Una Igelsia, para Que

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PROLOGO de EUGENE H. PETERSON Una de las historias favoritas en nuestra casa durante Ia época en que nuestros nifos iban creciendo era aquella cen la que John Muir estaba en lo alto de un abeto en medio de una tormenta.* Cada vez que nos sentiamos como ame- nazados por los truenos y los relémpagos, y la lluvia comen- zaba a caer a raudales del cielo, nosotros cinco (los padres Y nuestros tres niflos), nos apindbamos y acurrucdbamos en el porche para disirutar de aquellos peligrosos fuegos de artificio desde la seguridad de nuestros asientos de primera fila, y entonces alguno de tos nifios decia: *;Cuéntanos la historia de John Muir, papal” Y yo se las vol- via a narrar, Durante la segunda mitad del siglo diecinueve, John. “Muir fue el explorador mas intrépido y digno de encomio que tuvimos en la regiones més extremas del oeste de Norteamérica, Por décadas él anduvo vagando a través de esas maravillosas regiones creadas por Dios que se extien- den desde las sierras de California hasta los glaciares de ‘Alaska con el fin de observar,informar, describir la belleza del paisaje, y realizar distintos tipos de experiencias; parti- cipando de todo lo que le fuera posible con un deleite casi infantil y una madura reverencia. En cierta ocasién (corria el aio 1874), Muir fue a visi tar a un amigo que tenia una cabafa, bien protegida en ‘medio del valle de uno de los rios tributarios del Yuba, en las Montafias Sierra. Desde este lugar podia aventurarse hacia las regiones mas salvajes y luego retornar para dis- frutar de una reconfortante taza de té. * in Wy Tne ate The dre vi of Fbn Mi mand ene de en ur Bs: Honcho ili #864 pu 8-18 1 UNAIGLESIA, ,PARA QUE? Un dia de diciembre una tormenta avanz6 desde el Océano Pacifico, Era una tormenta tan furiosa que doblaba Jos enebros y pinos, los madrofios y abetos como si fueran

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