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Musica Medieval
Musica Medieval
de música española
DE CÁDIZ
Consejeria de Cultura
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Director
REYNALDO FERNÁNDEZ MANZANO
Consejo de Redacción
MARÍA JESÚS RUIZ FERNÁNDEZ
JOSÉ ANTONIO GONZÁLEZ ALCANTUD
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Secretaria
Mª. CARMEN MILLÁN RÁFALES
Mª. JOSÉ FERNÁNDEZ GONZÁLEZ
I.S.S.N.:
Edita
© JUNTA DE ANDALUCIA. Consejería de Cultura.
CENTRO DE DOCUMENTACIÓN MUSICAL DE ANDALUCÍA
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MÚSICA MEDIEVAL: Tradición, Investigación e
Interpretación.
Javier Lara
(Universidad de Granada)
Abstract:
It is much easier to speak of medieval music than to interpret or reinterpret it. All of us
who have confronted this sort of music appreciate how complex a task it is to present it
to the listener so that it seems attractive and interesting.
In trying to connect with this music we must always consider the tradition that lies behind
it. But to do that, we must investigate, learn what theoreticians of different periods have
said and approach the manuscripts to try to read in them the mentality of those who went
before us. The closer they are to us, the more objective are those theoreticians’ treatises
(when they exist at all), although we know that they exaggerated a bit and that they were
not always in agreement with one another. We must know how to “read between the
lines” and discover the mentality reflected in such writings. Then again we have the
musical scores and must know how to interpret those signs which don’t always – not to
say almost never – seem familiar to us. These two missions are difficult to reconcile and
put into practice, but this is the only possible course.
Nonetheless we must honestly confess that perfection does not exist. If we wait for
everything to be researched and put in its place, we will never be able to face a musical
score and draw convincing sound out of it. Sometimes it is necessary to experiment so as
to change one’s method or improve the phrasing, the timing, the timbre, etc.
We cannot force the listener to perform an act of faith as respects what he is hearing;
rather, we must offer him a series of deductions based on available facts with the
maximum intellectual honesty possible and give him the opportunity to make his own
choices. According to the information that we provide, the listener will have to form
his own criteria and decide for himself between various options. When manuscripts
don’t provide all the facts to substantiate one interpretation we should be honest and not
deceive our audience. We must try to convince only when the facts permit. As musicians
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we must try to capture the mentality and will of the composer so as to better “recreate”
his music. Of course, always in relative terms.
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“La formación total de un músico moderno, decía Thurston Dart 1, ya sea compositor,
intérprete u oyente, se basa en interpretar, oir, leer y analizar música antigua (del pasado).
Su experiencia musical ha sido desviada muchas veces del presente hacia el pasado; sin
embargo, las sonoridades que escucha y los símbolos que ve ante sí son los de su propia
época y, por lo tanto, el pasado mismo resulta distorsionado”. Es decir, el pasado es
alterado, interpretado por el presente y el presente está influenciado por el pasado. En
otras palabras: el acceso del músico moderno a la música de su propia época se halla
obstruido, o al menos influenciado, por el pasado, y su aproximación a la música antigua
se realiza a través de la puerta del presente. Es difícil liberarse de la formación que uno ha
recibido y entrar “virgen” a estudiar la música medieval. Ese debería ser el camino ideal,
pero, como ya dijimos antes, la perfección no existe.
1
Thurston Dart: La interpretación de la musica. Introducción, traducción y notas de Antonio J.
Berdonés. Mínimo Tránsito, A. Machado Libros: Madrid, 2002, p. 258.
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existieron y de que alguna vez fueron consideradas características esenciales de una buena
interpretación. De otro modo se expone a descartar al mismo tiempo lo bueno y lo
malo. Pero también debe ser muy consciente de que no se puede dejar a la improvisación
todo aquello que no conocemos suficientemente o que no somos capaces de preparar
o al menos de intuir con cierta objetividad, si se puede hablar así. La improvisación
es fantástica cuando realmente sabemos cómo funcionaba y cuando nos encontremos
totalmente imbuidos en la mentalidad de la época. En el caso de la música medieval eso
es poco menos que imposible. Así pues, la mayoría de las veces será mejor conformarnos
con lo que veamos en la partitura y no dar demasiada rienda suelta a la imaginación y al
teatro.
Es imposible hoy, para cualquiera, escuchar música medieval con los oídos con que fue
escuchada por primera vez, y por tanto también es inútil pretenderlo. Pero nos es más
o menos posible mirar su notación con los ojos con que fue vista por primera vez, y lo
menos que podemos hacer es intentarlo. Pocos transcriptores y editores son conscientes
de su responsabilidad, no sólo hacia el compositor sino también hacia el intérprete
actual. Lo mismo podemos decir de los intérpretes: son también demasiado escasos
los que son conscientes de la aportación que deben hacer a la interpretación. Ninguna
música, y menos la medieval, tiene que interpretarse de forma aburrida, plana, sin ningún
relieve ni acento, dado que la música ha sido siempre escrita para ser disfrutada tanto
por el intérprete como por el oyente. Por otra parte, toda música tiene que sonar con
espontaneidad, fresca, sin rigidez.
El intérprete debe estar capacitado para utilizar todas las informaciones posibles e
insertarlas en un cuadro completo de tal modo que la interpretación alcance, en la
medida de lo posible, la intención de los compositores. El intérprete, por otra parte,
debe ser honesto: hay cosas, detalles que no aparecen en los manuscritos aunque a veces
los teóricos se refieran a elllas de manera indeterminada, imprecisa (improvisación?).
Algunos intérpretes prefieren dejarse llevar de su imaginación e improvisar en esos casos,
sin advertir al oyente esta circunstancia. Es lo que yo digo interpretar “al estilo de”:
improvisación de discantus polifónicos que no están escritos, por ejemplo, y que cada
intérprete hace a su manera. ¿No será mejor basarse en lo que nos han transmitido los
manuscritos y ceñirse a ellos? De lo contrario debemos advertir al oyente y decirle que esta
es la versión que nosotros hemos montado y que puede responder más o menos al estilo
X de la época que se trate.
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Me gustaría detenerme un poco más en un aspecto de la interpretación de la música
medeival que, ya desde los comienzos de nuestra música occidental, es decir, desde el
repertorio del canto gregoriano, tiene una importancia capital: me refiero a la relación
música-texto.
Todo el repertorio del canto gregoriano está pensado sobre un texto. El texto es la base
de todas las composiciones, a excepción de aquellas obras muy melismáticas como puede
ser un aleluya. El gregoriano es “una palabra cantada”. Toda interpretación de canto
gregoriano debe comenzar, por lo tanto, con el estudio del texto. Un primer paso puede
ser traducir el texto latino a la lengua materna y así llegar a comprender mejor el sentido
parcial y global del texto latino.
La melodía gregoriana está calcada de los acentos gramatilales del texto litúrgico:
las cumbres melódicas coinciden en general con los acentos tónicos de las palabras,
utilizando lo acentos principales y los secundarios. Este carácter melódico del acento tiene
a veces un carácter relativo, pues en la composición hay que tener en cuenta otras cosas
además del acento de las palabras que están subordinadas a la frase y a la obra entera. En
los cantos adornados el fenómeno es muy distinto: la sílaba final de la palabra se presenta
a veces con una fórmula musical más o menos desarrollada que sube por encima de la
sílaba acentuada. A veces estas fórmulas se introducen para subrayar mejor el sentido de
la palabra o de la frase, otras para dirigir hacia el agudo una melodía que se movía en el
grave, otras son fórmulas para unir dos frases o bien fórmulas de cadencias. La melodía
gregoriana es una melodía oratoria, por eso los intervalos empleados normalmente no son
mayores de quinta en el repertorio primitivo (muy pocas veces sexta). A veces las sílabas
acentuadas están recargadas de notas y otras tienen sólo una: el acento es indiferente a la
cantidad. Esto se debe al principio oratorio de Varron (s. I a C): la sílaba aguda tiende a
la brevedad y la final a la amplitud.
En gregoriano existen numerosas y variadas fórmulas melódicas que tienen relación directa
con el texto: fórmulas tónicas (de uno o de dos acentos, con o sin preparación); fórmulas
salmódicas (compuestas por entonación, recitado y cadencia) y átonas: vocalizaciones más
o menos desarrolladas que funcionan a modo de coda en la sílaba final de la última palabra
de una frase o semifrase, una especie de fórmulas cadenciales. El texto interviene de forma
determinante también en algunos de los procedimientos compositivos gregorianos como
el llamado “procedimiento original”. Se crea una melodía para un texto determinado con
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el que está en estrecha relación de dependencia. La melodía comenta, interpreta y expresa
el texto.
Hay que respetar muchísimo el texto. A la hora de analizar, el texto va a ser nuestro
mejor guión. Casi siempre cada palabra forma una unidad melódico-rítmica autónoma,
con su entidad propia. Hay que saber tratar el texto: no es lo mismo la primera sílaba de
una palabra, con su impulso o su arsis, que la sílaba final, donde debemos hacer sentir
una relajación, un reposo, una distensión. No es lo mismo una sílaba acentuada que una
átona. Hay que insistir mucho en el paso de una vocal a otra, no sólo para conseguir el
legato, sino para adquirir flexibilidad y agilidad en la voz. Esa flexibilidad tan necesaria
para interpretar bien los largos melismas y para dar la impresión de libertad, que es tan
propio del ritmo gregoriano.
El acento melódico del latín siempre ha estado influido por el acento del idioma del
propio intérprete: el acento melódico era ambivalente para un compositor de habla
francesa, como lo es el de su lengua materna; por el contrario, para un italiano o un
español, de acuerdo con su lengua, el acento melódico estaba marcado por el acento de
las palabras.
La música medieval, a veces, tiende a expresar el sentido del texto con procedimientos
o recursos musicales: ritmo ternario = Trinidad de Dios; tesituras bajas = oscuridad;
melodías ascendentes-descendentes = la idea de ascender o descender; faltas de armonía
= pecado, etc.
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con cantidad de voces y muchos cantores e instrumentos, como se acostumbra hacer
ahora, de modo que a veces no se oye otra cosa que un barullo de voces mezcladas con los
instrumentos y un canto sin razón ni juicio, con un recitado de las palabras sin orden ni
relación, de modo que no se oye otra cosa que puro ruido. Una música ejecutada de esta
manera no puede producir en nosotros ningún efecto digno de mención. Cuando, sin
embargo, la música es interpretada razonablemente y se aproxima a la de los antiguos, es
decir, cuando, de una manera sencilla, con acompañamiento de una lira, de un laúd o de
otros instrumentos parecidos, y canta temas que son cómicos o trágicos o cosas parecidas
con narraciones extensas, entonces se notarán sus efectos.
Otras veces hablan [los compositores modernos] de la imitación de las palabras, cuando
entre ellos hay algunos que se refieren a “huir” o “volar”; estas palabras las interpretan
tan aceleradas y con tan poca gracia, que sólo es posible en la fantasía, y en aquellas que
quieren decir “desaparecer”, “desfallecer”, “morir” o verdaderamente “estar muerto”,
callan o bajan la voz en un instante con tanta precipitación, que en vez de provocar un
afecto lo que producen es la risa de los oyentes, otras veces disgusto, porque se creen que
han hecho una maravilla…”
Aquí Zarlino nos puede parecer demasiado apegado a la tradición y poco innovador
en algunos aspectos. Pero en lo que se refiere a la relación música-texto es bastante
elocuente: imitación de la naturaleza, del lenguaje, sí, pero hecho con naturalidad, con
espontaneidad, sin forzar demasiado los ritmos, sin “precipitar”. Quizás hoy deberíamos
preocuparnos por el otro extremo: la interpretación demasiado lenta de muchas obras.
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Los humanistas del siglo XVI, más preocupados por la correcta acentuación que por la
exacta declamación del latín, elaboraron e impusieron a la prosodia latina un sistema de
tipo cuantitativo que facilitara la diferenciación, no ya entre las sílabas largas y breves,
sino entre tónicas y átonas, por medio de las posibilidades que ofrecía la notación musical:
sílaba tónica igual a nota larga, sílaba átona igual a nota breve, y aliviar o solucionar, de
este modo, el grave problema de los lectores: la correcta acentuación del texto latino con
vistas a la recitación en público. Los cantorales litúrgicos impresos en el renacimiento
confirman este proceso. Las fatales consecuencias que ocasionó la imposición de este
criterio en la reforma del canto litúrgico, impulsada por el Concilio de Trento, nos son
bien conocidas a través de la “famosa” Edición Medicea. Por ejemplo, todo melisma que
recayera sobre sílabas átonas sería desplazado hacia otras acentuadas, sin plantearse ya la
histórica cuestión de porqué en determinadas melodías litúrgicas abundan los melismas
sobre sílabas átonas, es decir, olvidando la mayor importancia que había poseído siempre
el ritmo silábico, cuantitativo, frente al prosódico-melódico.
La música medieval tiene que seguir siendo viva. Para ello debemos luchar contra la rutina
dando nuevo vigor a la investigación histórica, a la fabricación de instrumentos, a nuestra
práctica e interpretación, a nuestra audición, a nuestros debates, sabiendo que, aunque no
podamos encontrar respuestas definitivas a las preguntas que nos interesan, la búsqueda
de respuestas continuará dándonos vida y dándoselas a nuestras interpretaciones. No
pretendamos saber exactamente cómo sonó el pasado; pero tampoco nos unamos a aquellos
que desean embaucar al mundo con la falsa doctrina de que nuestros conocimientos son
incompletos y nuestra comprensión es apenas parcial, no sabemos realmente nada, y que
por lo tanto todo vale. No es así. Debemos trabajar con honestidad y reconocer nuestras
limitaciones. Sabemos que en música medieval no existe una interpretación definitiva.
Las transcripciones o “versiones” modernas de esta música presentan, sin más, eso: unas
“versiones” personales que nunca podremos considerar definitivas. Siempre estaremos en
la eterna búsqueda de la verdad, aunque nunca lleguemos a conseguirla. Ahí estará la vida
y la frescura de la música medieval. Y, ante todo, respetemos, acojamos y colaboremos con
todos los que saben que el movimiento de la música medieval, con todas sus controversias
y contradicciones, ha producido momentos musicales extraordinarios.
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el espacio, el público, son factores que varían cada vez que uno toca o canta, y es uno el
que tiene que adaptarse para que al oyente le llegue el sonido tal como lo había pensado
el intérprete al estudiar cada obra. Pensemos que la música medieval ha sido siempre, y
continuará siendo, un interés de minorías, pero un interés esencial que ofrece muchos
placeres a sus practicantes y oyentes.
La música medieval necesita también tiempo para respirar; no es ni una carrera ni una
cascada. Hay que saber encontrar los momentos de tensión y los de relajación; no existe
una tensión continuada.
Nunca podremos saber, como decíamos anteriormente, con qué tempo cantaban, por
ejemplo, la monodia o la polifonía medieval. Nos podrá parecer más musical, gustarnos
más una versión que otra, dependiendo de nuestra formación, pero no podremos
decir alegremente que tal versión es incorrecta o mala. Eso sí, cuando uno hace una
interpretación pública debe hacerla con una mínima calidad, con honradez, sino estará
engañándose a sí mismo y supondrá, además,una falta de respeto al público.
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