Herralde

You might also like

Download as pdf
Download as pdf
You are on page 1of 8
oficio de editor, y parade 1 algunos difess Un editor y aqui me reficro a una raza particular de @ ci tinico sagrado es la coherencia de sy a Ores, go, tiene que jntentar ser un experto A Son Dar a ‘Asi por ejemplo, debe practicar In Hamada “yof. autor”, siguiendo la trayectoria de sus mejores CSctitores, a en sus titulos menores © poco afortunados, pero inesquiyg. bles, y simulténeamente buscar las nuevas voces de sy tien po, los posibles clasicos del futures Los grandes autores del catdlogo, a menudo vivos yen plena actividad, otros ya fallecidos cuya obra se quiere Tescq. tar (véanse Nabokov o Sebald en nuestro catélogo), ocupay una parte considerable del codiciado espacio editorial, en realidad casi un numerus clausus, por lo que cada nuevo autor incorporado debe competir ferozmente con muchos candi. datos para la casilla vacante del catilogo. Otro ejemplo, bien tipico en la profesi6n, consiste en pu blicar libros con los-que uno sabe con toda seguridad que perderé dinero (las desviaciones estadisticas son minima) pe ro se siente obligado a hacerlo, bien por la excelencia litera- ria incuestionable de un texto, bien por tratarse de un autor prometedor, desconocido y que no apuesta por Ia facilidad. Esta pérdida financiera puede venir real o ilusoriamente “compensada” (lo que en jerga contable podrfamos denomi- nar como “invertir en lucro:cesante”) por un aumento del “capital simbdlico” de la editorial, de su posible “aura’, que transmite a los “lectores fuertes”, asf llamados por los france ses, el mensaje de que todos los titulos de la editorial estin escogidos tan slo por motivos culturales y literarios. ¥ Po" para quienes lo 148 iF desconocid | grosos autores ‘dos o debutantes sebajo el paraguas del aura de la credibitidad me aie eer eee aaa at Sélo puede ser descodifiad | por aquello: : que sigan con atencién una t ™ a a ditorial. Mas atin, que capten el opiied concept eee de editor, que para la gran mayortfa de lactase el oficio mados lectores no-lectores) es un enigma que ni ae Si lla- Sin embargo esos “lectorés fuertes”, entre los niece cluyen por fortuna libreros tan vocacionales sani i in- pios editores, son los que pueden propiciar el iHisiiana poca-oreja para que ciertos titulos inesperados triunfen, sin campaiias de marketing y sin que el autor sea un brand name. Por citar algunos ejemplos de Anagrama, Los girasoles ieee de Alberto Méndez, 84, Charing Cross Road de Helene Hanff y, el mas reciente, Una lectora poco comin de Alan Bennett. También, claro esta; se precisa el apoyo de la prensa cultural yde los criticos literarios, incluso en estos tiempos en los que el mandarinato-esta tan diluido y se extiende una tendencia global a tratar la cultura en formato de suplemento domini- cal, es decir, textos breves y muchas fotos,al servicio de esos bestsellers arrolladores que Vicente Verdi ha bautizado atina- damente como “literatura infantil para adultos’. Otro efecto colateral indeseado es: que esa politica de Proteger- autor, a menudo con el escritor felizmente instalado en una editorial, se vea muy seriamente amenazada por la voracidad, a menudo insensata, de los grandes grupos, acuciados por la necesidad de facturacion y azuzados por los agentes litera- rios, de acuerdo con sus respectivos cometidos estructurales. Una de las dificultades mayores de la practica editorial estriba en el complicado manejo del ego de los autores, un celerada en consonancia con go obligado y en expansion a 149 Por buscar UP ejemplo on one Ambito, decig gus éxitos- Actor €8 0 que si no estas hablando w at, Jon Brando mplo ficilmente extrapolable, "1M te escuch® Un gj mp es, extrem damente cauy Uneditor debe seh Pu en petit comité, Close ros escritores, en mmité, en ni; Jos halagos escrito (una regla que a menudo he jp, Ico desde luce? P° uiero rendir un homenaje a Gaston ca i plido). Nate Fie con fama de bon vivant, merecid al. mard, un Te cibi6 sus memorias, una actividad ew eee al de casi todos los editores franceses, Sines at gu editorial ha tenido el oar acierto de Publica ey varios gruesos tomos, su corcespon lencia con grandes sctie tores de la casa, como Proust, Céline o Claudel. ¥ asi, assy mos a las alambicadas perfidias de Proust, a los insultos def. rantes de Céline 0 a la vanidad insuperable de Claudel (que podria resumirse asi: le resultaba incomprensible que una editorial como Gallimard publicara a pederastas como Gide, Cocteau y tantos otros, en vez de dedicar integramente sus esfuerzos a la genial obra de Paul Claudel). Pues bien, resul- ta admirable la sutileza, lo que ahora Ilamarian la “inteligen- cia emocional”, y desde luego la enorme paciencia con laque Gaston Gallimard desactivaba las inmensas ofensas imagi- nadas por esos autores. Suya fue esa inestimable aportaciéa, a tiempo casi completo, a su editorial, amparada por ott parte por la implicita force de frappe, disuasoria de fugas otros sellos, que constituia y constituye la Bibliotheque de Pléiade de Gallimard, el auténtico Pantedn de la Fama, ingreso en la Inmortalidad. Y recuerdo que su nieto, Ant Gallimard, afirmaba en una entrevista reciente que él mis™® dedicaba mas tiempo a conservar a sus autores que alos nut" vos fichajes, aot 150 Otro dilema que se puede plantea ‘logo la ficcis irernar en SU catalog ccién y el ¢ Fs grea de no ficcién). nsayo (como emblema Enel caso de Anagrama, el ensayi : 0, Y en especi: iticos, tuvo, durante la década inicial de los eet los textos + - ‘a, muy importante. Luego, en los primeros ochenta, ) Jiamente la delantera la ficcién, T un editor es cémo ) UN peso tomé am- Para luego conf, ae |. i a igurarse relacion actual: dos tercios aproximadamente de ficcion la yun tercio de no ficcién. A veces me ha preguntado algiin distri buidor observador editorial el porqué de mi senate Jos ensayos, pese @ que sus ventas son claramente menor, con las debidas excepciones, como José Antonio Marina 3 Ryszard Kapusciriski. En mi caso, me siento impelido, quiza demasiado a menudo, a incorporar a nuestro catélogo a aque- los autores y aquellos textos que contribuyan a iluminar nues- tros tiempos inciertos, a combatir aunque minimamente las injusticias, a ampliar y profundizar el ambito del saber. Y pien- so que Anagrama quedaria mutilada sin esas aportaciones. Soy consciente de la tonalidad “sepia”, como de daguerrotipo, de edicién ancien régime, de mis cavilaciones, en esta era extre- madamente mutante que analiza hicidamente Robert Mc- Crum en su extenso articulo “A thriller in ten chapters’, pu- blicado en The Observer el pasado 22 de mayo. McCrum, como es sabido, fue durante afios editor de la muy literaria Faber 8 Faber y luego, tras graves problemas de salud, pas6 a ser critico literario durante diez afios en The Observer, del que acaba de despedirse con dicho agudo e informadisimo anilisis. é McCrum subraya, en diez capitulitos, el caracter explosi- Vo de la actual mezcla de comercio global y tecnologia. Lo ilustra con los ejemplos de esos escritores desconocidos que 151 n triunfo instantanco en el mercado lob Zadie Smith cl fenmeno A pad indispensable a Cony el mercado en lengua ingl e caso J. K. Rowling: jes Yiy cisiva de espactos televisivos como ¢| Om, i 4 Unidos y Richard & Judy en ¢ Ret Bay ‘gn de festivales literarios, empezar Hay, “the new rock’n roll”, escribe McCrum (“con ad convertido en una mezcla de vigjante de Comercio, m rock y predicador”); la evolucién de los premios lite como el Booker, el Orange 0 el Costa, que juegan un a para lanzar a un autor, antes reservado a las revistg , McEwan: si hay un escritor cuyo éxito popular simbotza década es Ian McEwan, opina McCrum, subrayando at trata de un “novelista literario”; la invasion de los Bogs ye especial, desde noviembre de 2007, la aparicién de Kindle: ' primer libro. electrénico que atrapa la imaginacién de os lectores profesionales: los editores y los agentes literarios’,ag como la creciente digitalizacién de textos, impulsada por Google, empezando por las grandes bibliotecas. Toda una serie de cambios de alcance. todavia inimagi- nable, aunque Robert McCrum piensa (como yo) que toda- via no hay que despedirse de Gutenberg y que los editors, como escribe un colega, deben publicar libros cada vez mis alcanzan U! tancia de Club en Estados do; la proliferact Ts © Por qd ait si deseables como objetos. 2. El catalogo como ciudad zi H 0 ul La metéfora del catélogo editorial como un libro, com més : cane. gin ig me novela, -ha sido ya muy utilizada (por mi mismo, a 1a ‘ ae G lejos), Para no aburrirnos —"el aburrimiento ¢S a K spistoria que menos sc tiene en cuenta” obert Nisbet, que por cierto era un entretenidisi fr que siempre esquivé la jerga académica— isimo ora- otra, urbanistica, de forma poco seria y nada Propon dré ‘catalogo como ciudad, académica: »€scribis el} Socidlo- Aunque un catélogo sea en sus inicios algo asi co; ; : mo seta del perro, que puede agrandarse hasta convertirs : seta © elit sued c yivienda unifamiliar incluso en un bloque de in en 08, a : ida que, con las décadas, se despliega, podriamos utilizar a etafora de una ciudad, con sus colecciones a modo de jdas mas 0 menos amplias hasta otras como callejones final abrupto. Tomemos el caso de Anagrama, con sus avenidas Pano- a de narrativas, Narrativas hispanicas, Compactos, Con- asefias, Argumentos, Crénicas, Biblioteca de la memoria, ue son las colecciones en activo, mientras que otras, de los jos setenta, acabaron en un cul-de-sac, aunque puedan per- stir quizd en el recuerdo de algunos.aficionados afiejos y ‘memoriosos, como los Cuadernos Anagrama, la Biblioteca -de Antropologia o la Cinemateca Anagrama. _.. En ellas se erigen los monolitos dedicados.a los autores- faro de la editorial: Nabokov, Highsmith, Enzensberger, Kapusciriski, Auster, Capote, Pombo, Martin Gaite, Pitol, Pi- glia, Bolafio, Chirbes, Vila-Matas, Marina, entre otros. Tam- bién encontrarfamos las plazas que conmemoran y honran a los ganadores del Premio Anagrama de Ensayo y el Premio Herralde.-de Novela. O los jardines dedicados a aquellos _ longsellers que han ayudado a florecer (disculpen la obviedad de la metéfora) la editorial: La conjura de los necios de John ennedy Toole, Extrarios en un tren de Patricia Highsmith, sangre fria de Truman Capote, Bella del Senor de Albert 153 variable de Carmen Martin Gay a osefina Aldecoa, Historia tc, Hig Félix de Azit 4 ey da por a mis? a Felix a Anta, L05 wivasoly Mig conta EY den La inteligencia fracasada de Jog a *] dios de las pequenas cosas de Arun hat : iy iene Pereira 0© ‘Antonio Tabucchi, Seda de Alessay - Sa, c Ir ricco, Wilt de'Tom Sharpes Catedral de Raymond we OB dio Magris, En el camino de Jack K, Ver, by CI Danubio de Claw is, El almuerzo desnudo de William Burroughs, Lolitg Mi, bokoy, Ebano de Ryszard Kapuscitiski 0 Brooklyn Pains Paul Auster. Y no deberia tro del Ensanche mo idad faltar un “Quadrat d’Or”, como el per dernista de Barcelona, dedicado F i tish Dream Team, ni el complejo de piscinas Soledad Pokal las, ni, en honor a Jos muchos titulos dedicados al hum, inglés, el local del Club de la Sonrisa bajo la presidenc P.G. Wodehouse y arriba la Azotea de la Carcajada de Tom Sharpe, ni el salon recreativo, cerebral y juguetén de Georges Perec, ni el ring de Norman Mailer, ni la sede de un perio invadido por Tom Wolfe, Hunter S. Thompson y sus compin- ches del Nuevo Periodismo, ni el bar de Quim Monz6 (s- pecialidad: patatas bravas), ni el Barrio Chino con bodega inagotable de Bukowski, ni el quiréfano (sin anestesia) espe- cializado en los desperfectos de la historia espafiola recient aoe ee niel drugstore ala holandesa, con un buen peau a ae sustancias, regentado y asesorado ry aaa ae ni la sinagoga de Harold Bloom, i M (debesbo) de = i Dr. Sacks, ni mucho menos el estadi Yenla fica a sta ona pace eee ae en expansién, nos enc que conducen al sétano que alberg? ontramos 154 ran Centro del Complot, dirigido en comandita por Piglia Renzir Ja maqueta del colegio Juvenilia tuneada por Martin (ohan, el Archivo Total setentero de Martin Caparrés, todo . coronado por la Cupula del Pasado Circular de Alan auls. Pero antes, en el Gabinete de Rarezas, se encuentran, or ejemplo, las obras, por desdicha tinicas en nuestro cata- Jogo, de Rodrigo Fresin y César Aira, o la antologia proféti- ‘ca Buenos Aires, realizada en 1992, en la que aparecen textos “de autores entonces atin ignorados por el lector espafiol y - ghora de tanto prestigio como Fogwill y los citados Pauls, Fresin y Aira, entre otros. O mis lejos, escritores tan decidi- damente singulares como J. Rodolfo Wilcock, Edgardo Co- zarinsky y José Bianco. Y atin més lejos los titulos del gran Copi, el argentino de Paris, con su “internacional desmadra- da” tan presente en Las viejas travestis, El baile de Tas locas 0 \as ifietas de La mujer sentada, todo ello traducido del francés. En resumen, el catélogo de Anagrama como una ciudad bien conectada, con trafico fluido, diversi6n garantizada, una pizca de liturgia solemne y su wild side al acecho.

You might also like