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2 ae om OS @ § = 2m Bs? u 3 ij i o Bie i erie ee a = % mS as 0238 > os Sas aASe 25 @ a8) La voz y su huella NOTA DEL AUTOR El prélogo, todos los capitulos (I-IV) de la primera parte y el capitulo V de la segunda son inéditos. Una primera versién del Capitulo V1 salié, bajo el titulo «La subversion del texto escrito en el drea andina: Guaman Poma de Ayala y J. M. Arguedass, en la revista Gacela (Aarhus, Dinamarca), no. 1, 1985, El capitulo VIi es la relaboracién de »La épica incaica en tres textos coloniales (Juan de Betanzos, Titu Cusi Yu- panqui, el Ollantay, publicado en Lexis (Lima), vol. IX, no, 1, 1985. El capitulo VIII retoma con variantes significativas el azticulo «Del padre Montoya a A, Roa Bastos: la pul- sién histérica del Paraguay», publicado en la revista Tbero-Amerikanisches Archiv (Berlin), N. F. Jg. 13 H. 1, 19872. - El capitulo IX relabora materiales en »El substrato ar- caico en Pedro Paramo: Quetzalvoatl y Tlalocs, publicade en Iberoamérica. Homenaje a G, Siebenmann, Machen, Fink, 1983, vol. I, Lateinamerika-Studien 13. Una esbozo del capitulo X salié, bajo el titulo «La et- noticcidn o la mala conciencia del intelectual coloniza- do», ett TILALC (Caracas), atto LII, no. £, 1987. El capitulo XI se basa en «Los callejones de la fiecién ladina en el drea maya (Yucatan, Guatemala, Chiapas)s, publicado en la Nueva revista de filologia hispanica (México), i. XXXV, 1987, no. 2, pp. 549-570. El capitulo XII constituye una versién corregida y ant- pliada de un trabajo que salié, bajo el mismo titulo, en Allpanchis (Sicuani-Cusco), no. 32, 1988, pp. 165-195. ién: Magdalena Quijano Disetio: Cesar Mazola Correccién: Gilda M. Fernandez Iris Cano © Martin Lienhard, 1990 © Sobre la presente edicid Ediciones Casa de las Américas, 1990 CASA DE LAS AMERICAS 3ra, y G, El Vedado Ciudad de La Habana ~ Sai ti ect A siesta innit a Agusto Roa Bastos a Beatrice y a Qantu, autora, a los dos afios y medio, de esta trase: «El cuento no esta terminado: esta en la bocas ee PROLOGO Hace veinte o veinticinco afios, dos libros compilados por Miguel Leén Portilla, Visién de los vencidos [2.1/ 4959] y El reverso de la conquista [2.1/ 1964}, revelaron al ptblico no especializado de México y América Latina no sdélo la existencia de una visidn indigena de la con- quista del continente americano, sino también una serie de textos, escritos o dictados por los propios indios, que moldean tal visién en unas formas poéticas altamente efi- cases, Los materiales reunidos por Ledn Portilla, mds alld de su valor documental y literario, suscitan la pregunta de si esta wvisién de los vencidos» representa, antes del enmu- decimiento deftinitivo, el iltinto destello de la capacidad de expresién poética de los autéctonos o si, por ef con- tratio, se trata del comienzo de una expresién literarta nueva, no »prehispdnicay sino colonial, Desde luego, el titulo del primero de estos bros y la eleecién de los textos (fundamentalmente del siglo xvi) tienden mds bien a sugeric que nos encontramos frente a urios universos culturales histéricamente condenados. Esta no fue, sin duda, la intencidn del compilador: en su nota prelimi- nar a De Porfirio Diaz a Zapata [2.1/ Horcasitas 1974), testimonio ndhuatl contempordneo, Ledn Portilla rela- clona explicitamente el texte con los que él reunié en Vision de los vencidos. Sin embargo, el hecho de ignorar, en este libre, toda la produccidu literaria de los descen- dientes ul id. res de los wvencidose, se puede considerar come una opcién id Idgicamente significativa. Angel fdaria Gartbay, pionero de los estudios naluas y maes- tro de Leon Portilla, si bien no manifests ningun inte- 12 Martin Lienkard rés especial por lo que la literatura ndhiuatl transcrita o escrita tiene de «colonials, ya habia mostrado en su His- toria de la literatura ndhuatl (2.2/ 1953-1954] que la ex- presidn podtica de los «nencidoss no es simplemente un seanto de cisnes, sino también el resultado del vigoroso esiuerzo creativa que algunos nobles mexicanos, pasa- do el primer momento de estupor y de perplejidad, vuel- ven a desarrollar en un contexto sustancialmente nuevo: colonial, Partiremos aqui de la conwiccién de que los documen- tos reunidos por Leén Portilla (amén de otros andlogos) se deben considerar no sélo como testimonios de un pa- sado histérico-cultural sumergido, sino también como los textos pioneros de una literatura «latinoamericanas esctita por medio del alfabeto europeo pero no ~o no exclusivamente~ segiin los cdnones importados; una li- teratura relativamente auténoma que traduce la expe- “-rlencia nueva, en general traumdtica, de las colectivida- des marginadas por el régimen colonial. La telacién entre tales textos «pionerosn y una serie de fendmenos literarios mds modernos tue planteada de nodo incisive por el estudioso peruano Antonio Corne- 'o Polar (1/ 1978]. Limitdndose en lo fundamental a los procesos literarios en el drea andina (Peri), Cornejo atir- a6 la existencia de una corriente literaria sheterogéneas, rastreable desde los comienzos de la Colonia, cuyos tex- $.s¢ Caracterizarian por «la duplicidad o pluralidad de s signos socio-culturales de su proceso productivoe; uralided debida al hecho de que 1a produccién, el pro- io texto y su consuiio pertenecen a un universo cul- gociedades marginadas de ascendencia prehispanica, ase desprende de las observaciones del investiga- ee ee La voz y su huella B dor peruano, esta corriente Surge y se reproduce a raiz de una permanente situacion de contlicto cultural, con- secuencia, en iiliima instancia, del contexte colonial crea- do por la conquista. Como ya lo hace prever el titulo sugestive de su libro, La otra literatura peruana, Edmundo Bendezti (2.27 1986] también evoca la existencia y la continuidad, des- de ia tenprana épeca colonial hasta hoy, de una fitera- tura peruana marginada por la cultura colonial: Ja litera- : tura escrita en —o w#traducidan del- quechua. La delimita- cién y la fundamentacién tedrica del corpus de la -otra literatura», algo cambiantes en los diferentes: ensayos que componen el libro, parecen sin embargo insuficientes para dar cuenta de los diversos fenémenos literarios alu- didos. Bendezti, escamoteando hasta cierto punto los conr- plejos procesos de interaccién cultural de los iiltimos si- glos (por ejemplo, el impacto de la escritura}, establece una continuidad muy discutible entre esta literatura yla de los Incas; por olra parte, ignora la ubicacién muy variable de los sectores productores de «literatura que- chua» dentro de la sociedad global: la exénica de Garcila- so de la Vega, la de Cuaman Poma de Ayala, el drama - quechua Ollantay y la poesia (en espanol) de Melgar o fen quechua) de Alencastre corresponden, sin duda algu- na, a prdcticas literarias muy distintas que cabe situar en su contexto socio-cultural. Con todo, la idea de ung literatura sotras, paralela ala roticial», no deja de ser una intuicion certera, Sin relerirse a una posible continuidad desde la épo- ca colonial, Angel Rama, en el libro ‘Transculturacién narrativa en América Latina [1/ 1980}, detendié la tesis de que parte de la nueva narrativa latincamericana —qui- 2as para él la mds «novedosas— extraia pavaddjicamente sus rasgos mds caracteristicos de un fondo poético @ i P Martin Lienhard ideoligico que no es otro que el de las subsociedades arcaicas marginadas-sea por la conquista sea por la mo- dernizacién dependiente que caracteriza la historia con- tempordnea de todos los paises latinoamericanos. Los autores a que Rama se referia (ante todo Arguedas, Rul- fo, Rea Bastos, Guimardes Rosa), son todos de origen sprovincianes, dos de ellos (Arguedas y Roa Bastas} ade- mds hablantes nativos de sendos idiomas de origen pre- hispdnico (el quechua, el guarani), es decir, vinculados de algtin modo a los «vencidos« del siglo xvi. A pattir de textos y de entoques disimiles, todos estos estudios coinciden, pues, en insinuar que en América Latina, el discurso dominante, europeizado y elitista, no expres6 ni expresa realmente la vision y la sensibilidad de amplias muchedumbres marginadas desde la conguis- fa .o en una época mas reciente. Todos, también, sugie- ren la existencia de expresiones literarias salternativase. La sisién de los vencidos, 1a «narrativa de la transcul- turacidim, la literatura vheterogéneas y la sotra literaturas remiten, en rigor, a algunas manifestaciones de un amplio conjunto Hterario que cabe relacionar con las colectivi- dades histéricas wresponsablesu de los textos o, cuanto menos, de las interterencias «no occidentalesu gue se des- cubren en ellos. Debemos partir de ja continuidad o analogia mds o menos evidente que exisie entre los svencidoss, es decir las subsociedades indigenas del siglo xv1, y varios de los sectores marginales —no sélo indigenas~ de hoy. Las subsoctedades indigenas, relativamente auténomas en 1a época colonial y -a veces~ mds alld, han visido una ex- peviencia histérica que no coincide con la de los see- tores dominanies; parcialmente andlogo seria el caso -ne profundizado aqui por. motivos de coherencia in- terna— de las subsociedades de ascendencia africana. Esta votras historia, la de los vencidos de la conquista, de los que »perdierons no sdlo la independencia, sino tam- bién otras guerras ulteriores (como. la expansidn lati- fundisia de fines del siglo pasado}, casi no se conocia ~salvo para algunos momentos excepcionales~ hasta hace poco, Entre la imagen de la sociedad prehispdnica esbo- zada por los arquedlogos-historiadores y la de las sub- sociedades «étnicass modernas tal como aparece en ia literatura etnogrdfica, mediaba una zona de oscuridad de siglos. La etnohistoria, en los iiltimos afios quizds la mds exitosa de las ciencias del hombre, ha logrado, a teavés de un trabajo paciente e imaginativo, reducir esa zona y reconstruir, para algunas subsociedades y unos periodos relativamente largos, esa votra historias. Todos estos conocimientos nuevos nos permiten ahora alirmar una relativa autonomia cultural de las subsocie- dades indigenas ~o mestizas de ascendencia indigena-, e interrogarnos acerca de su elaboracién de una identi- dad colectiva a través de la literatura, Obviamente, ext todas estas subsociedades, la expresién verbal tundamen- tal se realiza én el marco del sistema de la oralidad y se sustrae en buena medida a una investigacién diacrénica; por momentos, sin embargo, estas subsociedades ~o, mds exactamente, sus representantes o portavoces letra- dos mds o menos legitimos— se sirven de la escritura europea para expresar una «visiéns alternativa. La fa- mosa recopilacién del discurso indigena impulsada por Olmos, Motolinia, Sahagiin y otros misioneros en Meso- américa, a lo largo del siglo xv1, serd un ejemplo parti- cularmente significativo; pero no tinico en la historia latincamericana. Tampoco es tinico el tendmeno mexi- cano de un mnticleo de letrados indigenas, capaces no sélo de reproducir el discurso oral, sino de manejar, Martin Lienhard translormdndolos 0 no, los discursos europeos. De he- cho, muchas subsociedades marginales lavorecieron, en algiin que otro momento de su historia, una produccién escripiural significativa que es algo mds (o algo menos) que la recopilacién del discurso oral y que no se empa- renta directamente con la literatura dominante (europei- zada @ criolla) del momento. ¥ una parte de esta litera- tura, sepultada en los archivos, no se conoce sino gracias alas publicaciones etnohistéricas. El conecimiento de la sotra historian perinite y exige, akora, la elaboracién de «otra historia» de la literatura latinoamericana, una historia que tendrd que relativizar la importancia de la literatura europeizada o criolla, aquilatar la riqueza de las literaturas orales y revelar @ subrayar la existencia de otra literatura escrita, vincula- da a los sectores marginados, Esta «literatura escrita alternativae es la que consti- tuye el objeto principal del presente libro. Nos limita- remos a su variante principal, «indo-ibéricas; la varian- te vatrogmericanas, en efecto, pese a muchas analogias, plantea un problema que no podemos abordar aqui: la relerencia a Alrica (5.2/ Brathwaite 1927}, continente que se sitta tuera de nuesiro campo de visién. Dejamos to- talmente de lado la posible «literatura escrita alterna- tivaw de los sectores populares de tradicién cultural «oc- cidental»; su escasa autonomia respecto a los sectores hegemdnicos exige, en efecto, la elaboracién de un pa- radigma distinto, Nadie ha planteado hasta ahora, que sepamos, la exis- tencia y la contextualizacién socio-literaria de este con- tinente literario vasto, dificil de percibir dada la multi- plicidad de sus avatares, ¢ ignorado por los autores ~in- comunicados por el espacio y el tiempo- de los textos. El conjunto de «textos heterogéneos que retine Cornejo 4 voz y su huella dz: Polar para el drea andina, por ejemplo, se apoya toda- wia casi exclusivamente, pese a la novedad de la pro- puesta, en las prdcticas literarias que se ajustan con ma- tices a las tradiciones escripturaies europeas: la Namada literatura »ilustrada» o culta de los sectores hegemédnicos, Algunos de los textos a que nos teferimos pertenecen por algunos de sus aspectos a esta literatura, otros no. Nuestro corpus posible (estamos lejos de conocer o de imaginar todos los textos existentes) ‘coincide en parte con el que Juan Adolfo Vazquez [1/ 1978} llamé ~no muy apropiadamente- «las literaturas indigenas latino- americanas», pero no es asi nuestro entoque. Pensamos, en efecto, que las literaturas «indigenas» -las de la co- lectividad— se desarrollan fundamentalmente en la es- tera oral, y que la existencia de documentos escritos (iranscripciones, relaboraciones u otros procesamientos escripturales del discurso indigena) supone la aparicion de prdcticas literarias nuevas, no necesariamente y no siempre «indigenas». Y su estudio exige, desde luego, una especial atencién a las relaciones interculturales que sé construyen en el seno de las sociedades glohales. Muchos, quizds la mayoria de los documentos que me- recerian estudiarse en este contexto, no han interesada sino a los historiadores y, mds todauia, a los etnohistoria- doves y los antropdlogos. Ahora, para ntuchos de los in- vestigadores en ciencias sociales, los textos no son dis- cursos provistos de una coherencia propia, sino canteras de donde extraer datos de interés histérico, socialégico o antropolégico, Por consiguiente, ellos na los estudian, salvo excepcionalmente, en tanto que discursos literariog autdnomos o en cuanto a su estética. Debemos reconocer, sin embargo, que sin la miiltiple contribucién de antro- podlogos y etnohistoriadores, nuestro trabajo hubiera sido imposible. Por este motivo esperamos, también, que al- 18 Martin Lienhard gunas de las muy provisionales y tragmentarias conclu- siones suscitardn su interés; pensamos, por ejemplo, que las literaturas escritas alternativas, marginales tanto en el contexto cultural de los sectores hegemdnicos como en el de las subsociedades oral-populares, podrian conver- lirse en iu objeto sugestivo pera estudiar los procesos de aculturacién bilaterales; ellas contiguran un conjunto docuinental en el cual las situaciones histsricas de en- irentamiento e interaccién cultural se ven comodamente «petrificadass gracias a la escritura, Su interés, en este sentido, es andlogo al de la pintura mural andina estu- diada por Pablo Macera [3.2/ 1975, 1979]: documentos visuaies de un determinado momento del entrentamiento cullural entre las subsociedades andinas y los sectores hegemdnicos. La contiguracién uheterogéneas de los tex- tos alternativos se singulariza por la presencia semidtica del conilicto étnico-social; yuxtaposicién o interpene- tracién de lenguajes, tormas poéticas y concepciones cosmolégicas de ascendencia indo-mestiza o europea. La ausencia de cualquier tradicién homogeneizadora, normativa, es flagrante. Pensamos poder mostrar, sin embargo, gue un cierto denominador comuin existe en todos los textos de la literatura alternativa: el traslado ~por stiltradow que sea~ del universo oral a la escritura en ua contexto que llamaremos «colonial», caracierizado por la discriminacién de los portadores de este universo -los sectores marginados de ascendencia indigena o africana. Aunque niuchos de sus autores no lo quieran admitir, todos los intentos de teorizacién, en el campo de la lite- ratura, se basan en la prdctica analitica no de todos, sino de algunos de los textos existentes. En el caso de este trebajo centrado en las escrituras alteruativas, el La voz y su huella 19 punta de partida fue la obra de José Maria Arguedas, la misma que inspiré las retlexiones de Cornejo Polar acerca de las sliteraiuras heterogéneasw y las de Angel Rama sobre la stransculturacién narratives. La dindmica de mi propia investigacién sobre -la ultima novela ar- guediana [3.2/ Lienhard 1981) y su poesia en quechua nie leuvd, a diferencia de los autores mencionadas, a una prdctica ~ciertamente limitada~ de la ovalidad quechua, Esia me hizo comprender el congénito hibridismo que- chualespatiol de la obra arguediana y su radical otredad respecto a la »narrativa latinoamericanan (criolla): pero también, la falacia de los discursos sobre el cardcter ge- névicamente »mestizos de la literatura latinzamericana. Mads tarde descubri que la importantisima crénica del su- puesto cacigque quechua Guaman Poma (hacia 1615) os- tentaba una analogia estructural sorprendente con la obra arguediana, y que en el drea andina, alo largo de los iiltimos siglos, nunca habian dejado de surgir, desde la ovalidad, otros textos escritas que no cuajaban cor la Hamada éliteratura peruana», Otras busquedas para- lelas me revelaron que también en otras dteas se habian prodicido.tendmenos literarios andlogos, especialmente en Mesoamérica, El prolengado didlogo con la persona y la obra de Augusto Roa Bastos, tinalmente, contribiuyd @ convencerme de que la existencia de literaturas escri- tas alternativas podia postularse, cuanto menos, para las ires dveas mayores de enfrentumiento éénico-social en América: Mesoameérica, dvea andina y érea tupi-guarani. La diversidad increible de los textos en cuanto a au- iores, motivaciones, idiomas o lenguajes, sistemas de comunicacién implicados o géneros discursivos, resulta desde luego’ un obstdeule muy serio para su estudio: lo ejen ca la erdnica de Guaman Poma, ilustracién eon- centvada de todds log hibridismos de las literaturas al- 20 Martin Lienhard ternativas. Pensamos que sdlo un trabajo colectivo y pluridisciplinario podrd vencer tales dilicultades; lo que entreganios agui pretende ser, ante todo, la fermulacién de ina propuesta y su primera puesta en prdctica, no Ila historia de las manifestaciones de la literatura escrita alternative. H Este libro se divide en dos partes. La primera es una aproximacién global a las «literaturas escritas alternati- vase a partir de diferentes dngulos. El primer capitulo se centra en el choque inicial entre la cultura eurapea ~con su vtetichismo de la escriturae— y las culturas pre- dominantemente orales de los autéctonos, y en sus efec- tos mds inmediatos sobre los sistemas de comunicacién verbal. En el segundo se eshoza una tipologia de los tex- tos allernativos a partir de las modalidades de la irans- formacién del discurso oral indo-mestizo en eserilura. La presentacién de los principales momentos de enfren- famiento étnico-social que auspiciaron la aparicién de ‘textos alternativos, constiiuye el tercer capitulo. Ex el cuario, finalmente, se rastrea la relacién entre las lite- raturas escritas alternativas y los procesos de interaccién cultural en los terrenos del lenguaje, de la religion y de la eposicién oralidad/escritura. El lector notard que tra- bajamos con unas divisiones del espacio y del tiempo que no coinciden con las de las historias (politicas o literarias) etiollas, Para comprender la dindmica de las Hteraturas escritas alternativas, en efecto, se imponen las divisio- nes espacio-temporales pertinentes en ei contexto de las subsociedades marginadas, siempre de algun modo wane terase de les textos considerados. La division espacial por paises o la periodizacién de 1a historia criolla no nos La vou y su huella 24 parecieron de gran utilidad, menos atin las periodizacio- nes basadas en la evolucién estético-cultural europea, Las dreas mayores contempladas ( que no excluyen ni futuras subdivisiones ni la inclusion de otras dejadas por ahora de lado) corresponden a las de la macro-et- nohistoria: Mesoamérica, Andes, Amazonia (Brasil, Pa- raguay), Pampa. En cuanto a periodizacidn, parecieran zelevantes momentos, como la congquista, la conilictiva consolidacién de la colonia, las reformas liberales y los mouimientos de resistencia del siglo xvi, la «segunda conquista» u ofensiva latifundista que comienza algunos decenios después de la vindependencias y, tinalmente, la modernizacién dependiente y las contraofensivas popu- lares recientes. En la segunda parte se presenian ocho estudios de ca- 508, representatives de un cietta numero de dreas, de mo- menios de contlicto étnico-sacial y de géneros discursi- vos. Eu varios capitulos, se intenta telacionar textos coloniales con textos mds modernos. Con tres estudios nuportantes (VI, VI, XI), el drea andina, tinica regidn gue ofrece ejemplos de escritura alternativa casi desde la conquista hasta el dia de hoy, goza de un cierto pri- vilegio. Es también en el rea andina (Perti) donde, como se intenta mostrar en el ultimo capitulo (XII), la opasi- cidn escrituraloralidad tiende, sectorialmente, a trans- formarse en relacién de complementaridad. Mesoamé- tica, igualmente con tres capitulos, se divide de hecho en México (capitulos V, IX) y drea mayanse (XI); cada una de estas dos sub-dreas ofrece caracteristicas distin- tivas. A Paraguay se dedica el capitulo VIET, El capitulo X, finalmente, no se detine tegionalmente, sino por el género diseursivo enfocado: la etnoliccién, Una mayoria de los estudios de casos fueron publi- cados anteriormente como atticulos sueltos en revistas 0 Stestasstacnnnr ssn 22 2 Martin Lienhard libros colectivos, pero su relaboracién y adaptacion a los tines de este libro permite considerarlos como sinéditose. Para facilitar su consulta en el marco de investigaciones especilicas, decidimos conservarles una relativa autono- - mia; los lectores nos perdonardn algunas repeticiones, inevitables a partir de esta opcidn. La bibliogratia final se concibid no sdlo para justiti- car ciertas atirmaciones, sino también como instrumenta para trabajos tuturos, De acuerdo al proyecto general de este libro, se la dividiéd en un capitulo general o suprarre- gional (1) y cuatro capitulos regionales: Mesoamérica (2); Grea andina (3); Grea Amazonas-Rio dela Plata (tupi-guarani, etc.) (4); otras dreas latinoamericanas (5): Caribe (sindigena«), Sur, Afroamérica —zonas mds o me- nos «marginales. para este trabajo, representadas por una pequena serie, puramente indicativa, de titulos. Cada bibliogratia regional se subdivide en dos apartados: 1, documentos de cardcter narrative o poético; 2, estudios. Cuando la ubicacién bibliogrdfica de una obra citada no se colige del contexto, fa reterencia bibliogrdfica va pre- cedida por las cifras correspondientes, Asi, el trabajo que corresponde a la referencia [3.2/ Cornejo Polar 1976} se hallard, bajo el apellido mencionado, en el capitulo 3 de la bibliogratia (drea andina), apartado 2 (estudios). - La ventaja de disponer asi, sobre todo para las tres dreas cenirales, de minimas bibliogratias especiticas, compen- sa, creemos, la tecnicidad de las referencias. Seria imposible mencionar a todas las personas o ins- tituciones gue han contribuido, mayarmente sin saberlo, a la realizacién de este lihro. Las conversaciones con Augusto Roa Bastos y Rubén Earreiro Saguier me ayuda- ton a familiarizarme miniraamente con el universo cul- tural paraguayo. Sin Gordon Whittaker (Miinster), fino La voz y su huella 233 conocedor de la cultura ndhuatl, diticilnente hubiera po- dido terminar el capitulo V. Debo a Janett y Claudio Oroz (Cusco), ademds de su hospitalidad, varias suge- rencias para el capitulo XI. Mi deuda con un gran mi- mero de amigos peruanos es inmensa. El pernianente contacto sinterdisciplinarios con el equipo de americanis- tas vinculados al siempre hospitalario Museo de Etno- gratia de Ginebra fue siempre estimulante; a Daniel Schoept, especialmente, debo sin duda algunas ideas acerca del funcionamiento de las tradiciones orales. La «presién» amistosa ejercida —a través de varias invita- ciones~ por Birgit Scharlax y Mark Miinzel (Frankfurt) hizo avanzar el trabajo en algunas tases criticas. Me alen- t6 siernpre el interés de Ana Pizarro, , Antonio Cornejo Polar (Perti), Roberto Ventura (Brasil ). Aprendi mucho en las reuniones a veces polémicas de la Asociacién para el Estudio de las Literaturas y Sociedades en América (AELSAL), dirigida antafio por Alejandro Losada y aho- ra por Jean-Paul Borel (Neuchatel), o en el simposio so- bre literatura y culturas populares organizado por Wi- liam Rowe en Londres. Muy importantes fueron los en- cuentros con Alberto Rodriguez y, otros investigadores de la Universidad de Mérida (Venezuela) y con Carlos Pacheco y el grupo TILALC (Universidad Simén Boli- var, Caracas}. Varias conferencias en la Universidad de San Marcos (Lima), organizadas por Manuel Larrui, sus colegas y estudiantes, me permitieron atinar los plantea- mientos generales, Los contactos con colegas y estudian- tes (no puedo dejar de mencionar a Roland Baumann), a lo largo de mi estadia docente en el Instituto Latino-; americano de Berlin, aportaron varios elementos nuevas. Gracias a la amabilidad det personal de la biblioteca del Instituto Iberoamericano (Berlin) he podido dar con va- tios textos de escasa circulacién. En la ultima tase, el in- : 24 Martin Lienhard terés demostrado por Jiirgen Golte y Carlos 1. Degrego- ri, del Instituto de Estudios Peruanos (Lima) fue un poderoso estimulo para dar fin, después de atios de es- fuerzo, al manuscrito. Las recientes conversaciones con Ruth Moya, Julio Pazos y Segundo Moreno, en Ecuador, me sugirieron todavia, al preparar el manuscrito para la imprenta, algunas modificaciones. A todos ellos, sin exclusividad, pero también a los autores de muchos es- tudios decisivos que se meucionan en el texto, van mis . agradecimientos sinceros. Este trabajo, creo, tiene un cardcter «colectivos. Sin la comprension y el caritio de mi compaiiera Bea- dtiz y mi hija Marina (Qantu),‘este texto, desde luego, nunca hubiera Uegado a existir. Ginebra-Berlin-G6ttingen-Caracas, 1985-1989 mt eect ree PRIMERA PARTE: PLANTEAMIENTOS GENERALES CAPITULO I LA IRRUPCION DE LA ESCRITURA EN EL ESCENARIO AMERICANO El sdescubrimiento» y el fetichismo de la escritura La irrupcién de los europeos en el continente que luego se iba a bautizar con el sonoro nombre de »Amé- ricas, iniciada en el aflo 1492, significd para las socie- dades autéctonas un trauma [2.1/ Leén Portilla 1959) profundo, dificil de imaginar desde fuera y a siglos de , distancia: un trastorno radical de su vida social, politi- ca, econémica y cultural. No fue necesariamente, en los primeros momentos, la imposicién de un nuevo poder politico la que causaria la mayor extrafieza entre los indigenas: usurpando un po- der estatal ya constituide (Mesoamérica, area andina), 0 manipulando a su favor exclusivo un sistema de parentes- co tradicional (4rea tupi-guarani), los espafioles y los por- tugueses no hicieron sino repetir anteriores usurpacio- nes y manipulaciones, cometidas por grupos expansionis- tas autéctonos (toltecas, aztecas, incas, tupis, guara- nies...) contra otros grupos y sociedades del continente. Ningin precedente tenia, en- cambio, una innovacién mayor impuesta por los europeos en la esfera de la co- municacién y de la cultura: la valoracién extrema, sin antecedente ni en las sociedades autéctonas més «letra- das» (Mesoamérica), de la notacién o transcripcién gra- fica ~alfabética~ del discurso, especialmente del discurso del poder. Valoracién que se halla exhaustiva y brillante- mente ficcionalizada en Il nome della rosa de Umberto Eco {1/ 1981}, novela epoliciaca acerca de las misteriosas in- trigas protagonizadas por los monjes copistas y graféma- nos de un monasterio benedictino del siglo xiv en el norte de Italia. La atribucién de poderes poco menos que ma- - Martin Lienhard gicos a la escritura permite hablar, en un sentido estricto, de su fetichizacién. Los primeros actos de los conquistadores en las tlerras apenas edescubiertasy, en efecto, subrayan el prestigio > y el poder que aurecla, a los ojos de los europeos, la es- ceritura. Ya antes de pisar el suelo por conquistar, los europeos, a su modo de ver debidamente amparados en una autori- zacion escrita (la capitulacién extendida por el rey —o los reyes~ catdlicos), estiman detener el derecho inobje- table de ocupar las tierras evocadas en el «titulo» real, ' Can otro documento, redactado in situ, inmediatamente después del desembarque, se confirma luego la toma de posesién europea. Ilustra este procedimiento un apunte del Almirante Colén, redactado el propio dia del «des- cubrimentox de la primera isla cavibeiia (11/10/1492) ; El Almirante llamé a los dos capitanes y a los de- mas que saltaron en tierra, y a Rodrigo d’Escobedo, escrivano de toda el armada, y a Rodrigo Sanches de Segovia, y dixo que diesen por fé y testimonio cémo él por ante todos tomava, y cémo de hecho tomé, possessién de la dicha isla por el Rey y por ja Reina sus sefiores, haziendo las protestaciones que se requirian, como mas largo se contiene en los tes- timonios que alli se hicieron por escripto (5.1/ Co- lon 1492/1982:30). La operacién escriptural descrita por el Almirante, wimera manifestacién en América de lo que llamaremos sfetichismo de la escrituras, merece un comentario. Ei documento encargado al escribano Redrigo d’Esco- o parece que debe cumplir dos funciones principales: rimer lugar, srealizare, ideolégicamente, una toma de La voz y su huella 29 posesion territorial en nombre de Jos reyes (catélicos) y el cristianismo; en segundo lugar, autentificar y atesti- guar el papel -metafora caracteristica de una sociedad gratocéntrica~ decisivo que Colén desempeas en ella, En términos mas abstractos, la escritura corresponde a la vez a una practica politico-religiosa (la toma de posesién con vistas a su evangelizacién) y a otra juridica o notarial (dar fe de las responsabilidades individuales implicadas). Acerquémonos primero a la escritura en tanto que prac- tica politico-religiosa. Como se ha podido constatar, la conquista o toma de posesién no se apoya, desde la pers- pectiva de sus actores, en la superioridad politico-militar de los europeos, sino en el Prestigio y la eficacia casi magica que ellos atribuyen a la escritura, La funcién primera que se encarga al documento es- crito, en efecto, no es la de constatar la toma de posesién, sino, para adoptar un concepto del lingitistica J. L. Austin (1/ 1970], la de pertormarla. Ahora, la capacidad perfor- mativa de un enunciado depende menos de sus caracteris- ticas propias que de la vexistencia de una suerte de cere- monial social que atribuye a tal férmula, empleada por tal persona en tales circunstancias, un valor particulars {1/ Ducrot/Todorov 1972: 429}, Sancionado efectivamen- te por una puesta en escena determinada, el acto escrip- tural deriva aqui su eficacia del Prestigio que aureola su origen. A los ojos de los conquistadores, la escritura sim- boliza, actualiza o evoca ~en el sentido magico primitivo— la autoridad de los reyes espatioles, legitimada por los privilegios que les concedié, a raiz de la reconquista cristiana de la peninsula ibérica, el poder papal. A su vez, la institucién romana, heredera autoproclamada del legado cristiano, se considera depositaria de la que fue, en la Europa medieval, la Escritura por excelencia: la Biblia. El poder ~o capacidad performativa— que Colén 30 : Mattin Lienhard y sus compafieros ven encarnado en el texto escrito re- sulta, en tltima instancia, un poder ideolégico afianzado en la concepcién occidental etnocentrista del valor univer- sal de las Sagradas'Escrituras judeo-cristianas. A partir de 1513, un texto unico, concebido especial- mente para este objetivo, «realizara+ las tomas de pose- sién territorial de los espafioles en América: el requeri- miento. Resulta legitimo subrayar que las realiza (perfor- ma}, porque la formulacién del documento, autoritaria en un grado sumo, no admite réplica ni didlogo: Por ende, comio mejor puedo, vos ruego y requiero, que [...] reconozcais a la Iglesia por Superiora del Universo mundo, y al Sumo Pontifice, llamado papa en su nombre y a su Majestad en su lugar, como su- perior y sefior rey de las Islas y Tierrafirme [{...]}. Si no lo hiciéredes [...], certificoos que con el ayu- da de Dies yo entraré poderosamente contra voso- tros {...], y vos sujetaré al yugo y obediencia de la Iglesia y de su Majestad [...] [2.1/ Cogolludo 1688/1954-1955, t. I, t. 1: cap. 4]. Independientemente de! consentimiento de los autécto- nos, la conquista se realiza a través del simple acto de enunciar el texto del requerimiento, Para justificar la ma- nifestacion de tamafia attoridad, el documento subraya su genealogia nada menos que divina. Después de dejar sentade que «Dios nuestro sefior Uno y Eterno» encargd el gobierno de toda la humanidad a San Pedro y sus su- cesores, los pontifices o papas, prosigue: Uno de los pontifices pasados, que he dicho, como Sefor del mundo, hizo donacién de estas Islas y Tie- rrafirme del Mar Océano, a los catélicos reyes de | La voz y su huella 31 Castilla que entonces eran D. Fernando y Dofia Isabel, de gloriosa memoria, y a sus sucesores nues- tros Sefiores, con todo lo que en ellas hay, segtin se contiene en ciertas escrituras, que sobre ello pasa- ton {...] (ibid.] E] texto escrito, legitimado a su vez por otras «escri- turass, expresa en Ultima instancia la voluntad divina. Nétese que tal voluntad adquiere un cariz mas politico que teolégico en la medida en que se privilegia, a expen- sas de] ~no mencionado~ fundador de la religién uni- versal, Jesucristo, a su discipulo San Pedro: el hombre que instauré, segtin la tradicién catélica, el aparato po- litico-administrativo del cristianismo, el papado. El requerimiento expresa sin ambages la funcién po- litico-religiosa que se otorgé, en los momentos inaugu- rales de la conquista de América, al discurso escrito; fun- cién que tenia en mente Antonio Nebrija cuando publi- cé, precisamente en 1492, su Gramdtica de 1a lengua cas- tellana [1/ 1980}. En la conquista de los «barbaros», dice el humanista, un idioma definitivamente codificado por y para la escritura permite imponer «las leies quel ven- cedor pone al vencido» (prélogo). El uso juridico o «testimonial» de la escritura, segun- da funcién perceptible en la operacién escriptural que e] Almirante encargé al escribano Rodrigo d’Escobedo, s€ apoya a.su vez en una tradicién europea bien arraiga- da. En una cultura oral o predominantemente oral, la me- moria colectiva da fe de los comportamientos pasados de los individuos. Desde la Edad Media, con el presti- gio creciente de la escritura y el desarrollo de un verda- dero «fetichismo de la escritura», el testimonio oral deja de tener valor, a menos de aparecer consignado en el papel y certificada por un notario. Para mostrar el ca- 32 Martin Eeuhard racter absurdo de este privilegie concedido a la es sritu- ra, el escritor Jean Genet solia decir, cuando se le repro- chaba la ruptura de un contrato que él habia firmado: *Vous avez eu ma signature, pas ma paroles (les Mi mi firma, no mi palabra) [i/ Ben Jalloun 1986}. En la historia de la conqnista de América, la vertiente juridica del «fetichismo de la escrituras se manifesta en el «papel» siempre decisivo del escribano. Presente en to- dos los momentos cruciales de Ja penetracién europea, en todos los conflictos entre conquistadores y conquistados o entre los propios conquistadores, este personaje desem- pefiard la funcién de preservar, por medio de la escritu- ra, el control metropolitano sobre las empresas coloniza- doras. Como se. lee, por ejemplo, en el informe de Pero Hernandez [4.1/ 1971] sobre la conquista de Paraguay, el escribano asistié a los debates acerca de si se justifica- ba o no una accion bélica contra los indios recalcitran- tes. Qjo y memoria de! rey, él consignaba para la auto- ridad real y para la posteridad las acciones «buenas» o emalase de los conquistadores. Los documentos que ela- boraba en tales circunstancias alcanzaban, como lo mues- tra el mismo informe de Hernandez. un valor maximo a los ojos de los propios dirigentes de la expedicién: al escindirse ésta en dos grupos rivales (irala/ Cabeza de Vaca), cada uno lucho por la posesion de los documentos notariales {ibid.; cap. LEXLV). El que Hegaba a aduefiar- se de los documentos comprometedores, en efecto, libre de manipular Ja historia a su antojo, se pondria a salvo de tas acusaciones que ellos podian contener. La escritura volvia también imborrables ciertas respues- tas que los indios, ignorando Jas consecucncias, daban a algtin escribano europec. Asi, en el Caribe, como lo de- nuncié el Padre de Las Casas (2.1/ Mendieta 1596/1980: L. 1, cap. 9], los espafioles solian preguntar a los indios La voz y su huelia 33 ssi en aquella tierra habia caribess; la respuesta positi- va, inmediatamente transcrita, sera titulo que los espa- fioles tomaban para captivar y hacer las gentes libres esclavose, En resumidas cuentas, la operacién: escriptural del 11/10/1492, la primera que se realiza en América a par- tir del alfabeto, se puede considerar como el grado cero de la escritura ~al estilo occidental- en el continente; un grado cero que carga, sin embargo, con todo el peso de su pasado europeo: la vinculacién con los poderes politico y espiritual. Rodrigo d’Escobedo prefigura, de modo algo reductivo, a los primeros «escritores» colo- niales: auxiliares del poder mas que literatos auténo- mos, productores de un discurso politico-religioso mas que creadores de discursos ficcionales o especulativos. El uso de la escritura para fines cientificos, especulati- vos o literarios sauténomos», antes de 1500 restringi- do en las propias metrépolis coloniales (Espatia, Por- tugal), no se iba a desarrollar sino varios decenios mas tarde, bajo el impacto de las ideas renacentistas. Toda- via en 1605, por ejemplo, Cervantes, en el prdlego al Quijote, se burlard de sus contempordneos que tratan de conservar, en sus libros de ficcién «auténoma», la cau- cién de la tradicién filoséfico-teolégica: estos libros ~escribe- stan Henos de sentencias de Aristoteles, de Platén y de toda ta caterva de filésofos, que admiran a los leyentes y tienen a sus autores por hombres leidos, evuditos y elocuentes. jPues qué, cuando citan la Divi- na Escriturals {1/ Cervantes 1985: 13). ._ Mientras tanto, la. Corona trataré de preservar al maximo el privilegio de la escritura ortodoxa o scanéni- cas; para no destruir sel autoridad y crédito de la Sa- grada Escritura y otros libros de Doctoress, como dice una carta real de 1543 (2.1/ Garcia Genaro 1982: 439- ” 34 ‘ Martin Lienhard 440], se prohibiran repetidas veces, en efecto, la impor- tacién y difusion, en América, de Hbros de ficcién. Ahora bien, la fetichizacién de la escritura por parte de los europeos no tenia por qué repercutir directamen- te, a primera vista, en sus relaciones con los autéctonos, poco preparados por sus tradiciones culturales, salvo qui- zas en Mesoamérica, a comprender tal obsesién por la transcripcion grafica del discurso. Dos factores, sin em- bargo, se combinarian para favorecer, entre los indige- nas, una innegable fascinacién por la escritura europea, fascinacién que agilizaria la restructuracién europea de Ja esfera de la comunicacién en América, Por una parte, el prestigio que adheria, a los ojos de los conquistado- res, la palabra escrita, no dejd indiferentes a los indios. Asi, por lo menos, parece explicarse la relativa ~aunque no siempre confirmada— eficacia de la practica del re- querimiento, lectura en voz alta del documento que se acaba de resefar, Absurda en términos de comunicacion -log autéctonos no reciben el mensaje contenido en el texto (3.2/ Harrison 1982: 65-67]-, la ficcién de la presencia de un lejano poder «divinox debe de haber obrado a veces como acto de una magia superior y des- conocida. Esta hipdtesis va acreditada por una observa- cién del Inca ¢ historiador Titu Cusi Yupanqui. Segtin i, los indios andinos se sorprendieron viendo a los es- pafioles «4 solas hablar en pafios blancos», es decir, leer en sug papeles. Pero mas que nada, los dejé estupefac- tos el hecho de que los espatioles se mostraran capaces de «nonbrar a algunos de nosotros por nuestros nonbres syn se lo dezir naidies [3.1/ Yupangui 1570/1985: 4): ellos percibieron como facultad magica la capacidad que tenian los europeos de identificar a algunos de ellos a partir de su documentacién descriptiva ya realizada, La voz y su huella . 35 Por ctra parte, el poder inicialmente simbélico de la escritura «sacralizada» se convierte en una realidad apa- rentemente tangible a partir del momento en que, gra- clas a la superioridad politico-militar de los europecs, sé afianzan los mecanismnos complejos de la dominacién colonial. Si la iniciai toma de posesién territorial por medio de la escritura, acto simbdlico si no bluff, no hace sino indicar una voluntad, no se podria ya decir lo mis- mo, una vez establecido el. aparato burocratico, de la reparticién por decreto de «tituloss o «mercedess, para no aludir a las condenas formuladas por escrito: el po- der garantiza, en este caso, la aplicacién de_lo que esti- pula la escritura. Los autéctonos, despojados «legalmen- ten (por la escritura} de sus ticrras, sometidos a juicios por su «idolatria», no pudieron ignorar por mucho tiem- po el aparente poder ~un poder delegado— de la escri- lura administrativa, diplomatica o judicial. A veces Ile- garon, sin duda, a sobrevalorario, a atribuirle una efi- cacia poco menos que magica. La cultura grféfica europea suplantard, en términos de dominaciéa, la predominantemente oral de los indios, sin que éstos ~-en su inmensa mayoria— tengan acceso a la primera. La restructuracién europea de la esfera de la comunicacién americana desemboca, pues, en la exclu- sién de la mayoria respecto a un sistema (la escritura al- fabétice) que se impone como tinico medio de comunica- cién oficial. Al interiorizar, a partir de su propia per- cepcién, el «fetichismo de ia escriturax introducido por tos europeos, los autéctonos se convertirdn en sus victi- mas: los europeos, por lo general, podran manipular la comunicacisn escrita a su antojo, En los no muy numero- sos autores indigenas que surgen en los decenios conse- cutivos al primer contacto, se nota el impacto de ese niicleo ideolégico: confiados en el poder del discurso

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