UNA VIDA EN PINTURAS
‘Tengo miedo. Estoy sentada en una sill de plistico
‘sperando mi turno para ver al doctor. Es una mafiana frfa
de primavera y vine al consultorio porque desde hace varios
dias me late el ojo derecho. Me palpita de ura forma rdi-
cal, intensa; el pirpado inferior, sobre todo. A veces creo
aque va a explora. Ya descarté las causas mis obvias: no es
cansancio porque a veces empicza apenas cinco minutos
después de despertarme, tampoco es esfuerze porque hace
tuna semana suspend{ a lectura. No es e alcohol ni los ci-
gatillos ni el café, porque practic el ascetsmo con dedica-
cin. ¥ no creo en el ests.
Barajé posibles enfermedades. Me met{ en internet y
descubrt los foros de personas alas que les late el ojo. Un
{grupo incluso me invité a una dela sesiones que sellevan
21 cabo los lunes por la noche en el subsuclo del Hotel
Bauen, Se sientan en cftculo a relatar el amplio espectro
de sus tormenta psfquicas: melancoliacrénica, ideas mér-
bidas,cefaleas recurrentes,sensacién de irealidad. A veces
invian aun famoso que ha suftido del sojo loco» para que
relate su experiencia: ;edmo hacer para que a cémara no
registe tu sismo interno? Decliné la inviacin, y para
89cortar con la cadena de derrumbes pedi un turno con el
médico. ns
La sala de espera es blanca, inmaculada. Enfente, una
‘madre y su hijo esperan también su turno. El chico con an-
teojos gruesos esti mascando chicle y cuando me ve se lo
saca de la boca y lo estira hasta formar un puente colgante
que balancea de un lado a otro. La madre le dice que deje
de acer eso, pero el chico sigue y yo desvio la mirada. El,
ojo me empieza a lati por enésima ver en el dia. Entonces
veo el Rothko. Es un poster sobre la pared. Lo miro ripido
porque si me detengo mucho el latido se convierte en el
salope de un caballo. Es un Rothko rojo, vertical, lo reco-
‘nozco porque lo he visto colgado en el Museo Nacional de
Bellas Artes. Un Rothko clisico: un rojo diablo sobre un
rojo vino que vira al negro.
Lagenteno se cansa de decir hasta que no ves un Rothko
en vivo no ves ni la mitad. A mi me sorprende todo lo que
se puede ver en una reproduccién, Ineluso abi Rothko no
{entra por los ojos sino como un Fuego a la altura del es-
témago. Hay dias en que creo que sus obras no son obras
de arte sino otra cosa: la zara ardiente de la historia biblica.
‘Un arbusto que arde pero nunca se quema. Hay algo que
no se gastaen un Rothko, a pesar desu creador, a pesar de
la retérica inflamada que desde hace afios lo pint6 como un
creador de iconos del Més Alld, un deualle que lo hizo en-
ajar en esa tradicin del arc abstracto como wip espirtual
que dispar6 Kandinksi, Pienso esto cuando la secretaria me
anuncia que el doctor Adelman es listo para verme.
Alsur de San Peresburgo est la ciudad de Daugavpils,
antes Dvinsk. Hoy ese territories Letonia, pero a princi-
Pios de 1900 estaba bajo el regimen zarista. Las opciones de
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trabajo ahi eran escasas y las j6venes del lugar vefan la
prostirucién como una sida labora. Para escapar de ese
destino, Anna Goldin se caé a los quince aos con el far-
Elmenor de cllos,
‘Marcus, el futuro Rothko, el més sensible e ipocondriaco,
fue el nico iniciado en el Talmud. Aunque la historia no
registra ejecuciones en Dvinsk, Rothko contarfa de adulto:
«Los cosacos se Ilevaron alos judios hacia los bosques y les
hicieron eavar una fosa comiin. Imaginé esa timba cuadra-
da tan claramente que ya no sé sila masaere curt 0 sila
inventé, peo esa imagen siempre me ha atormentado.» Una
‘mafiana la sefiora Rothkowitzy sus hijos se subieron a.un
barco en el puerto de Liepaja. Iban rumbo a América a
reunitse con el padee, que habia viajado unos meses antes.
Desembarcaron en Portland, Oregén, y el areo de tierra
todavia no se les habia pasado cuando el sefior Rothkowitz
smurié de un cdncer de colon. El joven Marcus tenia once
ato; era judo, pobre, iaquerdista.Terminé la secundaria
‘como pudo y entré becado en a Universidad de Yale a es-
tudiar derecho. Meses ms tarde, cuando el crac del 29 em-
ppezaba a corroer los cimientos del pls, abandoné sus estu-
dios. Habia decidido ira Nueva York para dar unas vueltas
‘y morirse un poco de hambre,
‘Dehaber muerto entonces, hoy sera un completo desco-
nocido, porque hasta los cuarentay cinco afios Rothko fue
‘un pintor del montén. Pas6 por una fase surrealista que
sorprende pot lo mediocre y después, en los ais teint,
cempezé a pintar unas arquitecturas urbanas angustiantes
con figuras clongadas a lo Giacometti. Ya tdos lo daban
por perdido cuando ocurrié el momento «ahi, ese que los
artistas esperan toda una vida y que a veces leg y otras no:
Ja visin que logra salir finalmentea la superficie. Ocurtié
en el verano de 1945, cuando se puso a pintr una serie de
anbloques abstractos y sfumados que flotaban en el espacio
dela tela. La linea habia desaparecido, los colores se habian
dlisparado: ross, duraznos, lavandas, blancos, amarillo,
suzafanes con la evanescencia del aliento sobre un vidro, Su
ojo parecia habersedilatado.
Dicen que hay que pararse frente a una tela de Rothko
como frente a un amanecer. Son cuadros belisimos, pero la
belleza puede ser sublime o puede ser decorativa, y en los
livings neoyorquinos del Upper East Side sus cuadros com-
binaban deliciosamente bien con los sofis de cuero y las
alfombras de angora. Las crfticas le cayeron a baldazos,
Rothko la sufra mientras su euenta bancaria se abultaba,
‘Algunos lo acusaban de ser un efectsta que hata del rigor
del expresionismo abstracto un buen negocio. El pintor
empezs a defenderse con frases del tipo sla experiencia ti-
ca es para mi a tnica fuente del artes. Fue como cavarse
su propia fosa: durante afios esa grandilocuencia ahogaria
sus obras, las convertirfaen opacos menhires.
I asunto es que la ansiedad lo hacia hablar de més,
‘Olvidaba que los elementos més poderosos de una obra con
frecuencia son sus silencios, y que, como dicen por ahi, el
estilo es un medio para insite sobre algo. Puede que mirar
tun Rothko tenga algo de experiencia espiriual, pero de una
clase que no admite palabras. Es como vistar los glaciares
6 atravesar un desierto. Pocas veces lo inadecuado del len-
aguaje se vuelve tan patente. Frente a Rothko, wna busca
frases salidas de un sermén dominical pero no encuentra
ms que eufemismos. Lo que uno querrfa decir en realidad
5 «puta madre»,
En los afios de mayor éxito, de 1949 a 1964, Rothko
‘empené a derrapar: su matrimonio se partié al medio, sus
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amistades se alejaron, se tomé hasta el agua de las macetas
y se envenené de odio. Se habfa disparado la espral de des-
‘ruccién, Una noche tormentosa, cuando sala de suedficio,
cl portero le advirtié que se cuidara porque I calle estaba
fea. Rothko contesté: «Hay una sola cosa de la que me ten-
go que cuidar: de que un dia el negro se trague a rojo.»
~zAntecedentes? dice l doctor Adelman,
~{Oailares? Diplopia. Como als siete traaron de ope-
rarme pero los médicosdesisteron, era tan inqueta que la
anestesiano prendi Era una bola de nervios de chica, pero
por suerte uno cambia, zn0?
El doctor Adelman me ignora y me devuelve ala sala de
espera
Debo permanccer con los ojos cerrados hasta que me
hhagan efecto las gotas. Soy tramposa, cada tanto espio entre
las pestafias himedas. Miro el péster de Rothko. Siento mis
ppupilas erpandirse. Abro ycierro. Cuando abro, el rojo me
‘chupa; cuando cierto flota sobre el negro de mis pérpados.
Me acerco, trato de pararme, como aconsejaba Rothko, a
cuarentay seis eentimetros de distancia. Y Fienso: emo
ppudo este hombre producir las pinturas euforicamente abs-
tracts de su mejor periodo en su peor momento de derrum-
be? ¥ eso me lleva aT. . Eliot: «Cuanto més perfecto es el
artista, més completamente separado en él estré el hombre
que sufte de la mente que crea La secretaia del doctor
‘Adelman me ordena que me siente y yo vuelvo sobre mis
pasos con los ojos cerados.
‘La mafiana del 25 de febrero de 1970, Rethko entr6 en
«l bafo, se sacé los zapatos, acomodé el pantalny lacami-
sa sobre una silly con una navaja se hizo dos corte pro-
fandos en los antebrazos. Tenia un enfisema avanzado.
9B‘Cuando su asstente lo encontrs, estaba de espaldas sobre
un chareo de sangre, ran roo y grande como Sus incurs.
Se habia llevado su secreo al mis alli: ls razones por
las que en 1959, en la cumbre de su carrera, se negé a en
tregar los murales para el restaurant del Four Seasons en el
cdificio Seagram de Nueva York. Dore Ashton, que lo visi-
taba seguido en su estudio, dice que el pintor habla ereido
‘que los murales iban a ser para el comedor de losempleados. .
‘Otros dicen que eso es inverostmil, que sala perectamen-
te que iban a decorar el lujoso restaurante. Sus peoresene-
mmigos resultaron ser sus amigos: Barnert Newman y Clyford
Sil lo tldaron de prosttuta del arte. Pero, como dirt al
guien que conozco, shay formas y formas de prostcuciéns,
Rothko dijo tra cosa. Se lo dijo al periodista John Fischer
«en 1959, en un transatintico rumbo a Népoles: «Debemos
encontrar un modo de vida y un trabajo que no tenga ls
consecuencias de ir acabando con todos nosotros. Enere
whiskies que se volcaban sobre la cubierta de clase tuista,
le comté que su masterplan era varruinarles el apetio a esos
ricos bastards con pincuras que los haan sentir que no
habia escapatoriay. Estaba pensando en la opresiva Biblio-
teca Laurenciana de Miguel Angel, ue habla visto en Flo-
rencia hacfa unos aios y que planeaba volver a vistar en ese
Viaje. Dias més tarde, en Pompeya, los Rothko (su esposa
Mell, su hija Kate) y ahora Fischer, que no se despegaba,
entraron en la Villa de los Misterios. Rothko se impresioné
por el uso lujurioso del rojo y negro en el comedor dedica-
do a Dionisio, la forma perversa en que los colores se fun-
dian. Todo estaba en su cabeza cuando volvé a Nueva York
yllev6 a su esposa aalmorzar al lamante Four Seasons. Sus
‘cuadros todavia no estaban colgados: segin él les faltaba el
toque final. El restaurante rebalsaba de trajes azul marino
de Brooks Brothers, corbatas de Stefano Ricci, collares de
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perlas y stolas de armifio. Rothko saboreaba un gazpacho,
sus ojos nerviosos escaneaban el lugar. De golpe, detuvo la
ccuchara en el aire, a mitad de camino entre su boca y el
plato, y le pregunté a Mell sino ola algo rao. «Qué clase
de oor’, dijo ell. Como a dinero podridos,centesté Roth-
to. Laego apa es empoi lament anu qurom
ria el contrato.
Perot murles que func llegaron al Four Seasons on
bloques grises sobre fondos negros. Cuando salieron ala
luc fows de ellos todos pensaron: Con razéa. Estas pin-
turas eran tun calleén sin sida. Nada de eso. Rothko ha-
bia coneebido sus murales como una forma de exponer los
‘tapos sucios de la sociedad norteamericana, Habla ima-
ginado obras que resultaran tan poco bienv=nidas como
Vidrio molido en el risotto. «Pero, pensindolo mejor» le
dijo a la pobre Mell, que estaba hasta la coronilla de los
discursos pomposos de su marido, es init. Esta gente
‘nunca se dard por enterada.» Ese mediodia en el Four
Seasons, Rothko entendié que, para los banqueros y em-
presarios que almorzaban a su alrededor, sus pinturas,
fueran del color que fueran, terminarian porser tan deco-
rativas como sus esposas.
El doctor Adelman me asegura que no tengo nada gra-
ve. Es.una mioquimia, un temblorinvoluntaro de las Fibras
‘musculares producto de una irrtacién. El ojo me deja de
last. Voy a vivie, me digo, ;voy a vive, y mientras espero
due legue el ascensor miro por tltima vex el péster de
Rothko. Lo miro fijo. Me hace sentir nica la brutal soledad
de este pedazo de carne transpirada que soy. Me recuerda
‘que estoy viva y me entistece, como cuando uno abraza una
promesa de felicidad que sabe que no va a dura.
95‘Mi marido se enfermé dos veces. Linfoma no Hodgkin
fuel diagnéstico. Célula B, la primera vuelta, un tratamien-
to largo pero relativamente ficil;eélulas T la segunda, un
tratamiento el doble de largo y demoledor. Hay quienes
dicen: «No te queda otra que peeatla cuando esti ah. Vos
hari lo mismo.» Yo creo que no. Pero él aguants, En el
Hospital Ramos Mejia, durante un afio. Noches como ti-
neles, una pleuresia que le atenazaba el pecho, quimios
mortifera y toda la lista de escalofros que les voy aahorra.
En el hospital habia una puta, una morocha de vestido rojo
y medias caladas que durante el dia dormia en las sills de
plistco de la entrada, acurrucada contra unas bolas que
supongo guardarian sus cosas, eemblando cada tanto como
sium rayo la recorrera por dentro. Durante las noches ela
ppodia ofr caminando por los pabellones, sus tacos resonaban
contra as baldosas heladas: iba de enfermo en enfermo, se
frotaba contra el hierro de las camas, hacia lo que tenfa que
hacer
A lado del tubo de oxigeno mi maridotenfa una peque-
fa reproduccién de Rothko pegada ala pared. Tenfa otras
genes también: una foto de su banda de rock, una pos-
tal de la Coca Sarl bafindose desnuda en el ro, una servi
lleta autografiada por el principe Francescoli El Rothko se
lo habia levado yo; el resto, sus amigos, en un intento por
levantarle el énimo. El decia que las imagenes le funcionaban
de noche, como estampita, cuando e silencio de hospital
lo abrumaba. «A veces me tomo la morfinay con la linterna
las ilumino, Un poco ayuda.»
‘Una noche en que me habfa quedado hasta tarde a su
Jado, seran las once, la puta pasé caminando y se detuvo
a los pies dela cama. Saludé por el nombre a mi marido y
sc qued6 unos segundos mirando las imégenes en la pared;
Ia luz de la luna entraba como un reflector por la ventana,
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«zh mi me parecié o reconocié la pintura?» le pregunté a
‘mi marido después de que se hubicra ido. «No te parecié;
Ja conoce. Estuvimos charlando y ahora dice que Roco
su pintor fvorito.» Dos noches después mela volviaencon-
‘rat. fbamos a tomar el ascensor pero se habia trabado un
piso més arriba. Mientras esperdbamos lesoneey solté una
;puteada para hacerme la canchera, Me daba curiosidad su
interés por Rothko, el vinculo entre el arte y la calle en su
‘estado mis literal, Pero ela me esquivé la mirada, me puso
‘en mi lugar de burguesita del arte, turista de hospital, antro-
péloga de gabinetefascinada por lo exstico. Entendl ripi-
do y no molesté més. Cuando Finalmente llgé el ascensor,
bajamos en silencio, salimos a la larga nave central que
conecta los pabellones con el hall de entrada. Ella iba ade-
lante; por un instante me parecié que me guiaba hacia la
capilla, hacia algin tipo de sacrifcio o comurién Pero de
repente doblé por un pasllo oscuro que llevaba a Hemo-
dlinamia. Su vestido fue lotiltimo que vi el momento exac-
to en que el rojo se disolviaen el negro.
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