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SUCAR UNIVERSIDAD Serie Antropologia, dirigida por Alberto Cardin eveo.yu RAG 1992 et PAUL RABINOW freire ay 9, rodriguez ral 008 ‘personal REFLEXIONES SOBRE UN TRABAJO DE CAMPO EN MARRUECOS | .FONDO noNACION Dra. M? Bster Gabe 2007 Universidad de Chile a Serie Antropologia JUCAR UNIVERSIDAD “Tmpreso en. Romanyé/Valls. C/ Verda 1. Capellades Titulo original: Reflections on Fieldwork in Morocco Traduccién: Pedro Horrillo Calderén Cubierta: Montse Vega Primera edicién: Marzo de 1992 © The University of California Press © de esta edicién, Ediciones Juicar, 1992 Fernandez de los Rios, 18.-28015 Madi LS.B.N.: 84-334-7038-8 Depésito Legal: B. 9.596 + 1992 Alto Atocha, 7. Gi Printed in Spain Dedico este libro a mis amigos marro- quies, cuyos nombres aparecen aqui cam- biados para proteger su anonimato. Las personas que a continuacién men- ciono me han sido de especial ayuda y ge- nerosidad: Rober Bellah, Jean Paul Du- mont, Kevin Dwyer, Clifford Geertz, Euge- ne Gendlin, Sherry Orther, Robert Paul, Gwen Wright. Y sobre todo, deseo dar las gracias a Pau! Hyman por sus asombrosas Y perceptivas fotos, sus comentarios agu- dos y tinicos, y su amistad. PROLOGO A LA EDICION ESPANOLA Maria Cétedra Poco voy a decir de este libro sin tener en cuenta a los ilustres compafieros de prélogo y epilogo que me acompafan, Si acaso unas reflexiones de lo que ha significado en el panorama antropo- légico desde la distancia de los catorce afos que median entre ‘su publicacién.en inglés y espafiol, y también la posible relevancia de este importante y casi modélico volumen en la etnografia espa- fiola actual. El libro se encuadra en la tradicién bdsica y central de la etno- grafia y su renovacién dentro del espiritu de experimentacién que Ja viene animando tltimamente de un modo consciente y sistemati- co. Es precisamente en esto, én la prdctica critica de la etnografia, enfrentando lo familiar y lo extraito, donde seguin mi parecer radi- ca.una de las fuentes de vitalidad y creatividad de la Antropologia. Pero este libro responde al problema fundamental, no. sdlo, en Antropologia. sino en otras ciencias sociales, de com. i Social: el problema de la descripcién. texto modernista propio de la Antropologta Interpretativa que con- sidera que un trabajo de etnografia es. un documento histérico y autoconsciente, ei teconoce la posibilidad de miiltiples 'f audiéiicias y la relevancia de varios posibles discursos. El enfoque y pues, (rata de planter y coniprender el propio proceso de investi | gacién: Tas bases epistemoldgicas de las descripciones, 14 naturaleza ;|' del condcimiento'y €I andlisis etnografico. Fit naires &'aa ejem= plo definitivo de que el silencio sobre la escritura etnogréfica se ha roto. a oo - “‘Atinique algunos autores relacionan el origen de la preocupacion 10 Paul Rabinow. por el proceso de etnografia con el relativismo antropolégico: de las primeras décadas del siglo, sin embargo hasta los aflos 60 no \ ‘se.aprecia un esfuerzo continuado ni un persistente interés por { ‘el problema. Y eso que en el camino quedan autores radiéalmente * experimentales como Gregory Bateson, quien en 1936, con_ Ni ven', produce un increible texto donde plantea formas alternati- vas de represeritacién de un ritual e inauigura la preocupacién ex- plicita de fos antropdlogos por la descripcién de una cultura. Tam- bién Ménica Willson da ejemplo de rigor metodolégico, preocupa- cin por la evidencia etnografica y respeto por la traduccién de, ua sistema intelectual ajeno.en sus monografias de los Nyakyusa. Willson, a principios de los $0, ya-protestaba de ese todo amorfo~ la gente de la culturan=del-que tanto ha-utilizado, y-abusado;= el antropélogo, mostrando y especificando claramente al informan- te hasta entonces semioculto en la pagina de los agradecimientos © en una nota a pie de-pagina:-Con-ella-se-inaugura la preocupa-— cidn consciente por la especificacién del discurso: zquién habla?, icon quign?, jen qué momento? Inevitablemente tras estas pregiin- tas aparece el aiitropélogo: las respuestas de los informantes tienen ‘mucho que ver con las pregiiftas que se les hacen. Todo un ejem) pplo del delicado balance entre Ta distancia analitica por un lado y la participacién y empatia del antropdlogo por otro. Es evidente que tras uno y otto autor no sélo se delata al infor- _mante y al informador sino que adems nos topamos con el pro- ‘Blema dé como” conocenios y como” traducimos.” La Mied hacia los ejercicios, conscientes de interpretacién, introspeccién y critica del proceso de la etnografia de los 70 no est quebrada. Muy significativamente los siguientes hitos forman literaria y filos6fica como los famosos Tristes Tropiques de Livi-Strauss en 1955 0 la novela de Laura Bohanan Return to Laughter que firma con seudénimo (Bowen, 1954). También aparecen los primeros infor- mantes en. libros colectivos, como. los dibujados por veinte antro- pélogos en Casagrande (ed)? en 1960, quien en Ia introduccién reconoce que el trabajo de campo es esencialmente una actividad de_colaboracién’ y que al retratar a los informantes uno dibuj no sélo la relacién que mantiene con ellos, sino su propia experien- cia biografica en. el campo. Junto alos informantes, los informa- dores —o més propiamente informadoras— en el caso de la doce- 1 Publicado: en castellano en: Jucar 1990. 2 In the Company of Man. Twenty Portraits by Anthropologists Harper & Brothers. New York. Reflexiones sobre un trabajo de campo en Marruecos = ———— I na de antropélogas que hablan, de sus experiencias en Golde (ed), Women in the Field en 1970. Freilich, en este mismo afto, arroja las primeras dudas sobre la supuesta posibilidad de conversion del antropélogo en nativo, sefialando su basica naturaleza mar- ginal’, La voz personal del autor se transparenta entre lineas pero di ante mucho tiempo la convencién profesional técitamente pro bid explicitar la estrecha relacién entre la subjetividad del autor y la supuesta objetividad del texto. «Demasiado personal» era el comentario critico utilizado frente al que se lanzaba al andlisis de uno mismo en una situacién de conocimiento tan fundamental- mente «personal» como la etnogréfica. La experiencia del autor se ha presentado pues de una manera estilizada y romantizada en muchas ocasiones —la vuelta del antropélogo se parece dema- siado a la vuelta del gran cazador de la tribu lejana— con datos intrascendentes y poca implicaciém personal. Por él contrario, en ‘otros casos, puede llegar a ser un perfecto ejemplo de exhibicionis- mo, especialmente cuando la reflexion narcisista de ta experienci de campo se convierte en un fin en si misma. Con frecuencia toma la forma de consejos de clase o recetario para evitar proble- mas del tipo de «llegué,-me equivoqué,-comprendi,-restableci-y- fortaleci vinculos» cuando no.un mero anecdotario donde se narra, a lo viajeroy lo bien que uno lleva adelante ef trabajo pese a las dificiles condiciones de vida: No se dice nada sobre confusiones y depresiones, sentimientos violentos, censura, fallos y errores im- Portantes, deseos y placeres excesivos, tan asociados a la humana condicién. Por eso probablemente el diario privado de Malinows- ki, cuyo trabajo de campo se ha vénido considerando modéliée @a la profesién, produce tal impacto en (1967, convirtiéndose en un turning point, y especialmente dentro de ia tradicién anglo- sajona que, frente a la francesa por ejemplo, es menos dada a la confesién de emociones asociadas a la experiencia de campo. Balandier en 1957, Maybury-Lewis en 1965 y Chagnon en 19685 3M. Frelich, Marginal Natives: Anthropoligists at work Harper & Row: New York. + Como ha seialado recientemente M. Delgado (EI Pais, 11-290:8) en su recension de la publicacién de este texto en castellano (B, Malinowski, Diario de campo en Melanesia, 1989 Scar, Madrid-Gijon). 5G. Balandier. L’Afrique ambigue Plon, Paris; D. Maybury-Lewis. The | ‘Savage and the innocent, World Pub; N.A. Chagnon. Yanomamo. The Fierce People Holt, Rinehardt and Winston, New York. a Paul: Rabiniow. son de los pritheros en enfrentarse directamente: con’ su’ experiencia, aunque sus relatos parecen més confesiones cas analiticas. Este Ultimo autor en esta monografia es un. 2 de la usual practica antropolégica de escribir ua primer capitulo exponiendo las circunstancias del trabajo de campo, los'sentimi¢n= tos iniciales del etndgrafo, su choque cultural, y su desarrollo:pos- terior. Suelen aparecer noticias sobre un par. de informantes 0 situaciones claves que enriquecen o-dan un vuelco tebrico"o" perso: nal a la experiencia de campo. En su caso, al enfrentarse al grupo Yanomamo (una sociedad. donde se_valora la agresividad-y-a-cuya= gente define como fierce people), se-refiere mas-crudamente-a la = naturaleza de sus sentimientos y el cambio dé actitud ¥de imagen “= de sf mismo —la propia alienacién— que tiene que llevar @ cabo para poder adaptarse a.esta sociedad. Sin embargo, pronto critica. y confesiones merecen un libro que aparece generaimente despuiés de la monografia (caso de Balandier, Chagnon'y Dumont aunque no el de Maybury-Lewis). El propio Rabinow publica dos afios. antes de estas Reflexiones una monografia que leva: por tt Symbolic Domination: Cultural Form and. Historical Change Morocco (1975, Univ. of Chicago Press)..Parece que: esta’ especie de «esquizofrenian, que separa tan tajantemente el texto etnografi 0 de los relatos sobre la experiencia en el campo, no-es ajena a la necesidad de cumplir estrictamente con el ritual de la’ teiis doctoral: y por tanto la insatisfaccién que fe queda al etndgtafo ~ ae no‘ poder comunicar 16 més vivo, huimano y valioso de la ex riencia. En otras palabras, y esta vez son las de Marcus y Fisher”, se produce una intolerable disonancia entre lo que uno conoce y lo que le obligan a contar por convenciones del propio género doctoral’. De aqui surge una tradicién de descripcién y reflexién sobre 1 trabajo de campo que aunque varia en grado de sofisticacién © “G. Balandier. 1955 Sociologie actuelle de L’Afrique noire. Presses Uni- versitaires de la France: N. A. Chagnon, 1974 Studying the Yanomamo. Holt Rinehart & Winston; JP. Dumont, 1976. Under the Rainbow y 1978. The Headman and I. ambos de Univ. of Texas P.; D. Maybury-Lewis, 1976. Adwe= ‘Shavante Society. Oxford. — 1 Anthropology as Cultural Critique University of Chicago Press, 1986:'37. 5 Y Ja fusion tiene sus riesgos. Un ejemplo’ significative: y pionero Tue. ‘Naven, que al parecer fue presentada por su autor como Tesis Doctoral en Cambridge y no fue aceptada como tal por lo que, segin se cuenta; 1 é fue: siempre «Mister» (y no «Doctor») Bateson. ~ —_— iB Reflexiones sobre un trabajo de campo en Marruecos y cardcter, plantea un buen niimero de problemas epistemoldgicos, existenciales, morales, ideolégicos 0 politicos e inicia la discusién franca y abierta de temas de violencia, deseos, luchas, confusiones y transacciones econémicas, intentando rastrear su impacto en el trabajo concreto y su relevancia para la préctica de la descripcién y andlisis etnograficos®. Ademds no sdlo aparece la cultura estu- diada sino la propia y Ja relacién entre ambas. El antiguo rol del etndgrafo —narrador y autoridad por antonomasia== se com-| parte con el informante; comienza a ceder la palabra, a trasmitir } timidamente las voces nativas. El antropélogo inicia, en suma,.+ ‘un didlogo frente al antiguo monélogo, una discusién seria de’ la epistemologia del trabajo de campo y su estatus como método, , inaugurando un enfoque tedrico de comunicacién dentro y entre culturas. Este movimiento que hoy se llama Antropologia Interpretativa, © posmodernismo es hijo de un conjunto de ideas en torno a la tradicién cultural, critica literaria y simbolismo de los 70. Aun- que Geertz llama a Rabinow junto a otros «los hijos de Malinows- ki» y los considera enfermos del mal dei «diario» que aquejd a éste, todos ellos son igualmente hijos del Geertz de La interpreta- idn de las culturas’® y su esfuerzo por el examen del proceso —o procesos— de comunicacién por los quéel aritropologo, @ través del trabajo de campo, adquiere un conocimiento del sistema de significados culturales y lo representa en textos etnograficos. Geertz ha indicado que para entender el punto de vista nativo ng. s6lo_¢s importante la empatia sino que la comunicacién. depen- de del intercambio. Su interés por el texto ha estimulado el interés en el contexto, la compleja relacién en que se produce el texto. He aqui el antecedente inmediato del presente trabajo de Rabinow. Y vamos brevemente con este tltimo y lo que representa en rela- cin con Ia situacién espafiola. Geertz se refiere a este trabajo y a su autor como el primero de una serie de j6venes airados —o mejor, inquietos y descorazo- nados—, como Dwyer y Crapazano entre otros, que significativa- ‘mente han realizado sus etnografias en Marruecos, como él mismo, 3” Un buen ejemplo reciente que plantea con franqueza temas de sexo, ‘ginero y personalidad es T. L. Whitehead & M. E. Conaway (eds,), Self ‘Sex and Gender in Cross-Cultural Fieldwork, 1986 University of Wlinois Press, Urbana. . 10 Vease El antropélogo como autor, Paidés 1989 y La Interpretacién de as culturas, Gedisa 1988. MO © att Rabiiog ¥ que producen textos «autor-saturados». Ciertamente — uno de sus fallos: su excesivo tono de seriedad— no encont en este autor el chispeante y corrosive humor de Nigel Barley’ pero a diferencia de Malinowski, Rabinow se enfrenta de un modo franco y con gran honestidad a lo que éste no pudo hacer, ‘mas que como desahogo privado en su diario, Rabinow ha elegido describir su tarea a través del proceso -de interdcéién con sus infor: mantes. Esta interrelacién no es en absoluto la edulcorada y sensi- blona sembianza a la que nos tienen acostumbrados los antropélo- 4g08 y que suele terminar en esas lgrimas que culminan todo trat jo de campo de éxito y-de-muy distinto signo a las vertidas al Hegar. Sus informantes, muestra, son tan variados.como-la-propia— sociedad en que estan. inmersos-y. a. través del-corruptorproceso== de la etnografia, ni ellos serén los mismos, ni el propio etndgrafo, Este libro destroza ‘varios mitos. Y éntre ellos el de la propia imagen del etndgrafo. Voy-a-poner-un-ejemplo-de-lo-que puede’ set una de Sus facetas. En una ocasién en que ensefiaba un curso introduetorio de Antropologia, al intentar explicar-lo que: era: trabajo de campo, uno de mis jévenes alumnos' muy pensativo exclamé de pronto ‘con la cara iuminada, como el que ha’ dado. con el quid de la cuestidn: «peto ef antropdlogo... jes una especie de misionero!». El comentario, que nos hizo reir a todos, puede hacernos también pensar. Evidentemente, aparte de las drésticas diferencias, hay semejanzas entre ambos trabajos, como la perma nencia.en_dreas. tradicionalmente.compartidas-por-estos-colectivos —en ocasiones la nica oportunidad de los espaftoles para enfren- tarse a grupos primitivos— y la interrelacién con los nativos. Tam- bién un oscuro sentido de ia vocacién que nos lleva a abandonar lugares y lugarefos familiares para enfrentarnos con lo extrafio y desconocido en nombre de una idea (en un caso, nuestra «cien- cia», aunque més bien puede ser el cumplir con los requisitos investigadores de nuestra carrera, en otro caso Dios, aunque tam- bign suele haber otro tipo de més concretos intereses). La figura del etnégrafo también mostraba semejanza con el misionero en un punto: ambos, por distintos motivos, rodeados por la incom- prensin, debian mostrar un talante diligente, soportar con entere- 2a las penalidades en tan remotos lugares, evitar las pasiones. de-. sordenadas, ganarse la.confianza de todas [0s iiativos, «salvar» almas o-materiales que de otro modo se perderian y contri con el conocimiento 0 —en algunos casos— con su propi ‘EL antropologo inocente. Anagramia 1989. Reflexiones sobre un trabajo de campo en Marruecos =——— 15 cado» esfuerzo al desarrollo de la sociedad que se investigaba 0 se convertia. Como al misionero al que aman para administrar Jos sacramentos a altas horas de la noche, el antropélogo en teotia resiste horas de hambre, sed o suelo para presenciar y participar en un raro ritual. Y ademas, en ambos casos, reconoce la simbdli- ca violencia para adquirir informacion y llevar a cabos sus planes, en nuestro caso también Hamada «estrategia de investigacién» 2, El documento que nos proporciona Rabinow sale al paso de los mitos tan familiares como el del «etndgrafo sonriente», «la gente siempre tiene razénn, «la ocultacién dela” personalidad «uno debe refrenar. sus. propios sentimientos», «el etndgrafo-a asexiiddo-a», “el amable antfopélogo que hace de chéfer», etc. Estos estereotipos, que se elaboran en el proceso de formacién de los neéfitos, suelen adquirir su cardcter mis y cierto poder por la individualidad y caracteristicas que tiene: la iniciacién del propio ritual de campo. Es probable que, de algin grado, sea una imagen-tomada del clasico, aparentemente imperturbable, dis- tante y coftés antropdlogo britdnico. Por supuesto, la realidad empirica no concuerda con estos imperativos: el etndgrafo no s0- porta a algunos de sus informantes —y viceversa— , utiliza tacti- cas con los amigos (y en ocasiones con las «amigas») que le produ- cen culpabilidades —y viceversa—. Especialmente debatido es el tema del intercambio de informacién a cambio: de servicios que ofrece el antropdlogo, que en los libros suele aparecer de ocasional enfermero, maestro o chéfer. El intercambio de dinero es un tema tabi, al menos en el contexte espafiol, y en cierto modo se convier- te en un indice de un trabajo de campo con poco éxito en el que el etndgrafo no ha podido siquiera ganarse la confianza y el afecto (ademas de la gratuidad de las informaciones) de sus informantes. Pero, en vez de ese dinero, parece exhibir una com- pulsiva necesidad de reparar y devolver'3, soportando con fran- ciscana paciencia, una complaciente sonrisa (jy una paternalista superioridad!), los inconvenientes del trabajo de campo, la estre- cha relacién con otros seres humanos. Y sin embargo, probable- mente debido a una compleja combinacién de choque cultural, "2 Probablemente debido a todas estas semejanzas no es extraho el conti- ‘nuo trasvase y conversi6n, entre los misioneros especialmente, que se «recilan» ‘como antropdlogos. 13 En el mejor de los casos. También estén las figuras opuestas. del -- antrop6logo-apisonadora, o el seductor que consideran que la gente tiene la obligacién de informaes. 6 aut Radio falta de comunicacién, soledad y etnocentrisino, con frecuencia aparece como un ser bastante mds inestable que los inestables nati vos que al principio se-le-acercan, moviéndose entre alternativos y opuestos sentimientos de odio y amor. En suma (y curioso tener que plantearlo, como Bourdieu adecuadamente sefiala), el etnégra- fo es un tipo de carne y hueso, con sus debilidades, sus miserias y, sin embargo, con toda su humana’ grandeza que pone a prueba su propia persona al intentar captar la ajena, Es probable que el conocimiento més importante que se logra en el campo sea el conocimiento de uno mism: ‘esto no aparece en la descrip- ign etnogréfica, A la vuelta, el einégrafo muy raramente-analiza abierta y fran- camente esta vital experienciay’suscambios tanto-a nivel personal como profesional; sélo presenta sus datos, pero no ia manera en que fueron recogidos. Lo més seguro es que ello sea debido a que un buen trabajo etnogréfico-nunca-estd-completo, nos aver- gonzamos.de nuestros {ntimos sentimientos y los reprimimos, du- damos de nuestra capacidad: y preparacién como profesionales, nuestras téenicas son muy variadas y veladas —a veces muy. poco ortodoxas—, y nos da miedo la dependencia que tiene nuestro trabajo de nosotros mismos. Esto es especialmente lamativo en el contexto de nuestro pais donde las referencias al respecto son escasisimas, tan escasas que ello se convierte en algo intrigante', Por-no decir, muchas veces el antropélogo ni siquiera sefiala las -més-objetivas -circunstancias,-como-por-ejemplo- su dedicacién a tiempo completo o parcial y_el.tiempo-real de permanencia en el grupo o comunidad cuya estimacién con frecuencia. aparece exa- gerada. Pese al minucioso escrutinio a que somete al estudiado, del estudioso sdlo la sombra. En las paginas que siguen el lector encontrard en Rabinow un ejemplo admirable de lucidez, discusién franca y techazo. del rol —y del silencio— que se nos impone en la inevitable enculturacién profesional. '#” Joan Prat ¢ Isidoro Moreno han analizado algunos de estos aspectos, desde perspectivas distintas, a lo largo de su trabajo. También hay aportaciones interesantes en algunos articulos del libro Los espanoles vistas por los antropo- ‘logos, M. Cétedra (Coordinadora) que serd préximamente publicado en Scar. ero en general las referencias personales som’ muy escasas pese a que podian sec en algunos casos muy significativas. Probablemente detrds de este silencio hay una thezela de humildad, soberbia, pacateria, timider y «cientifismon. Es ‘curioso que el antropélogo considere previsamente «poco cientifico» la clarifica- cidn del papel del cientifico cuando su propia persona esté tan unida al material ‘que recoge. ° Reflexiones sobre un trabajo de campo en Marruecos = ———_ 17 El otro mito destrozado ya no se refiere a la imagen del antro- pologo sino a la del informante, que se podria denominar «a la biisqueda del marroqui pristino», ese «noble. salvaje», primitivo y tudo pero servicial y amable que todos tratamos de encontrar centre gallegos o sorianos —-parte también de la mistica profesional—. Tras trabajar uno o dos aflos en muy pequefias comunidades, deci- mos que el nativo «es asiv, es decir, no ha cambiado en el proceso de la etnografia, tras la irrupci6n ¢ interrupcién —drastica en algu- nos casos— del antropélogo'# en una forma de vida ajena. Esta injerencia no es gratuita, Rabinow demuestra que la elaboracién del conocimiento cambia el objeto de conocimiento. No es de ex- traiar por tanto que algunos «nativos» se hayan convertido en informantes cuasi-profesionales. Esto nos plantea un dilema: por tuna parte es importante contar con ese, 0 esos, informantes «cla- ve» que «traducen» su propia cultura (aunque aqui se puede plan- tear un problema ético de derechos de autor) y por otro lado —la consecuencia més negativa— toparse con una interpretacion «nativo-oficialy de la cultura en cuestién que nosotros mismos hhemos propiciado con torpe y reiterativa insistencia en ciertos te- mas. Hay grupos con tan buena coleccién de estudios y reestudios, que los antropélogos han entrado a formar parte de su parentesco porque siempre hay uno en cada familia —caso de los Navaho—. Esta broma profesional se deberia empezar a tomar en serio. Con demasiada frecuencia encontramos en nuestro pais a ese especialis- ta en recibir a los ocasionales folkloristas y aficionados a la etnolo- sia que utilizan y reutilizan a unos pocos individuos —la vieja que conoce conjuros y el viejo de los chascarrillos— y que tienen ideas definitivas sobre la informacion a proporcionar. Detrds esta también otro mito, el de la «salvacién» del material que procura autoridad al etndgrafo y cierto halo de héroe como recopilador de costumbres en proceso de extincién. Y también una mitica teo- ria sobre el ser humano que arrastra sobre sus espaldas el peso de la historia y sigue manteniendo supersticiones ¢ «ideas paga- nas». Rabinow en su inicial bisqueda del «marroqu‘ pristino» se da de bruces con diferentes individuos, seres humanos que ocupan diferentes intersticios de la compleja sociedad que analiza, tipos y-personalidades muy dispares y muy parecidos a él que, como 4, se diferencian en su especifica tradicién cultural. '5 Y no digamos ya lo que puede significar el impacto de un colectivo ‘numeroso como los alguna vez propuestos «equipos interdisciplinares» —o adis- ciplinares»— en la pequeda localidad. 18 Pat Rain's Macho de nuestro conccimiento cultural es técito, fuera de nues- tra consciencia,-y no lo dejamos en-casa, al igual que nuestr sentimientos, afloranzas y evahiaciones que interfieren en la mira antropoldgica. Paradéjicamente esta misma y humana interferencia hace fascinante a nuestra disciplina que, en lograda frase de M. Delgado, viene a set. una «anomalia del espiritu». Rabinow, en vez de negar su etnocentrismo y otras pasiones, las reconoce y se enfrenta a ellas, Es una de las posibles soluciones y bastante: mejor que la torpe estrategia de tratar de ignorarlas. PREFACIO Paul Rabinow, en una frase sugerente de Paul Ricoeur, resume el problema de la interpretacién y el. problema de este libro: «la ‘comprensién del yo pasando por el desvio de la comprension del otro». Casi todo el libro, muy en el espiritu de este objetivo, trata de las enormes dificultades y complejidades que conlleva la comprensién del otro. Sdlo de pasada se insinua que el esfuerzo por-entender al otro ha sido motivado por una profunda perpleji- dad acerca de la comprensién del yo. Hablo aqui, tal como hace el autor, no del yo personal, psicol6- gico, sino del yo cultural. Gran parte de los mejores trabajos exis- fentes en antropologia (al igual que en sociologia y psicologia) han sido motivados por la profundizacién de tal perplejidad. Qui zs la caracteristica mas punzante de este libro sea el hecho de que hacia ei capitulo peniltimo queda ya claro que el autor (al referirse al yo cultural, no al personal) no posee una «cultura propia» que se complemente con la indudabilidad de «cultura aje- na» de ni siquiera el mas modernizado marroqui del pueblo. Como consuelo de tal comprobacién se nos oftece un mero atisbo de la idea de que, habiendo perdido su «cultura propia» tradicional, al intelectual occidental moderno tiene a su disposicién la totalidad de las cuituras existentes para su apropiacién personal. Por supues~ to, es ésta la base misma del «desvion. Pero el autor es bien. consciente de las dificultades de comprensién, cuanto mas de’ apro-. piacién, y de las violentas posibilidades inherentes a la idea misma... de la apropiacién como para ofrecermos ninguna promesa tranqui-; lizante y facil. El-libro aparece ordenado cronolégicamente entre la: toma.de* conciencia def autor, justo antes de salir para el trabajo de can de que el noble esfuerzo de resucitar «la gran tradiciém Universidad de Chicago habia fallado 'y la toma de concienci justo después de su vuelta, de que la ideologfa liberal con que tantos intelectuales modernos intentan cubrir su desnudez cultural también habia resultado infructuosa. No habian funcionado ni resurreccién forzada de si «cultura propia» (la civilizacién occi- dental), ni ningdn sustituto revolucionario.y apocalfptico-de ella: El adesvio» parece més necesario que nunca, pero ninguno de nosotros sabe cudnto tar en encontrar el camino. Enel peniitimo capitulo se otea a lo lejos otro «desvion, Vietnam, que espera seductoramente ser explorado. Pero, a pesar de todo, las sombras que funca estén demasiado Iejanas-en. el. horizonte.de-este. libro no. legan. a. convertirlo-en. deprimente. Lo que infunde esperanza no es el falso consuelo que_ el autor ofrece sino el mero hecho de qué él fiaya podido escribir== Jo, de forma tan simple y tan falto de pretensiones, cuando escribir un libro asf parece casi imposible para la generacién un-poco ii yor. Es como si la proclama de mis profesores y contemporaneos —que la cultura es-un-hecho-humano,-que-son ios seres: humands= los que Ia crean, interpretan y cambian— se hubiese convertido de pronto en algo real, con vida. Dejando ya de ser frases dentro de_un libro, se les ha dado cuerpo y convertido en realidad para “a ser nuevos tipos de frases dentro de un nuevo tipo de~ - Todos nosotros sabeios qué los datos de un trabajo de campo'(o cualquier otto tipo de datos referidos a estudios huma- nisticos) no son Dinge an sich sino que estén modificados por los pracesos por los que los adquirimos. Pero aqui observamos el funcionamiento de este proceso de forma bellamente iluminada. Admiro especialmente la forma en que el autor revela justo lo necesario de sus sentimientos personales y juicios de valor sin lle- gar a presentar aquellas partes de su personalidad que no resultan relevantes para el proceso de comprensién cultural. Rabinow no s6lo muestra su capacidad de estar relajado consigo mismo, de la que tantos de nosotros estamos faltos, sino que también refleja, ‘i hecho importante de que el acto de conocer en el area de los estudios humanisticos 5 siempre algo emocional y moral ademés de intelectual. La honestidad emocional que todo el que ha realiza- do alguna vez investigaciones de campo reconoce inmediatamente en el libro, deberia por sf solo servir de recomendacién para el ansioso alevin de antropélogo. Atin més interesante resulta la falta Reflexiones sobre un trabajo de campo en Marruecos — 4 de pretenciosidad moral, que para mf constituye 1a contribucién més valiosa de la obra. Los trabajos de campo, como cualquier ‘otra investigacién en el drea de los estudios humanisticos, cdnlle- van una constante evaluacién y tevaluacién. Muchos de nosotros, asustados por el desprecio de Weber hacia los que utilizan la mesa de conferencias para la profecia politica y religiosa, hemos olvida: do que la neutralidad poseia para Weber un significado muy espe- cifico y limitado: 1a obligacién de no dejar que nuestras preferen- jas dicten los resultados de nuestra investigacién, lo que en si mismo es una norma moral, un principio rector de la ética acadé- mica. Lo que resulta peligroso no es la presencia de juicios de valor —podemos encontrar éstos en casi todas !as lineas que eser bié Weber— sino la presencia de s6lo los que sobrepasan el alcan- ce de la reflexién critica y no se encuentran sujetos a revision a la luz de la experiencia. En este libro observamos no sélo la presencia inevitable de juicios morales sino el proceso por el que estos juicios se educan y profundizan. Los marroquies con los que Rabinow trabajé no eran meros artifices del producto cultural que produjo el trabajo de campo, sino que fueron, ademés, sus profesores en tanto que eran humanos, como, hasta cierto punto, también lo fue para ellos. Existe, finalmente, una barreta que este modesto libro ayuda a desmantelar —la barrera entre academicismo y poesia—. Puesto que el autor-nos ha recordado que un hecho es, etimoldgicamente, algo que «se hace», nosotros podemos destacar que la palabra stiega poiesis significa «hacer» y que el poeta es «el que hacen. Pero los materiales que el poeta utiliza no son tanto hechos cuanto simbolos y relatos, o mds bien hechos que en si mismos constitu- yen simbolos y relatos. En los estudios humanisticos, el negar todo valor poético a simbolos y relatos equivale a reducir las cosas hhumanas a categoria fisica, la accién a movimiento. Rabinow no incurre en este error. Los simbolos, esos momentos de expresién interna o externa que concentran la significacién del cuento, ¥ de la estructura narrativa misma, que sigue uno de los guionés miticos mds antiguos, el viaje del héroe en una misién peligrosa y su retorno triunfante, proporcionan la mayor parte de lo que en el libro resulta iluminador. El distanciamiento de la estructura tradicional resulta tan instructivo como la recapitulacién del arque~ tipo. En las leyendas, el héroe vuelve a casa y vive feliz en adelan- te, En este libro, tal como hemos visto, el héroe vuelve a lo que constituye una duda ain més profunda sobre el significado mismo BR ala y la existencia de to propio de la que posefa antes de inidiar ayentura. Quizds esto no revele que todos. los viajes que le ahora tengamos que iniciar-deben ir més alla 'Y ser mas’ prot i dos que todos los que con anterioridad hayamos Tealizad a cualquier caso, seguimos en deuda con el autor por habernos ene fiado tanto con tanta simplicidad y tanta gracia. me Ropert. N.. Bettan. INTRODUCCION Sali de Chicago dos dias después del asesinato de Robert Ken- nedy. Mi apartamento en la ciudad estaba prdcticamente vacio. Habia terminado de preparar el equipaje y Ia mayor parte de los muebles estaban vendidos, quedaban sélo la cama y la cafetera. Estaba algo nervioso por el hecho de partir, pero la noticia del asesinato habia entertado estos sentimientos bajo una oleada de repulsa y asco. Dejé América con un sentimiento de alivio. Estaba harto de ser estudiante, de la ciudad, y me sentia politicamente impotente. Me dirigia a Marruecos pata convertitme alli en antropélogo. Llegué a Paris en junio de 1968, varios dias después de que la policia hubiese despejado de las calles hasta el tiltimo estudiante de la Facultad de Medicina. Como consecuencia del levantamiento, ‘encontré las calles casi desiertas y los castigados muros cubiertos de pintadas de cardcter politico. Asisti a varios mitines en el patio de la Sorbona pero era ya demasiado tarde, el impetu revoluciona- rio habia pasado ya su punto dlgido. Los panfletos pedian a los parisinos que no abandonaran la ciudad para ir de vacaciones. La capital se encontraba vacia, rota, gastada. Conoct a una chica —con sangre india, afirmaba ella— que se habia escapado de. su casa en Arizona, Segiin deambuldbamos a lo largo del Sena, el ambiente de guerra que se respiraba y el futuro incierto me hicie- ron sentir como un personaje de una de las novelas de Sartre, muy existencialista, Dos dias més tarde me corté el pelo, tomé el autobis de Orly, y sali para Marruecos. A principios de los sesenta el gran experimento Hutchins. de educacién general daba sus iltimos coletazos en la Universidad . de Chicago. El saber que la educacién liberal en su sentido «clési- co» se estaba extinguiendo me conmovia profundamente. La Uni- ey Paul Rebinow versidad me habia ofrecido la experiencia profunda y liberadora de descubrir 10 que significa el pensamiento, pero también me habia dejado con fa impresién de que las antiguas ciencias y disci- iinas atravesaban una crisis. Para la mayorla de nosotros, se iba viendo claro que la sociedad americana estaba acosada ‘por profundos problemas estructurales, y que la clarividencia y cohe- Tencia necesarias para solucionarlos no-se encontrarian en el mun do académico o en las instituciones politicas existentes. Este hecho hos dej6 a muchos de nosotros confundidos y con actitud de biis- queda, pero todavia relativamente pasivos. Las dificultades eran graves, pero-Chicago~estaba- serena~en~ su~ superficie. Los dos libros que quizés mejor expresaban el. espiritu de la época segiin. mi_opinién.era_La-Estructura-de las Revoluciones Cientéficas (1962) de Thomas Kuhn y_Tristes Tropiques (1955) de Claude Lévi-Strauss" Khun-habia-aislado-de forma clara todo un grupo de temas que se extendian més.allé de la fisica y la quimica. — Su término «agotamiento del paradigma» simbolizaba el fracaso del pensamiento convencional.en. la explicacién del tema comtin de nuestra falta de satisfaccién’can: el curriculum ‘académico, la politica, y nuestra: experiencia personal: De alguna forma, las ver- dades recibidas:que-se-nos:ofrecfan-no-resultaban’ suficientes para organizar nuestras percepciones y experiencias; algo nuevo tenia que depararnos el futuro. Mi atraccién por el.concepto de dépaysement! de Lévi-Strauss me separaba de muchos de mis amigos, que estaban més atraidos Por toda la gama de praxis politicas y sociales que por la parad6ji- ca llamada del francés a un distanciamiento que nos permitiese Fetornar a la cultura propia de forma més profunda resultaba con- vineente, aunque oscura. Me encontraba hastiado de Occidente, sin saber por qué, y me seducia la idea simplista de que la cultura occidental sélo era una entre muchas y, por cierto, né la més interesante. Este tedio tipico del universitario sumado a mi ferviente inclina- cién intelectual me arrastraron a la antropologia. Parecia és la nica disciplina académica donde, por definicién, se que salir de la biblioteca y alejarse de los otros universitarios. Su ambi to era auténticamente.absurdo, abarcando literalmente cualquier cosa, desde los pies de los lemures hasta el teatro de sombras Javanés; tal como un profesor lo habia expresado, era «la discipli- na del diletanten, ° ¥ Desarraigon (N. del T.). Reflexiones sobre un trabajo de campo en Marruecos —— 95 os miembros del departamento de antropologia de la Univers-) dad de Chicago pertenecian a dos mundos diferenciados: los que habfan realizado trabajo de campo y los que no; este tiltimo grupo! no eran antropélogos «auténticos», independientemente del domi ni que pudieran tener de temas antropoldgicos, El profesor Mir. cea Eliade, por ejemplo, era un hombre de gran erudicién en el campo de las religiones comparadas, y se le respetaba por su sabe enciclopédico, pero se subrayaba repetidamente que no era un ai tropélogo: su intuicién no habia sido alterada por la alquimi: del trabajo de campo, Se me dijo que mis articulos carecian de importancia porque una vez que hubiese realizado trabajo de campo pasarian a ser radicalmente diferentes. Los speros comentarios que los estudian- tes de post-grado hacian sobre la ausencia de teoria que evidencia- ‘ban algunos de los clisicos que estudiabamos, siempre se encontra- ban con las mismas sabias sontisas: no importa, se nos decia, dichos autores fueron grandes investigadores de campo. De mo mento, aquello me intrigé. La promesa de iniciacién en los secre- tos del clan resultaba seductora. Personalmente, acepté totalmente el dogma, Aun asi, no conocfa ningiin libro que hiciese un esfuerzo intelec- tual serio por. definir este esencial rito de paso, este marchamo metafisico que separaba a los antropdlogos de los demés. Sin lugar a dudas, la obra maestra de Lévi-Strauss, Tristes Tropiques, era una magnifica excepcién a esta regla preocupante, pues, como todo el mundo sabia, Lévi-Strauss:no era un buen investigador de cam- po. Los antropélogos trataban al libro, o bien como un buen ejemplar de literatura francesa 0, sarcdsticamente y desde un crite- rio formal, como un intento de compensar las limitaciones que el autor tenia en medio de la selva. He preguntado a muchos de los antropélogos punteros que adop- tan esta vision del «antes y después» del trabajo de campo por qué no se han animado a escribir sobre el tema, puesto que tan importante parece ser para la disciplina. La respuesta que recibi en todos los casos parecia cuituralmente pautada: «Si, supongo que si. Yo también pensé en ello cuando era joven. Incluso llevé un diario. As{ que quizds algiin dia... Pero ya sabes que hay otras cosas que son auténticamente mds importantes. Este libro es un relato de mis experiencias en Marruecos, pero al mismo tiempo, también es un trabajo sobre la antropologia misma. He intentado romper con el «doble vinculo» que en el pasado ha definido la antropologia. En los cursos post-grado suele 26 Pat Rabin decirse que «antropologia ¢s igual a expetiencidn; no se es antro- pélogo hasta que no se tiene la experiencia suficiente como pata oder serlo. Pero cuando se vuelve det trabajo de campo, lo cierto es justamente lo opuesto: la antropologia no son las experiencias que hacen de uno un iniciado, sino séto los datos objetivos que se han obtenido. Nos podemos desahogar escribiendo” memtiotias 6 anecdotarios de nuestros sufrimientos, pero en ningtin caso puede existir rela- cién directa alguna entre la investigacion de campo y las teorias que sustentan la disciplina, En los ultimos afios han aparecido tun buen mimero de libros que tratait de la observacion participan- te, Estos libros. presentan. enormes variaciones-en-lo-que hace a su agudeza perceptiva:y:su-gracia-estilistica;~pero- todos-ellos-com-— parten el mismo presupuesto-basico:el-de-que-la experiencia de campo resulta perfectamente separable de la corriente principal de la teoria antropolésica,..es..decit, .que-la-tarea.investigadora ¢s esencialmente discontinua de sus’ propios resultados. A riesgo de quebrar los:tabiies del-clan, yo sostengo que toda actividad cultural es experimental, que el trabajo de campo es un tipo éspecifico de: actividad ‘cultural, y que es precisamente esta actividad la que-define"la-disciplina, Pero 10 qué consecuente- mente deberia ser la fuerza misma de la antropologia —su activ dad experimental, reflexiva y critica— se ha eliminado como area valida de investigacién en aras.de ta adhesién a una visién positiva dela ciencia, que encuentro_radicalmente improcedente en una discipiina que pretende estudiar la humanidad. El problema que abordo en este libro es un problema hermenéu- tico, y'el método que empleo es un método fenomenoldgico modi- ficado. He luchado por reducit al minimo absoluto los términos téenicos y la jerga profesional, pero, asi y todo, me parece oportu- no indicar algunos datos sobre el camino que he intentado seguir. Asi, siguiendo a Paul Ricoeur, defino el problema de la hermenéu- tica (que quiere decir sencillamente «interpretacién» en griego) como «la comprensién del yo’ dando el rodeo por la comprensién del otto». Es de vital importancia resaltar que esto no tiene nada que ver con la psicologia, a pesar de las connotaciones decidida- mente psicolégicas de ciertos pasajes. El yo que aqui se estudia es totalmente puiblico, no es ni el cogito puramente cerebral de los cartesianos, ni el yo psicolégico profundo de los freudianos. Mas bien, es el yo.culturalmente mediatizado y encartilado histéri- camente que se encuentra en un mundo en continuo: cambio. Esta e$ la razén por la que empleo el método-fenomenoldgico. Jpeflexiones sobre un trabajo de campo en Marruecos = ———— 37 Ricoeur, de nuevo, nos oftece, una definicién muy precisa. La fenomenologia es para él la descripcién de «un movimiento en el que cada elemento cultural encuentra su significado no en lo ue lo precede, sino.en lo que lo sigue: la conciencia salta fuera de si misma y por encima de s{ misma en un proceso en ef que cada paso se suprime para conservarse en el que le sigue».? En términos més simples, esto quiere decir que el libro esta concebido como un todo en el que el significado de cada capitulo depende de lo que viene a continuacién det mismo. El libro y estas expe- riencias tratan sobre ellos mismos. El libro es la reconstruceién de una serie de encuentros que ocurrieron mientras realizaba el trabajo de campo. En el momento de los hechos, por supuesto, las cosas eran mucho menos claras y coberentes. En el momento presente, las he hecho parecer asi para rescatar algo de sentido de ellas para mi ihismo y para otros. Este libro es la condensacion reflexiva de un torbellino de gentes, lugares y sentimientos. Podria haber sido la mitad de largo, 0 el doble, o diez veces mas largo. Aleunos de los informantes con Jos que trabajé no se mencionan, otros se aparecen refundidos en un solo personaje, y otros mds sencillamente no se incluyen. Cualquiera que haya’ fenido un cimulo tal de encuentros cada vez mas coherentes al tiempo de realizar el trabajo de campo, y que fuese totalmente consciente del hecho mientras sucedia, difi- cilmente habria tenido el tipo de experiencia que aqui reconstruyo. Como Hegel afirma, «la lechuza de Minerva alza su vuelo al ano- oneD que a contiouacié sigue ¢s un lato, reconstruide cinco afios mds tarde, y de nuevo otros dos afios después, de mi expe- riencia de campo en Matruecos durante 1968-69, En Marruecos trabajé bajo la direccién de mi director de tesis, Clifford Geertz, quien, junto con su esposa Hildred y-otros dos antropélogos jéve- nes, estaba estudiando un zoco amurallado situado en el oasis de Sefrou. Mi misin consistia en trabajar en las dreas tribales que rodeaban Sefrou, en el Atlas Medio marroqui.? 7 Paul Ricoeur, Existence et hermeneutique, p. 20, en Le Conflit des In- terpretations (Paris, Seuil, 1969). 3 Ibid, p. 25. 1, VESTIGIOS DE UN COLONIALISMO AGONIZANTE La Hanura de Sais, que se extiende en un terreno ligeramente ondulado entre las ciudades de Fes y Sefrou (ambas fundadas en als. IX a. C.), es una de las zonas més fértiles de Marruecos. Su verdor rompe con cualquier imagen romantica de tiendas del desierto 0 paisajes morunos. Cuando se deja la magnifica ciudad amurallada de Fes, el paisaje nos recuerda més a Francia. Bl Sais fue una de las regiones en las que la-implantaci6n colonial francesa habia sido més activa, levando mecanizacién, regadios y ganancias. Los campos parcelados regularmente, la rica tierra oscura, los canales de riego elevados que serpentean a lo largo de kilémetros, Jos huertos cuadriculados, y alguna granja perdida muestran per- fectamente. lo que Jacques Berque ha elegido como simbolo de ja experiencia colonial francesa en el Norte de Africa: la tierra sin gentes rodeada por gentes sin tierra!, Los tejados de teja de las alquerfas aisladas contrastan fuertemente con los apiflamientos de adobe y ladrillo de los labradores, que se hacen més frecuentes segiin nos vamos acercando a Sefrou. Las alquerias atin estén cla- tamente divididas por verjas y los habitéculos de los labradores por chumberas, pero los propietarios de las primeras dejan de ser franceses. La mayor parte de esta zona ha sido nacionalizada y es administrada por el gobierno marroqut. El resto es propiedad de ricos comerciantes. Incluso después de haber atravesado estas tierras fértiles, resulta sorprendente la exhuberancia de la ciudad de Sefrou cuando apare: ce en el horizonte. Se encuentra oculta a la vista segiin nos acerca~ 1Ver Jacques Bergue, Le Maghreb Entre Deicx Guerres (Editions Du Seuil, Paris, 1962). = Lal 90 aut Rabinow mos a Fes. Las colinas son ahora algo mas sustanciales y las Wistas menos extensas y regulares. Sefrou, con una poblacién de unos yeinticinco mil habitantes, es Titeralmente una ciudad-oasis, La riqueza del iftigado Sais oculta al principio este hecho; pero detras de Sefrou se encuentra la cordillera del Atlas Medio, que ahora se muestra seca y casi totalmente desprovista de vegetacion Al sur de Sefrou se extiende una serie de colinas y altiplanicies Focosas y escasamente habitadas que terminan en Ia cordillera pro- piamente dicha. La misma Sefrou estd situada en un estrecho pi demonte que rodea el extremo inferior de las montafias y que estd-marcado-por-una-serie-de-abundantes manantiales que alimen- tan grandes extensiones de fratales, huertos y olivares. Los marro- auies denominan a este nicho! ecolégico-el dir —literalmente, cl ««pecho»—. Este nicho sigue el curso de unas fallas a lo largo el extremo de las: montafias. ‘Siguiendo:el ‘curso del dir, nos en- contramos toda una serie de poblaciones bien abastecidas de agua, favorecidas climatolégicamente y Présperas. Sefrou es una de elias. A causa de su situacién, Sefrou ha servido como centro comer- cial y mercantil de las tribus-de- ta Tegién circundante, Ademas de los campesinos. que: trabajan en-los~ huertos del oasis, y de Jos. mercaderes,-ha-tenido-tradicionalmente-una “poblacién de arté- sanos numerosa’y activa: Sefrou. también ha tenido, desde tan antiguo como el s. IX, una dindmica comunidad judia que a menu- do ha servido como nexo entre la comunidad urbana Y los grupos Turales bereberes. Estos judfos marroquies activaron el intercambio de" productos montaiieses (lana, cordero, alfombras) por articulos manufacturados (textiles, té, azticar). La colonizacin francesa de tierras de cultivo alrededor de Se- frou —que comenz6 a finales de los ‘afios veinte de este sigio y fue incrementandose progresivamente hasta los cincuenta— y el establecimiento de las instituciones de Bobierno, comerciales y educativas francesas en-la ciudad, tuvo un impacto sustancial en el crecimiento y futuro.de-Sefrou- ‘Siguiendo la politica colonial de Lyautey, construyeron nuevos. bartios, una «Ville Nouvelle», en torno a la antigua medina amuraliada de Sefrou, Sin embargo, nunca Ilegaron a colonizar ruecos hasta el ‘len que lo hicieron en Argelia. La poblacién francesa de Sefrou, por ejemplo, era en 1960 menos del 1%, y esto incluia la nueva oleada de maestros, Me condujeron hasta el H@tel de L’Oliveraie, a unos cien’ metros or fuera de los. almenados muros.de.la medina de Sefrou. Viejo y triste, con la pintura cayendo, L’Oliveraie estaba evidentemente ‘Reflexiones sobré un trabajo de campo en Marruecos = ————~ 31 adencia pero, asi y todo, atin mantenia su encanto. Se entra- ta o ‘tina doble celosla en una habitacion rectangular dividida Roroximadamente en dos por un desvencijado biombo, A su iz- quierda se disponian unas diez mesas bien preparadas, aunque nunca flegué a ver més de dos ocupadas a la vez, y a la izquierda se encontraba una barra larga de madera, varias mesas vacias con viejas sillas de restaurante, y una destartalada maquina de «el mnilldn» en la esquina, Todas las ventanas tenian sus correspon- dientes contraventanas, la mayoria entreabiertas, y la tranquilidad de la tarde cubria a un conductor de taxi aletargado, el nico cliente, en el momento de mi legada, Saliendo de detrés de fa barra con una répida inclinacién, aseado pero vestido informalmente, estaba. Maurie Richard, el duefio del hotel, el patron. Si, jque si tenia una habitacién?; en realidad tenia diez jquerria hacer el favor de seguirle? Cudl de llas va a set, dijo distraido, comenzando una charada suave, aun- que su’ superficialidad y patetismo tesultaban evidentes desde el principio. Mas tarde, Richard me dirigié a una de las diez ‘mesas, asiendo la silla e informandome cortésmente que sdlo existia ment snico. : mA Ta matiana siguiente, mi cuarta en Marruecos, tomé mi café con pan en el patio de L'Oliveraie. Debia de haber sido precioso afios antes. Tenia un jardin cerrado con alambres por los que una vez habia crecido una parra, tenia mesas metdlicas que una. vez habian brillado, y tenia también a Ahmed, el camarero, impe- cablemente arreglado, que debia de haber servido (0 asi me parecia. a mf) las mesas de las familias francesas que se preparaban para su jornada laboral. Estaba yo solo. Ya estaba comenzando a hacer - calor. Ahmed me trajo la cafetera de barro ‘oscuro con una inclina- cién cortés y pseudofrancesa, rechazando mis intentos de entrar en, conversacién, y moviéndose rdpidamente, se fue. iQué etnografico! Sélo unos dias en Marruecos y yo ya estaba. instalado en un hotel, ret iscencia obvia del colonialismo, to- mando mi café en un jardin, y no tenia mas que comenzar «mi» trabajo de campo. En realidad, no me resultaba totalmente claro. lo que esto queria decir, aparte de que me imaginaba que ello ineluirfa el deambular-un poco por Sefrou. Después de todo, ahora taba en el «campo», todo era tr ese? indo y moviendo su. figura corpulenta con velocidad y gra- cia, aparecié Richard de detras de la celosfa, me deseé «bon appe+ tity, y me dio. una ficha de turista-que: tenia que rellenar. Se" sorprendié algo de que fuese americano. Estaba seguro, me dijo; . He 32 Paul Rabinow de que yo era europeo oriental (fo cual supongo que soy, al menos desde un punto de vista étnico), y después se ensart6 en una serie de chistes campechanos pero prudentes. El segundo dia en Sefrou me conté su vidd. Procedia de una familia parisina de clase media-alta. Habia dejado Francia en 1950 en busca de aventuras terminando en Marruecos, donde habia teni- do varias profesiones, desde mecdnico a hotelero. La ausencia de la resetva y hostilidad francesas era prueba sorprendente, pensaba yo, o bien dela transformacién de ta cultura francesa cuando ésta_dejaba Francia_ode la intensa_soledad.de Richard. En este caso era la soledad. Rapidamente se comprobaba que Richard era un parisino manqué. Las grandes ex que su famitia de coroneles y doctores fabian puesto en al erat demasiado pesadas de soportar, asi que abandoné estas para deambular por la existen- cia a través de profesiones varias de la clase mediabaja, Histéricamente, él también eran fallo; Habla legado a Marrue- cos una generacion més tarde de lo debido. La primera oleada de emigracién francesa a Marruecos ocuttié a finales de los aftos veinte, y se componfa principalmente de campesinos y militares; Ja segunda oleada,. mayoritariamente funcionarios,.lleg6 durante ¢ inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Obvia- mente, existia una profunda diferencia entre la poblacién colonial més aritigua y los que Hegaron después. La «vieja mano marro- ui, les’ views marocains, tal como se les denominaba, tenian ~un=contacto- mas -personalcon”los-marroquies. Especialmente en la regién de Sefrou, donde habian establecido tas primeras explota- ciones agricolas mecanizadas, a menudo hablaban drabe, trabaja- ban en contacto préximo con sus obseros marroquies, y no se apifiaban en guetos franceses. Su cardcter paternal quedaba tem- plado por un cierto individualismo aspero. Ellos habfan limpiado las tierras, habian convertido la maleza en granjas productivas y bien cuidadas, conocian» a los marroquies y afirmaban que si se les preparaba, trabajaban bien. Se tenfa la impresién de que Richard podria haberse relacionado bien con estos agricultores, pequefios negociantes, y hombres de muchos oficios. En cualquier caso, los que quedaban de esta comunidad le aceptaban mayorita- riamente. Pero Richard leg6 a Marruecos en 1950, como parte de un grupo de emigrantes bien diferente. Estos nouveaux vieux ‘maro- cains, tal como: despectivamente se les denominaba, vivian princi- palmente en los grandes centros coloniales de Casablanca y Meki- nhez; casi nunca conocian el arabe, y tenfan poco o ningiin contacto Richard en su salsa: en L? Oliveraie; et stimo bar francés. en Sefrous Paul Rabinow 34 con los marroquies fuera de las horas comerciales. Se velan a si mismos mds como los colonos insulares de Oran o Argel: Sus vineulos eran con Francia y su ideal de vida era francés. A princi pios de los cincuenta més del 80% de la poblacién francesa ‘de Marruecos habitaba en grandes ciudades. Atin més, eran principal- mente funcionarios gubernamentales. El porcentaje de funcionarios era incluso superior que el de la metrOpolis. Su presencia no se iba a mantener por mucho tiempo. Richard buscaba la primera identidad pero se vio derrotado por la segunda. El lleg6 cuando se estaban acabando las oportunidades para el francés medio, que-no se repitieron. Pot el contrario, se tuvo que enfrentar a’ un “antagonismo”entre-las-comunidades -fran= cesa y marroqui. Richard era demasiado débit para escapar 0 resis tirlo. Encontro los ahora endurecidos frentes entre las dos comuni- dades, demasiado politicos. para-ser atravesados. Aunque su trato personal con la comunidad-francesa-en- Marruecos le resultaba’siem=- pre doloroso, nunca encontré la forma lo suficientemente valiente como para desafiar ninguno de'los:eédigés bisicos.de los colonos, Richard nunca aprendié arabe. A menudo’ expresaba su ferviente deseo de hacerlo, pero. s6lo _dominaba unas cuantas palabras y frases. Lo que en un. momento podria. haber. sido interpretado , por los marroquies como un-gesto de bienvenida por parte de un recién egado; podria parecer ahora; después de dieciocho aftos, sardénicamente insincero, Richard se veia claramente desalentado ~—-a-seguir-estos-impulsos-por-la-communidad francesa en Mekinez donde al principio se habia. instalado, y por su esposa, una colona- argelina, que se jactaba de su superioridad racial. El apoyaba mis esfuerzos noveles por aprender el arabe. Me pregunté acerca de métodos; me apoy6, pars a-continuacién entrar en sus razonamien- tos de que él tendrfa que haber aprendido érabe al principio, cuan- do leg6, de que atin lo deberia hacer, pero hélas, sus deberes no se lo petmitirian. Richard era una reminiscencia auténtica de un colonialismo agonizante, sélo que finca fabia legado a cose- char sus primeras recompensas. Todas las mafianas, Richard aceleraba:su Ford de’ 1952, con el que recorria bramando el kilémetro: y medio que le separaba de Sefrou para aprovisionarse, Como-casi nunca habla ningtin cliente en L’Oliveraie el avituallamiento’ consistfa ‘en los: alimentos. para ay su mujer, el periddico (Le Petit Marocain);.y algo.de vino. A excepcién del contacto limitado con los tenderos:e intercambio , de cortestas con: los “oficiales, el mundo de Richard se-restrinigla” a los aventados taxistas, su mujer; y'dos*o tres matrimonios fran: Reflexiones sobre un trabajo de campo en Marruecos. ——— 35 ceses que le aceptaban como su igual. Estos tltimos habjan estado en Marruecos unos cuarenta afios y se habfan buscado su hueco social como tenderos o realizando chapuzas. Respetaban a los ma~ rroquies y vivian esencialmente «en retraiten, a la ver retirados y de retirada de la Francia contempordnea, Solo quedaban unos pocos de estos viejos franceses encallecidos. Richard contemplaba cada muerte que ocurria con un sentimiento creciente de desespera- cidns cada pérdida erosionaba su mundo de forma significativa. ‘A menudo se ha dicho que se suele exportar lo peot de la cultura madre, ¥ esto era auténticamente lo que ocurria con los residentes franceses j6venes que conoci en Marruecos. En Francia se puede legit entre hacer el servicio militar o algiin tipo de servicio social sustitutorio en las antiguas cotonias. Marruecos-suftia-una tremen- da escasez de profesores para su sistema educativo bilingtie, por Jo que se habia visto forzado a importar grandes cantidades de profesores franceses para poder mantenerlo. Cada afio, consecuen- | temente, llega: a Sefrou un grupo de parejas j6venes para realizar all{ su tarea civilizadora. Son principalmente jévenes burgueses que vienen a Marruecos para evitar los cuarteles y vivir las fantasias 1a las que no tenian acceso en Francia. Pueden permitirse mansio- res, Con sus correspondientes jardines y sirvientes. Es de igual importancia el hecho de que en Marruecos pueden, ademés, domi- nar. Dominan a sus sirvientes, a los que tratan con el obligatorio tono condescendiente; y dominan a sus alumnos, a los que conside- ran culturalmente inferiores y no auténticamente merecedores del lujo de la esperanza. Dentro de su propia comunidad observan las antiguas distinciones y jerarqulas sociales de Francia, pero con un giro nuevo: ahora ellos pueden representar los papeles dirigentes. Como consecuencia, ellos dominaban y despreciaban a Richard. Existe un ritual reglamentado que se representa cada alo con una regularidad dolorosa y predecible. Segiin las nuevas parejas llegan a Sefrou se quedan primero en L’Oliveraie mientras solucionan sus asuntos. Pronto se enteran por sus compatriotas més avezados de que L’Olivaraie esté socialmente por debajo de ellos. Al princi- pio, hablar con Richard les parece totalmente natural; Richard €s un seflor mayor, y es. francés, uno de los suyos en un lugar extranjero. Richard repite las mismas: formulas manidas e intenta desesperadamente entablar una relacién. Pueden incluso existir es= ‘carceos, pero nunca parece: que Heguen a cuajar. Una vez: que las jovenes. parejas: se trasladan a sus:residencias pueden: volver a L’Oliveraie una vez, quizés incluso dos, con sus nuevas amista~ des, pero- nunca més. El. circulo. se cierra:en el otofo; cuanda- 36 - Paul Rabinow los recién llegados son digeridos de nuevo por la pequefia comuni- dad, informandoles sencillamente que Richard ¢s «wun pauvre type». Su mundo se convertia de pronto tan imposiblemente lejano del de ellos como en Paris, s6lo que en Seftou él no tenia mucho més. Y lo més irénico, Richard comenzaba vada otofo con sus adver- tencias sobre los marroquies, su cardcter impredecible ¢ irracional. Intentaba ser amable, sin saber ya si cfela Sus propias historias, pero sintiendo que encajarian en las ideas preconcebidas desu nueva audiencia, En sus primeras semanas, sucumbian normalmen- te a sus propios temor embargo, una vez instalados cambia- ban esta crasa indulgencia bastante rapido por la retérica mas insidiosa de 1a «objetividad».-Estaban-alli-para-educar_al. Tercer- Mundo. Les gustaban-los-marroquifes;-por-supuesto,-los-eneontra= ban bellos, apasionantes ¢-intrigantes. Pero-les indigenes, sencilla ‘mente, no podian con la aritmética. A pesar de los esfuerzos fran- ceses, parecian. que-los-alumnos-no-aprendian. Eran. sympa -pero- inferiores. Richard era, meramente, inferior. Richard era bastaiite hicido sobre la naturaleza de su situacién, pero era totalmente incapaz de cambiarla, Estaba en la posicion no indicada en el momento. més inoportuno. La decadencia del hotel se retroalimentaba; mientras mas perdia en el hotel, més era condenado al ostracismo por los franceses jévenes, mas rehusa- ban su compafifa los funcionarios marroquies, y mds dependiente se Volvia de los taxistas casi alcoholizados, que eran rechazados ‘hasta por’supropia-comunidad:-Cada-afio se morfa uno mas de su circulo. Mientras més-presionaba, més forzada se tornaba su sonrisa, con més impaciencia se colgaba a los recién llegados y més répidamente les hacia huir. El colonialismo estaba muriendo y el neocolonialismo estaba remplazdndolo. Yo le animaba a hablar y él se alegraba enormemente de ello. Pasé muchas horas durante esas primeras semanas escuchando sus historias. Yo dominaba bien el francés, asi que la entrée fue inmediata. Las posibilidades estructurales de la situacién eran, ade- més, ideales para ir reuniendo informacién. Yo no lo conceptualicé asi al principio, y por este motivo (entre otros) nunca busqué esta situacién de forma sistemdtica.. Habia venido a Marruecos- con la intencién de estudiar la religién y politica rurales. Me pare cia improcedente estar charlando con Richard acerca de su pasado.. Mis profesores habjan insistido-en. que: se debe uno orientar.de acuerdo. con los objetivos a. conseguir, y no desviarse con otras cosas, por muy interesantes que: éstas ‘puedan parecer... Aiin. més). sepleviones sobre un trabajo de campo en Marruecos ~~ 37 se cortia presumiblemente el riesgo de quedar marcado cara a la Spmunidad local marroqui. ‘En realidad, tenia uha posicién «antropolégica» ideal. Domina- ta la lengua, la cultura me resultaba familiar, me interesaban las Situaciones que existian en el lugar, y asi y todo era un extraflo, sto era incuestionable —todo ello al cuarto dia de estar en el pais—. No estaba ni en situacién de dominio ni de sumisién res- cto a Richard. Tenfa tanto acceso a Richard como a los france- Me mas jovenes. La estructura global de las relaciones existentes entre ellos era de facil formulacién y las necesidades de tos distin- tos participantes eran tales que estaban a la busca de un observa- Gor externo al que pudiesen contar sus problemas y reflexiones. No tenia una posicién que les pudiese resultar peligroso, ni tampo- co ofrecer ayuda econémica 0 politica directa. En retrospectiva, este ambiente era ideal para la investigacién antropolégica. En ‘el momento mismo, su misma facilidad y accesibilidad parecian febajar su valor potencial. Con toda seguridad, el trabajo de cam- po requerfa de més esfuerzo. ‘La tranquilidad del mediodia caluroso, unos dos meses y medio més tarde, se conserva fresca en mi memoria. Al igual que la soledad existente en L’Oliveraie y et brillo de la barra de madera y su canto metélico. Richard y yo conversdbamos tranquilamente, con grandes pausas entre las observaciones que uno y otro realizd~ bamos. El estaba en su postura habitual, inclinado sobre la barra, con la barbilla apoyada en la palma de su mano, como si estuviese preparéndose para un combate de boxeo, con el otro brazo apoya- do con seguridad en su cadera. Sus ojos estaban totalmente abier- tos y rezumando atin algo de ansiedad. Yo estaba sentado, ligera- mente encorvado, en un taburete enfrente de él. Detrds de Richard, en su radio art-decé sonaba una musica sua- ve. A continuacién, el presentador dijo simplemente que las fuer- zas rusas habjan invadido Checoslovaquia. Lentamente, intercam- bbiamos miradas de disgusto pero no nos dijimos nada. La radio continu anunciando detalles en un tono oficial que apenas oculta- ba la emocién. ‘Se estaba en un punto sin retorno; me senti horriblemente dis- tanciado de mi propia civilizacién. La imagen de ejércitos totalita- rlos aplastando a los checos otra vez me dejé con la idea de imperios en decadencia que se destruyen el uno al otro cancerosa- ‘mente. .

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