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einen pet eee De c6mo decidi convertirme en hermano mayor Dimiter Inkiow een De como decidi convertirme en hermano mayor Dimiter Inkiow TraducciGn de Rafael Arteaga Ilustraciones de Michaela Reiner JNorma Bogots, Buenos Aires, Caracas, Guatemala, Uma, México, Pen, Quito, San Jos, ‘San Juan, Santiago de Cre NOELIA MAZA 9- “Titulo original en aleméns Huma! Unser baby its da de Dimiter Inkiow © 1984 Erika Klopp Verlag GmbH Berlin © 1991 Editorial Norma, ‘Nueva Providencia 1881, oficina 1313, Santiago, Chile Reservados todos los derechos. Prohibida la reproduccién total o parcial de esta obra sin permiso por escrito de la Editorial Esta obra se terminé de imprimir en marzo de 2015, cn los talleres de Quad/Graphies, Av. Gladys Marin Millie 6920, Estacién Cental, Santiago-Chile Impreso en Chile - Printed in Chile ‘Traduceién: Rafael Arteaga Ilustraciones: Micaela Reiner FEdicin: Marfa Candelaria Posada Diogramacién y armada: Blanca Villalba laboracién de cubierta: Patricia Martin Linares CC 26011035 ISBN 15 978-958-04-1307-3, 3 Grr Contenido I. De c6mo decidf ser hermano mayor II. Mam, icudndo tendremos un bebé? III. De como segut insistiendo IV. De cémo encargué el bebé V. De cémo el bebé daba patadas VI. De cémo el bebé se asusté y llegé antes VIL. Una pelicula policiaca VIII. Tengo una hermanita de tres kilos y medio IX. La noticia se difunde 11 15 19 25 aL 37 41 47 XI. XII. XIV. XV. XVI. XVII. XVIII. XIX. . Diganme si no es injusto Xl. Susana no tiene pelos en la cabeza De compras Qué suerte que Susana no puede mirarse en el espejo De cémo Pedro y Alf vinieron en comisién de estudio De cémo le crece el pelo aun bebé rapidamente El desodorante ambiental El mundo es injusto Un bebé hace lo que quiere De cémo papa exclamé: iHurra! iNos lleg6 otro bebé! 53 57 63 69 75 79 85 89 93 97 Sat ee I. De cémo decidf ser hermano mayor By todos en mi casa, yo era el que mas deseaba que Ilegara nuestro bebé; yo querfa ser un hermano ma- yor. Querrds preguntarme por qué. Porque Gabi —una compafiera de curso— estaba siempre muy or- gullosa de su hermano mayor. Lo mismo pasaba con mi amigo Pedro. Cuando ellos tienen algiin proble- ma, siempre amenazan con su her- mano mayor. Nadie en la clase se atreve a molestar a Pedro 0 a tirarle las trenzas a Gabi pues siempre exis- te el peligro de que aparezca el famo- so hermano mayor. —Tener un hermano mayor —me dijo Gabi un dfa—, es lo mejor del mundo, —iPor supuesto! —confirmé Pe- dro—. Un hermano mayor te pro- tege. iQué ldstima que tt no tengas uno! —iQué puedo hacer? —les dije. La verdad es que no podfa decir otra cosa. Es imposible encargar un hermano mayor, cuando no se tiene uno. Pero... entonces, ise me ocurrié una gran idea! Debfa ser fantastico tener un hermano mayor. Pero pensé que también serfa fantastico ser herma- no mayor, y tener hermanos o her- manitas menores para protegerlos. Ellos, ademés, podrfan contar por todas partes, que tenfan un herma- no mayor. iSerfa fantastico ser un hermano mayor! TI. Mama, icudndo tendremos un bebé? Boa impaciente a que fuera la hora de salida para correr hasta casa y poder preguntar: “Mamé, icudndo tendremos un bebé?” De donde vienen los nifios, eso ya lo sé hace tiempo. Por algo estoy en la escuela. Apenas soné el timbre, parti dis- parado. Mas rapido que un cohete, subj la escalera de a dos y hasta de a tres escalones de una vez. iY eso que iba con la maleta! Llegué a casa transpirando y sin aliento. Al verme, mamé se tomé la cabe- za con las dos manos y me dijo: —iDios mfo! {Qué te pasa? iEstas sudando! —Venfa corriendo —le dije. —iY no puedes caminar como todo el mundo? —me pregunt6. —Si —le contesté—, pero hoy querfa llegar lo mas r4pido posible. —iPor qué? —Porque quiero hacerles a ti y a papa una pregunta muy importante: iCudndo vamos a tener otro nifio? —iQué estas diciendo? —excla- m6 sorprendida mama. —Que cuando vamos a tener otro. bebé —dije en voz mas alta—. Me gustaria mucho tener un hermanito ouna hermanita. —Dime, iqué te pasa? (Qué bicho te ha picado? —Ninguno. Pero tt y papa tienen que apresurarse. Todos los nifios tie- nen hermanos, menos yo. —iNo grites tanto! —dijo mama suavemente—. iQué van a pensar los vecinos! —No importa lo que piensen los vecinos. Sé buena, mama, dime cuando vamos a tener un bebé. —iC6mo puedo saberlo? —dijo mama. —Bueno, para que lo sepas, lo que ms quiero es tener un bebé —murmuré répidamente y me fui para mi alcoba. Allf me quedé solo toda la tarde. Mamé tenfa que dar- se cuenta de que el asunto del bebé era muy serio. III. De cémo seguf insistiendo A partir de ese dfa, todas las mafianas a la hora del desayuno pre- gunté lo mismo: —iCudndo vamos a tener otro bebé? iMe gustarfa tanto tener un hermano o una hermanita! Mami y papé sélo se refan. Pero eso ya era una buena sefial. Por eso me atrevé a insistir: —Sé buena, mam, y dime cuando llegara nuestro querido bebé. Papé, ipor qué no entiendes que tengo ganas de tener una hermanita o un hermanito? —Pero entonces tendrfas que compartir tu alcoba con el bebé —dijo papa. —No importa. iEso me encanta- ria! —dije yo. —iY cuando el bebé llore toda la noche? —dijo papé. —Lo tranquilizaré meciendo la cuna —le contesté. —Un bebé no es ningtin juguete. —Yo sé. —Ademis, cuando llega un bebé, se queda para siempre con uno—di- jo papa muy serio. —iEso es lo que yo quiero! {Uste- des creen que yo quiero un herma- nito para un dfa o una semana? iLo quiero para toda la vida! —No es tan sencillo. Un bebé no se puede simplemente encargar. Hay gente que se pasa la vida esperando un bebé. iSabfas eso? —me pregun- té papa. —Claro que lo sé, papé. Pero yo creo que si todos lo deseamos, el bebé Ilegara algtin dia. Quiero tener un hermanito o una hermanita. (Por qué no lo comprenden? —Si, sf; eso lo comprendo muy bien —dijo papa. —Nunca nos habfas dicho que querfas tener hermanos §—dijo mama. —Tienes raz6n —dije—, pero an- tes yo era muy pequefio. Ahora lo tinico que quiero es ser un hermano mayor. IV. De cémo encargué el bebé De hacer todo lo posible para que se cumplieran mis deseos de tener un bebé en casa. Me dirigt al responsable final de todos los ni- fios que llegan al mundo. 2A la cigiiefia?, preguntarés. No. Nada menos que a Dios. Comencé a rezar todas las noches antes de dormirme. Dios tenfa que saber que yo querfa que tuviéramos un bebé. También recé en nombre de papd y de mamé, porque no sabfa si ellos lo hacfan. Asi pasé mucho tiempo. Pasé tanto tiempo, que ya casi no me acuerdo. Entonces, lleg6 un domingo que no podré olvidar nunca. Estébamos todos desayunando. Mama, papa y yo. Habfa un rico olor a café y a chocolate. La leche estaba tibia, como a mi me gusta, y el pan fres- quito. Era primavera; afuera canta- ban los pajaros. Yo me estaba preparando mi se- gundo pan con mantequilla, cuando mamé me miré sonriente y me dijo: —Hoy tengo una gran noticia que comunicarte. Cuando te la diga, vas a saltar hasta el techo de alegrfa. —iMe compraste algo que me gus- ta mucho? —pregunté ilusionado. —No. Es algo mucho mas bonito: iVamos a tener un bebé! —iDe verdad? —De verdad —dijo mama. Me quedé mudo. Luego, me subf a la silla y me puse a gritar de alegria: —iYupiii! ae ii Te Kit Mi Ce ul i Mi ci a eae i rie "nei i it i ily ee fe i ys my os li a NU (ust === Teste —iTanto te alegras? —me pre- gunté mama. Tuve que volver a subirme a la si- lla y volver a gritar de pura felicidad. Entonces, quise saber si esa noticia era absolutamente segura. 23 —Estuve la semana pasada en el médico —dijo mamaé—. El me ase- gur6 que estaba esperando un hijo. —iY donde esta el bebé? —le pregunté. Después salté de la silla y di vuel- tas gritando dichoso: —iYupiii! iYupi! —Esté bien, est4 bien —me dijo papd—. Tranquilizate ya. —Aqui, en mi vientre. —iY cuando vaa salir? —Cuando crezca lo suficiente. Todavia es muy, muy pequefiito —dijo, mama. —iTan pequefio como una hor- miga, o como un escarabajo? (Yo fui también tan chiquito? —Claro que si. Cuanto tti estabas. adentro, eras muy pequefiito. —Entonces, mamé, tienes que co- mer mucho —le dije—. Asi nuestro bebé va a crecer mas rapido y podra salir antes del vientre. Te wie ey V. De cémo el bebé daba patadas Bi noche me costé mucho tra- bajo quedarme dormido. Me imagi- naba el vientre de mamé, y adentro, en un blando nidito, un bebé muy, pero muy pequefiito. No mas gran- de que una hormiga. {Habria sido yo tan pequefio? {Cudnto tendriamos que esperar para que el bebé nacie- ra? Sofié toda la noche con nuestro bebé. Pero el vientre de mamé no cre- cfa tan rapido como yo querfa. A veces pensaba que el médico se ha- bia equivocado porque mama se- guia viéndose muy delgada. Sin embargo, al poco tiempo mama empez6 a ponerse mas y mas gorda. Ya no habia ninguna duda de que el bebé estaba adentro. Incluso habia comenzado a moverse. —iQuieres sentir c6mo se mue- ve? —me dijo mama. —iSi! —le dije. Mama me puso la mano sobre su vientre, y de repente sentf un empu- jon que venfa de adentro. —Esas son las piernas. Desde ayer est4 pateando muy fuerte. Supe que el bebé nos estaba es- cuchando, porque de inmediato dio otra patada. Y otra. Y otra. “Pobre mam”, pensé. “Seguro que se va a llenar de moretones si el bebé le sigue dando esas patadas tan fuertes”. —Oye, mam, fyo también te daba patadas asi? —le pregunté preocupado. —iPor supuesto! Tt eras terrible —me contesté. —iTe duele mucho? —le dije. —No, solamente me hace cos- quillas. Eso me tranquiliz6. Ahora com- prendia por qué mamé sonrefa cuan- do el bebé se movia adentro de ella. Muy pronto comenzaron los pre- parativos para la Ilegada del bebé. Mamé empez6 a tejer pantaloncitos y camisitas. Papa pensaba cémo iba a reorganizar mi alcoba. —Vas a tener que sacar algunos juguetes —me advertian. —Esté bien —contestaba yo—. Voy a pensar cuéles. Mama opinaba que habfa sufi- ciente tiempo para hacer todo bien. El bebé iba a nacer a fines de enero. —iEstds segura? —le pregunté. —Por supuesto. Me lo dijo el mé- dico —contesté. “Entonces”, pensé, “todavia ten- go tiempo para acostumbrarme a la idea de tener que compartir mi alco- ba con el bebé”. No era una idea tan terrible. Todo lo contrario. VI. De cémo el bebé se asusté y Ilegé antes A veces pasan cosas que nadie espera. Asf pasé con nuestro bebé. Imaginate: el bebé Ileg6 la noche de Afio Nuevo, y pap4, mam4, el mé- dico y yo lo esperébamos para fines de enero. Incluso la abuela, que le estaba tejiendo una colcha de lana, lo esperaba para esa fecha. —Cuando el bebé nazca —decfa la abuela—, estaré lista la colcha. Pero el bebé nacié de repente y colcha no estaba lista atin. Yo sé por qué el bebé salié esa no- che tan stibitamente: los fuegos arti- ficiales lo asustaron. La verdad es que yo también me asusté, y eso que yo sabia que la noche de Afio Nuevo todo el mun- do tira cohetes y enciende fuegos artificiales. Yo me habia quedado dormido en un sillén frente al televisor y salté por lo menos un metro cuando em- pez6 a estallar la pélvora. iHacfa un ruido espantoso! El vecino habfa instalado en su balcon toda una baterfa de cohetes. Parecfa que los hubiera encendido todos al tiempo. iHacfan un estruen- do infernal! Asustado, abrf los ojos y lo prime- ro que vi fue a pap4 y a mama junto ala ventana, cada uno con una copa de champafia en la mano. Se besaron e hicieron un brindis. —iTe deseo un feliz ato! —le dijo pap a mami. —iY yo a ti! —dijo mama. De pronto, mama puso cara de preocupacién, se tomé el vientre y exclamé: —iDios mio! ‘Qué vamos a ha- cer? iEste nifio ya va a nacer! —iEstds segura? —dijo papa, po- niéndose muy serio. —Si, siento que quiere salir —dijo mama. Era claro que ese ruido espantoso 33 habfa asustado a nuestro bebé, tal como me habjfa asustado a mf. —iVoy a llamar a la clinica! —di- jo papa y corrié al teléfono. Después de varios intentos, ex- clamé: aa Aas —iParece que no hay nadie! iNo contestan! Mami se sent6 en el sofa, muy palida, y se agarré el vientre con las dos manos. —iSabes? Lo mejor es ir de inme- diato a la clinica —le dijo a papa. —iYo también quiero ir! —les dije. —iNo! —me contest6 papé enér- gicamente . Ti te quedas en casa. —Pero yo no me quiero quedar en casa —les dije—. iNo quiero que- darme solo! {Me oyen? iNo quiero! Pero nadie me escuché. Papa se ocupaba sdlo de mama. Tuve que quedarme en casa, a pesar de las ganas que tenfa de ver cémo salia el bebé del vientre de mama. Porque, como ustedes sa- ben, los bebés no salen caminando. Al comienzo, sélo pueden gatear. | Som, | VII. Una pelicula policiaca Re supuesto, no me podfa dor- mir. Me quedé en la cama, con los ojos abiertos como dos platos. Pen- saba en mama, que ahora estaba en la clinica: “Pobre mamé, iojalé no sienta dolor! {Sera una nifia o un ni- fiito?” Querfa saber, cuanto antes, si iba a tener un hermano o una hermani- ta. De todas maneras, iiba a ser un bebé! Seguro que al comienzo iba a llorar, porque esos cohetes lo habfan asustado mucho. Yo hubiera hecho lo mismo en su lugar: salir. Cuando hay mucho ruido, lo primero que uno quiere hacer es mirar para todas partes. Esta espera era peor que mirar una pelfcula policiaca. Nadie sabia si el bebé iba a ser nifio o nifia. 7Y qué tal si llegaban mellizos? Eso sf que serfa una gran sorpresa. Habria que poner dos cunas en mi alcoba, 9 guardar aun: mds juguetes, Claro que habfa espacio suficiente. Ade- més, la abuelita tendria que tejer, a toda velocidad, otra colcha. Lo mas importante es que yo serfa dos ve- ces hermano mayor. Decidf rezar toda la noche, para ver si nacfan mellizos. “Si Dios no est muy ocupado”, pensé, “escu- char& mis oraciones y har4 que se complan nile eneant Seguro que papa pondrfa una cara larga; sin embargo, nunca sa- bria quién estaba detras de toda esa operacién. VIII. Tengo una hermanita de tres kilos y medio hes, mellizos no llegaron. Supon- go que no recé suficiente pues, sin darme cuenta, me quedé dormido. Cuando desperté, la abuelita esta- ba sentada en mi cama. —Tienes una hermanita —me dijo—. Pesa tres kilos y medio. —iBravo! iBraaaavo! —grité. Enseguida, me puse a saltar de feli- cidad, cada vez mas alto. Creo que nunca habfa saltado tanto. Salté hasta que la abuelita me dijo: —iPara de una vez! iVas a desba- ratar la cama! —Bueno, y icudndo podremos ver a la nifia? —Més tarde. Mama debe descan- sar un buen rato —me dijo. —iT« tampoco la has visto? —le pregunté. —Tampoco. Tu pap me llamé hoy temprano y me conté que era una nijiita. —iQué més dijo? —le pregunté a la abuelita. —Que mide 53 centimetros y pesa tres kilos y medio. —iPapé todavia esté en la clini- ca? —pregunté. —No. Ya volvié, pero est4 dor- mido. No durmié en toda la noche. Voy a hacer el desayuno. ‘Quieres huevos? —me pregunté. —Bueno —le dije. Mientras la abuelita hacfa el de- sayuno, me deslicé silenciosamente en la alcoba de papa y mama y me acurruqué al lado de papa. Estaba tibio. —Papéaa...—lesusurré—. iNues- tro bebé es chiquitito? —Déjame dormir, por favor —murmuré entre suefios. —Papaaa... y ya sabe que tiene un hermano mayor? —iYa te dije que me dejes dormir! —contesté papa. —Pero... (Ya le hablaste de mi? Papa no me contest6 nada. IX. La noticia se difunde eek més répido que nun- ca. Sélo entonces me di cuenta de que atin no me habia vestido. Me vesti con tanta prisa que me puse dos medias distintas. Pero de eso no se da cuenta nadie, salvo mami, pero ella no estaba. Yo mis- mo solo me doy cuenta mas tarde, cuando me las quito en la noche. Y siempre me asombra no haberme dado cuenta antes. Apenas estuve vestido, corrf a la escalera. —iPara dénde vas? —alcanz6 a gritarme la abuela. —A ninguna parte. Sdlo voy a la escalera —contesté. Nosotros vivimos en un edificio de ocho pisos. Nuestro apartamen- to es en el cuarto piso, justo en el medio. Pensé por cual puerta debfa empezar. iSeria mejor ir de abajo para arri- ba, o de arriba para abajo? Querfa contarle a todo el mundo, que tenfamos un bebé. Resolvi subir en el ascensor hasta el tiltimo piso e ir de arriba hacia abajo anunciando la llegada de mi hermanita. Muchos se asombraron de que yo tocara a la puerta tan temprano en domingo. —iBuenos dias! Sélo queria de- cirles que tenemos un bebé —anun- ciaba entusiasmado. —iFelicitaciones! (Y qué es? —Una nifiita. Pesa tres kilos y medio. Mide 53 centimetros. —Ya la viste? —Todavia no, porque papa esta durmiendo. Vamos a ir a la clinica después del medio dia. —Entonces, felicita a tu mamé de mi parte. Y a tu papa. —Muchas gracias. Y me iba a golpear a otra puerta. —Buenos dias, queria decirles que tengo una hermanita recién nacida. —iVerdad? iCémo pasa el tiem- po! —Si y pesa tres kilos y medio, y mide 53 centimetros. —iYa la viste? —No. Papa est4 durmiendo. Ire- mos a verla por la tarde. —iFelicitaciones a tu mama! —iGracias! Y asf fui de piso en piso, de apar- tamento en apartamento, hasta lle- gar abajo, donde vivia el portero del edificio. —iQué pasa, campedn? —me dijo. —Nada: que tenemos un bebé. —iOh, felicitaciones! —Pesa tres kilos y medio y mide 53 centimetros —le dije. —iPerfecto! ¢Y cémo se llama? —me pregunté. Caramba, no tenja la menor idea. —Supongo que no tiene nombre todavia. Acaba de nacer —contesté preocupado. X. Diganme si no es injusto E portero me dijo que todo bebé debfa tener un nombre. Esto me asombré mucho. —iCémo puede un bebé tener un nombre, cuando esta recién nacido y atin no lo han bautizado? —le pre- gunté—. {Quién puede haberle pues- to un nombre? —iTus padres! —me contesté son- tiendo—. Todos los padres del mun- do les ponen nombre a sus hijos, un nombre que ya han elegido y que les gusta. Eso lo encontré sumamente injusto. Pensé: “Y si el nifio encuentra espan- toso su nombre, iqué puede hacer?” Tenfa que averiguar de inmediato el nombre de mi hermana. Asf que corri donde papa. —iPapé! —grité—. iDespierta! iEs muy importante! —iQué pasa? (Qué pasa ahora? —dijo papé —Papé, icémo se llama nuestro bebé? —Susana. {No lo sabfas?’ —me dijo. —No. Nadie me lo habfa dicho. —Por supuesto. Lo que pasa es que te has olvidado. Hemos habla- do mucho de este asunto. Habiamos pensado que si era nifia la Ilamaria- mos Susana o Cristina, por eso, le hemos puesto Susana-Cristina. —iSin preguntarle nada? —pre- gunté, —iSe te ha aflojado una tuerca hoy? —Claro que no —le dije—. No te hagas el bromista. Me parece muy injusto que los padres puedan po- nerle cualquier nombre a los hijos, sin preguntarles antes. (Qué pasa con los nifios a quienes después no les gusta su nombre? —Bueno, pueden cambiérselo, si quieren. Pero sélo cuando crecen y son mayores de edad —dijo papa—. Pero, épor qué lo preguntas? /Acaso no te gusta tu nombre? —Claro que sf. Y también me gus- ta Susana-Cristina. Dicho esto, volvi a salir y recorri de nuevo todas las puertas para con- tarle a todo el mundo el nombre del bebé. Sin embargo, me sigue parecien- do injusto que los padres les pongan nombre a los nifios sin preguntarles. XI. Susana no tiene pelos en la cabeza oe que esperar a que pasara toda la mafiana para poder ver por primera vez a mi hermana. Me pa- recié una eternidad. De pura impa- ciencia, yo habfa estado saltando en una pierna y luego en la otra. —iQuiero ver al bebé! iPartamos de una vez! —decfa yo cada cierto tiempo. —Ya sabes que iremos en la tarde —me decia la abuelita, tratando de tranquilizarme. —Pero, ipapd por qué duerme tanto? —insistia yo. —Porque el pobre esté muy can- sado. Yo no sabfa que el tiempo podia pasar tan despacio. El abuelo habja Ilegado desde el mediodfa. Finalmente, papa se levanté. Durante el viaje a la clinica traté de imaginar cémo serfa mi hermanita. Seguro que tenfa los ojos azules, como papa. Y un bonito pelo rubio, como mama. iTendrfa ricitos? Alentraren la clinica, salf corrien- do. Pero como yo no sabfa en qué habitacién estaba mam4, tuve que esperar a los demas. Una enfermera nos dijo que no podiamos entrar sin que nos pusie- ramos unos delantales blancos. Pa- recfamos médicos, y eso me gusté mucho. Entonces de pronto, tuve una gran sorpresa: me encontré frente a un bebé, muy, pero muy pequefio, ly sin un pelo en la cabeza! Tenia la cara roja como un tomate, y muchas arrugas, como la abuela. Su boca pa- recia como pintada de un color azul, y le salfa saliva. “iQué horror!”, pen- sé. “iEsa es mi hermana?” Estaba tan desilusionado que no dije palabra. Justo en ese momento, escuché que la abuela y después el abuelo exclamaban: —iPor Dios! iQué preciosura! Me di cuenta de que decfan eso porque no Ilevaban puestos los an- teojos. iGracias a Dios! El problema era que papa también encontraba maravilloso al bebé, y eso me molesté un poco, o mas que un poco. /Acaso no tenfa ojos? iSe habfan vuelto todos ciegos? Lo Gnico que me gusté de mi hermana es que era muy pequefi- ta. Tenfa una voz delgadita y gemfa suavemente, como un gatito. Yo estaba un poco confundido al lado de la cama de mama. Por fin, me atrevi a preguntar: —Mami, iestds segura de que es una niiiita? —Si, ipor qué lo preguntas? —me dijo sonriendo. —Porque no tiene pelo... Hubiera sido mejor no decir nada porque todos estallaron en risas. La que mis se rio fue la enfermera. —El pelo le va a crecer después —me contest6 mama. “Eso habra que verlo”, pensé. “Al abuelo todavia no le ha salido todo el pelo”. XII. De compras fe Susana habfa Ilegado antes de tiempo, hubo muche que hacer en la casa los dias siguientes. Papa dijo que habia que comprar una cuna. —iYo te acompafio! —Ie dije. —iDe acuerdo! Pero antes me tienes que ayudar con la limpieza de la casa —me dijo. —iClaro que si! iEmpecemos de una vez! —contesté feliz. Inmediata- mente fui a traer la aspiradora. Me fascinaba. Mama nunca me daba per- miso de usarla. —iEspera! —me dijo papa—. Eso se hace después. Primero hay que recoger las cosas, ponerlas en su lugar... Pero ya era tarde: la aspiradora se habfa tragado dos enormes serpien- tes de papel que colgaban desde el techo hasta el suelo. Eran los ador- nos de Afio Nuevo. El motor se tra- b6 y empez6 a sonar como la sirena de una ambulancia. Pap tuvo que desarmar la aspi- radora, y sacar las dos serpientes de papel. Lo hizo tan bien y tan rapido cue le dije: —iPapé, eres genial! Yo sé que a él le gustan mucho es- tas frases, asi que me salvé. Al dia siguiente fuimos a comprar la cuna; primero, tuvimos que ir al banco a sacar dinero. Papa retiré un montén de bille- tes. Casi no le cabfan en la billete- ta. Enseguida, fuimos a un almacén especializado en cosas para nitios. Buscamos hasta que encontramos una cuna fantdstica. Era tan bo- nita, que pensé meterme en ella, cuando nadie me viera. Papé acababa de pagar, cuando la vendedora le pregunté: —iYa tiene colchén para esta cuna? —Claro que no —dijo papa—. iTienen aqui un colchén apropiado? Cuando papa estaba pagando el colchén, la vendedora le pregunt6: —Perdone, ly tiene sdbanas de ese tamafio? No. Y por supuesto que las ne- cesitamos —le contesté papa. —Le traeré un par —dijo la ven- dedora. Cuando papa estaba pagando las sAbanas, la vendedora agreg6: —Usted también necesita una tela impermeable para proteger el col- chén. Enseguida agregamos una peque- fia almohada, un par de frazadas y otras sabanas. Luego, un mévil y un pequefio escarabajo rojo, del que sa~ la una cuerda. Al tirar de la cuerda, el escarabajo cantaba: “iDuérmete, nifio, duérmete ya...!” Papa pagaba y pagaba. Pagé hasta que no le quedé nada de dinero en la billetera. —Papa —le susurré—. Es mejor que nos vayamos. Si no, vamos a te- ner que comprar todo el almacén. Que un bebé tan pequefiito ne- cesitara tal cantidad de cosas caras, jeso no me lo habfa imaginado nun- cal XIII. Qué suerte que Susana no puede mirarse en el espejo Mame y Susana permanecie- ron en la clinica toda una semana. Durante este tiempo, nuestro apar- tamento cambié mucho. También. tuvimos que comprar una pequefia cémoda, con una superficie para cambiarle los pafiales al bebé, que pusimos en mi alcoba. En los cajo- nes metimos la ropa de la nifia. Pan- taloncitos tan pequefios que daban risa, camisitas como para vestir mu- 70 fiecas. Lo mas divertido de todo eran las medias. Junto a la cémoda, instalamos la cuna. Por supuesto, tuve que sacar muchos de mis juguetes grandes, lle- varlos a otro lado o meterlos debajo de mi cama. Ayudé mucho a papé durante es- tos dfas. Una vez instaladas las cosas nuevas, tuvimos que volver a limpiar la casa porque, con tanto movimien- to, todo se habia vuelto a ensuciar. Cuando papa fue de compras al supermercado, abrilas ventanas para que se ventilara la casa. Afuera hacia tanto frio que me tuve que poner mi abrigo grueso, una bufanda y hasta mi gorro de piel. Me senté frente al televisor en medio del sal6n. Tanto era el frfo, que me salfan gotas de la nariz. Cuando papa regres6 exclamé aterrado: —iDios mfo! iEsto parece Sibe- ria! iNos vamos a resfriar todos! —No. Es saludable —le dije—. Los bebés necesitan aire fresco. Al fin pasé la semana y mama y Susana volvieron a casa. Lo primero que hice fue observar si a Susana le habfa crecido el pelo. Por desgracia, mi querida hermanita seguia tan pe- lada como antes. “jPobrecita!”, pensé. “Por suerte, no puede mirarse en el espejo”. Si pudiera hacerlo, le darfa un susto tan tremendo que se pondria a llorar dia y noche. (Qué podfa ha- cer para ayudarle? Ella dormfa todo el tiempo con los pufios apretados junto a la cabeza. (Debfa comprar- le una peluca? Seguro que no habia tan pequefias. Decidi preguntarle a mi amigo Pedro. El tiene dos hermanas me- nores. (Habrfan sido tan calvas como Susana? ete a 2 eee SNS XIV. De cémo Pedro y Ali vinieron en comisién de estudio Pe. dijo que para dar una opinion tenfa que ver al bebé. De lo contrario, no podria decir nada, por- que hay personas a las que no les sale pelo durante toda su vida. (Te imagi- nas? iNi un pelo! —Pero, éella no tiene pelo por al- guna parte? —me pregunté Pedro. —No, me parece que no —le contesté. —iNo tiene pestafias? —dijo Pe- dro. —Sji, claro que tiene pestafias. Y también unas cejas muy pequefias —le contesté. —Necesito mirar yo mismo si tie- ne 0 no algtin pelo en la cabeza. Decidimos incluir a otro observa- dor que acababa de llegar a nuestra clase: Alf. Sus padres son Arabes, Tiene seis hermanas, todas menores que él. Tenia que saber algo acerca del problema del pelo en los bebés. A Alf le gust6 mucho poder par- ticipar en la investigacién acerca del pelo de mi hermana. Esa tarde Pedro y Ali fueron a nuestro apartamento. Mama estaba haciendo algo en la cocina. Los llevé directamente a mi alcoba, para que miraran a Susana con toda calma. —Seguro que no va a ser calva —

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