Signos de puntuacién
Tomados aisladamente, cuanto menor ¢s el significado 0 expresion
de los signos de puntuacidn, cuanto més constituyen en el lenguaje
el polo opuesto de los nombres, tanto mas resueltamente consigue cada
uno de entre ellos su status Fisiogndmico, su propia expresién, la cual
sin duda es inseparable de la funcién sintéetica, pero que sin embar-
go de ningtin modo se agota en ésta. La experiencia de Enrique el Ver-
de“, que preguntado por la P maydiscula gética exclama «Eso es el
Pumpernickel**, vale atin mds para las figuras de puntuacién. ;No
parece el signo de admiracién un dedo indice amenazadoramente er-
guido? {No parecen los signos de interrogacién luces intermitentes 0
una caida de parpados? Los dos puntos, segin Karl Kraus, abren la
boca: ay del escritor que no sepa saciarla. El punto y coma recuerda
dpticamente un mostacho colgante; mas fuertemente atin siento yo
su sabor a salvajina. Tontiastutas y autosatisfechas, las comillas se pa-
san la lengua por los labios.
Todas son sefiales de tréfico; en ultima instancia, éstas son imita-
ciones de ellos. Los signos de admiracién son rojos, los dos puntos ver-
des, los guiones ordenan stop. Pero el error de la escuela de George fue
confundirlos por eso con signos de comunicacién. Mds bien lo son de
diccién; no sirven diligentes al tréfico del lenguaje con el lector, sino
jeroglificamente a uno que tiene lugar en el interior del lenguaje, en
sus propias vias. Superfluo por tanto ahorrdrselos como superfluos: en-
* Enrique el Verde es el protagonista de la novela autobiogrifica de] mismo titulo (tam=
bign teaducide como Elgallarde Enrique), publicada por Goreried Keller en 1854-1855
(reelaborada en 1879-1880). [N, del T.|
* Pumpernickel: pan negra de Westfali
. IN. del T]Siggnos de printwacién 105
tonces meramente se ocultan. Todo texto, aun el més densamente te-
jido, los cita por si, amistosos espiritus de cuya presencia sin cuerpo
se alimenta el cuerpo del lenguaje.
En ninguno de sus elementos es el lenguaje tan musical como en
los signos de puntuacién. Coma y punto corresponden a la semica-
dencia y a la auténtica cadencia. Los signos de admiracién son como
silenciosos golpes de platillos, los signos de interrogacién modula-
ciones de fraseo hacia arriba, los dos puntos acordes de séptima do-
minante; y la diferencia entre coma y punto y coma tinicamente la
captard correctamente quien perciba el diferente peso del fraseo fuer-
te y débil en la forma musical. Pero tal vez la idiosincrdsica oposi-
cién contra los signos de puntuacién que se produjo hace cincuen-
ta afios, y que ningtin cbservador atento pasard totalmente por alto,
no sea tanto revuelta concra un elemento ornamental como plasma-
cién de la virulencia con que miisica y lenguaje divergen. Sin em-
bargo, dificilmente se podra tener por casualidad el hecho de que el
contacto de la musica con los signos de puntuacidn lingiifsticos es-
ruvo ligado al esquema de la tonalidad, que desde enconces se ha de-
sintegrado, y de que el esfuerzo de la nueva muisica podria sin duda
describisse perfectamente como un esfuerzo por conseguir signos de
puntuacidn sin tonalidad. Pero si la mtisica est4 obligada a mante-
ner la imagen de su semejanza con el lenguaje, ¢s posible que el len-
guaje esté obedeciendo a su semejanza con la miisica cuande desconfia
de los signos de puntuacién.
La diferencia entre el punto y coma griego, aquel punto alto que
quiere impedir a la voz que se hunda, y el alemdn, que con el punto
y el trazo inferior consuma el hundimiente y no obstante, puesto que
conserva el punto, deja a la voz en suspenso, verdaderamente una ima-
gen dialéctica, esta diferencia parece reproducir la diferencia entre la
antigiiedad y la era cristiana, la era de la finitud rota por la infinitud;
aun a riesgo de que resulte que el signo griego que usamos hoy en dia
fuera inventado por los humanistas del siglo Xvt. En los signos de pun-
macién se ha sedimentado historia, y ésta es, mucho antes que el sig-
nificado o la funcién gramatical, la que, petrificada y con ligero ¢s-
calofrfo, mira desde cada uno de ellos. Paco falca, pues, para que uno
iera cener por los verdaderas signos de puntuacién més que
Matenal protide por dercchos de autor106 Notas sobre literatura I
los de la Frekewr*, cuya imagen grdfica conserva rasgos alegdricos, y los
de la Antigua*® por meras imitaciones secularizadas.
La esencia histérica de los signos de puntuacidn se manifiesta en
el hecho de que en ellos queda anticuado precisamente aquello que en
otro tiempo fue moderno. Los signos de admiracién se han hecho in-
soportables en cuanto gestos de autoridad con los que el escricor tra-
ta de poner desde fuera un énfasis que el asunto mismo no ejerce, mien-
tras que la contrapartida musical del signo de admiracién, el sforzato,
sigue siendo hoy tan imprescindible como en tiempos de Beethoven,
cuando sefialaba la irrupcién de la voluntad individual en el tejido mu-
sical. Pero los signos de admiracién han degenerado en usurpadores
de la autoridad, aseveraciones de la importancia. Fueron ellos, no obs-
tante, los que un dia acuiiaron la forma grafica del expresionismo ale-
man. Su proliferacién se rebelaba contra la convencién y era al mis-
mo tiempo sintoma de la impotencia para modificar la estructura del
lenguaje desde dentro, por lo cual en lugar de eso se la sacudid desde
fuera. Sobreviven como monumentos conmemorativos de la cuptura
entre la idea y Jo realizado en aquella época, y su desvalida evocacién
los redime en el recuerdo: gesto desesperado que en vano aspira a ¢ras-
cender el lenguaje. En él se quemé el expresionismo; con los signos de
admiracion éste se aseguré el propio efecto, que en consecuencia ex-
ploté con ellos. En los textos expresionistas se parecen hoy a las cifras
millonarias en los billetes de banco de la inflacién alemana.
Los diletantes literarios se dan a conocer en el hecho de quererlo
enlazar todo. Sus productos enganchan las frases entre si mediante par-
ticulas Iégicas, sin que impere la relacién légica afirmada por esas par-
ticulas. A quien no puede pensar nada verdaderamente como unidad
le es insoportable todo lo que recuerde a lo fragmentado y separado;
slo quien es capaz de un todo sabe de cesuras. Pero éstas s6lo se pue-
den aprender con el guién. Pero en éste roma el pensamiento’**
ciencia de su cardcter Fragmentario. No por casualidad este signo se des-
cons-
* Fraktur: la escritura que en los pafses latinos llamamos gética. [N. del ‘I-]
Antiqua: escrivura de modelo romano. [N. del TJ
"= Jucgo de palabras entre Gedanken (+pensamicnton) y Gedankenst
IN. del T]
ch (oguidn),
Matenal protide por derechos de autorSignos de purtwacién 107
cuida precisamente cuando cumple su fin: cuando separa lo que fin-
ge conexién, en la era de la progresiva decadencia del lenguaje. Hoy
en dia no sirve ya mas que para preparar neciamente para sorpresas que
precisamente por eso ya no lo son.
El guién serio: su maestro insuperado en [a literacura alemana del
siglo x1x fue Theodor Storm™. Rara vez se encuentran los signos de pun-
tuacién tan profundamente aliados con el contenido como en sus re-
latos, lineas mudas hacia el pasado, arrugas en la frente de los textos.
Con ellos la voz del narrador cae en un preocupado silencio: el tiem-
po que insertan entre dos frases es tiempo de gravosa herencia y tie-
he, yermo y desnudo entre los acontecimientos sucesivos, algo de la
desgracia del contexto natural y del pudor de tocarla. ‘Tan discrecamente
se esconde el mito en el siglo x1x; busca refugio en la tipografia.
Entre las pérdidas con las que Ja puntuacién participa de la deca-
dencia del lenguaje se encuentra la de la barra que separa entre si por
ejenple vers de wna cence fa que seeies ef un texto et prose, Pues
ta como estrofa, desgarrarfa de manera barbara el tejido del Lenguaje;
simplemente impresos como prosa, los versos hacen un efecto ridicu-
lo, porque el metro y la rima aparecen como casualidad chistosa; pero
el guién moderno es demasiado craso para realizar lo que en semejances
casos deberfa realizar, La capacidad de percibic fisiognémicamente ta-
les diferencias es, sin embargo, la premisa de todo empleo adecuado
de los signos de puntuacisn.
Los tres puntos con los que en la época en que el impresionismo se
comercializé hasta convertirse en un estado de dnimo gustaba de de-
jarse frases significativamente abicrtas sugicren la infinitud de pensa-
miento y asociacién que no tiene precisamente el gacetillero que se ha
de limitar a simularla mediante la tipografia. Pero si, como hizo la es-
cuela de George, aquellos puntos romados en préstamo a las infinicas
fracciones decimales de la aritmética se reducen a dos, uno se imagina
que puede seguir reclamando impunemente la infinitud ficticia disfra-
* ‘Theodor Woldsen Storm (1817-1888): poeta y novelista alemin, euya prosa fue evo-
lucionando desde el somanticismo a un pragresive realismo en los anilisis psicolégicos,
aunque sin llegar nunea a presentar el mundo burgués como problema. [N. del T.|
Matenal protido por derachos de autor108 Notas sobre literatura I
zando como exacto lo que por su propio sentido quiere ser inexacto.
La puntuacidn del gacerillero imptidico no es superior a la del puidico.
Las comillas no se deben usar mds que cuando se transcribe algo
al citar, a lo sumo cuando el texto quiere distanciarse de una palabra
a la que se refiere. Como recurso irdnico han de rechazarse. Pues dis-
pensan al escritor de aquel espiriru cuya reivindicacién ¢s inalicnable-
mente inherente a la ironia y pecan contra su propio concepto al apar-
tarse del asunto y presentar como predeterminado el juicio sobre éste.
Las abundantes comillas irénicas en Marx y Engels son sombras que
el proceder totalitario proyecta anticipadamente sobre sus escritos, los
cuales pretendfan lo contrario: la semilla de la que nacié lo que Karl
Kraus Iamaba la jerigonza de Moscu. La indiferencia hacia la expre-
sidn lingiifstica que revela la entrega mecdnica de la intencién al ¢
ché tipografico despierta la sospecha de que se ha frenado precisamente
la dialéctica que consticuye el contenido de la teoria y de que el obje-
to se subsume a ésta desde arriba, sin negociacién, Cuando hay algo
que decir, la indiferencia hacia la forma literaria indica siempre dog-
matizacién del contenido. Su gesto grfico es la ciega sentencia de las
comillas irénicas.
Theodor Haecker* se horrorizaba con razén de que el punto y coma
estuviera agonizando: reconacia en ese hecho que ya no hay quien sepa
escribir un perfodo. Forma parte de esto el miedo a los parrafos de a
pagina que producia el mercado; el cliente que no quiere esforzarse y
al que, para ganarse la vida, primero se adapraron los redactores y lue-
go los escricores, hasta que al final de la propia adaptacin inventaron
ideologias como la de la lucidez, la dureza objetiva, la precisién con-
cisa. Pero en esta tendencia lenguaje y asunto no se pueden separar.
Con el sacrificio del perfode el pensamiento se hace de corto aliento.
La prosa se rebaja a la frase protocolaria, hija favorita de los positivis-
tas, al mero registro de hechos, y puesto que la sintaxis y la puntua-
cién desisten del derecho a articular éstos, a informarlos, a ejercec la
critica sobre ellos, el lenguaje se dispone a capitular ante lo que me-
ramente es ya antes de que el pensamiento tenga sélo tiempo para con-
* Theodor Haecker (1879-1945): fildsofo represencante del exisrencialisme catdlico. El
régimen nazi le prohibié cualquier pronunciamiento publice. (IN. del T.]
Matenal protide por derechos de autorSiggnos de printwacién 109
sumar celosamente por si mismo esta capitulacién por segunda vez. Co-
mienza con la pérdida del punto y coma, termina con la ratificacion
de la imbecilidad por la racionalidad purificada de todo afiadido.
La sensibilidad del escricor para la puntuacién se comprueba en el
tratamiento de los paréntesis. El prudente se inclinar4 por ponerlos en-
tre guiones y no entre corchetes, pues el corchete saca totalmente los
paréntesis de la frase, crea por asi decir enclaves, cuando nada de lo
que aparece en la buena prosa debe ser prescindible para la estructura
global; con la admisién de tal prescindibilidad, los corchetes renun-
cian tacitamente a la pretensidn de integridad de la forma lingiiistica
y capitulan ance la zoqueteria pedante. En cambio, los guiones, que
apartan a los paréntesis del flujo sin encerrarlos en prisiones, mantic:
nen en igual medida la relacién y la distancia. Pero del mismo modo
que la ciega confianza en su capacidad para hacerlo serfa ilusoria pues
esperaria del mero medio lo que tinicamente pueden hacer el lengua-
jey el asunto mismo, asi de la alternativa entre guiones y corchetes puc-
de desprenderse lo inadecuadas que son las normas abstractas de pun-
tuacién. Proust, al que nadie Iamaré facilmente zoquete y cuya
pedanteria no es mas que un aspecto de su magnifica capacidad mi-
cralégica, trabajé despreecupadamente con paréntesis, presumible-
mente porque en los periados largos los paréntesis resultaban can lar-
gos que su mera langitud habria anulado los guiones. Necesitan diques
més firmes para no inundar el perfodo entero y provocar aquel caos
del que cada uno de estos periados se habia desprendido con enorme
esfuerzo. Pero la razén para el uso proustiane de la puntuacién tini-
camente reside en el disefio de toda su obra novelistica: que se rompa
la apariencia de continuo de la narracién, que por todas sus ventanas
esté dispuesto a penctrar el narrador asocial para iluminar el oscuro
temps durée con la linterna sorda de un recuerdo en absoluto tan ar-
bitrario. Sus paréntesis, que interrumpen tanto la imagen grafica como
la diccién, son monumentos de los instantes en que el autor, cansado
de apariencia estética y desconfiando de la autosuficiencia de los acon-
tecimientos que él después de codo no va hilando mas que a partir de
si, toma abiertamente las riendas.
En relacién con los signos de puntuacién el escritor se encuentra
en necesidad permanente; si al escribir no se fuera totalmente duefio
Matenal protide por dercchos de autor10 Notas sobre literatura I
de uno mismo, se sentiria la imposibilidad de colocar correctamente
ni uno solo y se dejaria de escribir por completo. Pues las exigencias
de las reglas de puntuacion y de la necesidad subjetiva de légica y ex-
presion no se pueden unificar: en los signos de puntuacién pasa a pro-
testo la letra de cambio librada al lenguaje por quien esctibe. Este no
puede ni confiarse a las reglas muchas veces rigidas y groseras, ni tam-
poco ignorarlas, si no quiere cacr en una especie de aurodisfrazamienco
ni, por llamar la atencién sobre lo inaparente —y la inapariencia es el
elemento vital de la puntuacién-, herir la esencia de aquéllas. Peto, a
a inversa, si su intencidn es seria, quizd no sacrifique nada de lo que
busca a algo universal con lo que nadie que escriba hoy en dia puede
sentirse total y absolutamente identificado y con lo que en general so-
lamente podria identificarse al precio del arcafsmo. El conflicto debe
soportarse cada vez, y hace falta mucha fuerza o mucha estupidez para
no desanimarse. Seria en todo caso aconsejable que con los signos de
puntuacién se procediera como los misicos con las progresiones ar-
ménicas y voeales prohibidas. Para cada puntuacion, como para cada
una de tales progresiones, puede observarse si es portadora de una in-
tencién o ¢s meramente fruto del descuido; y, mas sutilmente, si la vo-
luntad subjetiva rompe brutalmente la regla o si el sentimiento pon-
derado la piensa cuidadosamente y la hace vibrar al ponerla en suspenso.
Eso se comprobard especialmente en los signos més inaparentes, las co-
mas, cuya movilidad es la que mds se adapta a la yoluntad expresiva,
pero que, precisamente por tal proximidad al sujeto, despliegan la per-
fidia del objeto y se hacen especialmente sensibles, con pretensiones
de las que dificilmente se las creeria capaces. En todo caso, hoy en dfa
procederd de la mejor manera quien se atenga a la regla de que mejor
por defecto que por exceso. Pues los signos de puntuacién, que art
culan el lenguaje y por tanto aproximan la escritura a la voz, se han
separado de ¢sta como de coda escritura precisamente por su inde-
pendencia ldgico-semantica y entran en conflicto con su propia esen-
cia mimética. De esto trata de compensar en algo el empleo ascético
de los signos de puntuacién. Todo signo cuidadosamente evitado es
una reverencia que la escricura tributa al sonido al que ahoga.
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