltiple actualmente ya no es sélo el problema de la exégesis, en el sentido biblico o incluso profano de la palabra; es, en sf mismo, un problema pluridisciplinario que quiero considerar de entrada en un nivel estratégico nico, en un plan homogéneo: el del texto. La fenome- nologfa de la religién, a la manera de Van der Leeuw y, hasta cierto punto, a la de Fliade, el psicoandlisis freu- diano y jungiano [. . .] la critica literaria [. . ] nos per- miten generalizar la nocién de texto a los conjuntos significantes de un grado de complejidad diferente al de la frase. Sélo consideraré aquf un ejemplo lo bas- tante alejado de la exégesis biblica como para brindar una idea de la amplitud del campo hermenéutico; el suefio es tratado por Freud como un relato que puede ser muy breve, pero que siempre tiene una multiplici- dad interna; este relato in:nteligible en una primera audicién tiene que sustituirse, segiin Freud, por un tex- to més inteligente que seria, para el primer relato, lo que lo patente es a lo latents. Asf,hay una vasta region 32 Cf, M. Eliade, Images et symboles, Paris, Gallimard, 1986, pp. 13-1: 1 pensamiento simbélico no es de] dominio exclusi- ¥0 del nio, del poeta o del desequilibrado; es consustancial al ser humano; precede al lenguaje y a la razén discursiva, El sirn- bolo revela ciertos aspectos de la realidad —los mas profundos— que desafian cualquier otro medio de conocimiento. Las image- nes, los s{mbolos, los mitos, no son creaciones irresponsables de Ja psique; responden a una necesidad y Henan una funcién: po- ner al desnudo las mas secretas modalidades del ser”. LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA 65 de dobles sentidos, cuyas articulaciones internas dibu- jan la diversidad de las hermenéuticas.*> Se trata de buscar las condiciones minimas de in- terpretacion del trastorno mental. De alli la necesi- dad de poner de relieve una tematica dominante, de situarla en la perspectiva de los simbolos y de los mitos que parecen ser los mas cargados de sentido. Nuestra postura se propone situar los sentimien- tos de culpabilidad, inmediata y masivamente detec- tables en psicopatologfa, en especial en la melanco- lia y en la neurosis obsesiva, en el seno del contexto cultural occidental; para ello intentaremos encon- trar el lazo que une las expresiones de la enferme- dad mental con el simbolisme del mal que ocultan los mitos y, de una manera general, los temas pre- valecientes en nuestra cultura. Pero el sentido pleno de toda produccién simbélica (obras de arte, mitos, textos sagrados) sélo parece poder captarse si la in- terrogacién busca salir del do-ninio exclusivo en el cual se sitda el hecho estudiado. Por eso debemos hacer un llamado —para aclarar las realidades psi- copatoldgicas consideradas y profundizar el signifi- cado— a campos y reas de investigacién distintas de la psicopatologfa en sentido estricto. Los estu- dios de J.-P. Vernant, que se s.ttian en el campo de la “psicologfa histérica”,*4 muestran el interés esen- 3 P. Ricoeur, op. cit, p. 66: Dilthey, citado por Ricceur, escri- bia, por su parte: "El arte de comprerder gira en torno de la in- terpretacién de los testimonios humazos conservados por la es- critura’ 4 CF. J.-P. Vernant, en Ia introduccion a Mythe et pensée chez les Grecs, 1, Paris, Maspero, 1965, p. 5. 66 LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PS ICOPATOLOGIA cial de un enfoque pluridisciplinario para la com- prensién global y coherente de toda realidad huma- na, Al proceder a un estudio sintético de los diversos hechos culturales (mites, ritos, obras de arte, insti- tuciones sociales, datos técnicos 0 econémicos), ha reconstruido una verdadera antropologia del hom- bre griego en los diferentes momentos de la historia de la Grecia antigua. Rescaté estos hechos —que hasta ese momento no constitufan més que Ja mate- ria de documentos inertes con los cuales trabajan en general, de manera separada, historiadores, arque6- Jogos y helenistas—- de su condicion de fésiles, con- templandolos de manera privilegiada como obras creadas por los hombres, como expresiones de una actividad mental organizada. De esta manera per- mitié encontrar “lo que ha sido el hombre mismo, este hombre griego antiguo que no se puede separar del contexto social y cultural del cual él es, a la vez, el creador y el producto” 35 Se puede admirar asf, en la obra de J.-P. Ver nant, la sintesis notable que representa una recon- ciliacién entre lo dinamico y Jo viviente, por una parte, y lo escrito, por la otra. Este camino no sdlo tiene un interés historico y teérico; es susceptible de fecundar el pensamiento contempordneo, por- que el conocimiento del mundo mental del hombre griego, obtenido de la exégesis de los documentos legados por la Antigiiedad, nos permite aclarar y enriquecer nuestra comprensién del hombre mo derno 35 Idem. ius LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA 67 Bastante alejado de nosotros para que sea posible estu- diarlo como un objeto, y como un objeto diferente [. ..] el hombre griego esta sin embargo lo bastante préximo como para que podamos entrar en comunicacién con 4, sin demasiados obstéculos [. . | alcanzar, més allé de los textos y de los documentos, los contenidos menta- les, las formas de pensamiento y de sensibilidad, los modos de organizacién del querer y de los actos, en po- cas palabras, una arquitectura del espiritu.> E] discurso viviente y patético del hombre enfer- mo debe ubicarse dentro de un discurso mas am- plio, porque solamente un enfoque diversificado es capaz de restituimos la unidad del saber antropold- gico. Algunos de los aspectos que abordaremos pue- den parecemos sin relacién directa con la expresién de la angustia y del sufrimiento; la exégesis biblica 0 los estudios linguifsticos sobre la tragedia griega pueden considerarse como empresas estaticas, sin lazo alguno con Ja realidad viviente y actual del su- jeto enfermo. De hecho, el enfoque untvoco, unidis- ciplinario, es, al contrario, e] que puede prestar un flanco a la critica; el recurso a un solo tipo de mé- todo corre el riesgo de conducirnos, en efecto, a una verdadera reduccién totalitaria.37 Destaquemos en 38 Ibidemr, p. 6. 57 Cf G. Durand, Science de homme et iradition, Paris, Berg, 1979, pp. 174-175: “En la gigantesca empresa tecnocrética de Occidente para volverse ‘amo y poscedor’ de la Naturaleza, en la triunfante escalada de Ia epistemologia de las ciencias fisicas gada [.. .] a un modelo tinico de objetivacién, y en la turbulen- cia epistémica sin precedentes que ha desechado el agua ineficaz de las preciencias objetivas de la Edad Media y del Renacimien- to, la Ciencia del Hombre, tanto como la teologfa, se encontrd 68 LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA este aspecto que Jo que le de su valor al psicoanali- sis no es su biisqueda de una identidad cientifica (garante de su validez unive-sal), sino su interroga- cién sobre el sentido de las conductas, incluidas las conductas patolégicas aparentemente més insensa- tas. Puede ser fecundo si no rechaza (y no refuta) la nocién esencial de una pluralidad del sentido, de- pendiente de un enfoque diversificado de los fené- menos estudiados. En otros términos, debe renun- ciar, como muchas otras disciplinas, a la ambicién de representar un Saber universal y absoluto. Recurrir a otras disciplinas aparte de la psicolo- gia —filosoffa, historia de las religiones, etnolog{a, sociologia—, que aportan una contribucién funda- mental ala comprensién del hombre enfermo y ala interpretacién de sus conductas, representa un au- levada por este Maelstrém revolucionario. Y, de entrada, como primer e ineluctable signo de este vaciamiento’ semantico, des- de el siglo xv la nocin de hombre se fragmenta al gusto de las epistemologias mecanicisias de I: medicina experimental na~ ciente, de la psicologia naciente de los idedlogos, del sensualis mo y luego del asociacionismo, dela sociologia balbuceante de las primeras estadisticas y del presositivismo reduccionista del Espiritu de las leves. Curiosamente, la antropologia aborda en forma fragmentada el desarrollo de sus propias epistemologias. Ya no se osa utilizar en su sentido pleno el término antropologta, ni siquiera el otro, en singular, de la Ciencia del Hombre, sino que se Ie remplaza ventajosamen:e por el plural ‘Ciencias del Hombre’, ‘Ciencias Humanas' y, por qué no, ‘Ciencias Sociales’ Este plural, sintomatico de una fragmentacion del objetivo o de la ‘intencién’, est parad6jicamente acompafiado de una reduc- cién totalizadora a una sola metodologfa, la metodologia —coi pleja 0 menos simple de lo que parece a los ojos ingenuos del psi célogo, del socidlago, del economista o del médico— de las Ciencias de la materia, pero jdesgraciadamente de las Ciencias de la materia del siglo xvu!" LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA 69 téntico enfoque antropolégico. El hombre de aqui y de ahora es el producto de un conjunto sociocultu- ral complejo; heredero de una tradicion en la que se enmaraiian factores familiares, sociales y religiosos, no puede ser plenamente comprendido mas que en la perspectiva cultural global que lo ha modelado. En particular, como ya hemos insistido en varias ocasiones, el enfoque psicolég:co 0 psicopatolégico no podrfa dejar de lado la referencia al campo miti- co-religioso. El hombre, sin importar lo que diga y cualquiera que sea el desprecic que muestre, “conti- niia alimentandose de los mitos-cafdos a menos y de las imagenes degradadas” 38 Con un enfoque que pretende ser global y dina mico de los hechos humanos no se puede prescindir de la dimensién diacrénica ni de la sincrénica. Los dos puntos de vista son necesarios para distinguir los momentos criticos de la historia de una sociedad, para poner en evidencia las mutaciones sociopoliti- cas y su repercusién sobre la vivencia individual. El conjunto de investigaciones contempordneas, tanto en sociologia como en antrorologia o en historia, nos invita a renunciar al esquema "simplistamente causal del efecto consecuente siguiendo de manera necesaria la causa anteceden‘e”, para preferir las 38 M. Eliade, op. cit, p. 22. La releci6n intima entre el hom- bre y el registro simbélico se destaca mas en estos términos: “Se hha visto que los mitos se degradan y cue los simbolos se secula- rrizan, pero no desaparecen jams, aunque sea en la més posit vista de las civilizaciones, la del siglo x1X. Los simbolos y los mi- tos vienen de muy lejos; forman parte del ser humano y es imposible no encontrarlos, sin imporcar la situacién existencial del hombre en el Cosmos” (pp. 30-31). 70 LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA “causalidades en red”, el “enmaraftamiento de rela- ciones” 3° E] interés esencial del estudio de la trage- dia griega, por ejemplo, proviene, como lo ha ilus- trado de modo notable J.-P. Vernant, de que es una expresion privilegiada de la experiencia humana, que marca “una etapa en la formacién del hombre interior, del sujeto responsable”. Esto implica que se han tomado en cuenta los factores sociales, polf- ticos y religiosos que presidieron el nacimiento y el esplendor de los temas tragicos. La presente reflexion esta centrada esencialmen- te en una confrontacién entre una realidad de arranque, viva, patética, irreductible; los temas do- minanies del pensamiento occidental; el arraigo de estos temas en una tradicién, una historia, que las obras humanas han fijado bajo diferentes formas (arte, instituciones, textos sagrados) y expresado de diversas maneras (con un discurso mitico, filoséfico 0 teol6gico). Todo ensayo de teorizacién supone un cierto alejamiento con respecto a los fenémenos es- cogidos como punto de partida de la reflexion. Asi, para responder a los problemas especificos plantea- dos por la interpretacién, se ha impuesto la necesi- dad de recurrir a diversas disciplinas ligadas al es tudio de las expresiones humanas y que dependen de una manera o de otra del dominio de los simbo- los y de los mitos. 2G. Durand, op. cit,, p. 177. Esta sustitucién corresponde a Jo que el autor bien llama “eliminacién de una diacronicidad li- neal en beneficio del cierre de! circuito de las reciprocidades sin- 40Cf. J.P. Vernant y P. Vidal-Naquet, Mythe et tragédie en Gré ce anciene, Paris, Maspero, 1972, p. 13. LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA 71 El intento de elucidacién del sentido de los sinto- mas en psicopatologfa nos hace tomar prestada una via larga, cuyas curvas y rodeos nos permiten des- cubrir otros modelos culturales, otros universos de sentido, Tal perspectiva obliga, pues, a cuestionarse uno mismo, si quiere escapar de los presupuestos més 0 menos conscientes que, espontanea y muy frecuentemente, exponen al error del etnocentris- mo. Por otra parte, recalquemos que en ocasiones parece necesario recurrir a diversos campos del co- nocimiento: en el terreno de la medicina general (que tedricamente sdlo se interesa por los sfntomas somiticos y por las causas orgénicas), algunos pre- conizan una concepcién pluralista; “La enfermedad —escribe F. Dagognet, citado por G. Durand— con- cierne a un conjunto de factores, a veces en reso- nancia o en ciclo unos con respecto a otros. De en- trada no es posible concebirla linealmente con un antecedente determinante. . ."*? En nuestro campo de actividad, y a propésito de las entidades psicopatolégicas precisas, toda expre- 41 Ibidem, p. 9: "Nuestras investigaciones suponen una cons- tante confrontacién entre nuestros conceptos modernos y las cate fas representadas en las tragedias antiguas. (El Edipo rey puede aclararse mediante el psicoandlisis? ¢Cémo se elaboran en Ia tra- gedia el sentido de responsabilidad, el compromiso del agente con sus actos, 1o que hoy llamamos la funcién psicolégica de la volun- tad? Plantear estos problemas es preguntar sientre la intencién de la obra y los habitos mentales del intérprete se instituye un didlogo lieido y propiamente historico, que ayuda a revelar los presupues- tos, en general inconscientes, del lector moderno, que le obligan a cuestionarse sobre la pretendida inocencia de su lectura” 42 F Dagognet, La raison et les remédes, Paris, Pur, 1964, cita- do por G. Durand, op. cit., p. 186. 72 LABUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA sién que encubre el sentido (y en especial la expre- sién de un pathos), para ser plenamente inteligible debe estar situada dentro de una perspectiva cultu- ral global que permita aclarar el verdadero alcance antropolégico del fenémeno contemplado; éste deja entonces de ser puramente individual y asciende al rango de significante cultural. La singular fortuna que ha conocido en nuestra cultura occidental con- tempordnea el “complejo de Edipo” podria en cierta medida estar ligada al hecho de que una relacién analégica une la culpabilidad edfpica y la culpabili- dad cristiana. Intentaremos, a lo largo de este traba- jo, poner “en perspectiva” el sentimiento de culpabi- lidad que expresan de manera masiva el melancélico o el obsesivo; para ello nos p:oponemos circunscri- bir el contexto cultural en el cual se da de preferen- cia tal discurso. Mas que un contexto, aparecerd en- tonces —para retomar una sutil formulacién de J.-P. Vernant— un subtexto; el trasfondo cultural, en efecto, no se sitGa al lado del “texto” (el discurso del paciente), sino que est4 subyacente a él; inspira el discurso psicopatolégico y al mismo tiempo es acla- rado por aquél. De tal manera que un doble movi miento que va del hecho individual (el sintoma psi- copatolégico) a los hechos de cultura (universo simbélico de la tradicin mitica y religiosa) y a la in- versa, debe permitir un auténtico enfoque antropo- légico, verdadera reunificacién del saber sobre el hombre reclamado por una importante corriente contemporanea.*3 8 Cf. G. Durand, op. cit, pp. 232-233, citando a E. Morin: “Las campanas doblan por una teoria cerrada y fragmentaria, LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA 73 Los temas culturales dominantes que se perciben en el discurso individual y en'las representaciones colectivas son heredados de una tradicién que ha nacido y tomado forma en un cruce de caminos, en una encrucijada de influencias griega, judfa y cris- tiana. La parte de lo religioso en la edificacién de una especificidad del Occidente nos parece prepon- derante, a través del impacto del monoteismo en ge- neral y del cristianismo en perticular. La perspecti- va monotefsta, en efecto, “coloca al hombre en su autonomia humana, frente al Dios tinico, que ya no es el determinante de su identidad particular ni de las estructuras sociales”.#4 El hombre peligrosamen- te libre y personalmente interpelado, definido como sujeto por su palabra y su historia, esta investido de una responsabilidad inmensa. Con la problematica cristiana, que ha valorizado al extremo el tema es- toico del “descenso en sf mismo”, o dicho de otra manera la dimension de la interioridad, el circulo dela falta y de la culpabilidad personal se cerré irre- mediablemente en y con el concepto del pecado ori- ginal. Se puede pensar que la autoacusacién desga- rradora del melancélico y la inagotable compulsién de reparacién y de conjuracién del obsesivo son un eco patético del tema de la naturaleza cafda y de la mancha —desde ahora indeleble— del alma. La unidad y la coherencia del pensamiento de ‘que simplifica al hombre. Comienza la era de la teoria abierta, multidimensional y compleja. ..”. 47.4 Vergote, “Psychanalyse et religion”, en Cahiers Confron- tations, “La religion en efect’, 14 (otono de 1985), Paris, pp. 21- 4, 28. 74 LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA Occidente se arraigan asi en la tradicién filoséfica, mitica y religiosa. Los temas prevalecientes que marcan la evolucin del pensamiento occidental, ya detectables en el pensamiento de la Grecia antigua a partir del sigio v, se encuentran, sistematizados, ampliados, radicalizados, en el pensamiento clasico europeo. Algunos, presentes ya en la tradicién judia, conocieron con el cristianismo un desarrollo sin precedentes y una orientacién especifica, que por fin desembocaron en un modelo antropolégico en el cual la probleméatica del mal esta fntimamente liga- da a la esencia del ser; esto implica que la salvacion, dificil y dolorosa, pasa por la via del sufrimiento y de ja mortificacién. El sacrificio del melancélico, que procede a su propia ejecucién, y la tortura del obsesivo, que se impone la infernal repeticion de un ritual impotente para Jiberarlo de la obsesién de la suciedad intima, se inscriben bien, pues, en una relacién analégica con el conjunto de representaciones pertenecientes al simbolismo colectivo del genio occidental. Por- que en Ja tradicién de Occidente los mitos que ha- blan del origen del mal privilegian precisamente el tema del exilio —exilio del alma divina en el cuerpo- prision,*’ exilio del pueblo infiel a su Dios y a su vo- cacién de sacerdote en medio de las naciones— +5 Se puede destacar que tanto en el orfisino como en el pen- samiento platénico y en la tradicién cristiana el tiempo humano tiende a representar un mal del cual hay que liberarse, mientras gue el tiempo divino, que ha dejado de evocar un perpetuo reco- mienzo, esti caracterizado por la "permanencia en una identi dad eternamente inmovil” (JP. Vernat, op. cit, 1, p. 100), LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA 75 sobre todo el de la caita que sefiala el origen huma- no del advenimiento del mal en el mundo (el mito de Adan). El trastorno mental se expresa mediante un dis- curso portador de referencias mtiltiples, que remite de manera a veces explicita al discurso cultural mis- mo. Es importante tomar en consideracién el con- texto simbélico helénico-cristiano y hebreo para in- tentar una comprensién del hombre occidental, esté © no en situacién de malestar psicolégico. Cualquier psicologfa clinica, cualquier psicopatologia, slo ob- tendrA una verdadera coherencia de las doctrinas que ponen en el centro de la dinamica personal la no- cién fundamental de culpabilidad.** Al ubicarnos deliberadamente en una perspectiva que le dé un lugar privilegiado a las particularidades culturales y que renuncie a aplicar de manera arbi- traria nociones que se suponen universales, tene- mos alguna oportunidad de evitar un discurso dog- matico sobre la enfermedad mental.47 A. Vergote destaca asi que el psicoandlisis, por ejemplo, supo- 48 Cf. L Sow, Les structures anthropologiques ..., op. cit. p.37. 87 No podemos, a este respecto, encontar una mejor form laci6n que la de I. Sow, que se erige precisamente contra el dog- matismo de la teoria psicoanalitica de alcances universalizantes: “Puede uno plantear abstractamente y definir @ priovi un punto de partida absoluto o un estatus antropolégico general del suje- to fuera o independientemente de un desarrollo histérico real y de una cultura real? Dicho de otro modo, zhay ¥ podria haber, desde el punto de vista de la investigacién histérica y cientifica sobre el hombte, un sujeto universal y atemporal, un sujeto dis- tinto a aquel que, en condiciones detorminadas y precisas, hace su historia y edifica su cultura, y por lo tanto produce su psico- logia?” (I. Sow, Psychiatrie dynamique africaine, op. cit, p. 27). 76 LA BUSQUEDA DE SENTIDO EN PSICOPATOLOGIA ne precisamente el advenimiento de un cierto tipo de hombre, “aquel cuya subjetividad se define por su poder de ser el actor de su propia historia’, ** lo cual implica una exageracién poco habitual del re- gistro de la responsabilidad individual y de la cul- pabilidad personal. 48 A. Vergote, op. cit., p. 28: "El cristianismo —agrega el au- tor—sin duda alguna ha contribuide inmensamente a crear este espacio psiquico, condicién que hace posible el nacimiento del psicoandlisis”. II. LA LOCURA EN OCCIDENTE: EL TRASTORNO MENTAL Y SU FORMACION LA LOCURA Y LA FALTA EN La HisToRIA de Occidente la locura se ha empa- rentado tanto con la practica médica como con la es- peculaci6n filosdfica; desde la, Antigiiedad hasta la época moderna se han sucedido las teorias, pero en su conjunto el punto de vista ético, que ha adquirido su expresién mds neta a lo largo de la edad clasica, ha permanecido indisociable de las diversas concep- ciones de la enfermedad mental, hayan privilegiado ono la causalidad organica. La tesis organicista, en suma, ha estado envuelta en les consideraciones mo- rales que, bajo una forma de laicismo, han introdu- cido en el corazén de la locura la problematica del pecado original. En las doctrinas cientificas, politi- cas y filoséficas del siglo xvi y sobre todo del siglo xix se leen entre lineas los avatares de este dogma central que es uno de los fundamentos mas caracte- risticos de la mentalidad occidental. En efecto, es habitual que las relaciones del hombre con la politi- ca, con lo divino o con la materia sean contempla- das, de una u otra manera, desde la dialéctica, que nos es ahora familiar, del pecado y de la redencién.! ' En efecto, el tema mesisnico esti presente, aunque sin duda wansformado y laicizado, tanto en ladoctrina marxista como en 7 7 LA LOCURA EN OCCIDENTE E] pensamiento médico, aunque con rigor cienti- fico se proclama liberado de las trabas de la religion y de la filosoffa, no ha podido escapar al peso de una wadicién religiosa que durante siglos ha impregna- do todas las formas del saber y todas las practicas “terapéuticas”. E] testimonio mas brillante de la rai- gambre religiosa del enfoque médico se nos presen- ta a mediados del siglo x1x, en un contexto positi- vista que se vanagloria de hacer wiunfar las luces de la Raz6n sobre la oscuridad de las antiguas supers- ticiones: la teoria de la degeneracién de Morel, que lejos de considerarse una aberracién o una curiosi- dad ridicula, ha sido reconocida como una doctrina cientffica; por otra parte, sigue siendo considerada no como una construccién marginal sino como una expresién caracteristica del pensamiento cientifico del siglo xix, lo cual da testimonio del éxito y de la influencia de esta tesis sobre el pensamiento psi- quiatrico y, mas en general, médico, de Occidente en los decenios que siguieron a la publicacién del Tratado de las degeneraciones (1857). Si la medicina, sobre todo en el siglo xIx, est4 en parte ligada con la moral, ese parentesco, cuyo ori- gon, de hecho, puede ser detectado a fines del Re- nacimiento, incluso en la misma época medieval, es sin ninguna duda mucho mas cercano en el campo de la psiquiatrfa. En el seno mismo del movimiento revolucionario que constituye, piénsese lo que se el positivismo cientifico. Encontramos en uno y otro casos Ta idea de que solo un principio salvador es capaz de hacer que toda ia humanidad (rencontramos pues el principio de la uni- versalidad) sobrepase un estado de degradacién, LA LOCURA EN OCCIDENTE, 79 piense, el nacimiento de la clinica y de la psiquia- tra, se perfila sin duda una pedagogia de la falta cuyo tratamiento moral brinda un ejemplo en extre- mo significativo. Tal vez, paradéjicamente, la mora- lizacién del pensamiento médico en realidad se es- tructuré en los afios que precedieron y siguieron a la Revolucién francesa (fines del siglo xvi, princi- pios del xtx); se puede pensar que el discurso racio- nal, saturado —sin saberlo— de toda una ideologia, le dio aval cientifico a una problemética de esencia moral y religi No retomaremos en detalle la historia de la locu- ra desde Ja Antigtiedad, pues nos alejarfa de lo esen- cial de nuestro propésito. Las publicaciones que tra- tan este aspecto, en forma de articulos o de libros, son numerosas y constituyen una verdadera mina de informaciones valiosas. 2 Ademés de la referencia central que constituye la obra de M, Foucault, Histoire de la folie a Uage classique, Paris, Gallic mard, 1972, uno puede referirse 2 las obras siguientes: ¥. Péli- cier, Histoire de la psychiatric, Paris, pur, 1971; J. Postel, Genése de ia psvchiatrie. Les premiers écrits de Philippe Pinel, Paris, Le ‘Sycomore, 1981; J. Postel y C. Quétel, Nouvelle histoire de la psy- chiatrie, Tolosa, Privat, 1983, E. Pew2zner, Le fou, Vliéné, le pa- tient, Naissance de la psychopathologie, Paris, Dunod, 1995: B. Bercherie, Les fondements de la clinigue, Paris, Navarin, 1980; H.-F, Ellenberger, A la découverte de linconscient. Histoire de la psvchtatrie dinamiiqne, Villeurbanne, 1974, y del mismo autor Les mouvements de libération miythique et autres essays sur Uhistoire de la psychiairie, Montreal, Les Editions Quinze, 1978; M. Gau- chet y G. Swain, La pratique de lesprit haonain, Paris, Gallimard, 1980; G. Swain, Le sujet de la folie. Naissance de ia psvchiairie, Tolosa, Rhadamante, Privat, 1977; J. Pigeaud, La maladie de Tame, Etude de la relation de Vame et du corps dans la tradition médico-philosophique antique, Paris, Les Belles Lettres, 1981. 80 LA LOCURA EN OCCIDENTE De esta historia larga y compleja quisiéramos despejar ciertos aspectos importantes que muestran la posicién central y el impacto decisive de la cul- pabilidad en los saberes y en la practica de Occi- dente. En plena edad clasica, cuando la locura se equi- para con la animalidad, es decir, con la pérdida de la humanidad, es mediante une actitud racional que la equivalencia entre la locura, la sinraz6n y el pecado se encuentra establecida perdurablemente. Ya sea que se le llame loco, insensato 0 alienado, el “enfer- mo mental” ya no saldré de este circulo de transfor- maciones regido por la idea de un parentesco estre- cho y una afinidad profunda entre la locura y el pecado. Cualesquiera que sean las construcciones teoricas que a partir de entonces inspire, la sinraz6én solo podra ser aprehendida en su “negatividad”, en Ja medida en que se presenta no s6lo como no valor sino como “antivalor”. El mundo médico y, a decir verdad, la sociedad entera, slo muy dificil y excep- cionalmente podran situarse fuera de la problemati- ca central e implacable de la falta personal y de su castigo representado por la enfermedad misma. El punto de vista ético, que mezclé en los hospitales generales sin distincin y sin matices la locura y el crimen, la pobreza y el vicio (sexual, desde luego), guid la obra de Pinel y de sus sucesores y no ha de- jado de actuar en profundidad en la construccién de un modelo organicista de Ie locura, con frecuencia asociado, al menos implicitamente, con una inferio- rizacién y una marginalizacién del loco, marcado por los estigmas fisicos y mentales de la ineluctable LA LOCURA EN OCCIDENTE 81 degeneracién. En cuanto a la psiquiatrfa dinmica, cuya corriente mas fecunda esta representada por la perspectiva psicoanalitica, explicitamente o no siem- pre ha tenido en el centro de sus preocupaciones y de sus descubrimientos el problema de la culpabi- lidad que, segtin Freud, esta igado al destino mis- mo de la humanidad.? Del desequilibrio de los humores al naufragio de la razén. Locura y animalidad Los espacios malditos que de‘é libres la lepra en la edad clasica estarén ocupados por la Jocura.4 De hecho, si a finales del siglo xv la locura cae en el campo de la falta y del pecedo, hay que ver alli el resultado de una larga evolucién. La Antigtiedad, haciendo de la locura una “enfermedad del alma’, habia situado el trastorno psiquico en una encruci- jada de caminos, en el meollo de diferentes saberes; en efecto, asf llamado, el trastorno mental dependia sin duda de la medicina, pero al mismo tiempo te- nfa fuertes lazos con la filosoffa y con la moral. En Ja Antigdiedad no se cuestionaza la nocién de un an- tagonismo entre diferentes coacepciones de la locu- ra; estaba claro que las doctrinas médicas eran in- 3 Of. Totem y tabi 4 Gf. M. Foucault, op. cit, p_ 13: "Estas grandes zonas que el ‘mal ha dejado de espantar [. . .] van a esperar y a solicitar me- diante extrafios encantamientos una nueva encamacién del mal, Cf. J. Pigeaud, op. cit. 82 LA LOCURA EN OCCIDENTE, separables de los sistemas filos6ficos en los cuales se inspiraban directamente; el estudio y el trata- miento de la locura pertenecia, de pleno derecho, a los médicos. La teorfa humoral legada por la Anti giiedad grecorromana a la tradicién médica occi- dental fue invocada durante largo tiempo como la winica capaz de explicar la locura; indicaba enton- ces, sin equivoco, la prioridad que se le habia dado al origen “fisiologico”, es decir natural, de la locura. Pero paralelamente a la perspectiva de los eruditos, otra representacién de la Jocura se expres a través de las creencias y de las practicas religiosas que vi- nieron a dar testimonio de los lazos que unen a la locura con la problematica del mal y con el campo de lo sagrado. El legado de la Antigitedad, considerable tanto en el nivel semiolégico y el nosografico como en el etio- légico, result6 determinante para nuestra tradi- cién.® Esta, sin embargo, hizo sufrir importantes modificaciones al material que habia recolectado: el desarrollo del Occidente cristiano se acompaiié de una transformacién profunda de la relacion de la ética con la medicina; en otros términos, la postura ideoldgica concerniente a Ia locura se vio considera- blemente modificada. En efecto, se puede conside- rar que en la Antigiedad el concepto médico de la locura habia sido, en conjunto, humoral o fisiolégi- La contribucién fundamental de la tradicién filos6fica anti- gua al concepto de locura, mas que platonica, es esencialmente estoica. A la teoris de las pasiones recurriré Pinel para com- prender la evolucién de la locura y para fundar una acci6n tera- péutica coherente, el tratamiento moral. LA LOCURA EN OCCIDENTE, 83 co, sin que por otra parte presentara ese caracter de dogmatismo tan notorio en las. doctrinas organicis- tas del siglo xix. La enfermedad, ya fuese expresion somética o psiquica, era concebida como el resultado de un desequilibrio que habfa que intentar corregir a toda costa; era importante restaurar la armonta con objeto de asegurar el retorno de la salud. Gale- no, al constituir una “medicina filoséfica”, postulé que “las potencias del alma siguen los temperamen- tos del cuerpo”: de tal manera que las enfermedades del alma son enfermedades del cuerpo;’ la vida in- telectual y la vida moral dependen de la vida org: nica, y esta dependencia esta mediada por la trans- formacién del alimento. Sin embargo, la medicina antigua, aunque ligé la enfermedad del alma a las leves de la enfermedad ff- sica, al determinismo biolégico, no eludio la cues: tién fundamental de los lazos que unen la locura al mundo de los valores. Asi, la enfermedad del alma depende sin duda de las leyes de la fisiologfa pero también de las normas de la moral; en ello, por otra parte, no ocupa una posicién original en el conjun- to de la patologfa, puesto que se considera que toda manifestacion morbosa se ve favorecida por una vida desordenada. Por este sesgo queda planteada la cuestién de la responsabilidad personal; en la pers- pectiva estoica toma incluso una importancia consi derable; sin embargo ningtin oprobio se asocia con el dafio mérbido, ya fuese su expresién somatica 0 psiquica. La enfermedad del alma esta ligada cierta- 7 Cf. J, Pigeaud, op. cit., pp. 56-59. at LA LOCURA EN QCCIDENTE, mente al mundo de los valores y plantea, como en otras Areas, el problema del mal, pero esto no im- plica por ello un juicio de valor que relegue al loco mismo al lado de las fuerzas del mal. La eleccién efectuada por la tradicién cristiana dentro de la herencia antigua, guiada por la origi- nalidad propia de un pensamiento religioso que co- loca en el centro de su doctrina la nocién de peca- do, hizo entrar a la locura en la perspectiva de la falta y del pecado. Con el progreso del pensamiento racionalista y la sistematizacion de la doctrina cris- tiana, la locura se constituyé como un antivalor, ubi- candose del lado de las fuerzas del mal, anexada al dominio del diablo. La enfermedad del espiritu, que aparecia cada vez més extra‘ia a la raz6n, se volvié alienacién, y la sociedad en su conjunto le aplicé los procedimientos de alejamiento, de exclusion, de persecucion incluso, que se reservan a todos aque- los cuya irreductible alteridad los vuelve insoporta- bles. En resumidas cuentas, a pesar del juicio opti- mista que hace Foucault de la Edad Media y de los inicios del Renacimiento, no es completamente se- guro que estos periodos violentos y dificiles hayan reservado al loco una suerte envidiable. Es cierto que la exclusién organizada bajo la forma del gran encierro que permitira la creacién del hospital ge- neral todavia no se realiza, pero se elabora y se or- ganiza algo mucho mas fundamental que marcaré profundamente toda la historia de la locura en Oc- cidente. En el siglo x1 la moral tomista, deseosa de mos- trar al hombre el] camino de la beatitud, que es co- LA LOCURA EN OCCIDENTE, 85 nocimiento y gozo perfecto en la unién con Dios, le dio un lugar muy grande a la raz6n y a la voluntad, que permiten acrecentar la capacidad humana para ejercer sus facultades de inteligencia y de amor. La accién humana toma su valor del uso de la razdn; ésta es la tinica capaz de guiar al hombre por el ca- mino del Bien y permititle equilibrar armoniosa- mente la materia y el espiritu, asegurar en definitiva el triunfo de lo espiritual, por esencia independien- te de las contingencias del tiempo, sobre e] mundo material, destinado por naturaleza a la corrupcién. Si la Facultad racional es la via privilegiada que per- mite al hombre llegar a la perieccién, la pérdida de ia raz6n y de su libre ejercicio se presenta como un mal mucho mas escandaloso.! El origen del estado de amentia hay que buscarlo en el abandono del hombre a la pasién; alli se ve perfilarse la posibili- dad de un origen voluntario de la locura ligada pre- cisamente a la persecucion deliberada de las satis- facciones inmediatas, btisqueda que favorece las pasiones y paraliza la raz6n. La distancia de la mala voluntad a la idea de pecado es corta y se recorre ra- pido, como lo atestigua, en el transcurso de los si- glos siguientes, la multiplicacién de los procesos por hechiceria, que rubrica la identificacién masiva y tragica de la locura con la posesién diabélica. Aqui se alcanza la ultima consecuencia de una perspec*i- 8 amentes y fiuriosi son los términos empleados por santo To- mas para designar la pérdida de Ia razén; la locura asi llamada es vista como privacién total de la razin, inaccesibilidad para la relacién humana. E] hombre victima de la locura es reducido al estado de animal bruto. 86 LA LOCURA EN OCCIDENTE va dualista, E] abandono del hombre a sus apetitos mAs bajos es una manifestacion de su naturaleza pe- cadora y conlleva un estado en el que se exhibe la animalidad, es decir, la pérdida de la humanidad. Desde luego no se podria confundir la postura teo- légica y la doctrina médica; en la época medieval esta tiltima se apoya, en su conjunto, en la teorfa hu- moral, y no es excepcional que los médicos se le- anten contra las creencias que ven en el loco a un aliado del diablo. Pero no se puede decir que una barrera impermeable separe las dos formas de pen- samiento; entre el siglo xm y el xiv la unificacién y la radicalizacién de la doctrina cristiana se traducen concretamente en una impregnacién profunda y su- til de todas las formas de pensamiento, de todos los modos de conocimiento, mediante la doctrina del pecado. En la Edad Media, zno reposa acaso toda la actividad espiritual e intelectual sobre las ensefian- zas de la Iglesia cristiana? Cualesquiera que sean las diversas causas invocadas para el origen de la locu- ra (inflamacién de las “células” del cerebro, accion de la bilis negra, etc,), el desequilibrio de las pasio- nes contintia siendo considerado como un factor etiolégico particularmente temido. Nuestros cono- cimientos fragmentarios, inciertos, sobre la Edad Media casi no permiten que nos hagamos una idea justa del estatus del loco y de la locura en la socie- dad y en el pensamiento médico de esa época. En todo caso, hay un punto que parece claro: la coexis- tencia, a todo lo largo de este periodo, de dos co- rrientes, a veces opuestas, a veces convergentes. Por una parte esta presente la wadicién médica, que a LA LOCURA EN OCCIDENTE, 87 través de la herencia antigua transmitida por las me- dicinas érabe y hebraica le da-un lugar central a la teorfa humoral; por otra, la tradicién filoséfico-reli- giosa que, depositaria de una doble herencia, estoi ca y cristiana, hace desempefar a las pasiones y al parentesco con el diablo un papel determinante en el desencadenamiento de la locura. El fin de la Edad Media y los inicios del Renaci- miento dan testimonio de la extensién considerable de la tesis demonoldgica. Aun cuando los médicos marcan cierta independencia en este aspecto, no es raro que le den algtin crédito; en efecto, son mas proclives a destacar los excesos de esta tesis que a cuestionar su veracidad. La negrura y Ia perlidia del diablo que, en favor del exceso de Id bilis negra, se insimia en el organismo y provoca la melancolia, es un aspecto tipico de todo un conjunto de represen- taciones que comunica el imaginario medieval y que, sin duda, no deja insensible al cuerpo médico en su tentativa de elaborar un modelo etiolégico de la locura. Jean Taxil resalta la interdependencia de Tas causas naturales y de la empresa demoniaca cuando afirma que el humor melancédlico es la ver- dadera sede en la cual se complace el diablo.? Lo so- brenatural, en lugar de oponerse a lo natural, lo uti- liza. La facilitacion de uno por el otro justifica la ° Aeste respecto Jean Ceard destaca: “Peucet, quien cree nr memente en la presencia activa del diablo, expone sus explica- ciones a los médicos y describe, en todos sus detalles, la teoria de ios humores”. “Enire le naturel et le démoniaque: la folie ala Renaissance’, en Nouvelle histoire ce la psychiatrie, op. cit, pp. 77-89, 88 LA LOCURA EN OCCIDENTE. accion del exorcista sin contradecir, sin embargo, la del médico; éste, al actuar sobre la bilis negra, le quita al demonio el cémplice intermediario de su accién nefasta. El diablo aprovecha en efecto las de- bilidades de la naturaleza hurrana y, como lo desta- ca Jean Wier, “se mezcla con gusto con el humor melancélico”.!° Durante largo tiempo, pues, no hubo antagonis- mo radical entre el saber méd.co y las convicciones de los demondlogos, pero progresivamente se dio una evolucién en favor de la especificidad de las causas naturales. Desde entonces ya no era necesa- rio invocar la intervencién de los factores sobrena- turales para explicar ciertas manifestaciones; asi, para Lemnius, el furor puede hacer hablar una Jen- gua extranjera que uno no conoce, sin que en ello se yea la obra del demonio; hay que pensar més bien que en ese caso el alma, liberada por el furor del do- minio del cuerpo, rencuentra la ciencia infusa que el cuerpo oprim{a. Pero no todos los médicos han sido tan favorables a la idea de que la enfermedad tiene mayores poderes que la salud; asi Jean Taxil destaca que la tabula rasa del espiritu no adquiere nada si no es por aprendizaje. En todo caso se inicia una separacién entre la naturaleza y lo sobrenatu- ral; razén y locura comienzan a volverse antitéticas. '0 Jean Wier (1515-1588), célebre por haber sido el primer de- fensor de las brujas, no ha cuestionado realmente la tesis demo- nniaca, sino que los hechizados y los endemoniados eran para él victimas y no culpables, y en lugar del exorcismo preconiz6 practicas terapéuticas tales como las 2urgas, el ayuno y todos los medios susceptibles de domar “los apetitos descarriados". LA LOCURA EN OCCIDENTE 89 Sin embargo, la ruptura atin no est consumada, porque en el Renacimiento la locura no est4 todavia investida par entero de valores negativos, o en todo caso no se la expulsa ansiosamente del paisaje fa- miliar de la humanidad.!! Sin embargo, la imagen que se impone con més frecuencia al espiritu del gran piblico no es la locura de los humanistas, lo- cura critica sagrada celebrada por una elite inte- lectual; la realidad cotidiana es muy otra, la que le pisa los talones a la cacerfa de brujas puesta en mo- vimiento por el tristemente célebre Martillo de los brujos (1486), en el que se afirma y proclama la identidad de la brujeria, de la locura y de la herejfa De las dos representaciones de la locura que verda- deramente han coexistido en el Renacimiento, una permanece como el hecho de una minorfa cultivada y reconoce un parentesco entre la locura y Ja natu- raleza humana; la otra, més bien mayoritaria, tra- duce la opinién mas difundida y denuncia el caréc- ter inquietante y extrafio de la locura, emparentada con el Mal absoluto, La acusacién de brujerfa, que concierne electivamente a la mujer, gno afirma la unién carnal de ésta con el demonio? Sin duda Yves Pelicier tiene raz6n al sefialar que, en la historia de las mentalidades, durante el Renacimiento, “la locu- ra-critica de los humanistas no borra la locura-sacr!- lega de los demondlogos’.!? De hecho la historia de ' Numerosas expresiones lo atestiguan: algunas ponen en es- cena la lovura critica (se puede pensar en particular en Erasmo, Flogio de la locura, 1511), otras descabren la locura del mundo ‘0 el mundo loco (pensemos en las pinturas de Bosco y de Breu- ghel, o en la Melancholia de Durero). '2 Histoire de la psychiatrie, op. cit., p. 36. 90 LA LOCURA EN OCCIDENTE Ja medicina y la de la locura muestran cuan dificil es, para los médicos, liberarse del peso de la tradicién moral y religiosa. La divisién de la raz6n y de la locura que triunfa a mediados del siglo xvut y que encierra a los insen- satos detras de los muros del hospital general no es més que el desenlace, la cristalizacién de un movi- miento esbozado desde mucho tiempo atras y que, sobre todo a partir del siglo Xiu, se precis6 y éstruc- turd, adquiriendo asf progresivamente su especifici- dad en un contexto cultural en el que la centrali- zacion del poder, el deseo de orden y de claridad, estigmatizan toda forma de desviacién. Si todavia a los humanistas del Renacimiento se les permitia la duda, ya no ocurrié lo mismo con los hombres de ja edad clasica; Descartes desterré la locura del co- razén del hombre en el sentido de que, con él, la lo- cura se volvié extrafa a la naturaleza humana. “La locura ya no le puede concernir,” escribe M. Fou- cault, quien agrega: “El peligro de la locura ha de- saparecido del ejercicio mismo de la razén’”.!3 Una vez exiliada la locura se comprende mejor por cudl movimiento de ordenamiento y de distanciamiento el loco se encontrara encerrado, sustraido asf de la mirada, incapaz ya de dafiar. La locura ya no forma parte de la experiencia familiar del hombre, como podfa ser el caso durante la Edad Media y el Rena- cimiento; desde ahora esta —y por largo tiempo— del lado de la antinaturaleza, del antivalor. Lo que distingue la naturaleza humana, lo que le da su mas "3 Histoire de la folie a lage classique, op. cit., p. 58. LA LOCURA EN OCCIDENTE, 1 alto valor, es la antitesis de la locura que la razon re- presenta. El camino de la cuda cartesiana parece testimoniar que en el siglo xvtt el peligro se encuentra conjurado y que la locura es colocada fuera del espacio en el cual el sujeto detenta sus derechos a Ia verdad, ese dominio que para el pensamiento clasico es la razén misma. De alli en adelante la locura esta exiliada, Si bien el hom- bie todavia puede estar loco, el pensamienio como ejer- cicio de la soberania de un sujeto que asume el deber de percibir lo verdadero no puede ser insensato.! Pero atin hay mas: mediante el sesgo de esa sepa- racién entre lo que es del orden de la raz6n y lo que le es extrafio, estamos de nuevo colocadas en el meo- No de la problematica del mal o, mas precisamente, en el centro de la relacién entre la locura y Ia falta El decreto de la fundacion de! hospital general de Paris (1656) consagra de manera concreta y oficial Ia entrada de la locura dentro del espacio del vicio, del desenfreno y de la pereza.15 ‘idem, 13 Cf. M, Foucault op. cit,, p. 59: “Se sabe bien que en el siglo xvi se crearon vastas casas de internamiento, se sabe mal que en pocos meses mis de un habitante por cada cien de la ciudad de Paris estuvo alli encertado. Se sabe bien que el poder absoluto utilizé cartas selladas con el sello real y medidas de aprisiona- miento arbitrarias; se sabe menos bien qué tipo de conciencia ju- ridica animaba estas practicas. Después de Pinel, Tuke, Wagnitz, se sabe que los locos, durante un siglo y medio, fueron someti- os a este régimen de internamiento, y que un dia se les descu- briria en las salas del hospital general, en los calabozos de las carceles; uno se dara cuenta de que estaban mezclados con la poblacién de las workhouses 0 Zuchthausern. Pero casi no se lle~ 92 LA LOCURA EN OCCIDENTE, El hospital general, a pesar de su nombre, no en- traba dentro de un proyecto de cuidados sino, en esencia, dentro de un disposit-vo destinado a luchar contra todas las formas de ociosidad y de desorden. Y los locos han estado precisamente envueltos en esta gran prohibicién del ocio. Aqui no prevalece para nada la preocupacion de curar sino el proyec- to moral de constrefiir y de castigar con miras a una rehabilitacién. El hospital general, refugio y lugar de educacién moral, tiene, como lo destaca Fou- cault, “un estatus ético”. El trabajo obligatorio vale como ascesis y como via de salvacién, y una de las funciones principales del hospital es la de hacer vol- ver al camino recto a los extraviados de todo tipo. La preocupacién por mantener o restablecer el or- den moral tiene un lugar muy importante tanto en los tworkhouses y los Zuchthiusern de la Europa protestante como en los hositales generales de la Francia catélica. El proyecto salvador de tales esta- blecimientos se expresa con claridad en la obra de san Vicente de Paul: EL fin principal por el cual se ha permitido que aqui se haya retirado a personas fuera de las preocupaciones de este gran mundo y el de hacerlas entrar en esta so- ledad en calidad de pensionistas, es sdlo por retenerlas de la esclavitud del pecado y estar eternamente conde- nadas, dandoles los medios de gozar de un perfecto contento en esta vida y en la otra. . .'6 g6 a precisar cudl era allf su estatus, ni qué sentido tenfa esa ve- Cindad que parecia asignar una misma patria a los pobres, alos sin trabajo, a los que estaban siendo reformados y a los insensatos”. 18 Extrafdo de un sermén citado por M. Foucault, op. cit, pp. 88.89, LA LOCURA EN OCCIDENTE 93 E] internamiento en el cual la locura se encuen- tra incluida apunta hacia dos espacios: por una par- te el mundo exterior, lugar del mantenimiento o de la restauracién del orden social; por otra el mundo interior del hombre, lugar de la puesta en orden de los sentimientos y de las pasiones; el discurso sobre la locura y las medidas préctizas que con él se rela- cionan pertenecen, es cierto, al campo de la politica, pero mas profundamente, sin duda, al de la ética. Desde entonces se establece un estrecho parentesco entre el espiritu trastomado y la naturaleza pecado- ra. La locura se encuentra presa en la reprobacién que toca a los marginales, a:los asociales, todos opuestos al orden social y al orden moral, figuras del desorden y de la sinraz6n. Falta un denomina- dor comin que justifique que se otorgue un mismo espacio de vida a los locos, a los libertinos, a los que padecen enfermedades venéreas ya los herejes de to- das clases; es precisamente la idea de falta y de transgresién. Locos y criminales son confundidos en “el mismo deshonor abstracto”. Los insensatos, mezclados con los venéreos, son alcanzados por la misma reprobacién, la misma intencién punitiva y purificadora.!7 E] parentesco entre la locura y el pecado, lenta pero ineluctablemente preparado por la Edad Me- dia y el Renacimiento, queda establecido con toda solidez y por largo tiempo en 2lena edad clasica.* Al "7 Cf. ibidem, op. cit., pp. 6, 100: "Las famosas ‘casitas’ de la calle de Sevres estaban reservadas casi exclusivamente a los lo- cos y alos venéreos, y esto hasta finales del siglo xvi.” *Recusrdese que para los franceses la edad clisica corres- ponde al siglo xvul, es decir, es contemporanea de nuestro Siglo de Oro. fe] 4 LA LOCURA EN OCCIDENTE encerrar en el mismo lugar y con la misma repro- bacién a todos aquellos que contravenian el orden moral —por otra parte muchas veces bajo Ja forma de practicas sexuales deshonrosas— la época clasi- ca agrupé "todo un conjunto de conductas conde- nadas, formando una especie de halo de culpabili- dad alrededor de la locura”. El futuro mostraré que el conocimiento médico de la locura conservara de hecho la marca indeleble de esa condena ética.!® Cuando la medicina, al final del siglo xvi, apropié del campo de la locura, no cuestioné en ab- soluto el arraigo de aquélla en el mundo moral, ni tampoco borré la oscura relacién entre la locura y el mal; simplemente éste “ya no pasa, como en tiem- pos del Renacimiento, por todas las potencias sor- das del mundo sino por ese poder individual del hombre que es su voluntad”.!9 La linea divisoria trazada por la época clasica, bajo la forma concreta del internamiento, excluye | locura de la naturaleza humana. Por un lado el ca- récter escandaloso de la sinraz6n justifica mante- nerlo en secreto; por otro, la locura debe ser mostra- da, el loco debe ser exhibido porque la animalidad a la cual se ve reducido es la prueba misma de que lo- cura e inhumanidad no son més que una. '8 Cf. ibidem, op. cit,, pp. 106, 121: “Anexando al dominio de Ia sinrazén, al lado de la locura, las prohibiciones sexuales, las prohibiciones religiosas, las libertades del pensamiento y del co- razén, el clasicismo formaba una experiencia moral de la sinra- 26n, que sirvi6, en el fondo, de terreno @ nuestro conocimiento ‘cientifico’ de la enfermedad mental”. 1 Pbidem, p. 155. LA LOCURA EN OCCIDENTE % La locura revela un secreto de animalidad que es su verdad, y en el cual, de alguna manera, se reabsorbe {.. .] Em la reduccién a la animalidad la locura encuen- ta.a Ja vez su verdad y su curacin; cuando el loco se vuelve una bestia, esta presencia del animal en el hom- bre que hacia el escéndalo de la locura se ha borrado; no es que el animal se haya callado sino que el hombre mismo se ha abolido2 En todo caso, la animalidad que revela la locura se convierte en una prueba manifiesta de la culpabi- lidad humana2! E] orden médico esta ausente del internamiento hasta fines del siglo xvimi; a decir verdad, no se jus- tificaba en una practica destinada a dominar la con- tanaturaleza y no a descifrar las verdades de la na- turaleza. En efecto, la libre animalidad de la locura ao puede ser dominada mas que mediante su doma. E] espfritu critico, el empirismo y el movimiento filantrépico finalmente van a triunfar, después de la Revoluci6n francesa, sobre las précticas represivas de la época clasica. La defensa de P. Pinel en su Tra- tado médico-filosofico es muy elocuente en este sen- tido. El Siglo de las Luces abrié los ojos de los mas sabios y permitio a todos el respeto a la libertad, el 2 Ibidem, p. 168. 21 Tbidem, p. 173: "La solicitud de la Iglesia por los insensa- tos, durante el periodo clésico, tal como la simbolizan [. ..] to- das esas ordenes religiosas que se inclinan por la locura y la muestran al mundo, ¢no indican que la Iglesia encontraba en ella una enseitanza dificil, pero esencial: Ta culpable inocencia del animal en el hombre? Esta leccién debia ser leida y com- prendida en esos espectaculos en los que se exaltaba la rahia de la bestia humana en el loco”, 96 LA LOCURA EN CCCIDENTE respeto debido a la persona humana cuya dignidad esta garantizada por la permanencia de la razén, esta razén que la locura raramente alcanza a suprimir por completo. El nacimiento de la clinica médica y el de la psiquiatria estan ligados a un deseo y a un movimiento efectivo de ruptura con respecto a las practicas arbitrarias y represivas del antiguo orden; no obstante, la psiquiatria positiva del siglo xix he- red6 en secreto las relaciones que la cultura clasica occidental habfa entablado con la locura, es decii que incluso bajo sus formas mas “modernas" teoria y practica psiquitricas traicionan la afinidad sutil y tenaz que une a la locura con la falta. Qué es de la Jocura cuando se vuelve objeto del conocimiento ra- cional, es decir, cuando el saber médico se incli- na sobre ella? Dialéctica de la faa y del castigo en la tradicion psiquidtrica Después de la Revolucion francesa, en un espacio social en vias de restructuracién, {qué suerte tiene la locura? ¢Debe reducirse, como lo hace de cierta manera M. Foucault, el nacimiento de la psiquiatria aun proyecto politico en gran parte inspirado por el temor de la subversion? Nada es menos seguro, pero cualesquiera que fuesen las intenciones poll cas subyacentes al nacimiento y al desarrollo de la psiquiatria, lo que nosotros tratamos de sefalar es sobre todo la permanencia de una preocupacién ob- sesiva, la persistencia de una problematica recono- LA LOCURA EN OCCIDENTE. oF cible a pesar de las metamorfosis de que ha sido ob- jeto, la manera como son contempladas las relacio- nes de la locura y de la falta. A este respecto, la ce- lebridad del “Tratamiento moral”, preconizado por Tuke en Inglaterra, por Pinel en Francia —por citar s6lo a los partidarios més cé.ebres—, constituye un modelo ejemplar de la laicizacion de los temas mo- rales surgidos de la tradici6n religiosa. La medicina del siglo xx, que se pretende cientifica, teéricamen- te se ha liberado de la religidn y de la filosoffa; de hecho, las ideas y las practicas concernientes a la lo- cura retomaron, bajo una forma racionalizada, las principales Ifneas trazadas desde hacta siglos por la tradici6n cristiana, en la cual tuvo especial impor- tancia la influencia estoica. Sin duda no es exagerade decir que Pinel le de- volvié al loco su estatus de sujeto al rehusarse a ver en la Jocura, desde ese momento, una aniquilacién total de la raz6n.?? El aspecto auténticamente inno- vador de este acercamiento « la locura ha sido bien subrayado por Hegel, quien destacaba: E] verdadero tratamiento psfquico se atiene [. . a esta concepcién de que la locura r.0 es una pérdida de la ra- 26n, ni del lado de la inteligencia, ni del Indo de la vo- Juntad, sino una simple perturbacién del espfritu, una contradiccién en la razén que todavia existe [. . .] Este 22 Lo mas frecuente es que quede una parcela de razén que haga posible Ia comunicaci6n y que permita tamhién la aplica- cidn del famoso tratamiento moral. Este también, bajo diversas formas, no es otra cosa que un llamado, 0 mejor dicho una ver- dadera exhortacién dirigida a la parte racional del enfermo, ast como a su voluntad. 98 LALOCURA EN OCCIDENTE tratamiento humano, es decir, tan benévolo como ra- cional con la locura Pinel tiene derecho al mas gran- de reconocimiento por todo lo que hizo en este aspec- to— supone al enfermo racional, y alli encuentra un punto de apoyo sdlido para tomarlo por ese lado23 Desde ahora, es cierto, el loco ya no esta por en- tero privado de sentido; potencialmente escapa a la animalidad. Sin embargo, las implicaciones peyorativas que- dan presentes en la teoria y en la aplicacin practi- ca del tratamiento moral. Daquin, Pinel o Tuke de hecho no rompen en nada con la tradicién raciona- lista que habia terminado por asimilar la locura al sinsentido y al antivalor. Al dirigirse alo que queda de razén en sus enfermos, implicitamente tienen por sospechoso y desprovisto de significado lo esen- cial del discurso del loco. El alienista, al querer en- contrar a toda costa un camino racional para los de- lirantes, no sélo se enfrenta a la derrota sino que también relega al loco en un espacio de nuevo des- humanizado, dado que esta privado de la verdad y de Ja razén que deberfan compartir todos los hom- bres. La relaci6n que el médico instaura con el alie- nado es un hecho de tipo pedagégico; tiende a for- mar, a educar, a rectificar, mas que a comprender. En su esencia misma se trata de una relacién no igualitaria en la que el médico debe seguir siendo el 3 Enciclopédie des sciences philosophiques, citado por J. Pos- tel en su articulo “De l'événement théorique @ la naissance de Tasile (le traitement moral)", en Nouvelle histoire de la psvchia- trie, op. cit, p. 148. LA LOCURA EN OCCIDENTE, 99 amo, porque sélo él tiene el conocimiento de la ver- dad y de la via recta en Ia cual se esfuerza por situar al enfermo. Vemos que el aspecto filantrépico del tratamiento moral no se confunde en nada con un intento de interpretaci6n de la locura. El fracaso te- rapéutico que tuvo Pinel —y mas tarde Leuret— en su llamado a la raz6n del loco para expulsar sus ideas delirantes ha contribuido sin duda a endure- cer los medios morales constituidos por el trabajo obligatorio, los reglamentos de la vida, la “policfa” del establecimiento. El conjunto de reglas y de préc- ticas, la actitud humana aunque firme y autoritaria del médico, no tenfan otro objetivo que domar o al menos contener el furor de los alienados, esta fuer- za que viene de las pasiones y de los instintos de- sencadenados. Se trata de rectificar tanto en el hos- pital como en las prisiones. Podemos subrayar el valor regenerador del trabajo obligatorio tanto en uno como en otro lug: Hacer todo para desarrollar el resto de razén que consetva frecuentemente el paciente dafiado por la locura, afrontar y neutralizar mediante la intimida- cién, incluso el terror, la fuerza de esta locura de- sencadenada, son las dos principales directrices que sustentan el proyecto de Pinel, sus contempordneos y sus epfgonos. En Ja prdctica, es cierto, el segundo principio tomara rapidamente la primacia sobre el primero y tendré en el future una carrera mas bri- llante. Desde 1794, en efecto, Pinel afirmaba, a pro- pésito de los maniacos, que habia que “romper deli- beradamente su voluntad y domarios [.. .] mediante un imponente aparato de terror que pueda conven- 100 LA LOCURA EN OCCIDENTE cerlos de que ya no son ellos los que dominan su vo- luntad fogosa y de que no pueden hacer nada mejor que someterse”?4 A partir del momento en que el paciente ha cedidoa la fuerza del director, puede co- menzar la curacién; jaquf estamos lejos de cual quier idea de comprensién, de empatia o de simpa- tfa! Se trata menos de una accién terapéutica que de un enfrentamiento entre dos voluntades, una buena, que lucha contra el furor de las pasiones, la otra mala, que no hace mas que seguir una pendiente fu- nesta, Asi, aunque ocuparse de la locura se volvié importante y necesario, sin contentarse ya con po- nerla a distancia encerréndola, ocurre que el tras- torno del espiritu se asimila ¢ la salvaci6n de las al- mas; ambas dependen de ura direccién moral. El proceso de curacién pasa, por otro lado, por una fase de reconocimiento de una culpabilidad que vie- ne a afianzar la actitud represiva y las conminacio- nes amenazadoras del entorno terapéutico. El retor- no a la raz6n se acompafia légicamente de un total arrepentimiento; la locura es una falta contra la ra- z6n y la lucha enérgica contra las pasiones constitu- ye el principal agente curativo. La anexién del cam- po de las pasiones a la medicina se vuelve, hay que decirlo, no sélo una anexion de la filosofia (como lo indica claramente el titulo escogido por Pinel: Trata- do médico-filosdfico sobre la alienacion mental), sino también de la moral: 2 "Observations sur la manie”, citado en la obra de J. Postel, Genése de la psychiatrie, pp. 233-248; la cita fue tomada de la p. 246. LA LOCURA EN OCCIDENTE 101 La medicina, tinica que puede fijar de una manera in- variable las leyes eternas ce la moral, habrfa podido iluminar la filosofia de Séneca, hacer analizar los efec- tos de sus pasiones sobre todas las afecciones organi- cas y ensefiar a distinguir aquellas que son dafinas, indiferentes o necesarias para mantener la vida y la felicidad.2 Desde entonces, el tratamiento moral no consis- te también en moralizar? La tradicién estoica reto- mada por Pinel, y luego per Esquirol, considera al hombre como responsable de sus pasiones; en el si- glo xx, geste hombre no se vuelve responsable de su locura cuando los alienistas se inspiran directamen- te en Séneca y en Cicer6n? En todo caso el médico no puede permanecer ajenc “a la historia de las pa- siones humanas, las més vivas, puesto que son las causas més frecuentes de la alienacién del esp{- ritu”.76 Los principios que, desde hace siglos, constituyen una de las fuentes de inspiracion de la moral cristia- na y uno de los componentes esenciales de la perso- na en Occidente, se encuentran asi secularizados y reciben el aval del mundo cientifico. En esta con- cepcién etiopatogénica de la locura ya no se cuestio- na al diablo; sin embargo permanece estrechamente ligada con las fuerzas del mal. Se puede incluso ir més lejos y destacar que la teorfa de las pasiones concentra atin mds la fuente de la locura en el nivel 25 P. Pinel, Nosographie philosophique, 2a. ed., afio xt (1803), tm, p. 131, La primera edicién data del afio v1 (1798). 26 P. Pinel, Traité médico-philoscphique sur Ualienation menta- le ou la manie, Paris, afo 1x (1801), pp. 44-45. 102 LA LOCURA EN OCCIDENTE de la persona misma. ¢En la idea de que el hombre es el responsable de sus pasiones y que debe aprender a vencerse a sf mismo, no se debe ver una personali- zacién y una interiorizacién mas marcada de la pro- blematica del mal? Se puede llegar a decir incluso que la perspectiva demonolégica todavia compren- dia un elemento de exterioridad; este tiltimo, en el concepto directamente inspirado de la moval estoi- ca, ha sido climinado por entero. Desde ahora sélo quedan los elementos de una lucha interna; es una guerra intestina que se libra en lo més profundo del alma humana y, en este combate, el hombre no pue- de recurrir mas que a si mismo para vencer “la vo- luntad depravada que lo lleva a hacer el mal’? Es. quirol cita el ejemplo de Sécrates para mostrar que sélo el hombre posee el medio de vencerse a sf mis- mo: “{No fue Sécrates forzado a convenir que esta- ba organizado para ser un hombre muy vicioso y que solamente habia destruido aquella funesta disposi cién aplicéndose a vencerse a si mismo?”?8 De esta forma el haz de luz que intenta aclarar las causas de la alienaci6n se estreché y se concentré; la tenaza se apret6 alrededor del hombre, considerado a partir de ahora como el responsable de su razén y de su lo- cura. La herencia de las Luces permitié al loco dejar de ser un insensato, pero Ia libertad y la raz6n si- 27 Cf. Esquirol, Des passions considérées comme causes, svmiptomes et moyens curatifs de Valiénation mentale, Paris, Di dot, afio x1v (1805), p. 31, cuando habla del alienado: “Deters nado, contrariado por una voluntad depravada que lo lleva a pe- sar suyo a hacer el mal, aunque él calcule el mal que hace y de ello tenga conciencia’, 28 pbidem, p. 28. LA LOCURA EN OCCIDENTE 103 guieron siendo un asunto privado; la responsabili- dad personal asf cuestionada no est hecha para alige- rar la carga moral que pesa sobre el alienado. Por- que éste representa el origen esencial, incluso exclusivo, de la locura, tanto a los ojos de aquellos que defienden el punto de vista organicista como a Jos de aquellos que sustentan el punto de vista psi- codinamico. El papel patégeno de un secreto vergonz0s0, casi siempre relacionado con la vida sexual, es un tema que iré adquiriendo cada vez més importancia en el transcurso de la evolucién de la psiquiatria dinami- ca. En todo caso, siempre de manera més explicita, el origen del mal y de la infelicidad se relaciona ni- camente con el individuo, en la medida en que el in- terés est centrado en el funcionamiento psiquico individual mientras que se olvidan los aspectos con- flictivos de la vida de relacién. Si durante largo tiempo la locura habia estrechado relaciones con el diablo y el pecado, la enfermedad mental se presen- ta desde ahora a la inierpretacion desde la perspec- tiva de Ja culpabilidad. La pedagogia de la falta, que constituye un aspecto fundamental del tratamiento moral, y el secreto patégeno que atormenta e inten- ta descubrir la psiquiatria dinamica bajo todas sus formas, tienen afinidades més numerosas y més es- trechas de las que nos verfamos tentados a suponer. En cierta forma, el hombre siempre esta enfermo de s{ mismo, y esta responsabilidad no sélo es invoca- da por los partidarios de un origen puramente psi- quico del trastorno mental sino también por los or- ganicistas mas convencidos. Un ejemplo destacado 104 LA LOCURA EN OSCIDENTE y demostrativo se observa en la teoria de la degene- racién de Morel, teorfa cuyo éxito y longevidad dan que pensar, a pesar del cardcter desusado y carica- turesco que hoy se le reconoce a esta construcci6n teérica.”” Evidentemente Morel (1809-1873) pertenece por pleno derecho a la tradicién cientifica y positivista del siglo x1x; lector de Lamarck y de Comte, era he- redero de una tradicién psiquidtrica organicis- ta. En suma, nada permitia sospechar a priori que traicionara la causa cientifica por consideraciones metafisicas intempestivas. Fue con el aval de la co- munidad cientffica, entonces, que construyé un sis- tema psiquidtrico general, haciendo de la nocién de degeneracién un principio etiolégico. Esta claro, sin embargo, que esta idea central de la degeneracion se vincula directa y explicitamente a la conviccién re- ligiosa personal de Morel. No afirma acaso él mis- mo desde las primeras paginas de su tratado: “La idea mas clara que podamos formarnos de la dege- neracién de la especie humana es representarnosla como una desviacién enferma de un tipo primiti- vo”?30 E] dominio de lo moral sobre lo fisico carac- terizaba este tipo primitivo que el pecado original ha expuesto a la degradacién progresiva que define ala degeneracién. La enfermedad mental, invirtien- 2? Hace apenas treinta 0 cuarenta aftos las observaciones re- dactadas por los residentes concierzudos en los hospitales psi- quiatricos mencionaban cuidadosamente la presencia o la au- sencia de estos famosos “estigmas de degeneracién’, marcas infamantes de una herencia desgraciada y degradante. 30 Traité des dégénérescences physiques, intellectuelles et mora- les de Fespeéce humaine, Parts, 1857, p. 5. LA LOCURA EN OCCIDENTE, 105 do la relacién jerarquica entre el alma y el cuerpo, encadena —segtin Morel—, el espiritu a las aberra- ciones del cuerpo. En la observacién minuciosa de cada caso patolégico es importante remontarse al pasado de los alienados con a idea de descubrir la tara que pudo iniciar el proceso de la degeneraci6n. Una construcci6n teérica de este estilo contempla en suma a la enfermedad mental como una verda- dera fatalidad bioldgica. En efecto, a partir del mo- mento en que entra en accién una de las causas asignadas por Morel a la degeneracién (entre las cuales se destaca la inmoralidad de las costumbres, que es en si misma una causa de descendencia de- generada) es previsible una evolucién ineluctable que no sélo toca al individuo en cuestion sino tam- bién a su descendencia, segtin el esquema célebre de una degeneracién progresivaa lo largo de cuatro ge- neraciones.>! Al pasar de la teorfa a la préctica clinica, rencon- 1 tramos la importancia del juicio moral en la des- cripeién de las clases que corresponden al mismo ntimero de etapas del “descenso progresivo en la es- cala ‘del mal fisico y del mal moral’”.3? Ya en la se- 3! “Como la progresién va siempre en aumento —precisa Mo- rel—, nos seré posible seguir la sucesién y el encadenamiento de los hechos de transmision hereditaria hasta sus éltimas ramifi- caciones patolégicas, tanto desde el punto de vista de la degene- racién del orden intelectual y moral como de las degeneraciones, del orden fisiol6gico: sordomudez, cebilidad congénita de las fa- cultades, demencia precoz; o existencia limitada de la vida inte- lectual, esterilidad o al menos viabilidad disminuida de los ni ios, imbecilidad, idiocia y finalmente degeneracién cretinica’ (aité des maladies mentales, Paris, 1860, p. 515). 22 P. Bercherie, Les fondements de la clinique. Histoire et struc tuye dui savoir psychiatrique, Paris, Navarin, 1980, p. 101. 106 LA LOCURA EN OCCIDENTE gunda clase de las locuras hereditarias se trata de tendencias “instintivamente malas” y de la “depra- vacién de los instintos"; el cuadro que se hace de la tercera clase es sin duda todavia mas desesperante; a propésito de las enfermedades que clasifica en esta categoria Morel se expresa en estos términos: Sus tendencias innatas hacia el mal me han hecho de- signarlos, desde el punto de vista médico-legal, bajo el nombre de maniacos instintivos, Fl incendio, el robo, el vagabundeo, las propensiones precoces para el de. senfreno de todas clases, forman el triste balance de su existencia moral En la cuarta clase se presentan todos los signos hereditarios, morales y fisicos que dan testimonio de la evolucién terminal de la degeneracién heredi- taria que finalmente ha reducido al hombre al ran- | go de la bestia. Una vez mas, por razones diferentes a las invocadas por Pinel y sus sucesores, el trata- miento moral y educativo tiene su lugar en la quiatrla, con un objetivo que a partir de ahora es profiléctico. Con Ja teorfa de Morel tenemos un ejemplo excelente de una doctrina que se pretende decididamente organicista y cuya estructura pro- funda y secreta es, sin embargo, de inspiracion reli- giosa y moral. Aunque Morel no haya reivindicado su pertenencia a la escuela psicologista alemana, podemos destacar que en ciertos aspectos su teoria est cerca de los conceptos de Heinroth e Ideler. Sa- bemos que para el primero la enfermedad mental es 33 Ibidem, p. 260 (cursivas mias). LA LOCURA EN OCCIDENTE 107 una consecuencia del pecado, y que para el segundo la hipertrofia de las pasiones’es la causa determi- nante del extravio del espiritu, lo que motiva y justi- fica la aplicacién estricta de reglas éticas rigurosas, unicas capaces de controlar este desencadenamien- to perturbador. Se reconoce la influencia directa del animismo de Stahl (1660-1734); este tltimo, nacido en un medio pietista, marcé profundamente todas las formas de pensamiento en la Alemania de la pri- mera mitad del siglo xrx.5+ Segtin Stahl es precisa- mente el pecado original el que explica los errores del alma. Sin duda los “somatistas" se opondran con vigor a estas especulaciones de los “psicologistas”, pero la reaccién organicista observada en Alemania en la segunda mitad del siglo xix, caracterizada por su radicalismo y dogmatismo, no era tan indepen- diente de toda corriente ideolégica como pretendia. De hecho, nada permite afirmar que la perspectiva organicista escapa, por su naturaleza misma, a la influencia de la ideologia Este halo metafisico que rodea las diversas ten- dencias docirinales en pleno positivismo cientifico da testimonio irrefutable de la influencia, manifies- tau oculta, aunque en todo caso continua, de la tra- dicién religiosa en las elaboraciones teéricas, in- cluidas aquellas que afirman de la manera més vigorosa su independencia con respecto a todo pre- juicio religioso, Por otra parte, Ja postura organicis- ta mas exagerada no es “inocente”; de hecho ga qué + Cf. P. Pichot, Un sidcle de psychiatrie, Paris, Dacosta-Roche, 1983, pp. 2831 108 LA LOCURA EN O“CIDENTE temor 0 a qué deseo puede conducirnos la afirma- cién de una causalidad pura y exclusivamente orgé- nica en todas las formas de enfermedad mental? En- tre las dos posturas extremas, tan dogmatica una como la otra, “psicologismo” -y “somaticismo”, la tradicién psiquiatrica occicental muy frecuente- mente ha creado un cortocircuito en la cuestién fundamental del sentido de la locura. Ill. EL MELANCOLICO, ViCTIMA EXPIATORIA LA ELECCION DE DOS ENFOQUES CL{NICOS Tras haber intentado situar el problema de la cul- pabilidad en la perspectiva histérica y cultural de Occidente, trataremos de ver qué ocurre, concreta- mente, en la realidad de la vivencia individual den- tro de ese contexto antes circunscrito. También abordaremos el problema cotidiano de la expresion dolorosa de la conciencia culpable que en nuestra tradicién se ofrece a la mirada y a la escucha del cli- nico. La melancolia y la neurosis obsesiva ofrecen dos modelos ejemplares de la expresién de una culpabi- lidad lancinante. Ademas, existen afinidades, reco- nocidas desde hace mucho tiempo, entre estas dos modalidades de sufrimiento psiquico, tanto en el ni- vel de la organizacién de la personalidad como en el nivel de la resonancia cultural de las expresiones sintomaticas. En uno o en otro caso, la compren- si6n y la interpretacién del conjunto del cuadro cli- nico se organizan a partir de esta nocién funda- mental de culpabilidad, que también permite captar mejor los lazos privilegiados que tienen los temas patolégicos con los principales temas de la cultura occidental. 109 110 EL MELANCOLICO, VICTIMA EX PIATORIA Estamos conscientes de que tal afirmacién exige una justificacién. En efecto, incluso si hemos podi- do establecer que la culpabilidad ocupaba en el con- texto occidental un lugar y una funcién determi- nantes, no estamos autorizados por ello a afirmar, por simple deduccién, el valor cultural especifico del sentimiento de culpabilidad en el campo de la psicopatologia occidental. Dicho de otra manera, si es legitimo (y necesario) subrayar el caracter paten- te, constante, lancinante, de la culpabilidad en el ni- vel de las expresiones psicopatoldgicas que hemos considerado, es igualmente importante saber si la culpabilidad, en tanto modalidad de expresién pri- vilegiada del desasosiego existencial, tiene la misma frecuencia y el mismo significado en contextos no occidentales. El enfoque epidemioldgico de las en- fermedades mentales ha revelado, desde este punto de vista, diferencias significativas; éstas existen sin duda en la frecuencia de algunas entidades clinicas, pero también en los contenidos de los temas espon- taneamente escogidos por los pacientes para expre- sar su angustia y sufrimiento. La mayorfa de los autores que se interesan por los problemas de Ja psiquiatria llamada transcultural han reconocido asi, en las sociedades tradicionales, la extrema rareza de las entidades psicopatolégicas comparables a esa afeccién tan bien individualizada que ha terminado por recibir el nombre de neurosis obsesiva. Pero los estudios mAs numerosos y mejor documentados tienen que ver sin duda alguna con el problema de la depresién. Por otra parte, aqui hay un terreno particularmente fértil, dado que la EL MELANCOLICO, VICTIMA EXPIATORIA My cuestién del valor diagnéstico universal de la culpa- bilidad se encuentra planteada particularmente. En efecto, el problema que nos interesa no es el de la inn cidencia de la depresion segiin las culturas; este pro- blema, se sabe bien hoy, ha sido objeto de numero- sas controversias; durante los primeros estudios transculturales (que se remontan en general a los afios cincuenta) esta incidencia, justamente debido a la utilizacion pura y simple del cédigo occidental de la semiologia depresiva en situacién transcultu- ral, ha sido netamente subestimada. Numerosos au- tores han subrayado que el fuerte aumento de los estados depresivos en las culturas tradicionales en el transcurso de los tiltimos veinte afios no podia ex- plicarse s6lo por los factores socioculturales de ur- banizacién, de occidentalizacion, de relajamiento de los lazos familiares (entre otros factores posi- bles), sino que debfa estar relacionado sobre todo con la evolucién de los conceptos diagnésticos; aho- ra bien, éstos estan influidos por el reconocimiento de las caracteristicas semiolégicas ligadas a la cul- tura y por la consideracién de las mismas en el en- foque nosografico y epidemiolégico.! Notemos, por otra parte, que ya en 1904, durante su viaje a Java, Kraepelin, demostrando un notable sentido clinico, estaba en la senda correcta: “Jamas he encontrado estados depresivos completamente desarrollados y ' Actualmente las obras y sobre todo los artéculos que tratan esta cuestion son muy numérosos. Se encontraré una clara pues- taal dia de este problema en el articulo de J. M. Deliley M. Bour- geois, “Epidémiologie transculturelle de la dépression’, Anmales Médico-Psychologiques, 144, ntim. 1 (enero de 1986), pp. 27-46. / 112 EL MELANCOLICO, VICTIMA EXPIATORIA durables tal como los que llenan nuestras salas del hospital; 0 en todo caso, son raros. La ausencia de ideas de culpabilidad y de tendencias suicidas va en el mismo sentido”.2 No podriamos reprocharle a Kraepelin que probablemente subestimase la fre- ‘cuencia de la depresion en un medio no occidental; de hecho haba que esperar tres cuartos de siglo para que el problema fuese apreciado con mas pre- Gision; en todo caso podemos reconocerle el mérito de haber sabido descubrir una especificidad de la semiologia y de haber presentido su origen cultural. Para un ntimero creciente de clfnicos (por desgra- cia no para todos) est claro que hoy en dia el diag, néstico de depresidn esté necesariamente ligado al conocimiento y al reconocimiento de los sintomas y de los términos especificos de que dispone el enfer- mo para expresar su tristeza y su desconcierto. Si la asociacion disforia-enlentecimiento se encuentra de fmanera mas general y regular, cualquiera que sea el contexto cultural, las quejas somaticas y los senti- mientos de persecucién dominan el cuadro clfnico en el curso de los estados depresivos observados en las sociedades tradicionales del Africa Negra o del Magreb; en cambio, en la psicopatologia occidental Jas ideas de autodepreciacién, de autoacusacién, de indignidad y de culpabilidad, as{ como las conductas suicidas, representan los criterios diagnésticos esen- ciales de la depresion melancélica? 2B, Kraepelin, Psychiatrie — Ein Lehrbuch far Suudierende und aerate. 8a. ed, Leipzig, Barth, 1909-1915, pp. 1358-1359. 1 1a Recuencia dela sintomatologfa somstica en la depresion cen general, y en a melancolia en particular, se ha subrayado tan- rt ne EL MELANCOLICO, VICTIMA EXPIATORIA 13 En 1967 Murphy, Wittkower y Chance habian lle- gado a Ja conclusion de que Ics sentimientos de cul- pabilidad estaban pr&cticamente ausentes de las culturas cristianas occidentales;* en 1973 Angst sub- rayaba que “el sentimiento de culpabilidad se ob- serva con certeza sobre todo en los pafses cristianos yen ierta medida también er los paises islamicos y en Japon, mientras que es practicamente desconoci- do en cualquier otro lugar”? _Esté claro, pues, que desde el nivel de la semiolo- gia y de la nosografia, el clinico es interpelado en cuanto a Ja validez universal de su saber, en la me- dida en que la sintomatologta ya incita a subrayar la importancia de la dinamica de la vergtienza y de to para el Africa Negra como para el Magreb; la Sertimtentes de culpabdad ee sutoacuraton, ben conoclda actualmente en wstas dos dreas cullurales, ha sido notada asi- mismo en Indonesia @. A. Sadek, "Psychose maniaco dépressi- ve. Approche transculturelle”, Confrontations Psychiatriques, 1982, mim, 21, pp. 31-55) yen Halt En Egipto se ha destarad jién la rareza de las ideas de devaluacién y de culpabilid tarps pacientes maniaco-depresivos denn) Yap 9 Lin han not * igualmente la ausencia de tales sentimientos entre los chinos le Hong Kong y entre los japoneses, Asimismo Katz, tras exa- minar en Hawai deprimidos de origenjaponts y oceidental, ha Bi icldo sustct e senes dclpbiid ene los japoneses (ef. R. Sadoun y N. Quemada, "Epidémiologie de la dépression. Enregistrement et évaluation’, en Semaine des Hopi- aie Paris, 1981, pp. 51, 15-16, 789-785. : fH. B. M. Murphy, E. D. Wittkower y N. A. Murphy, wer y N. A. Chi “Crosscultual Inguiry into the Symptomatology of Depression: relimin: 10", Internation i : beth sloaly apo’. Tneriatanal Jaden of Pryehity J Angst, “La dépression mas J. Angst, "L jion masquée du point de vue 1 I ture en F Kielholz, La clpressin masque Parl Masson 114 EL MELANCOLICO, VICTIMA EXPIATORIA la persecucién en gran ntimero de culturas no occi: dentales; alli hay una realidad que pone de relieve el lugar determinante de la dinamica de la culpabilidad en el Occidente cristiano. Todo parece indicar que la expresién del sufrimiento depresivo (y por otra par- te de todo desconcierto psiquico) utiliza los meca- nismos culturales que intervienen en el desarrollo de los individuos. Estos mecanismos, en efecto, perte- necen tanto al funcionamiento normal como al fun- cionamiento patolégico de la personalidad. I. Sow subraya, asi, la especificidad de la “estructura perse- cutoria de la individualidad [normal] en e] contexto africano tradicional; a Ja inversa —precisa— “es muy probable que la nocién dinamica de culpabilidad no sea claramente inteligible mas que en el contexto an- tropoldgico judeocristiano del pecado”.° Para evitar toda ambigiiedad, insistimos en pre- cisar que nuestro propésito no es negar la existencia de la depresion ni minimizar su incidencia en el seno de las culturas no occidentales; ya no alirma- mos que la “psicosis maniaco-depresiva", sobre todo en su forma melancélica, sélo pertenezca a la clinica de Occidente. Pero nos parece fundamental que los criterios diagndsticos de esta afeccién no sean los mismos aqui o alla (alla persecucién y ma- nifestaciones somaticas, aqui delirio de culpabili- dad). Lo que precisamente en el Occidente cristiano caracteriza mejor a la melancolfa es el conjunto au- toacusacién-culpabilidad, tenido por patognoméni- co de esta expresién de la depresion mayor. ® 1. Sow, Psyehiairie dynamique ajricaine, Paris, Payot, 1977. EL MELANCOLICO, VICTIMA EXPIATORIA 115 Hemos tenido y todavia tendremos Ja oportuni- dad de subrayar el interés de tomar en cuenta los factores culturales cuando se trata de interpretar las conductas individuales, ya sean “normales” 0 pato- légicas. Pero en verdad las diferencias culturales de- ben ser contempladas en diferentes momentos del enfoque psiquidtrico global; asi, en el area de la epi- demiologia, Delile y Bourgeois insisten en la necesi- dad de “brindar una atencién muy particular a la validez transcultural de aquellos criterios de depre- sion més ‘mentalizados’, es decir elaborados gracias a Jas estructuras psicoculturales de cada uno (senti- miento de culpabilidad, de indignidad, de persecu- cién. . .)". Pensamos que la nocién de culpabilidad, en el contexto occidental, es susceptible de arrojar luz so- bre la totalidad del campo de la psicopatologia, Pero hemos escogido, a fin de volver més claras y més de- mostrativas nuestras palabras, limitarnos a las enti- dades clinicas que ofrezcan inmediatamente una e3 presién directa, ejemplar, de la conciencia culpable. Tanto en el melancélico como en el obsesivo el ana- lisis de la culpabilidad vuelve inteligibles el conjun- to de las conductas y lo esencial del discurso de los pacientes. La experiencia dolorosa del melancélico y del ob- sesivo esta centrada en el sentimiento abrumador de una culpabilidad personal que roe el ser y del cual parece imposible poder liberarse jamas. Pensa- mos que hay, no una simple coincidencia, sino una verdadera analogfa entre esta vivencia patética y un discurso cultural, arraigado este tiltimo sobre todo 116 EL MELANCOLICO, VICTIMA EXPIATORIA en la tradicion cristiana, centrada en la problemati- ca del pecado original y en su redencién por medio del sufrimiento y la muerte de Cristo. Los temas que se expresan en el discurso del melancélico y del ob- sesivo son como el eco de los grandes temas que for- man Ja trama de nuestra tradici6n cultural. La pro- blematica melancélica conduce esencialmente al tema del pecado y de la expiacién, mientras que la neurosis obsesiva expresa de manera exagerada, ca- ricaturesca, el problema de la oposicién dualista entre el alma y el cuerpo, que podemos llevar es- quematicamente, como lo demuestran con claridad algunas de nuestras observaciones, a la oposicion entre el Bien y e] Mal. La suciedad que pudre al ser en su intimidad no puede ser lavada ni por la ccaccién del ritual obse- sivo ni por la muerte a la que el melancélico llama con todas sus fuerzas, puesto que esta muerte de- semboca en la condenacién eterna. El universo de la falta y del remordimiento es un universo cerrado; nada, ni siquiera el sufrimiento al cual el melancé- lico y el obsesivo otorgan un valor redentor (porque es punitivo), puede conducir a la liberaci6n de esta interminable tortura que uno y otro se infligen. Aqui hay una muy clara continuidad de la cultu- ra en lo patolégico, y si lo patolégico tiene un senti- do con respecto a la cultura, alli se encuentra una de las mejores pruebas en el nivel de las expresiones clinicas que hemos escogido. Queremos insistir en el interés (clinico y teérico) de destacar la recuperacién (y la polarizacién) de los principales temas culturales, por ejemplo: EL MELANCOLICO, VICTIMA EXPIATORIA 117 durante una descompensacién psicética (incluso de origen tal vez bioldgico), como en la melancolfa; durante ciertas perturbaciones neuréticas extremas {al limite de la psicosis), como en la neurosis ob- sesiva.” En uno y otro caso se-puede observar la reapari cién de los temas culturales mayores; el melancéli- co y el neurético obsesivo estén sin duda enfermos (sufren de trastornos mentales), pero de cualquier manera expresan las cosas ms esenciales de la cul- tura. Nuestra intencién no podrfa relacionarse con el problema de la causalidad (en particular organica) sino con los contenidos temdticos, en la medida en que estos tiltimos tienen un sentido con respecto a la cultura, como hemos observado a lo largo de una amplia practica clinica. Hemos seleccionado diez observaciones de neurosis obsesiva y diez casos de depresién melancélica. Los elementos siguientes han guiado nuestra eleccin: sélo conservamos observaciones tfpicas, es decir, aquellas en las que la semiologfa era lo suficien- temente clara y caracterfstica como para no des- pertar una controversia desde el nivel clinico; retuvimos los casos para los cuales habfamos podi- do establecer de manera suficientemente precisa y detallada la biografia de los pacientes, con ob- 7 Hablamos aqut de perturbacién porque el "yo", incluso si no esté escindido, esta cercado hasta sus iltimos reductos, en esta- do de sitio (obsidere). 118 EL MELANCOLICO, VICTIMA EXPIATORIA jeto de ser capaces de establecer un lazo entre los momentos de descompensacién, bajo una forma melancélica u obsesiva, y las etapas significativas de la existencia de los sujetos; todos nuestros pacientes pertenecen a la cultura oc- cidental y han sido educados en la religién cris- tiana. Para dos de ellos se planted el problema particular de una pertenencia judia por parte del padre; en un caso este tiltimo estaba ausente, en el otro era el objeto de sentimientos muy ambi- valentes, incluso francamente hostiles. Intenta- mos desentrafiar la incidencia que podria tener este problema en la forma de culpabilidad que ex- presaban estos pacientes. En el nivel del método, recurrimos al enfoque cli- nico; en la mayor parte de Jos casos las entrevistas individuales, escalonadas a lo largo de varios meses, ¢ incluso afios, se situaron en el contexto de un se- guimiento terapéutico. En el caso de los pacientes que no seguimos de manera personal intentamos re- colectar informacién suficientemente precisa y de- tallada procediendo de esta forma: por una parte, pudimos tener acceso al expediente psiquidtrico y entrevistarnos con su terapeuta respectivo sobre el caso de cada uno de estos pacientes; por otra parte tuvimos al menos tres entrevistas personales con los pacientes mismos. En nuestro esbozo de una interpretacién de las realidades psicopatolégicas, la perspectiva antropo- légica guié nuestra marcha y orienté nuestra escu- cha. Porque estuvimos atentos para recoger, del dis- EL MELANCOLICO, VICTIMA EXPIATORI4 119 curso de los pacientes, el eco amplificado, exagera- do o deformado de una tematica cultural centrada en la culpabilidad, denominador comin de las di- versas experiencias individuales contempladas. Desde tal perspectiva, la acurnulacién de hechos clinicos numerosos y poco desarrollados, y su tratamiento estadistico, parecian presentar poco interés; por otro lado, pensamos que el estudio detallado y en profundidad, aunque fuera de un nimero limitado de casos, podria permitirnos captar la relacién sig- nificativa existente entre el sentimiento de culpabi- lidad tal como se expresa, masivo, abrumador y de- sorganizador, en la melancolfa y en {a neurosis obsesiva, y la esencia de la problemética cultural que habiamos despejado anteriormente Por ello nuestra postura ha estado animada por la preocupacién constante de detectar y de subra- yar las analogfas profundas y las afinidades estruc- turales entre los temas morbosos encontrados en el iranscurso de nuestra practica cotidiana y los temas culturales prevalecientes en la historia y el pensa- miento de Occidente. El estudio clinico de la melancolfa nos hace pe- netrar en un mundo de infelicidad total, de sufri- miento absoluto, en el que el sacrificio de si mismo es, para el sujeto, la tinica respuesta, légica y nece- saria, a su culpabilidad aplastante, tragicamente li- gada a su responsabilidad directa y personal en la degradacién y la indignidad por las que él quiere castigarse. La problemética obsesiva, incluso si no pone en escena fantaseada o realmente la muerte de sf mis- 120 EL MELANCOLICO, VICTIMA EXPIATORIA mo, ilustra de manera caricaturesca una lucha ince- sante y agotadora contra un mal inherente al ser; este mal que se pega al cuerpo —manchado, impu- ro— infiltra el pensamiento, al que paraliza y esteri- liza la duda constante y argustiosa de no haber cumplido, mediante el ritual de conjuracién ago- biante, la reparacién de una falta desconocida, la se- paracién de lo puro y de lo impuro, que se asemeja, a fin de cuentas, a la separacion del alma y del cuer- po. De hecho es sorprendente la analogia entre la duda lancinante del obsesive y los escrtipulos obse- sivos de la conciencia cristiana. La lucha desenfre- nada contra la suciedad que, a través del cuerpo, amenaza con desintegrar a la persona toda, es el eco doloroso y amplificado de !a perspectiva dualista cuyo origen se encuentra en el pensamiento anti- guo, pero que se radicaliz6 con la tradicion cristia- na (sobre todo a partir del siglo xm). Hemos escogido, pues, dos modalidades psicopa- tologicas que, unidas por la obsesién de Ja mancha, fisica y moral, se encuentran ligadas de manera sig- nificativa a los aspectos més fundamentales del uni- verso simbélico y religioso de Occidente. Las afini- dades esiructurales que se descubren entre la personalidad melancélica y la personalidad obsesi- va recuerdan bajo una forma exagerada, dolorosa- mente gesticuladora, las caracteristicas esenciales de la personalidad occidental. El esbozo de un “mode- lo cultural” de la persona representa, en efecto, el eslabén indispensable para permitir y justificar el paso de la psicopatologta individual a la cultura, y viceversa. EL MELANCOLICO, VICTIMA EXPIATORIA 121 Si reflexionamos sobre la historia de la locura en Occidente veremos que el lugar particular que se les ha conferido a la melancolfa y a la neurosis ob- sesiva® muestra de manera elocuente que, desde hace mucho tiempo, la locura y la falta, sefialadas por el mismo oprobio, han estado bajo el agobio de la misma reprobacién. LA CULPABILIDAD MELANCOLICA En primer lugar debemos analizar la experiencia del mal en la melancolta; aqu{, en efecto, la realidad clinica nos interpela y suscita nuestra interrogaci6n en raz6n de la intensidad y de la repeticién mond- tona de los temas de indignidad, de autoacusacién, de culpabilidad. En presencia del melancélico ni si- quiera es necesario dedicarnos a interpreta sus pa- labras y sus conductas refiriéndonos a la nocién cla- ve de culpabilidad; e] enfermo mismo nos grita: “Yo soy culpable, yo soy un miserable pecador, no exis- te un castigo a la medida de mi falta”, y nos condu- 8 La clecci6n de estas dos entidades como modalidades parti- cularmente representativas de una problemdtica cultural se jus- tifica por el lugar que se les ha asignado a la melancolia y a la neurosis obsesiva, no sdlo en la historia de la psiquiatrfa, sino més en general en la tradicién literaria y en la historia de las ideas en Occidente. Piénsese en el lugar de la melancolia en la tradicién médica de Occidente desde la Antiguedad, o en la im- portancia de la iconografia, sobre todo en el siglo xvi, de la lite- Tatura durante e] Renacimiento y también durante el siglo xv, en particular con la célebre obra de Robert Burton, publicada en 1621 y que fue objeto de numerosas rediciones, The Anatoniy of Melancholy. 12: EL MELANCOLICO, VICTIMA EXPIATORIA ce brutalmente a nuestra impotencia para salvarlo del dominio del mal: “Usted no puede hacer nada por mi, mi tinica salida es la muerte”. Aqui la ex- presion de la culpabilidad es directa y prescinde, po- driamos decir, de todo disfraz.? En un estudio célebre, Henri Ey escribié, a pro- pésito de la culpabilidad melancélica: Serfa un grave error no ver lo que esta estructura tiene de diferente con respecto a la "mala conciencia” del pe- cador siempre libre de alarmas. Que bruscamente y sin razén un hombre sea precipitado en lo absoluto, la eternidad y la fatalidad de la angustia de las llamas del infierno y viva, en el colmo del terror, ua conflicto be- nigno de moral sexual (. . .] como si se tratara de un crimen fabuloso, plantea de todos modos un problema y, al mismo tiempo que lo plantea, lo compromete en su soluci6n. Porque aquel que conoce y ha profundiza- do aunque sea un poco en la conciencia melancélica, admite como algo evidente que, por mas humana y mo- 1 que sea, esta conciencia morbosa nos presenta mas bien una caricatura (siniestra y lamentable) del pecado, en lugar de ser una “situacin” real de pecado."? He aqui un sefialamiento que plantea un proble- ma de importancia: geomo puede existiry significar 2 Cf A. Hesnard, Lunivers morbide de la faute, Paris, PUR, 1949, p. 197: "Mientras que en las otras psicosis la culpabilidad morbosa o endégena esti més 0 menos disimulada, disfrazada 0 transformada, aqui se impone, v tan evidentemente que veremos en esta misma amplificacion [. . ] un proceso de defensa o de adaptacion” (cursivas nuestras). "OH. Ey, Eudes psychiatriques, t. mt, Paris, Desclée de Brou- ‘wer, nim, 22 (1954), pp. 117-200, 152 (cursivas nuestras). EL MELANCOLICO, VICTIMA EXPIATORIA 12. de hecho una caricatura si no es a partir de una rea- lidad conereta y determinada? Mientras se constituye el “saber psiquidtrico” en el siglo xix, mientras son aclarados y sistematizados Ia individualizacién de la psicosis periédica o de la Jocura circular y la definicién de la melancolia, ya no esencialmente como “delirio parcial” sino como trastorno del humor, como descarga punitiva, la cul- pabilidad, la autoacusacién y el delirio de indigni- dad son precisamente los que invecan los alienistas como los elementos mas caracteristicos de la me- Iancolfa. El que se coloca en e] centro de la vivencia melancélica es el drama de la conciencia culpable. La cuestién ha sido bien circunscrita por Hesnard quien, en su obra justamente célebre: univers mor- bide de la faute [El universo morboso de la falta] ha contemplado a la enfermedad mental en general en su dimensién ética. Con justa razén destaca a pro- pésito de la melancolia: Los autores suelen equivocarse al subestimar este comportamiento!! (que podriamos denominar afecti- ético) al colocarlo, preocupados por la clasifica- cién, en el mismo plano de importancia patolégica que un sintoma depresivo llamado intelectual o motor. Porque no sélo consideramos motor, en términos ob- jetivos, todo fenémeno mental, es decir, que se expre- sa en acci6n, sino que en todo estado melancélico, aungue sea atipico, hay una actitud fundamental de devaluacién agresiva de s{ mismo, con inclinaci6n a la autopuniciéa efectiva, mientras que los signos revela- "1 Se trata del comportamiento autopunitivo del melancél 0. 124 EL MELANCOLICO, VICTIMA EXPIATORIA dores de un enlentecimiento o de una inhibicién del pensamiento, menos constantes o menos sorprenden- tes, parecen, como veremos, si no secundarios a esta actitud sostenida, por lo menos ligados a ella tan inti- mamente que forman parte de una misma estructura mental. !2 Estas palabras ilustran bien la funcién diagnésti- ca asignada a la culpabilidad en la tradicion psi- quidtrica occidental, a propésito de la melancolia, Por otra parte, conviene destacar que este criterio ha sido cuestionado a partir del momento en que los estudios antropolégicos despertaron el problema del cardcter cultural de las ideas de indignidad y de culpabilidad, del encarnizamiento punitivo y de la descarga expiatoria. Desde entonces, en efecto, los hallazgos parecen haberse invertido, puesto que se ha considerado que el enlentecimiento y la inhibi- cién son rasgos no depencientes culturalmente, mientras que toda la problematica de la falta perso- nal y del sacrificio de si mismo ha sido reconocida como ligada muy estrechamente a las caracteristicas culturales del Occidente cristiano. En este caso, lo que nos importa, ya sea que se admita o no la idea de una continuidad entre la cul- pabilidad morbosa y las particularidades de la con- ciencia moral en el contexto occidental, es que en nuestra tradicién el valor diagnéstico de la culpabi- lidad a propésito de la melancolfa jamas ha sido cuestionado fundamentalmente. En la practica coti- diana el delirio de culpabilidad es el que permite 12 Op. cit, p. 196. EL MELANCOLICO, VICTIMA EXPIATORIA 125 que el clinico haga el diagnés:ico de depresién me- Iancélica; en el plan de la interpretacién, el andlisis del sentimiento de culpabilicad y su articulacién con las constantes estructurales de la personalidad permiten alcanzar el significado profundo de la vi- vencia melancélica, que plantea con una intensidad inquietante y tragica los problemas existenciales del mal, del castigo y de la muerte. Ahora bien, la expe- riencia del mal en la melancclia parece reproducir de manera ejemplar el simbolismo del mal tal como se expresa en la tradicién tanto mitica como religio- sa y filos6fica de Occidente. El problema que evocamos no es el de la conti- nuidad o la discontinuidad entre lo normal y lo pa- tolégico; por eso la declaracién de Henri Ey que ci- tamos antes!3 corre el riesgo de enmascarar o de comprometer un enfoque ant-opolégico cuyo obje- tivo principal no es el de definir la esencia de lo pa- 3 Hesnard, en 1949, ya se situaba en una perspectiva com- parable; en efecto, escribfa: "La hipermoralidad, que la ola de fondo de culpabilidad vuelve flagrante en el melancélico duran- te el acceso, no es mas que una higermoralidad dramatica de otra naturaleza que la culpabilidad normal. No se deduce del principio moral sino de un comportamiento moral personal constitucionalmente defectuoso, No es la intensificacién de una culpabilidad verdadera, de un remordimiento cualquiera que se convertir4, por su sobrestimacién en la conciencia moral, en una especie de locura-pecado. Tiene el mismo significado que las otras conductas psicopdticas: el de estar adaptada a una nueva condicién de existencia con respecto a la prohibicidn. Este nificado subjetivo ético, demasiado evidente, sélo vale por su ex- presién perentoria presente, ya que st significado objetivo es una reaccién a la culpabilidad endégena anterior y no una afir- macién de esta culpabilidad” (Lunivers morbide de la fatite, op. cit,, p. 203) (cursivas del nuestras).

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