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1 En torno al “saber morir” Las reflexiones que voy a exponer siguiendo a Platén —griego-, Séneca -romano-, $. Agustin —cristiano— y Montaigne —renacentista— (representantes de unos veinte siglos de cultura), no han de ser con- sideradas vacias erudiciones 0 posicionamientos morales obsoletos por el paso del tiempo. La Ténato-ética necesita, sin duda, del marco te6rico que los modelos éticos de nuestro pasado mis lejano y reciente pueden ofrecer. De este modo sera posible iluminar y orien- tar los graves dilemas morales que se suscitan hoy en torno al pro- ceso de morir y al papel que la libertad desempefia en este tance humano, tan incomprensible como, en ocasiones, inaceptable, mas también significativo reflejo de la condicién finita del hombre y a la vez impulsor de la abertura de la persona al misterio -o a la tras- cendencia— que nos envuelve. Hoy nos encontramos en un nuevo contexto cultural tanatologi- co. Los avances médicos y tecnolégicos desarrollados a lo largo del siglo XX han potenciado una nueva forma de sobrevivir 0 sobremo- rir, manteniendo artificialmente la vida y el trance de morir hasta limites insospechados hace décadas. En las sociedades mas desa- lo que se esté denominando una muerte medicalizada_y tecnificada, provoca una reaccién en defensa de la autonomia y la” dignidad humana ante la amenaza de la artificialidad e impersonali- rrollada 24 glibres para morir? dad del vivir final o morir cercano. Y la reivindicacién de las dimen- siones morales y humanitarias implicadas en el cada vez mas com- plejo y prolongado proceso de “dejar de ser” ha de estructurarse, a mi modo de ver, desde el pensamiento ético que la cultura filoséfi- ca occidental ha ido creando al meditar sobre el significado de la vida y de la muerte. No podremos orientarnos en nuestro presente respecto de la funcién que desempeia la libertad y la autonomia ante el “hecho bruto” de la muerte y del morir, si no repensamos con dedicacién y esmero la sabiduria moral que nos viene de los clisicos. Fista es, sin duda, tarea primordial de la Ténato-ética como disciplina centrada en analizar las dimensiones estrictamente mora- les (no juridicas, econémicas, politicas, sociolégicas, psicolégicas 0 religiosas) implicadas en el morir humano. Los primeros filésofos, en sus reflexiones cosmoldgica rian al hombre como “mortal”, resaltando lo que consideraron su calificativo antropolégico mas especifico. Y encontramos en los frag- mentos que nos han llegado hasta hoy algunas afirmaciones sobre lo que significa morir 0 estar muerto para el hombre (especialmen- te en Heraclito, Empédocles y Demécrito). Lo que leemos en los pre- socraticos sobre la muerte es tan enigmatico como lacénico. Sin embargo, nos confirma que en sus numerosas obras desaparecidas el hecho de la mortalidad humana constituy6 un campo de medita- cién nada desdefable. Algunas pocas tesis reflejan un enfoque ético de la muerte; indican la actitud id6nea ante tan humana realidad. Mas en la mayoria de los casos, aquellos fragmentos se enmarcan en las respectivas explicaciones sobre el origen, composicién y cambio de la naturaleza. Aunque los primeros fildsofos griegos no obviaron la tematica de la muerte en sus especulaciones sobre la busqueda del principio y el sustrato de todo lo real tras las aparentes mutacio- nes, no cabe la menor duda de que la tematizacién de la muerte desde una perspectiva antropoldgica y ética, mds que césmica o fisi- ca, la encontramos por primera vez en los didlogos de Platn. Y se ha de suponer que el genial ateniense a su vez debi6 escuchar de la En torno al “saber morir” boca de Sécrates en no escasas ocasiones (concretamente durante los treinta dias que transcurrieron desde su condena a muerte hasta la auto-ejecuci6n) sugerentes reflexiones sobre lo que significa para el ser humano el hecho en si de morir, sin olvidar lo que cabe espe- rar tras la muerte a quien ha vivido inspirado por la justicia. Con el enfoque platénico, por consiguiente, iniciaremos nuestro recorrido hist6rico-ético con el que se busca “un saber morir” consciente que habra de enmarcar en nuestro presente cualquier reflexi6n caracte- ristica de la Tanato-Ctica. 1. Platén: “Los que de verdad filosofan se ejercitan en el morir” 25 Cicerén dijo del gran fildsofo ateniense Platén (427-347 a.C.) que “murié escribiendo”. Con ello quiso reflejar la potencia intelectual que asistié al discipulo de Sécrates durante su longeva existencia hasta los tiltimos instantes de su vida: murid mientras revisaba su imponente tratado Las Jeyes. Segtin cuenta la tradici6n, le lleg6 la muerte el mismo dia en que cumplia 81 anos. A la coincidencia de la fecha de nacimiento y de muerte se suma el que en tal insigne dia se celebraba en Atenas el nacimiento de Apolo. Fue enterrado en el jardin de la Academia por él fundada. No podemos por menos de sefalar que quien Ilegé a ser el insuperable intérprete del pensa- miento de Sdécrates pas6 los tiltimos afios de su vida encerrado en un estudio solitario, con la compafia de algunos esclavos que le atendian junto a su ama de Ilaves, robando horas al suefo, escri- biendo sin reposo lo que su alma abierta al mundo de las mds ele- vadas ideas le dictaba con precisién y belleza. Destino diferente al de su maestro, que transcurri aftos dialogando por las calles aba- rrotadas de gente, y que acepté la condena a muerte rodeado de dis- cipulos, meditando sobre el sentido de la vida filosGfica y la inmor- talidad del alma. Platon constituye la encarnacién mas sublime de lo 26 jlibres para morir? que es la solitaria y esforzada creaci6n filos6fica pura y genuina. La vejez del contemplativo Platén, iluminada siempre por el recuerdo resplandeciente del Sécrates dialogante, representa de forma fiel el insaciable affin de acercarse intelectualmente a la verdad y a la idea mas perfecta -el Bien— que, como se indicard mds adelante, sdlo es alcanzable en plenitud mas alla de la muerte. 1.1. @Qué es la muerte? A través del Fed6n, sin duda uno de los mas bellos e influyen- tes didlogos en el enfoque occidental de la muerte, el genial Platon pretende explicar las razones por las que su maestro Sdcrates, el hombre més sabio y mas justo, que ha consagrado toda la vida a la filosofia, muere lleno de valor y con la firme esperanza de que tras la muerte disfrutara de goces sin fin derivados de la contemplacién de la verdad. He aqui el punto de partida de lo que constituye una de las mas profundas reflexiones sobre la muerte y la inmortalidad que nos ha legado la cultura griega: Porque corren el riesgo cuantos rectamente se dedican a la filosofia de que les pase inadvertido a los demas que ellos no se cuidan de ninguna otra cos no de morir y de estar muertos. Ast que, si eso es verdad, sin duda resullaria absur- do empenarse durante toda la vida en nada mas que es¢ do el momento, que se irritaran de lo que desde mucho antes preten- dian y se ocupaban- (Fedén, 64a). La originalidad de Platon, en este punto, radica en que con él se inicia una concepeién de la filosofia —que sera reiterada durante siglos, aunque con diversos matices, por , 9, Hegan- relevantes pensadores- como “cuidado de” 0 “preparacién para” la muerte. Esta concepcién presupone una determinada antropologia. Platén, como es bien sabido, considera que el hombre esta com- Sean A . puesto de cuerpo y alma. Que el alma est llamada a conocer la ver- dad y a adquirir las virtudes, Para ello necesita distanciarse de las tendencias del cuerpo, que ofuscan la actividad racional e impiden la adqui ci6n de las virtudes. En torno al “saber morir” Pero, en realidad, gqué es la muerte? Para Plat6n, a quien gran parte del pensamiento occidental -cristiano y racional ista moderno— ha seguido en éste como en tantos problemas, la muerte no es sino la separaci6n del alma respecto del cuerpo: yAcaso es otra cosa que la separacién del alma del cuerpo? Y el estar muerto es esto: que el cuerpo esté solo en si mismo, separado del alma, y el alma se queda misma separada del cuerpo? Acaso la muerte no es otra cosa sino esto?» (Fedon, 64c). Cuando Platén esta escribiendo “sepa- raci6n” (apallagé), lo que nos sugiere, como se refleja posterior- mente en el didlogo, es que el alma ha de liberarse del cuerpo, de los instintos y deseos, purificarse de toda su corrupcién originada la Sensible de placeres. Pero, gqué es el alma? Los exe- getas de este didlogo afirman que en ningin momento nos desarro- lla Platén qué entiende por alma (psyché), Se insintia que equivale al auténtico “yo” del hombre, a su dimensién espiritual y racional. Mientras que el cuerpo es el instrumento y receptorio de todo lo sen- sitivo y sensible, ve! alma es lao mas semejante a lo divino, inmortal, inteligible, uniforme, indisoluble y que esta siempre idéntico consigo mismo, mientras que, a su vez, el cuerpo es lo mas semejante a lo hbumano, mortal, multiforme, irracional, soluble y que nunca esta idéntico a si mismo» (Fedén, 80b). Por ello es explicable que los deseos y apetencias siempre sean considerados por Platén proc dentes del cuerpo, y no del alma; de ahi que la ascesis y purifica- cion seran necesarias para que el hombre se libere de estas tenden- cias_esclavizantes, y especialmente en el momento en que esté €ntrando en el proceso de su personal morir y “estar muerto”: sola en s «Te das cuenta, pues —prosiguié-, que cuando muere una per- sona, su parte visible, el cuerpo, que queda expuesto en.un lugar visible, eso que Hamamos caddver, a lo que le conviene disolver- se, descomponerse y disiparse, no sufre nada de esto enseguida, sino que permanece con aspecto propio durante un cierto tiem- po, si es que uno muere en buena condicién y en una estacién favorable, y aun mucho tiempo... El alma, lo invisible, lo que se ma 27 28 libres para morir? marcha hacia un lugar distinto y de tal clase, noble, puro, e invisible, hacia el Hades en sentido auténtico, ala comparia de la divinidad buena y sabia, adonde, si dios quiere, muy pronto ha de irse también el alma mia, esta alma nuestra, que es asi:y lo es por naturaleza, al separarse del cuerpo... (Fed6n, 80c y a). Si bien mucha son las paginas de Platén en las que expone las razones que le llevan a afirmar la inmortalidad del alma y muchas mas las dedicadas, como veremos pronto, a explicitar el proceso por el que el alma puede separarse de su cuerpo —sea a través de la acti- vidad contemplativa propia de la filosofia, sea a través del esfuerzo moral en la adquisicion de las virtudes y en el desprecio de los bie- cabe decir, por el contrario, que son muy pocas las s en las que Platén nos ofrece un anilisis filos6fico de lo que nes terrenal paginz acontece cuando el hombre muere 0, dicho en otros términos, en qué consiste el hecho humano de morir, Al final de la Apologia de Sécrates podemos leer un bello parrafo en el que se establece una estrecha relacién entre el morirse y el dormirse. Dicha conexién ha sido histéricamente muy fecunda. Fue reivindicada tanto por fil6- sofos antiguos (SGneca), cristianos (S. Agustin), como renacentistas (Montaigne) y decimonénicos (Schopenhauef),_La experiencia del dormirse y de los suefos que le acompanan, nos ofrecen una ima gen muy aproximada, segun los mencionados pensadores, de qué acontece al sujeto que entra en el proceso de _morirse: La muerte es una de estas dos cosas: 0 bien el que esta muerto no es nada ni tiene sensacién de nada, o bien, segiin se dice, la muerte es precisamente una transformacién, un cambio de morada para el alma de este lugar de aqui a otro lugar. Si es una ausencia de sensacién y un suehio, como cuando se duer- me sin sonar, la muerte seria una ganancia maravillosa. Pues, si alguien, tomando la noche en la que ha dormido de tal manera que no ha visto nada en suerios y comparando con esta noche las demas noches y dias de su vida, tuviera que reflexionar y decir cudntos dias y noches ha vivido en su vida En torno al “saber morir” mejor y mas agradablemente que esta noche, creo que no ye un hombre cualquiera, sino que incluso el Gran Rey encontra- ria fécilmente contables estas noches comparéndolas con los otros dias y noches. Si, en efecto, la muerte es algo asi, digo que , pues la tolalidad del tiempo no resulta ser mas que una sola noche. Si, por otra parte, le muerte es como 2, que alli esiéin todos los que han muerto, squé bien habria mayor que éte, jueces? (Apologia de Sécrates, 40d). es una gananct emigrar de aqui.a otro lugar y es verdad, como se dic 1.2. Como Y como el filésofo -y todo hombre—_ha de procurar principal- mente el cuidado del alma, ello implica ya un cierto desapego de 29 todo To que saishice eT cuerpo: Tos diversos placeres, el comer, eT beber, las relaciones sexuales, 16s vestidos, y todos los ornamentos que lo decoran. El filésofo no busca nada de esto: todos los goces del cuerpo los ha de menospreciar mas alld de lo estrictamente necesario para la vida. Por tanto, el filésofo, més que ningtin otro hombre, ha de esforzars en separar al maximo el alma de las ataduras del cuer- po, especialmente adquiriendo las virtudes morales que, en esencia son habitos que nos Tiberan poco a poco dé tidos y nos posibilitan el dominio de nuestras_pasiones; de esta forma nos encaminaremos meds libres en nuestro viaje hacia la vida inmortal: Confusi6n de los sen- «Asi que por tales motivos debe estar confiado respecto de su alma todo hombre que en su vida ba enviado a paseo los demas placeres del cuerpo y eran ajenos y que debia oponerse a ellos, mientras que se afan6 por los del aprender, y tras adornar su alma no con un ador- considerando que no ajeno, sino con el propio de ella, con la prudencia, la justi- cia, el valor, la libertad y la verdad, asi aguarda el viaje hacia el Hades, como dispuesto a marchar en cuanto el destino lo Hame» (Fed6n, \14e). 30. glibres para morir? Mas la gente vulgar piensa: si no se experimentan los placeres del cuerpo es como si en verdad no se viviera. Platén todo lo contraric por boca de Sécrates afirma que al filésofo le corresponde esencial- mente buscar la verdad. Y ésta_solo es accesible a través de la activi dad del alma, y no de los sentidos, como la vista o el oido, Y 7c6mo encuentra elalma la verdad? Gracias al razonamiento puro, cuando esta actividad mental no esta influida por la vista 0 el oido, ni por el dolor 0 los des del cuerpo y ha de e lo que es “la justici se siguiendo los registros de la vista o el ofdo. La esencia de estas rea- lidades que escapan a los sentidos sdlo puede conocerse con el pen- samiento puro, con el razonamiento que no recurre a sentidos cor- porales, que no se mezcla con los deseos y apetencias del cuerpo.) Esta ardua tarea de buscar la verdad la emprenden sobre todo los auténticos filésofos, quienes para senda de la raz6n, totalmente contraria_a la contaminaci6n_que ori: ginan los deseos del cuerpo. Bien es cierto que el cuerpo exige cui- lados, y que las enfermedades y dolores, los temores e ilusiones, los deseos y amores nos alejan de la verdadera sabiduria, turban e impi- 20s. Para encontrar la verdad el alma ha de prescindir lar a solas consigo misma. El conocimiento de 1 bondad”, “la belleza”, no puede conseguir- sus investigaciones siguen la den la investigacién de la verdad. Incluso, se podria afirmar, al pare cer de Platén, que todos los conflictos entre los hombres, y espe- Galmente las guerras, son el resultado del afan de amasar riquezas, cuya raiz se encuentra en los descontrolados y nunca satisfechos deseos del cuerpo. De ahi que vivir tras los caprichos sensitivos constituye, segtin Platon, una de las mayores esclavitudes del hom- bre, de la que ha de huir siempre el filésofo y quien quiera en ver- dad ser feliz. Esta situaci6n de esclavitud no nos deja tiempo ni ocio para la prolongada y rigurosa meditacion sofia. Nos perturba de tal mc [que impide discernir la verdad. Es evidente para Plat6n que si queremos honradamente conocer la esencia de las cosas es necesario prescindir del cuerpo y recurrir solamente al alma a fin de que ella, “ensimismada”, examine las realidades que ETICAAPUIGADA En torno al “saber morir” 31 anhela conocer. $6lo asi, separando poco a poco el alma (que anhe- la la verdad) del cuerpo acercarnos a _la auténtica sabiduria, de la que estamos ciertamente cuyas tendencias esclavizan), podremos ‘enamorad Por tanto, la meditacién filoséfica, en tanto que pro- ceso reflexivo que supone para el sujeto un “volverse hacia si mismo”, alejandose de lo exterior y del cuerpo, impulsa hacia el mas alla de la muerte, pues el alma, al meditar, «se orienta bacia lo puro, lo siempre existente e inmortal, que se mantiene idéntico, y, como si fuera de su misma especie se retine con ello» (Fed6n 79d). Cabe preguntarse: jcudndo conseguiremos en plenitude: auténtica sabiduria? La respuesta de_Platén es clara: wna _vez gue # hayamos muerto, pero no mientras vivamos (Fed6n, 66e). ¥ spor qué tras verdad en su plenitud? Segtin lo dicho, si es imposible que conozcamos alguna realidad con toda su pureza remos I onc (lo bello”, “lo bueno”, “lo verdadero”) mientras que nuestra alma mora en el cuerpo, ello implica, al parecer de Platén, lo siguiente: o nunca conoceremos plenamente la verdad, y entonces este anhelo que experimenta nuestra alma nos conduce a la frustraci6n total, o la conoceremos después de la muerte, cuando el alma se pertenezca solo a ella misma, esté libre de la carga y ofus an sentidos, Lo cual significa: a fin de acceder a algo verdadero en esta vida hemos de alejarnos del cuerpo, renunciar a sus apetencias, ob decerle sdlo en nuestras necesidades basicas, y evitar a toda cost que nos manche con su corrupcién natural. Necesario sera perseguir ya la pureza en esta vida corporal para que tras la muerte se nos haga accesible la verdad que todos, en el fondo, y especialmente los n que generan los “amantes del saber’, anhelan. Por ello, seria vergonzoso e incohe- rente que los fildsofos teman y huyan de la muerte como uno de los mayores males, segun es considerada por Ia gente vulgar e ignoran- te. Al contrario, para Platon, «los que de verdad filosofan se ejercitan a el morir, y el estar muertos es para estos individuos minimamente temible» (Fed6n, 67e). Si los filésofos viven enemistados por comple- to con su cuerpo, y desean tener un alma sabia, esto sélo es posible res para morir? de forma plena “muriendo”, liberandose totalmente de las ataduras a este mundo pasajero y corruptible. Asi pues, es evidente que “filoso- far” en gran media consiste en “aprender a morir’, por lo que el auténtico amante de la sabiduria no se irrita ni se desespera cuando ‘cl destino definitivo se le presenta delante: «seria ridiculo un hombre que se dispusiera a si mismo durante su vida a estar lo mds cerca posi- ble del estar muerto y a vivir de tal suerte, y que luego, al llegar la muerte se irritara de ello» (Fedon, 67e)4 Conviene resaltar también uno de los rasgos sobresalientes de la ética platénica y que mas ha influido en la ética cristiana y moderna (especialmente en la de Kant): las repercusiones escatolégicas de nuestro comportamiento moral. En diferentes lugares de la obra de Platén, que corresponden a perfodos diversos de su desarrollo inte- -veracion ética que no se puede obviar: la vida_ moral nos conduce no s6lo_a un morir auténtico del hombre liberado del temor a la muerte, sino también al gozo de la inmorta- lidad y de la dicha completa: lectual, se mantiene una a: Es preciso que también vosotros, jueces, estéis lenos de espe- ranza con respecto a la muerte y lengdis en el dnimo esta sola verdad, que no existe mal alguno para el hombre bueno, ni cuando vive ni después de muerlo, y que los dioses no se desen- tienden de sus dificultades» (Apologia de Socrates, 41d). Por eso no me irrito en tal manera, sino que estoy bien espe- ranzado de que hay algo para los muertos y que es, como se dice desde antiguo, mucho mejor para los buenos que para los malos» (Fedén, 63c). «Cabe suponer, por consiguiente, respecto del varén justo, que, aunque viva en la pobreza o con enfermedades 0 con algtin otro de los que son lenidos por males, esto terminara para él en bien, durante la vida 0 después de haber muerto. Pues no es descuidado por los dioses el que pone su celo en ser justo y prac- lica la virtud, asemejdndose a Dios en la medida que es posible para un hombre: (Repuiblica, 63a). En torno al “saber morir” La muerte, aunque es constatable que todos los hombres la con- sideran uno de los mayores males, segtin Platén no tiene nada de terrible; constituye la liberaci6n definitiva del alma respecto de lo corporal. Si el filésofo desea vivir solo con su alma, seria absurdo tener miedo de la muerte que, segtin lo razonado por el protagonis- ta Socrates a lo largo del Fed6n, es la puerta ha definitiva de la verdad. Cuando llega el momento de morir no hay por qué afligirse ni huir con payor. Mas bien, ir voluntariamente hacia aquel instante_esperando obtener la sabiduria por la cual el filé-sofo ha luchado intelectualmente a lo largo de su vida, despre- ciando los insaciables deseos del cuerpo. En la actitud ante la muer- ie se puede percibir quién es un verdadero amante de la sabiduria, cia la contemplacién un hombre libre, y quién es en realidad un amante del cuerpo, un hombre esclavo: -eso sera un testimonio suficiente para li~dijo-, de “que un bombre a quien veas irritarse por ira morir, ée no es un filé~ sofo, sino algtin amigo del cuerpo (philo-sématos). Y ese mismo sera seguramente amigo también de las riquezas (pbilo-chrématos) y de los honores (philé-timos), sea de una de esas cosas 0 de ambas» (Redon, 68c). 2. Séneca: “toda la vida se ha de aprender a morir” Unos cuatro siglos después de las reflexiones platénicas sobre la preparacién para la muerte como tarea especifica del fildsofo nos encontramos con Séneca. Con un lenguaje distinto y con una _preo- cupaci6n_ mas moral que metafisica o antropolégica que caracteriz: la de Plat6n- viene a mantener, el nacido en Cordoba (ano 4 de nuestra era) similar concepcién de la filosofia como preparacién para la muerte. La insistencia de Séneca en tratar a lo largo de sus escritos la amenaza del morir para ver a su trasluz el sentido de la vida ha Ilevado a no pocos estudiosos de su obra a considerar sus reflexiones como una “filosofia de la muerte”. Y si en algtin pensa- Bieeaih 6 la pavenie”. 33 34 glibres para morir? dor la forma particular de morir es el reflejo de una sabidurfa de la ida, se podria decir que Sénecd Fepresenta un modelo comparable ‘solo al de Sécrates. Nos ha Ilegado hasta hoy el relato de ‘Técito sobre la forma en la que murid el consejero de Nerén. Como es sabido Séneca -al igual que Sécrates— no se suicidé por voluntad propia, sino que obedecia Grdenes de Nerén de acabar con su propia vida acusado de participar en la conjura de Pison. Si deso- bedecia a Nerén seria ejecutado por los soldados. Opté por cortarse las venas de los brazos, mas siendo ya viejo y circulando lentamen- te la sangre, suplicé que le cortaran también las venas de los mus- los. A pesar de su debilidad creciente, la muerte no llegaba, por lo que ordené a su médico que le diera un brebaje de veneno para conseguir mayor eficacia. Mas tampoco de este modo consiguié alcanzar el tiltimo suspiro: la rigidez en la que se encontraban sus miembros impedia llegar el veneno al corazon. Tuvo que ser sumer gido en un bafio sumamente caliente para potenciar que el veneno y la lenta hemorragia resultasen por fin letales. Aunque su esposa Paulina, segtin nos narra también Tacito, intenté en una habitacién cercana seguir las huellas de su marido buscando la muerte volun- la end taria, los soldados de Nerén impidieron que esta joven donc morada locamente del anciano fildsofo acabase de forma tragica su vida, cosiéndole las heridas ¢ interrumpiendo la mortal hemorragia. Los detalles que nos han llegado de la muerte de Séne ficativos, aunque no exentos de polémica. De todos modos, en ‘a son signi- numerosas ocasiones ha sido ensalzada la forma de morir de Séneca en el afio 65 como elevado reflejo de su doctrina moral sobre la entereza y el valor del sabio ante la adversidad, el suftimiento y Ia muerte inminente. Sera el humanista Montaigne, como veremos, uno de los mas conspicuos seguidores del pensamiento de Séneca y quiz4 el maximo elogiador del suicidio (en realidad, fue una auto- ejecucién) del moralista cordobés-romano. En torno al “saber morir” 2.1. Qué nos ensefia la muerte sobre la vida? i bien la mayoria de los estoicos griegos y romanos trataron el tema de la muerte, en ninguno adquiere tanta relevancia como en Séneca. Son reflexiones esporddicas sobre la muerte lo que encon- tramos en estoicos como Epicteto o Marco Aurelio. Sin embargo, cuando leemos a Séneca, podemos constatar que dicha tematic: atraviesa, como un hilo argumental, tanto sus Hpistolas como los Tratados morales. Seguramente ello es debido a que las reflexiones senequistas sobre el particular surgen, casi siempre, de muertes cer- canas que sus familiares y amigos a quienes dirige sus escritos cono- cen bien. Recurre en ciertos casos a muertes ejemplares del pasado, especialmente a la del maestro de Platén: Sdcrates, en la carcel disert6, y babiendo quienes le facilitaban la evasién, no quiso salir para quitar a los hombres el miedo de dos cosas gravisimas: la muer- te y la prision- (Cartas a Lucilio, XXTV, 412). He aqui la justificaci6n del tono ciertamente existencial y moral que caracteriza a la medita- tio mortis senequista: no estamos ante elucubraciones abstractas, sino ante un agudo obser muertes reales que a su alrededor acontecen, extrae lecciones mora- les para la vida que todo hombre (nosotros también), si desea adqui- rir la verdadera sabiduria, ha de aprender y seguir con fidelidad. No es una exageraci6n afirmar que aunque Séneca sigue la este- la de los estoicos griegos y romanos que le precedieron, en realidad ador que analizando desde la raz6n 12 a quien sigue en su meditacién sobre la muerte es a Sécrates, © mejor dicho, al Plat6n que convirtié en ejemplo para la humanidad entera la actitud serena de su maestro ante la injusta condena a beber el veneno. Pero no solo la actitud de Sécrates es apreciada por Séneca, sino que, al igual que Platén, Séneca percibe que el morir es similar al ejercicio de “purificacién” del alma, que requiere no poca “ascesis” del cuerpo: «Platén dice a voces: El espiritit del sabio esta todo tenso hacia la muerte; slo quiere, esto medila, esta codicia 35 36 glibres para morir? Marcia, XXUI, 101). Por ello el morir también nos refleja en cierto modo la superioridad de la raz6n y del espiritu sobre los sentidos y el cuerpo: éstos confusos y corruptibles, aquéllos licidos e inmorta- les. La raz6n, es decir, la filosofia, es la que ha de guiar nuestros pas camino hacia la muerte:

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