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Soldado+paz +1
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Soldado+paz +1
Soldado Paz
- De todas formas, yo te voy a cuidar.
Eso sí lo creo, porque él siempre lo hizo. Me está cuidando: me baja
y me lleva a través del bullicioso cotorreo del patio de la escuela, su
mano en mi hombro, tranquilizándome, protegiéndome.
Suena la campana de la escuela y nos formamos en dos filas
silenciosas, unos veinte chicos en cada una. Conozco a algunos de la
escuela dominical. Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que
Charlie ya no está a mi lado. Está en la otra fila, y me está guiñando
un ojo. Le devuelvo el guiño y él se ríe. No puedo guiñar con un ojo,
todavía. A Charlie siempre le causa mucha gracia. Luego, veo al
señor Munnings parado en la escalera, haciendo sonar sus nudillos
en medio del repentino silencio del patio. Tiene mejillas peludas y
una gran panza que asoma por debajo de su chaleco. Tiene un reloj
de oro abierto en su mano. Son sus ojos los que amenazan y sé que
me están buscando.
-¡Ajá! —exclama, señalándome. Todos se dan vuelta para mirar Un
nuevo niño, un nuevo niño para aumentar mis problemas y
tribulaciones. ¿Un Paz no era suficiente? ¿Qué he hecho yo para
merecer otro más? Primero, Charlie Paz, y ahora, Thomas Paz. ¿No
hay fin para mi infortunio? Entienda esto, Thomas Paz, aquí yo soy
su amo y señor. Usted hace lo que yo digo cuando yo lo digo. No
hace trampas, no miente, no blasfema. No viene a la escuela
descalzo. Y sus manos deben estar limpias. Estos son mis
mandamientos. ¿He sido lo suficientemente claro?
-Sí, señor—susurro, sorprendido de tener un resto de voz.
Desfilamos delante de él, con las manos unidas en la espalda.
Charlie me sonríe mientras las filas se separan: “Mojarritas" hacia
mi clase, "Tiburones" hacia la suya. Soy el más pequeño de las
“Mojarritas". La mayoría de los tiburones son más grandes que
Charlie; algunos tienen catorce años. Lo sigo mirando hasta que la
puerta se cierra detrás de él y ya no está. Hasta este momento nunca
supe lo que era estar verdaderamente solo.
Los cordones de mis botas están desatados. No puedo atar cordones.
Charlie puede, pero no está acá. Escucho la voz de trueno del señor
Munnings tomando lista en la clase de al lado, y me alegro de tener
a la señorita McAllister. Puede que ella hable con un acento raro,
pero al menos sonríe y al menos ella no es el señor Munnings.
Thomas —me dice-, te vas a sentar ahí, junto a Molly. Y tus
cordones están desatados.
Todos parecen reírse de mí a escondidas, mientras me acomodo. No
quiero hacer otra cosa que escapar, salir corriendo, pero no me
atrevo. Todo lo que puedo hacer es llorar. Bajo la cabeza para que
no puedan ver mis lágrimas.
- Llorar no te va a atar los cordones, ¿sabes eso? —me dice la
señorita McAllister.
-No puedo, señorita -le digo.
-"No puedo" no es una frase que usemos en mi clase, Thomas Paz -
me dice—. Tenemos simplemente que enseñarte a atar tus cordones.
Para eso estamos acá, Thomas, para aprender. Para eso venimos a la
escuela, ¿no es verdad? Muéstrale, Molly. Molly es la mayor de mi
clase, Thomas, y la mejor alumna. Ella te va a ayudar.
Así, mientras ella pasa lista, Molly se arrodilla frente a mí y me ata
los cordones. Ella ata los cordones de una manera muy diferente a la
de Charlie, muy delicadamente, más despacio, con un gran moño y
doble nudo. No me mira mientras lo hace, ni siquiera una vez, y yo
deseo que lo haga. Tiene el cabello del mismo color que Billyboy, el
viejo caballo de papá: castaño dorado y brillante. Me gustaría estirar
la mano y tocarlo. Luego ella levanta la cabeza y me mira por fin, y
sonríe. Es todo lo que necesito. De pronto, no quiero volver
corriendo a casa. Quiero quedarme aquí con Molly. Sé que tengo
una amiga.
En el recreo, en el patio de la escuela, quiero ir a hablar con ella,
pero no puedo porque está siempre rodeada de una bandada de niñas
risueñas.