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“SOLDADO PAZ”

Capítulo 1. Las diez y cinco 

Con mi agradecimiento a Piet Chielens del museo In Flanders


Fields en Ypres.
Aunque el título está inspirado en el nombre de una lápida en Ypres,
esta novela es una obra de ficción. Cualquier referencia a personas
reales (vivas o muertas), lugares específicos y sucesos históricos, es
usada únicamente para darle a la ficción un contexto cultural e
histórico apropiado. Los demás nombres, personajes, lugares e
incidentes retratados en este libro son producto de la imaginación
del autor, y cualquier parecido con personas reales, vivas o
muertas, es pura coincidencia.
.
Va se fueron y por fin estoy solo. Tengo toda la noche por delante y
no
voy a desperdiciar ni un minuto de ella. No la voy a malgastar
durmiendo. Tampoco la malgastaré soñando. No debo hacerlo,
porque cada momento es demasiado valioso.
Quiero tratar de recordar todo, exactamente como fue, exactamente
como sucedió. Tengo ya casi dieciocho años de ayeres y mañanas, y
esta noche debo recordar tantos como pueda. Quiero que esta noche
sea larga, tan larga como mi vida, sin sueños que la precipiten hacia
el amanecer.
Esta noche, más que ninguna otra noche de mi vida, quiero sentirme
vivo.
Para mi querida madrina Mary Niven.

Charlie me está llevando de la mano, guiándome porque sabe que no


quiero ir. Nunca antes usé un cuello duro y me está ahorcando.
Siento las botas extrañas y pesadas en mis pies. También siento
pesado el corazón, porque me da miedo el lugar adonde voy. Charlie
me ha contado muchas veces lo terrible que es la escuela, sobre el
señor Munnings y su temperamento iracundo y la larga regla para
azotar que cuelga de la pared, encima de su escritorio..

Big Joe no tiene que ir a la escuela y yo creo que eso no es justo. Él


es mucho mayor que yo. Es incluso mayor que Charlie y nunca ha
ido a la escuela. Se queda en casa con mamá, y se sienta en su árbol
cantando "Naranjas y limones"), riéndose. Big Joe está siempre
contento, siempre está riéndose.. Me gustaría poder sentirme feliz
como él. Me gustaría poder quedarme en casa como él. No quiero ir
con Charlie. No quiero ir a la escuela.
Miro hacia atrás, por encima de mi hombro, esperando una prórroga,
que mamá venga corriendo por mí y me lleve a casa. Pero ella no
viene, mamá no viene, y la escuela y el señor Munnings y su regla se
acercan con cada paso.

-¿Caballito?—dice Charlie.. Ve mis ojos llenos de lágrimas y sabe


de qué se trata. Charlie siempre sabe de qué se trata. Tiene tres años
más que yo, de modo que ha pasado por todo y lo sabe todo.
Además es fuerte, y muy bueno para llevar a caballito. Así que salto
sobre él y me agarro fuerte, llorando detrás de mis ojos cerrados,
tratando de que no se escuchen mis gemidos. Pero no puedo
contener mi llanto por mucho tiempo, porque sé que esta mañana no
es el comienzo de nada, nada nuevo ni excitante como dice mamá
que es, sino el fin de mi comienzo. Agarrado del cuello redondo de
Charlie, sé que son los últimos momentos de mi vida en libertad, que
no seré la misma persona cuando vuelva a casa por la tarde.
Abro los ojos y veo un cuervo muerto que cuelga de la cerca, con el
pico abierto. ¿Le dispararon, le dispararon en pleno grito, cuando
comenzaba a cantar, apenas entonaba su ronca melodía? Se
balancea, con sus plumas todavía al viento a pesar de estar muerto,
mientras su familia y sus amigos lanzan graznidos de dolor y rabia
desde los altos olmos que nos rodean. No siento compasión por él.
Podría haber sido él el que espantó a mi petirrojo y se llevó los
huevos de su nido. Mis huevos. Había cinco, vivos y tibios bajo mis
dedos. Recuerdo que los saqué uno por uno y los puse en la palma
de mi mano. Los quería para mi lata, para soplarlos como lo hacía
Charlie,
y acomodarlos sobre el algodón junto a los huevos de tordo y a los
huevos de paloma. Pero algo me detuvo, me hizo dudar. El petirrojo
me estaba mirando desde el rosal de papá, suplicándome con sus
ojos negros y redondos sin pestañear.
Papá estaba en los ojos de ese pájaro. Debajo del rosal, bien abajo,
estaban todas sus cosas queridas, enterradas en la tierra húmeda,
llena de gusanos. Mamá había puesto la pipa primero. Luego Charlie
puso a dormir sus botas con clavos una al lado de la otra, abrazada
una con otra. Big Joe se arrodilló y cubrió las botas con la vieja
bufanda de papá.
-Tu turno, Tommo -dijo mamá. Pero no pude hacerlo. Tenía en las
manos los guantes que él había usado la mañana que murió.
Recuerdo que recogí uno. Yo sabía lo que ellos no sabían, lo que
nunca les iba a contar.
Al final, mamá me ayudó a hacerlo, de modo que los guantes de
papá quedaron encima de su bufanda, con las palmas hacia arriba y
los pulgares tocándose. Sentí que esas manos me conminaban a no
hacerlo, a no pensarlo siquiera, a no sacar los huevos, a no tomar lo
que no era mío. Y no lo hice. En cambio, observé cómo crecían, vi
los primeros movimientos de sus pequeños esqueletos, el nido de
picos abiertos, suplicantes, os los chillidos frenéticos a la hora de
comer. Demasiado tarde fui testigo, desde la ven tana de mi cuarto,
apenas despuntaba la mañana, del final de la masacre; los petirrojos
padres miraban como yo, desesperados e indefensos, mientras los
cuervos predadores levantaban vuelo riéndose a carcajadas,
cumplida su misión asesina. No me gustan los cuervos. Nunca me
gustaron. Ese cuervo ahí colgado de la cerca recibió su merecido.
Eso es lo que creo.
A Charlie le está resultando difícil subir la colina que lleva al
pueblo. Puedo ver el campanario de la iglesia, y debajo de él, el
techo de la escuela. Tengo la boca reseca de miedo. Me agarro más
fuerte.
-El primer día es el peor, Tommo —me dice Charlie, respirando con
di ficultad—. No es tan malo. De veras. - Cada vez que Charlie dice
"de veras", sé que no dice la verdad.

Soldado Paz
- De todas formas, yo te voy a cuidar.
Eso sí lo creo, porque él siempre lo hizo. Me está cuidando: me baja
y me lleva a través del bullicioso cotorreo del patio de la escuela, su
mano en mi hombro, tranquilizándome, protegiéndome.
Suena la campana de la escuela y nos formamos en dos filas
silenciosas, unos veinte chicos en cada una. Conozco a algunos de la
escuela dominical. Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que
Charlie ya no está a mi lado. Está en la otra fila, y me está guiñando
un ojo. Le devuelvo el guiño y él se ríe. No puedo guiñar con un ojo,
todavía. A Charlie siempre le causa mucha gracia. Luego, veo al
señor Munnings parado en la escalera, haciendo sonar sus nudillos
en medio del repentino silencio del patio. Tiene mejillas peludas y
una gran panza que asoma por debajo de su chaleco. Tiene un reloj
de oro abierto en su mano. Son sus ojos los que amenazan y sé que
me están buscando.
-¡Ajá! —exclama, señalándome. Todos se dan vuelta para mirar Un
nuevo niño, un nuevo niño para aumentar mis problemas y
tribulaciones. ¿Un Paz no era suficiente? ¿Qué he hecho yo para
merecer otro más? Primero, Charlie Paz, y ahora, Thomas Paz. ¿No
hay fin para mi infortunio? Entienda esto, Thomas Paz, aquí yo soy
su amo y señor. Usted hace lo que yo digo cuando yo lo digo. No
hace trampas, no miente, no blasfema. No viene a la escuela
descalzo. Y sus manos deben estar limpias. Estos son mis
mandamientos. ¿He sido lo suficientemente claro?
-Sí, señor—susurro, sorprendido de tener un resto de voz.
Desfilamos delante de él, con las manos unidas en la espalda.
Charlie me sonríe mientras las filas se separan: “Mojarritas" hacia
mi clase, "Tiburones" hacia la suya. Soy el más pequeño de las
“Mojarritas". La mayoría de los tiburones son más grandes que
Charlie; algunos tienen catorce años. Lo sigo mirando hasta que la
puerta se cierra detrás de él y ya no está. Hasta este momento nunca
supe lo que era estar verdaderamente solo.
Los cordones de mis botas están desatados. No puedo atar cordones.
Charlie puede, pero no está acá. Escucho la voz de trueno del señor
Munnings tomando lista en la clase de al lado, y me alegro de tener
a la señorita McAllister. Puede que ella hable con un acento raro,
pero al menos sonríe y al menos ella no es el señor Munnings.
Thomas —me dice-, te vas a sentar ahí, junto a Molly. Y tus
cordones están desatados.
Todos parecen reírse de mí a escondidas, mientras me acomodo. No
quiero hacer otra cosa que escapar, salir corriendo, pero no me
atrevo. Todo lo que puedo hacer es llorar. Bajo la cabeza para que
no puedan ver mis lágrimas.
- Llorar no te va a atar los cordones, ¿sabes eso? —me dice la
señorita McAllister.
-No puedo, señorita -le digo.
-"No puedo" no es una frase que usemos en mi clase, Thomas Paz -
me dice—. Tenemos simplemente que enseñarte a atar tus cordones.
Para eso estamos acá, Thomas, para aprender. Para eso venimos a la
escuela, ¿no es verdad? Muéstrale, Molly. Molly es la mayor de mi
clase, Thomas, y la mejor alumna. Ella te va a ayudar.
Así, mientras ella pasa lista, Molly se arrodilla frente a mí y me ata
los cordones. Ella ata los cordones de una manera muy diferente a la
de Charlie, muy delicadamente, más despacio, con un gran moño y
doble nudo. No me mira mientras lo hace, ni siquiera una vez, y yo
deseo que lo haga. Tiene el cabello del mismo color que Billyboy, el
viejo caballo de papá: castaño dorado y brillante. Me gustaría estirar
la mano y tocarlo. Luego ella levanta la cabeza y me mira por fin, y
sonríe. Es todo lo que necesito. De pronto, no quiero volver
corriendo a casa. Quiero quedarme aquí con Molly. Sé que tengo
una amiga.
En el recreo, en el patio de la escuela, quiero ir a hablar con ella,
pero no puedo porque está siempre rodeada de una bandada de niñas
risueñas.

Se la pasan mirándome por encima del hombro y riéndose. Busco a


Charlie, pero Charlie está jugando conversa con sus amigos, todos
ellos tiburones. Me voy a sentar en un viejo tronco. Me desato los
cordones y trato de atarlos de nuevo, recordando cómo lo hizo
Molly. Lo intento una y otra vez. Después de un rato, descubro que
puedo hacerlo. No quedó prolijo, y está un poco flojo, pero puedo
hacerlo. Y lo mejor de todo es que Molly me ve desde el otro lado
del patio, y me sonríe.
No usamos botas en casa, salvo para ir a la iglesia. Mamá las usa,
por supuesto, y papá también usaba sus grandes botas con clavos,
con las que murió. Cuando el árbol cayó, yo estaba ahí con él en el
bosque, solamente él y yo. Antes de ir a la escuela, él me llevaba a
menudo al trabajo, para que no hiciera travesuras, decía. Montaba
con él en Billyboy y lo abrazaba por la cintura, mi cara apretada
contra su espalda. Me encantaba cuando Billyboy empezaba a
galopar. Esa mañana galopamos todo el camino, colina arriba, a
través del bosque de Ford's Cleave. Todavía me reía cuando me bajó
del caballo.
-A correr, remolón —me dijo-. Diviértete.
No necesitaba decírmelo. Había cuevas de tejones y zorros para
espiar, huellas de ciervos para rastrear, flores para cortar o
mariposas para perseguir. Pero esa mañana encontré un ratón, un
ratón muerto. Lo enterré bajo un montón de hojas. Estaba haciendo
una cruz de madera para su tumba. Papá estaba talando, a ritmo
continuo, muy cerca, gruñendo y bufando con cada golpe, como
siempre. Al principio sonó como un gruñido más fuerte de papá. Eso
pensé que era. Pero luego, extrañamente, el sonido no parecía venir
de donde él estaba, sino de algún lugar entre las ramas más altas.
Al mirar hacia arriba, vi el enorme árbol encima de mí, meciéndose,
mientras todos los otros árboles estaban inmóviles. Crujía, mientras
los
otros árboles estaban silenciosos. Lentamente me di cuenta de que se
estaba cayendo, y que cuando cayera, lo haría justo encima de mí,
que yo iba a morir y que no podía hacer nada al respecto. Me quedé
ahí parado y mi Fando, hipnotizado por su caída paulatina, mis
piernas congeladas, incapaz de moverme.
Escucho a papá gritar:
Tommo! ¡Tommo! ¡Corre, Tommo! —pero no puedo. Veo a papá
correr hacia mí entre los árboles, su camisa al viento. Lo siento
levantarme y ponerme a un costado de un solo movimiento, como si
fuera una gavilla de trigo. En mis oídos, un rugido atronador y nada
más.
Cuando me despierto veo a papá enseguida, veo la suela de sus botas
con los clavos gastados. Me arrastro hasta donde está tirado,
aplastado por la copa frondosa del enorme árbol. Está de espaldas,
con la cara hacia el otro lado, como si no quisiera verme. Un brazo
se estira hacia mí, su guante caído, su dedo señalándome. De la nariz
le sale sangre y cae sobre las hojas. Sus ojos están abiertos, pero sé
inmediatamente que no me ve. No respira. Cuando le grito, cuando
lo zamarreo, no se despierta. Recojo su guante.
En la iglesia, estamos sentados uno junto al otro en la primera fila:
Mamá, Big Joe, Charlie y yo. Nunca en la vida nos sentamos en la
primera fila.. Ahí se sientan siempre el Coronel y su familia. El
cajón está apoyado en un caballete, mi papá adentro, con su traje de
domingo. Una golondrina vuela por encima de nuestras cabezas
durante todas las oraciones, durante todos los himnos, yendo de
ventana a ventana, descendiendo en picada del campanario al altar,
buscando una salida. Y yo sé con certeza que es papá tratando de
escapar. Lo sé porque nos dijo más de una vez que en su próxima
vida quería ser un pájaro, así podría volar libre siempre que quisiera.
Big Joe se la pasa señalando a la golondrina. Luego, sin previo
aviso, se levanta y camina hasta el final de la iglesia y abre la puerta.
Cuando regresa, le explica a mamá lo que hizo en su acostumbrado
vozarrón, y la abuela-lobo, sentada junto a nosotros con su sombrero
negro, lo reta y nos reta a todos nosotros. Supe entonces lo que
nunca había entendido antes, que ella se avergüenza de ser uno de
nosotros. No entendí realmente por qué hasta después, hasta que fui
más grande.
La golondrina se posa en una viga alta, encima del cajón. Levanta
vuelo y sube y baja a lo largo de la nave central hasta que al fin
encuentra la puerta abierta y se va. Y sé que papá está contento
ahora en su siguiente vida. Big Joe se ríe a carcajadas y mamá le
agarra la mano. Los ojos de Charlie se encuentran con los míos. En
ese momento, los cuatro estamos pensando exactamente lo mismo.
El Coronel sube al púlpito a hablar, con su mano apretando la solapa
de su saco. Declara que James Paz fue un buen hombre, uno de los
más trabajadores que ha conocido, la sal de la tierra, siempre
contento en el trabajo; que la familia Paz ha trabajado de una forma
u otra para su familia por cinco generaciones. En sus treinta años de
leñador en su hacienda, James Paz no llegó una sola vez tarde al
trabajo, y era un orgullo para su familia y su pueblo. Mientras el
Coronel sermonea, yo pienso en las cosas desagradables que papá
solía decir de él —"viejo podrido" o "viejo loco y estúpido"—, pero
como el Coronel le pagaba el jornal a papá y era el dueño del techo
que nos cobijaba, nosotros, los chicos, debíamos ser respetuosos con
él cuando lo veíamos, sonreír y hacerle la venia, y debía parecer que
lo hacíamos sinceramente, si sabíamos lo que nos convenía.
Después nos reunimos alrededor de la tumba y allí lo bajaron a papá,
mientras el párroco no paraba de hablar. Quiero que papá escuche
los pájaros por última vez antes de que la tierra lo tape y no le quede
nada más que el silencio. Papá adora las alondras, adora verlas subir,
subir tan alto que solo puede verse su canto. Miro deseando ver una
alondra, y ahí está un tordo cantando en el tejo? Un tordo tenía que
ser... Escucho a mamá
susurrándole a Big Joe que papá ya no está realmente en el cajón,
sino en el cielo, ahí arriba —ella le señala el cielo más allá del
campanario de la Iglesia y que él es feliz, feliz como los pájaros.
La tierra golpea y retumba sobre el cajón detrás de nosotros mientras
nos alejamos, mientras lo abandonamos. Caminamos juntos a casa
por trochas angostas. Big Joe va recogiendo dedaleras y
madreselvas, llenando las manos de mamá con flores, y ninguno
tiene lágrimas para llorar o palabras para decir. Yo, menos que
nadie. Porque tengo un secreto tan horrible en mi interior, un secreto
que no puedo contarle a nadie nunca, ni siquiera a Charlie. Papá no
tenía que morir esa mañana en el bosque de Ford's Cleave. Trató de
salvarme. Si solo hubiera tratado de salvarme yo mismo, si hubiera
corrido, él no estaría muerto en su cajón. Mientras mamá me
acaricia el pelo y Big Joe le ofrece una madreselva más, todo lo que
puedo pensar es que soy la causa de todo esto.
Yo maté a mi propio padre.

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