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Rubén Darío - La Resurrección de La Rosa
Rubén Darío - La Resurrección de La Rosa
Amigo Pasapera,1* voy a contarle un cuento. Un hombre tenía El i" de enero de 10.00, llegué muy temprano a Roma, y lo pri-
una rosa; era una rosa que le había brotado del corazón. ¡ Imagí- mero que hice fue correr a la basílica de San Pedro a prepararme
nese- usted si la vería como un tesoro, si la cuidaría con afecto, si un lugar para oír el sermón que debía predicar en lengua espa-
sería para ti adorable y valiosa la tierna y querida flor! ¡ Prodi- ñola un agustino de quien se esperaba gran cosa según los pe-
gios de Dios! La rosa era también como un pájaro; garlaba dul- riódicos. ¡ Ay de mí! Creí llegar muy a buen tiempo y he ahí que
cemente, y en veces, su perfume era tan inefable y conmovedor, me encuentro poblada de rieles la sagrada nave. Gentes de todos
como si fuese la emanación mágica y dulce de una estrella que lugares, y principalmente peregrinos de España, Portugal y Amé-
tuviera aroma. rica, habían madrugado para ir a colocarse lo más cerca posible
Un día, el ángel Azrad pasó por la casa del hombre feliz, y del orador religioso. Luché, forcejee; por fin logró colocarme
fijó sus pupilas en la flor. La pobrecita tembló, y comenzó a pa- victoriosamente. Grandes cirios ardían en los altares. El altar
lidecer y estar triste, porque el ángel Azrael es el pálido e impla- mayor resplandecía de oro y de luz, con sus soberbias columnas
cable mensajero de la muerte. La flor desfalleciente, ya casi sin salomónicas. Toda la inmensa basílica estaba llena de un esplen-
aliento y sin vida, llenó de angustia al que en ella miraba su di- doroso triunfo. De cuando en cuando potentes y profundos esta-
cha. El hombre se volvió hacia el buen Dios y le dijo: llidos de órgano hacían vibrar de harmonía el ambiente oloroso
—Señor ¿para qué me quieres quitar la flor que me diste?3 a incienso. El gran pulpito se levantaba soberbio y monumental,
Y brilló en sus ojos una lágrima. aguardando el momento de que en él resonase la palabra del
Conmovióse el bondadoso Padre, por virtud de la lágrima pa- sacerdote. Pasó el tiempo.
ternal, y dijo estas palabras:
—Azrael, deja vivir esa rosa. Toma, si quieres, cualquiera de Como un leve murmullo se esparció entre todos los fieles,
las de mi jardín azul. cuando llegó el ansiado instante. Apareció el agustino, calada la
La rosa ^scobró el encanto de la vida. Y ese día, un astrónomo capucha, con los brazos cruzados. De su cintura ceñida, al ex-
vio desde su observatorio que se apagaba una estrella en el cielo. tremo de un rosario de gruesas cuentas colgaba un santocristo de