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Las péjrocno nen roteas. Legendary mir de América ating (© Delteveo: 2012, Edna ieuretde ‘Dela iustraciones: 2012, Andcezinho (© Deesta diese: 2016, Distibuidoray Batra Richmond S.A (Carera 114 #9650 ofcina SOL ‘elfone (572) 7057777 ‘Bogotd~ Colombia woroqueleo com + Baicones Satilana A, dv. Leandro N- Alem 720 (1001), Buenos Aires + Baitorial Santillana, SA de CN Avenida Rio Mixcose 772, Colonia Acai, Delegacion Bente Jusres,CP 02240, Distt Federal, Merico, Santana fell y Juve, ‘Avenida de Los Actetans, 6. CP 28760, Tres Cantos, Madd |S8N:978-958-9002.76-6 lempeao por Arociacén Batoral Buena Sela Primera eicén en Aldara infantil Colombia: dicembre de 2012, Pumera edicen en Loqeleo Colombia: octubre de 2016 Dineen de Arte: “oss Crespo y Ross Marin Proyecto gritco: Maral del argo, Rubén Chula y ula Ortega ‘Todos ot derechos reservados. sta publiackn no puede ser reproduc, len todo nen pace ni vegistrada eno trsnemitda porn sistema de recuperatién de informacién en ninguna forma por ningua eo, ea mecinico,otoqulmio, electron, magni eleceoeptic, por fotocpla cualquier oro, sn el permite previa por exert, ‘eda ett Los pdjaros no tienen fronteras Leyendas y mitos de América Latina Edna Iturralde A mis siete nietos: Chaz, Tacéo, Kilian, Adriaan, Thomas, Wolter y Leonie. Ya todos los otros que vvendran y ya los espero con mucha ilusin. También «alos nirios y ninas de América Latina para que conozcan el ingenioy los origenes de nuestros pueblos. Con amor, Bina Iturralde La leyenda del domingo siete (ARGENTINA) Pues dizque en el pequetio pueblo de Cachirulo, en la provincia de La Pampa, vivian dos gauchos, Manuel Garcia y Juan Martinez, fanéticos por el juego de la taba, un hueso extraido de la pierna de la res. A diferencia de los dados que tienen seis lados, la taba tiene dos: el lado liso que pierde y el lado céncavo que gana. Una noche en que la suerte se incliné por Martinez, Garcia se estaba retirando decepcionado de la pista de suelo apisonado y cercado por tablas, cuando Martinez, seguro de que aquella noche la suerte estaba de su lado, lo desafié. que tenés miedo, y te vas con el rabo entre las piernas, no? —He perdido todo —contest6 Garcia alzéndose de hombros. —Pero tenés tu rancho y tus caballos —Martinez anzé las palabras como si fueran cuchillos. Los otros gauchos se opusieron. Nunca habian apostado de modo que un hombre pudiera quedarse sin techo, Pero Garcia acepté el desafio. 20 ‘Apunté el area delimitada donde la taba debia caer, la lanz6 y esta cayé fuera mostrando el lado liso. Habta perdido la apuesta. —iQué léstima, che! Pero... por amistad te daré tres dias para que consigis en dinero lo que cues- ta el rancho, Me pags y quedamos en paz —dijo Martinez aparentando una léstima que no sentia, puesto que en el fondo estaba satisfecho de haber ganado. —flres dias? Sos un demente indeseable —protesté Garcia y, ciego de ira, traté de sacar su cuchillo conocido como alfajor, pero los amigos se lo impidieron, —Traté, Garcia. Traté. No hay peor cosa que no tratar —Ie aconsejé un viejo gaucho dandole palma- ditas en la espalda. Los otros dijeron cosas parecidas sin saber qué més expresar ante tamafia situaciOn. Las apuestas en el juego eran sagradas, si se aceptaban, y el que gana- bba, ganaba y el que perdia, perdia; asi de simple. Como era de esperarse, cuando regresé al rancho ¥ conté lo ocurrido a su mujer, ella lo mand6 a ensi- lar otra vez su caballo alazn y lo envié directito a Santa Rosa, la capital de la provincia de La Pampa. —Me parece imposible que consigis en tres dias Jo quenos ha tomado afios lograrlo —la mujer mened Ia cabeza con indignacién—. Busca en la ciudad y no volvas con las manos vacias... querido, Y ese “querido” soné tan terminante como una de las trompetas del juicio final. Entonces, Garcia se puso otra vez el poncho rojo, el sombrero de cuero Hamado panza de burro y emprendi6 el viaje aquella noche tan oscura como la tristeza que le recorria desde la cabeza hasta las botas de potro. Galopa, galopa y galopa se fue alejando su figura de la casita de adobe. Pas6 dos horas y en la lejanta vio una luz pequefita que brillaba. —Miré, Canelo, otro rancho. Allé descansaremos tun momento —le hablé a su caballo. Cuando Hegaron, la puerta de la casa estaba abierta meciéndose al viento que se habfa levantado. Garcfa desmont6 y entré saludando. En una mesa vio el candil que brillaba. Como nadie contesté sus saludos, el hombre sintié un escalofrio, aunque se dijo para si mismo que era un gaucho y los gauchos no son miedosos pero si precavidos y bastante curio- 808, asf que amarr6 su caballo en la parte trasera de la vivienda antes de regresar a investigar. El fog6n estaba casi apagado. Garcia se puso de rodillas para soplar en las brasas cuando escuché cascos de caballos y voces de hombres y mujeres. De un salto se subié a la mesa, de alli a una viga del techo, donde se acosté para que no lo descubrieran. La gente entr6 riendo y metiendo bulla. En pocos segundos la luz del fogén iluminé la estancia. Unos pusieron a hervir el agua para preparar el mate; otros sacaron botellas de vino en medio de risas y bromas. Garcia tragé el susto y decidié que esperatia el momento oportuno para darse a conocer antes de partir en su caballo. ‘Tres guitarras se pusieron de acuerdo y las voces se unieron en una cancién: Lunes y martes, _y miércoles tres, jueves y viernes, ‘ystbado seis. Algunas parejas salieron a bailar y los musicos continuaron siempre con el mismo estribillo que ter- minaba igual sin cambiar ni de letra ni de melodia. Esto se repitié durante una hora. Al parecer, esta repeticién no molestaba a la gente, que cantaba y baila- ba con mucho entusiasmo, pero Garcia, entumecido y en el colmo del aburrimiento, no pudo més al egar la cancion a ‘y sabado seis." y grité desde su escondite: —1Con cuatro semanas se ajusta el mes! Los guitarristas reaccionaron primero, —Gracias, amigo. Hacia aos que buscébamos completar la estrofa —explicé el més alto de ellos, quien tenia una gran barba negra que cafa encima de su pecho. —Bajé, bajé, que tenemos algo para vos en agra- decimiento por tu ayuda —dijo el segundo guitarris- ‘ta, sefialando un fardo apoyado contra la pared. El tercero repitié exactamente lo mismo, quizés por costumbre de corear las frases, Garcia se bajé de la viga saltando encima de Ja mesa. Tac, tac, sonaron las suelas de sus botas y en ese instante la gente desapareci6. El gaucho quedo solo en la habitaci6n iluminada por las lla- mas del fogén. Se aproxim6 al fardo, lo abrié y su sorpresa fue un sorpresén: jestaba Ileno de oro en polvo! Fue a buscar al caballo preguntandose cémo haria para levar tremendo peso en su montura. La respuesta la tuvo al ver que una carreta estaba ama- rrada al caballo, le hicieron el favor completo! —expresé Garcia con satisfaccién. En el camino de regreso, el gaucho fue a tanta velocidad que los zorzales dejaron de trinar asusta- dos por el zumbido de los ejes de la carreta. De 4 Garcia legé a su rancho, justo cuando la noche hhufa ante los certeros rayos del sol que lo aleanzaron a pesar de esconderse en las ramas de los ombi, los ‘Arboles de la pampa. Una vez contada la aventura y ensefiado el oro a ‘su mujer, Garcia la envié donde Martinez a pregun- tar que cudnto estimaba que era su deuda sila pesa- ba en oro en polvo, ya que asi se la pagaria. La mujer regresé con la noticia, Después de reir a carcajadas, Martinez habia mandado a decir que pedia diez libras de oro en polvo y que con eso se sentria satisfecho y la deuda quedaria saldada. Garcia y su mujer pesaron el oro y él lo Hevé per sonalmente a Martinez, —Pero... pero, decime, gde dénde lo has saca- do? —se asombré el gaucho—. Contame, que para algo somos amigos, gno? —pidié frotandose las manos. Garcia se lo conté y, ni bien terminé, vio que Martinez ya se alejaba en su caballo siguiendo la direccién indicada. Galopa, galopa, galopa y al ano- checer lleg6 al mismo rancho descrito por Garcia, y guiado por el candil prendido, El viento golpeaba Ja puerta abierta. Martinez se subié en la mesa, de alli ala viga y se acost6 para que no lo descubrie- an, Escuché ruido de cascos de caballos y voces de hombres y mujeres que entraban. Los guitarristas afinaron sus instrumentos. Vamos, vamos, pronto... —se susurré a si ‘mismo Martinez, quien ya tenia planeado en detalle Jo que harfa con tanta riqueza. Y tal cual relaté Garcia, la gente empezé a cantar: Lunes y martes, y miércoles tres, jueves y viernes, ‘ystbado seis ‘on cuatro semanas se qjusta un mes, No bien terminaron de cantar, Martinez salt6 ala mesa gritando: —iLes falta el domingo siete! —y, contoneindo- se, esper6 recibir el premio por su ayuda en comple- tar la cancién, Sin embargo, lo que recibié fue puiietazos de Jos furiosos hombres y arafiazos de las enardecidas mujeres. ‘A duras penas, Martinez pudo escapar con vida del rancho y, como fue a quejarse a gritos donde Garcfa, todos los gauchos de Cachirulo se enteraron de su desafortunada aventura. Desde aquel momen- . 2 gk to quedé el famoso dicho que se utiliza cuando alguien “mete la pata’ o dice algo inapropiado: —i¥a salié con un domingo siete! Y... jSanseacabé! El mito de la hierba mate (ARGENTINA) Cuentan los abuelos que hace mucho tiempo, cuan- do la Luna era recién una jovencita denominada Yaci en lengua guarant, bajé a pasear por la selva acom- pafiada de su mejor amiga, una nubecita regordeta Hamada Arai. Una vez en la Tierra, Yaci, la Luna, y Arai, la nube, se transformaron en unas bellas muchachas. Las dos escogieron tener cabellos largos (como esta- ba de moda entre las humanas). Yaci, harta del pla- teado, opté por el color dorado y Arai, por un tono negro, profundo y brillante. Cubiertas con mantos de hojas, comenzaron a caminar por la selva, Conversa, conversa y conversa, fueron por alli admirando todo: el color de las mariposas, el trinar de los péjaros, los monos tan graciosos y, bla, bla, bla, compitieron con las cotorras. Tan distrafdas estaban que no notaron que una sombra las acosaba relamiéndose los bigotes... a 38 bueno, la sombra no, pero quien la proyectaba: un enorme y hambriento yaguareté, el jaguar. Cuando ellas se detuvieron para hacer coronas de flores, el yaguareté también se detuvo a pocos pasos, y no precisamente interesado en decorarse la cabeza con flores sino de embutirse a las dos jovencitas en la pana Yact y Araf rieron al probarse las coronas sin la menor idea de que corrian un peligro de muerte, ya ‘que, una vez transformadas en humanas, eran val- nerables como cualquier mortal. Afortunadamente, otros ojos también tenfan la mirada en aquella escena. Eran negros y astutos. Pertenecfan a un rostro arrugado'que a la vez era parte de una cabeza gris asentada encima del cuerpo de un cazador guarani. Detrés de Yacf y Araf, el yaguareté inclin6 las patas traseras y salt6 formando un arco en el aire. Al mismo tiempo soné un zummmm y se escuché un quefido. —¢Bscuchaste? —pregunté Yaci mirando a su alrededor. —St. Los mosquitos son enormes en esta selva —contesté Arai, quien se las daba de conocer la ‘Tierra mejor que su amiga Yaci. iY el quejido? —se intrigé Yact. —Mmumm. Seguramente pisamos a una hormiga —explicé Arai. ‘Yaci dijo que ella no queria hacerle dafio a nadie, nia una hormiga, y que quizés era tiempo de regresar al firmamento, Justo en ese momento, el yaguareté, que habia cafdo entre la maleza herido por una flecha, recuper6 fuerzas y se abalanz6 encima de ellas. De pronto, otra vez soné aquel zummmm y otra flecha no permitié que el jaguar lograra sus intenciones. El cazador se aproximo al lugar todavia soste- niendo el arco. Podia jurar que esas dos mucha- chas habian estado'a punto de ser atacadas por 20 el yaguareté que yacia a sus pies. Buscé entre la maleza sin encontrar rastro de ellas, ni la més, pequena huella. Qué se va a hacer. Son misterios de la selva —dijo cargando al animal para llevarlo al caserio. Esa noche el cazador vio a las muchachas durante un suefio. —Venimos a agradecerte —dijo la de largos cabe- los dorados. —Por salvarnos la vida —repitié la de largos cabellos negros. —2Dénde se ocultaron pues no las encontré? —se interesé el cazador. Ellas sefalaron al firmamento. Yaci explicé que ella era la Luna y Arai, una nube. A continuacién, Yact le regal6 una planta pequefia y la sembré junto a la puerta de la cabafia del viejo cazador, —Se llama cad y desde ahora simbolizaré la amis- tad —explicé Yaci—. Para matiana habré crecido. Entonces, coseché las hojas, tostalas, molelas y pone- Jas en un cuenco con agua muy caliente. Esta bebida odés compartirla con tus amigos —afiadié antes de despedirse. Al despertar, el cazador encontré que aquella planta habia crecido. Siguiendo las instrucciones de Yaci, la diosa Luna, coseché las hojas, las tosté y las ‘molié en un mate que llené con agua muy caliente, Luego, invité a todos los del caserio a compartir aquella bebida. De esta manera nacié la costumbre de beber mate. Y... Sanseacabél La leyenda del Ekeko (Bourvia) Pues dizque hace cuatrocientos noventa y nueve afios con cuatro meses y un dia vivia en el altipla- no boliviano un hombre aimara, quien gustaba de las fiestas. Era generoso a manos Ilenas, emanaba tranquilidad y armonia, y siempre estaba alegre porque habia decidido que a la tristeza no le permi- tiria acercérsele. Bs decir, era un sabio. Se llamaba Ikiku. Tkiku tenfa una extensa familia que, por supues- to, era muy feliz. Incluso a sus animales se los vefa contentos y, si hubieran podido sonretr, ah habrian ido vicufias y lamas mostrando los dientes y lanzan- do carcajadas. Al sentir que su muerte se acercaba, abraz6 a su ‘mujer, a sus hijos e hijas y dejo para cada uno un rega- lo que seria de su agrado. No eran los tinicos regalos que la familia habfa recibido de Tkiku. Durante toda su vida complacié sus deseos: cada que alguno de ellos sugeria querer algo, jzas!, él se los concedia. La familia Horé su muerte a raudales. Las llamitas y vicutias, al no poder derramar lagrimas, lanzaron ‘tremendos escupitajos hasta humedecer la tierra. Entonces, al mas pequefio de los hijos se le ocu- rid moldear con barro una figura para recordar a Ikikcu. —Bs la imagen de nuestro padre —dijo al resto de la familia, y mostré un mufieco con los brazos exten- didos y la boca abierta en una sonrisa que ensefaba los dientes. Esto caus6 gran alegria a todos, Aquella escultu- a, a pesar de ser tosca, simbolizaba al ser que tanto habian querido y admirado; ademas, en cierta forma Uenaba el vacio que habia dejado, La madre situé la escultura en un erificio en la pared, cerca del fogén, para que no pasara frio. No contenta con eso, le tefié un pequefo chullo, un gorrito con orejeras, de alegres colores. Una de las hijas hizo una choza de barro. Pasé una hebra de lana y se la colg6 a la espalda de la figura. —Come recuerdo de cuando nos ayudé a cons- truir nuestro hogar —dijo mirando a su marido, quien asinti6 con la cabeza. (Otzo hijo formé una llama de lana y, tal como su hermana, la colgé de uno de los brazos de la figura. 23 24 —Como recuerdo de las lamas que me regalé para tener mi propio rebafio —dijo mirando a su mujer, quien tambign estuvo de acuerdo. Uno a uno, todos los hijos e hijas fueron hacien- do pequetios objetos que les recordaban la genero- sidad de su padre y los colgaron de la estatuilla. De tal manera que se fue llenando de pondos, alforjas y ropa. Resulta que cuando una vecina fue a visitarlos y vio la figura de Ikiku asi adornada, pens6 que el alma del difunto estaba dentro y seguiria siendo tan ‘generoso como fue en vida. Entonces, ella también hizo un mutieco de barro cocido al que Hamé Tkiku yy lo cargé con todos los objetos en miniatura que se necesita para vivir bien: casa, comida, ropa, animali- tos y pondos de chicha para las fiestas. Cuando otra vecina fue a visitar a la primera, no pudo dejar de mirar la estatuilla. —Qué curioso —se sorprendié—. En la casa del finado Ikiku también hay otra igualita, La primera vecina no tuvo més remedio que con- tarle su proceso mental y su conclusion: habiendo sido Ikiku tan generoso en vida, también podria serlo de muerto, siempre y cuando se lo recordaran. —Y¥ si se lo piden —afiadié la segunda vecina, y cortié a hacer su propio Tkileu. Dentro de poco, el caserio entero tenia un Ikiku al que pedian deseos por medio de objetos equefios que representaban lo que anhelaban. Los. Mamaron alasitas, que en idioma aimara significa “proporciénamelo”. Desde ali, la figura de Ikiku partié a muchos otros. lugares del altiplano, y la creencia de sus poderes se extendié por todas partes. Empezaron a celebrar su fiesta durante el solsticio de verano en el hemisferio sur, Lleg6 a ser considerado el dios de la abundancia y de la alegria. No obstante, con la legada de los espatioles, la alegria se fue apagando. HI Tkiku fue perseguido y casi desaparecié cuando prohibieron que se celobrara su fiesta. Estando asf las cosas, tuvo lugar esta conversa- in entre dos sacerdotes: —Es imposible continuar con la prohibicién de la fiesta del tal Ekeko —dijo uno refiriéndose a Ikikcu, quien, a pesar del cambio de la fonética de su nom- bre, era el mismo personaje. —Pues, iqué te parece silo unimos con la fiesta de la Virgen de la Paz, el 24 de enero? —sugirié el otro. —Me parece muy buena idea, Ademés, la fecha cae casi durante el solsticio. Y la verdad sea dicha, aunque haya abundancia, sin paz no sirve de nada —sostuvo el primero. 25 De esta manera qued6 establecida la famosa fies- ta del Ekeko y se mantuvo la tradicién de tener en la ‘casa a esta estatuilla que cumple todos los deseos si se los pide por medio de las alasitas. ¥... Sanseacabél 26 El mito de Nucu, el gusano @ottvia) Cuentan los abuelos que la Tierra fue creada por cua- tro dioses hermanos: Tsun, Dojity, Micha y la diosa Dovo'se,y que ellos encargaron el cuidado de la natura- leza alos espiritus Hlamados los Sefores de los Cervos, y el cuidado deos animales a Jajab4, otro espiritu. Los cuatro dioses estaban a punto de irse de vuel- ta al mundo misterioso de donde vinieron, cuando a Dojity, el segundo hermano, le asalté el pensamiento de que faltaba algo para completar su obra. —ZQué puede ser? —se preocups Doty. —Faltan seres humanos —aseguré Dovo'se y con un soplo creé a los chimanes. Una vez que los dioses desaparecieron, Jajabé, los. Sefiores de los Cerros y los chimanes escucharon un ruido tremendo: pututum, crash, pum, pam. Elproblema era que los dioses habian creado el cielo ‘muy bajo, tanto que se chocaba contra la Tierra Llamaron a los dioses creadores, pero ellos no volvieron. 27 28 Al ver que no podian hacer nada al respecto, los chimanes decidieron vivir de la mejor manera: construyeron sus viviendas, sin olvidar la shipa del chamén, puesto que no falté uno quien se interesé en serlo, y se dedicaron a la caza, a la pesca y a la labranza. Corrié el tiempo con la rapider de las aguas del rio. Cielo y Tierra se chocaron infinidad de veces ‘causando panico sin que esto evitara que el pueblo chimane creciera y formara muchos caserios. En uno de ellos, vivia una vieja muy pobre que lo que mas habia anhelado en su vida era ser madre. ~Si tuviera un hijo o una hija, me haria compafia, Me ayudaria a sembrar o iria de caceria 0 de pesca, ues me hace falta comida, y no andarfa pidiendo sobras a los vecinos —se quejaba la vieja sobindose la rabadilla que le dolia durante la luna llena. Esa noche, el dolor la molesté tanto que salié a recoger hierbas medicinales. De pronto, vio un brillo entre la vegetacién. Al separar las hojas, se encontré con un par de ojos negros de mirada dulce. —iUn bebé celestial! —dijo feliz pensando que la Luna le mandaba aquel regalo que ella tanto deseaba. Al recogerlo cayé en cuenta de que era un... igusa- nol Un gusano luminoso del tamafo de un bebé. A pesar de eso, la anciana se sintié muy feliz. Gusano 0 Se sentaba y alzaba la pata derecha para que se la estrecharan, Pas6 el tiempo. Lobo cumpli diez atios y su amo setenta. Al Perro Gaucho no se le notaba Ia edad, a Luciano si Una mafiana Luciano amanecié enfermo. Como capataz de tropa tenfa que continuar el viaje al que se habia comprometido. Se levanté temblando por la ficbre. Puso al fuego el agua para que hirviera y cebar el mate. —No hay resfrio que se resista al mate asf que.. —le interrumpié un ataque de tos. El Perro Gaucho ladré preocupado. fl sabia que su amigo estaba enfermo y que el ser humano no tiene la resistencia que un perro, entonces se levanté en las patas traseras y apoyé las delanteras en el pecho de Luciano para obligarlo a volver a acostarse en la cama, —No. No. No. Nada de eso. Tenemos trabajo que hacer, La tropa nos espera y lo que tengo no es nada. Dejé de preocuparte, no te comportés como una vieja, que no lo 50s —lo amonesté Luciano. Lobo giré alrededor de Luciano. Se senté, levan- 16 Ja pata para seftalar el mate, Ladré otra vez més fuerte. Quiso decirle que con su fino oido notaba que aquella tos no era la comin y corriente que se cura con aquella bebida. Que era algo mas grave. Puesto que Luciano era tin simple humano, no comprendié la advertencia del perro. —Ah, querés saludarme —el hombre agarré la pata extendida—. Por un momento pensé que me obligabas a volver ala cama porque sabés que estoy enfermo. Lobo ladré entusiasmado, “Eso es”, queria decir. “Quedate aqut, yo iré por el doctor”. Lobo se dio vuel- tas delante de la puerta. Ah, bandido. Te ponés viejo. Ya veo el pelo blanco en tu hocico. Los viejos son mafiosos. Tenés que salir a mear, no? Vamos. Sal, sali de una vez. Un viento helado entré por la puerta abierta y Lobo se rehus6 a salir apesar de la insistencia de Luciano, ‘A media mafiana partieron de Durazno y comen- zaron el viaje, que seria el tltimo para Luciano. En medio camino se detuvieron para decidir quién lo levaria de vuelta al hospital. —No. Al hospital no —se rehusé Luciano—. Alli te matan vivo. Al hospital no —repitié hasta que un ataque de tos lo calls, En elhospital de Durazno diagnosticaron pulmonta lo internaron ya en estado grave. Mientras tanto, Lobo, desde fuera, olfateaba tratando de encontrar si. podfa encontrar una pista que le indicara en qué parte 4e aque edificio estaba su amigo. Alno hallar el cono- ido olor, desistiéy se acosté junto ala puerta principal quedaba pequetia. Los pobladores, junto con el cha- man, lo siguieron asombrados al rio, y aquella noche ellos también agarraron muchos peces. ‘Todo indicaba que la vida seguiria apacible, con abundante comida, ayudados por un ser tan simpatico y dulce como Nucu, a pesar de su gigantesco tamafio. Sin embargo, un atardecer volvieron a escuchar los conocidos ruidos: pututum, crash, pum, pam. jEl cielo se chocé contra las montafias! Los chimanes gritaron aterrados y corrieron a esconderse. En aquel momento, Nucu concibié un plan para evitar que aquel desastre continuara sucediendo, —Madre, debo marcharme, pero no pasarés ham- bre porque les pediré a todos los vecinos que te cui- den, Laanciana empez6 a llorar y a quejarse que ya no veria més a su hij —No te preocupes. Podris verme por la noche y yoa ti—Nlucu susurré misteriosamente, Nucu fue a visitar a los Sefiores de los Cerros. Pidié permiso para subir por el mas alto. Los espiri- ‘tus aceptaron y el gusano subi6, subié y subi6, Luego, se estiré por el firmamento y sostuvo la béveda celes- te para que no volviera a chocar contra la Tierra. La anciana intranquila se preguntaba por dénde estaria su hijo, hasta que una noche escuché su voz. 32 —Madre, madre, estoy aqui —la lamé Nuc desde lo alto. Su vor sonaba feliz. La anciana alzé la mirada, Alli estaba Nucu, brillando contra el oscuro cielo al que sostenia, Se habia convertido en la gran conste- lacién formada por muchas estrellas que ahora se la conace como la Via Lactea. Asi fue cémo el cielo dejé de chocarse contra el firmamento. Yu iSanseacabsl La leyenda del Caboclo de Agua (Brasit) Pues dizque existe en el noroeste del Brasil, en las profundidades del rfo San Francisco, un ser fabuloso Tamado Caboclo de Agua, o sea, caballo de agua en espafiol,y que habita en una cueva de oro puro, Cuen- tan que a veces se transforma en diferentes animales, ‘aunque prefiere la apariencia de un caballo, De alli el nombre, También se lo ha visto en forma humana; al- gunos lo describen de estatura mediana, otros, muy alto, de cuerpo musculoso, fuerte y piel de un bron- ceado oscuro. Sin embargo, todos estén de acuerdo en que tiene un solo ojo en la frente. El Caboclo de Agua es muy particular: si algin pescador le simpatiza, lo ayuda con la pesca; de lo contrario, no solo ahuyenta alos peces para que no se acerquen a su embarcacién, sino que causa remolinos en las aguas hasta hacerlo zozobrar. Los pescadores le temen, y con razén. Por lo tanto, pintan en el fondo de sus embarcaciones una estrella o colocan un pufal, para mantenerlo alejado. 3B ‘También tallan unas figuras terrorificas en la proa del barco, a las que Haman earrancas. Una mafiana, Thianginho, muchacho esbelto, moreno y de ojos donde brillaba el sola pesar de que el cielo estuviera nublado, se encontraba tallando ‘una carranca mientras silbaba un ritmo de samba. ‘Thianginho era hijo, nieto, bisnieto y tataranieto de pescadores, Como es de suponerse, él también era pescador, y un pescador apasionado. No obstante, desde hacia un par de meses su pasién se dividia entre la pesca y una muchacha guapisima que se Mamaba Luciana, que tenta los labios més sabrosos... ‘bueno, la sonrisa més hermosa que Thianginho habia probado, digo, visto en toda su vida, Por desgracia, Luciana no venia sola; la acompafia- ba un problema. Su papé era el hombre més rico del pueblo y no aceptaba que ella tuviera amores con el mas pobre. Thianginho no era vago, ya que le gustaba trabajar, pero tenfa deudas. A la muerte de su paps, a mama enfermé gravemente y todo lo que tenian (casa, terreno y embarcaciones) debié venderlo para pagar los gastos del médico, del hospital y del entierro. ‘Trilogia que muchas veces se presenta en este orden. Lo Ginico que le quedaba era aquella vieja embar- cacién que reparé con el diltimo dinero que posefa. Claro que, antes de salir de pesca, debfa tomar medi- 36 das para no tener problemas con el Caboclo de Agua, raz6n por la cual se encontraba tallando la carranca. Esa mafiana, Luciana fue a verlo, Al escuchar su voz quello llamaba, el coraz6n le hizo putunputunpu- ‘tun cada vez: mas répido, Se tomaron de las manos y se miraron suspirando, No podfan hacer mas puesto que los chismes corrfan Por el pueblo ms répido que un conejo con patines. —2Qué estas haciendo, Thianginho? —se intere- 86 la muchacha con voz cantarina y, como habl6 en Portugués del Brasil, soné todavia més a cancién. EI le mostré la escultura de una monstruosa mujer con un solo ojo, nariz ganchuda y boca abierta ensefiando enormes dientes puntiagudos. El cuello cera delicado, aunque descansaba encima de un pecho que hubiera sido la envidia de cualquier gallina de doble pechuga. —iaya, que es muy fea y tiene un solo ojol En eso se parece al Cabodlo de Agua. Luciana la miré con aprensién. Thianginho estuvo de acuerdo y dijo que la habfa tallado a propésito asf de horrible, como el mons- truo del rio, Pensaba que de esa manera le daria una leccién. Seria como verse en un espejo. —Pero... tallaste a una mujer y no a un hombre —razoné Luciana. Bs que estaba pensando en ti —dijo Thian- ginho ruborizéndose. Aesta explicacién, ella se dio media vuelta y se marché furiosa seguida de cerca por el muchacho que trataba de explicarle que no era por el parecido, sino simplemente porque tenia en la cabeza metida Ja imagen de una mujer y que era ella. Con esto, ‘Thianginho arruiné atin més la situacién. Otra vez solo, se sinti6 un tonto de capirote. Un idiota, Tendrfa que disculparse con Luciana cuando ella le diera otra oportunidad. Continué tallando la carranca hasta terminarla. La estrella ya estaba pin- tada en el fondo de la embarcacién y no le quedaba mas por hacer que recoger sus redes y hacerse a las aguas del rio, ‘Ahora més que nunca queria regresar con mucha pesca, venderla a buen precio y demostrarle al padre de Luciana que él podria mantenerla tal y como ella estaba acostumbrada, La tarde empezaba a marchitarse. El calor bajé de intensidad y el sol decidié imitarle. Thianginho nave- 26 rio abajo buscando el lugar preciso de lanzar la red. Media hora més tarde, sintié que lo observaban, Vio saltar en el agua un cuerpo grande y fuerte, de piel oscura, que empez6 a nadar a su alrededor. iBra el Caboclo de Agua! Justo en ese instante se 38 apagé el viejo motor. Thianginho se estremecié a pesar del calor. Su tinica esperanza era que aquel personaje se asustara al ver la horrible carranca que Hevaba en la proa. ‘Mas no fue ast. El Caboclo de Agua se alz6 y abra- 26 a la carranca. Después, giré el rostro buscando a ‘Thianginho y lo miré con un no sé qué en los ojos. Elmuchacho estaba a punto de pedirle perdén por la burla, por rétratarlo como mujer, pero el Caboclo de Agua desaparecié en el rio, Pasaron unos minutos eternos hasta que Thianginho se atrevié a mirar por la borda. ;Cientos de peces nadaban a su alrededor! Pescador al fin, dej6 el miedo a un lado y lanzé las redes que salieron repletas de pescados. Lo hizo otra vez, y sucedi6 lo mismo. La vieja barca estaba tan llena de escurridizos cuerpos plateados que fue un milagro que no se hundiera. Salié la luna. Al no tener manera de regresar ala orilla, Thianginho se sent6 en medio de sus peces a esperar que otros pescadores pasaran para remolcarlo de vuelta. Se puso a pensar. Sin duda élle simpatizaba al Caboclo de Agua 0 no habria obtenido pesca tan fenomenal. Se preguntaba la razén cuando escuché un ruido en la proa. A la luz de la luna vio que el Caboclo de Agua abrazaba otra vez a su carranca. jSi pparecfa que le estaba cantando una melodial Entonces, el muchacho Jo comprendi6. jAquel ser monstruoso estaba enamorado de la escultura de madera! ‘Thianginho sintié que los dos eran compaferos en 1a complicada faena del amor. Ante esto, dejé de sentir temor y se aceres. Después, relataria el curioso didlogo que tuvieron, a pesar de que nadie lo creeria —gle gusta la talla de madera? —Gusta, gusta, —flle parece... bonita? —Bonita, bonita. Un solo ojo, bonita, muy bonita. —Ab, gesa es la razén de que te guste tanto? —Una raz6n, —Y..., ga otra? —Muchacha sabe escuchar y deja a m{ hablar. Querer llevarla conmigo. —Cuando pueda comprarme otra barca, regresa- 6 para regalarte esta. —No querer esperar. —Lo que sucede es que, si te la llevas ahora, me quedaré sin embarcacion y.. ‘Thianginho cont6 en detalle acerca de su amor por Luciana y su problema de no tener dinero. Tan pron- to terminé de decirlo, el Caboclo de Agua se sumer- 36 y empez6 a nadar conduciendo la barca (mejor que cualquier motor) hacia la orilla donde el mucha- cho queria desembarcarse, Una vez que Thianginho 39 sacé las redes lenas de pescado, el Caboclo de Agua arrancé la carranca con sus poderosas manos y se la v6 al fondo del rio. ‘Ademés, eso no fue todo. En la mismisima proa despedazada, el Caboclo de Agua dejé media docena de pescados grandes, mas no los comunes, sino de Thianginho fue directo a la casa de Luciana a pedir su mano, Le dijo que muy pronto seria duetio de toda una flota de embarcaciones pesqueras. Por supuesto que el padre dejé de oponerse. Se casaron, tuvieron once hijos, treinta y cinco nietos, diez bis- nieto: Y... iSanseacabol La leyenda del Saci Pereré (BRasit) Pues dizque vivia en el barrio Santa Felicidad, de la ciudad de Curitiba, dona Juliana, una viejecita cos- turera. Mete-aguja-mete-aguja con el hilo y el dedal y tracla-tracla-tracla se pasaba horas trabajando, dandole al pedal de su vieja maquina de coser para atender todas las necesidades de su pequefio nieto que habfa quedado huérfano. Adriano tenia seis afios, y dona Juliana sohaba que seria abogado 0 médico. El nifio era para ella la fuerza que ponfa alas a sus manos y pies para coser las prendas més bonitas, que luego las vendia a un comerciante de la ciudad. A pesar de vivir en aquel barrio con un nombre tan alegre, dona Juliana se hallaba triste y descon- solada desde hacia dias, Y no era para menos: las prendas que terminaba de coser, al dia siguiente des- aparecian. Se esfumaban, Dona Juliana sabia que no era cosa de ladrones, puesto que la puerta quedaba bien cerrada y atranca- da con un palo grueso, y las ventanas estaban prote- 4 42 gidas por fuera con un enrejado. Ademés, alli dormia Tirsha, una perra grande, muy buena guardian. De centrarse alguien, ella habria sido la primera en dar la alarma, No obstante, durante la noche no decia ni pio, es decir, ni un guau y amanecfa con la lengua afuera y los ojos bizcos. ¥ algo més: la habitacién olfa a humo de tabaco. Como ella no fumaba, Hegé a la conclusién de que aquello era cuestién del Saci Pereré. Sact Pereré es un espiritu burlén que tiene una sola pierna, agujeros en las palmas de las manos, fuma una pipa y lleva gorro de un color rojo profundo que resalta en su hermosa piel negra. Le gusta robarse cosas, desde una aguja hasta un caballo, También se complace en esconder Haves, espejuelos, billeteras, juguetes de los nifios y meterse en la cocina para cha- muscar la carne, salar el arroz, agriar la leche, meter ‘maoscas en la sopa... yhacer otras linduras. Un dia lunes, al ver que habia desaparecido todo su trabajo del fin de semana, dona Juliana se puso a Uorar desconsolada, Tirsha le lamié la mamo, ladr6 dos veces y movié la cola. —Ay, mi perrita linda. Ta sabes que contra el Saci nada se puede —dijo enjugéndose las lagrimas en un patiuelo, ‘Tirsha Jaded la cabeza. Mir6 al perchero donde estaba colgada su correa y ladré y ladré y ladr6, —No, Tirsha, para ir a pasear al parque tienes que ‘esperar que venga Adriano, —Y sefialé la gorra de su nieto que también colgaba alli. De repente, le asalté un pensamiento—. jTirsha, me has recordado algo! Si se logra atrapar y robar la gorra al Saci, él te concede todos tus deseos. Pero... imaginate lo dificil que seria ara mi lograr algo asi. Todos saben que el Sact es muy répido —suspiré la viejita. sa ver Tirsha fue al cajon donde su ama guarda- ba cierres, eldsticos, botones y cintas. Olfated dentro, agarré un paquete de cintas en su hocico y volvié donde su duena. —iHuy, qué inteligente eres, Tirshal Pero estas cintas no servirian para amarrarlo y tampoco la cinta de medir... —se rio dona Juliana, Tirsha se acosté en el piso con Ta cabeza entre las patas. Una mosca empez6 a zumbar por la habitacién seguida de otra. La iejita se puso de pie abri6 un cajon y sac6 de all luna cinta atrapamoscas para colgarla en la limpara. —Esta ya no sirve —dijo al ver la antigua cinta cubierta de moscas. En eso, un pensamiento hizo blanco en la mente de dona Juliana, como una flecha. iLas cintas atrapamoscas! Al instante sacé del cajén otras dos y las dej6 en la mesita donde cortaba las telas. 43 44 ‘Cuando regresé Adriano de la escuela, la viejta lo llev6 fuera de la casa a toda prisa con el pretexto de que queria ira pasear ala esquina. Una vez all, lejos de los ofdos del Sacf Pereré (ya que es conocido que, una ‘vez que entra a un hugar, se vuelve invisible y puede ‘escuchar todo lo que se dice) le conté el plan que tenia. Adriano mostré una sonrisa traviesa a la que le faltaban dos dientes. Ya de vuelta en la casa, se pasaron el resto de la tarde hablando acerca de unas maravillosas cintas transparentes, que eran bellisimas y un verdadero tesoro por lo raras y extraordinarias. —Cuidado las pierdes, abuela —advirtié el nito con vor exageradamente angustiada—. Seria terrible. —St, Seria terrible, terrible —xecaleé dona Juliana. Esa noche se quedaron detris de la cortina que separaba el pequefio dormitorio de la salita. A eso de la medianoche, escucharon un pum- pum-pum. Alguien que saltaba en un solo pie haba entrado. La viejita sacudié con suavidad a Adriano que, de tanto cabecear, se habia quedado dormido. Un olor a tabaco de pipa se esparci6. Pum-pum-pum, el ruido se acercé ala mesita donde se encontraban las cintas atrapamoscas. Escucharon ‘una risita burlona y luego... una exclamacién de célera. En ese instante, dona Juliana y Adriano desco- rrieron la cortina y salieron. Ella prendié una vela y Adriano dio un grito de triunfo, En sus manos tenia la gorra del Saci —iAjé, bandidol (Te tenemos a nuestra merced! —exclams la viejita, a quien le gustaba utilizar pala- aa —iDevuélveme mi gorro, nifio malol —grits el Sact con las manos pegadas en las cintas atrapamoscas. —iBl malo serds ti, ladrén! —contesté Adriano, quien disfrutaba de lo lindo en el papel de héroe. Tirsha, en un rincén, bajo el poder del hechizo del Sact, miraba la escena con los ojos bizcos y la Jengua afuera. —Vamos a ver. Es hora de hacer negocios —dijo dona Juliana con vor firme, sosteniendo la gorra que Adriano le habfa entregado—. Si quieres esto, enton- ces tendrés que cumplir mis deseos. Saci Pereré llor6 y dijo que él era un pobrecito que 1o Ginico que posefa en la vida era su gorrita, Dona Juliana no se inmuté y amenazé con que- marla en a llama de la vela. —Pide lo que quieras —claudicé Sact Pereré. Dona Juliana pidié siete maquinas de coser y una docena de tijeras. —Concedido —acepto el Saci y doce méquinas de ‘coser y una docena de tijeras aparecieron, —Ahora quita el hechizo a mi parrita —pidis Adriano. o 46 ~Y nunca més vuelvas por aqui —ordené dona Juliana colocando el gorro en Ia cabeza del Sact —Y... gmis manos? jAytidame a despegarlas! —el Sacf pidié de mal modo, Dona Juliana se cruz de brazos y le dijo que se Jas arreglara como pudiera ya que ella no ayudaba a ladrones. Sac{ Pereré desaparecié echando pestes sobre todas las abuelas del mundo y los nitios del mundo. En el fin de semana, dona Juliana, ayudada por Adriano, pinté un letrero muy bonito donde se lefa: Asi logré dar trabajo a muchas vecinas del barrio y cuidar de su nieto, quien crecié como un hombre de bien, pero no fue ni abogado, ni médico, puesto que cada vez que relataba lo acontecido con el Saci Pereré, la gente insistia que tenfa una gran fantas{a. Convencido de esto, se convirtié en un escritor muy famnoso. Y... jSanseacabé! La leyenda del Chivato de Valparaiso (CHILE) Pues dizque en el “barrio inglés’, de la hermosisima ciudad de Valparaiso, vivia el comodoro James H. Winston-Barllow, un marino inglés retirado, viudo y padre de una hermosa muchacha llamada Elizabeth, quien se aburria como una ostra en medio de las amis- tades que su padre le permitia frecuentar, Para llegar Spido al meollo de la leyenda, resulta que Elizabeth conocié en el puerto a Juan, un estibador. Juan era guapo, guapo de verdad, con la tee tostada por el sol, de ojos verdes que parecian bailar en el rostro al son de su risa. Sin olvidar su cuerpo musculoso y fuerte. Elizabeth lo vio y quiso conocerlo. Reir con él, bailar con él, en fin pasar el resto de su vida con él. Sin em- bargo, a pesar de que Juan también se sintié fuerte- ‘mente atraido hacia ella, ni siquiera consider6 que quella sociedad injusta y desigual le permitiria besar siquiera el dobladillo de la falda de ella. Mas cuando tuna muchacha se empetia en algo del corazén, ni el demonio puede meter cucharén. Punto y fuera. 4 Elizabeth se acercé a 61 y fue directo al grano. —Ten este paftuelo —

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