Imre Kertész. La Lengua Exiliada.

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LA LENGUA EXILIADA, Discurso pronunciado en el teatro Renaissance de Berlin, 2000 Cacia vex que tego a Berlin, me encuentro otra ciudad en este punto geogrifico. De hecho, la palabra Berlin se filtr6 en el mundo de mi imagi- naci6n ya en mi primera infancia, como concep- to, como imagen fonética que escondia un con- tenido incierto, Mi abuelo posefa una pequeiia tienda, una merceria, como se decia por aquel entonces, donde vendia un determinado tipo de tela que se lamaba «tela berlinesa» o, simple- mente, «berlinesa». Era una especie de tela de ganchillo con la que, aunque parezca extratio, se cubrian Jos hombros tanto las muchachas muy Jjévenes como las sefioras mayores del barrio bu- dapestino de Ferencvaros, cuyo ambiente quiza recordaba al del antiguo Kreuzberg. Poco tiem- po después, la palabra se asocié a uno de los co- lores de mi caja de acuarelas, que se denomina- ba, invitando a la ensofiacién, «azul berlinés». Ms tarde, aprendi a reconocer la voz chirriante del Fithreren la radio, pero no la relacioné en ab- soluto con las novelas berlinesas de Erich Kast- ner o de Alfred Dablin, que tanto me gustaban, ‘Sin embargo, s6lo décadas mds tarde conoct la. ciudad en si, plagada de ruinas y marcada por una division absurda. Ocurri6 exactamente a finales de la primavera de 1962, pocos meses después de la construccién del Muro, det Muro de Berlin, Todo era un poco fantasmagérico, el destartalado acropuerto de Schdnefeld, los soldados de Ale- ‘mania del Este cuyos uniformes y cuyo comport miento recordaban a los antiguos soldados de la Wehrmacht, y luego la ciudad o, para ser preciso, una parte de la ciudad, que ardfa, desierta, bajo un calor prematuro, Nos alojamos en un hotel de la Friedrichstrasse, el Hotel Sofia, que hoy busca riamos en vano en el mapa; en el bar de la prime- ra planta atendia una camarera rubia que Hevaba dc forma llamativa la estrella de David en el collar yque despotricaba a vor en grito contra las autor: dades, el Muro y el destino que le hal Repetia una y otra vez su historia, cuyos pormeno- res ya no recuerdo, pero cuya esencia consistia en que de alguna manera se habfa quedado atasca- da en la mitad oriental de la ciudad, y en que su situacidn era desesperada. «Ffofjinungslas», repetia, hoffungslos». Sino buubiera venido de Budapest, me habria asombrado la sinceridad —zo tal vez la tocado. ‘amargura?—con que daba rienda suelta au c6le~ rayasu desprecio hacia los gobernantes; sin em- bargo, habia aprendido hacfa tiempo que, en Tas a8 dictaduras, los camareros pueden permitirse mu- chas cosas que a los clientes les estan vedadas. Después pasé varias veces por Berlin, y esas vi- sitas siempre me revolvian el alma. Ya sefialé en alguna ocasién que, vista desde oriente, Berlin Oeste parecia la ciudad mas europea en los de- sesperanzados aiios de la Guerra Fria, quiz por- que eta al mismo tiempo la ciudad de Europa ms expuesta al peligro. Mientras paseaba por la Leipzigerstrasse de Berlin Este, adonde las noti- cias prohibidas del mundo libre Megaban del sotro lado» a través de los reflejos del noticiero luminoso que emitia el rascacielos de Springer Verlag, se apoderaba de mi la sensacién ilusoria de que el territorio rodeado por un muro no era Berlin Oeste, sino el gran imperio monolitico que empezaba alli y se extendia hasta el océano Artico. Nunca olvidaré un crepiisculo de princi- pios de verano: perdido en Unter den Linden, en un extremo de ese mundo gris como el desicrto, contemplaba las barreras, a los guardias con sus perros, los techos de los autobuses llenos de turis- tas curiosos que transitaban por el «otro lado» y se asomaban por encima del Muro y los focos que acababan de encenderse como para ilumi- nar directamente la vergitenza de mi esclavitud total, Trece afios después, ya como becado de Berlin Oeste, me fai andando desde Charlotten- burg hasta la Alexanderplatz, cual si quisiera con- vencerme con mis propios pies de que podia ir 7) pascando desde la Strasse des 17. Juli hasta Unter den Linden; algo similar ocurrié este afto, en la prt mayera de 2000, cuando fui a pie desde la puerta de Birkenau hasta el crematorio, pasando por la antigua rampa, aunque me resulta mas dificil expli- car de qué queria convencerme alli tal vez de que hoy ya podia hacer ese funesto trayecto de un Kilé- ‘metro que en aquel entonces no habfa recorrido. He aqui Berlin, el azul de la infancia y la ram- pa de Anschwitz-Birkenau: tres imagenes que se relacionan de forma orgénica para formar una tinica asociacion de ideas en mi interior. Me falta un cuarto elemento, la levadura de la asociacion, por asi decirlo, la que da vida a estas imagenes y las llena de contenido: el lenguaje. Quiz4 conoz can ustedes el breve relato de Paul Celan titulado Gesprich im Gebing [Conversacién en la montafa). Ha atardecido, «eines Abends, die Sonne, und nicht nur sie, war untergegangen [...] und ging de Jud, ging unterm Gewolk, ging im Schatten, dem cignen und dem fremden-denn der Jud, du weiss, \was hat er schon, das ihm wirklich gehdrt, das no- che geborgt war...» [una noche, el sol, y no solo 41, se habia puesto [...] € iba el judi, iba bajo las rues, iba a la sombra, la propia y la ajena, porque cl judio, sabes, qué tiene el judio que realmente le pertenezca, que no sea prestado...»]. Pues bien, ‘Auschwitz sin duda le pertenece, pertenece al jue jo, pero con Auschwitz, con esa terrible propie- dad, perdié también su lenguaje. % Permitanme desarrollar més ampliamente lo que pienso. Una peculiar vivencia mareé mi infan- cia yme hizo suftir mucho, aunque nunea legué a comprenderla ni a apoderarme de ella, nia poder fijarla o nombrarla. Tena la sensacién de ser testi go de una gran mentira generalizada, pero esta ‘mentira era la verdad y s6lo era culpa mia percibi Ja como mentira, No podia saber que esa experien- cia era de cardcter lingiistico y que se trataba de una protesta inconsciente contra la sociedad que me rodeaba, contra la sugestion de la sociedad pro ypprefascista de la Budapest de los aiios treinta, que queria hacerme aceptar como un destino normal l peligro que me acechaba. Yo consigui6, puesto que la cultura en que me crié, los nobles princi- pios que tuve que admitir y el elevado sistema de valores que me inculearon en la clase separada para judfos del instituto de orientaci6n ckisica, to- dos ellos, todos me incitaban a negarme a mi mis- mo y premiaban la autonegaci6n. Décadas mis tar- de lo formule asi en mi novela Fiasco: Ora con palabras amables, ora con advertencias severas, me hacian madurar poco a poco eon el fin de exterminarme. Nunca protesté, procuraba cum- plir con mis obligaciones, Con Kinguida disponibi- lidad me fui hundiendo en la neutosis de mi buena educacién. Era un miembro modestamente aplica- do, de comportamiento no siempre intachable, de Ja ticita conspiracién urdida contra mi vida. o Lo cierto es que en las dictaduras totales del si- glo xx al hombre le ocurre algo sin parangén en su historia hasta ese momento: el lenguaje total ©, como dice Orwell, la neolengua, se introduce sin oposicién en la conciencia del individuo con la ayuda de la dinémica bien dosificada de la vio Iencia y el terror, y lo expulsa poco a poco de alli, Jo expulsa de su propia vida interior. El ser huma- no se identifica gradualmente con el papel que le es asignado o que le obligan a desempefiar, sin que importe si el rol se corresponde con su per sonalidad 0 no. Para colmo, la aceptacién plena de este papel o funcion es su tinica posibilidad de sobrevivir, Sin embargo, es también el modo de la destrucci6n total de la personalidad, y si real. mente consigue sobrevivir, desde luego tardara mucho, si es que lo logra, en reconquistar para si el lenguaje personal, el tinico fiable, en el que pueda contar su tragedia; y es posible que enton- ces tome conciencia de que esta tragedia no pue- de contarse. Escuchemos qué dice al respecto el judio del relato de Paul Celan: Das ist die Sprache, die hier gilt, cine Sprache, nicht fir dich und niche fir mich-lenn, frag ich, wen ist sie denn gedacht, die Erde, nicht fiir dich, sag ich, ist sie gedacht, und nicht fiir mich« ‘eine Sprache, je nun, ohne Ich und ohne Du, late ter Er, lauter Es, verstehst du, lauter Sie, und nichts, oD als das, [Este es el lenguaje vigente aqui, un len- ‘guaje que no es ni para tini para mf—porque, pre- gunto, para quién esté pensada la tierra, no esté pensada, digo yo, ni para ti ni para mi uaje, pues, sin yo ni td, s6lo con él, slo con ello, centiendes, s6l0 con ellos, eso y nada mas.) Si, un lenguaje que es el de los otros, un len- guaje que es el mundo de la conciencia de una sociedad que continia funcionando con indife- rencia, un lenguaje en el que el expulsado sigue siendo siempre un caso especial, la piedra del es- cindalo, un extraio: 61, ello o ellos, un lenguaje que, después de Auschwitz, sell6 definitivamente la expulsién que se produjo en Auschwitz, Considero que éste ¢s el verdadero problema de todos aquellos que hoy quieren hablar ain —o de nuevo—sobre el Holocausto, Este ¢s ¢l motivo por el que, cuanto mas hablen, menos comprens- bles resultarén, Es €l motivo por el que, cuantos mis monumentos del Holocausto se levanten, is se alejard o se volver hist6rico el propio Ho- locausto, No quiero entrar aqui en algo que de todos es sabido: la memoria de Auschwitz se ri- tualiza, se instrumentaliza y se convierte en algo abstracto. El superviviente, el nuevo tipo huma- no de la historia europea, aquel que, segiin las Palabras de Nietzsche, mir6 alo hondo del «abis- mo dionisiaco», se consume impotente en este proceso. Bien se adapta al «lenguaje aqui vigen- 33 te» y acepta las convenciones lingtiisticas que se Ie ofrecen, las palabras «victima>, «perseguido»,

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