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4, La escritura manuscrita y la imprenta: ruptura o continuidad Recientemente la lingitista e historiadora de las lenguas Anna Morpurgo-Davies escribié que «en el estudio de la escritura todo es problematico»,' lo cual es, desde luego, correcto. Pero estamos aqui para presentar y, si es posible, resolver los problemas y no para complicarlos mas. Ahora bien, para simplificar y reducir, en la me- dida de lo posible, a entidades los problemas planteados, creo que seria oportuno considerar las «escrituras» no de una manera més 0 menos abstracta, en tanto que estructuras 0 sistemas de escritura, sino mas bien las practicas de escritura, o mejor las maneras de es- cribir, tal como éstos son ejecutados por los que escriben, en una si- tuacién histérica determinada. En realidad, sabemos muy poco de estas practicas, tanto desde el punto de vista de los conocimientos propiamente técnicos (no creo que demasiados paleégrafos, historiadores de la escritura, disefado- res graficos, grafélogos, etc., hayan leido y estudiado, como se mere- ce, el excelente manual de Edward Johnston), como desde el punto de vista de la elaboracién teérica. Me refiero a las teorizaciones del acto de escribir y a las propuestas de nuevas terminologias expues- tas por criticos y filésofos como Jean Ricardou* y Gérard Genette‘o por historiadores de la cultura medieval como Albert d’Haenens, que recientemente afirmaba, con toda razén, en un brillante ensayo de propuesta teérica que: «Se estudia la paleografia de lectura y el peritaje de las escrituras, observando el trazado y (eventualmen- te) su evolucién, y no el modo de trazar y su historia».° Proponer una historia del trazado significa proponer una histo- ria de las técnicas de escritura y proponer semejante historia signi- fica abrir el camino a la historia de los actos fisicos que han esta- blecido cada técnica, la han fijado en textos determinados y la han realizado dia a dia de manera concreta. Es precisamente por esto que D’Haenens concluia su provocacién subrayando que: «una inte- 117 Escaneado con CamScanner rrogacién sobre la relacién con la escritura pasa por una interroga- cién sobre la intervencién del cuerpo y el recurso a la técnica».® En el marco de este coloquio se ha hablado muchas veces de todo esto: de técnicas, de participacién del cuerpo, de procedimientos ma- nuales y visuales y todos hemos aprendido mucho sobre estos temas. Sin embargo, pienso que hablar de practicas de la escritura signifi- ca sobre todo hablar no de uniformidad, sino de diferencias. La «es- critura» en sf y por sf, en singular, no existe; es pura y simplemente una abstraccién. En el curso de la historia de las sociedades de ex- presién escrita, los procedimientos manuales e intelectuales que contribuyen de manera concreta ala realizacién de las escrituras 0, mejor, de los testimonios escritos, han sido directamente influidos y determinados por los instrumentos, los materiales y las técnicas adoptadas y han variado enormemente en el tiempo. Lo cual quiere decir que las técnicas de escritura comprometen en cada ocasién, de diferentes maneras, las aptitudes intelectuales, visuales y manuales de aquellos que escriben, determinando la duracién de la ejecucién, la posicién fisica y los gestos, en suma, la relacién con el espacio y el tiempo. La relacién entre escritura manuscrita y escritura impresa es una relacién que, en cualquier época y en cualquier situacién, se desarrolla siempre en el sentido de la diferencia y de la oposicién, pero jams de la ruptura. La ruptura, en efecto, excluye la rela- cién, mientras que, en toda sociedad que produce escritos, siempre ha existido una especie de relacién entre las dos maneras de escri- bir o mas bien de producir escritos. En realidad, entre la escritura manuscrita y la escritura impresa s6lo hay una continuidad pura- mente exterior y formal. Sin embargo, a pesar de la oposicién y de la diferencia, siempre han existido algunas formas de confronta- cién, de intercambio y de imitacién, y la conciencia de pertenecer a un mismo mundo de formas y de expresiones igualmente siempre ha existido. A fin de que mi comparacién sea comprensible y util, he preferi- do limitar la investigacion a la situacién en la Europa occidental du- rante la segunda mitad del siglo xv, es decir, la época durante la cual las dos maneras de producir la escritura y lo escrito se enfren- tan y se entrecruzan en las ciudades de Alemania, Francia e Italia, y luego, poco a poco, de toda Europa. Incluso antes de comenzar es preciso evitar, en mi opini6n, el equivoco que consiste en comparar las escrituras, es decir, los tipos 118 Escaneado con CamScanner de escritura utilizados en un dmbito y en el otro; es un método del todo estéril que no puede producir ningtin resultado significativo.’ ‘Lo que hay que comparar, para entender las diferencias, no son los tipos de escritura, sino las practicas de escritura, es decir, las ma- neras y las técnicas de la produccién escrita en los dos medios. Lo cual nos lleva inevitablemente a estudiar a los operadores de la es- critura, los hombres y mujeres que, en los dos émbitos, escriben y producen testimonios escritos, su cultura material, sus aptitudes y sus capacidades técnicas, su manera de ser y de actuar. En la Europa de la segunda mitad del siglo xv, estos operadores son, de un lado, los copistas profesionales y, del otro, los cajistas. De estas dos categorias, es preciso estudiar y comparar sucesivamente: — primero, la posicién del cuerpo en el espacio de trabajo, los gestos y los procedimientos manuales, es decir, la actividad efectuada con las dos manos: una, que podemos definir como «grafica» y, otra, que no escribe pero participa indirectamente en las opera- ciones de escritura, y luego también los instrumentos, los mate- riales y las técnicas; — los lugares y los tiempos de produccién de la escritura, en uno y otro caso; — larelacién visual y fisica con el ejemplar; - por ultimo, el nivel cultural y social, la educacién y la cultura grafica de los miembros de estas dos categorias. Comencemos por la posicién y los gestos de los copistas, refirién- donos exclusivamente a los copistas profesionales. Ellos escribian sentados derechos delante de su pupitre: «colocaban su cuaderno 0 su hoja de papel o de pergamino sobre un atril muy inclinado, como Jos pintores ponen sus telas sobre los caballetes casi verticales, y di- bujaban sus letras con la mano levantada a la manera de los pinto- res bosquejando sus cuadros».' Esto significa que dibujaban la es- critura «con movimientos cortos»’ yuxtaponiendo trazos de pluma muy reducidos que constitufan la unidad minima de ejecucién gré- fica. Desde esta perspectiva, recordemos también el elocuente testi- monio de Francesco Petrarca, quien, sin duda, no por azar, compara- ba el personaje del copista con el del pintor en una célebre carta, en la que desaconsejaba escribir «vaga quidem ac luxurianti littera, qualis est scriptorum seu verius pictorum nostri temporis»."” Aun mas exacta y detallada nos parecerd la contribucién critica aporta- da sobre este tema por los autores de tratados de escritura de los si- glos xv y xvi." Asi, Gabriel Altadell, un copista catalan que trabaja 19 Escaneado con CamScanner durante algunos aiios, a partir de 1450," al servicio de Alfonso de Aragon, rey de Napoles, afirma especialmente, en un breve tratado, De arte scribendi, atin inédito, que las escrituras formales deben ser ejecutadas suspensa manu, lo que significa escribir dibujando cada signo con pequefios trazos de pluma yuxtapuestos, de manera casi mecdnica y en todo caso de manera seriada y repetitiva; no es ca- sual que el mismo Altadell hablara de fabricare litteras." Todos conocemos perfectamente el extraordinario vocabulario técnico adoptado por los maestros de escritura en Occidente en los siglos XV y XVI, un vocabulario fundado de manera técnica y precisa en los procedimientos del trazado de las escrituras formales y, en particular, de la mas formal de todas, la textualis, a la que hoy Ila- mamos habitualmente gotica. En sus tratados, los maestros de es- critura reconstituyen los procedimientos de escritura en términos geométricos, por lo que concierne a la estructura de los signos, y en términos antropomérficos, por lo que concierne a su dibujo. Asi, en el pequefio tratado de Altadell ya citado, encontramos «tibie» y «capita» («quadrangularia», «transversalia» y «semiperpendicularia») y tam- bién unos «puncti». En el tratado del monasterio de Melk, junto a términos como «punctus» y «punctus quadratus», «baculus», «virgula» 0 «galea» se encuentran otros como «venter», «dorsum», «umbilicus»;'* por ultimo, en el Luminario de Giovan Battista Verino, publicado en Toscolano, sobre el lago de Garda, en torno a 1527, se encuentran términos propiamente técnicos, expresados en lengua italiana: «tra- 20», «punto», «medio punto», «cabeza», «media cabeza» y «asta». El Luminario, como ha subrayado primero Emanuele Casamassima y recientemente también Stefano Zamponi,"* constituye un verdadero tesoro de términos y de indicaciones de naturaleza técnica concer- nientes a la cultura de los escribas de la baja Edad Media. En realidad, los conocimientos en el Ambito de la escritura de los copistas profesionales del siglo xv, unos «mechanici et manuales li. brorum», como los definié Jean Gerson,” superaban el simple domi- nio de las formas y las tipologias graficas. Todos los que conocen las paginas admirablemente construidas y compuestas, sus relaciones con los recuadros y los espacios, las columnas perfectamente calibra- das, las lineas apretadas, pero distintas, los espacios entre columnas, los margenes, los titulos corrientes, etc., saben perfectamente que los copistas dominaban igualmente un mas general y global «ars bene scribendi», que englobaba el proceso de impaginacién y las sutiles relaciones, de orden grafico y estético, entre blanco y negro, entre ne- gro y rojo, entre lo escrito y lo no-escrito, entre lo escrito y lo escri- to. Se trataba, pues, de conocimientos muy vastos y complejos que 120 Escaneado con CamScanner podian tocar, en algunos casos, los mecanismos de la imposicién, en el sentido particular que muy recientemente se ha precisado: «esta impuesto todo manuscrito en el que la transcripcién del texto ha precedido al troquelado de los diplomas»."” Aparte de los copistas y los cajistas, del trabajo de los cuales hay que afirmar de antemano que, en el proceso de produccién del libro impreso, la responsabilidad de la «mise en écriture» (conversién en la escritura), es decir, de las técnicas y de las practicas del escribir en el sentido propio del término, es dividida y compartida entre va- rias categorias de operadores manuales. Entre éstos es preciso con- siderar, primero, a los fundidores de caracteres, verdaderos técnicos de los tipos de escritura, quienes, disefiando y grabando sobre me- tal, proporcionaban los modelos y, al mismo tiempo, las formas de la escritura. En el otro extremo de la cadena jerarquica que realizaba el proceso de la impresion, los prensistas, que hacfan funcionar las prensas, realizaban golpe tras golpe la impresién de los signos sobre el papel y, por tanto, «escribian» en el sentido propio y material de la palabra, por medio de su instrumento mecanico, la prensa. Sin ninguna duda, la actividad de los cajistas era la mas direc- tamente relacionada con el proceso global de la conversi6n en escri- tura del texto. Pero ésta pasaba a través de una serie de operacio- nes manuales del todo diferentes de las de los copistas, pues se trataba no de dibujar manualmente las letras, sino de coger uno a uno los caracteres dispuestos en la caja y ponerlos al revés y en or- den en el componedor, y luego ordenar las lineas y los espacios en la forma correspondiente a la pagina; todo ello con «una gran rapidez y una gran seguridad», dictadas por «un verdadero automatismo, nocién nueva en el siglo xv».!® Sin embargo, pese a la profunda variedad de las practicas ma- nuales y de las técnicas utilizadas, habfa también elementos de uni- formidad, ante todo en la postura de los operadores. En efecto, en el curso del siglo xv e incluso durante la primera mitad del xvi, los ca- jistas trabajaban, por analogia justamente con los copistas, senta- dos delante de una caja muy baja, debajo de una ventana que les proporcionaba la claridad necesaria para las operaciones de compo- sicién. Mas tarde, cambiaron de posicién y comenzaron a trabajar de pie, lo que les permitié controlar de una manera mas global la caja (0 las cajas) y aleanzar un ritmo de composicién mucho mas ra- pido, pero también constituyé el sintoma de una degradacién pro- gresiva debida a una mayor mecanizaci6n de la categoria y, desde 121 Escaneado con CamScanner luego, no una mejora, que algunos, sin embargo, han querido ima- ginar, de las condiciones de trabajo." En realidad, més alla de las técnicas de puesta en escritura de un texto, los cajistas también Ievaban a cabo la tarea de ordenar los espacios del libro, pues realizaban el ajuste de las hojas, del que eran responsables. En un optisculo muy conocido redactado en el circulo de Christophe Plantin y publicado por él en Amberes en 1567, La premiere et la seconde partie des dialogues frangois pour les jeu- nes enfants, se describen de manera muy minuciosa las operaciones de ajuste efectuadas por los cajistas; de donde se desprende su res- ponsabilidad directa en la presentacién del libro. Se tiene la impre- sién de que, en realidad, el cajista era mas que un especialista de la escritura mecanica impresa y que sus funciones se aproximaban, en cierto modo, a las del disefador, creador y organizador de los espa- cios del libro y de las medidas de lo escrito. Ahora tenemos que comparar los lugares y los tiempos del tra- bajo de produccién de lo escrito de unos y otros, comenzando, como es natural, por los copistas y por sus lugares de trabajo, que re- cientemente fueron definidos como «el espacio de la (re)produccién textual». Se trata generalmente de lugares de trabajo privados y persona- les, de lugares normalmente aislados y donde la autonomia es abso- luta; en suma, de lugares (y el hecho no es, ni puede ser, indiferente) que acercan el personaje del copista profesional a aquél, naciente, del intelectual moderno. El «pequefio estudio» del poeta, del hombre de letras o del humanista es un lugar fisico semejante al del copis- ta, donde reinan los mismos muebles, los mismos instrumentos y los mismos libros; donde el espacio reducido, pero auténomo, es con- cebido de la misma manera; donde, sobre todo, se cumplen los mis- mos gestos y las mismas liturgias: se lee y se escribe. En lo que se refiere al tiempo de ejecucién, la reproduccién ma- nual del libro constituia, segtin Bozzolo y Ornato, «una tarea penosa, pero sobre todo lenta».” Basandose en el examen de una vasta mues- tra de manuscritos suscritos y fechados de la baja Edad Media, los dos investigadores franco-italianos han establecido, como se sabe, que la velocidad media de copia era de tres folios por dfa, lo que sig- nifica que para copiar un manuscrito de unos 200 folios se necesita- ban dos meses y medio, aproximadamente.” El trabajo de copista profesional era, pues, auténomo, solitario y sobre todo muy lento. 122 Escaneado con CamScanner Los cajistas trabajaban en un lugar cerrado, el taller tipografico que, como la mayoria de los talleres artesanales, consistia general- mente en una habitacién mas o menos estrecha donde se encontra- ban las prensas, la mesa del corrector o del maestro tipégrafo, las cajas de componer y muchas otras cosas més; una habitacién donde trabajaban, al mismo tiempo, codo con codo, numerosas personas, efectuando diferentes operaciones, en diferentes posiciones fisicas: de pie, sentados, inméviles 0 desplazandose, callados o hablando. E| taller tipografico era, pues, normalmente un ambiente cerra- do, estrecho y poco confortable, que el cajista no habia elegido, que no le pertenecia y del que no podfa disponer. As{, tenia que trabajar en un lugar que pertenecia a otros, segtin unas reglas establecidas por otros y en un espacio no cireunscrito, no defendible, sujeto a la voluntad y al arbitrio de otros; en suma, en una situacién fisica en todo y por todo semejante a la de los operarios. Con estos ultimos, el cajista tenfa también en comin el hecho de que su tiempo, en el do- ble sentido del horario y del ritmo de trabajo, estaba establecido y fijado por otras personas. Sabemos perfectamente que, al menos por lo que concierne a los siglos xv y xvi, los horarios de trabajo en las tipografias eran bas- tante largos y extremadamente fatigosos. Por otra parte, los tiempos de ejecucién eran muy lentos, de manera que ellos alcanzaban, en al- gunos casos, los de la ejecucién manuscrita. No es hasta la segunda mitad del siglo xvi que los editores (y ya no los duefios de los talleres) pretendieron imponer ritmos de trabajo mas rapidos y procedimien- tos automatizados para mejorar el rendimiento. En 1558 Girolamo Ruscelli observaba: «en efecto, los pobres trabajadores, estén ante las cajas, con las letras, o ante las prensas, habitualmente tienen demasiado trabajo que hacer durante la jornada, de manera que la menor pérdida de tiempo o el menor tropiezo, cosa que sucede muy a menudo en las imprentas, les ocasionan toda clase de perjuicios».* Mas tarde la habilidad manual y la rapidez de los gestos de los ca- jistas provocarian la mas viva admiracién del piblico. Notemos el asombro que expresaba el novelista del siglo xvm Francesco Fulvio Frugoni al describir el trabajo frenético de tipografia: «Sucedié que vi una imprenta abierta, llena de numerosos trabajadores atareados en imprimir libros. Senti deseos de entrar y examinar la novedad de este trabajo y observé primero a los cajistas, mas répidos que los linces, con un vistazo, elegian, con mano rapida, los caracteres en las cajas fuliginosas para enlazarlos en las palabras».** Segun Roger Laufer: «El acto de copia comprende cuatro momen- tos: lectura, memorizaci6n, escritura y vuelta al original»; ahora 123 Escaneado con CamScanner bien, estos cuatro momentos 0, mas bien, cuatro movimientos, eran comunes a los copistas y a los cajistas. Las diferencias, como se ha visto, aparecen en la tercera fase del proceso, la de la escritura, pero también en la relacién fisica e intelectual con el ejemplar. Para el copista, normalmente, se trata de una relacién muy estre- cha y global. El ejemplar, en general, es un libro completo, puesto al lado del escriba sobre un pupitre inclinado. Puesto que la competen- cia de los copistas profesionales en el ambito de la escritura es muy grande, la distancia cronolégica entre el ejemplar y la copia puede ser muy grande y ocultar también una gran diferencia de tipo de escritu- ra. Para el cajista, la disposicién del ejemplar, tal como nos la revela la iconografia de las tipografias de la época, era del todo diferente. Primero, no era un libro, sino hojas sueltas, sujetas una tras otra a una varilla de madera fijada en Ja caja y suspendida delante de los ojos del cajista. Este, pues, no tenia que volver la cabeza o la mirada para leer, sino sélo levantar la cabeza, mientras que las manos re- conocian las letras al tacto; asi, se economizaba mucho tiempo en el trabajo de «copia». Por ultimo, en la mayoria de los casos, los ejem- plares estaban constituidos por manuscritos contempordneos ejecuta- dos expresamente para la tipografia de los textos. Esto permitia eli- minar la distancia cronolégica y grafica, pero a veces planteaba problemas de otro tipo en razén de las dificultades presentadas por el desciframiento de las cursivas de los copistas contemporéneos.** En efecto, el estudio del sistema de copia dentro de una y otra practica de escritura deberia igualmente englobar el estudio de los ti- pos de errores de los copistas, o mas bien la comparacién de los erro- res propios de unos y otros; entre los errores materiales de los cajistas (gazapos, letras invertidas, etc.) y los de los copistas: los errores de lectura y de dictado interior, las modificaciones de orden grafico y fonético de unos y otros, las practicas de manipulacién y de fluctua- cién que sobrevenian en las mesas de unos y otros. Pero se trata de un tema demasiado vasto y complicado, que es del ambito de numerosas y diferentes disciplinas, de la filologia has- ta la historia de las lenguas, de la lingijistica a la psicologia (los erro- res y los lapsus), para ser tratado aqui. Es por eso que me parece més prudente desear, en conclusién, que se consagre expresamente a este tema otro coloquio interdisciplinario, que espero préximo. A fin de completar el cuadro de andlisis comparativo trazado al principio habra que comparar, por tiltimo, a los copistas y a los cajis- tas desde el punto de vista de sus respectivos niveles culturales y 124 Escaneado con CamScanner sociales, de los grados de instruccién y de cultura grafica, de los co- nocimientos lingiiisticos, de la conciencia profesional, de los com- portamientos sociales, de las relaciones laborales, ete. Se puede decir que conocemos bastante bien a los copistas profe- sionales de la Europa del siglo xv, gracias al precioso repertorio de colofones de manuscritos recopilado por los benedictinos del Bouve- ret y a otros censos mas recientes que nos proporcionan una rica cosecha de datos.”” La mayoria de los copistas posefan otro esta- tus social y otra cualificacién profesional u otro oficio; eran maestros de escuela o de gramatica, preceptores, bibliotecarios, estudiantes universitarios y, mas a menudo, notarios o cancilleres y eclesidsticos de los niveles menos elevados de su carrera (monjes, clérigos, frai- les, algunos capellanes, algunos curas, religiosas y, excepcionalmen- te, algunos canénigos). Se trataba, pues, de hombres que tenian una relacién constante y cotidiana con el mundo de la cultura escrita, con los libros, las escrituras formales, la lengua y la cultura oficiales. Eran hombres de pluma que no sélo escribian libros, sino que los leian y posefan, en razén misma de sus funciones culturales y so- ciales. Un elemento suplementario de la conciencia, entre los copis- tas profesionales del siglo xv en Europa, de su papel cultural, es pro- porcionado por la coleccién, ya mencionada, de los colofones de los benedictinos del Bouveret. Mientras que en los colofones de la alta Edad Media las quejas expresadas por los copistas en relaci6n al es- fuerzo fisico ligado al trabajo de copia son muy numerosas, no apa- rece ninguna indicacién de este tipo en los colofones de los copistas profesionales de la Edad Media tardfa y, en particular, del siglo xv. Se sabe, pues, mas 0 menos bien, quiénes eran los copistas, pero, {quiénes eran, en realidad, los cajistas? De estos uiltimos, no cono- cemos ni los nombres, ni las condiciones sociales, ni los niveles de cultura. Carecemos de fuentes directas y de testimonios indirectos relativos a ellos. Febvre y Martin tienen una pequefia confusién con el uso de los términos, definiéndolos como «los tipégrafos» a secas y atribuyéndoles las caracteristicas de una categoria global, que, al principio, no existia en tanto que entidad y que, en realidad, estaba profundamente dividida en numerosas subcategorias.”* De las imagenes que representan talleres de tipografia,”” muy nu- merosas entre los siglos xv y Xv, se desprende que los cajistas se dis- tinguian de otros operarios presentes en el taller no sélo porque atin trabajaban sentados, sino también porque estaban vestidos de una manera més distinguida, con unas ropas largas y un pequeiio som- brero. Se sabe con certeza que recibian salarios algo mas elevados que los demas trabajadores y a veces inferiores, en comparacién a 125 Escaneado con CamScanner los de los prensistas.” Es evidente, por otra parte, que pertenecfan con todo derecho al mundo de los artesanos y, por tanto, a la cultu- ra técnica y material, no libraria, funcional y monolingie de los pe- quefios comerciantes, de los obreros cualificados de las tiendas y de los talleres. En los origenes mismos del fenémeno de la tipografia se encuen- tran excepciones; es el caso de los monjes del convento de Santa Sco- lastica de Subiaco que, en 1467, ayudan a Schweynheim y Pannartz en el trabajo de composicién del texto de san Agustin, o también, al- gunos afios mas tarde, en 1481, el de la hermana Marietta que par- ticipa en la composicién del Morgante de Pulci en la tipografia de Ripoli.* En pleno siglo xvii, el escritor italiano Agostino Mascardi, deplo- rando como tantos otros los errores tipograficos que desfiguraban, en su opinién, la edicién veneciana de las Prose volgari, describe de una manera totalmente negativa las capacidades profesionales de los ca- jistas y su cultura; de ello resulta el retrato de un obrero, no el de un intelectual.** Es muy dificil extraer, en el punto en que estamos, verdaderas conclusiones de lo que acabo de decir, sobre todo si se respeta la na- turaleza extremadamente abierta y problematica de este coloquio. En 1540, el gran maestro italiano de caligrafia Giovanni Battis- ta Palatino escribia en su Libro nuovo que «la imprenta no es més que una escritura sin pluma»,** pero se equivocaba mucho. En efec- to, su punto de vista era del todo literario, ideol6gico y falso, porque estaba deliberadamente muy lejos de la practica concreta de las téc- nicas, de los talleres y del trabajo de los operadores. Hoy, por el con- trario, Elisabeth Eisenstein nos recuerda que «a pesar de sus es- fuerzos para copiar los manuscritos lo mas fielmente posible, es cierto que Peter Schéffer, como impresor, seguia otros procedimien- tos que Peter Schéffer como copita escriba. La ausencia aparente de cualquier cambio en el producto se combinaba con un cambio com- pleto en el método de produccién, lo que dio lugar a una paraddjica combinacién de continuidad visual y de cambio radical»."* En efecto, cuando los copistas se hicieron tipégrafos, como sucedié muy a me- nudo en el curso de la segunda mitad del siglo xv, no se convirtieron en prensistas ni en cajistas, sino en libreros-editores, jefes de taller, disefiadores de caracteres para los fundidores de tipos 0 incluso co- rrectores de pruebas, de modo que sus avatares confirman de ma- nera paraddjica lo que se deduce, creo, de manera evidente de lo que 126 Escaneado con CamScanner se acaba de decir. Hubo desde el principio grandes diferencias, que se mantuvieron en el tiempo, entre los usos de la produccién manual y de la produccién mecdnica de la escritura. Francois Furet ha escrito: «incluso recubierta de muchas sedi- mentaciones criticas, la escritura de los hombres esta lejos de haber sido descifrada en términos de historia». Pues bien, incluso en los avatares de los escritos de los hombres, descifrar y comprender sig- nifica sobre todo ser y seguir siendo capaz de distinguir. Notas 1. «Forms of Writing in the Ancient Mediterranean World», en The Written Word: Literacy in Transition, edicién de Gerd Baumann, Oxford, 1986, p. 51. 2. Me refiero a E. Johnston, Writing and Illuminating and Lettering, Londres, 1906; iltima edicién Londres-Nueva York, 1987. 3. Sélo citaré aqui sus Nouveaux problémes du roman, Paris, 1978. 4. Aqui s6lo remitimos a Palimpsestes, Paris, 1982 [Palimpsestos. La literatura en segundo grado, Madrid, Taurus, 1989). 5, «Ecrire, utiliser et conserver des textes pendant 1500 ans: la relation occidental a Vécriture:, en «Serittura e civilté», 7, 1983, pp. 225-260; la cita esta en la p. 232. 6. Ibid., p. 238. 7, Véase al respecto el ejemplo ofrecido por la reciente obra de Otto Mazal, Paliio- graphie und Palaotypie: zur Geschichte der Schrift im Zeitalter der Inkunabeln, Stuttgart, 1984. : 8. J. Hoyoux, «Comment travaillaient les copistes au Moyen Age», en «Bulletin de Ja Société royale “Le vieux Litge”+, IX, 1979, mimeros 206-207, pp. 405-415; la cita estd en la p. 405. 9. C. Sirat, «La morphologic humaine et la direction des écritures+, en Comptes rendus de 'Académie des Inscriptions et Belles Lettres, 1987, pp. 7-56; la cita esta en lap. 11. 10. Fam. XXIII, 19, a Giovanni Boceaccio del 28 de octubre de 1366. 11. Ademds de E. Casamassima, Trattati di scrittura del Cinquecento italiano, Mi- lan, 1966, véase también F. Gaspari, «Enseignement et techniques de lécriture du Moyen Age a la fin du xvr sidcle>, en «Scrittura e civilta», 7, 1983, pp. 201-222. 12, Sobre este personaje véase A. Petrucci, «Biblioteca, libri, scrittura nella Napoli aragoneses, en G. Cavallo (comp.), Le biblioteche nel mondo antico e medievale, Bari, 1988, pp. 193-194 (con bibliografia). 13. Biblioteca Apostélica Vaticana, Vat. lat. 7179, fol. 252r-263. 14. F. Gasparri, «L'enseignement de l'écriture a la fin du Moyen Age: & propos du ‘Tractatus in omnem modum scribendi, ms. 76 de l'abbaye de Kremsmiinster», en «Scrittura e civilté»,3, 1979, pp. 243-265. 15. De este tiltimo, véase -Elisione e sovrapposizione nella Littera textualis-, en «Scrittura ¢ civilta», 12, 1988, pp. 135-176. 16. De laude scriptorum; editado por P. Glorieux, Jean Gerson, Oeuvres completes, 9, Paris, 1973, p. 424. 127 Escaneado con CamScanner 17. SSSE85 BR 8 8 £88 128 C. Bozzolo, E. Ornato, Pour une histoire du livre manuscrit au Moyen Age. Trois essais de codicologie quantitative, Paris, 1980, p. 156. L, Febvre, H.-J. Martin, Liapparition du livre, Paris, 1972, p. 72 (trad. cast. La aparicién del libro, México, Unién Tipografica, Editorial Hispanoamericana, 1962), Ibid., p. 87. D'Haenens, Ecrire, cit., p. 241. Pour une histoire, cit., p. 46. Ibid., p. 48. G. Ruscelli, I fiori delle rime de’ poeti illustri, Venecia, Sessa, 1558, p. 606. Citado por G. Rizzo, «Minima philologica (a proposito di romanzi secenteschi)» en: La critica del testo. Problemi di metodo e esperienze di lavoro, Roma, 1985, pp. 587-602; la cita esta en la p. 596. Introduction é la textologie, Paris, 1972, p. 59. ‘Véase al respecto J. Veyrin-Forrer, «Fabriquer un livre au xvi" sidcle», en His- toire de Lédition francaise, I, Paris, 1982, pp. 279-301. '. Me refiero a: Colophons de manuscrits occidentaux des origines au xvF siécle, I- V, Friburgo, 1965-1979; A. Derolez, Codicologie des manuscrits en écriture hu- manistique sur parchemin, 1, Tarnhout, 1984, pp. 124-163; A. de la Mare, «New Research on Humanistic Scribes in Florence», en A. Garzelli, Miniatura fioren- tina nel Rinascimento, 1440-1525. Un primo censimento, Il, Seandicci, 1985, pp. 393-600. Lapparition, cit., p. 191 Véase Llapparition, cit., p. 278. Febvre y Martin, apparition, cit., pp. 196-197. ‘Véase al respecto C. Frova, M. Miglio, «Dal ms. Sublacense XLII all'Editio prin- ceps del De civitate Dei di sant’Agostino», en Scrittura, biblioteche e stampa a Roma nel Quattrocento. Aspetti e problemi, Ciudad del Vaticano, 1980, pp. 245- 273; R. Nesi, Il diario della stamperia di Ripoli, Florencia, 1906, pp. 63-67. Citado por Rizzo, Minima, cit., p. 596. La cita estd en el fol. A III verso. The Printing Press as an Agent of Change. Communications and Cultural Transformations in Early-Modern Europe, 1, Cambridge, 1979, p. 51. (De esta obra existe una version abreviada, The Printing Revolution in Early Modern Europe, Cambridge, Cambridge University Press, 1983, traducida al castellano, La revolucién de la imprenta en la Edad Moderna europea, Madrid, Akal, 1994.) frontispicio y pp. 89-95; Veyrin-Forrer, «Fabrique! Escaneado con CamScanner

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