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86 HISTORIA DE LA ETICA Cartos CastiLLa DEL Pino FREUD Y LA GENESIS DE LA CONCIENCIA MORAL remitir a Peirce, introductor de Is idea, = : 1. EL PSICOANALISIS: DE UNA PSICOTERAPIA ¥ Habermas: para el primero, como vimos en el epigrafe 3, el falbilismo es un rE Srterio de eno soiuisnn de problemas morales, letras que el segundo, sqiendo ana TeoRL as de as hipster a den experiencia Lo que posteriormente habria de ser llamado psicoandlisis por jund Freud (1856-1939) comenz6 siendo una modalidad de te- ia de las neurosis, mis concretamente de las neurosis histéricas, resultado de su colaboracién con el médico vienés Josef Breuer 925). Las distintas formas de histeria, especialmente la gran con el pragmatismo en Mills, 1964. ee 15. Lo més representativo de este eneopragmatismo» que, como el de los «pe psiquica, y que merecié la investigacién de patélogos del renombre gota, bla de Charcot, Bernheim y Liébault, en Francia, de Dubois en Suiza, y de Ia escuela neuropsiquidtrica alemana y austriaca (Striimpell, Meynert, Wernicke, etc.), eran objeto de las mds contrapucstas teo- rias: desde la meramente anatémica hasta la sustentada sobre 1a ad. Freud habia estudiado (1886) seis meses en Parfs, 1825-1893), en La Salpetriere, habia famosas Lecons du Mardi e incluso tradujo, con poster alemén tales lecciones (1886). Charcot influyé en Freud incluso en el rigor metodolégico observacional ta Viena, habiendo renunciado de como neurohistlogo y como neurdlogo, se dedicé fundamental- mente a Ia terapia de las neurosié, sobre Ia base de Ia sugestién : y la hipnosis, entonces tinica forma de tratamiento de las mismas y a la vista del fracaso de las curas de reposo del tipo de las de dres flundadores» tiene una gran parte de didlogo crttco con los ris influyentes 0 representativos det momento, acaso sean Ri solis, 1984, y Bernstein, 1986, Los autores europeos en liza ‘ger, Gadamer, Habermas... luego Derridé, Macintyre, H. Arendt, 88 HISTORIA DE LA ETICA Weir Mitchell, la hidroterapia, la electroterapia, etc. Pero en Ia re- lacién con Breuer, éste le habfa descrito (1882) su hallazgo en el tratamiento de una paciente histérica: en la hipnosis, tras la apari- cién de recuerdos que en el nivel normal de conciencia aparecfan encubiertos, la paciente superaba sus crisis y tendia a Ja curacién. ‘A-este método se lo denominé método catértico. Freud usa del mis- mo método en el tratamiento de varias pacientes, y con Breuer re- Gactan su Estudios sobre la histeria (Freud, probablemente en 1895; editada sin fecha, ID. La teoria de la histeria ¢s Ia siguiente: deter ‘minadas vivencias trauméticas desde el punto de vista psicoldgico son sustraidas del campo de la conciencia del sujeto, pero el monto de afecto de la misma emerge bajo otro contenido —el del sintoma histérico—, que viene a ser, pues, simbolo del recuerdo reprimi- do.’ Se comprende, pues, que la eatarsis sobre el recuerdo, al cual realmente pertenece el afecto, y que hasta entonces ha estado encu- bierto, reprimido, devuelva la unidad al estado de disociacién (bis- térica) en que el paciente se hallaba. La histeria, por consiguiente, es una neuropsicosis de defensa, un constructo que el paciente se obliga a verificar para defenderse de aquello que le conturba y le resulta inconciliable Pero Freud, mal hipnotizador, desarr el nivel de conciencia permanece normal: mediante el cual el paciente deja vagar su mente a par recuerdo aparecido como por azar y verbaliza —es la regla tinica— todo aquello que se le asocia, hasta suscitarse una coherencia inter- na que muestra el nexo entre lo manifiesto y lo oculto, y hasta eatonces no sabido por el propio sujeto. Este método se debe ente- famente a Freud. Su colaboracién con Breuer se rompe, y hoy sa~ hemos que Breuer mismo abandona su investigacién alarmado ante Ia transferencia positiva que se suscitaba en sus pacientes. "Tempranamente, Freud advierte que es preciso un cuerpo teéri- co que dé cuenta exacta de lo que ocurre en el psiquismo del pa- Giente sometido a esta terapia catértica, Su formacién neuro}esice 5 la que le conduce a la construccién de wn modelo neuroiézico le explicacién plausible y positiva. Freud es heredero del p Prismo decimondti trasluce a través del Proyecto de Frismo decimonénico, como se trasluce a sravés del Prayecia de wing petcologla para neurdlogos” y de sus anteriores taba bre las pardlisis infantiles y [as afasias A Weber, Fechner pre lente que la psicologia fisiolégica a lo Wundt, Weber, la otro método en el que FREUD 89 y otros no es capaz de dar raz6n de los problemas con que se en- cuentra en el andlisis y terapia de sus pacientes. Pero, como advier- te Strachey, Freud sigue pensando en términos biolégicos para la interpretacién de las neurosis, cuando Breuer, para la histeria, con- cebia que ésta sdlo era inteligible en el plano de un discurso psico- I6gico. Es a partir de su consideracién analitica del mecanismo de Ios chistes (Freud, 1905, VII), cuando al fin se decide a abandonar ra las neurosis actuales— la interpretacién fisiolégica por ictamente psicolégica. En Ja propia terapia de sus pacientes, Freud se obliga a la aten- cién a fenémenos hasta entonces inadvertidos o desdefiados como objetos mismos de la ciencia. Me refiero a los suefios. Puede afir- marse que La interpretacin de los suefios (Freud, 1900, IV y V) inaugura en verdad el psicoandlisis propiamente dicho. También los. sueflos muestran la aparente discordancia entre el contenido mani- fiesto y latente, y, por tanto, como en los fenémenos histéricos, hay que dar paso a Ja existencia de procesos inconscientes, que no sélo tienen su dinamica propia sino que son, o constituyen, buena parte de las motivaciones de la conducta humana. Con este criterio, Freud analiza también la serie de los denominados actos fallidos, ¢s decir, aquellos lapsus orales, de escritura, etc., que habitualmen- te son considerados meras confusiones azarosas y para las cuales Freud acierta a dar un sentido, el sentido de la expresién sintomati- ga pero oe oe simbélica,* de wna pulsién reprimi- » mpe la barrera de la censura y emerge al exterior, imponiéndose a pesar de la consciente intencionalidad del _sujeto (Freud, 1901, VI. esta consideracién de procesos inconscientes, y, en » Procesos conscientes, da lugar a lo que se calif por el propio Freud como primera tdpica. El sujet, eu efecto, ante tra una heterogénea topologia en la que es preciso diferenciar los procesos primarios, inconscientes, de los procesos secundarios, ela: borados de cara a la proyeccién y externalizacién en Ia realidad, que son los procesos conscientes. Entre éstos, los procesos precons” Gientes, aquellos que, perteneciendo a los procesos secundarios pa. san a constituirse en un estrato de naturaleza tal que pueden, en cualquier momento, ser tra{dos al nivel consciente como proceso secundario al servicio de los rendimientos del sujeto en la realidad. Hay, desde luego, un aparato censor, encargado no sélo de la in. 90 ‘HISTORIA DE LA ETICA mersién en el inconsciente de determinados cont 0 in. El mecanismo de pedir que vuelvan a la conciencia: la represi la represi6n, re uno de los hallazgos més fértiles de la vestigacién psicoan: 1 que, al decir del propio Freud, confie- re a su teorfa su genuino cardcter. ‘Tras su separacién de Breuer, Sigmund Freud sigue ya su pro- pio camino investigador, levando a cabo una de las obras mis ca- racteristicas del siglo xx. El psicoandlisis, en efecto, ¢s, cualquiera que sea la categoria intelectual que se le confiera en lo que respecta a su rango de cientificidad, un producto del siglo xx. Se da la pa- radoja de que buena parte de la obra freudiana es, en su enfoque jientras aquello , el inconsciente, el ello, es que consti un descubrimiento que, entonces habia sido e! objeto epistemol6gico propio de la psicologia y de Ia psiquiatria, pertenece de Ileno al siglo xx. Pese a la gran resistencia que el psicoandlisis suscita en amplios circulos intelectuales y, desde luego, en los académicos, 0 en parte debido a ello, Freud culmina en los 40 afios siguientes, y hasta el momento mismo de su muerte, una continuada tarea investigadora que se cuantifica en los 24 vohimenes de sus obras ~ completas (de la Standard Editic les de cartas cuyo interés trasciende de la mera biografia {ntima para mostrarnos Jos avatares de su aventura intelectual. Freud es, ademds, un pensa- dor original, en posesin de una enorme cultura humanfstica, que siempre tiene algo que decir, y las mds de las veces con sagacidad y profundidad notorias, acerca de la expresién estética, de la mito- logfa, de la religion, de la historia, del destino del hombre y de su cultura, de la ética y moral, de la literat ‘Aun cuando le sea reprochable en ocasiones su afan especulativo, y por tanto exa- gerado, la lectura de buena parte de su obra constituye un deber indeclinable del hombre culto de hoy. La pretensién de Freud fue conferir a la investigacién del in- consciente un rango cientifico (Freud, 1933, XXII, pp. 146 y ss.). Para Freud, el psicoanilisis debe incorporarse a una visidn cientifi- ca del mundo, siempre incompleta, resignada en orden al progresi- eso a Ia explicacién de la naturaleza del mundo, es decir, ie su contenido, sélo dejando paso a asevera- les. En este sentido, opone la cien- vo acct de la totalidad d ciones comprobables y demostrabl FREUD a1 a tres tipos de producciones: la artistica, la filoséfica y la reli- giosa. El arte es casi siempre inofensivo y benéfico, no pretende ser otra cosa que una ilusi6n... La filosofia no es opuesta a la cienci ella misma se comporta como una ciencia; en parte trabaja con igua- les métodos, pero se distancia de ella en tanto que se aferra a la én de poder brindar una imagen del universo coherente y sin Iagunas, imagen que, no obstante, se resquebraja con cada nuevo progreso de nuestro saber. Desde el punto de vista del método, yerra sobreestimando el valor cognitive de nuestras operaciones légicas y, tal vez, admitiendo otras fuentes del saber, como la intui : 10 serio [de la ciencia] es la r face el humano apetito de saber 48-149). Fue, en este sentido, un fervoroso partidario de la observacién, Jo que no le impidié multiplicar el nimero de supuestos hasta un punto que, necesariamente, exigié de sus mitica a su ortodoxia. No acepté nunca, justamente por su cardc- ter de cientifico, el que el psicoandlisis se considerase como una isién del mundo (Weltanschauung), con sus implicaciones metafi- sicas y, desde Iuego, morales.’ Freud se situé junto a Copérnico y Darwin, como uno de los tres creadores que colocaron al hombre en su justo lugar —Copérnico, despojandole, como habitante del Blancta Tierra del centro del universo; Darwin, haciéndolo derivar eriores en Ta escala animal; él’ mis spender motivacionalmente, cualquiera qua sea la clevacion anes ra de sus metas, de pulsiones elementales. Por tanto, provocando, cacia uno de ellos, una profunda herida narcisista a la hasta enton: acuslderacion megalomaniaca y egoctntica del hombre por el d, 1917, XVI, pp. 127 y 55.3 Fi XIX, p. 234). Como cientifice que aspiraba a ser flel al sece tye thst en su invesdgscion, Freud se most siempre determinista 2 sentir del cientifico de la : «El psicoanall eae ol a Si denne wl cnr minismo de la vida animica» (Freud, 1910, XI, p. 33): asi algaicn quebranta de esa suerte en un solo punto el determinismo Se In naturaleza, echa por tierra toda la vision cientifica del mudi 92 HISTORIA DE LA ETICA (Freud, 1915, 1916, XV, p. 25); 0 bien: «abrigan en su interior Ia ilusién de una libertad psfquica y no quieren renunciar a ella. Lamento encontrarme en este punto en la més taj con ustedes» (Freud, 1915, XV, p. 43). ¥ finalment cia humana no tiene sentido, Cuando alguien se pregunta acerca del sentido, es que esté enfermon.* 2. VIDA DE SIGMUND FREUD? De padres judios, Freud nacié en Freiberg, aldea de Moravia, perteneciente entonces al Imperio Austro-Hiingaro. Cuando tenia 4 afios de edad la familia se trasladé a Viena, en donde residié Freud hasta los 82. Interesado en su juventud por la filosofia y bajo la indicacién de Franz Brentano, a uno de cuyos cursos asis- ti6, tradujo al aleman un volumen de obras escogidas de Jobn Stuart Mill. Estudié Medicina y en principio se interes por la investiga cién neuroanatémica y fisiolégica, bajo la direcci cke. Posteriormente, apremiado por las necesidades econdmi dedicé al ejercicio de la neuropsiquiatrfa, cuya formacién debié a Meynert y, tras un corto periodo en Paris, a Charcot. En neurologia hizo importantes contribuciones, especialmente en el cam- po de las afasias y de las pardlisis cerebrales infantiles. Hacia 1897 debe situarse su cambio de direccién en la investigacién, proyectada a partir de entonces al Ambito de la patologia psiquica, especial- mente de las neurosis, mas concretamente de las distintas formas Ge histeria, y, a partir de aqui, las neurosis fobicas, la obsesiva, Jas perversiones sexuales, etc., y desde luego la conducta ealificable como normal. Con menor dedicacién, abord6 alguna vez el proble- tna de las psicosis —parafrenia, amencia de Meynert (lo que hoy Se denominaria episodio psicético agudo), las psicosis depresives, incluso tangencialmente la esquizofrenia (demencia precoz)—. Su dlescubsimiento fundamental es no sélo Is exis Tey h o psiquicos inconscientes, cosa que habia sido anteiorments hte da por parte de filésofos (Fleming, Dy eared Siormente, por Leibniz, y también por Schopenhauer Y e), sino el cardcter de derivada de este desvel jo clinico y de reflexion P: sicolégica. Los punt FREUD 93 bre los que incidiria su aportacién serian los siguientes: a) el cariic- ter dindmico de los procesos del inconsciente sobre la vida psiquica en general; b) la consideracién de la situacién conflictual como de- cisiva en el desarrollo normal y/o patoldgico del sujeto; ¢) Ia tépica de la personalidad, es decir, la consideracion heterogénea y estrati- ficada del sujeto (ello —inconsciente—, estrato pulsional, libidinal y destructivo, tendente a la gratificacién, a merced, pues, del «prin- cipio del placer; yo, parte del aparato ps{quico que contacta con la realidad y también con el ello, obediente al «principio de reali- dad»; super-yo, segmento del yo que se ha diferenciado como ideal del yo, como censor moral, como conciencia moral, consciente en tanto actuacién, no consciente, interiorizado, en la medida en que el sujeto ignora la procedencia de sus instancias); d) el descubri- miento de Ja sexualidad infantil y su importancia en el futuro evo- lutivo del sujeto. A partir de 1905, Freud se rode de un grupo de seguidores y discfpulos, algunos de los cuales se convertirian en disidentes con posterioridad (Adler, Jung, O. Rank, Stekel, etc.). Fue miembro de la Royal Society en 1936, y con anterioridad recibié el premio Goethe. En 1938, tras la anexién de Austria por el Tercer Reich, Freud y su familia pudieron exiliarse en Inglaterra y, radicado en Londres, en donde, aunque reducidamente, prosiguié con su traba- jo clinico y preparando nuevas publicaciones, se hizo acelerar su muerte cuando estaba ya en su fase terminal, como consecuencia de un céncer de maxilar, del que hubo de ser intervenido 33 veces en sus tiltimos veinte afios. Murié el 23 de septiembre de 1939. 3. LA TEORIA DE LA MORAL EN FREUD Los problemas concernientes a la moral —en un sentido, natu- ralmente, muy amplio— ocupan una parte considerable de Ia obra de Freud. La razén es clara. Los procesos inconscientes son proce- sos reprimidos, y lo son porque, aunque amorales, resultan ser re- probables si emergen al exterior y, en consecuencia, necesitados de que sobre ellos se ejerza la accién del aparato represor —super- yo—, 0 del propio yo, que se obliga a la contencién de los impulsos provenientes del ello, del inconsciente, ante las exigencias de la rea- lidad (en el sentido de la organizacién social, las instituciones de 94 HISTORIA DE LA ETICA etc.). Freud, pues, se obliga a tratar estas, 1) qué consecuencias tiene la represién de las pulsio- nes del ello, es decir, la libidinal y Ia agresiva, en la evolucién psi- coldgica del individu y de la sociedad en general, en tanto que compuesta de individuos; 2) cémo se operan y cémo generan las instancias provenientes del aparato represor. ‘Como se hard ver a lo largo de estas paginas, Ia preocupacién por los problemas morales est presente en Freud desde el primer momento. La razdn es obvia: no se puede construir una doctrina mica ps{quica sin contar con la instancia moral, que ¢s iva del ser humano. El que la constitucién de la misma derive, en el sentir de Freud, de instancias a su vez elementales, pulsiones ales y destructivas, concierne a la hipStesis acerca de la génesis, pero habla en favor de que el tema mismo es objeto de preocupacién. Lleva razén Freud cuando, ademés, sefiala que ha tratado de construir un e: aso a paso, desde la observa- cidn, no al modo'de un sistema filos6fico que se presenta ab init cerrado y completo. Asf se expresa, por ejemplo, de la manera guiente: Incontables veces se ha reprochado al psicoanilisis que no hace caso de lo més alto, 1o moral, lo suprapersonal, en el ser humano. El reproche era doblemente injusto, tanto histérica como metodol6- sicamente. Lo primero porque desde el comienzo mismo se atribuy6 a las tendencias morales y estéticas del yo 1a impulsiOn para el es- fuerzo de la represién; lo segundo, porque no se quiso comprender que la investigacién psicoanalitica no podia emerger como un siste- ma filoséfico con un edificio doctrinal completo y acabado, sino que debia abrirse el camino hacia las complicaciones del alma paso a paso, mediante la descomposicién analitica de los fendmenos tanto normales como anormales. Mientras debimos ocuparnos de lo rej mido en la vida animica no necesitamos compartir Ia timorata aflic- cién por la suerte eventual de lo superior en.el hombre. Ahora que hemos osado emprender el anzlisis del yo [se refiere a la monografia El yo y el ello, de 1923, década en Ia que reestructura su teorfa del aparato psiquico, 1a que en el plano de la investigacién sobre Ia conciencia moral denominé tercera etapa, con la conceptiializa- cién del super-yo] a aquellos que sacudidos en su conciencia ética clamaban que, a pesar de todo, es preciso que en el ser humano haya una esencia superior, podemos responderles: «por cierto que ta hay, y ¢s la entidad mds alta, el ideal del yo o super-yo, la agencia by FREUD 95 representante de nuestro vinculo parental. Cuando sas entidades superiores nos eran notorias y fai bamos y temfamos; mas tarde, las acogimos en el interior de noso- tros mismos» (Freud, 1923, XIX, p. 37). Freud —eso es nitido desde sus pri pretende ser un tratadista de ética, ni siquiera en obras en las que aspira trascender, con la obcecacién de los descubridores, aquellos de sus postulados basicos del ambito extrapsicolégico de la cultura, a sociedad y la historia. Freud es un psiquiatra y, desde dos déca- das antes, ni siquiera eso, sino psicoanalista, que se encuentra con los preceptos éticos y con el hecho de que, para aceptarlos o para transgredirlos, todo ser humano ha de contar con ellos. Y la pre- gunta es entonces ésta: cdmo es posible que haya que obedecerlos para uno mismo e incluso por sf mismos?; 0 bien: zdénde estén os preceptos que hay que obedecer y de qué indole son cuando no son parangonables a ningin otro? No hay, pues, en la teoria de Ja moral en Freud una teoria del debe-ser, sino una psicologia de lo que lega a ser deber; mds propiamente: una psicogenética de Ja moral. Genética del deber, no filosofia del deber-ser. 4. EL VaLoR EN FREUD En primer lugar, he de advertir que en Freud la operacién valo- rativa, el dar-valor, el valorar un objeto (sea otro, sea uno misino y mds concretamente, la accién de uno mismo), ‘no es sélo ética, sino también estética. Para Freud, el asco se pone al lado de la vergtienza, y, a la inversa, «los reclamos ideales en lo estético y ea lo moral» son parejos (Freud, 1903, VII, p. 147). Dicho de otra forma: toda accién puede ser estética y/o éticamente valorada. Por so, la religién misma es una organizacién pareja a la organizacion Que constituye el arte como constructo social. Freud (1930, XXT P. 74) hace suyo el pensamiento goethiano: i Quien posee ciencia y arte, tiene también religién; ¥ quien no posee aquellos dos, pues que tenga religiéa! 96 HISTORIA DE LA ETICA y aflade, como exégt ‘or un lado, esta sentencia opone la rel gidn a las dos realizaciones supremas del ser humano; por el otro, asevera que son compatibles 0 sustituibles entre sin (Freud, 1930, XXI, pp. 71, 2) (las ci Pero la estética y la ética —es decir, el arte y la religién como organizaciones sociales en donde los sistemas de valores quedan con- cretados— no son sino formaciones sustitutivas, transacciones, me- bilidad de gratificacién a que tienden las pulsiones Ii agresivas, regidas por el «principio del placer». Mas precisamente: son formas de ganancia de placer o de evitacién, cuando menos, del displacer que conlleva la insatisfaccién pulsional (Freud, 1930, XXI, p. 83). Arte, religién y ciencia son susti icadoras de la instancia a la felicidad que se deriva de la satisfacci6n pulsio~ cligién (Freud, 1930, XXI, p. 84) es la forma mas préxima ‘Su técnica consiste en deprimir el valor de la vida y en desfigurar de manera delirante la imagen del mundo real, Io cual supone el amedrentamiento de la inteligencia. A este precio, mediante la vio~ lenta fijacién a un infantilismo psiquico y la insercién en un delirio de masas, la religién consigue ahorrar a muchos seres humanos Ia neurosis individual. La embriaguez 0 la psicosis son las formas transaccionales que otros adoptan para evitar el displacer que procura la insatisfaccién del servicio a la realidad. Los valores, pues, son para Freud las formas socialmente permi- sibles de transaccién pulsional que al sujeto le son factibles verificar en la realidad que constituye la comunidad social. No dejan de ser, por consiguiente, convenciones, si bien mantenidas historicamente, y por tanto, relativas, aunque —habremos de verlo a rengl6n se- guido— acufiadas, piensa en una primera etapa, incluso biolégica- mente. Freud es, en este sentido, darwiniano —Darwin era uno de los cientificos admirados por él—, para el cual, como se sabe, la se- leccién natural modifica los caracteres y hace posible la herencia de esta variacién. Conviene tener en cuenta este supuesto (errénco) para comprender el biologismo de la primera etapa del pensamiento de Freud en lo que respecta a la génesis de la conciencia moral. FREUD Mu Carécter subjetivo de los valores Pero si los valores sociales estéticos ¥ éticos son la unica ae permisibl transaccional, de gratificacién pulsional, quiere esto i cir que valorar es desear, ¥ S¢ valora como se desea, €S decir, cada Freud queda adscrito al grupo de pensado- .e han sostenido la tesis de la subjetivi- ido de Jo valorado, es decir, del va- mn, esto res, psicdlogos y fildsofos, au dad del valorar y del conte lor’ Pues, en ultima instancia, , del inconsciente, y, como dice: el cardcter més singular de los procesos inconscientes (reprimidos), andeter al que s6lo con gran esfuerzo se acostumbra el investigador, Consiste en que [a realidad mental queda equiparada en ellos a la realidad externa, y el mero deseo, al suceso que lo cumple, confor- me en ua todo al dominio del principio del placer. Por eso, resulta tan dificil distinguir las fantasfas de los recuerdos emergidos cn la conciencia (Freud, 1911, XII, p. 230) (las cursivas son mfas). De esta forma, el valor, como expresién del deseo, derivado ‘a su vez de la pulsin inconsciente, aparece como «objetivon, ¥ aquello que nos gusta o nos parece bueno (0 nos disgusta o nos parece aborrecible) aparece, al sujeto, como lo que realmente es bueno (0 malo) Es claro que lo subjetivo del valor no queda invertido —esto €s, no se convierte de subjetivo en objetivo— por el hecho de que el valor mismo sea, en su contenido, aceptado como positivo 0 ne- gativo por un grupo social mds o menos amplio. En casos tales, Jo que ocurre, naturalmente, ¢5 que el valor ¢s compartido, y lo es, ante todo, porque ha sido interiorizado a partir de una fuente exterior (figuras parentales, autoridades, maestros, etc.). ¥ es com- partido con gusto, para la aceptacién del individuo en el grupo, como tiene ocasién de verse en el comportamiento del individuo en la masa. Sin embargo, esta concepcién subjetiva de los valores representa quizés el punto final de 1a concepeién freudiana de los valores. Primero ha de pasar, durante varios affos, sosteniendo la tesis del rango bioldgico de la inhibicién que la moral produce en la expré- sin de las pulsiones, especialmente libidinales, y asimismo del con- 98 HISTORIA DE LA ETICA tenido concreto de esa moral, en forma de sentimiento de asco, vergiienza o reprobabilidad. 5. LA GENESIS DE LA CONCIENCIA MORAL EI problema de la génesis de la conciencia moral interes a Freud desde comienzos de siglo hasta su muerte, como haré ver a co nuacién. En realidad, segtin sabemos a través de las cartas a W. Fliess, habia de suscitarse tarde o temprano, pues el problema de la histeria podia plantearse asf: ;por qué hay que encubrir ciertos recuerdos? zpor qué son conflictivos? Y si lo son, porque el sujeto Jos considera reprobables, ,de dénde procede la reprobacié: hace suya el sujeto en cuestién? De esta forma, el sintoma hi co, en general neurético, sélo se explica a trav trapsiquico, entre la moral del sujeto a que se obliga, y la inmor: dad que le reconoce a la accién o al recuerdo de la accién. Es interesante hacer notar que este problema, el de la génesis mncia moral, no encuentra su enfoque correcto mientras adherido al modelo biologista. Es una demostracién clara de cémo una teorfa acerca de un objeto exige el modelo ade- cuado, y de no ser asi, la aplicacién del modelo se consti obstéculo —un obstdculo epistemolégico— para la resolucién del problema y para su ulterior confusién. Un estudio pormenorizado de los textos freudianos en los que hace referencia a la conciencia moral, me permite di tres etapas en la evolucién de su pensamiento al respecto: 1*.) biologis- ta; 2*.) previa a la construccién de la segunda t6pica y, por tanto, al supuesto del super-yo; 3*.) la derivada de la seguida t6pica. ‘Como veremos, la primera y la segunda se solapan en un deter- minado momento. La concepcién biologista de la conciencia moral En 1905 Freud escribe Tres ensayos de teorfa sexual. Como con- tribucién al conocimiento de lo humano, Strachey. sefiala que, con La interpretacién de los sueRos, constituye una de las aportaciones més trascendentales y originales que hizo. Freud ha de toparse, para 99 FREUD i s, con 1a la interpretacién de las denominada es se es, con Ia existencia de «ciertos poderes animicos en calidad de Femi Y afade: «entre ellos, se destacan de la manera més nities © siienza y el-asco. Rs licito conjeturar que estos poderes iets “nt buido a circunscribir la pulsién dentro de las fronteras considlet ee normalesy. Pero en la nota agregada diez afios después (Freud, 190°, ‘VII, p. 147; la nota es de 1915), dice lo siguiente: poderes que ponen un dique al desarro- lo sexual —asco, vergiienza, moral— es preciso ver también un sc dimento histérico de las inhibiciones externas que Ja pulsién sexual venté en la psicogénesis de Ia humanidad. En el desarrollo iuo se observa que emergen en su momento, como espon- fefal de la educacién y de la influencia externa Por otra parte, en estos téneamenté, a una st Bs evidente que aqu{ se quiere indicar por parte de Freud que tales inhibiciones estan filogenéticamente condicionadas y que s6lo se precisa la «sefial» o la «influencia» para que se manifiesten. Pero, por si acaso hubiera duda alguna acerca del biologismo implicito en las Iineas citadas, p4ginas después advierte mds especificamente Jo que sigue: En el nifto civilizado se tiene la impresién de que el estableci- miento de esos diques es obra de la educacién, y sin duda alguna ia contribuye en mucho. Pero en reali dicionamiento orgdnico, fijado hereditariamente, y Wegado el caso puede producirse sin ninguna ayuda de la educacién. Esta ultima {la educacién] se limita a marchar tras lo prefijado orgdnicamente, {| imprimiéndole un cufto algo més ordenado y profundo (Freud, 1901, VIL, p. 161) (las cursivas son mfas). Pero lo biolégico no es sdlo prohibir, limitar, frenar 0 como se quiera decir. Es también el qué se prohibe, qué es lo que se limita o frena. Mientras que los adultos han conseguido diferir en el nifio su maduracién sexual, se ha ganado tiempo para erigir, junto a otras inhibiciones sexuales, la barrera del incesto, y para implantar en él los preceptos morales que excluyen expresamente de la eleccién de objetos... a las personas amadas en la nifez» Freud, 1905, VII, p. 205). 100 HISTORIA DE LA ETICA Pero a renglén seguido, en nota de diez alos después, afade esta apuntaciés incesto se cuenta probablemente en- tre las adquisiciones histéricas de la humanidad y, al igual que otros tables morales, quizds esté fijada en muchos individuos por herencia orgdnicay (Freud, 1905, VIL, p. 205) (las cursivas son mias). De manera que, en esta etapa, que he denominado lo esencial es el cardcter biolégico, heredable incluso, de la concien- ia moral, rudimentaria, pero decisiva; y, sobre ella, emergen luego da vergiienza, el asco, la compasién y las construcciones sociales de la moral y Ja autoridad» (Freud, 1905, VII, p. 211). Estas inst tuciones son las que se han de oponer a la satisfaccién de las pul- siones inconscientes, de forma que ellas son las responsables de un cierto grado de infelicidad. ‘Mientras las instituciones sociales no logren més para volverla [a Ia vida] dichosa, no podré ser ahogada esa voz en nosotros que se subleva contra los requirimientos morales. Todo hombre honrado deberd terminar por hacerse esa confesién siquicra para si (Freud, 1905, VIII, pp. 103-104). Hay, pues, en Freud, durante esta etapa, dos tipos de prohibi- ciones, que qued: concretadas en 1913, en su obra Totem y tabi, a saber: las restricciones inherentes a la organizacién religiosa, moral y social en general, perfectamente inteligibles, codi- ficables incluso, y desde luego sisteméticas, a las que se las podré propugnar su necesariedad en términos universales, y que —al modo kantiano— podrian proporcionar los fundamentos mismos de la abs- tencién que predican; y 2.°) otras, «que en verdad prohiben desde ellas mismas», no insertas en un sistema, «carecen de toda funda- mentacién, son de origen desconocido; incomprensibles para noso- tros, parecen cosa natural a todos aquellos que estan bajo su impe- rio» (Freud, 1913, XII, p. 27). Se trata de las prohibiciones del tabi. Es de enorme interés atender a la concepcién que de las restric~ ciones del tabi adquiere Freud, porque en ellas se ve obligado a hacer explicitaciones de cuestiones hasta entonces meramente cons- tatadas. Al dar por sentado que el tabii es «la forma més antigua de la conciencia moral», Freud se obliga a tomar este problema mismo por su ralz, y a tratar de darle una solucién, cuando menos FREUD a en Jo que respecta a su génesis, 0, Pare usar de sus propias pala- su psicogénesis. : ae wt Pinte todo, la conciencia moral? En primer Iugar, Agni. ito ue se sabe con la méxima certeza (am gewlssesien Weis) we av ee enguas, su designacién apenas se diferencia de la 0 ‘conciencia? (Bewusstsein}». De hecho, lo mismo ocurre entre nose ‘concienets (Gentidad de conciencia, como estado que permite Ja perfecta denotacién de-los objetos de la realidad exterior interior, J conciencia, como Ia indole de la sensibilidad ante los hechos mo- lo de la conciencia moral es «a percepcién vamos determinadas mociones de deseo exis- tentes en nosotros; ahora bien, el acento recae sobre el hecho de ‘que esa desestimacién no necesita invocar ninguna otra cosa, pues std cierta de sf misman. La cuestién se torna més clara aun cuando aparece «la conciencia de culpa, la percepcién del juicio adverso interior sobre aquellos actos mediante los cuales hemos consumado determinadas mociones de deseo. Aqui parece superfluo aducir un fundamento» (Freud, 1913, XIII, p. 73). Este sentimiento de culpa, en forma de «angustia de la conciencia moral» (Freud, 1913, XII, p. 74), del que se es consciente, es inconsciente respecto de su géne- sis. Puede experimentarse tal sentimiento de culpa independiente- mente de que la transgresin de aquello que lo depara haya sido verificada inadvertidamente. Por eso, «en la conciencia de culpa hay algo desconocido e inconsciente, a saber, la motivacién de la desestimacién. A es0 desconocido, no consabido, cortesponde el a angustioso de la conciencia de culpa» (Freud, 1913, XII mento en que «tras cada prohibicién, por fuerza hay un (Freud, 1913, XIII, p. 75). La organizacién social, a ane : ente una restriccién de libertad en el orden de la gratifi- cacién pulsional, surge tras el intento fallido de logro de la misma. Freud da una interpretacién que ha sido juzgada de siempre como inverificable, y que se apoya, desde luego, en débiles argumentos de analogia ‘con el comportamiento de hordas animales dessrites por Darwin. Es la siguiente: frente al padre tirdnico, poseedor de 102 HISTORIA DE LA ETICA Ia totalidad de las hembras del clan, los hijos deciden su asesinato y devoracién. Tras éste, los hijos rivalizan entre sf, ninguno de ello logra sustituir al padre, aparece, entonces, la «conciencia de culpa del hijo varén», de la que deriva la obediencia al mandato del pa- ite, y entre ellos deciden el tipo de transaccién que conlleva la in ética. El precepto fundamental, €l primer mandamiento y el més importante, de esa incipiente con- ciencia moral decia «no matards». Se lo adquirié frente al muerto amado, como reaccién frente a la satisfaccién del odio que se escon- dia tras el duelo, y poco a poco se lo extendié al extrafio a quien no se amaba y, por fin, también al enemigo (Freud, 1915, XIV, p. 296). «Estos dos tabties del totemismo, con los cuales comenzé la eti dad de los hombres» son, por una parte, la prohibicién del incesto y, por otra, el respeto del animal totémico, sustituto del padre ase- sinado. Una situacién andloga parece darse, en el sentir de Freud, en cada iduo con Ja situacién que ha de denominar desde en- tonces complejo de Edipo. Pero es en el complejo ed{pico comuni- tario en donde se han de situar, mancomunadamente (Freud, 1913, XII, p. 158), los comienzos de Ia religién, la eticidad, la sociedad misma, el arte. «Esta creadora conciencia de culpa no se ha extin- guido todavia en nosotros», y aunque facticamente no tiene naturalmente, el asesinato del padre, s{ como realidad psi forma de «meros impulsos de hostilidad hacia el padre» (Freud, 1913, XIII, pp. 160-161). Es a partir de la ambivalencia hacia esa figura —admiracién ¢ incluso amor y host idad— como se decide Ja interiorizacién de su figura y de sus preceptos y la perpetuaci6n del patrimonio bdsico de Ja cultura. Es as{, pues, como en el hombre aparece un sentimiento de cul- pa oscuro, inconsciente, que «brota del complejo de Edipo, frente a los dos grandes propésitos delictivos, el de matar al padre y el de tener comercio sexual con la madre», y que Freud eleva a patri- monio de la humanidad, como se deduce de este texto: «Y cumple recordar también el suptesto a que otras indagaciones nos han Tle- vado, a saber, que la humanidad ha adquirido su conciencia moral, que ahora se presenta como un poder animico heredado, merced al complejo de Edipo» (Freud, 1916, XIV, pp. 338-339). FREUD 103 El cardcter transaccional de toda institucién social, sobre todo Ja moral, procede de la imposibilidad de que, muerto el lider padre ‘en la circunstancia que Freud supone de la horda primitiva, ningu- no de los hijos o componentes de Ia tribu debe ser el sustituto. Mas tarde, en 1921, resumira su pensamiento en forma que recuer- da a la inversion de los valores nietzscheana: Lo que més tarde hallamos activo en la sociedad en calidad, de rtcomunitario, sprit de corps, no desmiente este linaje suyo, ‘tiginaria..Ninguno [alude inicialmente a los compo- Sentey iribales; mas concretamente a los hijos que festejan el, asesi- téico] debe querer destacar- i social exigirlas. Esta exigencia de iguald le Ja. con Social y del sentimiento del deber (Freud, 1921, XVIII, p. 114). 5.2. La conciencia moral y el ideal del yo En 1914 Freud publica el importante trabajo tra duccidn al narcisismo. La relevancia de este trabajo es muy vari fen primer lugar, parece plantear el problema de la dinémica psiqi ca en términos estrictamente psicoldgicos, y ya no la abandonard; en segundo Iugar, es un trabajo precursor de lo que ha de ser su concepeién definitiva del «aparato psiquicon o estructura psiquica del ser humano; en tercer lugar, introduce parémetros tales como el del ideal del yo que va a permitir una interpretacién dindmica de procesos psicoticos, tanto en el sentido de su organizacién diso- ciativa, como en el del contenido mismo del mundo del psicético —para ser mas exacto, del parafrénico y del esquizofrénico—. Para el objeto de nuestro trabajo, la investigacién que se obtiene en este que ahora citamos es fundamental para determinar la que he deno- minado segunda etapa, caracterizada por la introduccién cepto de ideal del yo, que entrafia una nueva, aunque no la tiltima, reconsideracién de la conciencia moral. Y Ia he calificado de etapa presuperyoica porque conceptualmente precede a la que habré de aracterizar Ia introduccién del concepto de super-yo que, como dice Strachey, resulta ser una combinacién del ideal del yo y la 104 HISTORIA DE LA ETICA conciencia moral, y que ser la definitiva conceptualizacién de la conciencia moral y de su expresién como sentimiento de culpa. en parte por la represién, cuando entran en conflicto con las repre- sentaciones culturales y éticas del individuo»; pero, como se ha di- cho, Freud hace hincapié en que tales representaciones no deben ser vistas «como si se tuviera un conocimiento meramente intelec- 10 que deben suponerse como normati- Obsérvese, pues, que se trata ya de una sujecién a la norma, sujecién irracional, y no sélo de determinados tabiies. Esta repre- sidn, pues, parte del yo, porque es éste el que reconoce que tales nes pulsionales entran en conflicto con Ia realidad externa, social. Pero la represién parte del yo, para funcionar de forma que se consiga «el respeto del yo por sf mismo». La represién, pues, ha dibujado un yo ideal, «un ideal por el cual mide su yo actual» (Freud, 1914, XIV, p. 90). Actual quiere decir, aqui, el yo que hic et ‘nune activa. Es interesante hacer notar que también por esta via alcanza Freud su concepcién de la subjetividad de los valor este tema compara al sujeto en el que la represién ha dad a Ia formacién del ideal del yo, y por tanto, con una con moral reprobatoria, a otro en el que la no existencia de la repr hace tolerables idénticas mociones libidinales. EI narcisismo de que el hombre gozé en la infancia se desplaza ahora al yo ideal y, én consecuencia, comoquiera que éste posce jones, aspira a él como forma de satisfaccién acién. Es mis, las pulsiones libidinales no estan sublimadas, y precisamen- te por esto es por lo que surge el conflicto entre el yo actual y el yo ideal, entre el yo que a veces consiente en la gratificacién puisional y el yo que desaprueba este consentimiento porque supo- ne una herida narcisista a s{ mismo. A partir de ahora, la «concien- cia moral» ... satisface el ser una instancia caracterizada por velar el aseguramiento de la satisfaccién narcisista proveniente del ideal del yo» (Freud, 1914, XIV, p. 92). Es esta conciencia moral la que, disociada, surge en la paranoia, en el delirio de observacién, en el que voces de quienes sean le reprochan (voces alucinatorias, claro esta), Ie culpan, le insultan, tras conocer sus pensamientos reproba~ bles, es decir, tras hacerse transparente para los dems el yo actual, FREUD 105 que no debiera, Es la autoacusacién moral aparece como aloacusacién, es decir, |. Voces, que, como el yo que consiente lo au ahora, en la paranoia, aparece come cusacién y reprobacién externa, den toed, representan Ja tutela paterna inicial, luego educadores, maestros, y «como enjambre indeterminado e inabarcable, todas las otras personas del medio». Son los delirios en los que predomi- na la depreciacién ética, y que muchas veces encontramos’ en las formas psicéticas paranoides propiamente dichas, pero otras veces, como ya lo Kretschmer, se corresponden a formaciones psi cas de los depresivos. Freud completa la dindmica de esta cot cia moral convertida en acusadora, advirtiendo que el sujeto pro- testa de la misma, en un intento en el fondo de desasirse de la sumisién parental. ‘Nada menos que los nueve afios siguientes seguird Freud dedica- do a analizar —entre otras cuestiones— este problema de la con- ciencia moral, de la instancia critica, del papel del ideal del yo en Ja dindmica intrapsiquica del sujeto. El trabajo Tristeza y melancolia (Freud, 1917, XIV, p. 241) y Psicologfa de las masas y andlisis del yo (Freud, 1921, XVIII), pre- paran ya el paso a la etapa ulterior, en la que se reelabora la con- ciencia de culpa y el «érgano» de la conciencia moral, lo que ha de ser el super-yo. Vale la pena, no obstante, seguirle paso a paso en su denodado esfuerzo por obtener claridad y precisién a este respecto, y porque al mismo tiempo se hace ostensible el progreso logrado. En el primero de estos trabajos, Freud hace una descripcién: de los autorreproches que caracterizan el estado animico del melan- cOlico. {Qué ocurre en este caso? Ocurre que una parte del yo, caracterizada por haberse constituido en conciencia moral, se ha escindido del conjunto al que pertenece, el yo, y se torna acusadora del mismo. Se trata de una escisién parcial, porque —a diferencia de lo que en Introduccién al narcisismo ha sefialado para la paranoia—, aqui el sujeto se autoculpa, de modo que la inculpa- cidn no la proyecta fuera de s{, que es el mecanismo de la paranoia, sino que la sigue considerando suya, con lo que la unidad del yo se mantiene (Freud, 1917, XIV, p. 245). Pero aqui se contiene ya, mas 0 menos esbozadamente, una escisién del yo sobre la cual, posteriormente, llamard la atencién de modo breve pero inequivoco: 106 HISTORIA DE LA ETICA Estas melanclias nos muestran ademés otra cosa, que puede Ile tra ser importante para mucsra ulteiores consderaciones. Nos muestra al yo dividido, descompuesto en dos fragmento, uno de los cuales aroja su furin sobre el ott, Rate otro fragmento cs el aterado por Ia Intoyecsién, que inclaye a objeto perdido. Pero tumpoco deszonocemoy lfagmento que se comport tan erinen, ncye la conclenela moral, na intancin iia dl yor ae también en épocas normales sel ha eontrapuest elicamente slo aque nunea de manera tan implacable einjusta, Ya en oeaslones ans, Fores nos vimos Hevados a adoptar el puesto de que tn aussie yo se desarolia una instancin asl que #8 separa dl resto del yo ¥ puede entrar en conficto con dl. La llamammos «ideal de yon 9 fe atrbutmos is fn én de sn conciencia ‘ora, In censura oniicay el eericio dela principal iniuenea en tren Pero, dice Freud, responsabilizarse de la misma, co1 pable de la pérdida del objeto de amor «vale decir que Ia quison (Freud, 1917, XIV, p. 248). La conciencia moral no tendrfa lugar si no anidaran en el mismo juego cuando se precisa, es decir, cuando tales impulsos reproba- s emergen; mientras no ocurre ai . No es infrecuente que el sujeto se sorprenda de lo que en sf mismo contiene en su relacién con el objeto al que crefa solamen- te amar, y es esta consciencia de si mismo la que conlleva la depre- i ica subsiguiente. En la melancolfa se trata, por tanto, «de siones de odio, y es constitutivo de esta relacién el dato de la ambi- valencia pulsional, o bien éstas aparecen ante Ja amenaza de la pér- dida, que gravita permanentemente. Pero lo que luego ha de preguntarse el melancélico, de modo compulsivo, es esto: indepen- dientemente de la posibilidad de la pérdida del objeto, que siempre existiera, ,qué tanto de culpa poseo en la facticidad de la misma? Freud tiende a pensar que la ambivalencia es constitutiva de toda relacién sujeto-objeto. En su trabajo Consideraciones de ac- tualidad sobre la guerra y la muerte (Freud, 1915, XIV) escrito, FREUD 107 la primera guerra mundial, Freud ya afir- | hombre «inicamente de manera harto defectuosa puede clasificarse como ‘buen ” © como ‘malo’, porque ‘es una mezcla de pulsiones de amor y de 0% de amor hacia deter- minados objetos y de odio hacia otros, y, es més, de amor hacia determinada relacién de objeto y de odio hacia otra, de modo que es el mismo objeto el que puede llegar a ser, y de hecho es, el recipiendario de ambos tipos opuestos de pulsién (Freud, 1915, XIV, p. 282). De este conflicto de ambivalencia, del que resultara en su ‘dfa la constitucién de-la ética para la humanidad, ahora surge la neurosis (Freud, 1915, XIV, p. 300). De la misma ambivalencia va la posibilidad de transmutacién del sadismo, en el que las pulsiones de odio se proyectan sobre el objeto, en masoquismo, en el que las pulsiones de odio revierten sobre si mismo, a través de la conciencia de culpa (Freud, 1919, XVII, p. 191) que precisa, para ser calmada, el castigo externo o el autocastigo (masoquismo moral). Esta punicién es, pues, deseable, y este es el motivo por el cual los suefios de punicién cumplen también la ley general de que el suefio es realizacién de deseo. En una resefia que, al parecer, el propio Freud hizo de su conferencia en el Congreso Psicoanaliti- co Internacional de La Haya (1920), Cormplementos a la teoria de los suefos, dice lo siguiente: por tanto, en el acmé de I ma categéricamente que el Junto a los bien conocidos suefios de deseo y suefios de angus! fécilmente asimilables dentro de la teorfa [del suefio como realiza” cién desiderativa] habfa motivos para admitir Ia existencia de una ategoria, a la que se dio el nombre de ‘sueftos de punicién’. ne en cuenta el justificado supuesto de la existencia en el yo de una instancia especial de critica y observacién de s{ (el ideal del yo, el censor, In conciencia moral), también a estos suetios de punicién deberfa subsumirselos en la teoria del cumplimiento de de- seo, pues figurarian el cumplimiento de un deseo proveniente de esa instancia critica (Freud, 1920, XVII, p. 5). Lo que se desea, pues, es castigarse, a través de lo cual el sujeto realiza la aproximacién del yo actual al yo ideal. Pero hemos visto que la conciencia moral, en la paranoia, por ejemplo, es vivida como reproche que de interiorizado se convierte en exteriorizable y exteriorizado. Por tanto, la conciencia moral pue= de equipararse con «la angustia social». Tal es Ia expresin de Freud 108 HISTORIA DE LA ETICA en su Psicologia de las masas y andlisis del yo (Freud, 1921, XVI). Hagamos un excurso acerca de las mutaciones de la conciencia mo- Tal en el comportamiento del individuo en la masa, 5.2.1, Conciencia moral e ideal del yo en el comportamiento de masas En primer lugar, Freud sefiala, al igual que Le Bon, que en Ta masa el individuo experimenta una moralizacin. Quiere decit Con esto no tanto que la moralizacién sea de signo positivo cuanto ue se trata de una eticidad de la misma, en favor tanto de la desin. hibicién de los impulsos destructivos como de los «desinteresados», O sea, dicho de otra forma: «mientras que el rendimiento intelec. tual de la masa es siempre muy inferior al del individuo, su conduc. ta ética puede tanto sobrepasar con creces ese nivel como quedar muy por debajo de él» (Freud, 1921, XVIII, p. 75). Pero, ademds, esa moralizacién supone la prescindencia de la moral singularizada a que cada individuo habia legado, en favor de la adscripcién a una moral comiin, lo cual supone, dada la rudi- mentariedad de esta tiltima, la cancelacién de sus inhibiciones, con Ja subsiguiente ganancia de placer (Freud, 1921, XVIII, p. 81). Hay otro proceso en el que la conciencia moral sufre también mutaciones caracteristicas. Freud se refiere en este momento al ena- moramiento. En éste, el objeto de amor ocupa el lugar del ideal del yo, de modo que el sujeto en el que el proceso tiene lugar abdi- ca de su ideal en favor del objeto, que, por tanto, no puede ser objeto de critica alguna —puesto que él es el ideal del yo—; al contrario, ese objeto de amor puede ser el que critique, de manera que todo se supedita a él. Es justa, pues, para Freud la denomina- cién de idealizacién para la mutacién que tiene lugar en el enamo- ramiento, puesto que mediante ella se consigue el falseamiento del juicio sobre el objeto amado. Pero, al mismo tiempo que sobre el objeto se deposita el ideal del yo, el yo queda sin ese ideal en s{ mismo, de manera que «en la ceguera del amor uno se convierte en criminal sin remordimientos» (Freud, 1921, XVIII, p. 107). FREUD a 6. EL SUPER-YO Y LA CONCIENCIA MORAL Si hubiera que remit a alguien acerea de cémo adquirie una genuina informacién respecto del pensamiento definitivo de Freu en orden al psicoandlisis como doctrina psicolégica, habria que re- mitirle a Ia lectura de El yo y el ello (Freud, 1923, XIX). Las Nue- vas conferencias sobre psicoandlisis (Freud, 1933, XID, que nun- ca pronunciara porque le era imposible, desde hacia afios, la exposicién oral, recogen el nuevo modelo de aparato ps{quico, la denominada segunda tdpica, que va a facilitar la interpretacion de la dindmica de los procesos psiquicos y, sobre todo, evitaré equi- vooss y defectuosas interpretaciones. De otro lado, y para que se obtenga una visi6n clara de la tras- cendencia de este trabajo y de esta fecha, es de advertir que, a partir de ella, el discurso freudiano es un discurso estrictamente psicolégico, de modo que, en realidad, esta exposicién entrafia una nueva forma de aproximacién epistemolégica, que sitia al objeto de la psicologia, y no del psicoandlisis tan s6lo, en el nivel episte- molégico propio. Es as{ como hay que interpretar esta frase del prélogo: Revogen, pues, esos pensamientos, los enlazan con diversos cchos de la observacién analitica, procuran deducir nuevas conclusio- hes de esta reunién, pero no toman nuevos préstamos de la biologia » por eso se sitian més prdximos al psicoandlisis (Freud, 1923, XIX, P. 13) (las cursivas son mias), 2Qué representa el super-yo? Es, desde luego, el ideal del yo, al cual nos hemos referido como instancia encontrada por Freud en el andlisis de la dindmica de los procesos psiquicos. Pero «da novedad», que introduce y que él mismo advierte que pide aclara. cién, es el que «esta pieza del yo mantiene un vinculo menos firme con la conciencian (Freud, 1923, XIX, p. 30) de lo que imaginaba, Esa vinculacién también con el ello deriva de la liquidacién del complejo de Edipo, que Freud describe,-en sus meas generales, dela manera siguiente: al ser heredero de la figura parental interio. rizada, sobre ésta existen dos identificaciones: una, positiva, de mi. mesis del padre; otra, negativa, de autoprohibicién a ser como él padre, De esta manera, toma del padre la fuerza para robustecer 110 HISTORIA DE LA ETICA el yo, y al mismo tiempo para imponerse, desde dentro de sf mis- mo, sobre el yo y vivirlo con el wcardcter compulsivo que se exte” rioriza como imperativo categérico» (Freud, 1923, XIX, p. 36). Todo este complicado proceso de identifies lugar como necesi- dad en el nifto por dos circunstan in psicolégica en él, a sabe obliga a aceptar la dependent ; ye de la propia insuficien- cia en comparacién con el ideal que ha de transmutarse en cl sentic miento religioso de humillacién; 3.°) las posteriores pro} inherentes a la relacién con las instituciones s. el lugar del padre, adoptan la forma de concien cia social); 4.°) la tensién entre el yo y el 5.°) los sentimientos sociales apare- lentificacién con los otros sobre fundamento en i iel yo. De esta forma «religién, moral y sentir social —esos contenidos principales de lo elevado en el ser humano—, han sido, en el origen, uno solo» (Freud, 1923, XIX, p. 38). El sentimiento inconsciente de culpa procede de la vinculacién, asi mo, con el residuo inconsciente de la situacién bivalencia ante la figura parental. El super-yo critica al yo, pues, ito de culpa «es la percepcién que corresponde en el a» (Freud, 1923, XIX, p. 53). De esta forma, Freud distingue ya dos tipos de culpa: la incons- ciente, residuo del complejo edfpico, y la consciente (conciencia mo- ral), «sentimiento de culpa normal» resultado de la tensién entre el yo y el ideal del yo surgida en el curso histérico de nuestras, actuaciones en la realidad. F1 masoquismo moral es la necesidad compulsiva ¢ interminable de castigo por una culpa que el sujeto ignora, precisamente porque deriva del sentimiento inconsciente de culpa, y no de la concreta relacién del sujeto con un acto conscien- te reprobable (Freud, 1923, XIX, p. 175). De otra forma no tendria explicacién, y de hecho atin no existe una interpretacién alternativa que la aventaje: la necesidad de castigo al parecer gratuito oculta dos cosas, aquello por lo que se siente la necesidad de ser castigado y quién castiga, que aunque es manifiestamente el mismo sujeto, FREUD ui es ste el que reconoce que Ia instancia, como mandato indeclinable ¥y que no puede desobedecer, pareciera provenir de fuera (de la ima- rental] ee ae trabajo posterior, Las resistencias al psicoandlisis (Freud, 1925, XIX, pp. 233 y ss.), Freud hace un paralelo brillante entre las dos formas de resistencia a la elucidacién de la represién, es decir, de los méviles que han Ievado a Ja represién pulsional y de aqui a la eticidad («eticidad es limitacién de las pulsiones»; Freud, or parte de la sociedad, porque ésta entroniza mientras que psicoanl jema y acon- seja modificarlo. Propone aflojar la severidad de la represién de las pulsiones y, a cambio, dejar més sitio a la veracidad» (Freud, 1925, XIX, p. 233). Pero la «hipocresia cultural», que se crea me- diante la inseguridad, prohibe toda indagacién al respecto. En el psicoandlisis como terapia la resistencia proviene también de la ne- gacién a saber sobre si mismo, lo que en tiltimo término se habré a la curacién. La moral, en su conjunts reactiva, término que en el 2 aquel mecanismo de defensa mediante el cual la prevencién de lo que se reprueba puede obtenerse mediante la adopcién de una actitud radicalmente opuesta. La moral es la ant sélo hay que reprimir la pulsién; més eficaz es 1a negacién de la misma mediante Ia invasién de la totalidad del sujeto por la moral. Por tanto, para Freud, en este momento, hacia 1927-1930, hay dos formas, como he dicho, de sentimiento de culpa: 1.°) el rente a la liquidaci "4 Y, por tanto, el sentimiento ciente de culpa, 1a culpa ante el super-yo que, desobedecido, castiga ito, como formacion alo pulsional», que es el precio que hay que pagar por la integracién social que se nos depara (Freud, 1920, XXI, pp. 120 y ss.). 12 HISTORIA DE LA ETICA 6.1, El super-yo y la moral como cultura El hecho de que el super-yo devenga de la liquidacién del com- plejo de Edipo y que Freud considere universal esta situacién, con- fiere al super-yo, pese a sus vinculaciones con el ello, con el incons- ciente, el cardcter de rasgo comin. En efecto, los ideales del yo son compartides por la mayorfa de los miembros que componen una cultura. Y cualquiera sea el contenido del su lo demas, Freud consideraba que en sus rasgos esenci co para todos los seres humanos, éste pasa a ser, pues, un ingre- diente estructural del ser humano y, por su contenido, patrimonio cultural. De aquf que el super-yo sea a modo de correa de transmi- si6n de los valores morales (y estéticos) de nuestra cultura, y, para Freud, de la humanidad. «Las personas en quienes se consuma [el fortalecimiento del super-yo] se transforman, de enemigos de la cul- tura, en portadores de ella», dice-en EI porvenir de un a del super-yo tirdnico que alcanza su maxima ostentacién en la neurosis obsesiva (Freud, 1927, XXI, p..11). Los resultados del andlisis verificado y sistematizado en El yo ef ello fueron tan fecundos que, pese a su edad y a la enfermedad ‘que padecia, Freud siguié produciendo, y con una lucidez extraor- dinaria. Se tiene la impresién de que, pese a la precocidad de sus descubrimientos basicos, el logro de la doctrina psicoanalitica como sistema es el resultado de un constante forcejeo, como lo demuestra el hecho de que no hay ni una sola dispersién en su obra intelec- tual. Freud es el prototipo de una persona consciente de su destino como investigador y del débito que en este sentido tiene consigo mismo. Después de la publicacién de esta monografia, Freud inva- de campos sociohistéricos, como la religién, en El porvenir de una itusion (Ereud, 1927, XXI), la indole infeliz de nuestra cultura y el origen de la misma en la infelicidad, en El malestar en la cultura (Freud, 1930, XXI), Moisés y la religidn monoteista (Freud, 1937-1938, XXIII y algunos escritos varios (como Andlisis termi- nable e interminable, Freud, 1937, XXII). Esta tltima parte de nuestra exposicién se centraré en El males- tar en Ia cultura, por Ja interpretacién que hace de la cultura to- mando como micleo el sentimiento de culpa, del que en su capitulo VIII nos dice: | problema mas importante del desarrollo cul precio del progreso cultural debe pagarse con el déficit de dicha pro- voeado por la elevacién del sentimiento de culpa (Freud, 1930, XI, p. 130). jn al valor que implica |; deseo, en , de la gratificacién pulsional. Por eso, «malo no es lo dafiino o perjudicial para el yo; al contrario, puede serlo también lo que anhela’y le depara contento» (Freud, 1930, XXI, p. 120), porque de ello puede derivarse la pérdida de amor aque es preciso evitar por la angustia frente a esa pérdida». De aqui que se permita la verificacién de «lo malo, que promete cosas agradables», cuando se est4 seguro que no se ser descubierto y no es posible que se pague la accién mala pero deseada con Ia pér- dida de la estimacién (Freud, 1930, XXI, p. 121). La angustia en- tonces se dirigird exclusivamente a la posibilidad de ser descubiertos. Pero la conducta es distinta cuando la autoridad —el padre ini- cial, los delegados de! mismo con posterioridad— feriorizada. En ese momento desaparece la angustia ante la posibilidad de ser descubierto, y lo que es mds importante: entre el hacer el mal y quererlo, porque ante el super-yo los pensamientos no pueden ocultarse. Interesa destacar la dinémica que Freud describe para el arre- nto, y la razén por Ja cual el psicoandlisis —al contrario de las concepciones éticorreligiosas— lo desdefla, por decirlo asf, como terapéutica; 0 sea, como forma de prevencién de la acci mala futura. Una necesidad pulsional ha adquirido una potencia suficiente para satisfacerse a pesar de la conciencia moral... y luego que la necesi- dad logra eso, su natural debilitamiento permite que se restablezca Ja anterior relacién de fuerzas (Freud, 1930, XXI, p. 127). De esta forma, la oposicién necesidad pulsional/conciencia moral en un primer momento juega en favor de Ja primera; y una vez satisfecha, en un segundo momento, juega en favor de la segunda, 114 HISTORIA DE LA ETICA Pero entonces aparece claro que el arrepentimiento es tan s6lo una racionalizacién —como se diria posteriormente, por Anna Freud, al tratar de los mecanismos de defensa del yo— con la que se justi- fica, y con Ia que se pretende calmar al super-yo, pero que no ga- rantiza que el acto no vuelva a reiterarse. Por este motiv' pentimiento puede adquirir un cardcter compulsivo pero ineficaz, puesto que estd sustentado ahora sobre una pulsién ya satisfecha, y, por tanto, debilitada, frente a la misma fuerza de la conciencia moral. Asimetrfa que se volverd a favor de la pulsién una vez que ésta adquiera de nuevo més fuerza que la conciencia moral repro- batoria. Muy concorde con el pensamiento biolégico de la época, incluso més propio del que caracteriza el inmediato posdarwinismo (Hux- ley, Haeckel), Freud va a éxtrapolar la analogia ontogenia/filoge- nia del desarrollo individual de la conciencia moral, del super-yo, al desarrollo de la moral cultural, aunque no sin precauciones: semejante ensayo de transferir el psicoandli- sural es disparatado o esté condenado a la ‘que ser muy precavido, no olvidar que a pesar de todo se trata de meras analogias, y que no s6lo en el caso Me jos seres humanos sino en el de los conceptos, es peligroso arran- - XX, p. 139). Yo no sabria decit is a la comunidad ‘carlos de la esfera en que han nacido (Freud, 1930, Pero, no obstante, la analogia Je leva a este raciocinio: «Bs licito ‘aseverar, en efecto, que también la comunidad plasma un suber sth bajo cuyo influjo se consuma el desarrollo de la cultura» (Freud, 1930, XXI, p. 136). smado sus ideales y plantea sus i los vinculos reciprocos entre ica, En todos como si se iportancia. esperara justamenté ; Jen efecto, Ia ética se dirige a aquel punto ave fécilmente se Tec0- i a ache toda eaturn La ice bt Ja herida [wundeste Stelle] de a ae tc asta ete 0" Cae e habia conseguido (Freud, 1930, mento el restante trabajo cultural BO XXI, pp. 138-139). pices FREUD us Y todavia en su ultimo libro, Moisés y la religién monoteista, en el que trabajé desde 1934, pero que se publicé en 1938, poco antes de su muerte, vuelve al tema de la ética para reafirmar: ‘Una parte de sus preceptos [los de Ia ética] se justifican con arre- 3 Ia necesidad de deslindar los derechos de la comu- individuos, los derechos de estos tiltimos frente los de ellos entre sf. Sin embargo, lo que en la rece de grandioso, misterioso, como misticamente tevidente, debe tales caracteres a su nexo con la religidn, a su origen en la voluntad del padre (Freud, 1938, XXIII, p. 118). La necesidad de la ética se muestra para Freud tanto més evi- dente cuanto que el desarrollo cultural no es garante de que, con ,, se logre «dominar la perturbacién de la convivencia que provie- ne de la humana pulsién de agresién y de autoaniquilamiento». Y afiade: Nuestra época merece quizds un particular interés justamente en relacién con esto. Hoy los seres humanos han llevado tan adelante su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza que con su auxilio les resultard fécil exterminarse unos a otros, hasta el ultimo hombre (Freud, 1930, XXI, p. 140). Después de todo, Freud era, como no podia ser de otro modo, ‘a. En carta a Thomas Mann, con motivo de su 60.° , en 1935, Freud finaliz6 con estas palabras: «En nom- bre de incontables contempordneos suyos me siento at expresar nuestra certidumbre de que usted nunca hard o dird —pues- to que las palabras del poeta son obras— nada cobarde o bajo, y aun en tiempos y situaciones que extravian el juicio andaré por al canine recto y se lo ensefiaré a los demas» (Freud, 1935, XXII,. p. 233). BIBLIOGRAFIA Obras de Sigmund Freud citadas en él texto (véase la nota 1) 1895 Estudios sobre 1a histeria (en colaboracién con J. Breuer),

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