Hannah ArendtPOST SCRIPTUM
fuente es la transcripcién de las actuaciones judiciales que
fue distribuida a los representantes de Ia prensa que se ha-
aban en Jerusalén, Con la salvedad del discurso inicial de la acu
sacién, y del informe general de la defensa, las actas del proceso no
han sido publicadas y ¢s dificil tener acceso a ellas. La lengua em-
E= contiene el informe sobre un proceso, cuya principal
pleada en la sala de justicia fue Ia hebrea; segiin se hizo constar, os
textos entregados a la prensa eran «transcripeién no revisada ni co-
rregida de las tradueciones simultaneas», que «no cabe esperar sean
estlisticamente perfectas, ni que carezcan de errores lingiisticos».
Me he servido de la versin ingles, salvo en aquellos casos en que
1 procedimiento siguié su curso en alemén; cuando la transcrip-
i6n alemana contents las palabras originariamente pronunciadas
en alemén, yo misma he efectuado la traduccién al inglés.
[Ninguno de los textos a que me he referido debe considerarse
absolutamente digno de confianza, con la excepcién de! discurso
inicial de la acusacin y el veredicto final, cuyas traducciones fue
ron efectuadas fuera de la sala de justicia, con entera independen-
cia de las simulténeas. La Gnica versiOn fidedigne es la de las actas
oficiales en hebreo, que yo no he utilizado. Sin embargo, los textos408 ICHARN EN JERUSALEN
por mi utilizados fueron entregados oficialmente a los informado-
es para que en ellos se basaran, y, en cuanto yo sé, no hay impor-
tantes discrepancias con respecto a las actas oficiales en hebreo 0,
por lo menos, tales discrepancias no han sido alegadas. La traduc-
ci6n simultanea al alemén fue muy deficiente, pero podemos dar
por sentado que las traducciones al inglés y al francés fueron dig-
nas de confianza.
Con respecto a los tes documentos procesales que
—con una sole excepcién— también fueron entregados a la pren-
sa por las autoridades de Jerusalén, no cabe le menor duda sobre
cl crédito que merecen:
1) La transcripcién en aleman del interrogatorio a que la poli
«fa sometié a Eichmann, grabado en cinta magnetofénica, fue me
canogeafiado y presentado a Eichmann, quien corrigié el texto de
propia mano. Juntamente con la transcripcién de las actuaciones
cen la sala de justi
este es el mas importante documento.
2) Los documentos presentados por la acusacién y los «textos
legales» facilitados por la misma.
3) Las dieciséis declaraciones juradas prestadas por testigos
que en principio fueron propuestos por la defensa, aunque algunas
partes de dichas declaraciones fueron usadas por la acusacién. Es-
tos testigos fueron: Erich von dem Bach-Zelewski, Richard Bacr,
Kurt Becher, Horst Grell, doctor Wilhelm Héttl, Walter Huppen-
kothen, Hans Jittner, Herbert Kapples, Hermann Krumey, Franz
Novak, Alfred Josef Slawik, el doctor Max Merten, el profesor
Alfred Six, el doctor Eberhard von Thadden, el doctor Edmund
Veesenmayer, Otto Winkelmann,
4) Por itimo, también tuve a mi disposicién un original de se-
tenta paginas mecanografiadas, escritas por el propio Eichmann.
Este texto fue propuesto como prueba por la acusacién, y consi-ost scaterum 409
suientemente aceptado por la sala, pero no se entregé a la prensa.
Su encabezamiento es el siguiente: «Ref, - Comentarios sobre “la
cuestién judia y las medidas del gobierno nacionalsocialista del
Reich aleman con respecto a la solucién de dicha cuestién, desde
lL afio 1933 hasta el afio 1945". Este documento contiene las no-
tas redactadas por Eichmann en Argentina, en vistas a la entrevis-
ta con Sassen (véase la bibliografia)
En a lista bibliogrifica tan solo consta el material de que me he
servido para escribir esta obra, y en ella no estén los innumerables,
libros, articulos y relatos periodisticos que lei y conservé en el cur-
0 de los dos affos que mediaron entre el rapto de Eichmann y su
jecucién, Lamento esta deficiencia tinicamente en lo que respecta
«los reportajes de los corresponsales de la prensa alemana, suiza,
inglesa, francesa y norteamericana, ya que, a menudo, eran de un
nivel muy superior al de muchos libros y revistas que dieron al tema
un tratamiento mas ambicioso; sin embargo, cubrir dicha deficien-
cia hubiera significado un trabajo desproporcionadamente arduo.
En consecuencia, me he contentado con afadir ala bibliografia de
esta edici6n revisada cierto niimero de libros y articulos de sema-
narios seleccionados, aparecidos después de la primera edicién del
presente libro, cuando contenfan algo més que una versién més o
‘menos alterada del informe del fiscal. Entre estas adiciones ala lis
ta bibliogréfica, se cuentan dos estudios del proceso que llegan, en
‘muchos casos, a conclusiones sorprendentemente parecidas a las
ia, y un estudio de las mis destacedas figuras del Tercer Reich,
«que posteriormente afadi a mis fuentes de antecedentes sobre el ca-
so de que trata la presente obra, Las obras a que me he referido son
Morder und Ermordete, Eichmann und die Judenpolitik des Dritten
Reicbes, de Robert Pendorf, que también tiene en consideracién el
papel que los consejos judo tuvieron en la Solucién Final: Stafsa-410 ICHMANN EN JERUSALEN
che 40/61, del periodista holandés Harry Mulisch (me servi de la
traduccién alemana), quien quiza sea el tinico autor que hace de!
acusado la figura central de su estudio, y cuyos juicios sobre Bich-
‘mann coincidian con los mios en algunos aspectos esenciales, y, por
fin, los recientemente publicados, y excelentes, retratos de los mas
destacados dirigentes nazis, efectuados por T. C. Fest en su obra
Das Gesicht des Dritten Reiches; Fest conoce a fondo la materia de
ue trata, y sus juicios son de gran altura
Los problemas con que se enfrenta todo autor de un informe
pueden muy bien compararse con aquellos que son propios de las
monografias hist6ricas. En ambos casos, la naturaleza del trabajo
cexige efectuar una concienzuda distincién entre fuentes primarias
y fuentes secundarias. Las primarias tinicamente pueden ser em-
pleadas en el tratamiento del tema principal —en este caso el pro-
ceso en si mismo—, en tanto que las secundarias se emplean para
cuanto constituyen antecedentes hist6ricos. Asi vemos que incluso
los documentos que he citado, salvo raras excepciones, fueron pro-
puestos como medios de prueba en el uicio (y, por ende, constitu-
yen fuentes primarias) o proceden de obras autorizadas que tratan
del periodo en cuestién. Tal como es de advertir por la mera lectu-
ra de esta obra, me he servido de la obra de Gerald Reitlinger, The
Final Solution, y todavia més me he basado en la de Raul Hilberg,
The Destruction of the European Jews, que fue publicada después
del juicio, y que constituye el més exhaustivo y el mas fundamen-
tado estudio de la politica judta del Tercer Reich.
Incluso antes de que viera la luz piiblica, este libro fue objeto, no
solo de controversia, sino también de una campaiia organizada,
Como es légico, la campaiia, levada a término con los conocidosost scutprun an
‘medios de formacién de imagen pablica y manipulacién de la opi
nin general, Iamé le atencién mucho més que la controversia, de
tal manera que esta Gltima qued6 acallada por el ruido artificial
de la primera, Lo anterior qued6 de relieve con especial claridad
cuando una rara mezcla de los argumentos de la controversy los
instrumentos de la campatia, en la que se empleaban casi textual-
mente las frases anteriormente utilizadas —como si los ataques
contra el libro (y, mas a menudo todavia, contra Ia autora) hubie-
sen salido de una méquina copiadora (Mary McCarthy)—, fue
remitida desde Estados Unidos a Inglaterra, y, luego, a Europa,
donde el libro todavia no estaba en el mercado. Y ello fue posible
debido a que las protestas y el clamor se centraban en la «imagen>
de un libro que jamas se escribi6, y tocaban temas que, no solo ja-
‘més habia mencionado, sino que ni siquiera se me habian ocurrido.
El debate —porque de un debate se trataba—no carecié de in-
terés, ni mucho menos. Los manejos de la opinién piblica, en tan-
to en cuanto estén inspirados por intereses claramente definidos,
tienen finalidades muy limitadas. Sin embargo, cuando tratan de
tun tema que despierta verdadero interés, producen unos efectos
ue escapan al dominio de los propios encargados de manejar Ia
opinién ajena, y pueden comportar consecuencias que estos no
preveian ni pretendian. ¥ al fin resulté que la época del régimen
de Hitler, con sus colosales crimenes sin precedentes, constituia un
«pasado desconocido», no solo con respecto al pueblo aleman o al
pueblo judio en general, sino también con respecto al resto del
‘mundo, que tampoco habia olvidedo la gran catéstrofe ocusrida en
el corazén de Europa, pero que igualmente habia sido incapaz de
comprenderla. Ademés —y esto quiza no fuese tan imprevisible—,
de repente aparecieron en el primer plano del interés puiblico di
vversas cuestiones morales de cardcter general, dotadas de todas lasa2 "ICHMANN EN ERUSALEN
‘complejidades modernas, que yo ni siquiera hubiera podido sos-
pechar que llegaran a ocupar las mentes y a pesar en las concien-
cias de los hombres de nuestro tiempo.
El inicio de la controversia consistié en llamar la atencién so-
bre el comportamiento del pueblo judio durante los aiios dela So-
lucién Final, con lo que se insistia en la cuesti6n, abordada prime-
ramente por el fiscal de Israel, de si el pueblo judo podia y debia
haberse defendido. Yo habia soslayado este asunto por considerar
ue investigarlo era indtil y eruel, ya que demostraba una formida
ble ignorancia de las circunstancias imperantes ala sazén, Ahora,
este asunto ha sido exhaustivamente discutido, y se ha legado a las
is sorprendentes conclusiones. Se ha echado mano repetidas ve-
ces al conocido concepto histérico-sociolégico de «mentalidad de
{gueto» (que, en Israel, ha sido ya incorporado a los libros de texto
de historia, y que en Norteamérica ha sido adoptado principal-
‘mente por el psicélogo Bruno Bettelheim, ante la furiosa protesta
del judaismo oficial norteamericano) para aplicar a un comporta-
miento que no fue exclusivo de los judios, y que, en consecuencia,
no puede ser explicado en méritos de factores espectficamente ju
dios. Proliferaron las mas diversas hip6tesis hasta el momento en
aque alguien, a quien sin duda la discusién le parecia extremada-
‘mente aburrida, tuvo la brillante idea de recurrir a las teorias freu-
dianas, y atribuir al pueblo judio, en su totali
muerte»; inconscientemente, como es natural. Esta fue la impre-
id, un «deseo de
vista conclusin a que ciertos comentaristas quisieron llegar ba-
sindose en la «imagen» de un libro, ereada por ciertos grupos uni
dos por comunes intereses, en el que, segiin decfan, yo habia
afirmado que los judios se habfan asesinado a sf mismos. €Y por
qué razén dije yo tan monstruosa e inverosimil mentira? Por «odio
hacia mf misma», naturalmente.Post scxtrrun 4B
‘Como sea que el papel de los dirigentes judos quedé de mani
fiesto en el curso del proceso de Jerusalén, el cual yo reseBié y co-
-vitablemente también aquel tenia que ser objeto de dis-
cusi6n, En mi opinién, la funcién cumplida por los dirigentes
judfos plantea un importante problema, pero el debate al respecto
poco ha contribuido a su clatficacién. Tal como ha demostrado el
reciente proceso celebrado en Israel, en el que cierto Hirsch Birn-
blat, ex jefe de la policiajudia de una ciudad polaca y en la actua-
lidad director de la orquesta de la Opera de Isracl, que en primera
instancia fue condenado por el tribunal de distrito a cinco afios de
circel, y luego absuelto por el Tribunal Supremo de Israel, el cual
uundinimemente exonerd, de modo indirecto, alos consejos judios
en general, las clases ditigentes israelitas estén en la actualidad
amargamente divididas en lo referente al juicio que les merece la
actuaci6n, durante la guerra, de los jefes judios. Sin embargo, en el
debate a que me he referido, quienes més vehementemente se ex-
presaron fueron aquellos que identificaron al pueblo judfo con sus
jefes, en marcado contraste con la clara distinci6n efectuada en ca
si todos los informes de los supervivientes, que puede quedar re-
sumida en las palabras de un ex internado en Theresienstadt: «En
general, el pueblo judio se comporté magnificamente; solamente
sus jefes fallaron», También dest
ficaron a los representantes del pueblo judi, citando los encomia-
bles servicios que habfan prestado antes de la guerra, y, sobre todo,
antes del inicio de la Solucién Final, como si no hubiera diferencia
alguna entre ayudar alos judios a emigear y ayudar a los nazis a de-
portarlos.
Si bien estos problemas guardaban cierta relacién con el con-
tenido de la presente obra, pese a haber sido desproporcionada-
mente hinchados, también es cierto que otros temas de los que se
1ron las voces de quienes justi-44 ICHMANS EN JERUSALEN
hablé carecian de todo género de relacién con este libro. Por ejem-
plo, se iniié una fogosa discusi6n acerca del movimiento de resis-
tencia aleman a partir del momento en que el régimen de Hitler
fue implantado, tema en el que yo no entré, como es légico, por
cuanto el problema de la conciencia de Eichmann, asf como el de
la situacién en que este se hallaba, estan inicamente relacionados
con el periodo de la guerra y de la Solucién Final. También surgic-
ron a la superficie otros temas todavia mas fantasticos. Mucha gen-
te comenzé a discutir si acaso las victimas de la persecucién no
eran «mas desagradables» que los asesinos persecutores; si aque
llos que no estuvieron presentes en el curso de la persecuci
derecho a juzgar al respecto; o si el objeto principal del proceso
fue el acusado o las victimas. Con respecto a este tiltimo problema,
tenian
algunos llegaron incluso a afirmar que no solo cometi un error al
prestar interés a la determinaci6n de la personalidad humana de
Eichmann, sino que a este no se le hubiera debido permitir hablar,
lo cual implica que el proceso hubiera debido celebrarse sin de-
fensa de género alguno.
‘Como suele ocurtir cuando las discusiones tienen lugar con
grandes muestras de emocién, los intereses practicos de ciertos
‘grupos, cuya emociGn es el resultado de intereses materiales, y que
‘en consecuencia procuran deformar los hechos, quedan répida e
inextricablemente unidos alas inmaculadas aspiraciones de los in-
telectuales, quienes, por el contrario, no tienen ningin interés en
la determinacién de los hechos, que utilizan solamente como tram-
polin para exponer sus «ideas». Pero incluso en estas confusas ba-
tallas cabe apreciar ciertaseriedad, cierto grado de auténtica preo-
cupacién, y ello se advierte hasta en las manifestaciones de
individuos que alardeaban de no haber leido el presente libro y
prometian solemnemente no leerlo jama.ost scatrrumt 41s
En contraste con estas discusiones que a tan remotos terrenos
Iegaban, el libro se centra en un triste tema muy concreto. El in
forme sobre un proceso solamente puede estudiar los temas trata-
dos en el curso de dicho proceso, o aquellos que hubieran debido
ser tratados para un mejor servicio a los intereses de la justcia. Si
se da el caso de que la situacién general del pais en que se celebra
cl proceso tiene trascendencia en la celebracién de este, debe, for:
zosamente, ser tenida en consideracién. Este libro no se ocupa de
Ia historia del mayor desastre suftido por el pueblo judio, ni tam.
poco es una erénica del totalitarismo, nila historia del pucblo ale
‘man en tiempos del Tercer Reich, ni por tltimo tampoco, ni mu:
‘cho menos, un tratado sobre la naturaleza del mal. Todo proceso
se centra en la persone del acusedo, en una persona de carne y hue:
0, con una historia suya, individual, con sus propias formas de
comportamiento, y con sus propias circunstancias. Cuanto escape
alos limites de lo anterior, como la historia del pueblo judio en la
Dispora, la historia del antisemitismo, de la conducta del pueblo
aleméin, de las ideologfas imperantes en determinada época, o de la
maquina gubernamental del Tercer Reich, guarda relacién con el
proceso solamente en cuanto forma parte de los antecedentes y de
las circunstancias en que el acusado realizé sus actos. Todo aque-
lo con lo que el acusado no tuvo relacién, o aquello que no ejerci6,
influencia en él, debe ser omitido en el procedimiento judicial y,en
consecuencia, en el informe sobre el mismo.
(Quizé quepa argiir que todas las cuestiones generales que in-
voluntariamente nos planteamos tan pronto comenzamos a estu-
diar estos temas —gpor qué tuvieron que ser los alemanes preci-
samente?, gpor qué tuvieron que ser los judios?, gcusl era la
naturaleza del totalitarismo?— son mucho mas importantes que el
problema de determinar el tipo de delito por el que el acusado es416 ICIMANN EN JERUSALEN
‘objeto de juicio y el modo de ser del hombre sobre cuya conducta
se dictara sentencia, y también més importantes que determinar
hasta qué punto nuestro actual sistema de administracién de justi-
cia es capaz de actuar con respecto a este especial tipo de delito y
de delincuente, con los que se ha enfrentado tan repetidas veces
desde el término de la Segunda Guerra Mundial. Se puede asimis-
mo afiemar que el objeto de la actividad judicial ha dejado de ser
tun ser humano conereto y determinado, el individuo sentado en el
banquillo, para convertirse, principalmente, en el pueblo alemén
‘en general, en el antisemitismo bajo todas sus formas, en la histo-
ria contemporinea, en la naturaleza humana, en el pecado original,
de tal modo que, en iiltima instancia, es la humanidad quien se
sienta en el banquillo junto al acusado. Todo lo anterior ha sido
alegado muy a menudo, especialmente por aquellos que no des-
cansaran hasta haber descubierto «un Adolf Eichmann en el inte-
rior de cada uno de nosotros». Si se da al acusado el cardcter de
simbolo, y al proceso el de pretexto para plantear problemas que
son aparentemente més interesantes que el de la culpabilidad 0
inocencia de un individuo determinado, entonces deberemos, sies
que queremos ser consecuentes, aceptar la afirmacién hecha por
Eichmann y su defensor: Eichmann fue llevado ante el tribunal
porque se necesitaba un chivo expiatorio, y este chivo expiatorio lo
necesitaba no solo la Repablica Federal Alemana, sino también los,
hechos hist6ricos ocurridos y cuanto los hizo posibles, es decir, se
trataba de un chivo expiatorio del antisemitismo y del gobierno to-
io, asf como del género humano y del pecado original.
No es necesario hacer constar que jamés se me hubiera ocurri-
do acudir a Jerusalén si hubiese sido participe de tales opiniones.
Creia y sigo creyendo que el proceso debia celebrarse con la finali-
dad de administras justicia, y nada mas. También creo que los maost scatrrunt 47
gistrados estaban en lo cierto cuando hicieron hincapié, en su sen
tencia, en que «el Estado de Israel fue establecido como el Estado
de los judios, y como tal ha sido reconocido», por lo que tenia
‘competencia de jurisdiccién sobre todo delito cometido contra el
pueblo judio. Habida cuenta de la confusi6n imperante en los
circulos juridicos acerca de le naturaleza y utilidad del castigo, me
alegré que la sentencia recogiera una afirmacién de Grocio, quien,
citando a un autor todavia més antiguo, explicé que el castigo es
necesario «para defender el honor y la autoridad de aquel a quien
1 delito ha lesionado, para que la ausencia de castigo no le degra-
de mayormente».
Evidentemente, no cabe la menor duda de que la personalidad
del acusado y la naturaleza de sus actos, asf como el proceso en si
mismo, plantearon problemas de carieter general que superan
aquellos otros considerados en Jerusalén. En el epilogo, que deja
de ser pura y simplemente un informe, he intentado abordarlos.
No me sorprenderia que hubiera quien considerase que no los he
‘ratado con la debida profundidad, y con gusto entraria en la dis-
‘cusi6n del significado general de los hechos globalmente conside-
rados, que tanta mayor profundidad tendria cuanto mas se ciiera
alos hechos concretos. También comprendo que el subtitulo de la
presente obra puede dar lugar a una auténtica controversia, ya que
cuando hablo de la banalidad del mal lo hago solamente a un nivel
estrictamente objetivo, y me limito a seialar un fen6meno que, en
1 curso del juicio, resulté evidente. Eichmann no era un Yago ni
era un Macbeth, y nada pudo estar més lejos de sus intenciones
due «resultar un villano», al decir de Ricardo III. Eichmann care:
cia de motivos, salvo aquellos demostrados por su extraordinaria
diligencia en orden a su personal progreso. Y, en si misma, tal dili-
‘encia no era criminal; Eichmann hubiera sido absolutamente in-418 ICHIMARN EN EHUSALEN
capaz de asesinar a su superior para heredar su cargo. Para expre-
sarlo en palabras llanas, podemos decir que Eichmann, sencilla:
‘mente, no supo jamds lo que se bacia. ¥ fue precisamente esta falta
de imaginacién lo que le permiti6, en el curso de varios meses,
tar frente al judfo aleman encargado de efectuat el interrogatorio
policial en Jerusalén, y hablarle con el corazén en la mano, expli-
cindole una y otra vez las razones por las que tan solo pudo alcan
zar el grado de teniente coronel de las SS, y que ninguna culpa
tenia él de no haber sido ascendido a superiores rangos. Tedrica-
‘mente, Eichmann sabja muy bien cudles eran los problemas de
fondo con que se enfrentaba, y en sus declaraciones postreras ante
cl tribunal habl6 de «la nueva escala de valores prescrita por el
‘gobierno [nazil». No, Eichmann no era estipido. Unicamente la
pura y simple irreflexién —que en modo alguno podemos equi-
parar a la estupidez— fue lo que le predispuso a convertirse en el
mayor criminal de su tiempo. Y si bien esto merece ser clasificado
como «banalidad», ¢ incluso puede parecer cémico, y ni siquiera
con la mejor voluntad cabe atribuir « Eichmann diabslica profun-
didad, también es cierto que tampoco podemos decir que sea algo
normal 0 comin. No es en modo alguno comin que un hombre,
tante de enfrentarse con la muerte, y, ademés, en el pati-
bulo, tan solo sea capaz de pensar en las frases ofdas en los entie-
170s y funerales a los que en el curso de su vida asisti6, y que estas
«palabras aladas» pudieran velar totalmente la perspectiva de su
propia muerte. En realidad, una de las lecciones que nos dio el
proceso de Jerusalén fue que tal alejamiento de la realidad y tal
endlii
inreflexién pueden causar més dafio que todos los malos instintos
inherentes, quiza, a la naturaleza humana. Pero fue Gnicamente
tuna leccién, no una explicacién del fenémeno, ni una teoria sobre
el mismo.post scatprus 49
Aparentemente mas complicada, pero en realidad mucho mas
simple que el examen de la interdependencia entre la irreflexién y
1a maldad, es la cuestin referente al tipo de delito cometido por
Eichmann, un delito undnimemente considerado sin precedentes.
El concepto de genocidio, acufiado con el explicito propésito de
tipificar un delito anteriormente desconocido, aun cuando es apli
cable al caso de Eichmann, no es suficiente para abarcatlo en su to-
talidad, debido a la simple razén de que el asesinato masivo de
pucblos enteros no carece de precedentes. La expresién «matanzas,
administrativas» parece més conveniente. Esta expresién nacié a
‘ai2 del imperialismo briténico; los ingleses rechazaron este proce-
dimiento como medio de mantener su dominio en la India, Esta
cexpresién tiene la ventaja de deshacer el prejuicio segtin el cual ac-
tos tan monstruosos solamente pueden cometerse contra una na-
ci6n extranjera o una raza distinta. Es notorio que Hitler comenzd
sus matanzas colectivas concediendo la «muerte piadosa> a los